La chica del pelo rojo. 7: vendaval de sexo

Mi novio al fin desgarró mi vagina, eso sí, con la ayuda de mi hermana.

7

Días después seguía esperando noticias de mi novio, trabajando en la cafetería y cada vez más desanimada; lo estaba porque aquella maravillosa tarde se había convertido en “desdichada tarde ”. Es evidente que para él fui un simple desahogo, el capricho de colarse entre las piernas de “la chica del pelo rojo” , como él me llamaba. Habían pasado diez días sin saber nada de Fran y, aunque cada noche me refugiaba entre los brazos de mi hermana mientras ella me consolaba, ¡ya nada era lo mismo, jo!

—¡Sofi! – escuché la voz del barman. Me giré y vi al calvorota con el brazo extendido y el teléfono en la mano – Un tal Fran te llama. Aprovecha para decirle que no puede llamarte en horas de trabajo.

—¡Fran, amor de mi vida...! – exclamé sentada en el suelo detrás de la barra porque mis piernas temblaban. Cambié el tono de mi voz – Al fin has recordado a tu camarera. ¿Qué quieres? ¿Te hago el desayuno?

—Pues mira, no. Prefiero tomarlo con mi novia en la cama. Mañana mismo lo prepararé yo; eso sí, ya puedes ir quitándote las braguitas negras.

—Fran, nos hicimos tantas promesas... – un fuerte sollozo ahogó mis palabras.

—Todas las vamos cumplir, Sofía. Estoy en el aeropuerto de Heatrow y en un par de horas llegaré a nuestra casa, bueno, si los vuelos no se retrasan como lo están haciendo toda la mañana. He de colgar cariño y facturar el equipaje. Nos vemos en casa.

Salté del suelo sacudiendo el trasero del pantalón y mi corazón latiendo también a saltos, hasta el punto de que miré mi teta izquierda y pude comprobar que ¡también saltaba contenta debajo de la camiseta!

Cuando llegó la hora del descanso llamé al móvil de mi hermana al objeto de mostrarle mi felicidad.

—¡Hola, Sofi! justo en este momento pensaba en ti, estoy en las Galerías eligiendo una docena de braguitas, ya he separado tres negras y 3 rojas para ti que sé que te gustan, aunque siempre las usamos las dos indistintamente. También he comprados dos preciosas negligés y medias negras, de esas que llevan...

—¡Para ya, Scarlett!, pareces una ametralladora. ¿Vas a hacerme la lista de la compra completa? – resoplé, porque cuando mi hermana empezaba con una de sus diatribas, ni dios la paraba – Mi novio vuelve a casa.

—¿Fran...? ¿Tan pronto?

—¿Cómo qué tan pronto? hace diez días que no sé nada de él. Me ha llamado desde el aeropuerto y lo tendremos en casa a media tarde. Así que, ponte guapa y te vienes para aquí.

—Es que... justo esta noche hemos preparado una fiesta de chicas. Cenamos en el chino, las copas en casa de Julia y, cuando estemos contentas , jugamos con la botella, ya sabes... Vendrán todas las chicas, incluso Ana y Lucía con sus nuevos novios: Atila y Polifemo. – suspiró – Les he prometido nuestra asistencia, porque Julia dice que tú siempre te escaqueas.

—Sabes que detesto el juego de la botella, Scarlett. Me gusta elegir yo con quién me acuesto y puedes decirle a Julia que las hermanas O’Hara ya tienen quién les entretenga.

—¡Vale, vale, Sofi!, tampoco es para que te pongas así. – pude escuchar su risa – Sobre las ocho estaré en vuestra casa y conoceré a tu chico ¿vale?.

—Lo siento, nena. Reconozco que estoy nerviosa. A partir de hoy debes cambiar los posesivos, acostúmbrate a decir nuestra casa y nuestro hombre, chico, novio o marido. Estas son las reglas y debemos aceptarlas los tres. Sobre las cuatro te espero en casa y cuando él llegue os vais conociendo.     – Colgué.

A las tres y media en punto terminó mi turno me despojé del uniforme en el vestidor y en pocos minutos entré en mi nuevo hogar. Aspiré el aire buscando el aroma de mi novio, aunque lo único que olí fueron los productos de limpieza, pues la casa relucía. Recordé que Fran mencionó algo sobre la chica que limpiaba el apartamento dos veces por semana, así que me encaminé al dormitorio para comprobar si había cambiado las sábanas con las manchas delatoras de mis jugos y la leche de mi novio.

Las nuevas sábanas que cubrían la amplia cama eran preciosas, negras y de seda. Me acerqué y acaricié con las yemas de los dedos la suavidad de la seda, cerré los ojos e imaginé el placer que íbamos a sentir mi hermana y yo revolcándonos con nuestro chico, pues esa experiencia era nueva para las dos – la de las sábanas de seda, claro –  porque en un par de ocasiones mi hermana metió en nuestra cama al novio de turno, empeñada en que me desflorasen y uno de los dos – Miguel – estuvo  a punto de lograrlo, cuando devorábamos las dos nuestros respectivos coños y él aprovechó la ocasión para acomodar el hinchado capullo entre mis inflamados labios vaginales y los restregó a conciencia, a la vez que me agarraba las caderas y, como es natural, el clítoris salió a su encuentro y una explosión de orgasmos sacudió mi cuerpo. Mas cuando la barra pretendió entrar más adentro para desgarrar el himen le di una patada en los morros, porque una cosa era permitir que el chico se recrease con una hembra caliente como yo y otra bien distinta que traspasara la puerta de mi virginidad que estaba reservada para el hombre de mi vida, fuera quien fuese y aunque tardase en llegar.

Sonreí al recordar los inocentes juegos que había consumado con mi hermana y sus novios o novias. Me desvestí, cogí la camiseta amarilla y anduve hasta el cuarto de baño colándome en la ducha, restregando mi cuerpo con el gel de mi novio e insistiendo en las partes nobles; mientras me secaba con la toalla sonó en timbre de la puerta.

—¡Ya voy, Scarlett! – grité mientras corría por el pasillo descalza, secándome el pelo con una toallita de mano y sujetando la toalla grande con el mentón. Abrí la puerta y allí estaba él, guapísimo como siempre con la maleta en una mano y seis rosas blancas en la mano libre.

Tal fue mi sorpresa que solo acerté a ponerme de puntillas, hundir la cara en su cuello, enredando las manos en el pelo cobrizo y jadear como una adolescente que ha descubierto a su primer amor. Él soltó la maleta y empujó contra la pared mi cuerpo desnudo y alzándolo con el brazo en la cintura buscó mis labios que se unieron a los suyos en un silencioso beso, solo comparable a aquel que nos dimos bajo la lluvia.

—Entremos en casa, Fran – susurré en su oído – solo falta que salga algún vecino y nos pille en plena faena.

Tomé su mano arrastrándolo al dormitorio, desnuda y decidida a que el único dueño de mi cuerpo y mis sentimientos me abrazase y me llenase de... de todo. Lo necesitaba dentro de mí. Di un salto y quedé sobre la sábana con las piernas abiertas.

—¿Y qué hago con esto? – mostraba en su mano las rosas.

—¡Rosas blancas! ¡Mi flor favorita! ¿Ves por qué te quiero tanto? – le miré enamorada, al tiempo que extendía las rosas sobre mi cuerpo y la última la dejé entre mis muslos – No se me ocurre nada mejor, que empieces a comer mi flor, vida mía – abrí los brazos reclamando sus besos.

—Me doy una ducha rápida y te como hasta las orejas...

—Déjate de memeces. Tú siempre hueles a limpio ¡A hombre ...! – apenas me dejó terminar y ya tenía la cara de Fran saboreando mi flor roja como la grana, aunque antes se entretuvo mordiendo la madejita que adornaba el pubis, era su aperitivo habitual, aunque yo nunca entendí qué placer hallaba en arrancar con los dientes las hebras del vello rojo porque, aparte de hacerme daño a este paso mi pubis estaría calvo en poco tiempo. Pero así era nuestro amor: dolor y placer.

El intenso placer no tardó en llegar, teníamos que recuperar los diez días de abstinencia forzada, liberar la tensión sexual que nos abrasaba y cuando la lengua se coló entre los labios lamiendo cada rincón de la vulva, mis músculos vaginales aprisionaron lo que se retorcía y frotaba en mis paredes, al tiempo que mis manos empujaban la cabeza contra mis muslos abiertos y mis caderas se alzaban para que la lengua entrase más.

—¡Métela hasta el fondo, cariño! ¡Cómelo todo! – gemí mientras mis flujos inundaban la boca de mi novio y las convulsiones sacudían mi cuerpo por un orgasmo largo. Interminable. Mi cuerpo yacía sobre la sábana negra, cansada pero inmensamente feliz. Sonreí, porque el hombre de mi vida seguía lamiendo mi entrepierna con entusiasmo, aunque también porque le quedaba mucho por aprender en el uso de la lengua, y del aprendizaje nos íbamos a ocupar mi hermana y yo. Justo en ese momento sonó el timbre de la puerta.

—¿Esperas a alguien, Sofi? – preguntó mientras sacaba la cara de entre mis piernas.

—Debe ser la pesada de Scarlett – dije levantándome de la cama – Yo abro, cielo... así te repones un pelín ¿eh?

—¿Scarlett?

—Sí, Fran, mi hermana. Creo que te hablé de ella, aunque, en cualquier caso, quiero que la conozcas.

Corrí al vestíbulo, abrí la puerta y me encaré con los labios fruncidos de Scarlett.

—Estabas follándotelo, ¿verdad? – soltó dando un paso al frente, mirando las toallas que permanecían en el suelo y mis muslos chorreando la saliva de mi novio mezclada con mis secreciones – Ni siquiera has tenido el detalle de esperar a tu hermana – completó en tono triste.

—¡No digas eso, cielo! – la abracé con ternura al tiempo que susurré en su oreja – Lo he preparado para que destroce a sus dos mujeres. Está como un toro y va a embestirte a ti la primera, pero no me lo exprimas, nena, que tenemos muchas horas por delante y necesito que me desgarre el dichoso himen.

—¿Pero... él consiente? ¿Sabe que va a follarnos a las dos?

—Scarlett, no te pongas “ delicada ”. Lo inesperado también tiene su encanto, ¿no?  – agarré su mano arrastrándola al dormitorio y cuando entramos nuestro hombre fumaba un pitillo con la sábana negra cubriendo la monstruosa erección que apuntaba al techo.

—¡Fran, el pitillo se fuma después del polvo, no antes! – exclamé ofendida al tiempo que empujaba a mi hermana hacia la cama – Explícaselo tú, Scarlett, porque este hombre...

Mi hermana, debido al empujón, se aproximó a la cama, aunque casualmente , tropezó con la alfombra y cayó de morros a escasos centímetros de la polla de Fran, quien había extendido los brazos para evitar el morrazo de Scarlett, con lo que la sábana se deslizó mostrando el brillante y redondo glande que culminaba el duro tronco de mi novio.

—¡Jo – der! – exclamó mi hermana con los ojos como platos – Esto es imposible que quepa en tu boca y ¡ni mucho menos en tu tierno coñito, Sofía!

—Ni te imaginas las diabluras que Fran sabe hacer con eso , tanto en la boca como en mi chichi , hermanita. Si no me crees, pruébalo tú. – totalmente decidida anduve hacia la cama, descalcé las sandalias, estiré hacia abajo la falda negra de mi hermana y aparecieron las braguitas rojas que medio cubrían su singular culito.

Fran, boquiabierto, nos miraba a una tras otra. No sé si asombrado por la increíble situación a la que habíamos llegado o abrumado por la oportunidad que dos jóvenes hembras le ofrecían.

—¿Pero... esto... qué es? ¿Las hermanas... O’Hara desnudas... en mi ...cama? – tartamudeó visiblemente nervioso. Mi hermana reía por las absurdas preguntas de él ante la evidencia de lo que iba a ocurrir, así que, sacó la lengua y le dio el primer lametón al capullo de mi novio.

—¡Fran, mi hermana no está desnuda! ¡Ella es una chica decente, aún le quedan las braguitas rojas y la blusa! – exclamé con los brazos en jarras – Mira, cielo, te avisé que deseaba que conocieras a Scarlett, así pues, ha llegado la hora de que os conozcáis a fondo. Le vas a quitar tú la braguita y la blusa y saborear la esencia de mi hermana mayor y ya te aseguro que está buenísima y muy jugosa.

Llegados a este punto, Fran se rindió. Con un violento manotazo arrancó la blusa blanca y desgarró la braga roja que quedó colgada en el tobillo de Scarlett. Ante sus ojos aparecieron cuatro tetas, dos culitos respingones carnosos y dos madejas de vello rizado (una roja como el fuego y la otra negra cual azabache). Todo eso envuelto por dos cuerpos espectaculares que podrían hacer real las delicias de cualquier hombre o mujer. Pero todo eso era para él solito y no pensaba desperdiciar la ocasión.

—¡Fran, para ya de arrancarme los pelos con los dientes! ¡Debes usar la lengua, que mi jugoso coñito abierto la está esperando! – escuché las quejas de mi hermana, que estaba sentada en la boca de mi novio y lamiendo la polla intentando tragársela toda.

“¿Y yo qué?” – pensé mirando el fabuloso 69 – “ ¿de miranda, mientras mi hermana disfruta de mi novio y viceversa?” “¡pues no!”. De rodillas me situé enfrente de la cabeza de Scarlett, que seguía con la boca llena, agarré su cabello moreno y mirando fijamente los ojos azules hundí mis labios entre los suyos. Pero yo quería algo más, esta tarde lo quería todo. Confirmar nuestro amor a tres y ... mañana será otro día”.

Abrí las piernas al completo y los labios mayores encontraron el duro capullo de mi novio y así, temblando, di un fuerte sentón con las caderas y la polla entró hasta lo más hondo, desgarrando cuanto encontraba a su paso. Mi alarido retumbó en las paredes de la habitación pues el desgarro era intenso y el dolor insufrible. Mi hermana me abrazaba muy fuerte, besando cada centímetro de mi piel para consolarme, incluso mi novio musito:

—Mmmmmmm??? – mas yo no contesté ni a la pregunta de mi novio ni a los suspiros de Scarlett que en ese momento era presa de otro orgasmo pues Fran seguía comiéndole el coñito. De pronto sentí los chorros de leche caliente que regaban el útero y mis paredes vaginales expulsaron litros de secreción vaginal, que mezclada con el esperma de mi novio me trasladaron a una realidad virtual. Esa, en la que una mujer se siente deseada, acariciada y atropellada por el sexo salvaje de su pareja, pero con la diferencia que nosotros no somos pareja; somos un trío formado por dos mujeres enamoradas y un hombre que va a atravesar la puerta oscura de los misteriosos secretos del sexo amoroso compartido.

Durante más de una hora un vendaval de gritos, suspiros y sexo nos envolvió a los tres. Tan pronto lamía el moreno coño de mi hermana mientras mi novio comía del mío, como era testigo de los arreones que Fran le daba a Scarlett follándola desde atrás, eso sí, yo siempre con las piernas abiertas dispuesta a recibir lenguas y polla que castigaban sin cesar el clítoris que estaba furioso por las violentas acometidas de mi hombre y mi mujer.

—Chicos, tenemos que hablar – susurré tumbados los tres sobre la sábana negra, que estaba encharcada por nuestra lubricación sexual, reponiendo nuestros cuerpos de la violenta tarde de amor incestuoso.