La chica del doctor 4

4.- postcoito o algo así.

4.- POSTCOITO O ALGO ASÍ.

Aquella noche la pasé en su casa. Temí que me fuera a echar después del polvo; en vez de eso, me llevó a su dormitorio, donde nos acostamos. Me permitió ponerme el top: no me sentía cómoda con las tetitas al aire y él lo notó. Con el sujetador fue estricto: ni hablar. Pensé que era suficiente; al menos no se veían y, por la escasa relevancia de mis pezoncitos diminutos, ni siquiera se marcaban en el tejido. No había más ropa en nosotros. La temperatura era más que agradable para permitírnoslo. Mis zapatos por fin reposaban a un lado de su impresionante cama. Seis chicas como yo podrían dormir sin molestarse... o tres tipos como él.

Fue sorprendentemente tierno y amable. Pude hacer algo que había visto miles de veces en la tele o leído en novelas y que nunca había tenido la ocasión —el sexo adolescente es fugaz, apresurado y rara vez dispones de tiempo para mimos—: reposar mi cabeza en su pecho. A él le pareció bien, incluso comenzó a acariciar mi cabello, dándome placer y relajación al mismo tiempo. Yo jugaba con los rizos de su torso —le gustaba la depilación en las mujeres, no para sí mismo— y oía el latir de su corazón: regular, fuerte, sano.

—¿Por qué tienes esa manía a tus senos? —me preguntó—. Yo los encuentro muy bonitos.

Suspiré. Usé mi brazo libre para cubrirlos, como si él pudiera verlos a través de mi top y de su propio cuerpo interpuesto.

—Desde... desde pequeña... A mis amigas les empezaron a crecer las tetas con doce años... Yo pensaba que era de desarrollo más tardío, ya ves que también soy bajita y menuda, pero ese "desarrollo" simplemente no llegó. Ya sabes lo crueles que pueden ser las chicas... bueno, los críos en general y los adolescentes, más aún. Así que al principio empecé a ser "la niña", aunque tuve la regla casi antes que cualquiera de ellas, con once añitos. Luego, la cosa fue peor. Al final de clase de gimnasia teníamos que ducharnos. Las instalaciones eran comunes para cada sexo, así que no podía ocultar mi desnudez bajo el agua. Pronto empecé a ser "pecho de hombre" o "la tío". Mis últimos años fueron duros. Eso sumado a la muerte de mi padre y la enfermedad de mi madre, que por entonces daba sus primeros síntomas, convirtió mi vida casi en un tormento constante. Bueno, no es cuestión de contarte todas mis penas, ¿no? ¡Que acabamos de conocernos!

Tenía la sensación de compartir mis miserias con quien precisamente podía librarme de ellas. No era la forma más astuta de empezar, sino la ideal para asustarle y que quisiera poner tierra de por medio.

—Me parece que estás equivocada. Por mi clínica han pasado miles de chicas con unos complejos u otros. La mayoría no tenían razón para ello. La belleza es algo difícil de entender: está en los ojos del que mira y, por algún motivo, las mujeres soléis rechazarla incluso cuando la veis. Virginia, eres hermosa.

—Vir, por favor... que hasta hemos follado juntos. Ya puedes tener confianza suficiente.

—Virginia, decía —ignorándome totalmente—, eres hermosa. Tienes uno de los rostros mejor diseñados que he visto nunca y, además, dominas el arte del maquillaje para reforzar con un discreto toque tus puntos fuertes y camuflar los débiles. Es perfecto. Me gustan las chicas así. Si me permites que te confiese una pequeña fantasía, me encantaría que mi futura mujer siempre fuera perfectamente maquillada y no verla jamás con la cara lavada, ni en la cama. Me siento bien contigo y me apetecía compartirla.

—Gracias —murmuré, con un hilillo de voz.

Era cierto: le agradecía que confiase en mí para contarme sus secretillos íntimos. Quizá no fuera su mujer, pero podría darle ese pequeño capricho, al menos durante un tiempo. Solo tendría que dormirme algo más tarde y despertarme antes. El "discreto toque" del que hablaba era uno de mis más densas obras de arte, con mi famoso degradado de sombra de ojos en tres tonos Desde luego, no podría dormir con todo el pote en la cara. Además de ser malo para el cutis, dejaría las sábanas perpetuamente manchadas y eso no era bonito ni elegante. Eso sí: ya podía cargar mi bolso con más potingues cada vez que le fuera a ver, que encima solo llevaba lo esencial para pequeños retoques.

—Tu cuerpo está muy bien proporcionado —continuó—. Además, a mí me gustan las chicas pequeñas, lo que es un punto a tu favor. No deberías avergonzarte de tener menos pecho que otras mujeres: no a todos nos gusta lo mismo.

Con el olor de su colonia y la calidez de su cuerpo, acabé vencida por el sueño. Descansé muy bien, por primera vez en mucho tiempo.

Al llegar el día no estaba a su lado. De alguna manera, me había movido durante la noche y amanecí cruzada en la cama, casi perpendicular al eje normal. El reloj marcaba las seis y cuarto. Juanma dormía tranquilo, boca arriba, con una respiración regular. Hasta dormido era guapo y sereno, el condenado. Pensé despertarle eróticamente, como había leído en tantos sitios que les gusta a los hombres: con una mamada. Había probado la noche anterior que le gustaba como se las hacía, ya que se había corrido en mi boca. Me excité de recordarlo, a pesar de lo frustrante que había sido el final para mí.

Estaba a punto de hacerlo cuando caí en la cuenta de que iba a fracasar en mi primera promesa interna: aparecer para él siempre impolutamente maquillada. Me deslicé de puntillas al baño, con el bolso en la mano.

Casi di un respingo al verme reflejada en el espejo: ojerosa, con el rímel por media cara, restos mal puestos aquí y allá y el pelo hecho una auténtica desgracia. Ir vestida solo con la parte de arriba, además, me daba un aspecto un tanto ridículo con mi vulva al aire, la doble uve de mis labios mayores totalmente expuesta y perfectamente dibujada, con los menores asomando tímidamente entre medio. Tenía que arreglarme y hacerlo rápido. En la ducha no tenía más allá de lo más básico, como tantos otros de su género.

—Por un día no pasa nada —me dije y, desnuda, me metí dentro.

Usé jabón corporal para lavarme la cara de todos los restos de maquillaje y su champú para mi intentar domar mi leonina melena. No sería el mejor resultado del mundo pero, por lo menos, no parecería un zombi.

Así, media hora después, con el pelo recogido en una coleta alta a pesar de su humedad y el cuerpo envuelto en una toalla que dejé caer junto a la cama, volví a su lado. Debía estar pasándoselo bien en sus sueños, porque ya mostraba una buena erección de la que di cumplida cuenta. Me extasié en su contemplación, su grosor, sus venas... sus huevos, grandes y cálidos y su vello, rizado y castaño. Algunas de mis amigas siempre dicen que los órganos sexuales son feos, que la belleza está en otra parte: en unos ojos, en unas nalgas o en unos brazos bien torneados, con la debida musculación. Yo hasta ese momento le tenía un poquito de asco, por mis experiencias pasadas, pero aquel tronco de carne me pareció glorioso. Glorioso y apetitoso. Me encantaba ese glande lustroso y rojito, me encanta chuparlo entre mis labios y golpearlo con mi lengua y jugar a ver hasta dónde me entraba en la boca. No era una niñata: había visto porno y a actrices capaces de tragárselos hasta el fondo como si fuera el sable de un faquir. Sabía que no era tan fácil y una arcada al tocar mi campanilla me lo confirmó. Bien disimulada. Él no se dio cuenta, aunque ya había abierto los ojos. Me miraba. Yo, entre sus piernas, podía ejercer contacto visual perfectamente... y me gustaba. Era excitante ver su rostro y sus irises color hielo fijos en mí, mientras mi cabeza subía y bajaba.

—Lo haces muy bien, Virginia —dijo, finalmente, con su voz masculina tan serena como si no hubiera dormido—. Esto podría fácilmente convertirse en una costumbre.

Sonreí... o lo más parecido que pude hacer con su maravillosa herramienta llenándome la cavidad bucal.

—Eres estupenda, pequeñuela. Creo que estamos iniciando algo que puede ser grande —continuó hablando, todavía sin jadear a pesar de que me estaba esforzando a tope, tanto que me empezaban a doler las mandíbulas—. Sería un poco egoísta por mi parte correrme solo yo, ¿verdad?

Se me aceleró el corazón. ¿Quizá querría volver a utilizar su increíble lengua en mí, en un estupendo sesenta y nueve de esos de los que Cristina siempre hablaba? No. Sus ideas eran más prosaicas.

—Empieza a tocarte. Quiero que te corras conmigo. Bueno, después de mí, mientras limpias todos los restos en mi pene con tu lengua ¿vale? Ese ha de ser el preciso instante en que tienes que explotar. ¿Lo harás? ¿Por mí?

Intenté que en mis ojos no se viera la decepción, aunque lo cierto es que lo estaba pasando estupendamente. Llevaba un rato chorreando, porque el hecho de darle placer me excitaba. A partir de su declaración, empezó a gemir más y su respiración se fue acelerando.

—Hoy sí que te lo tragarás, ¿verdad? Anoche no me gustó nada que no lo hicieras. ¿Te lo vas a tragar?

Lo intentaría, pero no quería decírselo. En mi interior me preguntaba si, como hasta entonces pensaba, realmente era humillante para la mujer si lo deseaba y su pareja le daba todo lo que necesitaba, como así parecía ser: Juanma era atento, caballeroso y pensaba en mí, o eso parecía hasta el momento. No me había prometido una boda ni que me pondría un piso, claro que quizá eso lo convirtiese más en un aprovechado que en una pareja.

En ese momento, con mis dedos acariciando mi pepitilla, mi placer era igualmente grande. Nunca había sido capaz de llegar al orgasmo con un pene en mi vagina, así que no había tanta diferencia en hacerlo con mis dedos mientras tenía el rabo en un agujero o en otro... salvo que comérsela al cirujano era algo que estaba deseando con ansia, lejos de la sordidez de mis anteriores parejas.

—Prepárate, Virginia, porque me voy a correr...

No sabía cómo debía prepararme, así que tan solo me limité a apretar más los labios sobre su capullo y a acelerar el ritmo, tanto de mi cuello, también dolorido por el esfuerzo, como de mi índice en mi clítoris.

El primer chorro salió espeso y fuerte, casi hasta la garganta. Pensé que me ahogaría, pero por nada del mundo quise aflojar ni dejarlo a medio orgasmo. Mis ojos empezaron a llorar por ello. Lefazo tras lefazo me inundaron. Para el segundo ya había aprendido a poner la lengua delante y así evitar que se fuera por otro lado. Aún no había acabado de llenarme de su leche cuando decidí deglutir lo que ya tenía. A eso siguieron dos tragadas más. No fue tan difícil ni su sabor tan desagradable, algo parecido a yogur natural sin azúcar, con un leve toque de cloro, como si estuviera perfumado con lejía. Lo malo fue que se quedó agarrado a mi garganta. Tenía la sensación de que no había pasado más allá y, aunque tragué saliva, siguió allí. Su cola había quedado perfectamente limpia, aunque decidí pasar la lengua por ella igualmente y, justo cuando estaba sopesando sus huevos, el orgasmo me golpeó a mí. Gemí, intensamente. Fue mejor que el de la noche, quizá porque no esperaba otra cosa.

—Dame un segundo que me arregle el maquillaje —le pedí, para que viera que había cumplido su deseo y que, de hecho, todo mi pintalabios se había quedado en su verga.

—Ven... ven a mi lado —me susurró a la vuelta—. Quiero sentir la calidez y la suavidad de tu piel.

Le miré con desconfianza. Estaba desnuda, aunque no me había visto las tetas por la posición. ¿Es que no quería que me pusiera el top, olvidado en el baño?

No, no quería. De todas formas, junto a él, con mi torso en su costado, no podía verme nada y es cierto que el contacto de ambas dermis resultaba deliciosamente delicado, mejor que el de la ropa.

—Lo has hecho muy bien, Virginia. Muchas gracias.

—Gracias a ti, Juanma. Ha sido un despertar muy interesante, ¿verdad?

—Por supuesto que lo ha sido. El mejor en mucho tiempo. Como te decía, podría convertirse en una costumbre.

—Me ha encantado. Incluso si no me hubieras pedido que me tocara, incluso sin mi orgasmo —le mentí, en parte—, me hubiera sentido igualmente satisfecha. Me llenas mucho.

Él sonrió enigmáticamente.

—Ten cuidado con lo que deseas... quizá se convierta en realidad. ¡Pero no hoy, eso es seguro! —Acompañó con un golpecito en mi nariz y un beso en mi frente—. Tenemos mucho que conocer, mucho que explorar. ¿Qué cosas te gustan más en la cama y cuáles no harías nunca?

Pensé un rato antes de contestar. Prefería contar sus preferencias en vez de las mías: mi objetivo era conseguir liarme con el millonario, a poder ser de por vida. Claro que ¿podría permitirme pasar toda la vida haciendo cosas que me horrorizasen? Seguro que no. Todo lo más, algunas que no me gustasen especialmente.

—Me encanta el sexo oral —la verdad es que antes de él no lo había disfrutado, aunque como a él parecía encantarle, me tiré a lo seguro—, tanto dar como recibir, no te creas —que quedase claro, a ver si decidía volver a darme placer con su lengua.

—Bueno, no se puede decir que fueras una experta, ¿eh? Le pones entusiasmo y eso es bueno. Pronto aprenderás.

Me sentó como un mazazo.

—¿No... no te ha gustado?

—¡Al contrario! Has sabido hacer que me corriera en muy poco tiempo. Eso no es fácil, ¿eh? —si a él le había parecido "poco tiempo", a mí me había costado más que una maratón—, pero son cosas que se detectan. Además está eso de no quererte tragarte mi leche... Toda buena mamadora sabe que el sitio correcto para el semen es su estómago.

—Tienes razón: no tengo mucha experiencia, eso ya lo sabes, te lo he dicho yo misma. Algunos lo verían como un valor.

Me incorporé. De repente, me sentía incómoda en su regazo. No caí en la cuenta de que me estaba viendo las tetitas.

—¡No te pongas a la defensiva! Me gusta lo que haces y cómo lo haces, tonta. Solo te estoy explicando las sensaciones que tengo. ¡Te aseguro que has sido mi mejor amante en mucho tiempo!

Me relajé un poco y moví rápidamente una mano hacia mi pecho. Él la interceptó antes de que llegase mientras negaba con la cabeza.

—Así está bien, Virginia.

—¿Seguro? —pregunté, tan insegura como una persona puede estarlo.

—Seguro. Me gustan. Me gustas.

Luché contra mi tendencia a ocultar la parte que yo veía más fea de mi anatomía. Al final, incluso levanté un poquito mi cintura, para que las viera mejor, a ver si así se le quitaba la manía. Con la espalda arqueada hacia atrás se veía perfectamente que no eran nada: dos motitas gemelas en mi torso, sin siquiera abultar. Él, por el contrario, se limitó a sonreír y a acariciarlas, con lo que consiguió, aún estando tan reciente mi orgasmo, causarme un escalofrío de placer. ¡Oh Dios! ¿Cómo no había sabido que eran tan sensibles a la estimulación adecuada?

—¿Hay algo que no te guste? —preguntó.

—Bueno... —contesté, tras reflexionar bastante tiempo, llevándome un dedo a la boca—, que me den por el culo. No es que lo haya hecho nunca, pero...

Volvió a mostrarme su sonrisa irresistible.

—Si no lo has probado, ¿cómo sabes que no te gustaría?

—Recuerdo los supositorios de pequeña y, francamente, tu... —dudé— polla es mucho más grande que ellos.

—Eso es comparar cosas que no tienen nada que ver. Para mí es muy importante en una relación... de hecho, no creo que pudiera estar con una mujer que no lo aceptase como algo habitual en su vida.

—¿Cómo de habitual? —pregunté, con cara de susto.

—Mucho —se limitó a contestar, serio.

Mi inseguridad me venció y por fin me dejé caer y cubrí mis senos bajo la sábana. Pensaba. ¿Sería capaz de dárselo? ¿Y si me dolía mucho? Cristina lo hacía de vez en cuando, sobre todo cuando tenía la regla y no tenía ganas de quitarse el tampón y manchar. Ella admitía que hacía daño, pero que compensaba. ¿Cómo podía compensar el dolor, especialmente, como ella, si solo buscabas un polvo rápido? Yo quería algo más: una relación, escapar de mi barrio y de mi vida miserable... ya había tragado semen por él —que aún seguía adherido a mi garganta y que cada vez me parecía peor idea volver a hacerlo—, ¿le entregaría también la virginidad de mi ano?

—¡Ya está bien de charla! —dijo, tras un largo silencio en que mis cavilaciones me vencían—. ¡El día ya ha empezado y hay muchas cosas que hacer! Seguramente, ya tendremos preparado el desayuno.

—¿Se prepara solo? —me maravillé, un tanto inocentemente.

—Lo prepara el servicio.

—Ah... que tienes servicio —alcancé a decir.

Realmente, me había acostado con un millonario, con los de verdad.