La chica del cementerio 6

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-¿No íbamos a ir a la playa? – Sonrió la dulce niña que acompañaba a Paula mientras miraba sus ojos azules intensos

-Vístete – Habló melodiosamente


Se levantaron de la cama, mientras los rayos del sol centellaban como nunca antes habían centellado. Hacía un calor insoportable esa mañana, el calor abrasador volvía húmedo el ambiente… Una completa sensación desagradable. Era la primera mañana que no amanecía lloviendo, a Sarah le pareció extraño que hiciera tanto calor en aquel día. Esperaba que el ambiente no fuera tan húmedo en la playa donde la pensaba llevar Paula.

Buscó entre su closet el diminuto traje de baño de color negro con espinas estampadas de color blanco. Un pequeño bikini, que le sentaba muy bien a su cuerpo. Paula miraba de reojo, mientras Sarah sacaba la ropa que pensaba ponerse para aquel día. A esto su compañera le encantaba cada vez más.

Paula sólo se quedaba observándola.

-¿No vas a llevar ropa? – Preguntaba Sarah revoloteando sus cajones

-Para eso, primero debemos ir a mi departamento – Sonrió con una ceja enarcada

-Ay yo te presto ropa

-Por favor, tenemos todo el tiempo del mundo. No me gusta utilizar ropa prestada, ya de por si me sentí incómoda utilizando tu pijama.

-No te queda mal – Respondió Sarah con cara de pervertida mientras miraba sus cajones. Gracias a Dios, Paula no podía verla.

-Vamos a mi departamento por favor

-Bah, está bien.

Paula sonrió.

-Debes dejarle comida a la cosa fea – Se refirió al gato.

-Deja de insultar a mi gato, el pobre no te está haciendo nada.

-Vamos, es feo, acéptalo.

-Fea eres tú.

-Sabes que no, te gusto.

-Cállate.

-Ay no voy a discutir por ese coso viviente.

-¡Deja de llamarle así! ¡Es mi gato!

-Ya, ya, está bien.

-Hummm, estoy lista.

-¿Y no vas a ir al baño?

-Cierto – Sonrió.

Sarah entró al baño muerta de nervios. No podía creer que había pasado la noche con Paula, abrazándola, ¿De dónde le salió el coraje para tocarla? ¿Por qué había ido hasta su habitación en medio de la noche? Estaba comenzando a perder su orgullo con ella. Cosa que no le agradaba en lo absoluto, pues haría siempre lo que ella quisiera. Se observó fijamente en el espejo pulcro y limpio. Estaba despeinada y con la cara sin lavar. Deslizó el cepillo por su lisa cabellera castaña, las cerdas estaban gastadas. Recordó que iba a comprar ayer uno por la mañana, pero lo había olvidado. Abrió el chorro del grifo de agua, se humedeció la cara para luego enjabonársela con un jabón humectante que traían desde España.

Ya lista para macharse, salió del baño. Observó que Paula estaba viendo por la ventana de la habitación, que daba una bonita vista a todas esas mansiones del exterior, y sus grandes jardines. Hermosas fuentes de cerámica con esculturas de ángeles, aves que se posaban en la cúspide de dichas obras.

-Vaya… Es un lujo vivir por aquí ¿No?

-Sí… Bueno, ya sabes… Mis padres me dejaron una pequeña herencia

-Entiendo… - Respondió Paula aún impresionada.

-Bueno, vamos a tu departamento, y luego a esa playa donde sea que pienses llevarme.

Paula sonrió – Vamos.

Salieron por la gran puerta hasta el auto de Paula, esta puso el motor en marcha.

Encendió el aire acondicionado, Sarah se sentía más reconfortada. Por lo menos no sentía ese abrasador calor que inundaba su piel. El auto se deslizaba ágilmente por las calles de aquellas quintas dejando atrás las mansiones con sus hermosos jardines. Ya estaban de vuelta a la realidad pasando una avenida hacia otra y así sucesivamente. Pasaron una avenida que mostraba un conjunto de edificios en buen estado, edificios con un exterior espectacular. Era una zona muy silenciosa y boscosa. Paula redujo el paso hasta un edificio de color crema. El portón se abría lentamente, y esto a Paula le impacientaba. Se estacionó en el número que indicaba su departamento "113" y apagó el motor del auto. Reinó el silencio en el interior.

Paula abrió la puerta al mismo tiempo que Sarah, era un estacionamiento oscuro con luces de bombillos ahorradores, muchos puestos para estacionarse y un gran número de puertas que conducía a un lugar distinto. Paula caminó hacia la puerta de un color rojizo oxidado, que daba hacia la planta baja, en dónde había tres ascensores. Sus paredes eran lujosas, parecía acabado de remodelar. Las paredes eran de madera barnizada, de ese tipo lujoso que utilizan en los hoteles y casas campestres. Presionó la circular llave en el agujero para llamar al ascensor. Este estaba en el piso 4.

-Lindo edificio – Suspiró Sarah.

-Ni tanto – Sonrió Paula.

-Me gusta, está bien cuidado.

-A mi también me gusta, pero no es la gran cosa. Mira ya llegó el ascensor, entra rápido que las puertas se cierran rápido.

Entraron al ascensor, donde sonaba una melodía extraña. Era de piano, pero Sarah no pudo identificar de quien. Parecía de esos ascensores de hoteles, en donde hay música para ambientar. Iba muy rápido, ya iban por el piso 6. Se detuvo en el 8, en donde sólo había dos apartamentos por piso.

Fueron hacia el fondo de la derecha en donde había una gran puerta de color negro con una reja negra. Paula introdujo la llave en el agujero al mismo tiempo que giraba la perilla plateada.

Al entrar, Sarah pudo observar un apartamento muy acogedor. Alfombrado con una alfombra de terciopelo, con el diseño de una piel atigrada. Las paredes eran de color beige, al igual que el techo. Una gran mesa se situaba en el medio de la sala. Era una mesa de madera, con 8 sillas que le hacían conjunto. Al fondo de la sala, había un gran estante de madera, con montones de libros ordenados por categorías. Los muebles de cuero, decoraban la sala, era muy acogedora. Había 4 puertas. Sólo dos de ellas, eran habitaciones. El resto eran un baño y una cocina.

Fueron hasta la habitación del fondo a la izquierda. Al entrar, la realidad era muy distinta al resto de la casa. Era la habitación de Paula. Sus paredes eran de un vinotinto sangriento, pero estaban siendo revestidas con afiches de los grupos del Death Core que escuchaba Paula. El suelo estaba cubierto por una gran alfombra negra aterciopelada. Al fondo de la habitación estaba situado un gran escritorio de madera oscura con la antigua computadora que nunca utilizaba. La cama era matrimonial con un juego de sabanas morado y negro que combinaba con el resto de la habitación.

Había un gran estante con libros de ficción, suspenso, terror, mitología griega, literatura, nazismo, fascismo, distintas culturas, psicología, en fin, diversas categorías interesantes para Paula.

Sobre la larga cómoda, en frente de la cama, se situaba el gran televisor plasma, de color negro. Encima de el, estaba el DVD, con una recopilación de películas interesantes. En todo el edificio había conductos de aire acondicionado, el conducto de ventilación de Paula se encontraba en el techo de su habitación, brindándole frescura.

Paula se acercó a la cómoda, buscando en sus cajones, su traje de baño vinotinto, que haría resaltar la palidez de su piel, junto con pequeños shorts y camisetas. Sacó lo que buscaba y le sonrió a Sarah mientras entraba al baño a cambiarse.

Al cabo de dos minutos salió con un short negro y la parte de arriba del traje de baño cargando un pequeño bolso negro con lo que llevaría, dejando expuesta su blanca piel a los ojos de Sarah que parecían salirse de sus órbitas.

-¿Qué? – Sonreía mientras Sarah se devoraba su abdomen plano con la mirada

-Nada….

-Bueno, ¿Lista?

-Si, claro. Vamos.

Salieron de la oscura y gótica habitación de Paula, hacia el pasillo del piso esperando nuevamente el ascensor, mientras Sarah pulsaba el botón, Paula aseguraba la casa.

Llegó el ascensor nuevamente con la misma melodía de la vez pasada. Marcaron la planta baja. Llegó en menos de un minuto. Paula guardó su equipaje en la cajuela del auto y nuevamente pusieron el motor en marcha.


Habían transcurrido dos horas cuando iban por la soleada carretera a punto de llegar al destino final donde Paula la llevaría. La carretera estaba sola, no había ni un solo auto transitando en ella. Paula estaba feliz, podía conducir a la velocidad que le plazca, iba a 180 Km/h mientras Sarah parecía a punto de vomitar.

-¿Estás bien? – Preguntó Paula con una sonrisa traviesa.

-Sí, sí, descuida – Sarah mintió.

Paula sabía que le sucedía, así que redujo la velocidad a 80. Sarah pareció aliviada. Iba reduciendo más la velocidad acorde atravesaba una curva. Se detuvo debajo de una palmera para tener sombra.

-¿Llegamos? – Preguntó Sarah esperanzada

-Tenemos que caminar un kilómetro aproximadamente

-¡¿Qué?!

-Son 1000 metros, eso no es nada, descuida.

Sarah suspiró.

Salieron del auto cogiendo su equipaje, adentrándose a una vegetación húmeda que a Sarah le irritaba cada vez más.

Paula parecía una niña pequeña en una tienda de juguetes, sonreía feliz, amaba esa clase de ambiente. Esta sin duda, no iba a ser una playa común. Sarah caminaba torpemente con sus zapatillas de goma por la tierra pastosa.

El ambiente era húmedo, las palmas azotaban el rostro de ambas, hacía un calor insoportable. Sarah deseaba llegar y meterse al mar… Sólo relajarse, sin Paula, con Paula, como fuese.

Al cabo de una hora terminaron el recorrido atravesando las últimas palmas, llegando a un mundo completamente desconocido para Sarah.

La arena blanca era tan suave como el algodón egipcio, era una ancha playa con aguas azules celeste. La brisa azotaba las palmeras, dejando atrás el húmedo ambiente. Se escuchaba el sonido de las olas romper en las rocas, Sarah se quedó paralizada, mientras Paula la observaba divertida.

Una playa desierta, sólo para Paula y para Sarah. La arena estaba tibia a pesar del sol que las encandilaba.

Sarah sentía tanto calor que de inmediato se desprendió de su ropa, dejándose su traje de baño negro con espinas estampadas, Su piel blanca tirando al bronceado se dejo expuesta para Paula que le había cambiado la mirada en una sola fracción de segundo.

Estaban al descubierto sus largas piernas torneadas, su diminuta espalda llena de pecas y lunares. Fue como una niña feliz corriendo hacia el mar, Paula sólo sonreía con un brillo peculiar en sus ojos azules.

Se sumergió en las frías aguas de esa playa tan mágica, sintió su cuerpo dentro del agua. Hace mucho que no experimentaba una sensación de felicidad reconfortante. Se impulso hacia delante provocando un nado acelerado, extrañaba nadar.

Paula lentamente se fue acercando a la orilla de la playa, mientras entraba con cara de sufrimiento por lo helada que estaba el agua, le llegó hasta la cintura y no tuvo más remedio que sumergirse completa mientras se congelaba.

Al cabo de pocos minutos se acostumbró a la fría temperatura y fue a alcanzar a Sarah a donde se encontraba flotando observando el cielo.

-Hola fea – Sonrió Paula empujándola cariñosamente.

-Hola feísima – Rió Sarah.

-Nunca te había visto tan sonriente – Paula habló como una niña pequeña.

-Esta playa me gusta, me causa… Paz

-Lo sabía… - Sonrió. – Es decir, sabía que te gustaría.

-A veces pienso que sabes lo que pienso.

-Ojala… - Sonrió Paula acostándose en el mar con ella, mientras flotaba.

-Eres una persona increíble Paula

-Creo que la playa te esta afectando la cabeza – Sonrió.

-Tonta

-¿Quieres dar un paseo por la arena?

-No, déjame aquí en el mar, me gusta ver ese cielo

-Está despejado

-Por eso me gusta

-Prefiero los días nublados

-Tú y yo somos muy diferentes

-Lo sé

Sarah rió

-Y dime, ¿Después de la playa a dónde me llevarás?

-A comer a un restaurante.

-¿Al de siempre?

-No, a otro.

-Genial, muero de hambre

-¿Quieres ir ya? Podemos ir y regresar a la playa

-Oh, sí… Por favor

-Vamos

Salieron nadando del agua con paso acelerado, las gotas chorreaban por el hermoso cuerpo pálido de Paula, y descendían en la planta de sus pies. Sarah se exprimió el cabello, mojando la arena seca. Ambas tomaron sus toallas y caminaron nuevamente al auto de Paula. Les llevó menos tiempo, porque ya se conocían el camino de memoria. Sarah tenía las zapatillas llenas de arena blanca y las sacudió antes de montarse al auto. Se sentía feliz, verdaderamente feliz después de dos años de depresión… Se sentía en paz, relajada, con una persona excepcional

Paula puso el motor en marcha y arrancó a menos velocidad que la anterior, el restaurante quedaba a menos de dos kilómetros, así que llegó en 10 minutos.

Se estacionó en un suelo de gravilla, ahí hacía bastante calor, la brisa que las azotaba era caliente. Se bajaron del auto y entraron a un restaurante que parecía de campo. No había cambiado nada en lo absoluto. El suelo al igual que las paredes y el techo era de madera, había un gran conjunto de mesas con unos manteles a cuadros que no les sentaba para nada. Sólo habían camareras. La caja registradora tenía un aspecto antiguo, no había punto de venta para las tarjetas de crédito/débito. Un ventilador que colgaba del techo giraba lentamente. Se sentaron en una mesa al lado de la ventana, Paula le ofreció la silla a Sarah, a esta le gustó ese coqueteo. No había ninguna camarera por el lugar, así que Paula supuso que estarían en reunión de personal.

Se quedó observando con mirada traviesa a Sarah. A esta se le ruborizaron las mejillas de un rosado intenso. Paula sonrió.

-Y dime ¿Tienes hambre?

-Muchísima.

-Pero si anoche acabaste con la pizza – Sonrió.

-Tú también, no hables mucho

-Pero yo no tengo hambre

-¿Entonces por qué me trajiste?

-Porque quería complacerte.

-Oh… - Sarah se ruborizó.

-¿Siempre te ruborizas?

-¿Qué?

Paula se rió.

-Olvídalo.

Siguieron conversando acerca de cosas triviales, Paula recordó el gato de Sarah y se lo mencionó para burlarse. A Sarah esto le causó malestar. Paula estallaba a carcajadas con las expresiones que hacía.

Finalmente un grupo de camareras, salió por la puerta. Una pelirroja de tez bronceada con buen cuerpo y de estatura baja se acercó a la mesa de Paula. Sarah no podía creer a quien estaba viendo. No podía creer que la persona que estaba viendo era a Estefanía su ex que también la miró muy sorprendida con nostalgia en su mirada.

Sintió un mar de emociones en su pecho, lo que había vivido con Estefanía vino como un flashback a su memoria. No podía sentir eso de nuevo, no ahora.

Estefanía miró con recelo a Paula, y esta de una vez captó todo lo que sucedía.

-Sarah vamonos

-No tienes porque irte, ¿Quieres comer algo?

Si bien Sarah sabía algo de Estefanía, era que esta era muy servicial. Nunca dejaba que Sarah se saltara alguna comida, siempre la había cuidado cuando eran novias.

-Mejor no… Se me quitó el hambre… Un placer verte de nuevo

Mientras Sarah se alejaba de aquel lugar rápidamente y Paula la seguía con mirada de perro castigado, Estefanía había vuelto a sentir algo por su antigua novia

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Pido disculpas, queridos lectores por hacer este un capítulo tan corto. No he tenido tiempo de escribir, y bueno les hice esto para que no me olviden y no se perdiera tanta continuidad de mi historia.

Agradezco a todas esas personas que me agregaron al Msn, y me dijeron cual fantástica soy escribiendo.

Pido disculpas a todas aquellas que me han escrito y no he contestado, siempre estoy conectada desde mi celular y no tenía crédito para responder… Ya metí hoy XD

Gracias Sayra Ramos me diviertes chica, jajajajaja… Aquí tienes tu historia :B

Tiffany te amo <3

Y bueno, trataré de no demorar con mi próximo relato… No he tenido tiempo de verdad

Msn: Andrea_95_1f@hotmail.com

Besos a todos desde Venezuela