La chispa de Eva

A Eva se le presenta una oportunidad para darle una chispa a su vida

Hola, me llamo Eva.

Tengo 32 años y estoy en esa edad difícil en la que toda mujer se ve en algún momento. Supongo que de mí  se esperan las cuatro metas, casarme, hijos, compra de un piso y un trabajo estable, pero hasta ahora no he conseguido ninguna de las cuatro.

A Pedro le quiero mucho, somos pareja y vivimos juntos desde hace 3 años, pero no creo que tengamos las condiciones necesarias para poder casarnos. Vivimos en un piso alquilado en el centro de Madrid. Él trabaja muy duro como taxista para poder ahorrar algo y yo he trabajado de mileurista administrativa desde que tengo uso de razón.

Tampoco estoy muy convencida de que ninguna de esas sean mis metas realmente. Ninguna de esas metas es mi gran pasión.

¿Qué cual es mi gran pasión? Subir a un escenario, poder cantar, bailar, y dar todo lo que llevo dentro. Esa sí sería mi meta, aunque solo fuera por un tiempo.

Ya sé lo que estaréis pensando, mira que lista que quiere ser una actriz o bailarina famosa como todo el mundo, pero sinceramente creo que estoy preparada para ello.

He hecho teatro amateur, recibo clases de danza y voy a todo tipo de talleres, de mimo, de vocalización, de payasos… en los que siempre puedo aprender algo nuevo.

El año pasado hice la obra “Las tres vidas de Diana Murdock” en el Centro Cultural del barrio y fue un éxito. Pablo, el director, me dio el papel principal y no defraudé. Pedro me dijo que le encantó mi actuación, pero creo que no lo pasó nada bien en la escena en la que Mr. Barks me besaba. Supongo que debí haberle puesto en aviso.

Pablo, el director de la obra fue quien propuso que mi compañero de escena pusiera una mano en mi pecho mientras me besaba, siempre que ambos actores estuviéramos de acuerdo. Era una escena de gran pasión y ninguno de los dos pusimos objeción.

Esta escena la ensayamos 3 veces nada más, y luego otras 2 veces entre el ensayo general y la actuación. La primera vez, José, quien era mi compañero de escena me besó torpemente con los labios cerrados y apenas acercó su mano. Le temblaban los dedos como si fuera un niño y fui yo quien le tuvo que coger la mano y apoyarla en mi pecho para darle confianza.

En el tercer ensayo, Jose me besó buscando con su lengua la mía y cogió mi pecho con tal confianza, que sentí sus dedos jugando en mi pezón. Al finalizar la escena tuve que hablar con él.

-. Mira Jose, sé que esto es teatro y que los dos estuvimos de acuerdo en hacer la escena así, pero no me gustaría que te aprovecharas de ello.

-. Siento que pienses así, Eva. Mi única intención es dar emoción y sentimiento a la escena.

-. Ya, pero el día de la actuación estará mi chico entre el público. Solo te pido limites tu emoción y sentimiento a lo que marca nuestro director.

Durante la representación Jose volvió a ser el torpe de los labios cerrados y de la mano temblorosa y creo que su mala actuación ayudó a que Pedro no se incomodara tanto.

De hecho, recuerdo que aquella noche Pedro me hizo el amor con algo más pasión de lo habitual. Supongo que es humano el morbo que puede despertar ver a tu pareja con otro, no lo sé.

Volviendo a cómo es mi vida actual, supongo que me enfrento a una edad en la que debo tomar decisiones sobre si seguir con una vida corriente en la que se buscan “las metas” de las demás o tratar de buscar, por difícil que sea, algo de chispa. Al menos una de esas chispas me llegó por casualidad tras una llamada de teléfono el pasado mes de Noviembre.

-. 645.23…… no sé de quien es este número. ¿Dígame?

-. ¿Hola?.- Se escuchó una voz entrecortada en el teléfono.

-. Si, si yo te oigo, ¿Quién eres?- Dije en voz alta.

-. Espera que me cambie de sitio. Tengo poca cobertura.

-. ¿Quién eres?- Repetí.

-. Eva, soy Pablo.

-. Pablo, ¿Qué Pablo?

-. Ay Eva! Pablo Deltono, el director de teatro.

-. Ah! Pablo, perdona. Es que se oye muy entrecortado, no te había conocido.

-. Mira, no te quiero entretener. Tengo un conocido artista que necesita ayuda y he pensado en ti. Te mando un mensaje con su móvil y le llamas de mi parte.

-. Si, si genial, pero ¿de qué se trata?

La llamada se cortó y pocos segundos después recibía un sms, con un nombre y un número.

Sin esperar a volver a hablar con Pablo marqué el número del mensaje.

-. Buenos tardes, quisiera hablar con Dante, llamo de parte de Pablo.

-.Buenas tardes, yo soy Dante.- Contestó una voz masculina con ligero acento italiano.

-. Me llamo Eva, Pablo me ha dado su número…

-. Ah si! Eva, ¿te viene bien mañana a las 10:30 de la mañana?

-. Vaya, de verdad que lo siento, mañana trabajo. ¿Podría ser por la tarde o en fin de semana o..?

-. No, no, tiene que ser a las 10:30. Siento haberle hecho perder el tiempo señorita.

-. Bueno, espere, espere. ¿Cuánto tiempo me llevará?

-. Supongo que cuatro o cinco horas, más o menos. Yo diría que a las 3 y media de la tarde habremos terminado.

Mi cabeza empezó a dar vueltas como una peonza y no sé cómo, le dije que estaría a las 10:30.

-. De acuerdo Eva, te mando un mensaje con la dirección. Sólo te pido que seas muy puntual. Supongo que Pablo ya te ha dado todos los detalles.

No sé por qué contesté que sí, que Pablo ya me había dado todos los detalles. Supongo que me dio miedo volver a poner pegas a la cita.

Nada más colgar a Dante, volví a llamar a Pablo para que me diera esos detalles, pero ya no hubo manera de volver a contactar con él.

Al día siguiente amaneció lloviendo copiosamente. Pedro me acercó al metro a las 7:30 de la mañana, como cada día. Pero no iba a ir al trabajo, a las 8:00 hice una llamada para decir que no me encontraba bien y como una niña que hace novillos en el colegio cogí el metro en la dirección que me había enviado Dante.

Mientras viajaba por una línea que no era la habitual, suplicaba por no encontrarme con ningún conocido que me preguntara el por qué de esa dirección.

Llegué con más de una hora de antelación a mi destino. Al salir de la estación me encontré en una zona residencial. Dante me había dado la dirección de su domicilio.

Al llegar al número de la dirección indicada, me encontré una mansión, rodeada de una verja totalmente poblada por vegetación perfectamente cuidada.

Seguía lloviendo, pero la en la zona era evidente que no encontraría un bar donde guarecerme así que opté por esperar en la puerta con mi paraguas hasta que diesen las 10:30.

Poco después de las 10:00, llegó un Aston Martin del color gris a la puerta del garaje.

-. ¿Eva? Dijo una voz desde dentro del vehículo.

-. Si

-. Soy Dante, pase, que se está empapando.

Hice ademán de entrar al coche.

-. No, no, perdone que no le deje entrar en mi coche, pero es que está usted empapada, pase detrás del coche.

Una vez dentro del garaje, Dante salió del deportivo. Era un tipo normal, de unos 45 años, más bien bajito, con ciertas trazas de canas en su cabello.

-. Disculpe que no le haya dejado entrar en el coche, pero es que me iba a poner la tapicería perdida.

-. No se preocupe.

-. Ha llegado antes de tiempo. Pase y tomaremos un desayuno.

-. Gracias, ya he desayunado.

-. Al menos espero que me acompañe, pase por aquí a la cocina. Si lo desea puede quitarse los zapatos.

La casa de Dante era impresionante. Como diría mi madre “puesta a capricho”. Un estilo acogedor y minimalista donde cada detalle parecía tener su por qué.

Dante se puso un café y me preguntó por mi experiencia artística. Le hablé de mis actuaciones en el teatro amateur, de mis talleres de expresión, de mis clases de danza.

Él me miraba no sólo atendiendo a mis palabras, parecía fijarse en los detalles, en mis gestos, en mis miradas. Esa forma suya de observarme me hacía sentir importante, pero a la vez me agobiaba pensar que cualquier metedura de pata, él la detectaría.

-. Es impresionante, que con un trabajo le de tiempo ha hacer todo esto que me cuenta. Creo que tiene una gran vocación por el arte. ¿Por cierto, al final ha pedido permiso en el trabajo?

-. No, les he mentido.

-. No me lo diga. Les ha llamado y les ha dicho que le duele la garganta.

-. Y fiebre, mucha fiebre.

-. Bien, si quiere podemos empezar. Pase al dormitorio de la derecha y cámbiese.

Entré en un dormitorio de ensueño, donde había colgada una percha con una funda con ropa. Pero al abrir la funda, tan solo había un corsé de alta costura en color burdeos y unas braguitas de color negro.

-. ¿Hola? ¿Dante?

-. Si, ¿ha encontrado la ropa?

-. Es que solo hay un corsé y…

-. Eso es, le espero en la cocina mientras acabo el café.

En este momento eché de menos no saber los detalles que debió haberme contado Pablo. Pero ya había llegado muy lejos para no seguir adelante. Tenía la esperanza de que fuera una prueba, un casting y que no me utilizara para nada sexual. No tenía ganas de salir corriendo de aquella casa vestida con esa ropa y lloviendo a cántaros como estaba.

Salí del dormitorio con el corsé, la braguitas, medias, liga y zapatos de tacón tan alto que apenas sabía dominar.

-. Bellísima, muy bien, acompáñame al estudio.

Le seguí por un laberinto de pasillos hasta llegar al citado estudio. Por fin descubrí que Dante era pintor, o al menos era una gran afición.

-. Siéntate aquí. – me dijo. El cheslong donde estaba sentada parecía una autentica reliquia.

-. Supongo que estarás pensando si este chaise longue es auténtico.

-. Algo así estaba pensando.

-. En esta casa todo es auténtico. Por esta pieza pagué 12.000 dólares, así que espero que no pongas los pies encima.

-. No se preocupe…

-¡Es broma!, relájate. El chaise longue es auténtico, pero tú también lo eres.

-. Vaya, gracias. ¿Podría secarme un poco el pelo con una toalla?

-. No, me gusta tal como lo tienes.

-. ¿Me va a pintar?

-. No, voy a sacar 3 o 4 bocetos a carboncillo, con diferentes posturas. No creo que tardemos más de 20 minutos por cada boceto. Si te cansas, podemos hacer una pausa para tomar un lunch a eso de la 1 y media si te parece.

Dante se parapetó tras su caballete y su lienzo. Se quedó observándome unos minutos, explorando cada rincón de mi cuerpo y así comenzó a dibujar.

Su mano derecha era ágil y su izquierda retocaba con la yema de sus dedos. 15 minutos después había finalizado el boceto.

-. ¿Puedo verlo? Insinué.

-. No, ahora ponte de pié, junta las piernas… así, mirada desafiante.. Perfecta. No te muevas.

Volvió el mismo ritual, unos minutos de observación y volvió a la carga con toda su energía creativa.

-. Muy bien, muy bien.- Dijo al finalizar su segundo boceto.- Vamos a descansar unos minutos.

Agradecí el descanso. Los tacones me estaban matando.

-. Bien Eva, ahora quiero que te quites las braguitas y te des la vuelta, te abres de piernas y los brazos en esta posición. ¿Ok?

-¿Me quito las braguitas?

-. Si por favor.

De pronto me temblaba la voz. No me hacía ninguna gracia enseñar nada a un desconocido. En ese momento se me vino a la mente Pedro, mi trabajo en la oficina y qué se me había perdido a mí en esa casa de la que ni sabía si cobraría un solo céntimo.

-. Cuando quieras Eva, que vamos bien de tiempo, pero no me gustaría retrasarme.

Me di la vuelta para quitarme las braguitas, pero pensé que con esos tacones podría llegar a caerme si me las quitaba de pie. Al final me senté en el cheslong y me saqué las braguitas ante la atenta mirada de Dante que no perdía detalle.

Traté de ocultar todo lo posible mi sexo ante su mirada, pero imaginé que el señor Dante había podido ver sin duda todo lo que gustosamente hubiera querido ver.

De pronto pensé si estaba bien depilada… ah sí, el martes me lo había arreglado. ¿Pero, porqué me había venido eso a la mente? Yo no quería mostrar nada… aunque ya que lo había mostrado, mejor tenerlo perfectamente arregladito.

Me di la vuelta mostrando mis nalgas bajo el corsé a Dante. Tengo unas nalgas que son un auténtico melocotón. Estoy muy orgullosa de mi culito respingón, así que disfruté pensando que Dante estaría observando mi maravillosa fruta.

-. Perfecta, perfecta. Dame unos minutos más y ya puedes volver a descansar.

Al terminar me giré ya sin pudor. Me había sentido tan observada los últimos 15 minutos que el hecho de mostrar mi coñito a Dante no me produjo ninguna perturbación.

-. Eva estás perfecta. Creo que lo vamos a dejar por hoy, no quiero cansarte.

-. ¿Ya?

-. Como quieras. Yo tengo tiempo para un último boceto.

Miré a los ojos a Dante, tal y como el me había mirado desde que entré por primera vez empapada en su cocina y no pude evitar mirar si estaba excitado.

Posé mis ojos en el bulto de su pantalón y él se notó observado.

-. ¿Quieres que me quite el corsé?- Le pregunté

-. Claro.

De pronto mi sangre entera destilaba sensualidad. Me fui quitando el corsé poco a poco, sin perder de vista ni los ojos, ni el bulto de la entrepierna de Dante.

Dejé caer el corsé, y por fin estaba totalmente desnuda, mostrando mis pechos, no muy grandes pero realmente jugosos y más a mis 32 años.

Llegué hasta el cheslong y me tumbé, dejando mostrar todo mi cuerpo, notaba como mis pezones se habían endurecido, como poco a poco me iba humedeciendo.

No pude evitar acariciarme un par de veces los pechos, haciendo como si me los colocaba, pero realmente necesitaba una caricia, como aquellas que me hacía Jose en los ensayos.

Dante me observó como siempre unos minutos, escrutando cada centímetro de mi cuerpo, haciendo que cada vez estuviera más excitada.

15 minutos después había acabado el boceto.

-. Se acabó.

-. ¿Ya? ¿Puedo verlo?

-. No

Dante comenzó a pasar la mano por encima de su bulto, acariciándolo, masajeándolo.

Esta parte había dejado de gustarme, no estaba dispuesta a tener sexo con aquel hombre por muy excitados que ambos estuviéramos. El juego de las miradas había estado bien, pero no me imaginaba siendo penetrada por aquel hombre. De pronto vino a mí la imagen de Pedro, y pensé que debía ponerme en pie y empezar a recoger.

Para cuando había tomado tal decisión, y al encontrarme ya de pié, Dante ya estaba junto a mí, y colocó sus manos ligeramente tiznadas de carboncillo en mis pechos.

Me sentí sin fuerzas para decirle nada, solamente esperaba que se conformara con tocarme los pechos.

A los pocos segundos cogió mi mano y la bajo hasta su pantalón, y no pude evitar sentir la sensación de su pene excitado, queriendo salir.

No sé cómo, pero me vi desabrochando su pantalón, su cinturón y bajando ligeramente sus bóxer para descubrir su pene totalmente excitado. Mi mano lo tomó y comenzó a acariciarlo, dejando su capullo al aire.

Poco después note una mano en mi nuca, era evidente que quería que me lo introdujera en la boca. Me arrodillé y lo besé. Su sabor me abrió de nuevo la puerta a la excitación y me lo introduje entero. Traté de mirar a los ojos a Dante y allí estaban, clavados a los míos.

Me abrazó para ponerme con las piernas abiertas tumbada en el cheslong, y noté como una lengua de perfectos movimientos llegaba a mi clítoris, subiendo y bajando, haciéndome disfrutar cada milímetro de mi sexo, introduciendo de vez en cuando su lengua en mi interior y provocando en mí un estallido de placer.

Poco después noté como esa lengua subía por mi abdomen y se posaba en mis pezones… y ahí fue cuando noté su pene penetrándome.

No pude evitar dar unos ligeros gritos de placer que Pedro no había conseguido arrancarme, ni siquiera el día que me hizo el amor tras la obra de teatro.

Noté como Dante bombeaba en mi interior y yo no podía hacer nada más que disfrutarlo.

30 minutos después de la primera caricia, Dante eyaculaba en mi boca y yo tenía mi tercer orgasmo.

No entendía como me había dado tanto placer tragar todo lo que Dante se había vaciado si con Pedro me resultaba tan difícil complacerle.

Cuando empecé a vestirme no me sentía sucia, y supe que jamás tendría remordimientos por aquello que había disfrutado tanto.

Solo esperaba que Pedro no tuviese ganas de hacer el amor aquella noche… quería reservarme para mí, para pensar en lo que había sucedido esa mañana, para poder masturbarme pensando en que Dante volvía a correrse en mí.

Al día siguiente, Margarita, mi jefa me preguntó qué tal me encontraba.

-. Eva ¿Qué tal tu garganta?

-. Mejor, mejor, me tomé algo y me alivió mucho las tensiones.