La cita
Mar se siente atraída por un desconocido autor de relatos eróticos que le lleva a ponerse en contacto con él.
LA CITA
No tenía claro que aquello fuera una buena idea, aún así se vistió para la ocasión. Eligió el vestido blanco de encajes de generoso escote que dejaba ver buena parte de sus preciosas tetas. Mientras se lo colocaba, y se lo ajustaba frente al espejo, dudó una vez más de aquella locura en la que estaba a punto de embarcarse.
Miró el móvil para ver la hora y releer por décima vez el mensaje que Hans le había dejado en su correo electrónico. Su sensación era a medias entre el miedo y la excitación. Se había citado con un completo desconocido con el que contactó por medio de una web de relatos. Aquella manera de describir secuencias eróticas, sobre todos las violentas, provocaban en ella un estado de desconocida excitación. Cada noche, desde hacía meses, se iba a la cama leyendo el último relato del tipo e invariablemente cada noche acaba masturbándose.
Su mente volaba hasta convertirse en la protagonista de aquellos relatos donde era sometida a la fuerza por atracadores, vecinos más jóvenes o fotógrafos para los que posaba en sus sesiones de modelo publicitaria. Sin saber cómo, había caído rendida a la manera de escribir de un desconocido, en las fantasías sexuales que este describía.
A las 9 en punto se colocó en el lugar que le indicaba el correo electrónico: “Justo delante de la Giralda, delante de la Fuente de la Farola mirando hacia la calle Mateos Gago, Allí se colocaría con los brazos en jarra durante un minuto y esa sería la señal con la que Hans la reconocería”. Con el sol de primeros de agosto a punto de ponerse y las farolas iluminando el bullicio de turistas con su luz amarillenta, Mar se colocó en la posición requerida.
Transcurrido ese minuto, la mujer se sintió defraudada ante la ausencia de nadie. Ella no podía reconocer al tipo, ya que no lo había visto nunca pero sí le había enviado un par de fotos. Aunque no se le veía la cara, una de ellas si era exactamente como él le pedía. De manera que, entre el vestido que Hans conocía por la fotografía y la postura, Mar se hacía perfectamente reconocible.
Defraudada, incluso humillada por el plantón, Mar se enfadó y comenzó la vuelta a casa. Callejeando, iba manteniendo una conversación consigo misma en la cabeza:
-¿A quién se le ocurre caer en esta tontería?. Tú que eres una tía impresionante que puedes tener al tío que quieras.
Decidió que cuando llegase a su casa se vestiría y quedaría con una amiga para salir esa noche de copas. Pese al plantón, el calentón de todo el día pensando en la situación que al final no se dio la tenía totalmente excitada. Pero antes tendria que darse una ducha. El sudor por la caminata y la alta temperatura la hacía sudar. Sintió como una gota descendía por su canalillo hasta su ombligo. A la altura del vientre, los encajes del vestido eran más abiertos con lo que la gota de sudor se enfrió y le hizo tener un escalofrío.
Sin darse cuenta había llegado al portal de su casa. Una calleja estrecha y mal iluminada, transversal de una de las más conocidas y concurridas de Sevilla. Al introducir la llave en aquel portalón de madera notó como una mano le tapa la boca y un brazo la agarraba impidiendo su movilidad. En décimas de segundo Mar se encontraba en el zaguán de su casa, a oscuras e inmovilizada por un desconocido.
Un penetrante olor de perfume Egoiste era la única seña que conocía, por lo demás el tipo era imposible de identificar. Ya con el portal cerrado, el tipo le colocó una venda en los ojos con lo que ahora sí que era imposible ver quien le había atacado. La obligó a cederle las llaves y entraron en la casa. El tipo encendió la luz y, casi a trompicones, la fue llevando al dormitorio.
La tiró en la cama y antes de que Mar pudiera incorporarse tenía al hombre sobre ella. Comenzó a atarle los brazos al cabecero de la cama. Ante el forcejeo de Mar, el hombre la abofeteó para que se estuviese quieta. Luego introdujo un pañuelo de tela en su boca callando los gritos que de vez en cuando soltaba la mujer.
En su ceguera, sin poder hablar y con las manos atadas por encima de su cabeza al cabecero de hierro de su propia cama, Mar sintió que el hombre se alejaba de ella. Pensó que le estaría robando. Pero una imopresionante voz grave delató que su agresor estaba a los pies de la cama observándola:
-¿A quién esperabas? Te he visto exhibirte en medio de la plaza de la catedral. Sin duda, alguien te ha dado plantón. Y cuando vi que te ibas te seguí. Ni te diste cuenta. Irías enfadada porque alguien te ha dado calabazas. A ti. La modelo.
Mar comenzó a sentir miedo:
-Solo quiero divertirme un poco. Nada más. Y espero que tú también lo hagas…
El hombre se acercó a la cama y se sentó junto a la mujer. Temblaba. Retiró el pañuelo de la boca y besó sus carnosos labios. Mar intentó resistirse. El hombre reaccionó de forma violenta y le dio una bofetada:
-No te resistas y disfrutarás el mejor orgasmo de tu vida.
Ante tal panorama, estaba a ciegas, atada y el tipo era mucho más fuerte que ella. Solo le quedaba esperar a que la violase y se fuera.
El hombre volvió a besarla. Ahora recorrió su cuello, impregnándose de su maravilloso perfume que no supo identificar pero que desde ese momento le recordaría a este momento. Con cuidado agarró las tirantas del vestido para luego tirar fuerte hacia abajo. Lo rompió y Mar gritó.
Ante él quedaron unas tetas que desafiaban a la gravedad. Introdujo la hoja afilada de una navaja entre el canalillo y el sujetador de encaje blanco a juego con el vestido y lo cortó. Mar, sin poder verlo, sintió el frío de la hoja de la navaja y temió que la cortase. Incomprensiblemente, Mar comenzó sentir una especie de placer inconfesable en esta situación de peligro extremo. Sentía como su tanga comenzaba a humedecerse por los fluidos vaginales que manaban de su coño ardiente.
El hombre suspiró de placer al contemplar aquellas dos maravillosas tetas de aureolas grandes, marrones claras, con un gordo pezón que no dudó en morder y arrancar un quejido de dolor placentero de su víctima. Siguió tirando del vestido hasta sacárselo por las piernas y dejar a Mar solamente cubierta con un tanga blanco. El cuerpo de aquella mujer era impresionante. La típica tía que gana a medida que se va despojado de la ropa.
De nuevo volvió a utilizar la navaja para quitar la última prenda que vestía la mujer. Cortó las tiras laterales y tiró de la parte delantera, haciendo pasar la parte trasera por toda la raja del culo. Ante el hombre se descubrió un pequeño triangulo de vello púbico coronando el monte de Venus. Los labios solapaban perfectamente a unos labios menores de los que comenzaba a emerger un clítoris excitado.
El hombre admiró a su víctima en su máxima expresión antes de tumbarse junto a ella. El olor de Egoiste inundaba toda la habitación cargando un ambiente sexual demasiado tenso. Mar había empezado a dejarse llevar. Estaba a merced de un desconocido que parecía entregado a su cuerpo. Notó que el hombre estaba desnudo. Posiblemente se había despojado de su ropa cuando la observaba desde los pies de la cama.
Le susurró al oído, con su voz grave, lo rica que estaba y se abalanzó a comerle la boca. Ella había dejado de luchar, cuando notó como la mano del hombre recorría todo su cuerpo. Le agarró la teta izquierda y pellizcó su pezón mientras bajaba su boca por el cuello. La mordió mientras ella echaba la cabeza hacia atrás y suspiraba fuerte. La mano del hombre comenzó a bajar y, sin ningún cuidado, comenzó a introducir sus dedos en el coño de Mar. Le dolía la manera tan bruta en que lo hacía. El hombre la agarró de la melena y se deleitó con su boca de la que salían resoplidos mientras notaba como la excitación iba haciendo mella en su entrepierna. La vagina se dilataba a un ritmo acelerado mientras los dedos del hombre hurgaban dentro, entraba y salían como una polla. Mar empezó a gemir y el hombre no se pudo aguantar.
Volvió a comerle la boca mientras la masturbaba. Con dos dedos dentro del coño, los movía todo lo rápido que podía al tiempo que con el pulgar estimulaba su clítoris. Mar se quería resistir pero cuando el hombre comenzó a comerle las tetas la mujer se rindió.
El tipo se agarró con la boca a su teta izquierda. Succionó y logró trillar con los dientes el pezón erecto de Mar que ya no controlaba las excitantes reacciones de su cuerpo, estaba a punto de estallar en un orgasmo que no pudo evitar y la hizo gritar:
-Me corro, me corro….agggggg
A la mujer le parecía imposible que hubiese disfrutado de aquella violación. Un desconocido del que solo sabía el olor de su perfume, la había seguido hasta su casa antes de retenerla contra su voluntad, y atada la acababa de violar con su mano. Ahora relajada, la mujer le daba vueltas la cabeza. Notó que el hombre se movía:
-Te dije que ibas a disfrutar. Ahora me toca a mí.
La voz grave hacía estragos en la libido de Mar. Lo imaginaba alto, guapo, fuerte, moreno,… pero nada de eso lo podía asegurar. No lo había visto, y no lo vería.
El hombre se colocó sobre ella. Logró meter sus piernas entre las suyas evitando que ella pudiera cerrarlas:
-Ahora te voy a comer entera…puta… -dijo esto amasando las tetas de la mujer con las dos manos.
El hombre se deleitó unos segundos ante aquel maravilloso cuerpo de mujer. Su melena castaña, su boca carnosa, su cuello esbelto. Sus tetas grandes, con dos magníficas aureolas de color marrón claro coronadas con unos pezones gordos que se retorcían sobre sí mismos de excitación por más que Mar ser resistiese. Sentía como la polla de aquel desconocido rozaba la entrada de su vagina. Su vello púbico triangulado sobre el monte de Venus se entrelazaba con los de él. El hombre, por fin se tumbó sobre ella para morderle las tetas. Las apretaba con las manos y se las metía en su boca. Las ensalivó antes de dejar las marcas de su mordedura para luego morder cada pezón y, trillados con los dientes, hacía pasar la lengua, muy rápido, sobre ellos. Mar gemía atada aún con sus manos sobre su cabeza.
El hombre fue, poco a poco descendiendo por su vientre. Dejando un camino de saliva zigzagueante desde sus tetas marcadas. Se entretuvo en su ombligo antes de comenzar a rozar los pelos del coño con su nariz. Casi de manera inconsciente Mar abrió sus piernas ofreciéndole su mejor regalo. Su coño, era un manantial de jugos calientes. El hombre bebió. Pasó su lengua desde el inicio de la entrada vaginal hasta el clítoris arrancando a Mar un gemido de placer:
-¿Te gusta, perra?
Cada insulto con el que el hombre la definía hacia que la mujer se excitara más. Solo deseaba que aquel desconocido le comiera el coño hasta llevarla al éxtasis otra vez. El hombre volvió a bajar su lengua, ahora hasta el agujero del culo. Abrió con sus manos los cachetes haciendo que el arrugado orificio se tensara para después meter la lengua. Desde ahí volvió a subir hasta el clítoris. Allí, del mismo modo que había hecho con los pezones, trilló con los dientes aquel trozo de carne henchido de placer. Ella gritó de dolor pero deseosa de repetir aquel doloroso placer. El hombre se acomodó para pasar succionar y morder el clítoris mientras le metía un dedo en el culo que provocó en Mar un escalofrío de placer.
Estuvo lamiendo el clítoris y sodomizándola con un par de dedos hasta que el cuerpo de Mar comenzó a tensarse. Un calambre recorrió su columna vertebral partiendo desde un punto indeterminado de su clítoris hasta lo más profundo de su cerebro. Por un momento Mar pensó que perdería el conocimiento, su cuerpo se evaporaba con los dedos de aquel desconocido en el culo y su clítoris mordido por sus dientes. Sus piernas dejaron de tener tensión y con un grito desgarrador se corrió como hacía mucho tiempo.
Dos segundos después aterrizó en la misma cama donde estaba atada. Bajo su culo sintió la humedad de sus propios flujos vaginales. Sin fuerzas, no era más que un títere en manos de aquel hombre.
El tipo se colocó justo a los pies de la cama. Desde allí tomó las piernas de Mar. Las levantó y colocó la cabeza de su polla en la entrada de su coño, que a estas alturas era un volcán en erupción. Colocó las piernas de ella sobre sus hombros y sin previo aviso dio un golpe de cadera para clavarle la polla hasta el fondo. Mar gritó, no se lo esperaba pero su coño estaba lubricado para no recibir a aquel ariete. El hombre se siguió sobre ella haciendo que sus rodillas casi llegaran a su vientre mientras empujaba sin cesar su ariete hasta el cervix uterino de Mar. El hombre siguió percutiendo con fuerza al tiempo que dejaba que la mujer bajara sus piernas.
Ella rodeó el cuerpo de su violador con sus piernas mientras seguía recibiendo las profundas embestidas del tipo. Su coño parecía que se rompería. El hombre comenzó a bufar anunciando que estaba a punto de correrse. Ella quería sentir la corrida de aquel hombre sobre ella. Como si le leyera la mente, el hombre se incorporó sobre ella para eyacular. El primer chorro de semen fue a parar a la bella cara de Mar, cruzaba desde su barbilla hasta su mejilla. El segundo dio en su esbelto cuello. Y el tercero y el cuarto, mucho menos potentes aterrizaron en sus tetas, enrojecidas por las mordidas y sobre su vientre. En un último esfuerzo el hombre cruzó la cara de Mar de un bofetón dejando sus dedos marcados sobre el mismo sitio donde había caído su primera corrida.
Luego el silencio. Ella casi dormitaba cuando el hombre, ya vestido le anunció que se marchaba. Antes de que ella reclamase su libertad él le dijo que había aflojado sus ataduras para que se pudiera liberar. Casi sin fuerzas Mar intentó deshacerse de la cuerda que la inmovilizaba a la cama. Pasó un par de horas, sobre la cama. Intentando poner en pie la experiencia que acaba de vivir. Se sentía avergonzada por haberse corrido, por haber sentido placer ante una violación.
Cuando se levantó y camino de la ducha, dolorida y señalada, miró el móvil. Vio que tenía una notificación en su correo electrónico. Era de Hans. Su primera intención fue borrarla sin leerla. Pero en el último momento quiso conocer por qué le dio plantón. No se podía creer lo que leyó:
“Me ha encantado violarte. Escríbeme para la próxima experiencia…”