La Chica Del Callejón

Los peligros de la noche se ciernen sobre Julio

Saludos, lictores de TR. Una vez, una persona sabia (y ociosa, claro está) dijo esta frase, “Apresúrate lentamente”. En nuestros tiempos, prefiero esta… “La Tierra no es plana, pero si es muy dura”. En fin, ya he dicho la tontería que quería decir, es hora de pasar a la acción.

32 años en el futuro, es el año 2053. Tras una catástrofe de proporciones bíblicas, el mundo se sumió en la anarquía y el desgobierno. En numerosas ciudades, sus habitantes se agruparon por su estatus social, gremio laboral e incluso por sus gustos sexuales; para defenderse mutuamente de los desesperados intentos de los gobiernos y sus remanentes militares que intentaban someterles.

En una ciudad al sur, dividida en cinco distritos, vivía un joven llamado Julio. 22 años de edad, había nacido después del cataclismo, y solo conocía esa forma de vida. Trabajaba como uno de los pocos expertos en computación; vivía en la zona norte de la ciudad, el Distrito de los Ingenieros y cada día recorría las calles hasta llegar a un pequeño bloque de tres calles en el sur, que pertenecían a su distrito. En el centro de la ciudad, la situación era caótica; pues las fuerzas locales de los ingenieros luchaban por conquistar esa zona de los Traficantes y una nueva fuerza emergente; El Clan del Dolor.

Compuesto en su mayoría por mujeres, incluía a todos cuyos gustos sexuales eran fuertes. Liderados por el Señor Dolor, se agrupaban en pequeños grupos de hasta 5 personas para capturar prisioneros y extraer de ellos información o usarlos como objetos para su desviado placer. Por ello era muy peligroso cruzar ciertas calles del centro de la ciudad, pues si caías prisionero, sería casi imposible recuperar la libertad.

Algunos iban más allá, e inclusive actuaban con entera independencia; reclamando impuestos de tránsito y protección para utilizar ciertas calles, sirviéndose de ellas como si fuesen sus posesiones territoriales privadas. Por suerte, Julio jamás se había visto en una necesidad como aquella y solo dedicaba sus esfuerzos para ayudar a sus superiores.

Aislados al Este de la ciudad, nadie se había visto obligado a transitar por aquellos lugares hasta que, necesitados de nuevas víctimas, el Clan del Dolor se armó y comenzaron a luchar. Por aquel entonces, pandillas de los cinco distritos combatían con ferocidad para dominar el centro de la ciudad.

Aquella mañana, un fuerte intercambio de fuego sorprendió a los trabajadores del Distrito de Ingenieros, quienes cruzaron el centro de la ciudad apoyados por sus milicias. Fuera de ello, el día en su trabajo fue bastante normal, solo el lejano sonido de las ráfagas de ametralladoras interrumpía el silencio en su habitación, que compartía con otros dos expertos de informática.

Un par de descansos para comer y estirar las piernas fueron lo más relevante de su turno. El chico, un joven promedio, cabello negro algo largo y ojos un poco grandes y de color café; contemplaba desde la terraza del edificio toda la ciudad, parcialmente en ruinas y con varias columnas de humo que se alzaban por distintos rincones. El futuro no deparaba nada bueno, pero dependía de ellos reconstruir lo poco valioso (páginas XXX) que habían perdido.

Un poco después del atardecer, cuando la penumbra comenzaba a echarse sobre la ciudad, Julio acabó sus deberes y preparó su bolso para emprender el regreso. Desafortunadamente para él, el grupo con el cual había llegado en la mañana partió en ese instante y al llegar al vestíbulo principal del edificio, descubrió que solamente se encontraban los guardias.

“Han visto a la escolta de ingenieros?” preguntó Julio con esperanza.

“No, y será mejor que no mojes tu pantalón de regreso,” se burló uno de los guardias y los demás rieron.

“Si… muy graciosos…” rezongó en voz baja Julio, abandonando el edificio.

Normalmente, salir de noche y carecer de experiencia militar equivalía a un pase seguro al más allá, pero no era la primera vez que Julio debía cruzar solo la ciudad. La oscuridad se hacía mayor a medida que el joven se desplazaba por calles desiertas llenas de escombros, coches oxidados, papeles viejos, proyectiles usados. En medio del silencio inquietante y antinatural, se podían escuchar los gritos y ráfagas de disparos; cada vez más fuertes al tiempo que se acercaba al centro de la ciudad.

Agudizando los sentidos, Julio se movió con sigilo para tratar de superar la zona de combate, cuando un grito de rabia resonó por encima del fragor de la pelea.

“GRANADA!!!”

En una fracción de segundo, el chico se lanzó al suelo cuando una gran explosión hizo temblar un poco el suelo. No se atrevió a ponerse de pie inmediatamente, sino que como pudo, se arrastró por el suelo; tratando de no alzar la mirada en ningún momento. Los gritos, disparos y explosiones resonaban con fuerza, cubriéndose los oídos para evitar quedar aturdido, se quedó como muerto; sin apenas mover un músculo.

El choque entre las milicias parecía eterno, tanto que Julio pensó en devolverse e intentar cruzar la ciudad por otra calle. Sin embargo, el inesperado avance de las milicias; provocó que en pocos minutos quedase todo en una calma anormal e inusitada después del pandemonio que se había desatado. Incorporándose, se sacudió el polvo de la ropa, una vieja chaqueta de cuero y una camisa blanca. Sus pantalones tenían un agujero a la altura de la rodilla, tal vez lo rasgó al arrastrarse en el suelo, ya no estaba seguro.

Cogiendo su bolso, siguió caminando con precaución, contemplando varios cadáveres en donde habían caído, luego torció a la derecha y después a la izquierda. Las calles estaban en gran oscuridad, que apenas podía ver lo que había a quince metros de distancia. No se escuchaba ningún ruido cercano, a excepciones del estruendo de la pelea ya a unas calles de distancia.

Mientras caminaba, pensaba en planes a futuro. Esperaba pronto recibir un ascenso por su esfuerzo a favor de su grupo y tal vez sugerir alguna alianza para conquistar otras ciudades. Había muchas posibilidades pero nunca se sabe lo que puede pasar.

Acercándose a unas calles pequeñas y estrechas, mejor iluminadas; suspiró aliviado al reconocer varios coches oxidados y supo que estaba dentro del territorio de su distrito. Sonrió un poco cuando de improviso se detuvo en seco.

Frente a él estaba una chica que parecía de su misma edad. Vestía una camisa negra, falda corta de jean y un par de botas negras. Pudo notar una cadena a modo de cinturón y otra más pequeña alrededor del cuello. La muchacha era blanca, cabello negro corto y labios pintados de negro, su expresión era fría y calculadora, la típica de alguien que estaba determinado a hacer algo, bueno o malo. De pie en medio de la calle con las piernas un poco separadas y las manos a la espalda, Julio se inquietó un poco al mirarla a los ojos, negros como la noche y carentes de brillo.

Sin nada que temer, Julio pensó que probablemente la chica estaba extraviada.

“Hola… necesitas ayuda?” preguntó el chico.

Ella tardó un poco en responder mientras le miraba de pies a cabeza, como sopesando si era o no una amenaza.

“Mi nombre es Alicia y si quieres continuar, deberás pagar por usar mi calle,” respondió sin más la muchacha.

“Eso no es cierto, esta calle no te pertenece,” aclaró Julio con tono cordial.

“Yo no miento, y si quieres pasar, debes pagar como todos los demás,” insistió la muchacha, Alicia.

Julio no sabía si reír o darse media vuelta y caminar por otra calle que volvería a llevarle a la batalla. Así que dio un par de pasos hacia la desconocida.

“Mira, esta calle pertenece al Distrito de Ingenieros. Reconozco estos coches!” explicó Julio, creyendo que tal vez ella estaba confundida de calle.

“No te lo volveré a repetir. Mi pago de tránsito, o esfúmate,” contestó con calma la chica.

“Esto es ridículo, no pagare por caminar en la zona que vivo!” exclamó indignado el muchacho.

Alicia le miró sin pestañear y comenzó a acercarse a él lentamente. Manteniendo su posición, Julio tragó saliva al ver a esa chica avanzar a hacia él, hasta quedar frente a frente y poder mirar en la oscuridad de sus ojos, negros como el carbón y que parecían examinarle y detectar el nerviosismo y la impaciencia que crecía en su interior.

“Si no pagas, lo vas a lamentar.”

“Que no me captaste? No te daré nada, ahora me dejaras pas…” comenzó a decir Julio cuando se detuvo de golpe.

El joven, distraído al mirarla a la cara, no pudo ver el veloz movimiento de Alicia y como su pierna se levantó con rapidez. Lo siguiente que sintió, un gran y punzante dolor en los huevos, al sentir el empeine de la bota de Alicia impactar su zona noble. Abriendo los ojos, contuvo la respiración pero nada funcionaría; el dolor comenzó a crecer ferozmente y a subir por su vientre, un estrépito indicó que había soltado su bolso y antes de perder fuerza en las piernas, la chica se acercó y se desplomó sobre ella.

Alicia lo sujetó y apoyó su barbilla en su hombro, mientras la muchacha miraba en varias direcciones para asegurarse que estaban solos. Julio solo gemía con un hilo de voz, sentía náuseas y el dolor parecía aumentar por momentos. La chica, al igual que las de su clase, era una desquiciada que disfrutaba romper huevos y tras pasar varios días sin una víctima, Julio sería el siguiente en su lista. Siempre se apostaba por esa calle para cazar a cualquier rezagado y con la excusa de ser dueña de la calle, los atraía a su trampa por las buenas, o en el caso de Julio, por las malas.

Arrastrándolo a un callejón sin salida, la chica procedió con rapidez. Se deshizo del pantalón y calzoncillo de Julio, dejando a la vista una polla flácida y un par de cojones ligeramente enrojecidos. Luego; con gran esfuerzo apoyó su espalda contra la pared, de donde colgaban un par de grilletes fijados a un aro en la pared, asegurando sus muñecas hizo lo propio con sus tobillos, quedando sus piernas con la separación justa para dejar sus testículos expuestos.

Julio apenas pudo notar lo que la chica hacía, y cuando el dolor remitió un poco y trató de reaccionar, descubrió que sus muñecas y tobillos estaban sujetos por grilletes. También notó que estaba desnudo de la cintura para abajo.

“Suéltame… por favor…” suplicó con voz débil.

“Ya es muy tarde para eso. Sin pago, debo haceros esto,” dijo Alicia, de pie ante él con una bolsa llena de objetos.

Retorciéndose y forcejeando con los grilletes, Julio nada pudo hacer. En tanto Alicia, arrodillándose frente a él, sacó un guante de cuero y se lo encajó en la mano derecha. Con delicadeza, la mano de la chica recorrió el muslo derecho de Julio, que vió en el dorso del guante el símbolo del Clan del Dolor y comenzó a rogarle que le dejase marchar, sin ninguna respuesta por parte de Alicia.

Llegando hasta sus doloridos testículos, Alicia los acarició con mucho cuidado, como si fuesen porcelana fina y en parte, se puede argumentar que así es. Sin poder evitarlo, su polla empezó a responder a esa mano tocándole los huevos y supo que esa loca iba a hacerle algo muy malo.

“Por favor… parad…” rogó nuevamente.

“Tan suaves… tan frágiles. Muchas mujeres tenemos la fantasía de daros donde más os duele, pero solo pocas disfrutamos cada segundo de ello… yo lo hare,” dijo ella en voz lenta y sensual, en tanto Julio intentaba moverse y apartar en vano sus colgantes y expuestos amigos de la mano de Alicia.

“Ya déjame, loca de mie…” dijo Julio cuando sintió que la mano de la chica se cerró sobre la base de su escroto, dejándolo sin aliento.

Trató de cerrar las piernas, pero los grilletes en sus tobillos impedían tal intentona. Alicia continuó apretando y miraba a Julio desde su posición arrodillada frente a él, el chico mantenía la boca abierta sin proferir sonido alguno.

“Lo veis? Solo un apretón y ya estas flipando,” murmuró Alicia y sonrió con maldad, aumentando la fuerza de su agarre.

Julio perdió fuerza en las piernas y los grilletes se clavaron aún más en sus muñecas. Finalmente, Alicia liberó sus cojones y puso atención a su bolsa otra vez. Sacó de ella una bola negra, que colocó en la boca de Julio y la aseguró con un par de tiras, agachándose una vez más la chica contempló esos huevos y sin más le propinó un golpe con el puño cerrado.

El muchacho se inclinó hacia delante a medida que el dolor subía por su bajo vientre y sus piernas temblaban más. Gracias a los grilletes en sus muñecas no se podía desplomar en el suelo, y tampoco podía sujetar sus pelotas, sin perder tiempo Alicia le dio otro golpe y Julio tosió débilmente. El dolor invadía cada célula de su cuerpo y aquella sádica no sería nada amable.

“Que patético… vamos a hacerlo más interesante,” comentó Alicia y tiró con fuerza de sus bolas. Julio lanzó un grito ahogado por la mordaza a medida que un zumbido comenzaba a molestar sus oídos.

Escuchando una risa lejana, volvió a sentir el rigor del puño de Alicia; que asestó un golpe tras otro sin pausa. Lo único que pensaba Julio era que sin duda alguna, el diablo debía ser mujer y que debía ser Alicia. Luego de pasar más de un minuto golpeando sin tregua, los resultados empezaron a ser más evidentes, sus testículos estaban ya el doble de hinchados y tenían un color rojo intenso y brillante. Alicia los observó por un segundo antes de palmearlos sin delicadeza, arrancándole más gritos amortiguados de dolor.

“Si… esto es lo mejor en el mundo. Tenerte en mi poder, y dañarte esas ridículas pelotas,” dijo Alicia pero Julio apenas podía oírla, mareado y dolorido por la cantidad de golpes sufridos en su punto débil.

Dándole unos segundos de descanso, la chica volvió a buscar en su bolsa y aparentemente no encontró lo que necesitaba. Sin embargo, eso no la frenaría y poniéndose de pie, apoyó sus suaves manos en los hombros de Julio; que respiraba débilmente. Sin dudarlo y con una sonrisa de satisfacción, Alicia movió su rodilla y la estrelló de lleno contra los huevos de Julio, que tuvo arcadas al sentir ese potente rodillazo.

Al siguiente, posó su barbilla sobre el hombro izquierdo de ella, el zumbido en sus oídos era mayor y, cebándose con sus cojones; Alicia asestaba un rodillazo tras otro, dejando escapar gemidos de placer al sentir como le aplastaba los hinchados testículos contra su propio hueso pélvico. Una inesperada humedad en su entrepierna y un estremecimiento le indicaron a la joven que estaba teniendo un orgasmo.

“Joder… que ganas tenía de hacer esto de nuevo, pronto acabará el sufrimiento,” dijo Alicia al oído de Julio, que solo tenía arcadas al no poder dar un grito de dolor.

Después de varios minutos atacando la zona con su rodilla, la chica se separó y volvió a examinar los huevos de Julio. Estaban en una condición lamentable, hinchados como un pomelo, con un insano color rojo y colgando más abajo que al inicio. Satisfecha con el progreso alcanzado, Alicia se agachó y los exprimió el uno contra el otro, un débil quejido se oyó de parte de Julio, que de no ser por los grilletes estaría en el suelo, agarrándose los maltrechos huevos y pidiendo ayuda.

Aprovechando el tamaño de esas pelotas, Alicia comenzó a golpearlas como si de una pera de boxeo se tratase. Su víctima cerró los ojos, deseando desmayarse pero para su mala suerte aquello no sucedía. Tomando un respiro, Alicia paró e incorporándose nuevamente, puso una de sus manos en los testículos de Julio y la otra la introdujo dentro de su falda, alcanzando su coño mojado.

Oprimiendo sus hinchados huevos, la chica se masturbaba placenteramente. Para ella, era la única forma de tener placer y esa noche las gónadas de ese desgraciado servían muy bien a ese propósito. Finalmente, Alicia comenzó a temblar y al borde del orgasmo, retorció lentamente los huevos de Julio, que dejó escapar un chillido agudo mientras la joven gemía y alcanzaba el clímax deseado.

Perdiendo algo de balance, se tumbó en el suelo y acarició las enormes bolas de Julio.

“Si… no creo que después de hoy te sean de provecho. Déjame ayudaros…” comentó Alicia y con ambas manos retorció los gigantescos testículos de Julio, que mordió la bola en su boca; anticipándose al dolor más atroz que iba a sentir en su vida.

Alicia continuó tirando y retorciendo sus huevos, estirando sus conductos seminales al máximo. De haber podido, Julio habría aullado como un lobo herido de muerte, pero en lugar de eso puso los ojos en blanco al mismo tiempo que Alicia escuchaba un doble chasquido que puso una enorme sonrisa en su rostro. Ya lo había castrado y era otro más en su larga lista.

Levantándose, contempló a Julio que estaba inconsciente, solo sostenido por los grilletes. Le quitó la mordaza y la guardó en su bolsa junto con el guante. A continuación echó un vistazo al bolso de Julio y encontró una radio apagada, la encendió y se la acercó a la boca.

“A todas las unidades cercanas, he encontrado a uno de los nuestros a cuatro calles del centro, colgando en una pared, parece que ha sido víctima del Clan del Dolor. Necesitare ayuda para la extracción, aún respira pero está inconsciente,” dijo Alicia, fingiendo ser miembro del Distrito de Ingenieros.

Casi de inmediato, la voz de otro hombre se escuchó en el silencio.

“Entendido, ya vamos a vuestra posición. Cambio.”

Regresando a donde estaba Julio, Alicia dejó la radio a sus pies y admiró por última vez su obra de arte. Sus huevos colgaban bien abajo, a la altura de las rodillas, terriblemente hinchados y de un color morado intenso. Su rabo era apenas un trocito de carne en comparación. Dándole un tierno beso en la mejilla, sus labios pintados de negro quedaron marcados en su piel, ese era su sello característico.

Mirando a ambos lados de la calle, Alicia caminó hacia el este, alejándose del centro de la ciudad y del pobre Julio, desapareciendo en la oscuridad de la noche con una sonrisa de satisfacción…