La chica del camping (1)
(Os invito a seguir toda la serie aunque la clasifique en categorías diferentes) // De cómo el azar puede hacer que reencamines tu vida de manera satisfactoria tras un giro de 180 grados. Laura se evade para poner su vida en orden y conoce a Eva, alguien que se la cambiará para siempre.
Aquel verano me lié la manta a la cabeza y me fui de casa. Una ruptura sentimental traumática unida a una mala racha laboral y a una buena bronca familiar eran razones más que suficientes como para borrarme del mapa una temporada. Quería tener tiempo para mí, recuperar los años que había perdido con Iván, pensar en mi futuro laboral, dejar tiempo en casa para que asimilaran y recapacitaran los efectos de la última discusión con mi hermana y, en definitiva, darme el capricho de vivir la vida a mi ritmo y a mi antojo. ¡Que me lo merecía!
Dejé que el azar decidiera mi destino vacacional por mí y, con los ojos cerrados, planté mi dedo sobre un mapa de España. El destino era Mojácar, un pueblo de la costa almeriense. Preparé una pequeña maleta con mis trastos y me marché. Me esperaban varias horas de carretera y un popurrí de canciones de mis artistas favoritos: Estopa, Malú, Bebe,…
Conduje durante la noche y llegué a mi destino a primera hora de la mañana. Tras bajar a la zona que se conoce como “Mojácar playa” encontré un camping donde alojarme y, tras acomodar mis trastos en mi bungalow, me fui al Súper más cercano para rellenar la despensa antes de salir a buscar mi primera playa.
Totalmente eufórica y con unas ganas increíbles de comenzar mi aventura me puse un bikini, me lié un pareo y cogí el bolso de playa con una toalla y un libro. Luego cogí la cartera, las llaves del coche y me fui hacia la puerta del camping.
-¿Dónde podría encontrar una playa tranquila por aquí? –le pregunté a la chica que estaba en recepción.
-Pues, si sigues esta carretera hacia abajo, hay una cuantas -.
-¿Qué tiempo puedo tardar? -.
-Poco… De aquí a dónde empieza la montaña es un suspiro y… -se quedó pensativa un instante -¿Qué coche llevas? -.
-Un Suzuki Vitara -respondí.
La chica me recomendó una playa solitaria a unos quince minutos con el coche. Me dijo que era una playa a la que solo se podía acceder en todoterreno y que por eso me había preguntado por mi coche. Quince minutos para llegar al cruce con una rambla que hay a la salida de una barriada, tres kilómetros por la rambla y, por fin, una playita tranquila y solitaria donde poder evadirme.
Me despedí amablemente de la chica de recepción y me subí en el coche para buscar esa playa. Llegué a la barriada que me había dicho y, efectivamente, dónde había dicho estaba la escarpada bajada a la rambla. Bajé del coche y eché un vistazo. Sólo necesité un par de segundos para decidirme a afrontar el riesgo. No era un camino excesivamente difícil y, si al final de esa rambla estaba la playa de mis sueños, ese terraplén no podría interponerse entre nosotras.
Bajar a la rambla por primera vez fui un subidón inolvidable. Pero es que, luego, conducir por ella, fue alucinante. Iba por en medio de dos montañas y el paisaje desértico de las mismas era chulísimo. Me detuve incluso para hacer algunas fotos hasta que, finalmente, continué mi camino hasta llegar a la playa.
Ante mis ojos se abrió por fin, tras la última curva, una playa de unos setenta metros entre dos cerros bastante altos. El lugar, desde luego, era mágico. Un pequeño paraíso desértico de aguas cristalinas que invitaba a la reflexión sin lugar a dudas.
Me bajé del coche y me dejé invadir por la fuerza de la naturaleza. Solo necesité poner un pie sobre la arena y echar un primer vistazo a mi alrededor para ser evadirme del mundo. Una leve brisa refrescó mi cara y entonces lo supe: todo iba a salir bien. Las cosas que se habían torcido en mi vida tenían arreglo.
Me apetecía tirarme al sol como un lagarto y dejar que las ideas fluyeran por mi cabeza libremente. Ni libros, ni música… Nada. Solas, la playa y yo. Así que, como no necesitaba nada, lo que hice fue prepararme allí mismo, en el coche, para no tener que ir cargando con nada.
Me quité el pareo y cogí la crema protectora para echármela y, al hacerlo, decidí quitarme también el bikini. Me desnudé, me unté de protector por todo el cuerpo, dejé la bolsa preparada para cuando me marchara, cerré el coche y escondí la llave en mi “lugar habitual”. Y, por último, comencé a recorrer lentamente a pie los metros que separaban el coche de la orilla de la playa.
Mientras lo hacía, sentía como la brisa acariciaba toda mi piel hasta el punto de erizarme los pezones. No acostumbro a hacer naturismo pero esa playa me dijo que tenía que quedarme desnuda. Su paz, su belleza,… No sabría explicarlo pero seguro que me entendeis si os digo que las palabras “naturaleza”, “vida” y “alma” formaron parte del argumento que la playa me dio para quitarme la ropa. Era necesario hacerlo y me apetecía, sentía la necesidad.
Durante un buen rato tuve tiempo para disfrutar de la soledad y de liberar mi alma. Intercalé risas con llantos, decepciones con cabreos y, por supuesto, chapuzones con baños de sol tumbada sobre la arena. Precisamente estando en el agua me sorprendí con la llegada de un nuevo todoterreno a la playa. Era un coche que me parecía haber visto aparcado en el camping. Me quedé mirando al conductor, esperando que se detuviera o que se bajara y, por fin, reconocí a la chica de la recepción. Respiré aliviada.
La muchacha se bajó del coche con un traje de tirantas y una bolsa al hombro y se acercó a la playa. Miró de un lado a otro un par de veces con cara de extrañeza hasta que, finalmente, me preguntó por mis cosas.
-No he traído nada. He dejado en el coche cualquier resto de civilización y me he venido a la playa a ser naturaleza – le dije.
Me sonrió. Dejó la bolsa y se desnudó, guardó la ropa y dejó asomando el pico de una toalla por la boca de la bolsa y empezó a caminar hacia la orilla.
-¿Cómo está el agua? –preguntó.
-Riquísima –contesté.
Comenzó a meterse en el agua mojándose antes un poco la tripa y la nuca. A continuación se zambulló y, buceando, llegó hasta dónde yo estaba. Salió del agua y, mientras se escurría el pelo, volvió a intervenir.
-Pues sí que está rica, si… Por cierto, soy Eva, que no nos hemos presentado –y se acercó a darme dos besos -.
-Laura –contesté –encantada –y nos dimos los dos besos.
-Al final te has animado a venir… -dijo.
-Sí –empecé a contestar –el sitio es una pasada y no sabes lo que me alegro de haber seguido tu consejo. ¿Cómo la descubriste? -.
-Esta playa es conocida por aquí pero viene poca gente por el tema de la rambla. Así que, entre semana, es fácil que no haya nadie. Los fines de semana sí suele haber más gente y, algunos, hasta acampan aquí -.
-¿Tu vienes mucho? -.
-De lunes a viernes sí… Me gusta la tranquilidad como a ti. Algún que otro fin de semana he venido y he estado a gusto pero no es lo mismo… Suele aparecer algún que otro dominguero de los que no sabe respetar la naturaleza -.
Apenas estuvimos dentro del agua un par de minutos más. En ese tiempo continuamos hablando de lo asquerosa que es a veces la gente cuando va a la playa y de cómo esa poca conciencia afecta de un modo más particular en lugares como aquella playa y todo su entorno: el Parque Natural Cabo de Gata – Níjar.
Salimos del agua y nos acercamos hacia la bolsa de Eva. El reflejo de las gotas sobre su piel deslumbraba y, solo en ese momento, fue cuando me fijé en ella de una manera más, digamos, anatómica. Era un poco más bajita que yo pero tenía mejor cuerpo. Tenía la tripa planita, el culo respingón y era de brazos y piernas delgadas. Yo, por el contrario, tenía por aquel entonces algo de tripa (pero no mucha) y el culo caído por haber dejado de ir al gimnasio. Sin embargo de pecho las dos andábamos más o menos igual, lo que me alegraba porque Eva era evidentemente más joven que yo y nuestros pechos se mostraban aún igual de firmes.
-¿seguro que no quieres una toalla? –me preguntó
-No, voy a quedarme un poquito de pie para secarme… -.
-Lo que tú quieras pero mira… la pongo cruzada por si ahora quisieras sentarte… Y… Bueno, cuéntame… ¿De dónde vienes y cómo has venido a parar aquí? -.
-Necesitaba desconectar del mundo y el azar me trajo a Almería… -.
-¿Cuál es la historia? -.
-Son tres historias –contesté –el amor, el trabajo y la familia. ¿Por cuál quieres que empiece? -.
Me miró con cara de “Tía! Es Evidente!” y, como no reaccioné, me hizo reaccionar ella.
-¡Tía! Es evidente! La primera que hay que tratar es la de amor –contestó sin cambiar el gesto.
Empecé a contarle de un modo resumido mi historia con Iván, el chico con el que había estado durante los últimos cinco años y del que hacía apenas un mes que me había separado por temas que, ahora, ya no vienen al caso. Eva prestaba atención y se comportaba de una manera muy expresiva sólo con sus gestos. Me sentía tan a gusto hablando con ella que no tuve reparos en desnudar mi alma y desvelar cada sentimiento o sensación que tuviera que confesar para hacer la historia totalmente comprensible.
-…Ya ves… -le decía en cierto momento –Si hasta me hice la láser en la entrepierna por él… -.
-¡Ah! ¡¿Si?! –me interrumpió –pensaba que te la habías hecho por lo mismo que yo, por la comodidad de olvidarte de los pelos… -.
-Pues ya ves… Yo era muy feliz con mi felpudillo aunque tuviera que cuidarlo más en verano y en ciertas ocasiones especiales, nunca me había planteado hacerme una depilación definitiva. Pero a él le gustaba así y me terminó convenciendo. Ahora no me arrepiento de haberlo hecho, la verdad es que es una comodidad, pero, ya te digo, es algo que nunca habría salido de mí… -.
Terminé de contarle cómo mi relación con Iván había ido cayendo en barrena hasta llegar a la traumática ruptura y, a continuación, afronté el momento de enfrentarme a asumir mis responsabilidades en la misma. Eva supo cómo ponerme en el lugar del otro, supo cómo interpretar el comportamiento de mi ex y cómo darle un sentido para enlazarlo con el mío de manera que yo pudiera verlo con claridad. Comprendí muchas cosas y fui reconociendo mis errores conforme aparecían. Finalmente, por fin pude echar un vistazo en paz a mis últimos años y sacar conclusiones
-Ha sido una buena época… Lo único que lamento es cómo he envejecido en este tiempo. No soy ni sombra de lo que era hace tres años… -me lamenté en voz alta.
-No te veo así –me empezó a decir –en estos tres años has aprendido cosas que te pueden servir mucho para protegerte en el futuro. Y, aunque eso haya significado perder en otros aspectos, afortunadamente lo que has dejado se puede recuperar. Además… ¿Qué es eso de vieja con el cuerpazo que tienes? -.
Me eché a reír. Sin conocer a Eva de nada, tenía por el contrario la sensación de que éramos amigas de toda la vida. Conectamos con tal velocidad que hasta nuestro comportamiento corporal ya era como el que sólo dejas ver cuando te encuentras con alguien de total confianza. Nos pillábamos las indirectas, las bromas… Eva era casi que mi alma gemela.
-Cuerpazo dices… –le dije –Cuerpazo el que tenía cuando estaba en el gimnasio, no éste, que se me está cayendo el culo. Cuando hacía aerobic sí que estaba bien… -.
-Venga, que sí, que lo que tú quieras Laura… Que te falla el culo. Pues ahora puedes volver al gimnasio y recuperarlo si quieres. Pero que sepas que, mirándote desde aquí, me da a mí que no tienes de qué preocuparte… Para nada… Me mola tu culo nena… - terminó de decirme con una mezcla perfecta de picardía, broma y sinceridad que me hizo reír.
-Bueno, pues, para ponerle el punto y final a esta historia y pasar página, ya sólo te queda que un tío te diga que tienes un culazo de escándalo… Que sepas que esta noche salimos a comernos Mojonar y te digo yo que tú de aquí te vas follada y con las pilas cargadas–sentenció.
-Tengo yo unas ganas de sexo ahora… -resoplé dando a entender que era lo último que me podía apetecer.
-Anda ya –me contestó –Ven, siéntate un segundito que te demuestre que estás equivocada -.
-¡Qué dices?! –contesté pensando que, cualquier cosa que me propusiera, sería una solemne tontería.
-No, en serio, siéntate un segundito… -.
Terminé por hacerle caso y me senté a su lado.
-Cruza las piernas y cierra los ojos –comenzó a decirme –trae a la imaginación algún polvo fantástico que hayas echado y recuérdalo desde el principio… -.
-Pero… ¿esto de que va? -.
-¿No me has dicho que no tienes ganas de sexo? Pues te voy a demostrar que te equivocas… ¡Tía! Hazme caso que te va a molar… -.
-Venga… Va… Ya lo tengo… ¿Ahora qué? -.
-Empieza a recordarlo desde el principio. Los primeros besos que os fueron poniendo a tono, las primeras caricias… Recuéstate ahora sobre tus antebrazos y sigue recordando las caricias… -.
Empecé a visualizar la escena y, poco a poco, conseguí que la incertidumbre se disipara y toda mi atención se centrara en mis recuerdos. A mi memoria vinieron todos los detalles de aquel polvo que estaba recordando y, aunque no me la viera, sentí como mi boca esbozaba una leve sonrisa por aquellos felices recuerdos.
-Imagina –continuó diciendo Eva mientras yo seguía relajándome –cómo te acariciaba, como pasaba su mano sobre tu vientre… -.
En ese momento sentí unas cosquillas alrededor del ombligo. Me las provocaron algo que no sabía que era e, instintivamente, me hicieron abrir los ojos y mirar. Eva había dejado caer un poco de arena sobre mi piel y la sensación había sido excitantemente alucinante.
-¡Coño! –exclamé. Y me eché a reír.
-¿Qué? ¿A que mola? -.
Asentí aún sorprendida por lo placentero de la experiencia. Me había dado un chispazo de los que hacía mucho tiempo que no tenía. Había sido un escalofrío de los que dan gustito, mucho gustito…
-…Sí que tienes ganas de sexo… -terminó de decirme Eva con guasa.
-¿De dónde te sacas tú estas cosas? –le pregunté.
-Una, que ya tiene su camino recorrido… -contestó.
-¿Te vienes al agua? –pregunté sin ninguna doble intención. Simplemente, en ese momento, me apeteció ponerme en remojo.
-No, me apetece quedarme un ratito aquí. Ahora, si acaso, me doy un baño si aun estás en el agua… -.
Me levanté de la toalla, le di la espalda y caminé hacia la orilla. Me fui metiendo poco a poco en el agua hasta que, cuando me llegaba por la cintura, me sumergí y, al salir y buscar a Eva con la mirada para animarla a que se bañara, me sorprendí con lo que empecé a ver.
Eva había comenzado a acariciarse la tripa mientras seguía tumbada boca arriba y con los ojos cerrados. Se empezó a acariciar un pezón y, poco a poco, fue abriendo las piernas mientras que su otra mano continuaba sobrevolando su bajo vientre. Por el motivo que fuera, no cabía lugar a dudas de que Eva se estaba poniendo cachonda.
Salí del agua y me fui acercando hasta ella. Sus manos habían bajado ya a su entrepierna y se acariciaba el interior de los muslos a la par que pasaba los dedos muy cerca de su sexo. Sus labios vaginales se estaban abriendo y, de su interior, ya se podía apreciar el brillo de sus fluidos al sol. Abrió los ojos y me vio.
-Es que no he podido evitar acordarme de la primera vez que me hicieron lo de la arena y una cosa… pues ha llevado a la otra… -empezó a decirme -… A todo esto… ¿Por qué te has salido tan pronto?... Si acabas de meterte en el agua…-.
-Es que te he visto, me ha venido a la memoria el polvo que estaba recordando cuando me has hecho lo de la arena y me has dado envidia… Por no sé qué extraña razón a mí también me han entrado ganas de darme un caprichito y, en vista de que somos iguales hasta en esto, pues me he venido a que me hagas un hueco en la toalla. Si no te importa…-.
Me tumbé a su lado, con la toalla debajo de nuestros culos, y cerré los ojos para volver a traer a mi mente las escenas sexuales de uno de esos polvos que se te quedan grabados en la memoria porque fueron maravillosos. Poco a poco la excitación me fue subiendo la temperatura y, finalmente, también comencé a acariciarme mientras recordaba aquellas escenas.
No me importaba que Eva estuviera a mi lado. Antes de estar con Iván, cuando yo aún era una tía loca y divertida, ya me había masturbado más de una vez con alguna que otra amiga. Así que no me resultaba ni incómodo ni extraño. A Eva, por su parte, tampoco parecía importarle puesto que había tardado bastante poco en continuar por donde lo había dejado antes de que abriera los ojos y me viera.
Tiradas en la toalla, Eva y yo fantaseábamos con alguna experiencia vivida y nos dejábamos llevar por las imágenes que construíamos mentalmente. Yo estaba recordando un polvo que echamos en la playa Iván y yo al principio de estar juntos y que fue espectacular. De noche entre unas barcas, escondidos para que nadie nos viera y que, al final, terminó siendo casi una sesión de exhibicionismo cuando, con una fogosidad desmesurada, terminé cabalgándolo sobre una de las barcas.
El recuerdo de lo que sentí en aquella barca sumado al trabajo que mis dedos ya estaban haciendo sobre mi húmedo clítoris me permitió volver a sentir aquellos latigazos de placer y, suavemente, empecé a jadearlos. Automáticamente mis piernas se flexionaron en el aire totalmente abiertas y comencé a acelerar el movimiento de mis dedos. Acababa de empezar la imparable carrera hacia el orgasmo.
En el aire sentí el roce de la pierna de Eva contra la mía y la miré. Estaba en la misma postura que yo y, a juzgar por el gesto de su cara, con el mismo grado de excitación. En otras condiciones jamás habría hecho lo que iba a hacer en ese momento pero, teniendo en cuenta que había conectado a la perfección con ella y que, además, tenía la boca seca, no dudé un segundo en acercar la cara con el ánimo de besarla en los labios para empaparme de su saliva. Y Eva me permitió hacerlo, posiblemente, por esa misma razón.
Nos besamos apasionadamente mientras que continuábamos con la masturbación. Disfrutar de la humedad de su boca fue todo lo que necesité de más para que la lívido se me disparara y propiciara que me corriera con una intensidad que hacía mucho tiempo que no sentía. Cuando llegué al orgasmo me separé de Eva para tomar aire y, extasiada boca arriba, me relajé para recuperar el aliente mientras continuaba disfrutando de los últimos escalofríos que recorrían mi cuerpo y nacían en el mismo clítoris.
Eva también alcanzó el orgasmo y lo hizo mientras que yo ya estaba reponiéndome. Sus gemidos me trajeron a la mente aquellos gritos en un partido de las tenistas Sarapova y Williams que dieron la vuelta al mundo por lo ambiguos y sugerentes que sonaban. Eva gemía igual que ellas. Me quedé mirándola, recorriendo su cuerpo entero con la vista y disfrutando del componente sexual que, en estas circunstancias, me ofrecía su desnudez. Eva estaba buena sin que eso signifique que estaba pensando en una relación lésbica con ella. Simplemente estaba buena, muy buena. Estaba desnuda corriéndose a mi lado y verlo me gustaba.
Cuando por fin abrió los ojos y cruzamos las miradas nos echamos a reír. Se nos había ido la pinza de una manera bárbara y en ese momento fuimos conscientes de la locura que acabábamos de hacer. Daba igual, aunque hubiera sido una situación muy extraña e imprevisible, nos había gustado y, seguramente por eso, nos dio la risa.
-Hacía tiempo que tenía uno como este –comencé a decir –manda cojones que haya tenido que ser así -.
-¿Qué tiene de malo? –preguntó sonriente.
-Nada! De malo no tiene nada. Ha sido un orgasmo alucinante. Pero, que digo, que tiene guasa que, para llevármelo, haya tenido que ser masturbándome en la playa y comiéndote la boca -.
-Los mejores orgasmos no están en las circunstancias que los rodean sino en el ánimo de querer tenerlos. Hoy ha sido aquí y así y, con esto, ya sabes que pueden estar el cualquier parte si hay ganas… Solo necesitas las ganas… -.
-De verdad que, a veces, me asustas –le dije riendo -¿Cómo puedes ser tan resuelta con lo joven que eres? -.
Ah! Bueno… Que aún no os lo había dicho… Eva no tenía cara tener más de veinte años. Tal vez por eso me había conquistado tanto su forma de ser. Me recordaba a mí a su edad solo que ella parecía venir de vuelta de muchas cosas que, entonces, yo aún no conocía. Su vitalidad y espontaneidad, unidas al buen rollo que emanaba de sus gestos, me llenaban de vida de alguna manera que me hacía sentir bien. Y eso, para una mujer treintañera como era yo, era un soplo de aire fresco justo en el momento que más lo necesitaba.
-Algún día me tienes que contar tu vida… -le dije.
-Pues mira, ya tenemos tema de conversación para la marcha que nos vamos a pegar esta noche –me contestó.
-¿Qué hora es? -.
-Casi las tres… Es buen momento para recoger los bártulos y darnos un baño en la piscina del camping antes de comer. ¿No te parece? -.
Asentí y, casi de inmediato, nos dispusimos a recoger las cosas, bueno… sus cosas, para marcharnos. Nos vestimos en los coches y abandonamos aquella playa volviendo a recorrer la rambla en busca de la carretera. En apenas media hora estábamos de regreso en el camping. Dejamos los coches en el aparcamiento y, directamente, nos fuimos a la piscina. Dejamos las bolsas en unas tumbonas y nos metimos en el agua.
-¿Qué vas a hacer esta tarde? –me preguntó.
-Pues no lo tengo muy claro aún… Aunque es probable que me eche una buena siesta para recuperarme del viaje de anoche y del ratico de playa de esta mañana… -.
Me sonrió picaronamente recordando la locura que habíamos hecho en la playa y le devolví la sonrisa con la misma complicidad que había adivinado en su gesto.
-Yo tengo que volver a recepción a las cinco y no sé cuándo terminaré –empezó a decirme -Mi padre tiene que bajar a Almería y, hasta que no llegue, me toca currar… -.
-Pues entonces seguramente me eche la siesta tranquilita. Que, además, aún no he tenido tiempo de adaptarme al bungalow y me quedan muchos cajones por cotillear… -bromeé.
-Bueno pues, si te aburres, vente a recepción y cascamos un rato luego. Así aprovechamos y planeamos la noche… -.
Terminamos esa conversación y salimos del agua. Nos despedimos y cada una tiró por su camino. Llegué a mi bungalow, tendí la toalla y me preparé un sándwich para comer tranquilamente viendo la tele. Luego me metí en el baño a darme una ducha y, después de secarme, en vez de vestirme me apeteció quedarme de nuevo desnuda. Cerré las cortinas de la casa y me tiré en el sofá a echarme una siesta. Me quedé dormida con la satisfacción de estar segura de que esta escapada me iba a sentar bien. De hecho, algo en mí ya estaba cambiando.