La cinta de seda en el cuerpo de Marta
Soy un hombre feliz, me encanta dar placer aún más que recibirlo; y se hacerlo bien y con elegancia. Me dedico a dar masajes de caricias y a despertar los sentidos (ya os contaré caso a caso).
Soy un hombre feliz, me encanta dar placer aún más que recibirlo; y se hacerlo bien y con elegancia. Me dedico a dar masajes de caricias y a despertar los sentidos (ya os contaré caso a caso). Por esta afición altruista, de la que solo saco el placer y algunos regalos con los que algunas señoras me obsequian, y por el oficio al que me dedico, dejé los estudios hace muchos años. A través de anuncios y con el boca a boca contacto con mujeres, "siempre mayores de edad", para hacerlas sentir intensamente, pidiendo su complicidad y ofreciéndoles mi total discreción y secreto. Para mí es algo muy intenso conmover y despertar los sentidos de mujeres conocidas y desconocidas.
Una mañana de otoño compré una cinta de seda, de un dedo de ancha, y suave como las mejillas de una veinteañera. Tenía pensado darle placer con ella a una señora que vive en la parte alta de la ciudad, pero por el camino encontré a una joven de unos veinte años, sentada en una cuesta de escalones empedrados, haciendo un dibujo a lápiz precioso.
Su postura entre tímida y coqueta, la expresión de su cara y el restregar el culo contra el suelo a cada trazo de lápiz; eran detalles que me decían que le gustaba sentir su cuerpo, que se excitaba sintiéndose a sí misma. Tenía las piernas juntas a la altura de las rodillas, los talones separados y las puntas de sus pies se tocaban bajo una falda por las rodillas, sus posaderas se apretaban contra el duro suelo de piedras redondeadas, sobre las que se movía al ritmo de su lápiz, a la vez su espalda estaba arqueada, "como sacando el trasero hacia atrás", exponiéndolo a lo desconocido de forma subconsciente.
Le pedí permiso para sentarme junto a ella y disfrutar viéndola dibujar, me dijo: "la calle es de todos", y me senté junto a ella, la vi dar trazos muy intensos y muy precisos; mi muslo en un principio separado del de ella se fue acercando hasta rozarla, con el fresco de la mañana el roce con su pierna me reconfortó, y a ella parece que también; porque más que separarse al rozarse nuestros muslos, se juntó más a mí. Su perfume de fresa me cautivó y olisqueé su cuello acercando mi cara a la de ella, temiendo que me diera un corte, pero no. Le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Marta y que le gustaba tomar apuntes en la calle, del natural; yo me presenté, le dije mi nombre, Antonio. Mientras ella dibujaba le conté cual era mi trabajo. También le hablé de mi afición a dar masajes y hacer juegos con cosas tras el masaje o en sustitución de este, "no fue un ofrecimiento", solo una presentación aunque algo intencionada. Marta se mostró morbosa, preguntándome muy curiosa y con los ojos muy brillantes, quiso saber detalles mientras movía sus bellos muslos nerviosa, entonces le hablé pausada y cariñosamente:
—Marta, preciosa, los masajes son solo con caricias, más bien algo parecido a provocar estremecer con el tenue y continuo roce de mis manos, solo acariciando con dulzura la piel de las mujeres, muy suavemente. También hago juegos con cosas si las mujeres quieren sentir sensaciones continuas, que cambien su estado de ánimo y de deseo.
Marta dejó de dibujar y se empeñó en que le detallara esos "juegos", yo le mostré la cinta de seda que llevaba para la señora y le expliqué que había quedado en la parte alta de la ciudad con una mujer, a la que yo vestiría personalmente ese día, de una forma muy íntima. Le expliqué que le pondría la cinta de tal modo que se estremeciera de placer; sustituyendo durante todo el día su ropa interior por esa cinta de seda; con el acuerdo de que por la tarde nos veríamos de nuevo en su casa, donde yo la desvestiría y le aplicaría bálsamo en su piel. También le dije a Marta que mis juegos solo los conocen al detalle las mujeres que los prueban; "que ya no le diría más detalles", que había sido un placer conocerla pero me tenía que marchar, que la señora con la que había quedado me esperaba. Marta me miró a la cara y carraspeando un poco nerviosa se dirigió a mí así:
—Antonio yo soy bastante más joven que tú, pero como te veo afable y educado quiero sincerarme contigo: tienes que saber que soy una joven muy sensual y muy liberal, y que me encanta abrirme al mundo y a experimentar nuevas vivencias. Ya tengo veintidós años y aunque eres mayor que yo te veo atractivo, y eso me anima más a ser sincera; " Antonio, la verdad es que me has calentado", física y mentalmente, y me gustaría probar yo esa cinta, que la usaras en mi cuerpo; si te atrae la idea solo dime o hazme lo que sea que hagas.
Yo estaba excitado por haberla calentado, y le dije que sí, llamé a la señora que me esperaba y aplacé la cita para más tarde. Viendo que aquella calle estaba desierta, decidimos de una forma morbosa arriesgarnos a que nos pillara alguien, y hacer el cambio de ropa allí mismo, y esto es lo que hice:
Marta se puso de pie delante de mí, con su falda rodeándola, ya era media mañana; metí mis manos bajo su falda y acaricié sus muslos rotundos con dulzura, el vello de sus piernas se erizó como piel de gallina. Después agarré sus bragas con ambas manos y se las bajé hasta los tobillos, ella sacó dócilmente los pies de la prenda y yo las cogí y me las guarde en el bolsillo de mi pantalón (blancas con estampado de flores).
Ya sin bragas bajo su falda, le alcé la camiseta sin quitársela y le desabroché el sujetador desde delante, metiendo mis manos hacia atrás y juntando mi mejilla con su mejilla, mientras ella jadeaba suavemente sin decir ni una palabra. El sujetador lo doblé y lo metí en el bolso de ella. Saqué de mi bolsillo la delicada cinta de seda, y bajo su falda la ajusté a su vagina; la introduje bien adentro, traspasando su rasurado y abultado bollo hasta doblar los pliegues húmedos de su sexo, apretándolos hacia adentro. Hice ascender un extremo de la cinta por su espalda anudándolo a su cuello, y otro por su vientre. Después rodeé su pecho derecho con el extremo delantero de la cinta de seda, y llevé el sobrante a su cuello; donde desaté la cinta de la espalda y junté en su hombro los dos extremos, "tensándolos" y atándolos después entre sí, con un lazo precioso de seda que asomaba por el cuello de su camiseta, como adorno antiguo.
Su cuerpo:
Su abultado y rasurado bollo tenía la cinta metida en su interior profundamente, por la tensión del lazo de su hombro derecho, quedando la flor carnosa y rosada de su sexo replegada hacia atrás, casi introducida en su vagina como ostra en su concha. La cinta en dirección hacia atrás se ajustaba a las puertas de su ano, abriendo su tierno culo como si lo estuvieran penetrando y alzando a la vez, la cinta que rodeaba su pecho, también en tensión, pero no demasiado apretada, hacía que ese pecho marcara más que el otro el pezón contra la camiseta, como ojo observador.
Comenzó de nuevo a dibujar por indicación mía, quedando su sexo aún más estirado hacia atrás por la postura sentada y la tensión de la cinta. Miré que no venía nadie y en cuclillas delante de ella alcé su falda para ver mi obra: un coño aplastado, con los labios abiertos y estirados hacia atrás, desde el cual chorreaba un hilo de líquido brillante de su ser, que descendía rodeando la cinta hasta llegar a su culo (preciosa estampa). Le pregunté qué tal se sentía con la cinta de seda abrazándola íntimamente, y me dijo que estaba muy excitada, pero de un modo distinto al habitual que no adivinaba a describirme. Yo por mi parte le indiqué que tendría que tener puesta en su cuerpo la cinta de seda todo el día, así que debería comer poco para solo orinar si las ganas llegaban, en ese caso haría pis haciendo presión con el coñito a los lados de la cinta apretada.
Yo me marché quedando con ella en el centro al atardecer, en una cafetería; después visité a la señora con la que tenía la cita ese día. Antes de llegar compré en una mercería otra cinta; al entrar en su casa me disculpé por la tardanza y le di un masaje de caricias sobre la cama; después la anudé del mismo modo que a Marta, cuando terminé de colocarle la cinta me marché a trabajar a mi despacho, donde estuve hasta las seis de la tarde; a esa hora regresé a ver a la señora y le quité la cinta y le di un bálsamo en su coño y en su culo, aliviando su piel de la tensión de la cinta, con friegas muy intensas, tan intensas que la señora se corrió con un chorro que aterrizó a de dos cuartas, sobre la colcha de satén. Me despedí de ella besándola en la mejilla.
Al llegar a la cafetería del centro vi a Marta, sentada en una mesa luciendo su lazo de seda en el hombro, lo cual me indicó que había hecho lo que le pedí; entonces le dije que me relatara las sensaciones que había sentido en su cuerpo ese día.
Marta me contó esto con las mejillas rojas:
—Antonio, desde que te marchaste comencé a dibujar con mucha energía, sintiendo mi coño empapado y mi culo como rajado, y a la vez sentía como si alguien me estuviera metiendo un dedo en el culo de forma continuada, "con esa sensación tuve unas ganas tremendas de meterme el lápiz en el ano", y lo hice cuando no venía nadie, hasta meterme medio lápiz apretado contra la cinta, ¡girándolo! Mi pecho está súper sensible, y al rozarlo mi brazo mientras dibujaba el pezón ha soltado gotitas de leche clara, eso que yo nunca he sido madre. Desde que te fuiste me he corrido varias veces, sin apenas buscarlo; y cuando me marché del lugar el empedrado en el que me sentaba estaba mojado.
Yo me sentí muy satisfecho con sus palabras, y ella se empeñó en que le quitara el lazo en su casa, en intimidad. Andamos dos cuestas y ya en su casa ella se quitó la camiseta y la falda, dejándose solo la cinta que la rodeaba, rematada por el lazo de su hombro y su pecho puntiagudo. Me acerqué por su espalda empalmado bajo el pantalón, desaté el lazo de su hombro y la cinta de seda cayó hasta la altura de su culo, donde estaba tan apretada como si tuviera chinchetas sujetándola a sus cachetes. Por delante deslíe su pecho y comprobé que no había ninguna marca ni moretón (siempre lio los pechos sin apretar, lo que si ocurre es que el lazo los alza pero sin estrangular el riego), su pezón era un cilindro gordo y duro. Solté la cinta delantera y cayó hasta su bollo, "que no la soltó", abrazada como la tenía con sus tiernos labios. Con una mano en su culo y la otra en su coño tiré despacio y hacia abajo de la cinta, mientras Marta dio un gran suspiro sonoro. Enrollé la cinta pegajosa y la guardé en el bolsillo de mi pantalón (siempre guardo los recuerdos), y le entregué sus bragas en las manos.
Entonces le hablé:
—Marta, esto es todo, otro día si quieres te doy un masaje de caricias que es mejor que los juegos de objetos como la cinta; yo soy elegante y no busco penetrar a todas las mujeres a las que doy placer, "te lo aseguro", solo las follo si me lo piden y si yo lo deseo.
Ella muy nerviosa y excitada me dijo:
— ¡Antonio!, por favor penétrame, que mi cuerpo ahora ya solo quiere soltar esa energía que me hace arder por dentro y por fuera, y otro día no me puedo perder tu masaje de caricias, que seguro que me hace estremecer.
Yo le dije que no, pero como insistió tanto y mi cuerpo estaba bastante alborotado viendo su belleza desnuda de veintidós años, ofreciéndoseme excitada y "lubricada", al final le dije que sí, que le haría el amor.
Nos duchamos juntos riendo nerviosos y después los dos desnudos entramos en su dormitorio. Había una cama antigua y grande, de esas de hierro niquelado; Marta se tendió sobre ella (como la maja desnuda de Goya), verla sobre la cama tan bella y tan joven esperándome, con ese cuerpazo, me puso algo nervioso y muy empalmado. Ella tenía menos años que las mujeres a las que últimamente había penetrado; "sus veintidós años resplandecían sobre la cama". Su mirada segura y decidida me decía que después de haberla excitado tanto con el juego de la cinta, la tenía que "rematar" follándola bien.
Me acerqué al filo de la cama donde ella yacía desnuda, Marta alargó una mano y me agarró el pene, apretando mi gordo glande con una mano, mientras mis veinte centímetros de polla se mantenían firmes en el aire; entonces me dijo:
— ¡Que pedazo de polla tienes Antonio!, y tan dura siendo madurito —le contesté.
—Nunca he tenido problema en mantener el empalme, "en cuanto mi pene alza el vuelo solo se agacha cuando escupe"—ella soltó una carcajada.
Me metí en la cama abrazándola de frente y sintiendo sus pechos aplastarse contra el espeso vello de mi pecho. Sus pezones estaban muy duros y los sentía como dos dedos clavados en mi pecho (su pezón derecho más); mi pene, "duro como una piedra" se apretaba contra su grueso y afeitado coño, el cual doblaba mi polla tiesa, haciendo que esta apuntara hacia los pies de la cama, mientras nuestros pubis chocaban entre sí. La besé en la boca, mordiendo suavemente sus labios, mientras mis manos acariciaban su espalda desde el culo hasta la nuca. Luego le mordí los lóbulos de las orejas y le paseé la lengua por las mejillas, haciéndola sentir cosquillas. Marta alzó una pierna echándola sobre mí, dejando un hueco entre sus muslos por el que se coló mi gran polla, sintiendo yo como sus labios mayores ardían apoyados y aplastados contra mi miembro.
Me metí bajo las sábanas, y abriendo sus rosados y fuertes muslos devore su gran coño despacito, hasta que sus gordos labios mayores se apretaban dentro de mi boca casi enteros. La ladeé y desde abajo le besé los grandes cachetes de su culo. Luego me puse de rodillas en el centro de la cama, y ella incorporándose y sentándose también en la cama abrió mucho la boca y se tragó la mitad de mi pene, ¡lo mordía y retrocedía!, arrastrando mi polla con sus dientes, era delicioso; al mismo tiempo con una mano movía mis huevos en el aire, apretándolos a la vez.
La puse en pompa, cogí un preservativo de mi pantalón y me lo puse; a continuación le metí mis gruesos y duros veinte centímetros," cabalgándola un buen rato", le di azotes cariñosos en los cachetes mientras me la follaba, y ella daba pequeños gritos y contraía los músculos de su coño contra mi pene, que estaba en total erección, produciendo una fricción que se mantuvo durante unos minutos, llevándonos al orgasmo a los dos al mismo tiempo.
Luego Marta hizo de comer y cenamos con ganas, hablando de su arte y de sexo, pero sobre todo de los sentidos y de los deseos que viven en nosotros ocultos. Ese día me quedé a dormir con Marta, y aún recuerdo su perfume con olor a fresas, toda la noche pegados cuerpo a cuerpo, desnudos los dos; antes de marcharme me dijo:
—Antonio, nunca antes me habían follado en la primera cita, y contigo no tenía ni cita; eres un conquistador —me dijo relajada, y le contesté:
—No Marta, conquistador no, solo soy un admirador de las mujeres y mis masajes y mis juegos son una pasión que se cultivar, para hacer sentir; y otra cosa Marta, Por lo que a mí respecta, esto no ha sucedido, mantener la privacidad de las mujeres que conmuevo es mi sello y mi insignia.
(Su nombre real no es Marta, pero ella sabe que lo he contado; y está encantada).
—FIN—
© ANTONIO ALEXILO 2017