La cita que siempre deseé y nunca me atreví
Sus deseos más perversos y ocultos
Se despierta temprano, sintiendo en su cuerpo una leve inquietud. Incapaz de pasar la mañana en la cama, se levanta y dedica el tiempo a preparar cuidadosamente todo lo que va a necesitar esa tarde. Pasan las horas, a las doce está todo colocado sobre la cama. La ansiedad se acrecienta con el paso de las horas.
Observa la ropa colocada sobre la cama, elegida buscando una mezcla de elegancia y atrevimiento, con su punto justo de provocación, colores sobrios, un escote un poco más pronunciado que su ropa habitual, la falda ajustada y unos centímetros por encima de la rodilla. Roza la lencería con sus manos, encaje y seda, finas medias negras y unos zapatos con tacones imposibles. Se arregla con tiempo de sobra, esmerándose en cada detalle. El maquillaje, el peinado, todo repasado una y otra vez, un último gesto cogiendo un frasco de perfume, oriental, intenso, evocador.
La hora se acerca. Un mensaje le anuncia que la recogerá en unos minutos. Coge su bolso y las llaves, una última mirada al espejo antes de salir. Y baja la escalera sin prisa por miedo a tropezar.
Se queda esperando en la puerta y casi inmediatamente ve llegar un coche que para un segundo en doble fila, con el tiempo justo para poder subir. Mientras se abrocha el cinturón le saluda y parlotea, sonriendo. No recibe respuesta alguna. Su mano manipula algún botón y la música la acalla. Los acordes de un tango, cree reconocer la canción… Margot.
Permanece en silencio, observándole de reojo mientras sus manos se mueven inquietas y sus dedos giran incesantemente esa alianza que no sabe cuando quitarse, después de tantos años casi forma parte de ella. Aunque la vida continúe, el pasado nunca abandona del todo a una viuda. Nadie, ni siquiera su marido, conoció nunca el secreto más oscuro de su alma, su deseo y su debilidad.
Al darse cuenta que la está mirando detiene el movimiento nervioso de sus manos. Inconscientemente se lleva una mano al cuello y pasa un dedo bajo la cadena, deslizándolo hasta llegar a la mariposa de plata, regalo de su padre cuando aún era una niña, que la ha acompañado siempre como un talismán de buena suerte. Sus dedos acarician el pequeño ópalo de fuego, como si notasen el reflejo naranja que desprende.
Acuden a su pensamiento viejos recuerdos, un día supo que tenía que hacerlo, que era hora o nunca. No ha sido fácil, nadie habla abiertamente de sus deseos más perversos y ocultos. Mira por la ventanilla y han dejado atrás la ciudad. Siente desasosiego ante ese silencio incómodo y esa ruta solitaria. Una preocupación que le hace fruncir el ceño, ante la incertidumbre de lo desconocido. Y ahora duda de su decisión ha sido la correcta, en un paraje desierto, con un extraño del que apenas sabe nada.
El coche se desvía por un camino poco transitado y frena junto a unas encinas. Sale del coche, y lo rodea hasta llegar a su puerta. La abre, y con un movimiento brusco tira de su brazo y la hace salir. Camina hacia la parte trasera del coche, arrastrándola, y saca del maletero una bolsa de deporte, la deja en el suelo. Se gira hacia ella. No puede evitar apartar la mirada, que deja vagar abrumada, y se queda fija, hasta que un pequeño roedor distrae su atención. Vuelve a la realidad y se deja caer sobre el coche, asustada. Clava ahora su mirada en la bolsa, caída a sus pies. Medio abierta la cremallera, observa su interior y reprime un grito.
A pesar de la oscuridad puede distinguir una cuerda perfectamente enrollada, un palo, fino y corto, pulido hasta relucir y al fondo asoma lo que parece el mango de un cuchillo. La falta de luz le impedía reconocer el resto del contenido.
El miedo la mantiene inmóvil y descolocada. El roce en los tobillos de las hojas bajas de la encina más cercana la trae de nuevo a la realidad. Baja la mirada y ve las delicadas medias enganchadas a varias hojas y ya con varios agujeros.
Con una mano sobre su brazo, firme y resuelta, la hace caminar unos pasos. Algo esconde en la otra mano, aunque no consiga ver de qué se trata Están junto a una encina y la oscuridad es casi absoluta.
La obliga a apoyar la espalda en el tronco rugoso. Siente la corteza clavarse en la piel. Intuye que manipula algo entre sus manos. Algo se ciñe a su cuerpo, rodeando sus hombros y su cintura. Otro movimiento abriéndole las piernas y ahora son los tobillos los inmovilizados. Eran unas cuerdas lo que llevaba en la mano. Se siente pegada al árbol, inmovilizada. Con cada intento de movimiento solo consigue clavar más la corteza.
Escucha pasos alejándose hacia el coche y unos segundos más tarde el ronroneo del motor llena el silencio. Lo primero que se le ocurre es que vaya a dejarla allí, sola, atada y en medio de la noche. El fresco de la noche se vuelve un frio intenso al imaginarlo. De repente la luz de los faros colándose entre las ramas la deslumbra un momento, hasta que se sus ojos se acostumbran a ella.
Unos pasos acercándose de nuevo la tranquilizan. Camina despacio con la bolsa en la mano. De pie ante ella, la observa detenidamente. Con un gesto suave que quiere ser tranquilizador le acaricia el pelo.
Unos dedos rápidos y ágiles abren los botones de su blusa. Observa la piel blanca contrastando con el sujetador oscuro. Con dificultad lo estira hasta pasarlo detrás del cuello.
Un escalofrió le recorre la espalda al sentirse expuesta. Nota la piel erizada y una breve mirada le muestra los pezones tensos e insolentes. Desamparada y vulnerable, el miedo aparece de nuevo. Ahora esas manos se mueven bajo su falda. Una mano debajo de sus bragas, unos dedos hurgando en su coño.... Un gesto brusco y nota las bragas en las rodillas.
Da un paso atrás y la observa otra vez. Rebusca en la bolsa y ella ve un destello en su mano. Se le desboca la respiración al ver el cuchillo. Grita asustada pidiendo ayuda, sin ser consciente que está en medio de la nada. Lo ve acercarse con el cuchillo en la mano. Con gesto decidido corta los costados de las bragas y antes de que pare de gritar las arruga creando una bola y se las mete en la boca.
Le falta el aire, el grito se ha convertido en un murmullo vago. Intenta escupirlas y a cada movimiento la boca está más seca. Poco a poco va consiguiendo sacarlas. Cuando se da cuenta de sus intenciones coge algo más de la bolsa. Corta un trozo de cinta americana, empuja las bragas otra vez dentro de la boca y cubre sus labios con la cinta.
Inclina la cabeza hacia ella, sintiendo el aliento sobre su piel. Los labios recorriendo el lóbulo de la oreja, bajando lentamente por el cuello. Una mano descuidada sobre el hombro, unos dedos inquietos alrededor de su pecho dibujando círculos alrededor del pezón.
Su cuerpo se relaja y disfruta de cada sensación, pero no dura mucho. Cuando menos lo espera unos dedos que le parecen de acero pellizcan con fuerza el pezón. El dolor se extiende y el cuerpo se tensa, se pega a la encina tratando de separarse de esos dedos.
Aún sin tiempo para recuperarse la mano libre le tapa repentinamente la nariz. La falta de aire le roba la poca fuerza que le quedaba. Cierra los ojos, su cuerpo y su mente abandonan la lucha. Se rinde y se entrega.
Se aleja dos pasos. Inmóvil y en silencio observa la escena. Le da tiempo a respirar profundamente intentando calmarse. No dura mucho el descanso. Se aproxima de nuevo y con una flexión de rodilla se inclina y recoge algo del suelo. Apoya su cuerpo sobre ella, siente su respiración, su calor, el roce de su pelo en la mejilla, sus labios rozando la oreja y el su aliento sobre la piel. Con voz suave y baja susurra en su oído, estás bien? La respuesta es un breve movimiento de cabeza, asintiendo.
Un paso atrás, mirándola. Unos dedos apartándole el pelo de la cara, una caricia en la mejilla y una mano alrededor de la cintura. Unos dedos ágiles moviendose sobre los botones de su falda, desabotonando uno a uno, y la falda cae a sus pies.
Extiende la mano libre hacia ella, mostrando lo que recogió del suelo. Una hoja grande, rugosa, los bordes puntiagudos. Le parece áspera y rígida. La nota sobre un hombro, jugando sobre su piel erizada por el frio. Se desliza hacia su pecho. El movimiento es tan suave que le parece una caricia. Aumenta la presión y cuando alcanza el pezón es perturbadora.
Aún está acostumbrándose a esa sensación cuando una mano ágil y rápida se mete entre sus piernas y dos dedos se clavan en su coño. Se mueven rápidos, presionando con fuerza. Nota calor y excitación y la humedad de su coño resbalando por las piernas. Se remueve inquieta. Siente un dedo dentro de ella... dos... tres. Cada vez empujan más fuerte y más rápido. La excitación aumenta con cada movimiento. Arquea la espalda y la cuerda se clava con fuerza en su cintura, sus caderas intentan seguir el rítmico movimiento. Le parece que va a explotar en cualquier momento.
Como si leyese su pensamiento la mira fijamente y su cabeza hace un gesto firme de negación. Una mano rápida le arranca la cinta de la boca y apenas es consciente del dolor que le provoca. Escupe como puede las bragas para liberarse de esa sequedad que le causaban. Se inclina hacia ella, la besa y muerde sus doloridos labios. Repite el gesto de negación y sonriendo le susurra, vas a esperar un poco más.
Lentamente desata las cuerdas, primero los tobillos, luego la cintura y finalmente los hombros. Con suavidad separa su cuerpo del árbol y con movimientos enérgicos le masajea los hombros y los brazos.
Sujeta una de las cuerdas alrededor de su cuello, ajustándola para que le presione. Con un gesto le indica que se agache, una mano sobre el hombro y la coloca de rodillas. Camina lentamente alrededor de la encina, la cuerda entre sus dedos. Se ve obligada a seguirle, arrastrándose. Cada piedra, cada hoja, cada tallo... se clavan en sus rodillas. Nota como las medias se enganchan continuamente y como se desgarran al continuar su avance. Finalmente se dirigen hacia el coche. La luz de los faros la deslumbra y sigue sin ver por donde pasa.
Se para junto al vehículo. La ayuda a levantarse, con brusquedad. Suelta la cuerda y la tumba boca abajo sobre el capó. Mira a su alrededor, confundido. Se da cuenta que olvidó la bolsa junto al árbol. Resignado, mira de nuevo a su alrededor y no ve nada que le convenza. Camina los pocos pasos que le separan de la bolsa y la acerca al coche.
Coge una vara pequeña y pulida. Golpea con ella su mano varias veces, calibrando la intensidad de cada golpe. Cuando le parece adecuado se gira hacia ella.
Con un gesto lento y suave desliza la vara desde la nuca, notando como se estremece, por sus nalgas hasta las rodillas, zigzagueando por sus piernas.
Un momento después la levanta y la deja caer con fuerza. Ella lo adivina al sentir como corta el aire y un segundo después el azote. Uno detrás de otro, mismo intervalo, misma intensidad. Se imagina la piel enrojecida y nota el calor que se extiende rápidamente. Primero en una nalga, después en la otra.
Se pega al capó del coche, los brazos extendidos y eleva su culo ofreciéndoselo, ansiando sentirlo dentro de ella.
No sabe cuánto tiempo pasa hasta que se detienen los azotes. La vara al caer al suelo rompe el silencio, seguida del ruido de una cremallera que se abre y el roce en sus rodillas de un pantalón cayendo al suelo.
Ahora está pegado a ella. Piel con piel. Las manos sobre sus caderas le hacen levantar la cintura y su culo queda aún más expuesto. Se inclina sobre ella, dejando caer el peso del cuerpo sobre su espalda. El aliento en la nuca y un mordisco breve en la oreja.
Se separa de ella, unas manos ansiosas separan sus nalgas. Nota su polla pegada al cuerpo, explorándola. Un dedo juguetea en su ano, presionando en círculos. Intenta relajarse, respira despacio, ordenando a su cuerpo una tranquilidad que está lejos de sentir.
Con un movimiento rápido y fuerte le mete la polla dentro. No puede evitar un grito y todo su cuerpo se tensa de nuevo. Intenta moverse y liberarse pero le resulta imposible, las piernas sobre las de ella, las manos firmes en las caderas. No se mueve pero tampoco la saca. Deja pasar un par de minutos y entonces empieza a moverse. Cada movimiento es más rápido y más fuerte que el anterior. Intenta seguir su ritmo. Toda la excitación acumulada vuelve a ella. Escucha las dos respiraciones acordes, ansiosas y jadeantes. Sabe que falta poco.
Gira la cabeza y busca su mirada, diciéndole sin palabras que ya no aguanta más. Le devuelve la mirada con un gesto crispado que quiere ser una sonrisa y sigue clavándole la polla cada vez con más fuerza, queriendo atravesarla.
Se detiene un segundo. Lo mira. Él asiente con la cabeza y continúa. Su voz resuena en la oscuridad cuando grita YA!!!
Siente su leche dentro de ella y se corre con él. Su coño ardiente explota y las fuerzas la abandonan. Todavía con su polla dentro se deja caer sobre el capó disfrutando de cada estremecimiento. Se tumba de nuevo sobre ella, la piel sudorosa y caliente, la respiración agitada. Se quedan así hasta que poco a poco se recuperan. Él se incorpora primero y la ayuda a incorporarse. La abraza y la lleva hasta la puerta del coche.
Del maletero saca una manta y la envuelve con ella. La ayuda a sentarse. Mientras se va recuperando le observa moverse recogiendo cada cosa tirada por el suelo. Lo mete de cualquier manera en la bolsa y cuando ya no queda nada la tira al asiento trasero.
Se sienta al volante y pone música. Le acaricia el pelo y arranca. Hacen el camino de vuelta en silencio. Cuando llegan a la puerta de la casa observa detenidamente, del bolso saca las llaves y se las pone en la mano. Le da las últimas instrucciones, baja del coche cuando te avise, sube a casa, ducha y sofá. La abraza y la besa sin prisas. Le hace un gesto para que baje y ella corre al portal cubierta por la manta, escondiendo la escasa ropa que le queda puesta.
Sube rápida las escaleras y se encierra en casa. Se deja caer en la primera silla que encuentra y le dan ganas de meterse en la cama. Haciendo un esfuerzo se levanta y le hace caso, el agua caliente de la ducha la adormece y se resiste a cerrar el grifo.
Con un albornoz como todo vestuario se tumba en el sofá y cierra los ojos. No lleva ni unos minutos que oye el timbre de la puerta. No se mueve. Suena de nuevo. Lo ignora. Ahora más insistente. No se imagina quien pueda ser a esas horas. No le queda más remedio que acercarse a la puerta.
Abre y le ve. En una mano la bolsa de deporte, en la otra mano una caja de pizza. Se aparta y le deja pasar.