La ciber violación

Alfonso no aguantó más la sosísima vida sexual que le envolvía y decidió pornerle remedio. Sabía que romina era una caja de sorpresas infravalorada y se decidió a demostrarle su valía, aunque tuviera que ser por las malas.

-Hoy se va a enterar de lo que vale un peine…

Alfonso no aguantaba más la sosísima vida sexual que tenía en casa y había tomado una decisión que podía desembocar en una final inesperado y, probablemente, desagradable. Pero le dio igual. Iba a hacer algo que a él le apetecía mucho, que a Romina no le iba a hacer nada de gracia y que, por lo tanto, aseguraba, como mínimo, una buena bronca y, aun siendo consciente de ello, estaba decidido a hacerlo.

-Tanta tontería ya con que se folla solo de esta manera y sin dejar lugar a las nuevas experiencias…

Harto no era la palabra que mejor podía definir el estado de ánimo de Alfonso. Hartísimo, sin embargo, sí que empezaba a dibujarlo un poco. Se había agotado su paciencia y, en vista de que Romina no ponía de su parte por las buenas, había llegado la hora de que lo hiciera por las malas.

-Y, si lo considera una violación, me la pela. Si me quiere tanto como dice, lo soportará…

Llegó a su casa del trabajo y, como suponía, se encontró a Romina en camisón tirada en el sofá viendo la tele. Sacó una sillita de la cocina y la plantó en medio del salón antes de saludarla y, entonces, sí que se acercó a su mujer a darle un beso.

-¿Qué haces?

No le contestó.

Entró al dormitorio y sacó del cajón de la mesita de noche las esposas que, años atrás, formaban parte de sus juegos sexuales y que ahora solo servían para coger polvo entre los tangas de su mujer y volvió al salón. Levantó a romina del sofá, la sentó en la silla y la esposo al respaldo usando una de las barras de madera como anclaje para que Romina no pudiera levantarse.

-¿Qué estás haciendo? –el tono de voz de la mujer transmitía un evidente desconcierto.

-Violarte –respondió Alfonso.

-¡Déjate de tonterías, Alfonso! Que no estoy hoy como para muchas fiestas.

No le hizo ni caso. Por el contrario, después de esposarla a la silla, le vendó los ojos con un pañuelo y salió del salón. Iba al despacho a coger el portátil.

Romina reconoció el ordenador por el ruido que hizo al cogerlo del despacho y posarlo sobre una mesita. Cuando llevas mucho tiempo viviendo en la rutina, puedes reconocer las cosas solo por su sonido.

-¿Qué haces con el ordenador? ¡Ni se te ocurra hacer lo que creo que vas a hacer!

-¿O qué? –respondió Alfonso desafiante.

-¡¿Cómo que o qué?! ¿Te me vas a poner flamenco? –Romina fue a hacer el ademán de ponerse de pie y, al intentarlo, comprobó lo incómodo que era hacerlo esposada a la sillita.

Alfonso se abalanzó sobre ella y la volvió a sentar.

-Estate quieta. No me obligues a atarte también los pies a las patas.

-¡Alfonso! ¡Déjate de polladas! Hazme el favor.

-O te callas o te amordazo –la decisión con la que se dirigió a su mujer le dejó las cosas bien claras. Aquello iba en serio.

-¡Alfonso me cago en tu padre! ¡Hazme el favor de soltarme de una puta vez! ¡Esto no tiene gracia!

Le escuchó salir del salón y, al momento, sintió como otro pañuelo le amordazaba la boca.

-Te he dicho que calladita… Si te portas bien, igual te ganas que te lo quite…

El miedo se apoderó de la mujer que comenzó a hiperventilar respirando por la nariz y, cuando la musiquita de inicio de Windows se escuchó por los altavoces del portátil, empezó a gimotear y a tratar de gritar, aunque no le sirvió de nada.

-Vas a conseguir que te meta un calcetín en la boca y no creo que quieras que lo haga. Así que cálmate de una puñetera vez. Nadie va a escucharte, nadie va a venir a salvarte. Salvo yo…

Romina escuchó a Alfonso pulsar el teclado y empezó a temerse lo que podía estar haciendo. Estaba en lo cierto. Su marido entró en un portal de webcams amateur en la que tenía cuenta, cosa que ella no sabía, y comenzó a emitir. Eligió como topic “hoy jugamos a las violaciones” y esperó a que empezaran a entrar usuarios en su sala mientras aprovechaba ese trance para desnudarse. Cuando hubo más de un centenar de personas pendientes de lo que hacían, les dio la bienvenida de viva voz.

-Gracias por vuestra presencia… Antes de empezar, me gustaría saber cuántos hombres hay en la sala…. Mirad vuestros nicks y empezad a saludar por orden alfabético. Si, en cinco segundos no ha contestado el Nick inmediatamente anterior al vuestro, saltadle y continuad…

Se mantuvo en silencio vigilando a su esposa mientras contaba. Ella había dejado de moverse y parecía haber aceptado lo que iba a pasar aunque aún podía se le podían adivinar gestos de cabreo entre los pliegues de tela que le tapaban media cara. Alfonso repitió la operación preguntando también por el número de mujeres y por el número de parejas que había en la sala. Cuarenta, once, dieciséis…

-Cuarenta hombres, once mujeres y dieciséis parejas que quieren ver lo que va a pasar aquí esta noche… ¿Me oyes? –le preguntó a su mujer. Romina asintió con la cabeza-. ¿Y qué crees que va a pasar aquí esta noche?...

Cómo era de imaginar Romina no hizo ni además de contestar. Estaba amordazada y sabía que era un esfuerzo inútil.

-Parece que estás más calmadita… creo que voy a quitarte la mordaza…

Le quitó el pañuelo de la boca y ella entreabrió los labios pero no dijo nada. Se mantuvo en silencio. Su cara, aun con los ojos todavía cubiertos, manifestaba una inequívoca sumisión. Había dejado de oponerse y ya no se la adivinaba cabreada sino, más bien, levemente nerviosa pero expectante. Como si solamente le quedara por opción obedecer hasta que aquel episodio finalizara. Estaba dócil, se le empezaba a notar incluso en la respiración.

-esta noche lo que va a pasar aquí es que te voy a quitar las tonterías, ¿Me oyes? Y pienso hacerlo a las bravas porque, por las buenas, no has querido consentir nunca. ¿Sabéis que dice que no le gusta su cuerpo? ¿A vosotros que os parece?

“Que está bien buena”, “que se adivinan dos pedazo de peras alucinantes”, “que me la quiero follar ya” fueron algunos de los comentarios que empezaron a aparecer en pantalla. Alfonso los iba leyendo en voz baja y, cuando veía alguno interesante, lo leía en voz alta.

-No sé de qué se avergüenza. Lo que deja ver el camisón está bien y, lo que no enseña, tiene muy buena pinta… Esa es la opinión de Davinia22… ¿El 22 es tu edad Davinia? –leyó que sí-. Una chica de 22 años diciendo que el cuerpo de 37 de mi mujer tiene buena pinta… ¿No tienes nada que decir? Una jovencita dice que no estás mal…

“yo también lo digo”, “es que está muy buena”, “desnúdala que veamos cómo está de bien”. Por su parte, Romina seguía sin decir nada.

-Davinia… ¿Sabes que mi mujer envidia las tetas firmes de las veinteañeras? Dice que las suyas ya están fofas y caídas…

Alfonso se puso a la espalda de su mujer y comenzó a acariciarle los hombros mientras iba empujando suavemente las tirantas del camisón para que le cayeran por los brazos. Sabía que no pasarían de la mitad del brazo y que, ni siquiera, llegarían a los codos, era algo que estaba previsto. Pero su verdadera intención era hacerle saber a Romina que iba a descubrirle el pecho.

Volvió a separarse de ella unos segundos y, al cabo, regresó con unas tijeras.

Deslizó con delicadeza una de las hojas ascendiendo por su brazo para que adivinara lo que iba a pasar. El tacto del metal contra su piel erizó el vello de Romina y le provocó una interesante inspiración respiratoria.

Alfonso colocó la tijera con las puntas hacia abajo muy cerca de la costura que una la tirante y el camisón y dio el primer corte. El camisón cogió algo de holgura pero no cayó de dónde estaba. Luego repitió la operación con la segunda tiranta y el comportamiento de la prenda fue exactamente el mismo. Sin embargo eso no era lo realmente importante. Alfonso analizaba cada gesto de su mujer según iba ejecutando decisiones.

-Pedidle con Monedas a Davinia que me dé la orden de bajarle el camisón a mi mujer… Davinia, dejo en tus manos la responsabilidad de decidir cuánto valen estas tetas…

En los altavoces del ordenador se empezó a escuchar con insistencia el sonido predeterminado por el portal para indicar la aportación de monedas. Cuantas más campanitas me escuchaban, más se le aceleraba la respiración a Romina.

-Hasta ahora no sabías si estaba de coña… Podría haber tenido el ordenador apagado y haberte engañado… Pero no… Ahora sabes que hay gente viéndote, ahora sabes que vas a enseñar las tetas por internet… Algo que nunca habrías hecho y, sin embargo, con cada sonido de monedas que suena no hago más que comprobar que esta situación te excita… Pues estás de manos de alguien que no soy yo. Va a ser una jovencita quien decida cuándo vas a exhibirte por primera vez… ante un auditorio expectante y dispuesto a pagar por verte…

La frecuencia con la que caían las monedas empezó a descender.

-Davinia… ¿Te parece una cantidad suficiente?

-Vamos a llegar hasta tres mil, ¡Ánimo chic@s! –escribió Davinia-. ¡Esas tetas tienen pinta de valerlo!

Las monedas volvieron a sonar y la respiración de romina se volvió a acelerar a trompicones. No sabía la cantidad de monedas que había conseguido, ni siquiera sabía cuál era la función de esas monedas, solo escuchaba el sonido de dinero en los altavoces del ordenador y eso la hacía reaccionar de aquella manera. Desconcertada…

Y, entonces, sintió sin esperarlo como Alfonso le tiraba del camisón hacia abajo y dejaba sus pechos al descubierto. De nuevo inspiró profundamente con lo que, involuntariamente, sacó tetas y provocó la reacción de los internautas.

-Ya quisieran muchas mujeres de treinta y pocos tener las tetas que tienes –empezó a leer en silencio Alfonso-. Puedes sentirte orgullosa de tu par de peras. Ni están caídas ni tienen pinta de querer estarlo… Ya tuviera mi mujer las brencas que tienes, hermosa… Son una verdadera delicia… Valían lo que hemos dado por ellas y más…

Aquel último comentario de una pareja llamada ‘novatos del sur’ vino acompañada de una nueva aportación de monedas por su parte que provocó que, de nuevo, algunos usuarios volvieran a dar más. Incluida Davinia que, además, también escribió algo.

-Dile que la envidio. Mis tetas son más pequeñas. Si pudiera elegir unas tetas ahora mismo, sin duda me pediría las suyas.

-¿No tienes curiosidad por saber qué están diciendo sobre tus tetas?

-Sí…

Era su primera palabra desde que le habían quitado la mordaza, un ‘sí’. Aquello alegró a Alfonso. Su mujer no solo había aceptado el reto sino que, además, éste parecía despertar su interés. Sintió que acababa de caer una barrera fundamental en la estrecha percepción del sexo que tenía Romina.

-Te felicitan por las tetas que tienes. Davinia, incluso, las quiere para ella y, por otro lado, todos agradecen que, al respirar, hayas inspirado de la manera que lo has hecho porque las has expuesto… Ahora que lo pienso… Yo creo que hasta lo has hecho a posta, tú querías sacar tetas… presumir de ellas…

Romina volvió a guardar silencio a la vez que sacó la espalda hacia atrás como un acto reflejo para esconder el pecho. Aquel signo indicó que no estaba conforme con la insinuación de Alfonso y que seguía sin vencer sus vergüenzas.

-Hemos visto tetas horribles en mujeres más jóvenes que tú y, a muchas de tu edad, siliconadas. Te aseguramos que tienes unas tetas ideales. Mi mujer dice que le gustaría acariciártelas y besártelas. Y yo opino lo mismo… ¡No sé de qué te avergüenzas! Te acaban de decir que tienes unas tetas ideales… Y les gustan tanto a los hombres como a las mujeres…

Aquel comentario le brindó a Alfonso una interesante idea.

-Leeré en alto la descripción más educada y sensual que escribáis sobre las tetas de mi mujer –dijo dirigiéndose al ordenador-. Y el afortunado, o afortunada o afortunados, tendrá premio…

De nuevo se hizo el silencio durante algunos minutos mientras iban apareciendo en pantalla las primeras palabras. Alfonso leía y observaba el comportamiento de su mujer. Romina estaba nerviosa. La estaban mirando y opinaban sobre sus tetas sin poder hacer nada por evitarlo y, ni siquiera, sabía lo que podrían estar diciendo, como tampoco sabía a qué podría estar refiriéndose Alfonso con lo del premio. Solo se le ocurrían palabras soeces y desagradables que la incomodaban y, respecto a lo del premio, no se le ocurrían nada. Lo cual la ponía aún más nerviosa. La inquietud volvió a apoderarse de ella.

Alfonso se acercó y le metió la mano entre los muslos con el firme propósito de palparle el coño sobre el tanga. Romina podría estar nerviosa pero no cabía lugar a dudas de que también estaba excitada. Estaba mojando la ropa.

-Son dos senos delirantes –comenzó a leer mientras frotaba bien la mano de la entrepierna-. De tamaño exuberante y bien alineados. El tono rosado de sus erizados y proporcionados pezones es el remate perfecto para esas curvas tan apetecibles. Tienen treinta y siete años y no aparentan más de veintidós. Hipnotizan y seducen, ensalzan el busto, acentúan la clavícula y embellecen los hombros. Es el regazo perfecto dónde acurrucarse cuando se necesita el calor de una mujer y también los juguetes perfectos para promover el sexo con desenfreno. Una verdadera obra de Dios, pues solo Dios puede dibujar unas tetas tan perfectas y hacerlas, además, reales.

Mientras escuchaba a Alfonso leer aquella descripción, Romina relajó la presión que estaba ejerciendo con las piernas con la necesidad de centrar toda su sensibilidad en el roce de la mano contra el tanga. Aquellas palabras le gustaron.

-Parece que ‘pareja mediterránea’ se lleva el premio…

¡El premio! Aquello volvió a inquietar a Romina y, de nuevo, apretó las piernas. Alfonso, sin embargo, no dudó en sacarle la mano de donde la tenía y, cogiéndole el tanga por la costura a la altura de la cadera, tiró de él con la intención de quitárselo.

-No te resistas o terminaré cogiendo de nuevo las tijeras…

No tenía elección pero, aun así, permaneció firme en su decisión de no relajar las piernas. Entonces Alfonso le remangó el camisón piernas arriba y cogió las tijeras.

-Pareja mediterránea –empezó a decir en voz alta-, a vosotros os corresponde decidir cuánto vale que le quite el tanga. Podéis empezar a dar monedas.

De nuevo el sonido del dinero comenzó a sonar por los altavoces del ordenador. Romina sabía que iba a perder la prenda tanto si quería como si no. Alfonso estaba decidido a quitársela.

-No pensamos decir nada hasta que alcancéis las siete mil monedas –leyó Alfonso.

Mientras que los participantes continuaban aportando monedas, Alfonso jugueteaba colando las tijeras entre el elástico del tanga y la piel de su mujer. En un par de ocasiones hizo el además de intentar sacárselo con la mano pero Romina se negó. Así que, acercándose a las ocho mil monedas, Alfonso pegó el primer tijeretazo.

-No quiere que se lo quite pero no tiene elección. Seguro que vosotros sí que queréis… Y yo me debo a nuestro querido público…

Mientras que Alfonso jugueteaba con el frío acero del metal sobre la piel más íntima de su mujer, el sonido de las monedas volvió a convertirse en la banda sonora de la escena. Romina luchaba consigo misma. La piel contra la escena. Las tijeras le excitaban tanto como la violaban las monedas. Y la excitación superaba con creces a la voluntad que, además, empezaba a encontrar buenas razones para dejarse llevar. Estaba disfrutando de una situación sexual nueva que le estaba dando mucho nuevo placer desconocido que no le desagradaba, sino todo lo contrario. Y, además, empezaba a ser consciente de la inviolabilidad del anonimato. Podía ser cierto que la estuvieran viendo centenares de personas pero, en realidad, no se conocían ni podrían conocerse y, en el fondo, todos formaban parte de la excitante de la escena, ansiaban el mismo fin… No tenían por qué ser solo viciosos, degenerados y malas personas. Ella no lo era y había tenido oportunidad de comprobar que algunos de quienes la estaban viendo tampoco. Empezó a dejarse llevar y a participar con algo más de voluntad en el juego. Empezaba a gustarle el sonido de las monedas y cómo la excitaban como complemento perfecto al excitante roce del frio del acero de las tijeras sobre su piel.

Alfonso se sentó tras ella y continuó deslizando las tijeras con una mano mientras que, con la otra, acariciaba el cuerpo de Romina. Bajaba hasta el muslo y subía para contonearle una teta. Luego pasaba fugazmente por la espalda para subir hasta el hombro y, levemente, el cuello tocado por la punta de los dedos para, acto seguido y por el brazo, volver a bajar hasta la pierna para repetir el recorrido de nuevo.

Romina no se esperaba el segundo tijeretazo. Estaba tan sumergida en el placer que no había espacio para ningún otro pensamiento. Pero llegó y, casi de inmediato, sintió como la otra mano de su marido tiraba desde el culo de la prenda que, empapada, se le coló con facilidad bajo las nalgas. Cerró las piernas de inmediato y permaneció así durante los segundos que Alfonso tardó en terminar la operación y dejar las cosas sobre la mesita porque, conforme las manos de su marido volvieron a su entrepierna y la sobaron, no pudo evitar relajar los músculos y dejar su sexo expuesto a la red sólo bajo la protección de la palma de la mano de Alfonso. Y Alfonso se encargó de ir preparando el momento oportuno.

-Voy a abrir una subasta por el tanga –comenzó a decir-. El precio de salida son doscientas monedas y, como parte del premio, todas las ofertas que no pasen de cuatrocientas se las voy a dar de regalo a pareja mediterránea mejorándolas en una moneda –hizo un silencio- ¿Qué decís? ¿Queréis tener en casa este tanga para recordar, siempre que os apetezca, este momento?

¡Créete que a Romina le excitó aquella visión comercial de su marido! Vio el negocio y le gustó. Empezó a escuchar de nuevo el sonido de las monedas y le sonaron a gloria. No dudó en ir abriéndose de piernas. Notaba el coño a salvo bajo la mano de su marido y entendió que así permanecería hasta que las monedas no fueran incómodas sino todo lo contrario para ella. Comprendió que, aun estando en manos de su marido, él no haría nada que a ella no le pareciera oportuno y que de ella dependía que pasara o que no. Y se dejó llevar porque aquel sonido ya la inspiraba, ya sumaba a la excitación que ya sentía por otras evidentes razones en vez de restar. Tenía el control.

Empezó a jadear sin pudor y sintió como la mano de Alfonso comenzó a agrupar los dedos de dos en dos y que, a la hora de moverse sobre su coño, empezaban a dejarlo ver e, incluso, se atrevían a juguetear abriéndole los labios. Sintió a su marido acercarse hacia la mesa sin soltarla de la entrepierna y no supo qué pensar. ¿Iría a coger algo? ¿El qué? ¿El tanga para animar la subasta? Pero no le dio tiempo a sentir como las tijeras le hacían una primera incisión en la parte baja del camisón y como, a continuación, ambas manos cogían la prenda desde un lado del corte y, con decisión, tiraban de ella para que se rajara de abajo a arriba de un solo tirón. En apenas un segundo, Romina se había quedado totalmente desnuda, abierta de piernas, chorreando y excitada delante de una web cam. Y le gustó.

-Hace rato que la subasta superó las mil monedas –le susurró Alfonso al oído, aunque al volumen suficiente como para que se adivinara la intención de que se le oyera desde el micro- y parece que todos estamos disfrutando de este momento. Todos menos tú… Que eres la única que no lo está viendo…

Durante unos segundos se hizo el silencio. Alfonso volvió a sentarse tras Romina y sus manos volvieron a acariciar con suavidad su piel, cerca de cualquier parte que oliera a sexo pero sin abusar de él. Romina cerró los ojos bajo la venda y descansó la cabeza hacia atrás. Inspiró, volvió a buscar la excitación en las manos de su marido y no tardó en encontrarla. La idea de quitarse la venda la atraía tanto como la necesitaba. Le sobraba cualquier resquicio de tela por ninguna parte de su cuerpo. Y quería ver… Terminar de ser partícipe de pleno derecho en la escena.

-Quítame la venda –susurró.

Tras sentir la libertad sobre sus párpados, y sin abrir aún los ojos, Romina fue levantando de nuevo el cuello para incorporar la cabeza. Entonces, cuando creyó tener la vista orientada hacia el ordenador, abrió lentamente los ojos.

Empezó a reconocer figuras y se encontró con lo que se esperaba. El ordenador estaba puesto dónde creía que debía estarlo y con la orientación que esperaba. La luz era tenue pero suficiente. Alfonso había apagado la lámpara del techo y había encendido otra secundaria que tienen en la pared. Miró a la pantalla y empezó a reconocer la apariencia de lo que veía. Era un portal de web cams amateur que ya habían visitado con anterioridad cuando Alfonso, a su manera, le iba enseñando el mundo del cibersexo en otras sesiones sexuales anteriores. Reconoció la distribución de los elementos; La ventana de la web cam, el espacio para el chat y los usuarios y conoció el resto de espacios para usuarios emisores que, hasta aquel momento, no conocía.

Superaban los doscientos usuarios conectados, tenían catorce mil y pico monedas y otras mil doscientas y tanto de la subasta. Le parecieron cifras muy altas significaran lo que significaran y se sintió bien. Si todas esas monedas eran por ella tenían que significar algo bueno. Entonces buscó los comentarios del chat y comenzó a leer en silencio lo que había en pantalla.

No le parecían malas palabras sino todo lo contrario. Era capaz de ver en ellas todo lo bueno que encerraban. Lo bien que hablaban de su cuerpo, de sus curvas, las salvajadas que proponían y que, gracias a Alfonso, no se habían realizado... Se sintió a gusto con aquella panda de más de doscientos desconocidos con los que estaba compartiendo aquel momento. Y se sintió a gusto con Alfonso y con el modo en que, en todo momento, había llevado la situación. Pasó de haberse sentido violada en un primer momento, a descubrir que había estado a salvo en toda ocasión jugando a un juego al que nunca antes había jugado y al que, visto lo visto, había estado despreciando sin conocerlo realmente. De no gustarle había pasado a encantarle y aún no había terminado. Sabía cuál era el capítulo final y, de nuevo, estaba en sus manos dejar que Alfonso lo escribiera o no. Y, hasta el momento, había gozado con todo lo que había pasado. Así que podía dejarle terminar. Ansiaba que lo hiciera. Entonces cambió la compostura sobre la silla. Permanecía esposada el respaldo pero se abrió de piernas, irguió la columna sacando las tetas al frente y bajó la cabeza manteniéndole la mirada al ordenador pero, desde ese momento, dejando volar su lascivia y desinhibición de manera cómplice con la red.

-Te he hecho esto porque conozco tu inseguridad tanto como tu desinhibición, Romina. Sabía que no había razón en tus argumentos y necesitaba que tú también lo supieras. Solo quiero que confíes en ti tanto como yo confío…

-Hazme lo que te dé la gana… Seguro que me gusta… Que nos gusta… -Añadió mirando a la cámara.

Sentado tras ella, Alfonso la abrió de piernas frente al ordenador y, mientras que le abría los labios del coño con una mano, le metía los dedos de la otra en la boca para que los chupara. De nuevo echó un poco la cabeza hacia atrás y empapó gustosa los dedos en saliva. Se disponían a llevarla a un momento inolvidable.

Rozaron su clítoris y gimió al contacto. Luego los sintió juguetear por los alrededores de la entrada a la vagina y la estimulación la fue calentando rápidamente. El orden de cosas que hacían ya no era importante, bastaba con el placer que producían.

No podía ver a su marido, le tenía detrás, pero sí que podía mirar al ordenador, a los desconocidos que la observaban. De alguna manera, podía encontrar en la pantalla la forma de interactuar con ellos, que también eran copartícipes del subidón que estaba disfrutando en ese momento. Un subidón que se manifestaba físicamente en el incomparable placer que le producían las manos de su marido que ya había empezado a masturbarla.

Abriéndole el coño con una mano, preparaba dos de la otra para penetrarla. Los sentía y estaba ansiosa por que ocurriera. Los jadeos eran casi constantes y los gemidos empezaban a ser frecuentes. Los escalofríos se concentraban en su sexo y, sin control, salían disparados por la columna para estallar por los brazos, o en las cervicales. Aunque las mejores explosiones eran las que se producían en el mismo coño. Y esas también empezaban a ser bastante frecuentes.

Entraron los dos dedos y la estimulación comenzó a desatarla desde dentro y desde fuera. Enlazaba un gemido con otro y comenzaba a moverse por espasmos. Se apoyaba sobre la almohadilla de los pies y ponía las piernas en tensión, dirigía con las caderas los movimientos necesarios para encontrar el máximo placer en los dedos de Alfonso y gozaba, vaya si gozaba.

De nuevo empezaron a escucharse las monedas y el sonido la terminó de emputecer. Abrió las piernas tanto como pudo, sacó el coño hasta el filo de la silla y gimió descontrolada. Estaba sintiendo tanto placer que comprendió que iba a correrse más temprano que tarde y, tan solo de pensarlo, empezó a sentir los latigazos previos a tan maravilloso momento. Ella sola se sugestionó utilizando todo lo que la escena le ofrecía y, finalmente, alcanzó la ocasión de poder empezar a chillar felizmente su corrida.

Y se preocupó solo de disfrutarlo…

Pasados los primeros segundos de clímax, las contracciones involuntarias de los músculos vaginales continuaban ofreciendo complementarios espasmos de placer mientras empezaba a relajarse. Había sido una experiencia fantástica con un final apoteósico.

-Has estado genial, como siempre –leyó que había escrito pareja mediterránea.

-Gracias –respondió Romina también por escrito-. ¿A qué queréis que juguemos la semana que viene?