La chica de la sala de estudio
La sala de estudio de una biblioteca es un lugar para estudiar, un lugar tranquilo y serio donde la gente se aísla entre las hojas de libros o apuntes. Al menos en teoría. Mi historia empezó en una de estas salas de estudio y se convirtió en una de las experiencias más calientes que he tenido.
LA CHICA DE LA SALA DE ESTUDIO
En principio la sala de estudio de una biblioteca es un lugar para estudiar, un lugar tranquilo y serio donde la gente se aísla entre las hojas de libros o apuntes y se va con la cabeza cargada de las horas pasadas intentando comprender y memorizar textos que no le interesan. Todo esto es la teoría, pero hay veces que, por una de esas vueltas insospechadas que da la vida, incluso un lugar con normas tan rígidas se convierte en el punto de inicio de algo mucho más apasionante.
En una de esas salas de estudio estaba hace un tiempo, mirando las hojas de apuntes para una oposición sin poder concentrarme en ellas, intentando vencer el sueño que hacía que se me bajaran los párpados y la boca se me abriera en un bostezo con el que también colaboraba el tremendo aburrimiento. Fue este aburrimiento lo que me hizo levantar la mirada de las fotocopias que debía estudiar y concentrar mi atención, casi sin darme cuenta, en el gran número de chicas, muchas de ellas atractivas, que había en la sala. Me dediqué durante unos pocos minutos a escudriñar, una a una, todas las caras que podía ver desde aquel puesto de lectura situado al fondo de la estancia. Casi doscientas personas se repartían el espacio de aquella gran sala, pero la mayoría de ellas tenían la cara oculta para mí tras los focos fluorescentes que proporcionaban una extraña iluminación casi carente de sombras. Fue esto lo que me hizo desistir de seguir mirando y dirigir una vez más la atención hacia las hojas que tenía delante. Así volví a inclinar la cabeza con la intención de seguir leyendo, cuando me distrajo una vez más el ruido de unos tacones que parecían acercarse desde la puerta, situada en la pared opuesta. Levanté la cabeza, miré al punto del que provenía en sonido y mi mirada se encontró de golpe con otra mirada que se acercaba cada vez más, llevada por lo que me pareció toda una belleza. Aquella chica debía tener unos 20 años. Era alta (sólo unos centímetros más baja que yo), delgada, pero bien proporcionada y con unos pechos generosos. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos. Un par de ojos negros y grandes, con pestañas largas y espesas, y enmarcados en una cara que casi parecía la de una niña.
Le seguí con la mirada mientras pasaba por mi lado, casi rozándome y se dirigía a dejar su bolso en una de las taquillas. La miré de reojo mientras realizaba esta operación y comprobé que tenía dificultades para cerrarla con la llave. Para mí esto fue una oportunidad que no podía desperdiciar. Sin perder un momento me levanté y le ofrecí mi taquilla que estaba vacía. Ella me dio las gracias con una sonrisa y mientras ponía su bolso en mi taquilla me presenté y le pregunté su nombre. Se llamaba Julia y me dijo que todos los días iba a la biblioteca a la misma hora para estudiar.
Pasé el resto de la mañana mirando a aquella preciosidad más que a los apuntes y los días siguientes abordándola a la menor oportunidad, comprobando que en ocasiones mi mirada se cruzaba con la suya, hasta que al fin, después de unos días, conseguí quedar con ella para vernos ese sábado por la noche.
Aquella noche salí solo y a la hora señalada entré al bar donde habíamos quedado. Allí estaba Julia con un grupo de amigas. Pareció alegrarse al verme e inmediatamente me presentó a sus amigas. Después de eso la invité a tomar unas copas y no había pasado más de una hora cuando nos separamos del resto. Julia me propuso ir a una discoteca que había a pocos metros de aquel bar. No habíamos hecho más que entrar cuando empezamos a besarnos. Julia besaba muy bien con aquellos labios carnosos y el ambiente y la música de la discoteca parecía volverla más apasionada. A los pocos minutos mi mano estaba en su muslo y no pasó mucho tiempo antes de que acabara colocándose en su trasero. Ella pareció sorprendida pero, lejos de molestarle, sentir mi mano en sus nalgas le hizo besarme con más ganas, casi con ansia, a la vez que metía la mano bajo mi camiseta para acariciarme el vientre y el pecho. Metí ambas manos por detrás de su pantalón, seguro de que su camiseta impediría a los demás ver lo que hacía mientras apretaba su precioso culo con todos mis dedos, ella se apretó contra mí, me llevó hacia ella apretándome la espalda y debió sentir en su pubis la erección que yo tenía para entonces. En ese momento los besos se volvieron más dulces y metí los dedos entre su tanga y su piel, presioné suavemente y Julia, al sentir mis dedos en medio de sus glúteos, me susurró al oído que fuéramos a otro lugar.
Vivo con mi familia, pero tengo la suerte de tener la casa para mí solo casi todos los fines de semana, así que fuimos allí. Eran las cuatro de la madrugada y en mi edificio sólo viven personas ancianos, niños y matrimonios con hijos que no tienen tiempo para salir por la noche, así que normalmente soy el único al que se puede ver entrar y salir de allí a esas horas. Por eso estaba tranquilo y por ese motivo continuamos allí mismo con lo que habíamos dejado a medias en la discoteca. La besé mientras la llevaba de espaldas contra una pared e inmediatamente aproveché la soledad del portal para desabrocharle el sujetador, Julia hizo lo mismo con mi pantalón y me dediqué a acariciarle los pechos mientras ella me apretaba contra su cuerpo agarrándome del culo. Su sujetador estaba en el suelo, mi pantalón totalmente desabrochado a punto de caer de mis caderas y las manos de Julia introduciéndose por mi bóxer mientras me mordisqueaba el cuello y yo le subía la camiseta y acariciaba esos preciosos pechos grandes y firmes y apretaba y movía sus pezones entre mis dedos...
Me agaché delante de ella, le desabroché el pantalón, bajé sólo un poco el tanga y dejé al descubierto casi todo su pubis. Lo tenía depilado, excepto una fina línea de vello muy corto, Comencé a lamerle. Primero los bordes de la línea de vello, de abajo arriba, con lametones largos. Mi polla estaba tan dura que me molestaba tenerla apresada debajo del pantalón, así que la dejé salir. Quedó libre en toda su extensión mientras llegaba más abajo con la lengua. Llegué a meter un dedo en su culito mientras lamía sus labios y su flujo...
Ella se corrió allí mismo, en el portal, después, entramos al ascensor y subimos a mi casa. Fuimos derechos al salón y allí nos desnudamos el uno al otro. Estábamos tan excitados que no nos tomamos tiempo y la ropa desapareció rápidamente mientras nos besábamos. La única excepción fue su tanga. Sin quitárselo, Julia se tiró en el sofá y yo me arrodillé ante ella para continuar con lo que había estado haciendo en el portal, esta vez masajeando su vulva con los dedos. Tenía la palma extendida, dos dedos acariciaban cada labio de su coño y mi lengua se introducía entre ellos. Julia gemía, se estremecía... y chorreaba. Cuando tuve la palma empapada la aparté, la olí y se la di a oler a ella.
Fue entonces cuando me puse de pie, me coloqué entre sus piernas y sin ceremonias comencé a introducir mi sexo en su rajita. Tenía la verga a punto de estallar y ella estaba tan mojada que entró de golpe haciéndome gritar al sentir el roce de su tanga. Julia dio un gemido y empecé a moverme. Ella estaba sentada con los pies en el sofá para que pudiera penetrarla más a fondo, me cogía los glúteos y me apretaba contra ella a cada movimiento mientras yo le penetraba apoyándome en el sofá y bombeaba una y otra vez sin dejar de besarle el cuello, a cada movimiento sentía su tanga en mi verga y el placer se volvía aún mayor.
Cuando estaba a punto de correrme me separé de ella, la levanté y me senté en el sofá con ella encima. Julia quedó sentada dándome la espalda, con mi sexo dentro y moviéndose sobre mí, mientras con una mano le masajeaba un pecho y con la otra le masturbaba. Metí un dedo en su vulva, junto a mi polla y fue entonces cuando Julia se volvió a correr. Yo llegué un momento después, saqué mi verga en el momento justo y mi leche cayó sobre su culo y su espalda.
Después de eso caímos rendidos en el sofá, abrazados y desnudos, aunque ella aún conservaba puesto su tanta empapado. Se fue en cuanto amaneció, dejándome el tanga de recuerdo.
Han pasado sólo unos días desde aquella noche y nos hemos seguido encontrando en la sala de estudio. Las miradas ahora son más directas, las insinuaciones casi constantes y con un poco de suerte tendré algo nuevo que contar el próximo sábado.
Autor: Edu edu_siquier@hotmail.com