La chica del bar.

-¿Podrías ponerme un cortado preciosa?- yo a ti te pongo lo que quieras, pensé, evidentemente solo pude responder con la mejor cara de idiota que me salió.

-Joder niña, menudas ojeras.

-Vaya Manu, las mujeres deben caer rendidas a tus pies- contesté luchando contra un bostezo.

-Muy graciosa, pero no me traigas esa cara a trabajar- dijo Manuel con media sonrisa.

-Pues la que tengo chico, me hicieron sin ganas.

Y se dirigió a su pequeño despacho al son de una sonora carcajada muy característica en el.

Manuel era un gran hombre, no me refiero a físicamente, que también. Me dio trabajo en su pequeño bar hace ya seis meses y cuida de mi como nunca lo había hecho nadie.

Manu, como permite que le llame la gente con la que tiene mas confianza, es un tipo de barriga prominente que se encarga de mantener a base de cervezas, cara redonda, con un acentuado bigote ya canoso que hace juego con lo poco que le queda de pelo en la cabeza.

¿Yo? Bueno, soy una chica normal, cabello y ojos oscuros, de mirada penetrante, según dicen, metro setenta de estatura y cincuenta y cinco quilos bien repartidos por mi ser. Mi vestimenta es desenfadada, bastante hippie, con un aro en la nariz y varios tatuajes repartidos en la espalda, cuello, detrás de la oreja y tobillo.

Me dirigí a la barra mientras me ponía ese delantal al que tanto cariño le tengo. Tomé pedido a unos cuantos habituales, vamos, lo de siempre.

Durante una intensa charla que mantenía con Paco y Ramón sobre el partido de anoche (trepidante), una voz me llamó desde la otra punta de la barra.

Cuando giré mi cabeza algo dentro de mi se estremeció, la mujer más sensual que había visto en mi vida me llamaba con esa clase de sonrisas que son capaces de traerte el Sol en plena noche. Me recompuse como buenamente pude y me acerqué.

-¿Podrías ponerme un cortado preciosa?- yo a ti te pongo lo que quieras, pensé, evidentemente solo pude responder con la mejor cara de idiota que me salió.

Me dispuse a prepararle el café a aquella espectacular morena de ojos negros y cuando lo tuve listo (mencionar que tardé mucho más de lo que tardo normalmente porque a mis manos les dio por ponerse a temblar), se lo acerqué sin mirar a esos ojazos que tanto me intimidaban.

-¿Como te llamas?-preguntó ella.

-A..Ar..Aroa- muy bien chica, encima que piense que eres tartamuda.

-Encantada Aroa, yo me llamo Soraya- dijo extendiéndome la mano.

Estreché mi mano temblorosa con la suya y pude apreciar la suavidad de su piel.

-Oye y dime, ¿hace mucho que trabajas aquí?

-Si, bueno, unos seis meses ¿y tu?- ole tus ovarios nena - o...osea, ¿vives por aquí cerca? nunca te había visto.

-Eso es porque he estado de viaje este último año, pero si, vivo en el bloque de enfrente- respondió con una maravillosa sonrisa.

-¿Que edad tienes Aroa?

-Tengo 20

-¿Y usted? Es decir, ¿tu? osea, ¿usted?- enhorabuena.

-27 y tratame de tu, como has hecho hasta ahora- dijo conteniendose una carcajada.

Continuamos hablando de temas banales (estudios, trabajo etc) mientras atendia al resto de los clientes. A medida que se iba alargando la conversación yo me sentía mas tranquila y segura a su lado, habia algo en ella que me atraía de manera irracional.

En una de estas en las que atendía a una mesa, sonó su movil y se apresuró a cogerlo saliendo a la calle.

Cuando yo ya estaba en la barra ella volvió a entrar.

-Oye, mira, que me tengo que ir, pero antes dame tu número de telefono-dijo urgando en el bolso.

-Emm..si, te lo apunto en un papel- Ahí ya no me respondía ni el cuerpo ni la mente.

-Perfecto-dijo cuando le entregué la hoja- ¿cuanto es el café?

-Nada mujer de verdad, si no fuera por ti ahora estaría intentando entender que es un fuera de juego- muy bien traido.

-Jajaja, muchas gracias, te llamaré en cuanto pueda- contestó saliendo de aquel pequeño local que a mi, en esos momentos, se me asemejaba al paraiso.

Las horas se me hacían intermibables, miraba el movil constantemente esperando la llamada de aquella diosa de ojos color carbón, mientras la televisión de mi pequeño apartamento de la ciudad condal, despedía imagenes y sonidos sin ningún sentido para mi.

¿Porque no me llama? No le habré gustado, como le voy a gustar con la cara de tonta que se me pone cada vez que abre la boca, ¡dios que boca! ¿Y para que me ha pedido el numero entonces? ¿No le habrá pasado nada? Igual le han robado el bolso, o ha tenido un accidente, ¿y si la han secuestrado? Va a ser eso, la habrán secuestrado y ahora estará en algún país con nombre raro al merced de una mafia para trata de blanca graciosas. Tengo que llamar a la policía, no, a la CIA, nonono, mejor al FBI. Espera, cálmate, que se te va la pinza, estará trabajando, ¿en que me dijo que trabajaba? Es uno de esos trabajos con nombres impronunciables, que lista es...

Cuando sonó aquel dichoso aparato y vi en la pantalla un número que desconocía el corazón se me disparó (no la habían secuestrado). Intentando respirar hondo le di al botoncito verde.

-¿Diga?-dije intentando aparentar una seguridad inexistente.

-¿Aroa? Soy Soraya, ¿te acuerdas de mi?

-Si, si, claro que me acuerdo, ¿que tal?- como para olvidarme.

-Muy bien gracias, una cosa, te llamaba para preguntarte si te apetecía venirte esta noche a cenar a mi casa.

Me quedé helada, le di las gracias a Dios, Ala, Budha o a quien esté ahí arriba dirigiendo el cotarro.

-Cl..Claro, me encantaría- respondí con una sonrisa de oreja a oreja.

-Perfecto, pues ¿a las nueve delante del bar?

-¡Genial!

-Hasta luego preciosa.

-Adios guapa.

Cuando me aseguré de que había colgado el telefono, comencé a bailar una mezcla de samba, rumba, salsa y Paquito el Chocolatero digna de las mejores escuelas de danza.

Extasiada me tire al sofá abrazando a un cojín que aún nose de donde ha salido, yo esto no lo he comprado, que feo. Miré el reloj, las ocho y me dirigí entusiasmada a la ducha.

Cuando terminé de asearme abrí mi armario, no hay demasiada cosa (no soy muy fan de comprarme ropa), así que me decanté por unos vaqueros ajustados y una camiseta que deja al aire mi hombro. Me dirigí de nuevo al cuarto de baño, cogí las pinzas y me perfilé las cejas. Normalmente no me maquillo pero decidí pintarme un poco, algo discreto.

Eran las ocho y media, así que me puse un poquito de perfume y dándome un último repaso de arriba a abajo en el espejo de cuerpo entero que tengo en el recibidor cogí las llaves y salí de casa.

Como tenía tiempo de sobra opté por ir caminando, asi me despejaría. Las luces de la ciudad me parecían mas brillantes, las gente mas guapa y los pájaros con un cantar mas hermoso.

Cuando llegué a la calle del bar, a lo lejos, pude distinguir a Soraya, estaba realmente espectacular. Llevaba un vestido blanco, bastante holgado, que hacía que su cabello ondulado resaltara aun mas y unos zapatos de tacón del mismo color.

Cuando me vio llegar su sonrisa volvió a deslumbrarme.

-Eres puntual, eso me gusta.

Nos dimos los dos besos de cortesía y nos dispusimos a cruzar la calle. Llegamos al portal, uno normal, no tenía nada de especial y subimos al ascensor. Le dio al tercer piso y el cacharro empezó a subir. Un silencio incómodo (por lo menos para mi) se apoderó del ambiente, ella no dejaba de mirarme y yo no dejaba de mirar al suelo. Porfin se detuvo, salimos y abrió la puerta de su casa.

El apartamento era bastante mas grande que el mio (no es una proeza, es que vivo entre cuatro paredes, literalmente). Atravesamos un pasillo, y llegamos al salón. Una televisión de plasma gobernaba la sala, un sofa de cuero y dos sillones de aspecto bastante cómodo. Cuadros de arte abstracto, una estanteria llena de libros y pequeños objetos de decoración y un enorme acuario con peces exóticos hacían de aquel salón un lugar impresionante.

-He comprado comida tailandesa, espero que te guste- dijo yendo hacia la cocina.

-La verdad es que nunca lo he probado- respondí mientras observaba como ponía la comida encima de una mesa muy bien decorada.

-Bueno, hay que probar de todo- contestó guiñandome el ojo, creí morir.

Sirvió dos copas de vino, brindamos y empezamos a cenar, la verdad estaba tan nerviosa que no tenía nada de hambre, pero como comprendereis, no iba a dejar el plato lleno. La comida estaba bastante buena, aunque no se que me llevé a la boca.

Cuando terminamos de cenar nos sentamos en el sofá.

-¿Quieres una copa?

-Claro, muchas gracias.

-¿Que quieres?

-Lo que tu tomes estará bien- dije con una sonrisa.

Ella fue de nuevo a la cocina y al cabo de pocos minutos volvió con dos vasos de tubo, ginebra y una botella de tónica.

Empezamos a beber, copa tras copa la conversación se tornaba mas relajada y el ambiente mas caldeado.

-¿Te puedo hacer una pregunta?-dijo mientras dejaba la copa en la mesita y se giraba hacia mi.

-Dispara-contesté haciendo lo mismo.

-¿Te pongo nerviosa?- mientras hacia la pregunta se acercaba poco a poco.

-Jajajaja, si bastante- bendito alcohol.

Mientras sonreia me acariciaba la cara, yo estaba petrificada, no sabía que o como responder a aquellas manos.

Cada vez se acercaba más y yo cada vez mas nerviosa, hasta que sus labios quedaron a milímetros de los mios.

-¿Ahora estas nerviosa?-dijo acariciando mi nariz con la suya.

-Aha...-no atinaba a decir nada mas.

Notaba su respiración, empezó a tocarme los brazos y yo ya no podía más, entre el alcohol y aquella muchacha a escasos milimetros de mi, me estaba poniendo a cien.

-Besame- me escuché decir.

Y no se hizo de rogar, fue un beso pasional, nuestras lenguas empezaron una batalla donde ambas ganamos. De su boca pase a su cuello, lo lamía, lo besaba. Ella dejó escapar un pequeño gemido que me animó a seguir. Del cuello pase a la oreja, sus suspiros y gemidos me perdían.

La ropa empezaba a molestar, así que rapidamente nos deshicimos de ella. Me tumbé sobre Soraya y continué degustando aquella piel que me hacía enloquecer. Me apresuré a quitarle el sujetador y empecé a lamer sus pechos, estaba en la gloria. Sus pezones se iban endureciendo tras el paso de mi lengua, me invitaban a morderlos.

Fui bajando por su vientre, su respiración era agitada. Iba acariciando sus piernas, hasta que por fin llegué a su coño. Aun tenia puestas las braguitas, pero no se las iba a quitar, no de momento. Quería jugar con ella, que perdiera el control, quería disfrutar de aquella mujer.

-Dioos..-la escuche decir cuando mi acerqué mi boca a tan preciado tesoro todavía envuelto.

Aproximé mi nariz a la tela mojada e inhale aquella fragancia que me hacía delirar. Me entretuve en jugar con mi lengua y mis dientes sobre su lenceria.

-Porfavor, no puedo mas- percibí que decía acompañado por suaves suspiros.

Ese era el momento, quité su ropa interior y admiré durante unos segundos su coño brillante por sus fluidos. Aventuré mis labios a su vagina y mi juguetona lengua no tardo en apoderarse de su clítoris. El sabor de aquellos líquidos que emanaban de lo mas profundo de su ser eran bien recibidos en mi boca a los que degusté como si de caviar se tratara.

-Ahh... sigue porfavor, no pares-no tenía intencion de contradecirla, no quería hacerlo, su cuerpo era una droga de la que no quería desintoxicarme.

Sus movimientos pélvicos acompasados por la vibración de mi boca era un deleite para los cinco sentidos. Mis manos acariciaban toda extensión de piel que estuvieran a su alcance, mi vista obervaba la cara de placer de aquella belleza, mi gusto y mi olfato se obsequiaban con su entrepierna y todo esto estaba acompañado por los gemidos de surgían de la gargante de mi amante que yo asemejaba con música celestial.

-Me voy a correr, ahora no pares porfavor, dios, sigue sigue- suplicaba sujetando mi cabeza para evitar mi marcha. La celeridad de sus caderas anunciaban de manera inminente la llegada al extasis. Ahora si, sus flujos empezaron a brotar con fuerza y yo me apresuraba a degustarlos.

Pasaron unos segundos para que ella tuviera fuerzas de nuevo, segundos que yo invertí en besos sobre la parte interna de sus muslos.

-Ven aquí pequeña-dijo con una sonrisa en su rostro.

Me acomodé a su lado y de nuevo la batalla entre nuestras lenguas siguó su cometido.

Nos abrazamos durante unos minutos, aquello debía ser el cielo...