La chica del pelo rojo. 3 el secreto de Sofía

Tras la apasionada tarde de sexo en la que nos comimos todo, mi chica me abrió su corazón y, aunque su confesión no me escandalizó, sí me sorprendió, la verdad.

Aunque su respuesta no me convenció, la vista de su anhelante vagina abierta encharcada por flujos sexuales que fluían de sus paredes, – incluso percibí unas gotitas que salían del agujerito uretral –, me hicieron meter la lengua hasta el fondo y empezó el festín o el atracón de carne roja que se contraía o dilataba al ritmo de mis lamidas. Ella abría los muslos a tope para a continuación cerrarlos de golpe apresando mi cabeza, mientras con su lengua hacía estragos en mi polla que por fin había encajado entera en la boca que succionaba el glande para saborear las gotas pre seminales; ambos temblábamos por el placer que nos envolvía, pero cuándo mi lengua alcanzó el clítoris, que creció de forma desmesurada, en segundos Sofi dio un alarido y su cuerpo se convulsionó una, otra y otra vez. La niña no paraba de correrse y cuándo mordió la polla con desespero, gruñí al tiempo que me vaciaba en su garganta y ella tragó sedienta toda la leche sin dejar una sola gota.

-¡Qué bien me lo has hecho, cariño! ¡Nunca me había corrido tantas veces seguidas!  – dijo Sofía que apoyaba la cara en mi torso recuperándonos del par de horas de pasión carnal.

-Vamos a ver, Sofi, tendrás que explicarme varias cosas que has dicho esta tarde y que no termino de entender. La primera: ¿qué significa lo de “los destrozos que voy a hacerte esta noche”? Bien sabes que en un ratito te voy a llevar a tu casa y vas a hacer nono con tu mami o con quién sea.

-¿Cómo que voy a hacer nono con mi madre? – chilló furiosa arrodillándose en la sábana con los brazos en jarras – Justo cuándo salí de la ducha le pedí permiso para dormir en casa de mi amiga Puri y ella accedió. – hizo una pausa para tomar aire – Por supuesto que vamos a destrozarnos los dos, porque hemos de consumar nuestro noviazgo, ¿no?.

-Bien Sofi, ya has respondido a mi primera pregunta, aunque de todo eso tendremos que hablar. La segunda:  tras comerte el coñito has dicho “qué bien me lo has hecho” y luego has añadido “nunca me había corrido tantas veces seguidas”. Lo que yo he interpretado es que ese “bien” es un término comparativo, así qué eso me lleva a la pregunta: ¿cuántas veces te han comido el coñito, cielo?, aunque no es necesario que detalles ni quienes ni la frecuencia de tus orgasmos, porque he podido ver el entusiasmo con el que respondes a las caricias sexuales y eso lo explica todo.

-¿Sabes qué te digo, Fran?

-¿Qué?

-¡Pues que eres un puto machista!. ¿Acaso te he preguntado yo a cuántas chicas te has llevado a la cama?

-Eso es distinto, Sofi. Tengo 27 años y un camino recorrido, mientras que tú eres una. . . una cría de apenas 18.

-¡Jamás preguntaste por mi edad, Fran! – se encaró a mí – Y yo acabo de enterarme que me he acostado con un viejo de 27.         ¿Dónde están las jodidas bragas? – miraba por todos los rincones, incluso debajo de la cama.

-No busques tus bragas, nena, te recuerdo que nuestra ropa está en la secadora, aunque ya estará lista. – me tumbé en la cama panza arriba y mirándola palmeé el hueco a mi lado – Ven a mi lado Sofi y hablemos de lo nuestro. Al menos sigues estando enterita, gracias a dios.

Ella dudó durante un buen rato con gesto de enfado, estaba tan confusa como yo, aunque supuse que por distintos motivos. En cualquier caso, la vi como una mujer bellísima con la piel aún húmeda por las gotas de sudor, su cuerpo destellaba cómo si un aura lo envolviese. Quedase como quedase la tarde, había valido la pena. Decidió tumbarse a mi lado mirando al techo, aunque se tapó con la sábana hasta el cuello.

-No estoy entera, Fran – susurró mirando a la nada – Esta tarde me has robado muchas cosas.

-Nena, nos hemos robado besos y caricias. Reconozco que algunas de ellas muy íntimas, quizá demasiado, pero ...

-No hablo de carne, Fran, sino de sentimientos – giró el cuello hacia mí – no debes culpabilizarte por nada, los dos nos hemos entregado a la pasión que nos desbordaba, pero sin presión alguna; ni tú me obligaste ni yo a ti. Hice lo que el corazón me pedía, el problema es que te lo has llevado contigo, que mi ... corazón es ...tuyo – un fuerte sollozo ahogó sus últimas palabras.

He de reconocer que sus palabras me emocionaron y sus lágrimas, ni te cuento. Me di la vuelta y abracé su cuerpo. Ella se acurrucó en el mío posando sus labios en mi cuello con lo que su llanto quemaba mi piel con un dolor casi insoportable.

-Vale Sofi, deja de llorar que ni te imaginas lo que me duelen tus penas  – acariciaba su espalda por debajo de la melena – necesito saber todo de tu vida y yo desnudar mi alma para ti, claro, virtualmente, porque más desnudos no podemos estar, ¿eh, nena? – noté su sonrisa al tiempo que su mano acariciaba mi pecho.

-Mi vida es un libro abierto, cariño: casa, trabajo, trabajo, casa y vuelta a empezar – susurraba – Así siempre, hasta que tú apareciste en mi vida y lo alborotaste todo.  – clavó sus ojos en los míos – Desde ese día el sol luce más brillante cada mañana.

Hundí los labios entre los suyos y nuestras lenguas juguetearon, como siempre, pero ese beso era especial: fue como una rendición o la firma de un armisticio en el que bajamos las armas, pero nuestros cuerpos ansiaban pelea, sobre todo el de Sofía quién se montó sobre mí, como una amazona.

-¡Necesito que entres en mí, amor mío! – suplicaba con la cara roja por la lujuria, mientras acomodaba la entrepierna justo contra mi polla – ¡Qué me desgarres, qué me lo rompas todo, qué me hagas tuya y ...y... que te entregues a mí!

-Cálmate, Sofi. El paso que vamos a dar es sumamente arriesgado.  – le advertí con el tronco ya hinchado entre los labios mayores.

-Ambos sabemos que el camino por el que andamos juntos no tiene retorno, Fran, así que ¡métela ya, jolín!.

-¡Estoy loco por hacerlo! ¿No la sientes, joder! – bramé luchando contra el instinto primario de entrar en ella y destrozarla – No tengo condones, además seguro que eres virgen.

-¡Claro que lo soy, idiota! ¡Métela a pelo, ya! –ella misma separó con los dedos los labios mayores de modo que el glande entró un poco apoyado en la entrada de la cueva, pero el sentido común ganó la batalla al deseo de meterla de golpe y con un movimiento de la pelvis la saqué y quedó a lo largo de su vientre.

-No te voy a desvirgar, Sofía. No ahora – Sofi dejó caer el cuerpo rendido sobre mi torso.

-No me quieres, Fran . . . – musitó en tono muy triste.

-Te quiero muchísimo, nena – acaricié su pelo –, pero imagina que, por un casual, te dejo embarazada. En mi familia mantenemos la tradición de, primero boda y después bebés.

-¿Sabes qué hay una cosita que se llama píldora?.

-¿Tú la tomas, nena?

-En mis relaciones nunca hizo falta. Tú has sido, eres y serás el único hombre que abra mis piernas. – seguía musitando en mi cuello.

-¿En tus relaciones? – cuestioné algo mosqueado.

-Mira, Fran, como tú dijiste tenemos que desnudar nuestras almas.    – separó su pecho del mío, aunque seguía montándome.  – He tenido sexo con algunas chicas desde los catorce años y, como sé que lo vas a preguntar, pues sí disfruto muchísimo con las mujeres, pero te juro por lo más sagrado, es decir, te juro por nuestro amor, que nunca ni nadie me ha hecho sentir lo que tú me has dado esta tarde – abrió la boca y aspiró aire tras la perorata.

-¿Entonces? ¿Eres lesbiana? – inquirí con asombro, porque lo último que podía imaginar era ver a mi a mi chica comiendo a una mujer, o al revés.  Sí, sé que Sofi está encantada con su cuerpo, que es algo vanidosa y que sabe que su rostro aniñado y el culito respingón son una tentación tanto para hombres como para . . .     ¿mujeres? – No lo puedo creer, Sofía. Desde que te conozco, hace ya casi un mes, he podido ver como te contoneas con esa insinuante sonrisa ante los tíos que siempre miran hambrientos tu culo, incluso yo mismo cuando lo miraba ... ya sabes, ñam ñam

-Pues ñam ñam, puedes hacerlo en el culito, mi coñito y, sobre todo, en mi boca y espero que lo hagas cada día: mañana, tarde y noche y ...

-¡No te despistes, Sofía! Ya has confesado tu inclinación al sexo lésbico y nada tengo que decir al respecto, excepto que, cuando seas mi esposa habrás de elegir. – ella cubrió su boca con las manos en un gesto de asombro.

-¿Tanto me amas, Fran, al punto de querer hacerme tu esposa?     ¡Qué felicidad! – tras su exclamación se inclinó dándome cientos de besos hasta en las orejas al tiempo que frotaba la vulva contra mi polla – No es necesario que nos casemos, cariño, lo importante es que nos amemos con esta intensidad y regalarme una manada de lobitas y lobitos, el fruto de nuestro amor, que nos acompañarán siempre.

-Sofi, mírame a los ojos – ella lo hizo apoyando la nariz en la mía, bizqueando y con su acostumbrada sonrisa. Se había creado tal vínculo entre los dos que a mí mismo me sorprendió. No sé explicar lo que me hacía sentir esta mujer, pero lo que sí sé es que nadie había despertado la ternura, la pasión, la entrega incondicional y el deseo de amarnos más allá del rollo casual con el que empezó nuestra relación.  – Nos casaremos por la Iglesia de Inglaterra, la anglicana, como es tradicional en mi familia. Tendremos hijos hasta que tú digas ¡basta!. También he de decirte, que te quiero como nunca quise a nadie. Tan solo pongo una condición: que hagamos lo que hagamos, sea siempre juntos, cogidos de la mano.

Sofí se descabalgó, se tumbó de espaldas con los ojos cerrados mostrando el cuerpo desnudo. Sin duda alguna valoraba mi propuesta y tras varios minutos de reflexión, saltó colgándose a mi cuello y exclamó:

-¡De acuerdo en todo, vida mía!. ¡Ah! También yo te quiero más que a mi vida. Pero solo pongo una condición respecto a los críos: que empecemos a encargarlos esta misma noche  – lo último lo dijo susurrando bajito en mi oreja.