La chica del pelo rojo

Este relato sustituye al del mismo título que publiqué el sábado día 6 y que, al copiarlo, se perdieron un par de párrafos.

Los rayos de sol de la luminosa mañana primaveral calientan mi cuerpo. Hoy he despertado antes de lo habitual, me ducho y, tras preparar el indispensable café matutino, salgo al balcón de mi casa situada en una amplia avenida. Justo enfrente hay una cafetería con una terraza en una pequeña plaza anexa, donde la gente disfruta del sol, desayuna o toma refrescos. Me entretengo mirando el bullicio y aparece una joven camarera que sale de la cafetería con la bandeja en una mano, repleta de vasos, tazas y viandas que reparte entre las mesas; viste pantalón negro, camiseta gris de manga corta y el correspondiente mandil. Dos cosas llaman mi atención: su pelo rojo como brasas de fuego recogido en una larga coleta y sus labios abiertos por una permanente sonrisa, bueno, he dicho dos cosas, pero debo añadir una más: la niña está buenísima.

Continuo durante un buen rato sorbiendo el café de la taza observando los andares de princesa de la chica del pelo rojo. Entra y sale del interior de la cafetería, siempre erguida, incluso el mentón que muestra el cuello firme y delgado y un poco más abajo dos bultitos breves y juveniles que apenas danzan bajo la camiseta gris. Termino el café y, suspirando, entro al salón de casa, dejo la taza en la cocina y me dirijo al estudio donde me espera impaciente el PC para reanudar mi trabajo.

Me vuelco en el guion que estoy escribiendo, pues el agente literario que me ha asignado la productora para la que trabajo, Megan Films London, no para de llamarme exigiendo el nuevo capítulo del guion. Le transfiero electrónicamente el trabajo, miro la ventana y veo una suave luz solar que acaricia la mañana y decido desayunar algo sólido, pues los últimos días apenas he comido tal era la intensidad que dediqué al trabajo.

-¿Qué le sirvo, señor? – alzo la cabeza y ahí está ella. La chica del pelo rojo. Se me ocurren mil cosas para elegir, pero todas ellas a cual más sucia. Miro la etiqueta con su nombre que prende en la camiseta, justo al lado de su pecho izquierdo y respondo conteniéndome:

-¿Qué sugieres tú, Sofía?

-Pues no sé, señor. Desconozco sus gustos – y ahí va su risa, con todos los dientes blancos, uno al ladito del otro. Me quedo mirando, casi un par de minutos, el conjunto de sus rosados labios que contrastan sobre los dientes

-Lo que realmente me apetece, es un revuelto de dientes y labios ... – murmuro en tono bajo para mí mismo. Pero ella parece que del oído anda muy bien también.

-¡Eso no está en el menú, señor! – exclama frunciendo los labios, enfatizando señor.

-Lo siento, Sofía. A menudo hablo solo y suelo soltar bastantes tonterías. No ha sido mi intención ofenderte, créeme. – la miro con gesto arrepentido – Por favor, llámame Fran, me gustaría ser tu amigo ¿vale?

-¡Vale, Fran! – repone la sonrisa que me envuelve como un manto de brisa marina – No estoy ofendida, lo que has dicho es tan dulce ... Mira, Fran, te voy a preparar mi desayuno favorito, para que veas que no te guardo rencor.

Se da la vuelta y se dirige a la barra. No puedo evitar que mis ojos la acompañen y repasen su espalda erguida, las piernas firmes y el culito apretado que abanica el extremo de la coleta roja << buff – resoplo – ¡quién fuera coleta!>>. Cuando pasa cerca de una mesa ocupada por cuatro chicos jóvenes, uno de ellos la coge del brazo y tira de ella.

-¡Anda pelirroja, toma nota!. ¡Llevamos esperando casi diez minutos!

-Es que ... esta no es mi mesa – decía ella mientras miraba a una compañera morena que servía a un grupo de chicos y chicas en una mesa próxima – da igual, os tomo yo la comanda ¿qué queréis tomar?

-Yo un polo de fresa, pero de los de chupar ... ya sabes – pidió el primero de ellos mientras relamía los labios con la lengua con gesto obsceno.

-Yo tomaré café cortado con leche natural, a ser posible de tu tetita izquierda – puntualizó el segundo. Sofía tomaba nota sin alzar la cabeza, simulando concentración.

-Pues mira, tomaré lo mismo – soltó el tercero – me da igual que sea de la izquierda o la derecha, aunque lo que me gustaría es masticarte el pezón y ordeñarte directamente como a una vaquita.

Observé como la espalda de la nena se tensaba, descargó el cuerpo en la pierna izquierda y el glúteo se hinchó levemente. Se mantuvo callada sin querer o poder responder a las obscenidades.

-¡Desde luego, qué vastos sois los tres! – los recriminó el cuarto – Sofi, yo solo quiero una coca cola de botella con dos pajitas, te sientas en mis piernas en plan amazona y sorbemos los dos ...

-¡Sois unos guarros! ¡Además... unos cabrones! – explotó Sofía, al tiempo que yo me levanté listo para liarme a guantazos con esos imberbes, pero el encargado de la barra se adelantó. Un tipo de casi dos metros de estatura, una panza generosa y calvo como una pelota. En un segundo, ambos flanqueábamos los costados de Sofía.

-Usted, señor, vuelva a su mesa. Sofí, tú sigue con lo tuyo.    – El calvo nos miró a una tras otro. Apuntó con el dedo índice a los chavales – Vosotros, capullos, os vais a largar sin perder un minuto. Esas lindezas que le habéis propuesto a la niña, se las vais a hacer a vuestras respectivas abuelas, que, seguro, están más necesitadas.    – hizo una pausa y siguió con gesto imperturbable – Si volvéis por aquí, os prometo que vais a encontrar a un barman realmente enfadado.

Los chavales tardaron segundos en salir de estampida por las puertas del local. Regreso a la mesa y mientras me siento miro hacia la chica que prepara mi desayuno, veo al calvorota hablándole, gesticulando con los brazos – ¿le está pegando la bronca, además? – niego varias veces con la cabeza y pienso en lo difícil que ha de ser el trabajo de mi chica de pelo rojo, sobretodo con esos labios y ese cuerpo que dios le ha dado.

-Espero que te agrade el desayuno, Fran. Lo he hecho con todo mi cariño, es el mismo que tomo yo cada mañana– me mira con ojos turbios – gracias por apoyarme, cielo.

-No tuve la ocasión de hacerlo, Sofía. Ya se ocupó el jefe y, muy bien, por cierto. – miré el desayuno que ella había preparado: un cruasán abierto a la plancha, mantequilla extendida y unas bolitas de mermelada de frambuesa, todo acompañado por una taza de café y una jarrita de leche – la miro a los ojos sonriendo.

-¡No sonrías así, Fran!, eres malvado – la sonrisa volvió a iluminar su cara – te aseguro que es leche de cabra.

A partir de ese día me habitué a desayunar en la cafetería. En cuanto Sofi  me veía corría a la barra y preparaba mi desayuno. Siempre el mismo: cruasán, mantequilla, mermelada y el café con leche de donde fuese. Se estableció una corriente de simpatía entre los dos, al punto que yo trabajaba en el local con la tablet hasta las tres y media de la tarde que es la hora que termina su turno de trabajo.

Por supuesto yo consumía mientras escribía, tomaba mi bebida favorita: bourbon Jack Daniel’s con dos cubitos de hielo que ella preparaba siempre sonriendo, hasta este día que se negó.

-¡Ya has tomado cuatro, nene! – exclamó plantada frente a la mesa con gesto enfurruñado – Vas a comer un solomillo con verduras gratinadas, que yo misma te voy a preparar.

-Cada vez te pareces más a mi madre, Sofi.  – murmuré molesto porque si algo me fastidia es que alguien intente organizar mi vida.

-Cuando conozca a tu madre me voy a chivar. Le diré que nuestro chico se pasa el día empinando el codo – entrecerraba los ojos inclinándose a mí.

-De postre ¿qué me vas a preparar, mami?

-Bueno ... – dudó – el postre dejo que lo elijas tú. Lo que más te guste, Fran.

-Sabes de sobra lo que me gustaría, Sofi. Piénsalo bien, que ya no eres una niña  – miré directamente a sus ojos, listo para mostrar las cartas del juego que llevábamos los dos desde hace tiempo. Es cierto que Sofía tiene dieciocho años, al menos eso dice, pero su cuerpo sigue siendo el de una niña, una mujercita en desarrollo que me está volviendo loco.

-Solo sé cómo me miras, cielo. Las caricias de tus miradas que hacen temblar mi cuerpo – ella susurraba mientras sus mejillas se coloreaban de rojo – Los dos sabemos que ha nacido algo dulce que nos une, que más pronto que tarde nos va a unir más todavía. Quiero que esta tarde comience lo nuestro, . . .  que tomes de mí lo que ya te pertenece.     – musitó muy bajito.

Se dio la vuelta y continuó con su trabajo atendiendo a las mesas con la sonrisa de siempre. Yo pensaba inquieto en el ofrecimiento de la chica del pelo rojo ¿caricias? ¿lo nuestro? ¿entrega? Sus palabras entran con fuerza en mi estómago dudando si digerirlas con lo que palpita en mi pecho o la presión que empuja decidida el pantalón.

Perdido en la duda de mis pensamientos escucho la Voz que siempre me habla cuándo he de decidir sobre el camino a seguir. Lo hace, principalmente, mientras escribo y he de tomar una decisión importante relativa a la vida imaginaria de los personajes de mis guiones. Es una voz grave y femenina:

"Ni se te ocurra, Fran. Ella es una adolescente y a su edad idealiza el amor, pretende vivir una pasión que ilumine su joven corazón cada mañana. Tú eres un hombre maduro y, espero, que actúes en consecuencia. Con sentido común"

-Esta vez te equivocas, Voz – respondo para dentro – Sofía tiene dieciocho, ya es mujer, yo tengo veintisiete así que no soy maduro. Además, tú misma la has escuchado – ha nacido algo dulce que nos une –  ¿Por qué no puedes entender que esto puede ser nuestro gran amor?

"En tu pregunta tienes la respuesta. Lo que tú denominas “esto”, para Sofía es mucho más. Vas a dañarla, Fran y esa herida no es fácil que cicatrice, a veces sangra siempre"

-Mira, cariño, lo he preparado para mi ... chico. Te vas a comer hasta el último guisante, que alguien tiene que cuidar de ti. Estás muy delgado  – me regaña y observo el plato que ella ha cocinado: un grueso solomillo rodeado de un montón de verduras gratinadas, aunque lo que llama mi atención es la ramita de perejil sobre la carne; ella se ha entretenido en recortar las hojas y darle forma de corazón.

Alzo la cabeza y la miro

-Sofía . . .  – estiro el brazo y mi mano queda sobre la mesa con la palma hacia arriba.

-Fran . . . – ella enlaza sus dedos a los míos.

Me lo comí todo – me refiero a lo del plato ¿eh? – Pasadas las tres, salgo a la calle para pasear y esperar a Sofi que terminaba el turno sobre las tres y media. Mientras camino retumba un trueno en el cielo, se levanta una ráfaga de viento y noto en mi rostro diminutas gotas de lluvia. Entonces sale ella, mira a un lado y al otro hasta que se encuentran nuestros ojos, corre hacia mí y chocan nuestros cuerpos, apoya la cara en mi torso abrazados los dos.

-¡Qué susto! No te veía y creí que me habías dejado – susurra temblando, separa el cuerpo coge mi mano y estira – Paseemos cielo, estoy segura que los de la cafetería nos están mirando.

Andamos hasta la esquina siguiente y vuelve a tirar de mi mano, nos metemos en la calle y ahí sí. Enlaza mi cuello con los brazos, yo la empujo contra el muro y nuestros cuerpos quedan pegados, nuestros labios se buscan y nuestras lenguas se encuentran, bueno, para ser sincero, mi lengua encuentra la suya que se enrosca en la mía. La lluvia arrecia, cae con fuerza en nuestras cabezas, pero nosotros ni nos enteramos tan solo saboreamos nuestro primer beso, nos hundimos en la pasión que nos ahoga, en los suspiros que nos embriagan, pero la lluvia no cesa y nuestros cuerpos están empapados por la intensa lluvia.

-Estoy empapada, cariño – musita en mi cuello, aunque su cuerpo sigue apretado al mío.

Separo mi cuerpo, cojo su mano y ahora soy yo el que tira de ella hasta llegar al portal de mi casa. Sofi se planta y se encara a mí con la melena roja enredada en su rostro.

-¡No voy a subir a tu casa, Fran! – exclama enfadada – ni siquiera somos novios, aún.

-Sofi, estamos calados hasta los huesos – la empujo cobijándonos en el dintel del portal – antes dijiste que lo nuestro empezaba esta tarde, que tomase de ti lo que ya me pertenece – rozo sus labios – Pues reclamo mi postre:  Te quiero a ti. Tomarte enterita.

-Esas palabras fueron un ... impulso.  Las dije sin pensar. Estaba tan emocionada ... – la lluvia resbalaba por su cara, las pestañas parpadeaban y su piel mojada relucía.

Saqué las llaves del bolsillo del pantalón y agarrándola por la cintura la arrastré al interior del portal, entramos al ascensor y pulsé el botón de la tercera planta. Su cuerpo temblaba acurrucada entre mis brazos y un enorme charco apareció en el suelo del ascensor. Cuando al fin abrí la puerta del apartamento la tomé en brazos y entramos como dos recién casados que inauguraban su hogar, anduve directamente al cuarto de baño y la deposité en el suelo, pero sus brazos seguían enlazando mi cuello y su cabeza reposaba en mi pecho. Era evidente que la niña se había relajado por completo, los temblores habían desaparecido, ahora notaba los acelerados latidos de su corazón.

-Ahora te vas a quitar la ropa, la pondré en la secadora y mientras se seca te duchas con agua bien calentita, nena – estiro el brazo y abro el mando de agua caliente de la ducha – Yo me ducharé en el otro baño.

-Vale, pero no mires – cierro los ojos, aunque dejo uno ligeramente entreabierto. Ella se quita la blusa, la falda y las sandalias; cada vez que se quitaba una prenda me miraba para comprobar que mis ojos seguían cerrados. Quedó semidesnuda con las braguitas y el sujetador y entonces abro los ojos de golpe y reseteo su cuerpo adolescente.

-¡Te he dicho que no mires!

-¡Pero si los tengo cerrados!

-¡Los tienes abiertos como platos! – chilla, aunque asoma una sonrisa en los labios  – ¿crees que soy tonta? cuando me bajé la falda ya tenías un ojo abierto.

-Solo lo abrí para comprobar que estabas bien, tonta del culo. – reí, porque nuestra discusión es tan ridícula – Anda, nena, dame tu ropa interior que está mojada también.

  • Pues date la vuelta y esta vez sin trucos ¿eh?

Ya en la cocina escucho los chorros de la ducha, cierro los ojos e imagino su cuerpo desnudo y mojado. Observo el sujetador con rellenos, <>, huelo la braguita blanca de algodón y el aroma a hierba penetran en las fosas nasales, mas cuando la separo de la nariz noto algo pegado al labio inferior: una fina hebra de vello púbico rojo.