La chica del Bar (Deseo y solaz fornicando)

De cómo, por casualidad, entré a un bar y de un intercambio de miradas nació y creció el deseo entre la mesera y yo. Y de cómo, tras momentos de tremenda ansiedad, finalmente hicimos el amor.

La chica del bar

(Deseo y solaz fornicando)

Ese día había un partido de fútbol de la selección nacional. Perú jugaba de local con Paraguay por la clasificación al mundial del 2002. Varios amigos nos reunimos en la casa de uno de ellos una hora antes del partido. El plan era esperar la transmisión televisiva (programada para las 8:30 p.m.) bebiendo cerveza y charlando de fútbol. Como se sabe, jamás dos personas normales van a coincidir en temas de fútbol, ergo, más que una charla era una polémica y más que un polémica, debido a la cerveza, era una discusión de borrachos. Para cuando comenzó el partido estábamos todos eufóricos y hasta los más reservados y callados gritaban y maldecían. En pleno minuto treinta y tantos, el de la casa anunció:

  • Se ha acabado la cerveza.

Sin perder tiempo hicimos una poza para comprar más. El único inconveniente era que nadie quería ir a comprar mientras el partido se estuviera jugando. Así que esperamos el descanso de medio tiempo. A la hora de ir nadie se ofrecía. Me propusieron para ir a mí, y sin pensar asentí. Christian, el dueño de casa me indicó el lugar más próximo para comprar. Cargando cuatro botellas vacías en una bolsa grande, salí apurado para volver a tiempo de ver el inicio de la segunda mitad. La tienda más cercana estaba cerrada. Tardé como diez minutos en encontrar un bar. Compré las cuatro botellas. Atendían en ese bar dos chicas. La primera era bajita y delgada, con cara de niña, la segunda estaba buenísima; de estatura mediana, pelo negro ensortijado y largo, llevaba un polo rosa ajustado que le marcaba los enormes senos. La televisión del bar sintonizaba el partido. Vi que ya iba a comenzar el segundo tiempo y calculé que me perdería buenos minutos del partido si regresaba. Decidí quedarme a verlo en el bar y llevar la cerveza después. Que se jodieran mis amigos, yo no había pedido salir a comprar y ni huevón iba a perderme parte del juego por llevarles la cerveza. Me senté en una mesa solo y pedí vaso y destapador. La chica del polo ajustado trajo vasos y me destapó una cerveza: comprobé que tenía un cuerpo admirable. Le pedí que me guardara las tres cervezas restantes.

Ahí no más inició el segundo tiempo del partido. Toda la gente en el bar gritaba y brincaba en sus sillas con las incidencias del juego. Todos explotaron en exclamaciones de entusiasmo y alegría cuando Solano anotó un penal a favor de Perú. Cada cierto rato, casi involuntariamente, me fijaba en la chica del polo ajustado. De verla tenía una erección que no me pasaba. Ella notó que la observaba y también se puso a mirarme, al comienzo con curiosidad y luego ya seguro porque le gusté. Cuando terminó el partido que ganó Perú dos a cero, fui hasta la barra y le dije a la chica del polo ajustado:

  • Señorita, ¿le gustaría acompañarme?

Me miró sorprendida dos segundos:

  • No, gracias.

  • No quiero molestarla, solo charlar, tengo cuatro cervezas y nadie con quien conversar.

  • Si quiere le guardamos sus cervezas hasta mañana - terció la chica con cara de niña.

  • En realidad preferiría tomar ahora -le contesté- ... con ustedes... quiero decir, yo tomo, ustedes solo me hacen compañía.

Hubo un silencio. Una esperaba que hablara la otra.

  • ¿Cómo te llamas? - dije dirigiéndome a la chica con cara de niña.

  • ¿Yo?... Julia - dijo indecisa.

  • ¿Y tú, amiga? - le dije a la del polo ajustado.

  • Mire joven - contestó ella secamente -, no podemos acompañarle. Si quiere le guardamos la cerveza hasta que traiga un amigo para que le acompañe a tomar.

  • Ok... entiendo, discúlpenme - dije tranquilamente y fui a sentarme de nuevo.

Había un gran contraste entre la forma en que me habló la chica del polo ajustado y la forma en que me había estado mirando desde que se fijó que yo la observaba. Es algo normal, pues las mujeres miden mucho lo que dicen, pero no logran dominar sus miradas. Por eso uno no debe hacer caso a lo que dicen sus palabras sino a lo que dicen sus ojos. Por una especie de orgullo o vergüenza ancestral, las mujeres, en el juego del flirt dicen generalmente lo contrario de lo que quieren.

Decidí quedarme un rato más a ver qué pasaba. No me importaban mis amigos, que seguro apenas terminado el partido habrían salido a buscarme; así que no tardarían en llegar. La chica del polo ajustado, me miraba de nuevo. Era una mirada lasciva, como de gata en celo. Era una mirada totalmente sexual, que irradiaba por un segundo el más intenso deseo carnal con toda desnudez, pero tras ese segundo una sombra de pudor o dignidad lo cubría y rápidamente desviaba la vista. Nunca me había pasado algo así. La chica era lindísima, tendría unos veinticinco años. Le miraba los senos que se dibujaban enormes bajo su polo y me excitaba. Tenía ganas de hacerme una paja; sentía mucha urgencia en el pene. La otra chica había notado que yo contemplaba a su amiga y que ésta me regresaba las miradas, pero no dijo nada.

Al poco rato llegó un tipo ya mayor, como de 45 años, subido de peso y un poco bajo. Fue a meterse directamente atrás de la barra. Debía ser el dueño o algo así. La chica del polo ajustado lo saludó con un beso en la boca y luego de hablarse un rato el tipo se sentó a una mesa cerca de la barra. Ella le llevó dos cervezas y dos vasos y se sentó a su lado. El tipo sirvió y ambos bebieron sin alegría. Conversaban poco, el tipo le hablaba por ratos y se distraía con la televisión, observando a la gente del bar. Yo seguía en mi mesa, tomaba poco a poco: estaba por terminarme la segunda cerveza. Volvimos a cruzar miradas con la chica del polo ajustado. Ahora junto a su expresión de deseo había un matiz de tremendo cinismo. Parecía no importarle que su novio advirtiera ese juego de miradas; sus ojos propiamente decían: "a ver como te las arreglas para poseerme". Todo eso me aceleró el pulso. Me entusiasmaba, pero no tenía la garantía de que ella se iría conmigo.

"¿Qué cabe hacer ahora?", me preguntaba yo en mi mesa. Seguro el tipo no se iba a ir sino hasta cerrar el bar y cargar con la plata de la venta del día. Y claro, se llevaría a su novia-empleada a bailar, comer o pasear para finalmente tirársela en algún hotel o en su casa o la casa de ella. El panorama era pésimo. Pensaba que lo mejor era regresar con mis amigos con las tres botellas de cerveza que quedaban. Entonces miraba hacia ella y su novio para convencerme de que era imposible y allí estaban sus ojos diciéndome: "te deseo". Me hacía Sufrir una urgencia salvaje en la entrepierna. Me pasaba la mano por el pene para aplacarlo un poco. Así estuvimos varios minutos. En un momento dado ya no supe contenerme porque sus miradas llegaron a una osadía que era propiamente un desafío.

Sin poder más y sin pensar, me paré y fui hasta la mesa en que estaban. Al verme venir la chica miró para otro lado. Eso me quitó un poco de valor.

  • Perdón, quisiera invitarles una cerveza, si no es molestia
  • dije dirigiéndome al tipo.

  • No amigo, gracias - dijo éste en tono cortante. Me quedé unos segundos sin saber qué decir.

  • Perdón, no le entendí, ¿no es molestia o no acepta la cerveza?-dije.

  • ¿Qué?

  • Usted dijo: "No, amigo", ¿se refería a que no es molestia que le invite o que no me acepta la invitación de compartir unas cervezas?

  • No te aceptamos la invitación. No gracias, ¿comprendes?- dijo alterado, medio en amenaza.

  • Perdone - me encogí de hombros-, es que estoy solo y como no llega la persona que espero... Disculpe la molestia-

Me regresé a mi mesa. Tardé un rato en digerir los hechos. No había adelantado nada, quizá lo había estropeado todo. Ahora ella evitaba mirarme, quise pensar que por temor a que su novio notara nuestra comunicación visual. En cambio el tipo no hacía más que vigilarme con desconfianza.

¿Qué podía hacer?, Yo solo quería que el novio se fuera por un rato, pero pasaban los minutos y nada. Se me ocurrió ir a la barra a pedir música a la otra chica, pero luego de hacerlo me vi en las mismas. Todo parecía perdido. El hecho de ya no recibir sus miradas ardientes me quitaban el ánimo y ya pensaba en regresar donde mis amigos. De pronto vi que la chica me hacía un gesto casi imperceptible con la mano. Al comienzo no entendí, pero luego lo tuve claro: quería que saliera. A lo primero pensé: ya le dio miedo que el novio haga una escena si nos descubre jugando a las miraditas arrechas y quiere que safe. Pero luego se me ocurrió que tal vez quería intentar algo. Dudé unos minutos. Fui hasta la barra, le dije a Julia que me guardara las dos cervezas que quedaban y salí. Decidí esperar cinco minutos a ver desde la esquina qué pasaba. Pasaron veinte minutos y no pasó nada: seguían dentro del bar ella y su novio. No podía resignarme. Todo indicaba que nada iba a pasar, pero el hambre de sexo me sostenía. El recuerdo de la mirada crudamente sexual de esa chica me enloquecía. Eran pasadas las once de la noche, las calles ya estaban sin gente y, como decía, llevaba esperando más de veinte minutos cuando desde mi puesto de observación vi salir solo al tipo. Caminó en dirección opuesta a mi ubicación. Apenas se alejó un poco fui hacia el bar casi corriendo y entré.

Vi a la chica del polo ajustado que iba hacia la barra llevando vasos y una botella. Se volteó y al verme apenas se inmutó, como si ya esperara mi aparición. Me dio la espalda y siguió caminando. Yo fui tras ella. Dejó la botella y los vasos sobre la barra y se volteó y me miró de nuevo, yo estaba a un paso de ella temblando de pura ansiedad. Le tomé de la mano y sin decir nada comencé a arrastrarla afuera. Ella no opuso resistencia ni dijo nada. Julia, la chica de la chompa, dijo en tono trágico:

  • Silvia, dónde vas?.

Silvia (recién sabía su nombre) siguió caminando sin hacer caso, es decir se dejó arrastrar por mí. Salimos del bar y, poco menos que corriendo, doblamos en la esquina donde yo había esperado angustiosamente a que se fuera su novio. La llevé así más de dos cuadras, entonces dijo:

  • ¿A dónde estamos yendo?

No lo había pensado, solamente quería estar lejos del bar, a solas con ella. No contesté nada. Avanzamos unos pasos más. Se me ocurrió tomar un taxi, pero por esa calle casi no pasaban. Busqué un portón o una zona oscura. No había ningún sitio así. Seguimos caminando, ahora más calmados. Yo seguía sujetando su mano, pero ya no tiraba de ella.

De pronto vi un callejón al otro lado de la calle. Cruzamos la pista y entramos al callejón. Dimos unos pasos y la empujé contra la pared bruscamente. Busqué sus labios y los encontré ansiosos. Nos devoramos las bocas mutuamente, nuestras lenguas se abrazaban con avidez. Respirábamos agitadamente. Le acaricié fuertemente los enormes senos sobre la ropa. Luego le levanté el polo y empujé hacia abajo su brasier y liberé sus senos. Los besé, los lamí y acaricié con las manos desordenadamente. Luego le succioné los pezones, se los mordí uno tras otro. La sujeté de la entrepierna con ambas manos, pasándole una mano por adelante y la otra por atrás y la levanté varios centímetros (Ah!!!, dijo) obligándola a ponerse de puntillas. Volví a levantarla con más fuerza (Aahh!)varias (Ahhh!)veces (Ahh!!). Ella me sujetaba del cuello y me besaba entre gemidos que yo medio apagaba con mi boca. Le besé (lamí) el cuello de arriba abajo sorbiendo su piel rudamente. No me importaba dejarle marcas.

Con mis manos recorría los contornos de sus nalgas, su cintura, hundía el dedo medio en medio del comienzo de sus glúteos y lo deslizaba hacia abajo hasta llegar a su vagina (todo su cuerpo se estremecía) y se la apretaba con toda mi fuerza. Mis manos iban de sus senos a su cintura, su espalda, sus nalgas, sus muslos (por adelante y por atrás) y a su entrepierna. De repente me apartó de ella con los brazos. La solté y retrocedí medio paso para ver lo que quería. Se abrió el cierre del jean, lo desabotonó y se lo bajó junto con el calzón hasta la rodilla. Su polo quedó colgando sobre su entrepierna. Busqué a tientas su vagina por debajo del polo y la encontré chorreando. Deslicé el dedo medio entre sus labios suaves y calientes (ahhh!). Su piel era tan suave y tibia. Le acaricié las nalgas con movimientos circulares. Le hice dar vuelta y alejarse un poco de la pared para que tuviera espacio de agacharse. Lo hizo y su hermoso trasero quedó en pompa ante mí. Lo acaricié toscamente un momento, le froté la vagina con toda la mano hasta hacerla gemir.

Con mi mano empapada de sus fluidos, abrí el cierre de mi pantalón, jalé hacia abajo el calzoncillo, emergió mi verga (dura y palpitante) y se la metí con un movimiento rápido (OHHHH!). Comencé a embestirla violentamente (el interior de su vagina era cálido y suave; resbaloso pero apretado). Se oía nuestra respiración agitada y el ruido de la penetración (flssh, flssh, flshhh). Un carro pasó iluminando la entrada del callejón pero sin que la luz nos alcanzara. Mis ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad. Como en un sueño, podía ver sus nalgas agitándose a cada embestida que le daba. Ella apoyaba las manos en la pared para no desestabilizarse, pues yo la penetraba con mucha fuerza y también porque, por otra parte, el jean, que yacía a la altura de sus tobillos, no le dejaba separar bien las piernas. A cada acometida se tambaleaba, pero yo la sujetaba de entre la cintura y las caderas y la jalaba hacia a mí rítmicamente. Apenas logré sacársela un instante antes de que explotara mi verga en varios chorros largos y calientes de semen que fueron a aterrizar sobre sus nalgas, el dorso de sus piernas, su polo, sus brazos y el suelo.

Estaba satisfecho y aliviado como si hubiera salido de un edificio que se incendia. Me sentía liberado, pero junto con esa satisfacción me volvió de golpe la conciencia de las conveniencias y del peligro, que por la excitación había perdido. Alguien podía descubrirnos. Reparé en ella. En mi satisfacción la había olvidado. Se estaba levantando el pantalón en silencio. Oí que sollozaba despacio, se acomodó el polo dentro del jean y comenzó a irse. Con mi pene semiduro fuera del cierre la alcancé antes que saliera del callejón y la sujeté de la cintura por detrás y apreté mi rostro a su espalda:

  • Perdón... perdón... -susurré.

Ella se dejó abrazar un momento todavía (su cintura era tan fina) pero callada y sin reacción, como muerta. El contacto de su formidable cuerpo y la ternura que sus lágrimas me habían hecho sentir y una mezcla de sensaciones que resucitaban de pronto de mi pasado (la soledad, melancolía, etc.) me hacían abrazarla aún. Hizo un tibio intento de soltarse, pero no la solté. Ella volvió a intentarlo con más fuerza, entonces comenzamos a forcejear. No sabía porque no la quería soltar. Creo que yo sentía que si se marchaba así, ambos nos íbamos a sentir horrible, sobre todo ella. Comenzó a revolverse como loca en mis brazos, me arañó los brazos, me pisó varias veces los pies. Pero fue en vano. En ese momentó sentí que mi pene se ponía duro otra vez y me dominó de nuevo la excitación. La sostuve un rato más hasta que se calmó un poco.

  • Voy a gritar - amenazó con voz apagada.

  • No te vayas, ¿no ves que te quiero?.- le susurré al oído

Quedó paralizada unos segundos.

Yo comencé a besarla en la nuca, en la cabeza, los hombros:

  • Te quiero, preciosa, te quiero, te quiero. - decía yo como afiebrado.

  • Suéltame por favor - dijo forcejeando de nuevo- suéltame...

  • Si no me deseas, ¿porqué estamos aquí?.

Sobre la ropa, comencé a menear mi pene contra sus nalgas, bajé una mano a su vagina y con la otra la seguí sujetando. Quedó quieta, pero a mí me daba la impresión de que iba a dar un salto catatónico en cuanto me confiara. Se dejó acariciar los senos, el vientre y la vagina. Yo temía soltarla todavía. La levanté del suelo y la llevé en vilo más adentro del callejón. La bajé y la solté. De inmediato le acaricié la vagina sobre el jean un momento para luego abrirle el cierre, desabotonar y bajar su jean. Le lamí los labios vaginales larga y lentamente mientras le acariciaba los muslos y las nalgas con ambas manos. Su sexo se deshacía en jugos genitales que le chorreaban por el lado interno de los muslos. Hundí mi lengua lo más que pude y la moví velozmente. Eso la hizo gemir de placer. La posición en que yo le hacía la sopa no era cómoda, comenzaba a dolerme el cuello y las piernas. Me puse de pie sin dejar de estimular su vagina, pero ahora con la mano.

Me quité la casaca y la tendí en el suelo. La hice acostarse con la espalda sobre mi casaca. No supe cómo penetrarla pues sus piernas permanecían unidas por el jean a la altura de la rodilla. Para quitarle el jean habría sido necesario que se quitara los zapatos y en esas circunstancias era muy arriesgado. Así que levanté sus piernas hasta hacerle tocar los hombros con las rodillas. Me bajé el pantalón hasta las rodillas y me ubiqué sobre ella desde un costado de modo que mi pene quedara frente a su vagina. Se la empujé suavemente. Empecé a retirarme y a entrar de nuevo, cogiendo ritmo poco a poco pero sin acelerar mucho.

En esa posición su vagina apretaba con más fuerza mi miembro, aunque no lograba metérsela entera. Llevaba embistiéndola a mi gusto unos minutos, cuando sentí que sus gemidos apagados se volvían más intensos y descontrolados. Las paredes interiores de su vagina se contrajeron y dilataron fuertemente al rededor de mi pene, causándome una sensación deliciosa. Se retorcía con movimientos intensos e involuntarios de sus caderas y espalda. Hice un esfuerzo para no deshacer la penetración hasta que llegó al clímax en una suceción de chorros de flujos calientes que me mojó la entrepierna y los muslos. La seguí penetrando un rato más y luego, estando ya a punto, me puse de pie y me corrí apuntando a su cara.

Nos acomodamos la ropa sin decir palabra. Yo quería hablarle, pero no sabía qué decir. De repente echó a correr, salió y volteó en dirección al bar. Yo fui despacio atrás de ella, iba limpiándose la cara y la ropa. Ya de lejos, la vi entrar al bar. Cuando llegué, no la vi por ningún lado. Le pedí a Julia las dos cervezas que le había hecho guardar. Me miró molesta y no me respondió nada. Me entregó las dos cervezas y salí.