La Chica Del Pan

Una anécdota veraniega de un latino en Barcelona.

La chica del pan.

Hola, después de echar un vistazo a los relatos ajenos me atrevo a enviar el mío.


El verano provoca a la gente salir de su letargo y sacar lo que lleva dentro. Además, más allá de los pechos desnudos y de los cuerpos bronceados en la playa, un calor húmedo conlleva ver los cuerpos a través de las más finas prendas de algodón alrededor de toda la ciudad. Es así como ahora, en mi paso por Barcelona, comprendo el candente recurso del "veraneo" de las películas.

Un edificio con una ventana estratégica frente a una panadería donde van todas las personas del sector a cumplir con sus costumbres alimenticias fue el punto donde por primera vez la vi. Desde esta ventana contemplo que los años se le notan en sus incipientes arrugas, pero su cuerpo parece el de cualquier chica menor que yo. Llegó a la panadería y salió de ella con uno de esos panes largos que se acostumbran acá. El pan, como contento, flotaba a la misma altura de esas hermosas caderas amplias y de contonear exuberante. Cerca de la esquina se detuvo para dejar pasar los autos que iban por la calle y uno de ellos le despidió una brisita como un cumplido, como un piropo. El aire la acarició de modo que su fino vestido se ciñó a su vientre dejando ver como desnudo su geografía femenina. La forma de sus pechos, sus hermosos muslos y ese abdomen sutilmente fornido fue lo que me permitió ver aquella circunstancia. Luego de eso, cruzó la calle y sobre sus sandalias anduvo hasta que se perdió de mi panorama.

Seguí mirando por la ventana buscando la silueta de aquella chica y un par de días después volvió a pasar por la panadería con el mismo vestido fresco, compró el mismo pan y volvió por el mismo camino. Esta vez procuré sumar detalles a mi imagen mental. Lleva pelo rojizo, liso pero levantado y hacia fuera en las puntas, tuvo que haber ido a la playa porque ese día estaba roja por el sol. ¡Que mujer más linda!, pensé.

Pasados tres días, un viernes, ella volvería a pasar por su pan, a la misma hora, con un traje fresco pero amarillo tenue. Esta vez pasó algo diferente; al salir de la panadería miró hacia el edificio donde yo estaba, trató de fijarse en un par de puntos y luego de unos segundos se fue. No puede ser, ¿tan obvio soy? ¿El panadero le ha dicho que un chaval la está mirando por la ventana? ¿Cómo van a saber qué miro? Esa tarde, decidí cerrar la ventana de mi habitación y no la volví a abrir hasta que el calor me lo exigió entrada la noche.

Al día siguiente fui a la playa y la vi, estaba sola tumbada en la playa tomando el sol de espaldas y sin sostén. Caminé hacia ella con ningún otro ánimo que estar unos metros más cerca. En ese momento ella me miró y no dijo nada, pero se quedó ahí mirándome. "Me equivoqué otra vez", pensé. De pronto salieron unas palabras de su boca: "oye cariño, me tapas el sol". Ni que decir de lo que sentí, resumo que se me salió todo el frío que tenía a través del sudor y no se distinguía el rojo de la vergüenza del rojo del bronceado intenso.

-Lo siento, no quise hacerlo.

-Que no pasa nada cariño, pero que me de el sol por favor.

En ese momento la imagine llegar a casa besándome e hice lo que no me imaginaba: me atreví a hablarle.

-Disculpa, ¿no te he visto yo antes?

Había girado su cabeza, pero contestó sin mirarme.

-No lo creo.

-Claro, vives en Les Corts cerca del Condis. Vivo en frente.

No hizo nada durante unos segundos, de repente se levantó un poco, se vistió el pecho (muy pudoroso dado el comportamiento de los demás) y terminó de levantarse aunque sentada. Luego me miró y habló.

-Vivo en un piso por ahí pero es un poco cutre, llevo ahí unos dos meses pero es lo que hay.

-Yo vivo en el edificio de la esquina en frente al Condis, en el primer piso, está muy bien.

-Ahí me gusta. ¿Te has fijado en los balcones del tercer piso? Tienen unas flores muy bonitas. ¿A que molan?- su rostro se torno amigable ahora y me alivió el saber que sus miradas buscaban unas flores y no un mirón.

-Pero dime ¿cómo me conoces?-siguió.

-Te he visto un par de veces por ahí, como cualquier transeúnte pero hoy te distinguí.- verdad a medias.-Te he visto con un trajecito blanco y unas havaianas comprando pan.

-Me estabas vigilando tío- me dijo y me volví a entumecer de la vergüenza- a mí me gusta mucho ese vestido; es que con este calor que hace me desespero.

-Me imagino como serán siempre los veranos por acá- le dije por seguir conversando.

-Que no, tío. No te imaginas, ahora está fresco.

Mientras hablábamos aprovechaba para enfocarme en lo que desde la ventana no se veía. La textura de su piel, sus labios, sus ojos, sus pezones, sus manos, sus pies, su ingle, en una palabra, hermosos. Miraba de reojo y de frente, con y sin vergüenza, con y sin disimular, no podía poner mis ojos sino en ella.

-Tengo 35 años- tocó el tema.

-Yo soy más nuevo.- No quise decir más.

-Hala tío, no vengais con vergoñas ahora, un tío como tú no está para andar escondiendo su edad. Decidme cariño, ¿cuantos años tienes?

-Tengo 24.

-¿Y de que te avergüenzas?

Que pregunta más impactante, no solo te avergüenza, te deja como tonto.

-Lo que pasa es que soy algo tímido- en ese momento puse una cara estratégica que ni yo se explicar, algo entre tímido y casanova, y continué- sobre todo con una chica guapa.

Ella rió y me miró como buscando en mis ojos el grado de certeza de mis palabras, es la primera vez que veía que hacían eso conmigo. Nos miramos riéndonos unos segundos.

-Que no, tío. No te creo.

-¿Ves esa chica de allá?- le señalé una chica muy guapa que se bronceaba un poco más adelante de nosotros.-¿Qué te parece?

-No lo sé.

-¿Entonces como puedes decir que te miento?

-Pero esa tía está que te cagas.

-Me das la razón. Yo puedo ver en ti la belleza, tal cual o mejor que como la ves tú de esa chica.

Sonrió, pero sin quitarme el ojo de encima. Ella me miraba en las mismas situaciones en las que yo busco excusa para voltearme.

-¿Sabes una cosa? Eres la primera persona que se ha fijado en que me gusta el pan.- me dijo. Y lo volvió a hacer, yo ni siquiera sé como se llama ese "pan largo". Por otro lado, yo no le había dicho que a ella le gustara el pan. ¿Qué digo?

-Me fijo en cosas pequeñas pero ni yo mismo las valoro.

-Deberías hacerlo. Yo lo hago.- se quedó sin palabras y unos segundos después me dijo: "me llamo Nuria y tú".

Yo solté una pequeña risa y dije: "me llamo Jose".

-Ponte aquí Jose - En ese momento me di cuenta de que había dado los pasos correctos y sin pensarlo mucho accedí a sentarme a su lado mirando a los bañistas.

Hablamos de cosas sin importancia otro rato hasta que decidió irse y me invitó a ir con ella en metro. En el metro me comentó otras cosas y nos conocimos un poco.

-Mañana tengo curro.

-Pero mañana es domingo- le dije.

-Ya, pero trabajo en el metro y mañana hay trabajo por hacer así que me tocó a mí esta semana.

-¿Y que harás ahora?-le pregunte en el relax de la conversación. Sin embargo ella estaba esperando esas palabras.

-Sabes, me gustaría ir a tu piso a ver que tal es.-palabras que entraron como miel a mi boca.

-Vale, te muestro la habitación y todo. Ya te lo había dicho, es pequeño pero bueno.

Luego, un salto en el tiempo. Lo que hicimos desde esas palabras hasta llegar a la esquina antes del edificio es algo que ni recuerdo, solo pensé en llegar.

Busqué la llave en mi bermuda y cuando la metí en la puerta vi que Nuria no me sacaba el ojo de encima. Así que subí al ascensor nervioso y con una sonrisa estúpida e impresionantemente ella estaba quieta y me miraba con una sonrisa muy leve. Abrí la puerta de mi piso y ella sin decir nada caminó hasta la sala, miró los muebles rápidamente se acercó a la ventana y me dijo: "¿me muestras tu habitación?"

Fuimos a la habitación e hizo lo mismo pero se detuvo en la ventana, se sentó en un taburete y luego me miró con una sonrisa más fuerte.

-Ya cariño, venid aquí.

Me acerque todavía nervioso y me abrazó. No hubo palabras después de eso. Cerró las cortinas y me acarició la espalda mientas me abrazaba. Yo, de pie, acaricié su cabeza. Ella me delataba, me hacía sentir bien y mal no sé si por don o por experiencia.

Mi timidez hacia ella se fue lentamente y cuando nuestras respiraciones se coordinaron se levantó aún abrazándome. Me dio un beso en la mejilla, puso mi cara hacia su hombro y dejó correr levemente su lengua por el borde de mi oreja. En ese momento temblé y casi caigo mas estuve lo más firme que pude y acerque mi pene erecto a su vientre. A través de la ropa sentí los masajes más excitantes jamás recibidos y mi calor traspasaba todos aquellos tejidos. Ella siguió acariciándome igual hasta que yo envié mi mano derecha a su pecho. Lo recibió con agrado solo un momento, luego me detuvo con su mano izquierda y puso mi mano sobre su nuca se inclinó hacia atrás y se miró el pecho invitándome a hacer lo mismo. Lo miré, estaba a medio cubrir con su fina blusa de algodón blanco que tenía un escote en ve y podía verse el principio de sus lindos senos. Me miró, sonrió y con el vientre aun presionado contra el mío se soltó la blusa. La prenda cayó hasta su cadera y se acumuló entre los dos. Dejó libre mi mano para que pudiera descubrir lo que no pude ver en la playa. Esta vez, el sostén verde oscuro cayó detrás y lo perdí de vista.

Quise quitar más pero sentí un cambio en el abrazo, un cambio que movía las ropas de mi torso y fue como saco la camiseta que yo llevaba puesta y que rápidamente se perdió de vista. Quede entonces con la mirada frente a sus rosados pezones erectos y luego estuve justo en medio de ellos gracias a un movimiento rápido de Nuria. El suspiro no se hizo esperar y ya yo no pude dejar mis manos quietas. Las puse sobre sus nalgas y las sostuve como si de ello dependiera mi vida, mientras tanto ella seguía empujándome sobre su pecho. Cuando nuestra diferencia de alturas hizo incómoda aquella posición, me senté sobre la cama abrí las piernas y la abrace de forma que mi cara sentía su calor abdominal. Que excitante su vientre caliente y tembloroso sobre mis mejillas.

La blusa cayó toda y luego Nuria se inclinó para soltarme el cinturón, los botones y la corredera, mientras yo chupaba su pecho. No hizo más, dejó que yo terminará el rito soltándole su pareo y bajándome mi bermuda. Y ahí los dos nos acostamos sonriendo y sudando por el calor, primero yo y luego ella. Nos aprisionamos fuerte y sentí otra vez los masajes pero a través ahora de las finas telas íntimas. Nos acariciamos durante un tiempo que yo no pude medir y luego sentí sus manos quitarme el boxer. Yo creí que mi pene estaba caliente hasta que con una suavidad indescriptible sentí el calor que emanaba Nuria desde lo más profundo de si. La miel de su sexo bañaba el mío con movimientos cortos de su pelvis.

Ella, ahora sentada sobre mí, se contoneaba de forma que yo no sabía que hacer más que recibir el placer y acariciar su pecho. Sin palabra y sin aviso Nuria se quedó quieta, o por lo menos en una posición que no entendí en seguida, ella había tenido el orgasmo más raro que había visto. Luego soltó un gemido tan excitante que levante mi torso, la abracé y la tendí sobre la cama. Ahora, con el gemido haciendo eco en mi mente, sólo podía pensar en meterme en ella. Me acomodé e impacté un par de veces mi pelvis sobre la de ella.

Otra vez hizo algo para mi extraño, se puso a llorar, no desconsoladamente pero de sus ojos, que me miraban siempre, brotaron las sensuales lágrimas. No le dolía, eso lo entendí al ver su sonrisa y por el hecho de que cuando brotaba una lágrima me daba un beso. Empecé a sentir los espasmos propios de mi éxtasis cuando Nuria se mordió los labios y me empujó un poco y se detuvo otra vez como hace un rato. Yo, interrumpido, me acerque para saciarme un poco sólo de tocarla pero me rechazó como pudo, se levantó y se puso en la orilla de la cama, boca arriba y con las piernas ligeramente abiertas, yo entendí, me baje de la cama y Nuria me miraba a la cara mientras yo viajaba sobre las sábanas. Cuando llegue a ella dirigí mi sexo hacia el de ella pero ella no abrió las piernas sino que levantó su torso y me la chupó, yo tomé su cabeza por los pelos y suavemente empujé mi miembro en su boca. Ella, siempre mirándome, metía todo mi pene en su boca y lo mojaba con saliva y sus propios jugos sexuales.

Al final, cansada de llevar la iniciativa, me soltó, se recostó y abrió y aflojó las piernas. Le di como quise y su pecho bailaba dando tumbos mientras yo sostenía su cadera. Ella recibió tanto placer que quitó las sabanas de la cama de una sola halada. Con un gruñido seco y poco audible eyaculé dentro de ella y en vez de decirme algo, me aprisionó con sus piernas como una mantis. Caí sobre ella. Me abrazó y por fin dijo algo: "Me gusta el pan".

En la mañana me desperté sobre las sabanas arrugadas y encontré una nota en el escritorio con su teléfono y que decía que no me preocupara por ser domingo que ella conseguía el pan.