La chica del chat
Cuando la curiosidad aprieta nace el valor. Ella, aunque tímidamente, se decidió.
C
hateábamos a menudo. Ella tenía diecinueve años y me había confesado que aún era virgen, hasta el punto de no haber visto un pene. A mí me sorprendía porque, según se sabe, hoy los adolescentes están en contacto con el sexo mucho antes que de lo que lo estuvimos los de mi generación, pero ella era distinta, me confesaba que tenía ganas, pero que no se decidía, que sentía un poco de miedo, por una parte, y por otra no sabía en quien confiar para pedirle sin consecuencias que la dejara hacer, experimentar con el cuerpo sin condiciones ni prisas. Habíamos cogido confianza chateando, me contaba con naturalidad sus inquietudes, o me preguntaba lo que quería saber sobre sexo. Yo no le había mentido, desde el principio le dije que le doblaba la edad, pero a ella no le importó, decía que le gustaba el hecho de que fuera mayor porque eso significaba experiencia, y así resolvería mejor sus dudas.
El chat en el que nos solíamos escribir ofrecía la posibilidad de hacer vídeo-llamadas. Ella me contaba que cuando hablaba conmigo solía sentarse, abriéndose la falda, sobre un cojín y se movía sobre él, masturbándose lentamente. Lo hizo desde el segundo día que hablamos y se había convertido en su ritual. Cuando me confesó esto no pude evitar cierta emoción, me gustaba provocar esa sensación en ella. Le pregunté si quería que le pusiera la cámara para que viera por fin una polla, pero ella respondió con un “no sé”. Su timidez era palpable, lo que me provocó cierta ternura. Le volví a preguntar, algo en mí decía que quería pero que, por su timidez, no lo iba a reconocer, así que tomé la iniciativa y le envié una solicitud para que pudiera verme. La aceptó. En la pantalla sólo se veía mi camiseta desde el pecho hasta la cintura. “Dime qué quieres que haga”, le pedí. Me dijo que me pusiera en pie y lo hice. “Me gusta, dijo, súbete la camiseta”, empezaba a soltarse. Me quité la camiseta. “Me gusta lo que veo, me escribió, te quedan bien los vaqueros”. Entonces desabroché el botón y bajé la cremallera, dejando entrever mi bóxer. “¿Te gusta?”, le pregunté. “Sí, tienes buen cuerpo”, dijo. “¿Quieres que siga?”, y ella volvió a decir “no lo sé”, lo que yo interpretaba como un sí tímido. Así que bajé mis pantalones y me quedé en bóxer. “¿Te estás frotando con el cojín?”, quise saber. “Sí, estoy muy mojada”. “Me gusta saberlo, ¿quieres que siga?”, “si tú quieres”. Entonces marqué mi polla con las manos sobre el bóxer para que la apreciara bien, escribió algo sobre su tamaño y entonces lentamente bajé el bóxer y le mostré todo lo que quería ver. Estaba erecto por la situación, me la cogí y empecé a masturbarme lentamente para ella, que iba comentándome sus impresiones a la vez que se frotaba con el cojín cada vez más empapada, “me gustaría tocarla”, escribió.
Seguimos hablando tiempo, en el que me a veces me masturbaba para ella en el chat, ella había cogido más confianza y ahora me pedía posturas y gestos, estaba experimentando y yo me ofrecía a complacerla de este modo. Hasta que un día le propuse vernos y hacer esto en la realidad. Como era de esperar ella se mostró insegura. Le dije que, sin compromiso, yo iría a su ciudad, tomaríamos alguna cosa y hablaríamos tranquilos, y después, sólo si ella quería, nos iríamos en mi coche a algún lugar apartado y allí me masturbaría en directo para ella. La idea quedó en el aire, pero en las próximas conversaciones la fuimos perfeccionando hasta que decidió que sí, que fuera a visitarla, pero que no tomaríamos nada, la recogería a la salida del instituto y nos iríamos directamente a buscar el lugar donde me masturbaría para ella.
Cuando llegó el día salí con tiempo, vivía a una hora de mi casa, y tenía que encontrar el instituto. Resulto sencillo, pregunté una vez y enseguida estaba en la calle paralela donde habíamos quedado. Unos minutos después ella se asomó por la ventanilla y le pedí que entrara. Estaba preciosa con el uniforme del colegio, le daba ese aspecto de lolita tan seductor. Se sentó a mi lado y nos saludamos con dos besos. “¿Estás nerviosa?”, pregunté convencido de que sí lo estaba. “Mucho”, me respondió tímidamente mirando hacia delante. “No te preocupes, cuéntame cualquier cosa, háblame que nos vayamos relajando”, sugerí mientras empezaba a conducir en búsqueda de un lugar apartado. Durante todo el camino hablamos y noté como se iba tranquilizando mientras dialogábamos.
Aparqué junto al rio a las afueras, era un lugar solitario y oportuno para lo que habíamos decidido. Al detener el coche se detuvo la conversación, había llegado el momento y ella volvió a tensarse. “No estés nerviosa, si no quieres, o si en algún momento te sientes mal, dímelo y paramos, ¿ok?”. Ella asintió. Me desabroché y abrí los pantalones. “Mira, como en el chat”, bromeé y ella esbozó una sonrisa nerviosa. “¿Sigo?, pregunté. “Vale”, respondió fijando la mirada en mi paquete. Bajé los pantalones hasta las rodillas y subí mi camiseta dejando a su vista el bóxer bien abultados. “¿Te gusta?”. “Sí”, dijo escueta. “Ahora voy a hacer una cosa que sé que quieres hacer, pero no te atreves, no te pongas nerviosa”, le aclaré. Le cogí la mano y la llevé a mi pecho, “tócame como me dices en el chat que te gustaría tocarme, no te quedes con ganas de hacer nada de lo que quieras hacer”, le sugerí. Deslizó la mano lentamente por mi pecho, recorriéndolo y sintiendo el tacto de una piel ajena, podía ver en su cara la excitación que le provocaba, era una mezcla de inocencia y deseo contenido durante tiempo. Yo sabía que era el primer hombre que tocaba, el primero que veía de esta forma, dispuesto a resolver algunas de sus curiosidades sexuales. Bajó la mano hasta el abdomen y me lo recorrió suavemente, como queriendo memorizar cada centímetro. Después saltó la mano a mis muslos y los acarició de igual modo, saboreando el tacto y descubriendo sensaciones que jamás había sentido. Vi cómo se resistía a colocar su mano sobre mi polla, aún guardada, así que le tomé la mano y la puse sobre mi bulto por encima de la tela. “No digas nada, le dije, sólo siente lo que quieres sentir”. Desplazó la mano a lo largo de mi polla varias veces, la metía entre mis muslos, tocando mis pelotas, y subía hasta el glande muy despacio. Alargué el brazo hacia atrás, tomé un cojín que había llevado para ella y se lo entregué sonriendo ante su cara de sorpresa, que se enrojeció con el gesto. “¿Te sientas como lo haces en tu casa cuando hablas conmigo?”, sugerí.
Ella no respondió, se giró hacia mí, cogió el cojín y lo puso entre sus piernas, levantándose la falda para sentarse sobre él directamente. “¿La saco?”, le pregunté deseando hacerlo. “Si tú quieres”, respondió aún con ese aire tímido, pero con ese interés que la estaba embriagando. Bajé el bóxer hasta las rodillas y quedé completamente al descubierto ante su mirada. “Es más grande que en el chat”, dijo sin desviar la mirada. Yo me la agarré y empecé a acariciarla como lo hacía para ella. Notaba la excitación en su cara y en los movimientos de su cuerpo, que se contoneaba sobre el cojín. Empecé a masturbarme despacio. “¿Te gusta?”, le pregunté. “Sí”, dijo moviéndose sobre el cojín y con la mirada clavada en mi polla. “No quiero que te quedes con ganas de nada, en el chat cuando hago esto me dices que te gustaría tocarla, así que si te apetece hazlo”, le aclaré. Ella alargó el brazo, indecisa y acercó la mano a la mía, que agitaba mi polla de arriba a abajo. Se detuvo ahí valorando lo que iba a hacer. Yo quité mi mano y dejé la polla libre para ella. La miré y ella me miró, no sabría describir perfectamente aquella mirada, pero había más deseo del que jamás había visto en todas las miradas que habían desfilado por mi vida. Bajó la mano con la palma extendida y la apoyó sobre mi polla. “Agárrala”, inquirí. Cerró la mano agarrándomela y haciendo leves movimientos de arriba a abajo.
Estaba muy excitado, nunca había experimentado algo así, ser la muestra ante una virgen total que curioseaba y experimentaba con mi cuerpo. “¿Puedo meterla en mi boca?, preguntó sorprendiéndome, quiero descubrir lo que se siente”. “Claro, de eso se trata, descubre”, le aclaré. Se inclinó y me dio un beso en el glande para después metérsela en la boca. Era la primera vez que lo hacía, se notaba bastante, era como un caramelo para ella, que chupaba casi inocentemente. Al poco se retiró y siguió con la mano. “¿Te ha gustado el sabor?”, quise saber. “Es raro, pero sí”, y siguió con su mano. “¿Sabes qué me gustaría?”, preguntó. Le respondí que no, era evidente. “Me gustaría sentarme sobre ella, sin metérmela”. “No te quedes con las ganas, quítate la falda y las bragas y hazlo”. Se soltó la falda y se quitó las bragas. Era maravillosa, su piel tersa y pulcra y su coñito rasurado, arreglado, pero sin depilar.
Puso una pierna a cada lado de mi cintura y se sentó colando mi polla entre sus labios vaginales. Noté su humedad caliente empapándome, se movía suave de arriba a abajo y la oía gemir suavemente sobre mí, que estaba excitadísimo y tenía la polla tan dura que podría haber tirado un muro con ella. No pude evitar agarrar sus tetas por encima de la blusa del uniforme, unas tetas duras, tersas, redondas e inexpertas en mis manos. Le solté los botones mientras ella seguía restregándose sobre mi polla y yo sentía su flujo caer por mis testículos y por la cara interna de mis muslos. Una vez abierta la blusa solté su sujetador y apreté sus tetas, sintiéndolas como un maná que me regalaba la vida. Lamí sus pezones y ella gimió más profundamente, entregada a lo que estaba sintiendo. “Quiero meterme sólo la punta”. “Haz lo que quieras, estoy aquí para eso”, le dije gimiendo y completamente excitado. Cogió mi polla, la puso en su entrada y se introdujo el glande, estaba tan húmeda que mi glande pareció arder en su interior. “No empujes más, me da miedo”, dijo. Se movía lentamente metiendo y sacando el glande de su joven coñito. Gemía de placer, pero no se atrevió a metérsela entera... jugó un rato más así y luego volvió a sentarse sobre ella y a frotarse subiendo y bajando. Había acelerado el ritmo y noté que se iba a correr, sus gemidos se intensificaron a la vez que sus movimientos. Yo sentí que también me correría pronto, me había sobreexcitado su entrega, sintiendo por primera vez una polla en su coño, disfrutándola.
Se corrió y se dejó caer sobre mí. “¿Te ha gustado?”, le pregunté. “Muchísimo, pero tú no te has corrido, quiero verlo”. La cogí de la cintura y la eché un poco hacia atrás, sentada sobre mis muslos para poder masturbarme. Empecé a hacerlo, sabía que con unas sacudidas mi eyaculación estallaría. Noté como se iba cargando. “¿Quieres hacerlo tú?”, le pregunté. “Bueno, pero no lo he hecho nunca”. “No te preocupes, sólo agítala como me has visto hacerlo a mí cuando yo te diga”. Entonces le cogí la mano cuando estaba a punto y empezó a meneármela rápida, era un poco brusca por la inexperiencia, pero no importaba, me iba a correr. Mi eyaculación salió en explosión contra mi abdomen, llegando hasta mi pecho. Ella seguía moviéndola, pero le cogí la mano para que ralentizara el movimiento. Entonces pasó la mano sobre el semen y lo frotó por mi cuerpo como si fuera una pomada. Después se llevó la mano a su coño y se lo untó de semen. “Pruébalo”, inquirí. Se llevó los dedos a la boca y saboreó mi esencia.
La dejé a una manzana de su casa. Para despedirse me dio un beso prolongado y las gracias por permitirle experimentar y saciar su curiosidad. Salió del coche, no sin antes haberme citado para el chat, y después ya se vería.