La Chispa

Penas sumaban cuatro horas desde que nos presentamos y sin medrar ni casi recordar nuestros nombres, ella hablaba de “chispa” para coartar lo que media hora antes la había llevado a insultarme mientras penetraba salvajemente la humedad de su entrepierna.

-         Tenías la chispa.

Y con eso, para ella, enredada entre el satén de las sábanas, todo pecado se justificaba.

Y ese todo, incluía aquella cama, aquella batalla desnuda y la sensación ingrata de no haber comprendido bien las razones por las que me deseaba.

No era mi cuerpo vulgar, ni mi polla mediana ni mucho menos las torpes trazas.

Apenas sumaban cuatro horas desde que nos presentamos y sin medrar ni casi recordar nuestros nombres, ella hablaba de “chispa” para coartar lo que media hora antes la había llevado a insultarme mientras penetraba salvajemente la humedad de su entrepierna.

¿Para que otra razón si nada más importaba?.

Pero para el yo curioso, saber más era alimento e indagué sutilmente el porque de su consentimiento a que yo entre cientos, fuera el que esa noche gozó medrando bajo sus bragas.

Unas bragas rosas, una talla menor a la debida y que la dotaban de un algo de infantil y de un todo carnal y somnoliento.

-         En el bar eras el único que no sabía.

-         Pues vaya – respondí con aire decepcionado.

-         El único que no miraba, el único que deseaba pero no se atrevía, el único que no echaba la vista con descaro. El único que aun no piensa solo con la polla.

-         ¡Oye que no ando buscando casorio!.

-         Mira – su voz juzgaba cierto hartazgo. Yo no comprendí y ella no estaba dispuesta perder el tiempo en conseguir que lo hiciera - ¿Qué hiciste cuando me acerqué?.

-         No se, saludarte supongo.

-         No. Cuando me acerqué, miraste al suelo. Oye…dentro de media hora volveré a follarte. Pero luego, esta que tienes delante se levanta, se viste y sale por esa puerta. ¿Y mañana?. Mañana tal vez volvamos a follar. Pero no será lo mismo. Ahora ya no tienes la chispa.

Y se marchó, abandonando un yo solitario e intrigado, preguntándose quien era aquella insolente y magnífica folladora para dejarme allí, derrotado y en pelotas.

Pensé que tal vez su secreto se escondía en la manera provocadora, ansiosa, fanática con que me devoraba la lengua.

Allí, en un local atestado, delante de toda la peña pero irónicamente sintiéndonos a solas, como si alrededor de nosotros, no hubiera más que una vacío sin cámaras ni juicios y nadie fuera a echarnos nada a la cara por las manos que ella usaba para sobar descaradamente bajo la bragueta.

-         Ummm..- suspira lamiendo mi oreja – Ya la tienes mojadita.

Decidí no quedar en ridículo y, con briosa torpeza, traté de hincar mis dedos en unas piernas que ante la arremetida….no se abrieron.

-         Las prisas aquí las tengo yo – y no me atreví a levantar protesta.

Sobre todo porque asiste el manubrio lo justo como para no tolerar queja, lo justo para liberarlo provocando que la sangre fluyera como en un torrente, tenso, rabioso, indescriptiblemente placentero.

-         ¿Te queda claro?.

Desde luego.

Pensé si la perdida chispa tendría algo que ver con mi sometimiento…sometimiento ante la desbordante energía con que ella mamaba en el descansillo, empotrándome contra la cabina del portero, con los pantalones en los muslos y ella arrodillada, aterrorizado por las luces del pasillo, encendidas por alguna vecina santurrona y desvelada.

Eran las tres de la madrugada y podía aparecer Benito, el del quinto al que le caía la desgracia de un pésimo turno en la fábrica de aspirinas…!Dios como chupas! ¡Como chupas!....o Luisa la insomne del segundo B, amargada, religiosa, paranoica, sospechosa hasta del vuelo de una mosca….lámela así, ensalívala bien por favor…o Pedro el facha del octavo que siempre andaba quejándose de la falta de orden y decencia al tiempo que presumía de la automática que bajo la almohada, esperaba a limpiar el barrio de incordios y maricones…!para, para que me corro!.

Pero no paraste, no escuchaste, no perdiste ni un segundo.,…ibas a la tuya y la tuya en ese momento, eran los dieciocho gruesos centímetros de mi polla.

Mis manos traicionaron, agarraron esa cabeza mientras tu, con una la cogías para estrujarla y que no quedara gota y con la otra aferrabas mi culo para que follara más a gusto tu garganta.

Apreté los dientes y reventé.

Se que no escapó un grito como ni un milímetro de mi semen consiguió escabullirse a la gula de tu boca….todo entero y como cereza, tu lengua recorrió el miembro desde el grande hasta la cabeza, paladeando el sabor de mi derrota.

-         Y ahora es cuando empezamos.

Y ahora era cuando temblaba.

Un temblor ante tu omnipotencia, ante tu superioridad y exigencia…la que tiene una y quiere tres sin dejar nunca de desear nueve….y yo delante, acobardado, encomendándome a todos los santos, esos que de esto nunca pecan, esos a los que nunca se reza.

Y ellos me escucharon.

Porque en el mismo ascensor noté que la erección no se perdía y que el sabor lechoso de tus besos a boca abierta, hacían que la sangre no se retirara y con ella mi polla se rindiera.

Porque mientras intentaba dar con la llave adecuada, tus dedos jugueteaban por la espalda, entre las costillas de mis pectorales, mordisqueando ignorados misterios de la nuca.

“!Que hija de puta como maneja!” – pensaba.

No di con el interruptor, no di con la habitación ni con el perchero que se vino abajo con estruendo.

No di con la puerta ni con la hebilla del cinturón pero si con el sofá, donde me arrojaste como un pañuelo para alejarte tres ligeros pasos que a mi se me hicieron universo.

Deshiciste los tirantes del peto, te quitaste con naturalidad la camiseta, descalzaste tus pequeños pies y pusiste en los tobillos las braguitas.

El sujetador no existía y los calcetines, cortos y azulones, se quedaron puestos porque luego confesaste que aquello te enloquecía.

-         Eres perversa – le dije.

-         Y tu serás lo que yo quiera.

Tragué saliva.

Tragué sin poder saber como era posible que dos minutos más tarde, por obra de tus habilidades, estuviera igual de desnudo y tu aproximando mi mano al coño…”acarícialo suave, no seas brusco, esto es mi juguete favorito, trátalo como si fuera el tuyo”.

Nunca había masturbado a una fémina.

Y por los acelerones y torpezas lo comprendiste sin explicaciones.

Me enseñaste a hacerlo como en un susurro que poco a poco vocaliza, va de menos a más, aprende a encontrar los mágicos puntos, apura cuando una quiere o endulza con las yemas, apenas rozando un clítoris hinchado y humedecido.

Gemiste, te abrazaste con creciente fuerza, hincaste tu coño hasta restregarte como si mi mano no existiera.

-         Quiero follar.

Ya había escuchado antes la frase.

Pero no el tono con que la pronunciaste.

-         Quiero follar – como si aquello fuera tan diario y natural…como respirar, hacer la cama, comerse un bocadillo o tirar de la cadena – Quiero follar.

Y así la cogiste así la colocaste en tu entrada, así descendiste lentamente, cerrando los ojos, con el rostro descompuesto, expirando placer…:”ufffff”:…por tus labios….aliviando tu hambre acumulada durante tan largo rato.

Y yo allí, no sabiendo si follando o siendo violado….con una cara de pretender llegar y haber sido ya superado.

Pensaba y no debía hacerlo….porque en aquel sofá de apartamento, aquella noche de sexo y milagros, eras tu quien pensaba y yo quien callaba…pues estaba aprendiendo.

Alzaste las caderas liberándolas jugosa y volviste a descender más profundamente que la primera…y luego otra y otra, otra más, arriba y abajo, cada vez más rápido, hasta hacerlo como una bestia, como un animal encelado que solo se desfogaba con las arremetidas de una buena polla….y yo debajo tratando de entretener lengua y conciencia entre tus pequeñas tetas mientras para los adentros suplicaba por aguantar, por llegar a tu altura, por no quedar en el más rastrero de los ridículos.

Aferrarte a mi cuello, arquear la espalda…penetrarte como si mi polla fuera tuya, colgar tu melena hacia atrás y permitir que mis manos sostuvieran tu culo….eras tu quien decidía aquella corrida, sonora, desbocada, gritona, hiriente, pública….fuiste tu quien lejos de acabar, saliste para informarme que querías una buena lechada en tu coño.

-         ¿Todavía?.

Si, todavía.

Todavía te sobraban las fuerzas, todavía no estabas satisfecha, todavía me dolían los huevos, excitados como si no hubieran hecho ninguna descarga.

Me llevaste como un niño de guardería a la primera cama que elegiste.

Y sobre ella, exigiendo como, te pusiste a cuatro para que un imbécil como yo, de pie y asustado te follara al son de tus instrucciones, como una puta hembra, con tus caderas ofrecidas y el aroma a sexo, a sexo húmedo que me enloquecía tanto como acobardaba.

-         ¿Qué te pasa?...¿Es que no sabes darme duro? – te quejaste porque te penetrara con pueril delicadeza – Si me la metes es para darme caña ¿te enteras?.

Y lo hice.

Lo hice excitado, enloquecido, resabiado y si, cabreado.

Lo hice por ti, por tu cuerpo venenoso, por tus trazas de afrontar aquella follada, por humillarme y hacerme gozar de aquella forma desconocida, hipnótica y algo ingrata, por hacer que descubriera que aun era niño de teta…porque con cinco años de más, eras tu quien sobre esa cama, en cada rincón del apartamento, me hacías sentir como un conejito perseguido por tu yo felino.

Te di duro, te di despiadado,  golpeando mis caderas contra tus glúteos, sin pensar ni oír tus gritos de dolor…o de regusto….”!fuerte, fuerte, más fuerte hijo de puta!”.

Entonces no hubo manera, entonces alcancé mis fronteras…tu gritando y yo reventado y reventando, asesinando el silencio en el desvelo del vecindario….”!no tengo condón!, ¡ostias no tengo condón!”….”!si te sales te mato!”.

Y nos corrimos, tu con el coño deslizante y húmedo, yo vaciando para llenarte hasta  incluso rebosar cayendo sobres las sábanas.

-         Tenías la chispa.

Esa chispa que ahora, en tu probablemente perpetua ausencia, me tenía allí, rodeado de amigos, humo y cervezas, ausente entre la nube pensando en como es que la tenía y ahora, como azucarillo en agua, estaba disuelta….¿que era lo que hizo que aquella mujer que tu eras, tan firme, tan dura y resabiada decidiera que esa noche iba a ser yo quien te penetrara?.

Tu fundiéndome de placer y yo, con la sensación de andar a medias.

A medias si.

Como ella…la chica morena de pelo rizado, algo mofletuda, algo rellenita que paraba junto a la puerta de los lavabos, donde nadie paraba en su existencia y el olor no era a fresa.

La misma chica timorata que tantas veces me cruce y tantas no supe el nombre, con la que se compartía ambiente pero no gusto y que nunca hasta ese instante, había revisado calibrando como esa noche lo hacía.

Y no era de extrañar porque, alejada de la prepotencia y exhibición de las supuestas amigas, ella miraba al suelo esperando que no se aburrieran y poder pasar desapercibida…evitar convertirse en su objeto de sutil y puntiaguda burla.

Una de esas chicas que sabían lo que era un pene entre las piernas.

Un pene, no un hombre.

Una de esas chicas que habían sentido la humedad pero no la locura, que había gemido su placer pero no suplicado cuando se le acercaba y gritado desventrada cuando el torrente la derretía.

Una de esas chicas que pisa superficialmente por el camino que le enseñaron sin que  aparezca una mano para mostrarle que fuera del dictado, hay un universo dispuesto para quien osé atravesarlo.

Una chica con chispa.

Sonreí.

Sonreí al acercarme, sonreía al ignorar las miradas reprobatorias de sus amiguitas, sonreí al tenerla de frente, al saludarla, al catarla conteniendo el deseo en un poco sutil arriba y abajo.

No, no era la mejor según los superficiales dictados.

Tampoco por el inmaculado iris de unos ojos vergonzosos y medio apagados.

En aquel local era la mejor porque tras sus retinas, se escondía el brillo de la chispa.

Y esa chispa, en exclusiva, solo por esa noche, una vez y luego nunca…iba a ser mía.