La chica nueva y el bedel.
Dolores acaba de entrar como limpiadora al colegio, y tendrá que lidiar con el enfadica conserje, a quien llaman el Vinagrón... pero todos sabemos que sólo odian los que no son amados.
(Nat, me pediste un relato de Dita y Lobo, y lo tendrás, pero la inspiración para éste llegó primero, y no podía desaprovecharla…. Será el siguiente, prometido)
El patio de la escuela estaba llenito de niños que jugaban, gritaban, se perseguían y reían. Dolores los miraba con arrobo, recordando al suyo, que hacía tiempo que había dejado atrás esa encantadora edad, y jugado en ese mismo patio… “si bien, ningún hijo tiene ninguna “edad encantadora”, hasta que ya ha pasado”, se decía la mujer, que lo sabía bien. Su chico tenía ya dieciséis años, y aunque cuando tuvo cinco o seis, como éstos, acabó hartita de caprichos, llantos y “mamá, tengo miedo”, “mamá, no me gusta el pescado”, “mamá, ¿por qué yo no tengo papá?”, hoy día echaba de menos el que su Toñito se le lanzase en los brazos y se le quedase dormido sobre el pecho con un dedo en la boca, o que el problema más difícil que tenía con él, era explicarle que no todas las mamás tienen a un papá a su lado… y ser fuerte para no decirle que nunca sabría lo a gustísimo que estaban los dos sin “su papá”, y lo afortunados que eran por que fuese un cobarde, además de un desgraciado.
Mientras cruzaba el patio, buscando a quién preguntar por lo del empleo, oyó el llanto de una niña, y se volvió. Un chiquillo, de unos ocho años, daba tirones de una muñeca que también sostenía una niña, que no tendría más de cinco, intentando quitársela. Dolores, instintivamente, estuvo a punto de ir, pero entonces, le vio…. ¿Pero, todavía seguía allí…? Una sombra se proyectó sobre el niño, que se quedó quieto y soltó la muñeca, y la niña aprovechó para largarse, con una risita de triunfo. El niño intentó dar un paso, pero una manaza de hierro le frenó.
-No tan rápido, señorito… - El niño se volvió, con la cabeza agachada, y el bedel se cruzó de brazos, con una expresión terrible bajo su grueso bigote. “¿Seguirá alzando la ceja…?” se preguntó Dolores – Míreme a los ojos. ¿Le parece que está bien abusar de las niñas e intentar quitarles sus juguetes? ¿Le gustaría que yo, que soy más fuerte que usted, le quitase sus cosas? No, claro que no… Repita conmigo: “yo no debo abusar de mi fuerza con los pequeños y quitarle sus cosas a los demás, obligando a intervenir al vigilante”. Repítalo. – el chiquillo repitió, tan bajito que apenas se le oía. – Memorice la frase, porque para mañana, la quiero conjugada en todos los tiempos del indicativo, y ¡ay de usted como falte una sola persona! ¿Ha quedado claro? El resto del recreo, de cara a la pared. – Cuando el niño se marchaba hacia la pared, conteniendo las lágrimas, el bedel le miró marchar alzando despectivamente una ceja, y Dolores tuvo que aguantarse la risa.
-Buenos días… - susurró, y el vigilante la miró. – He venido por lo del empleo… - la mujer tendió el recorte del periódico, y el hombretón lo medio miró.
-Ah, sí, la esperaban… ¿Le molesta esperar… - el bedel consultó su reloj – cinco minutos, hasta que toque el fin del recreo?
-No, en absoluto. – contestó ella, y se quedó de pie junto al vigilante, cuya mirada recorría todo el patio, y parecía casi deseoso de que algún niño montase jarana o hiciese cualquier cosa que le hiciera acreedor a un castigo. Dolores ya lo recordaba así cuando ella iba a buscar a su hijo, hacía ya más de seis años… Siempre vestido de terno gris, con su corbata negra, con el pelo negro empezándole pasada la mitad de la cabeza, y unos cuantos mechones recolocados en la calva, el bigotón negro, los ojos oscuros y la cara de mal genio, corpulento y glotón, siempre de malhumor, temido por los niños y por los empleados… no era precisamente su ilusión trabajar a su servicio… pero no dejaba de hacerle gracia verle de nuevo. ¿Cómo le llamaban los niños….? ¡Ah, sí, el…! Jijiji… ¿todavía usarían aquél mote….?
-Se muere usted por preguntarlo. – El bedel se había dado cuenta de cómo ella le miraba y se reía con disimulo. – Sí, me siguen llamando el Vinagrón, o Don Vinagrón. Lo hacen a escondidas, creen que no me entero. Pero me entero de todo. De todo.
-Perdón… comprenda que me daba corte preguntárselo… Mi hijo estuvo aquí, con usted.
-¿Lo ha cambiado de colegio…? – interrogó el bedel. Dolores supo a qué se refería. La mujer tenía treinta años, y una cara redonda de niña que le hacía aparentar menos… Sin duda el vigilante pensaba que su hijo, era un niño de corta edad.
-En cierta manera, sí… del colegio, al instituto; mi hijo tiene ya dieciséis años. – El Vinagrón abrió mucho los ojos – Ahora es usted el que se muere por preguntarlo…. Sí, me quedé en estado con catorce años. También a mí me siguen llamando cosas a escondidas, y creen que no me entero.
-…Entiendo. – musitó el bedel, sintiéndose algo apurado, y se dirigió a hacer sonar la campana de fin del recreo. Al oírla, los niños se pusieron en filas con el resto de sus compañeros, aún hablando y haciendo jaleo; el Vinagrón dio dos palmadas, y todos se callaron al momento y miraron hacia delante. El bedel hizo un gesto a los pequeños, los de parvulario, y entraron, todos calladitos, en el interior ya les esperaban sus maestras para llevarlos a sus aulas… a continuación entraron los de primero, siempre en orden, y después los de las clases restantes, hasta el quinto de básica. Cualquiera diría que tal cosa llevaría bastante tiempo, pero, supervisada por la mirada severa del Vinagrón, los niños regresaron a sus aulas sin pararse ni correr, en poco más de dos minutos. – Si me acompaña…
Dolores asintió, y se dejó guiar por el bedel, que la acompañó al despacho del director, con quien se entrevistaría para que le dieran el trabajo de limpiadora que venía a buscar. El Vinagrón llamó a la puerta para presentarla al director, y se marchó. “Follando con catorce años, qué locura… así están las cosas hoy día, que no hay valores, no hay vergüenza… Niñas dejándose, no ya sobar, sino directamente… Qué mundo éste”, iba pensando el Vinagrón mientras se alejaba, camino de su “despacho”, como le gustaba llamar a su garita. Y no quería ser consciente de ello, pero una parte de sí mismo, también quería pensar “¿y si hay chicas con catorce años que lo hacían, por qué nunca di con ninguna, yo…?”
Los días pasaban lentamente en el colegio, Dolores hizo enseguida buenas amistades entre el profesorado y las otras mujeres de la limpieza, que en total eran cuatro, y Dolores la más joven de ellas. Las otras estaban casadas y tenían hijos más o menos de la misma edad que el suyo, pero los habían tenido más tarde “cuando deben tenerse los niños”, pensaba Dolita, “no cuando apenas acabas de dejar el osito de peluche. Sus compañeras, al principio, no tocaban ese tema con ella… pero finalmente, ella misma fue la que habló. Salió, simplemente:
-Era un hombre mayor que yo, tendría casi treinta por entonces, y era feriante. Tenía una caseta de tiro al blanco y venía en las fiestas del barrio. – contó – Figuraos el tipo, camisa de manga corta sin cerrar, camiseta de tirantes debajo, felpudo en el pecho, mogollón de cadenas de oro, bigote de actor porno y cigarrito en el colmillo, y más labia que un picapleitos. No paraba de hablar… y yo tenía catorce años, y lo típico: te piensas que ya eres mayor y lo sabes todo.
-Valiente sinvergüenza, hace falta ser malnacido para aprovecharse de una criatura. – comentó Rocío. Dolita se llevaba bien con todas sus compañeras, pero Rocío, era quien más la quería, y Dolita estaba a la recíproca.
-El caso es que yo le gusté, supongo que le gustaban todas, o la mayoría, pero yo le hice cara. Le seguí el juego, y eso hizo que me convirtiera en su favorita de todas las chicas que iban a su barraca. Empezamos a hablar… me contó muchas mentiras, y yo me las creí todas, porque quería creérmelas. Me dijo que estaba enamorado de mí, que me fuera con él, y lo hice. Me escapé de casa para estar con él, y yo creía que iba a ser una historia de amor maravillosa, pero no tardé en darme de dientes con la realidad.
-¿Te pegaba…? – preguntó otra de las compañeras.
-A tanto no llegó, gracias a Dios, me amenazó un par de veces, me zarandeaba cuando estaba bebido, pero no llegó nunca a bajar la mano. Luego me pedía perdón, y… yo era una niña, y le quería. Entonces todavía le quería… le quería a él más que a mí misma, así que siempre le perdonaba. No ahorrábamos nada, todo se lo pulía en beber, y en las cartas, le gustaba jugar más que a un tonto una tiza, y le importaba un pimiento si perdía. Mientras fue verano, lo soporté… pero cuando llegó el invierno, y el agua y el frío se colaban por todas partes en la camioneta y ganábamos muy poco porque ya no era tiempo de ferias, me di cuenta que no quería pasarme toda la vida en la carretera, quería una casa. Pero él no. Discutimos mucho por eso… yo intentaba hablar con él, y él me gritaba y se iba a beber. Y de repente, no me bajó el periodo.
-Menudo susto te darías, niña…
-Figúrate… porque como para contar con ése para nada. Yo estaba muy flaca, me puse enferma del frío, necesitaba una cama caliente y alimentos si quería sacar al niño adelante, y eso, él no me lo iba a dar. Al principio, se puso muy contento cuando le dije que estaba en estado, pero luego, pasaron los días y se puso muy huraño y callado. Que estuviese tan callado, no me gustaba nada, porque él no se callaba nunca, hablaba por los codos… Un día dijo que me iba a llevar a un sitio donde me pondría bien, y tuve miedo que me llevase a abortar, pero me llevó a un convento donde le conocían, “aquí te pondrás buena, te vendré a buscar dentro de una semana, cuando ya estés bien del todo”, me dijo y se marchó.
-¿Volvió….?
-Nunca. – Dolita se quedó un poco pensativa. – Al día siguiente, una hermana me dio una carta, que al parecer, le había dado él. Decía que era lo mejor para mí y para el niño, que él no era el hombre que me convenía, y no podía darme lo que yo necesitaba. Que me quedase con las monjas hasta que me pusiera bien, y diese a luz, y que luego fuese lista y no me quedase con el crío. Que se lo diese a las monjas, que llamase a mis padres y que no dijese nada del embarazo, y así seguro que me dejaban volver, y el crío lo educarían ellas. Según me contaron las madres, también a él lo habían dejado allí siendo bebé. Eso me dio un susto de muerte, lo último que quería, es que un día mi hijo fuese también a dejar allí a una pobre desgraciada embarazada como yo, y me dije que lo mejor que podía hacer para impedir eso, era llevarlo conmigo, y educarlo yo. Lo mejor que supiera.
-Y muy bien que hiciste.
Dolita sonrió, apareció el bedel y dio un par de palmadas, “Vamos, señoras, sin perder tiempo…” y todas volvieron a su trabajo. Valmayor pasó por entre ellas y se quedó mirando a Dolita un segundo de más, pero ella ni se dio cuenta, pensaba en su hijo y en su decisión. La verdad que había veces, tan sólo momentos, en los que pensaba si realmente, no habría sido mejor para ella dejar a Toñito allí. Su padre quizá no le hubiese pegado una paliza con el cinturón, su madre no se habría pasado llorando dos meses, tal vez ella hubiera podido estudiar… y quizá, sólo quizá, rehacer su vida con otro chico. Es cierto que después de aquello, se le habían quitado para mucho tiempo las ganas de tíos, pero ahora… su hijo ya era un adolescente, y ella empezaba a sentirse sola. Sus padres ya no estaban, la casa se le caía encima cuando Toño no estaba… pero lo cierto, es que cuando le miraba, tan alto, tan guapo, tan educado, daba por bien empleado todo lo que había pasado por él. “Si volvieran a darme a elegir, me quedaría con él cien veces”.
En eso estaba pensando aquélla mañana de jueves, limpiando los cristales ella sola, cuando se oyó un alboroto en el patio y la voz gruesa del bedel. Dolores se asomó, un par de niños corrían en direcciones opuestas, saliendo a todo trotar del lavabo de las niñas, Valmayor agarró a un por las orejas, y el otro escapó hacia el colegio, aprovechando que el bedel estaba de espaldas, y casi chocó con Dolores al entrar.
-¡¿Dónde está ese otro sinvergüenza!? – gritó el Vinagrón, y hasta Dolores se asustó. El niño, paralizado de miedo, se echó a llorar, y la joven tiró de él y le abrió la puertecita que había bajo la escalera principal, donde se guardaban los cubos.
-¡Escóndete, golfo, corre! – el chiquillo no se lo hizo repetir, se metió en el cuartito como una bala, y Dolores lo cerró de golpe, volviendo de inmediato a la escalera.
-¿Lo ha visto? ¿Dónde está el otro? – preguntó el Vinagrón con voz de trueno, llevando de la oreja al que sí había agarrado, y el chiquillo tenía que andar de puntillas si no quería que le acabasen llamando Van Gogh… aunque con esa manera de tirar, le iban a acabar llamando Dumbo.
-No lo sé… se habrá escondido por ahí, supongo – contestó Dolita, mirando a la escalera, dando a entender que el niño la había subido, en dirección a las aulas. El Vinagrón miró a la limpiadora. Miró la escalera. Volvió a mirarla a ella. Y alzó una ceja. - ¿Qué…?
-No le hace ningún bien escondiéndole.
-¿Que yo le escondo? ¿Quiere registrarme, a ver si le tengo…? – Dolores se subió un poco la bata azul de limpieza que llevaba, hasta casi medio muslo, y el Vinagrón carraspeó y se llevó al niño de la oreja, que hacía esfuerzos por volver la cara y mirar las piernas de Dolita, que no dejaba de reír. Apenas se marcharon, abrió la puerta al niño. – Sal. Y como yo me entere que vuelves a colarte a mirar en los baños de niñas, no te tapo más, ¿entendido? Vete, y que no te vea el Vinagrón.
-¡Gracias, señora! ¡Gracias! – musitó el niño, Dolita le despidió con una colleja suave y el chiquillo se marchó a jugar el resto de recreo, tan pimpante… pero a ella, le esperaba un rapapolvo.
-No se lo diré al Director porque es la primera vez y porque no tengo pruebas… pero que sea la última vez que tapa usted a un infractor, ¿entendido? – le dijo el bedel apenas terminó la jornada y la cogió por banda.
-¿Infractor…? Señor Valmayor, que no hablamos de delincuentes, ¡era un niño! ¡Y yo no le escondí, no tengo la culpa de que a usted se le escapara!
-Vamos a dejarnos de máscaras… Usted le escondió, seguramente en el armarito de debajo de la escalera, y lo sabe, y encima, dio un espectáculo vergonzoso subiéndose la bata hasta ese punto y cuestionando mi autoridad.
-O sea, que lo que más le molesta, no es que se le haya escapado el niño, sino haberme visto las piernas.
-Señorita Dolores, no me haga reír, he visto muchas piernas en mi vida; las suyas, no se ofenda, pero no tienen nada de particular, pero no era plan de permitir que un crío se las viera y mi autoridad se cuestionara.
-¡Mis piernas, señor Vina… Valmayor, puede que no tengan nada de particular, pero son bastante más ágiles que esos dos jamones que usted tiene, que no le permiten alcanzar corriendo ni a un niño de nueve años!
-¿Se atreve a desafiarme?
-¡Usted me insultó primero!
-¡Señorita Dolores, esa actitud le va a traer problemas, no siga por ese camino!
-¿Ah, sí, qué va a hacer? – Sonrió con sarcasmo la joven, poniendo los brazos en jarras - ¿ponerme a conjugar una frase, o castigarme sin recreo?
-¡A usted, le han faltado dos buenos azotes a tiempo, por eso, le pasó lo que le pasó! – El bofetón fue visto y no visto. Valmayor se quedó pasmado. Desde que dejó la niñez, nadie jamás le había dado un cachete, y se agarró la mejilla con estupor. Pero su asombro creció más aún cuando vio lágrimas ofendidas en los ojos de Dolores.
-A mí quizá me faltaron dos azotes a tiempo… pero a destiempo, me los llevé todos de golpe. ¿Y a ti, Vinagrón, cuánto cariño te faltó en tu infancia para que seas incapaz de tratar con un poco de amabilidad a un niño…? – Dolores habló con voz temblorosa, irritada de modo casi infantil, buscando un insulto bastante fuerte, intentando herirle, y finalmente le gritó - ¡Monstruo!
El bedel la vio marcharse corriendo, con los puños apretados, sin secarse las lágrimas que le corrían, y con la cabeza muy alta, mientras él seguía allí plantado, con la mano todavía en la mejilla, a pesar que hacía ya rato que no le dolía. La cara. Porque el orgullo, le dolía mucho más… ¿de verdad daba esa imagen….? Él sabía que era severo, pero no pensó nunca que fuera… malvado.
Durante el resto del día, intentó hablar de nuevo con Dolores, pedirle disculpas, él no había pretendido ser indiscreto, ni herirla, fue la discusión, estaba enfadado, pero… pero no logró pescarla a solas más que cuando la mujer ya se marchaba, y se dirigió hacia ella.
-Señorita Dolores, espere, por favor… - Valmayor no lo sabía, pero, aún calmado y buscando congraciarse, su voz seguía sonando severa. Dolores se volvió. Había apuro en su cara.
-Ah, señor Valmayor… no debe preocuparse más por mí, voy a hablar con el Director, y dejaré el trabajo, no se apure.
-¿¡Qué?! – el bedel estuvo a punto de decir que ni lo soñara, pero entonces sonó un motor y un coche bastante desvencijado se detuvo frente a la puerta; del asiento del copiloto, se bajó un joven de unos quince años, moreno, de ojos oscuros avispados y cara llena de simpatía.
-¡Hola, mamá! – le dio dos besos y se quedó mirando al conserje – Hombre…. Pero si es el Vina... ¡El Valmayor, quiero decir el Valmayor!
El bedel no tuvo que hacer memoria, se acordaba bien de Tony, el caballerete, todo un pelota con las maestras y las niñas, y un elemento para él.
-¿Aún se acuerda de mí, señor Antonio…?
-Mis orejas intentan olvidarle, señor. Venga, sube, mamá. – Dolores sonrió a su hijo y se montó en el asiento trasero, saludando también a Bruno, un chaval algo mayor que su hijo, que, a raíz de una pelea, se había convertido en su mejor amigo. Era un chico rubio, alto y un poco gruñón, pero a Dolores le gustaba como amigo para su hijo, a causa de su promesa… Tony era muy guapo y todo un galán con las chicas a pesar de ser sólo un adolescente, en cambio Bruno, ya con sus diecinueve años, presumía sin tapujos de su Anillo de Pureza y su promesa de llegar virgen al matrimonio; Dolita esperaba que la influencia de Bruno, impidiera a su hijo hacer cualquier tontería con alguna pobre chica. – Mi madre necesita éste trabajo – susurró Tony, aprovechando que su madre estaba ya en el coche. – Si me entero que se lo pones difícil, puedo sentirme ligeramente malhumorado…
Valmayor sonrió (y cuando sonreía, daba la impresión de que le dolía la cara al hacerlo), e hizo un gesto vago con los hombros. Tony sonrió con gracia y dio dos golpecitos en el techo del coche, metiéndose dentro de inmediato. Bruno salió y se asomó, dejando ver su gorra de policía y su cara de mal genio, que, pese a su juventud, no tenía nada que envidiar a la del bedel. Hizo un elocuente gesto deslizándose el dedo índice de lado a lado de la garganta y emitió una especie de “cjuiiiic” de amonestación, antes de meterse en el coche de nuevo y arrancar por fin. El bedel no supo ni qué cara poner…. Lo que él no sabía es que Bruno aún no era policía, sólo se estaba preparando…. Pero como Tony era el niño favorito de la profesora de teatro del instituto, tenía acceso a todo el atrezzo, y era muy fácil conseguir una gorra de policía convincente.
Al día siguiente, Dolores estaba dispuesta a pedir la baja voluntaria. No estaba dispuesta a seguir aguantando al Vinagrón, curros de porquería como ése, los había a patadas, no se preocupaba… pero cuál no fue su sorpresa, cuando al entrar en el despacho del Director, se encontró allí al Vinagrón, hablando ya con él.
-Ah, señorita, Dolores, precisamente la iba a hacer llamar, gracias por haber venido tan puntual… Parece que tenía usted algo que decirme… y creo que ya, no será necesario. - La mujer miró al bedel y al Director alternativamente. – El Vin… el señor Valmayor, me ha contado que ayer, tuvieron un intercambio de impresiones no muy afortunado, y quería decirle algo al respecto.
El conserje se levantó:
-Señorita Dolores: ayer fui con usted de una grosería incalificable. No soporto que se inmiscuyan en mi trabajo, como supongo que a usted no le gusta cuando yo le digo que tal cosa no brilla bastante, pero eso no disculpa que la traté con una agresividad fuera de lugar y del todo reprobable, amén que lo último que querría, sería ser indiscreto o hiriente. Si usted me promete que no volverá a intentar impedirme realizar correctamente mi trabajo, yo le doy mi palabra de honor que un incidente tan desagradable, jamás volverá a repetirse.
Dolita tuvo que acordarse de cerrar la boca. El bedel la miraba con sus ojos oscuros llenos de habitual malhumor, pero había en ellos una pizquita de… ¿remordimiento? Valmayor tenía las manos a la espalda, había pronunciado su disculpa como un niño una lección, pero Dolita no dudaba que era sincera…
-Señorita Dolores, es usted una gran persona, puntual, muy trabajadora y cumplidora… no querríamos perderla por algo así – sentenció el Director con una sonrisa, y Dolita la devolvió.
-Acepto sus disculpas. – dijo, tendiéndole la mano al bedel, que sonrió abiertamente (qué curioso, ahora no parecía que le doliera nada por sonreír) y la estrechó entre las suyas, sacudiéndola con energía. Pero cuando salieron del despacho, la mujer no pudo evitar preguntar – Señor Valmayor… ¿por qué ha hecho esto?
-¿Quiere decir….? – preguntó el hombre, mientras los dos recorrían el pasillo, hablando en voz baja, porque a ambos lados había aulas, y las clases ya habían comenzado.
-Disculparse, pedirme que me quedara… estoy segura que habrían encontrado a otra limpiadora muy pronto, y no creo serle especialmente simpática… ¿por qué lo ha hecho?
-Señorita Dolores, es cierto que el puesto de limpiadora no es muy difícil cubrirlo, pero yo no le tengo antipatía… usted trabaja muy bien. No se escaquea ni la mitad que sus compañeras, tengo que andar todo el día detrás de ellas como de los niños, en cuanto giro la espalda, se ponen a hablar, cualquiera diría que las cosas se limpian solas…
-…Y todas ellas están bien casadas, no tienen apuros económicos graves…
-¿Insinúa que lo he hecho por lástima…?
-Quizá por lástima, no…. Pero sí por no tener que mirarse al espejo y pensar “yo soy el coco que dejó que una chica que se quedó en estado siendo poco más que una niña, que mantiene a un hijo sola y que no puede tirar de nadie que la ayude, se quedara de nuevo en la calle”. Señor Valmayor, llevo muchos años siendo madre soltera, sé qué sentimientos inspiro. Pero le garantizo que sé arreglármelas sola, no necesito su compasión, ni la de nadie.
-Y yo no siento compasión por usted. – Valmayor se detuvo y la miró a los ojos - ¿Me permite que le hable con sinceridad absoluta….? Le prevengo, puede ser desagradable. – Dolita asintió – La he oído cuando contó lo que le pasó a sus compañeras, y una cosa está muy clara: nadie, absolutamente nadie la obligó a ponerse debajo de ese sinvergüenza. Él era un desalmado y un macho de la cabra, con perdón, pero usted era una inconsciente, una niña sin conocimiento que quiso obrar a su antojo y sólo se arrepintió cuando ya fue demasiado tarde. Nadie la violó ni la obligó a nada, usted se fugó con él y le abrió las piernas porque así lo quiso, y cuando él huyó como el cobarde que era y le propuso a usted huir también del niño, usted se negó a ello. Fue muy valiente, muy noble… y muy estúpido. Y una vez más, la decisión la tomó solita. Yo, señorita Dolores, puedo sentir compasión por aquéllos que sufren desgracias que no controlan… por una chica violada, sí siento compasión; por los niños que mueren de hambre sin culpa de nada, sí siento compasión… por una chica terca y caprichosa que pensó con un calentón momentáneo y que tenía padres a los que pedir consejo y con los que hablar, y cuya desgracia se pudo evitar cien veces, no, no siento la menor compasión.
Dolores agachó la cabeza. Le escocía, claro está, sobre todo porque era verdad, ella misma se lo había dicho millones de veces desde aquélla vez que no le bajó el período… podría haber hecho esto, lo otro, podía haber sido juiciosa, ella era la primera que sabía que fugarse con un feriante que le doblaba la edad, no estaba bien, no podía estarlo, era peligroso… y precisamente por eso lo hizo, porque estaba harta de ser la niña buenecita, la niña formal, la niña que nunca se apartaba de lo que decían papá y mamá… ¡quería ser libre y vivir! Y vivió en dos meses toda su vida. Con menos de quince años, ya estaba harta de hombres y tenía un resabio propio de una divorciada de cuarenta y dos… no cabía duda que había sido todo culpa suya, por ser una cabeza loca… pero aún así, le escocía, le dolía que por primera vez, le dijeran tan claro y a la cara que no sentían por ella la menor compasión….
-Siento admiración. – musitó Valmayor. Dolita levantó la cara, y en el semblante del bedel, por primera vez, había una expresión que nada tenía de mala leche. – Una chica que, con sólo catorce años, abandonada por su amante, es capaz de cometer la estupidez más valerosa, y quedarse con su hijo, agachar las orejas para volver a la casa paterna y aguantar lo que allí tuviera que aguantar, en pro de darle lo mejor que pudiera a su hijo… una chica que, aún viviendo con sus padres, no les encaloma a ellos el bebé para seguir estudiando, sino que renuncia a todo para ser un poco independiente y ser ella misma la que alimente a su hijo, y supedita toda su adolescencia y juventud a éste, en lugar de esconder la cabeza debajo del ala… se merece que la feliciten. Usted cometió un error, una calaverada que le partió en dos la vida, pero supo sacar algo provechoso de ella. Supo hacerse responsable y crecer, aunque tuviera que crecer en un año lo que otros crecen en diez… y yo, la admiro por eso.
Dolores sonreía, y notó que le escocían los ojos. Era la primera vez, la primera desde que se fugó con aquél, que alguien la alababa por algo, y menos por aquello. Una parte de sí misma había querido pensar que había sido fuerte al quedarse con Tony, pero esa parte quedaba siempre relegada por el remordimiento, por el “hiciste sufrir a tus padres… les diste un disgusto terrible… todo el mundo te señalaba con el dedo… les decían que habían criado a una puta… los chicos se arrimaban a ti porque pensaban que, si lo habías hecho con uno, estarías dispuesta a hacerlo con todos, y te ofrecían dinero, algunos mucho dinero, a cambio de… y aunque nunca aceptaste, aunque contestabas siempre con un bofetón, algunas veces te lo planteaste, porque era un modo rápido de ganar dinero fácil…”. Quiso hablar, decirle algo a Valmayor, aunque no sabía ni qué contestarle, pero la voz se le ahogaba en la garganta, le picaban los ojos y no podía tomar aire por la nariz… el bedel la tomó del codo y la hizo caminar.
-Venga conmigo, corra, no quiero que nadie la vea llorar… - Valmayor la llevó a su “despachito”, colocado en una esquina del patio, cruzando el patio, y la sentó a su mesa. Le acercó su propio pañuelo y se puso a preparar café, mirando por la ventana, para no incomodarla mientras ella lloraba.
“¿Qué me pasa…? No puedo dejar de llorar…” se decía Dolores, sonándose. Valmayor era un mal bicho, gruñón y malcarado, nadie esperaba que fuese capaz de una palabra amable, y menos de confesar admiración por nadie… quizá por eso, la emocionaba más. O tal vez fuese que era la primera persona que le echaba un piropo, que le decía que había sido fuerte y valerosa, y no una chica muy mala, que se había portado como una zorra y había humillado a su familia… Una taza de café humeante apareció frente a ella, y Valmayor se sentó en la silla contigua.
-Tómatelo. ¿Te vas encontrando mejor…? – Cuando hablaba así, medio bajito, el bedel tenía una voz bonita, cálida y agradable, y tenía un algo que hacía sentir bien… a Dolores le invadió el estúpido pensamiento de abrazarle y llorar contra su pecho. Luchó contra el deseo y lo reprimió, pero, “¿Hace cuánto tiempo que no me abraza nadie y me deja sentirme pequeña y protegida a mí…? ¿Hace cuántos años que tengo que ser fuerte, que tengo que ser adulta, que no me dan un descanso de sentimientos… que no me toca ser el adulto…? Desde que me abandonó. Desde hace más de quince años”, se dijo, y ese pensamiento, no lo pudo reprimir.
-Sí, gracias. Lo siento, no quería dar el espectáculo.
-No seas boba, no das ningún espectáculo. Es edificante ver a una mujer tan fuerte como tú, que aún es capaz de emocionarse cuando le dicen algo bueno de ella misma. Por regla general, las mujeres fuertes acaban haciéndose tan fuertes, que no son capaces de sentir lo que tú sientes… piensan siempre que cuando alguien las alaba, es para conseguir algo a cambio, o es mentira.
“A mí también me pasa” Reconoció Dolita para sí “He rechazado a muchos tíos en los últimos años, porque tenía demasiado miedo… porque pensaba que me mentían como él, que venían a por lo mismo, y luego adiós… Pensaba que tenía el corazón de piedra… pero… pero tú lo has roto… Me has roto mi coraza”. De repente, Dolita tuvo miedo, se acababa de dar cuenta de lo que le estaba sucediendo, y se aterrorizó, estuvo a punto de levantarse y marcharse sin decir ni gracias por el café, pero entonces, Valmayor habló.
-Tú a lo mejor piensas que hiciste el tonto al irte con ése sinvergüenza… pero al menos, has sabido lo que era el amor. Yo no he tenido esa suerte. – Aquélla frase, no se podía dejar sin contestación.
-¿Suerte…? ¿Llama usted “suerte” a dejarlo todo por alguien que no lo merecía, por encontrarte sola en una caravana, sin saber si la persona que amas tan siquiera está vivo o muerto, y que aparezca de madrugada, borracho como una cuba, y no sólo no se le ocurra decir “siento que te hayas preocupado”, sino que encima, quiera sexo para rematar la fiesta, y le importe dos pimientos que tú quieras o no…?
-Bueno… eso, son los inconvenientes… pero no me digas que, mientras le ibas a ver, y él te decía todas esas mentiras tan preciosas, que te quería, y esas cosas… no me digas que no te sentiste especial, que no te sentiste en una nube… - sonrió Valmayor. Y Dolita tuvo que devolver la sonrisa.
-Bueno, eso… eso sí. Era un canalla, ¿sabe? Pero sabía hablar muy bien… aunque yo era una cría, no era necesario ser Bécquer para impresionar a una niña de catorce años…
-¿Y a que para ti, era el hombre más guapo del mundo?
-Lo era de verdad. – reconoció – Tenía el encanto de los canallas, Te quemaba con los ojos, sabía mirar de forma que te daban ganas de taparte el pecho… Estabas tirando en su barraca, y te pasaba el brazo por los hombros, y te iba apretando junto a él… y cuando te querías dar cuenta, tenía la mano en tu cintura, y no dejaba de bajar… y cuando fallaba un tiro, me decía “espera, mi ángel, que yo te enseño a sostenérmela, la escopeta…”
-¿”Mi ángel”…? – preguntó Valmayor, que había apoyado la barbilla en la mano, y le escuchaba con toda su atención.
-Sí… y “caramelito, azucarillo…”, me llamaba de muchas formas – sonrió. Era casi la primera vez que pensar en él, no era desagradable ni doloroso. – Y lo mejor, era entonces, cuando intentaba enseñarte a tirar… - se rió. No se avergonzaba, el recuerdo le hacía reír ahora… ¿qué estaba sucediendo?
-¿Por qué, cómo lo hacía? – quiso saber Valmayor.
-Pues verá, se ponía junto a mí… así, mire – se levantó, e hizo que el bedel se levantara y se pusiera a su lado. Le tomó de los brazos, como si sostuvieran una escopeta imaginaria y prácticamente le abrazó, junto a él. Su corazón empezó a latir más deprisa. – Así. Te agarraba los brazos… no, así no puedo explicárselo, usted es más grande que yo… mire, abráceme usted, y podré enseñárselo. - ¿Había dicho ella eso? Una alarma empezó a sonar en su estómago, pero Valmayor ni titubeó, ni pareció sentirse incómodo, se limitó a obedecer, y fue él quien la rodeó desde atrás, tomándole de los brazos, extendidos hacia delante…. – así, eso es.
-¿Así, así lo hacía…? – quiso saber el bedel. Esos golpes que Dolita sentía en su espalda… eran… ¿el corazón de Valmayor….? Qué cálido era su pecho… su respiración en su cuello… Por un momento, le pareció que no tocaba el suelo.
-Sí… así. Estabas tirando, y te tenía completamente en sus brazos… y entonces, empezaba a frotarse. – sonrió. El recuerdo parecía pertenecer a otra persona, parecía muy lejano, más lejano a cada palabra que decía… lejano, y carente de importancia.
-¿A frotarse? – preguntó el bedel.
-Sí. Así. – contestó Dolita, y empezó a contonear las caderas, frotando sus nalgas contra la entrepierna del conserje. A Valmayor se le escapó una especie de suspiro, mezclado con una risita.
-¡Qué sinvergüenza… ese tipo era un sobón! – dijo, pero no se apartó un centímetro, y también él empezó a contonearse, siguiendo el ritmo de Dolores. - ¿Y qué más hacía… después?
-Después, empezaba a arrimar la cara… así. – Valmayor era un poquito más alto que ella, pero no demasiado, su cara quedaba a la altura de la suya, y Dolores pegó su mejilla a la de él, y frotó su cara contra la suya, acercándose a su boca lentamente… el bedel cerró los ojos y una gota de sudor resbaló por su frente, pero no se apartó, sino que también él arrimó la boca, muy despacio, frotando su cara contra la de ella, hasta que sintió su aliento, cálido y perfumado, sobre sus labios. Dolita se detuvo… El bedel titubeó, y casi pareció pedir permiso con los ojos cuando rebasó el último centímetro y posó su boca en la de ella, en un beso seco, temeroso… “pero muy dulce…” pensó Dolores. “Es el beso más dulce que me han dado nunca….”, y tenía razón. Su primer amante, no besaba, invadía; él no daba besos, daba lenguazos… y es cierto que los besos con lengua le gustaban, pero siempre deseó un beso de simple cariño, sin lujuria… como ese.
Valmayor quiso separarse, pero Dolores no se lo permitió, se arrebujó contra él, quedando cara a cara y le abrazó en un gemido que era casi un sollozo. El bedel la apretó contra sí, tiernamente, acariciándole la cabeza… era como si los dos tuvieran mucha, mucha necesidad de cariño, y hubieran encontrado por fin a alguien para dárselo… y a quien dárselo. Valmayor, sin soltar a Dolores, avanzó hacia atrás, hacia la puerta de cristal translúcido que separaba su despachito de su vivienda en sí, donde había un saloncito, un cuarto de baño… y un dormitorio. Dolores no vio nada, ni llegaron al dormitorio siquiera, simplemente en el saloncito, al entrever un sillón de dos plazas, empujó a Valmayor hacia él, y casi cayeron en el sofá, entre gemidos.
-Dolores… ¿estás segura de lo que….? Quiero decir, no quisiera que luego… - la joven le puso la mano en la boca y siseó suavemente para acallarle.
-Llámame Dolita… para ti, soy Dolita. Y creéme, sé mucho de arrepentimientos post-coitales, y esta vez, no me va a suceder… - Valmayor sonrió, debajo de ella, y sintió su hombría crecer imparable cuando ella le desabrochó el chaleco de su traje terno gris, seguido de la camisa, y empezó a besarle el pecho, besos suaves y cálidos, húmedos… el bedel la apretó entre sus brazos, tirando de su vestido de flores, palpando su espalda. Dolores le llevó las manos a la cremallera, y en medio de una sonrisa traviesa, la bajó. Qué siseo interminable más agradable produjo… Dolita se sacó el vestido y se abrazó al pecho desnudo del bedel, que no podía dejar de sonreír, intentando a la vez quitarle también el sostén. Estaban en horario de trabajo, quedaba menos de una hora para el recreo, podían verles perfectamente… y no les importaba. El sostén de la joven casi salió volando, y Valmayor abrazó los pechos de Dolita.
-Mmmmmmh… así, tan suaveee…. Haaaaaaaah… - gimió ella sin poder contenerse, ahora sabía qué distintos podían ser los hombres, el otro sólo sabía estrujar y apretar, y le gustaba, sí…. Pero Valmayor, con todo su malhumor, su pésimo carácter, resulta que era todo dulzura en la cama, acariciaba con tanto mimo… justo como ella lo necesitaba. La joven se inclinó más sobre él, dejándole las tetas en la cara, y el bedel gimió audiblemente, balanceándoselas, golpeándose la cara con ellas, besándolas… Dolita se frotaba contra su erección ansiosa, hasta que ninguno de los dos pudo más, y las manos de ambos se dirigieron a la bragueta del conserje y liberaron su hombría, mientras la joven se deshacía también de las bragas, húmedas y olorosas.
-Valmayor… quiero saber tu nombre… - musitó Dolita, sentaba a caballito sobre él, que apoyaba la espalda en el brazo del sofá, y la acariciaba por los brazos, sintiendo su feminidad tórrida pegada a su pene, frotándose, aún sin penetrarla. El bedel se puso rojo como un tomate, no le gustaba su propio nombre… salvo el director, nadie lo sabía, todo el mundo le llamaba Valmayor, sólo sabían que había una B. que antecedía al apellido. - Dímelo… por favor, dímelo…
El bedel bajó los ojos, incapaz de mirarla a la cara, frotándose contra ella, pero sin contestar a su pregunta. Sabía que tendría que decírselo, no era plan que ella, le llamase por el apellido…. Pero es que… es que…
-Si no me lo cuentas por las buenas… me lo dirás por las otras… - sonrió Dolita, se aupó y empezó a frotarse contra el glande, el sensible glande del bedel. Valmayor tembló de pies a cabeza, movió las caderas intentando ensartarse, pero ella sonrió y no se lo permitió, se separó lentamente… el bedel pudo sentir perfectamente un hilillo de líquido quedarse entre los cuerpos de ambos, separarse y caer de nuevo, en una gotita minúscula, pero perceptible, en su glande.
-Por favor… por favor, déjame entrar… - sonrió, muerto de deseo, torturado deliciosamente por las cosquillas que le gritaban en el pene, en todo el bajo vientre.
-Pues dímelo… dime tu nombre, y te llevaré al cielo… - El bedel cerró los ojos y se abrazó contra ella. En su oreja, muy bajito, musitó una sola palabra. - ¿¡Qué?! – de la sorpresa, Dolita se dejó caer de golpe, y ahogó un grito de placer, pero Valmayor, que había tomado aire para repetirlo, lo soltó sin contenerse:
-¡Bonifacioohhhhhhhhhhh……! – el bedel se tapó la boca con el hombro de Dolores, mientras un placer infinito tiraba de su hombría, como si ésta fuese dulcemente aspirada por el sexo de su compañera, y lo sumergiera en un calor, en una suavidad deliciosas, en un bienestar imposible… una carrera de chispas traviesas hizo estragos en su espina dorsal y sus muslos se contrajeron, ¡era perfecto…!
Dolita se rió sin poder contenerse, ¡Bonifacio! ¡Se había enamorado del Vinagrón, y resultaba que, para más inri, se llamaba Bonifacio! No era de extrañar que él mismo no andase diciendo su nombre por ahí… Valmayor, con la boca apretada contra el hombro de Dolita, se reía también, por favor, que no le hubiese oído nadie… La mujer empezó a balancearse, a contonearse sobre él. El bedel pensó que ella tenía razón, ¡le estaba llevando al cielo…!
-Sigue… sigue, Dolita… Dolitaaaaah… - su nombre, decir su nombre mientras ella brincaba sobre él, ¡era tan bueno! No podía estarse quieto, sus muslos picaban, sus nalgas hacían cosquillas… las manos de la limpiadora le acariciaban la cara, las mejillas, el cuello, y bajaban a su antojo por su pecho descubierto, metiéndose entre la camisa abierta, haciendo dulces cosquillas en sus costados… ¿por qué era ella ahora tan buena con él? Valmayor la acariciaba de los hombros, por los brazos redondos y suaves… por los pechos de pezones oscuros… Sin detenerse, la joven le llevó las manos a sus nalgas, para que las tocara, y para que dirigiera también él. Valmayor tuvo que refugiarse entre los pechos cálidos de su compañera para intentar mitigar el temblor que sacudió su cuerpo… apretó a la joven del culo, y Dolita emitió un gemido satisfecho, y le apretó dentro de ella.
Valmayor ahogó un grito, ¡le exprimía! ¡Tiraba de él desde dentro… aaaaah, qué bueno, qué bien lo hacía, mmmmmh, sí, más, más…. Otra vez, por favor, que volviese a hacerlo….! Pensaba atropelladamente mientras la masajeaba el culo, bajando cada vez más los dedos, buscando la zona de donde salía el calor… ahí… podía sentir su miembro entrando y saliendo de ella, y tocó el sexo de la joven, muy cerquita de su ano, tan mojado, tan tierno…
-¡Mmmmmmmmmmmmmmmmmh…..! – Dolita se estremeció entre sus brazos, temblando de tal modo que parecía que iba a romperse, Valmayor la apretó contra sí, y entendió que le había gustado mucho que la acariciara ahí… así que repitió. - ¡Haaaaaaaah, Boni… Boni….! – musitó ella, intentando no soltar a voz en grito su placer. Cuando Valmayor oyó su nombre susurrado en su oreja por ella, supo que ya no podía detenerse, que se iba encima, y no podía hacer nada para evitarlo… sus caderas, que apenas se habían movido por estar debajo, aceleraron, buscaron frotarse más intensamente, soltar por fin todo el deseo que llevaban a cuestas, y sus dedos acariciaron de nuevo allí, tan cerca del ano de Dolita, y sintió cómo ésta se curvaba hacia atrás de puro gusto, gimiendo sin poder contenerse, tiritando de placer, y un nuevo apretujón de su sexo se cerró sobre su miembro… que explotó sólo unos segundos después, ¡qué maravilla…! Sus muslos se contrajeron, sus nalgas se pusieron duras, y sus caderas dieron golpes, para soltarlo todo, mientras una dulzura maravillosa se expandía hasta las puntas de sus pies… haaaah… qué placer, qué dulce, dulcísimo placeeer…. Dolita lo abrazaba, y él se sentía en la gloria… Y ella también.
La joven hubiera querido llorar de nuevo, pero en lugar de eso, sonrió, feliz, muy feliz, apretándole contra ella, acariciándole la cara que aún tenía apoyada en sus pechos. Juguetonamente, Valmayor le acariciaba uno de ellos, pellizcando el pezoncito, moviéndolo entre sus dedos, acariciándolo con la palma de la mano… jugueteando. Sin duda, también hacía mucho que él no estaba con alguien. “No puedo creer que yo… no puedo creer que de nuevo…” pensaba Dolores, pero no se sentía culpable, ni con miedo, como con el otro… no tenía miedo de nada. Bueno, pensó, tal vez de su hijo, ¿qué diría él? “Quizá sea mejor que de momento… no se entere”.
-¡Hola, reina! ¿Es cierto que el Vinagrón te ha pedido perdón….? – la saludó Rocío en cuanto la vio, limpiando el estante de las jardineras.
-Hola, Rocío… bueno… eso es algo elástico. Dijo que yo me había inmiscuido en su trabajo porque no delaté a un niño, y que si no volvía a hacerlo, él no volvería a llamarme la atención.
-¡Ja! Me extrañaba a mí que ese bestia corrupia del Vinagrón, pidiese perdón a alguien… ánimo, chata, piensa que si a ese amargado le caes mal, a todo el resto del mundo le caes muy bien. En la cafetería, cuando nos enteramos que le habías cruzado la cara, dijo el encargado que te invitaba a desayunar cuando tú quisieras…
Dolita sonrió, y asintió. A fin de cuentas, era viernes,….cuando desayunasen, podían alargar la hora un poquito más… y si el Vinagrón se disgustaba con ella, seguro que tendrían que hablar a solas…