LA CERVATILLA Y EL CAZADOR.Parte 6

ALIMAÑA HAMBRIENTAS: Sexta parte de la historia que cuenta las desventuras de la pobre Clarita en aquella semana que le cambió la vida. Historia ambientada en un país latinoamericano cualquiera en la década de los 90'.

CAPITULO VI

Alimañas Hambrientas

Jueves 7:00 AM

Sonó el despertador.

Don Manuel aun con los ojos cerrados estiró sus manos en busca de Clara, que se hallaba acurrucada al borde del camastro. Él acercó su cuerpo al de la niña, cubriéndola con sus brazos, enredando sus piernas entre las de ella y afirmando su miembro contra los delicados glúteos de la colegiala. De inmediato el órgano reaccionó y la joven pudo sentir su insolente cabeza abriéndose camino entre sus muslos. Mientras tanto las ásperas manos del hacendado habían partido con sus pechos para luego dirigirse más abajo. Con gentileza el hombre exploró la entrepierna femenina recorriendo cada uno de sus valles y promontorios. La carne pareció abrirse por sí sola y el delicado capullo quedó expuesto, entregado a los caprichos de aquellos dedos que, como gusanos hambrientos,  recorrían su superficie.

-Oooohhh... -Susurró ella cuando don Manuel comenzó a acariciar el tierno clítoris de la adolescente.

La quinceañera miró hacia atrás y se encontró con la perversa sonrisa de su atormentador, el cual aprovechó la ocasión para fundir sus labios con los de ella. Atacada desde varios frentes Clara no pudo resistir mucho. Aceptó los besos del varón y con su lengua buscó la de él, mientras movía sus piernas y sus caderas intentando aumentar el roce y conseguir un contacto más íntimo.

-Señor, tengo que ir a la escuela. -Recordó ella de pronto.

-Cállate y súbete arriba mío. -Le dijo abriendo las sábanas.

Ella así lo hizo. Completamente desnuda se encaramó sobre el varón, su escaso peso descansando sobre el grotesco y abultado abdomen de don Manuel, con las piernas dobladas hacía atrás. Él le acarició los muslos y las pantorrillas, y luego su estrecha cintura. Continuó con sus pechos, amasándolos con vehemencia y pellizcando sus enhiestos pezones. La estimulo así por algunos instantes y luego la hizo levantarse un poco.

-Ahora mételo tu misma. -Le indicó.

-¿Pero cómo? -Preguntó ella.

-Ya sabes muy bien cómo se hace, no te vengas a hacer la niñita inocente conmigo. -Contestó él. -Ya conoces lo que es una verga y sabes muy bien donde enchufártela.

Ruborizada por los comentarios del hombre la joven buscó el pene y lo ubicó debajo suyo. Con su otra mano hurgó en su propia entrepierna, localizando la hendidura e intentando separar ligeramente sus bordes. Fue descendiendo con lentitud, insertando  la punta del pene en la boca de su capullo. Él se cansó de tanto preámbulo y tomó a la niña por las caderas y la empujó hacia abajo.  La idea de que le dolería hizo que ella se resistiera por un instante pero terminó desplomándose sobre la grotesca vara de carne, la cual fue engullida íntegramente dentro de su ser.

-Ahhhhhh... -Gritó ella al sentir como el miembro avanzaba dentro de su conducto vaginal.

-Mmmm... -Murmuró él. -Así da gusto comenzar el día, lolita. Mmmm...

Con sus manos siempre sobre la cintura de la muchacha el hombre comenzó a dirigir sus movimientos, haciéndola  subir y bajar, enterrándole reiteradas veces su duro miembro. La niña era como una frágil barcaza que se alzaba y se hundía a merced del tempestuoso oleaje.

-Ahhh... ahhh... ahhh... -Gemía el varón, dejando que la joven hiciera todo el esfuerzo.

El hecho de estar arriba y  no verse ahogada bajo el peso de don Manuel hizo que después de un rato Clara se sorprendiera a si misma disfrutando enormemente de aquel intercambio. Cada vez que el órgano la penetraba y friccionaba las paredes de su vagina intensas sensaciones de placer le hacían crispar todos sus músculos.

-Oooohhh..., señor, oooohhhhh... señoooohhh... ooohhh... -Gimoteaba descontrolada.

Sin embargo él también estaba gozando. Con la muchacha firmemente encajada en su entrepierna subió las manos y acaricio sus deliciosos senos, duros y turgentes, dos globos de seda que permanecían sólidamente suspendidos delante de Clara

-Más fuerte, más fuerte, Clara. -La conminó.

Ella intensificó la velocidad de sus movimientos, alzándose sobre sus rodillas para dejarse caer y rebotar nuevamente hacia arriba. Siempre con el órgano de don Manuel en su interior, que palpitaba y ardía casi a punto de explotar. Ella no quería que eso pasara, no todavía. Quería tenerlo un tiempo más dentro de sí, taladrando sus entrañas, invadiendo rincones dentro de su ser que ni siquiera sabía que existían, produciéndole sensaciones tan exquisitas como jamás había creído capaz de sentir.

Pero ella ya no era más dueña de su propio ser y cuando los tibios líquidos del varón se derramaron en su vientre desataron una incontenible avalancha de placer que en un instante sofocó completamente a la muchacha.

-Ahhhh... aaahhh... aaahhh... aaaaaaaaahhh... -Fue el prolongado grito de la niña mientras continuaba apretando sus entrañas, estrujando el miembro viril e intentando extraer de él hasta la última gota de semen que hubiese en su interior.

El líquido blancuzco comenzó a salir por los bordes de la hendidura vaginal, bajando por las piernas del hombre y manchando las sabanas. A ninguno le importó esta vez. La niña descansaba arrojada sobre el pecho de don Manuel, respirando agitadamente. Él sonreía mientras acariciaba la espalda y los cabellos de la muchacha.

-Gracias don Manuel. -Dijo ella en un murmullo inaudible.

-¿Qué dijiste, Clarita? –Pregunto el varón, acariciando la espalda de la joven.

-Gracias. –Repitió ella solo un poquito más fuerte.

Él se inclinó e hizo que la niña levantara su rostro hacia él. Pudo observar entonces que había lágrimas en sus ojos, pero no eran de dolor ni sufrimiento.

-Criaturita del cielo. –Exclamó él, acariciando los oscuros cabellos de la quinceañera. –Definitivamente eres todo lo que un hombre necesita. Ahora anda a lavarte y a vestirte que don Enrique estará pronto aquí para llevarte a la escuela.

*          *          *

Jueves 8:00 AM

Don Enrique tuvo que esperar algunos minutos antes de que la colegiala estuviera lista. Finalmente ella apareció acercándose al vehículo todavía arreglándose la camisa y repasando su húmeda cabellera.  La observó mientras se introducía en la camioneta, pálida y ojerosa, pero con un revelador brillo en su mirada.

-Así que jodiendo de temprano, pendeja. -Comentó el capataz.

Ella bajo la mirada, sonrojada.

-Claro. ¿Quién no va a amanecer con ganas de joder si despierta al lado de una pendeja tan deliciosa como tú? -Señaló mientras iniciaba la marcha.

Que duda cabía, pensó el hombre. Abrir los ojos y encontrarse con semejante espécimen, sabiendo que uno podía hacerle todo lo que quisiera. Qué manera de iniciar un día. Metiéndoselo a una hermosa adolescente, una que uno mismo se había encargado de desvirgar y que no conocía lo que era tener sexo con nadie más.

-Dime pendeja. Te lo acaba de meter, ¿no es cierto? -Insistió. -Y más vale que me contestes. -Agregó ante el silencio de la joven.

-Si don Enrique. -Obedeció cabizbaja.

-¿Y qué sentiste?

-Nada. -Mintió la muchacha.

-Me lo imaginaba. En cambio yo te haría sentir muchas cosas, pendeja. Quedarías pidiéndome más, te lo aseguro. -Le dijo mientras frenaba y se abalanzaba sobre ella.

-Ya le dije que no, don Enrique. -Respondió Clara forcejeando. -Le diré a don Manuel...

Frente a la inesperada amenaza el capataz desistió.

-Algún día no estará don Manuel y entonces te arrepentirás de haberme rechazado, pendeja. -Le manifestó.

Volvió a encender el motor y partieron de nuevo rumbo a la escuela.

*          *          *

Jueves 9:00 AM

Cuando Clara entró en la sala de clases a José casi se le detuvo el corazón. Cuando no había  visto a la muchacha al inicio de la jornada había creído que simplemente no vendría, ocupada como seguramente estaría, entregándose a don Manuel. Pero había sido solo un retraso. Parecía que bien podía compatibilizar sus responsabilidades escolares con los deberes que le demandaba su relación con el hacendado.

Al verla allí, vestida con su impecable uniforme, la blusa ajustada y el corbatín, la falda corta, sus calcetas arrugadas, era como si siguiera siendo una niña inocente y jovial. Pero en su rostro era capaz de reconocer los signos de que algo fundamental había cambiado. Sus ojeras y su pelo desarreglado. Su expresión triste y desvalida, resignada. Sin embargo, todo ello contribuía a hacerla verse aún más hermosa y deseable ante sus ojos.

Ella se disculpó con el profesor y se dirigió inmediatamente a su lugar, y se quedó ahí con cabeza gacha. No intentó saludar a José y él tampoco buscó su mirada. Era mejor así. No podía decirle que él ya sabía su secreto y tampoco podía fingir que nada había pasado. Prefería evitarla, aunque no podía resistir el mirarla de reojo de vez en cuando.

La clase transcurrió con agónica lentitud y José era incapaz de poner atención. Su mente volvía insistentemente a Clara y a lo que había presenciado la noche anterior. Ahora él sabía que su amiga ya no era virgen, que un hombre mucho mayor que ella la había desflorado y que desde entonces gozaba de ella a su antojo. Quizás por eso mismo había llegado atrasada, porque el terrateniente había requerido nuevamente de sus especiales servicios.

Clara estaba a solo unos metros de su puesto, tan cerca, pero la esperanza de que alguna vez fuera suya estaba más lejos que nunca, y ese conocimiento le producía una angustia insoportable. Tal vez hubiera sido mejor no saber nada, seguir en la ignorancia, creyendo que Clara saldría de su vida tan casta y pura como siempre había supuesto que era. Pero por otro lado estaba ese irónico placer que existía en saber que otro hombre la estaba haciendo suya y estaba obteniendo de ella todo eso que él nunca iba a  tener.

Llegó la hora del recreo y la joven partió precipitadamente hacia el baño. Él prefirió quedarse sentado en la sala de clases. No quería ver a Clara, no quería encontrarse con ella porque entonces tendría que decirle algo. Y no confiaba en ser capaz de ocultar sus agitados sentimientos.

*          *          *

-Contigo quería hablar, pendeja. -Le dijo Armando alcanzándola por detrás y empujándola hacia un rincón al fondo del pasillo.

Clara venía saliendo del baño, donde se había arreglado un poco y se había tomado la píldora anticonceptiva, pues había olvidado hacerlo en la cabaña del bosque.

-Déjame. -Exclamó ella intentando zafarse.

-Quédate quieta o le diré a todos sobre lo tuyo con don Manuel.

Al instante la joven se quedó como petrificada, mirando a su interlocutor con la boca abierta.

-¿Cómo lo sabes? -Preguntó ella desesperada.

-Eso no importa. Lo que importa es que lo sé. Y que de ahora en adelante vas a tener que tratarme mejor si es que no quieres que todo el mundo lo sepa.

Ella tragó saliva mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Esta vez no iba a lloriquear ni a suplicar. Sabía que sería inútil.

-¿Qué quieres? -Se atrevió a preguntar en un susurro.

-Lo que me merezco, por supuesto. Un poco de lo mismo de lo que le estas dando a ese viejo decrépito. -Señaló el joven.

Entonces tomó a la quinceañera de los hombros, se agachó un poco y le dio un vigoroso beso. Ella permitió que los labios y la lengua del estudiante de último grado hurgaran dentro de su boca.

-Eso es. -Dijo él cuando estuvo satisfecho. -Sé que fuera del colegio eres de don Manuel. Pero mientras estés aquí serás mía. Seremos novios, ¿de acuerdo?

-De acuerdo. -Contestó ella intentando ganar tiempo.

El volvió a besarla pero esta vez sus manos bajaron por la espalda de la joven, metiéndose debajo de su falda y de su calzón. Las tiernas nalgas de la quinceañera fueron manoseadas y pellizcadas con entusiasmo.

-Hmmmffff... -Se quejaba la niña con sus labios apretados contra los de él.

Entonces él intentó caricias aún más íntimas pero el inoportuno tañido de la campana que anunciaba el reinicio de las clases evitó que pudiera alcanzar su objetivo.

*          *          *

Jueves 12:00 AM

-Dame un beso, Mariana. -Le dijo don Enrique mientras la aferraba de los brazos, arrinconada en el fondo de la cocina.

-Usted está loco... -Le contestó, intentando escapar.

Él avanzó un poco más y la aprisionó con su cuerpo contra la pared.

-Ya aprenderás a tratarme mejor, Mariana, ya verás. -Aseguró él, agachándose un poco y acercando su rostro al de la empleada.

Sus labios bajaron desde la frente de la mujer, recorriendo los pómulos y las mejillas hasta alcanzar su boca. Allí la besó, pero ella se resistía a separar sus mandíbulas. Al mismo tiempo manoseaba el busto de la joven mujer, cada vez más excitado.

Pero entonces se escuchó a alguien acercándose a la cocina. Rápidamente el hombre soltó a su presa y se dio vuelta justo a tiempo. La cocinera venia entrando.

-Don Enrique. -Dijo doña Marta sorprendida de encontrarlo allí. -Qué bueno que lo veo. Don Manuel lo anda buscando.

-Ya veo, gracias. -Indicó el capataz abandonando presuroso la habitación.

Mariana se quedó allí un momento, pensativa.

-¿Pasa algo Mariana? -Preguntó la recién llegada.

-No nada, doña Marta. No se preocupe. -Le contestó.

*          *          *

-Muy bien Enrique. -Comentó don Manuel respecto del reporte sobre la marcha de la hacienda que le estaba dando su subordinado. -Me parece que lo has hecho muy bien.

-Gracias patrón.

-Un último favor entonces. -Dijo extrayendo de uno de los cajones de su escritorio una cinta de video de 8 milímetros. -Cuando puedas hace un respaldo de esto. Si quieres puedes darle una mirada a esto y me cuentas qué te parece. Estoy seguro que te va a gustar. Pero guárdala bien. No quiero que nadie más la vea ni que se sepa lo que hay en ella, ¿me entiendes?

-Sí señor. -Respondió el capataz tomando la cinta y guardándola en sus bolsillos.

-Y de nuevo, felicitaciones. -Agregó. -Lo has hecho muy bien durante mi ausencia. Así podré volver tranquilo a la cabaña para continuar mi descanso.

-¿Cómo ha ido todo por allá? ¿La niña se ha portado bien? -Decidió preguntar.

-De maravilla Enrique, de maravilla. -Contestó. -Si supieras lo rico que es jodérsela. Dan ganas de metérselo a cada rato. Es tan apretadita, tan tierna. Esa criatura tiene todo lo que uno necesita; es tan joven, es tan bonita, pero también tan suavecita y tan dócil. Pero ya vas a ver algo de eso en el video que te pase. Ya lo veras.

-Me parece jefe. -Contestó él ocultando la tremenda envidia que lo carcomía por dentro.

-Es de lujo esa mocosa. Imagínate que ahora hasta me hace cariño y me da besos mientras me la monto, la muy putita. Y cuando me mama la verga… ufff… ni te imaginas lo rico que lo hace. Definitivamente mejor que cualquiera de las putas del pueblo. -Agregó. -Pero bien. Supongo que tienes que volver a tus deberes. No te demoro más.

-No se preocupe jefe. Pero sí. Tengo que ver ese asunto de los canales de riego.

-Si claro. Gracias de nuevo.

*          *          *

Jueves 16:30 PM

Don Manuel había regresado hacía algunas horas y se había dedicado a revisar el diario de Clara y rememorar algunos de los buenos momentos que había pasado con la muchacha. Cuando por fin escuchó la camioneta de don Enrique ya llevaba un buen rato sentado en el sofá, completamente desnudo, esperando impaciente el momento en que podría disfrutar nuevamente del joven cuerpo de la hija de doña Ana María.

-Pasa, está abierto. -Dijo el hombre cuando escuchó unos leves golpes en la puerta.

Él observó como la muchacha entraba en la morada, dejaba su bolso en el suelo y se quitaba la chaqueta. Ella vaciló. Hubiese querido poder contarle acerca de lo que había sucedido en el colegio, de cómo había sido besuqueada y manoseada contra su voluntad por Armando. Pero tenía miedo de la forma en que el hombre pudiese reaccionar. Incluso podía terminar siendo peor para ella misma.

-Acércate. -Le ordenó el varón.

Ella levantó su rostro y pudo contemplar la desmesurada anatomía del hacendado. En los días recientes había llegado a conocer muy bien aquella grotesca masa de músculos y grasa; sus fuertes brazos, sus piernas peludas y poderosas, los flácidos pliegues de su abdomen, las manchas y cicatrices de su curtida piel. Y también, por supuesto, conocía de memoria cada contorno y cada protuberancia de aquella enorme estaca que asomaba debajo del ovalado vientre masculino. Bien grande, bien parado. Sabía lo que eso significaba.

Se ubicó justo frente al órgano, entre las piernas abiertas del terrateniente, aguardando sus instrucciones. Pero él no dijo nada. En cambio se agachó y depositó sus manos sobre las calcetas de la muchacha. Apretó un poco, sintiendo debajo las delgadas pantorrillas de la joven. Luego subió,  acariciando sus  rodillas y muslos,  hasta alcanzar el borde de la falda.

-¿Te gusta? -Le preguntó.

La niña lo miró de reojo.

-Sí señor. -Contestó ella, sabiendo que era la respuesta que don Manuel quería escuchar.

-¿Te gustaría que te tocara más arriba?

-Si... señor.

-Entonces mi niña, pídemelo por favor. -Le indicó el hombre.

Ella sabía que tenía que hacerlo.

-Señor... –Empezó vacilando un poco. -Señor, por favor, tóqueme más arriba. -Pidió al fin.

Sin embargo él no atendió de inmediato la solicitud. En cambio volvió a mirarla.

-Primero levántate la falda. -Le ordenó.

Ella tomó los bordes de la prenda señalada entre sus manos. Lentamente la arrastró hacia arriba, revelando poco a poco la parte superior de sus piernas.

-Más arriba. -Indicó el hombre cuando la joven se detuvo a medio camino.

Clara obedeció permitiendo al fin que su calzón quedase a la vista del hacendado.

El hombre recorrió con sus manos los muslos, las nalgas y el vientre de la niña. Finalmente acercó su cabeza y comenzó a olisquear la menuda prenda íntima de la colegiala. Tomando a la joven desde atrás, la atrajo un poco más hacia él, apretando su rostro contra el bajo vientre de la quinceañera. Los bordes de la falda cayeron sobre su nuca, dejándolo en penumbras y a solas en aquel delicioso rincón.

La niña volvió  a recordar como unas horas atrás Armando había hurgado en aquel mismo santuario, pero sin ninguna decencia, brusco y con la impaciencia propia del  que pretende birlar algo que no le pertenece. En cambio don Manuel  lo hacía con la calma y la seguridad de quien se sabe dueño y señor de todo aquello, de quien puede hacer lo que quiera sin nada que temer.

Cuando él tomo su pequeño calzón y comenzó a bajárselo un estremecimiento recorrió el espinazo de la joven y su respiración se volvió agitada e irregular. Sí. Él era el cruel carcelero y ella la desvalida cautiva. No había nada que pudiera hacer para impedir que él abusara nuevamente de ella. Y sin embargo saber aquello le hacía hervir la sangre en las venas y todo su ser se estremecía expectante.

-Hmmmffff... -Gimió Clara mientras el hombre lamía y besuqueaba su bajo vientre.

Después de ello él se retiró, dejando que la niña se arreglara la falda. Empezó a desabrochar la blusa de la joven desde abajo hacia arriba. Cuando hubo abierto todos los botones y liberado el corbatín abrió la camisa y se deleitó deslizando sus dedos a lo largo la piel recién expuesta.

Que criatura más exquisita, pensó don Manuel. No dejaba de maravillarse a pesar de que ya llevaba cuatro días deleitándose con los encantos de aquel cuerpo adolescente. Cuatro días en los que  había incinerado la dulce inocencia de una niña para luego, de los cenizas, comenzar a esculpir la pasión de una mujer. Al principio la joven se había entregado a él con desagrado y aversión. Ahora en cambio venía con más disposición, ofreciéndose a él casi con entusiasmo. Por supuesto aun le odiaba y le temía, y eso era bueno, pero podía sentir también como había empezado a sentir deseo.

Con calculada lentitud procedió a desabrochar el sostén de la colegiala. Sus turgentes senos volvieron a quedar al alcance de los voraces labios del hacendado, los cuales se comprimieron contra la carne femenina. Al mismo tiempo sus manos apretaban las carnosas nalgas de la joven por debajo de falda escolar.

-Ayyy, ayyy, ayyy. -Suspiraba Clara.

Entonces él se detuvo un instante. Ella lo miró desde arriba y sin pensarlo se hincó en el suelo y tomó la palpitante verga del hombre entre sus pequeñas manos.

Él se tendió hacia atrás y dejó que la muchacha comenzará a lamer su pene, primero por debajo, recorriéndolo con su lengua desde la base hasta la punta, varias veces. Don Manuel solo podía observar los cabellos de la joven, el resto de su rostro oculto bajo la curvatura de su abdomen. Se incorporó ligeramente para poder ver mejor. Ella ahora tenía le miembro dentro de su boca y el sudor perlaba su frente. La niña alzó la vista y sus brillantes ojos se encontraron con los del varón. Pero no se detuvo y siguió succionando bajo la atenta mirada del terrateniente.

-Si mocosa. Lo haces estupendo. -Dijo después de un rato.

-¿Sigo? -Le preguntó separándose del órgano con un sonoro chasquido.

-No. Ahora quiero tu colita.

-Si don Manuel. -Acató ella dándose vuelta, agachándose con sus manos apoyadas en el suelo y con el trasero levantado.

Él se hincó y procedió a subir la falda de la muchacha, dejando todas sus intimidades expuestas. Acarició los pálidos glúteos y deslizó sus dedos a lo largo de la hendidura central. Siguió hacia abajo hasta encontrar la entrada de la vagina. Separó lo labios e inspeccionó el saludable color rosado de aquella carne. Si, ese era el sitio que su verga había estado frecuentando los últimos días. De lujo, sin duda. Junto dos dedos y los metió, moviéndolos hacia adelante y hacia atrás. En solo unos instantes el conducto estuvo abundantemente lubricado, tanto que al retirar su mano ella venía cubierta de aquel jugo viscoso y transparente.

Entonces se aproximó al invitador trasero de la joven, apoyándolo contra su panza. Con una mano mantuvo abierto el orificio vaginal de Clara y con la otra llevó su órgano hasta aquel lugar. El pene entró en ella con asombrosa facilidad.

-Aaaahhh... Que delicia. -Exclamó el hombre al sentir como su verga volvía a ser recibido en las tibias y húmedas entrañas de la colegiala.

-Ah, don Manuel. –Dijo ella apretándose contra él.

Tomándola de la cadera acomodó a la adolescente y comenzó a guiarla en un ir y venir, hacia adelante y hacia atrás. Pero muy pronto Clara agarró el ritmo y don Manuel pudo permitir que ella sola fuera en busca de la estocada viril, una y otra vez.

-Lo haces tan bien, mi niñita. -Afirmó él mientras le propinaba sonoras nalgadas, como si fuese un cruel jinete domesticando a una joven yegua.

-Gracias señor... Si, ahhh, gracias, don Manuel. Ahhh… Gracias.-Contestó la muchacha entre quejidos de dicha.

Él se agachó un poco, cubriendo a la muchacha y apoyándose en su espalda. Buscó sus pechos y comenzó a amasarlos. Ella, excitada, aceleró sus movimientos. Ahora él también empujaba haciendo que su miembro penetrara más profundo dentro de la niña.

-Aaiii... iiii...iiii... -Comenzó a gimotear la adolescente, sin poder esconder el gozo que estaba sintiendo. -Iiii... señor... me corro, señor, me corro... iiiihhh...

Inesperadamente la muchacha se fue hacia atrás arqueando la espalda y dejando que sus rodillas se doblaran.

-Iiiihhhhaaaaaaa.... -Explotó ella, incapaz de seguir resistiendo. Sus brazos también colapsaron y ambos cayeron lentamente sobre el suelo, sin dejar de permanecer acoplados.

Él siguió penetrándola, aplastándola contra el suelo.

-Don Manuel, aaayyyy... don Manuel, ayyyyyy... don Manuel... -Gemía fuera de sí mientras su pequeño cuerpo temblaba descontrolado debajo de aquel varón cuyo nombre pronunciaba.

Él sacó su órgano de una vez y con sus manos terminó de estimularlo. La esperma fue escupida sobre las piernas y el trasero de la colegiala.

-Hace cuatro días eras virgen y pura, y mírate ahora. Te he convertido en toda una putita de lujo. -Le dijo el hombre, levantándose y abandonando la sala en dirección al cuarto de baño.

Ella quedó en el piso, agotada y humillada. Pero también, a pesar de todo, plena de felicidad.

*          *          *

Jueves 7:00 PM

Ya era tarde y la mayoría de los empleados se habían ido. Don Enrique se instaló en la propia oficina de don Manuel y cerró la puerta con llave.  Puso la cinta en el aparato de video y prendió el televisor. Destapó una cerveza y se sentó en el sillón dispuesto a disfrutar de la función.

Al principio aparecieron las manos acomodando la cámara.  Una sonrisa maquiavélica del hacendado y luego por fin pudo observarse lo que había más atrás. Una joven muchacha aguardaba sobre la cama, vistiendo su uniforme de colegio. Él hombre fue hacia ella.

-No es buena educación subirse a la cama con zapatos. -Se le escuchó decir al hombre. Entonces procedió a retirar los calzados de la joven, para luego acostarse a su lado. Comenzó a levantar la falda de la colegiala y acariciarle sus piernas mientras le susurraba algo al oído. Por un breve instante fue posible apreciar el blanco calzón de la muchacha antes de que quedara oculto bajo las manos del varón, que acariciaban esmeradamente la entrepierna femenina.

Mientras observaba aquellas imágenes el capataz pronto se sintió estimulado. Y es que tenía claro que no estaba viendo una típica película pornográfica. Los protagonistas no eran actores ni modelos. Ella era una joven e inocente muchacha que bajo amenaza estaba siendo cruelmente abusada por un hombre mayor y sin escrúpulos.

Ahora él la besaba apasionadamente mientras le desabrochaba la camisa, exponiendo su sostén y la pálida piel de su torso.

-Ahora sácate la falda, Clara. –Oyó decir a don Manuel.

-¿Señor? -Masculló la joven.

-Que te saques la falda. Ahora. -Confirmó él con severidad.

Aun entre los brazos del varón, la niña se las ingenió para cumplir la instrucción recibida. Él tomó la falda y se la pasó por el rostro antes de arrojarla lejos y dedicarse a contemplar aquella dulce criatura.

Pero ahora don Enrique también podía deleitarse observando la hermosa figura de la colegiala, sus exquisitas formas, su deliciosa piel, su rostro asustado.

-Ven. Ahora sácame mi camisa. -Dijo entonces don Manuel.

Ella se colocó de rodillas y comenzó a desabotonar la camisa del hombre, dejando a la vista la grotesca humanidad del varón; su contextura era robusta,  su espalda ancha, su vientre abultado, y sus brazos  gruesas y musculosas.

-Ahora los pantalones. -Dijo él tomando las manos de la muchacha y llevándolas hasta su propia entrepierna.

Ella con evidente torpeza desabrochó el cinturón del hombre y tiró desde el extremo de la prenda hasta retirarla completamente. Una vez concluido el procedimiento el hombre se apoyó en el respaldo de la cama, separó sus piernas y en el hueco hizo que se sentara la joven, su espalda contra el pecho de don Manuel.  Él sonreía satisfecho mientras acariciaba el vientre y los muslos de la joven y besaba su cuello y sus hombros. Entonces obligó a la joven a separar sus piernas y comenzó a acariciar el calzón de la niña. De nuevo murmuró algunas palabras en el oído de Clara sin que ellas alcanzaran a quedar registradas por la grabación, y a continuación el  hombre se decidió a remover el sostén a la quinceañera. Los senos semejaban dos carnosos frutos, cuya consistencia pronto fue examinada por las grandes manos del lujurioso hacendado. Cuanto hubiese querido hacer eso mismo, pensó don Enrique, comprobar por sí mismo la suave y turgente textura de aquellos jóvenes pechos.

-¡Aaayyyy! -De pronto se escuchó gemir a la muchacha cuando sus pequeños pezones fueron pellizcados por el terrateniente.

-Clarita, sí que tienes unas tetitas de lujo. ¿Alguna vez te las han chupado? -Preguntó él con su ronca y potente voz.

-No señor. -Contestó ella vacilante.

-Sí que estas nuevecita de paquete. Bien. Veamos entonces que tan ricas son las tetas de una virgen. -Anunció él volteando a la niña y agachándose sobre ella. Era difícil ver lo que el maduro varón estaba haciendo pues ahora su enorme cuerpo cubría al de la niña, dejando ver solo sus calcetas blancas surgiendo por debajo. Pero sí que se podían oír los resoplidos de satisfacción del hombre y los gemidos entrecortados de la colegiala.

Mientras veía lo que su patrón le había hecho a Clara solo tres días atrás, don Enrique se preguntó porque nadie se había percatado antes de la belleza de la hija de doña Ana María. Claro, la mujer había criado a la niña siempre alejada de la hacienda y de los peligros que podían acecharla allí. Podía entenderlo, por supuesto. Allí no solo estaba don Manuel, sino que muchos otros que no habrían dudado en poner sus manos encima de la muchacha de haber tenido la oportunidad. Él mismo, por ejemplo. Si tan solo hubiese tenido los ojos más abiertos él podría haber sido quien protagonizara aquellas escenas.

En cambio había sido don Manuel quien había hecho el singular descubrimiento. Sintió envidia y también disgusto consigo mismo. Él es quien debería estar haciendo aquellas cosas con Clara y no su patrón. Era él quien con sudor y esfuerzo mantenía de pie la hacienda en orden y por ello nadie más se merecía premios como ese.

-Ahora voy a sacarte tu lindo calzón. -Anunció don Manuel, allí en la pantalla, y aquello lo sacó de su ensimismamiento.

El hombre se había ubicado a un lado de la muchacha y estaba retirando lentamente la pequeña prenda femenina. Podía apreciarse la expectación del varón a medida que iba apareciendo ante sus ojos aquel preciado botín que había venido a reclamar.

El calzón salió por debajo de los pies de la niña para luego ser llevado hasta el rostro del hacendado donde fue debidamente olisqueado y besuqueado. Abajo, la niña permanecía inmóvil, solo con sus calcetas escolares cubriendo sus pies y con el resto de su ser completamente desnudo.

-¿Te das cuenta Clarita, que la próxima vez que te pongas un calzón ya no serás virgen? -Indicó el hacendado.

Silencio.

-Contéstame. –Insistió el terrateniente con enojo.

-Sí  señor. -Respondió ella atemorizada.

Por supuesto era virgen, se dijo don Enrique. Ya se lo había dicho el mismo don Manuel. Pero escuchar aquella confirmación desde los propios labios de la joven hizo que reparara en lo especial de todo aquello. En efecto, don Manuel tenía allí no solo a una hermosa y joven colegiala, sino que además a una primeriza que le ofrecía su dulce inocencia. Se trataba ni más ni menos que la iniciación sexual de Clarita.

-Abre. -Dijo el hombre mientras hurgaba entre las piernas de la muchacha.

Atemorizada, ella obedeció y él se desplazó hasta ubicarse en el espacio entre ambas extremidades, dándole la espalda a la cámara y ocultando nuevamente a la joven.

Sin embargo no era difícil deducir que era lo que estaba sucediendo. Podía apreciar cómo se movían los brazos del varón, y también su cabeza mientras exploraba con manos y boca el inmaculado capullo de la quinceañera. Los gimoteos de la joven confirmaban tal suposición.

-Se lo ruego don Manuel. No me haga nada. -Escuchó decir a la desgraciada criatura. La cruel risa del hacendado fu la concluyente respuesta.

-Lolita, lolita... Claro que te voy a hacer cosas. Te voy a hacer de todo y ya no hay nada que puedas hacer para impedirlo. Para algo soy el patrón aquí. -Explicó él.

-Tenga piedad, por favor. –Suplicó la niña.

-Yo no tengo piedad. Y contigo menos que con nadie. Ahora abre bien las patitas, que quiero ver si de veras me dijiste la verdad. -Le instruyó el hombre.

Siempre sobre la muchacha, ahora don Manuel hundió su rostro entre las piernas de la colegiala.

-Sí, sí, cero kilómetro, Clarita. -Señaló luego de un rato. -Tan bonita, tan encantadora. Y todavía nadie te lo ha metido. Créeme, ya era hora que alguien te enseñara lo que es bueno.

Don Enrique podía escuchar como la niña se quejaba mientras el hombre seguía haciendo comentarios sobre la virginidad de la joven y sobre sus perversas intenciones al respecto.

El monólogo de don Manuel y los excitantes sollozos de Clara comenzaron a estimular la lujuria del capataz. Pudo sentir como su miembro se endurecía e incomodado por ello se desabrochó el cinturón dejando que el órgano se alzara aun cubierto por sus holgados calzoncillos.  Sus manos empezaron a acariciar lentamente su propia masculinidad.

Hacía algunos instantes que don Manuel había dejado de hablar y sus palabras habían sido reemplazadas por suaves chasquidos. Sin duda estaba lamiendo el fruto prohibido de Clara.

-Aaaahhh... Aaaahhh... Aaaahhh... -Gemía ella.

Después de algún tiempo el hombre se incorporó satisfecho, dejando a la adolescente estirada sobre la cama con sus piernas completamente separadas. La cámara apuntaba directamente a la entrepierna femenina y por un momento se pudo distinguir claramente el surco en el medio y la pálida piel que lo rodeaba, ya que para sorpresa del capataz la muchacha tenía apenas una brizna de vello que en nada dificultaba la contemplación de su intimidad.

Fue entonces don Manuel procedió decidió finalmente sacarse los calzoncillos y de perfil don Enrique pudo observar la impresionante herramienta de su patrón.

-Ven acá. Quiero que me hagas lo mismo que acabo de hacerte. -Dijo el hacendado, pero la niña pero no pareció escucharle. -Ven te digo.

Ella se levantó y por primera vez don Enrique pudo apreciar la desnudez de Clara en todo su esplendor, mientras caminaba insegura hacia don Manuel. Su ubicó frente al varón. Él la tomó por la cintura y la hizo hincarse en el suelo.

-Míralo. -Ordenó el hombre. -Es la primera vez que ves una verga, ¿no es cierto Clarita?

-Yo nunca, nunca… - Confesó ella.

-Bueno, esta no será solo la primera que veas. También será la primera que chupes. Así que ahora quiero que abras tu boquita y me des una buena mamada -Indicó él tomando a la niña de la cabeza y obligándola a acercar su rostro hasta su órgano erecto.

-Señor, yo no sé... -Argumentó ella.

-Oh, mi niña preciosa. No te preocupes, yo te voy a enseñar. -Dijo el hombre dándole a continuación las instrucciones básicas para realizar aquella labor.

Y allí estaba. Se pudo observar como la colegiala estiraba su lengua y comenzaba a lamer el pene del hacendado. Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro del maduro y despiadado varón.

-¿Lo estoy haciendo bien, señor? -Pregunto ella luego de un tiempo.

-Si Clarita. Lo estás haciendo muy bien. -Dijo él acariciándole los cabellos. -Ahora hazlo un poco más rápido. Como si fuese un dulce muy rico.

En el rostro de la muchacha apareció una expresión de repugnancia, pero de todas formas intentó hacer lo que se le pedía.

-La punta mocosa. Ahora la punta. -Agregó el varón, el cual una vez complacido prorrumpió en espontaneas exclamaciones de gozo. Era evidente que lo estaba disfrutando intensamente.

Finalmente le ordenó poner el órgano dentro de su boca y realizar la mamada propiamente tal. Durante varios minutos la muchacha se afanó en la labor. Y su éxito quedaba evidenciado en los verdaderos aullidos de placer que surgían de la garganta masculina. Por un momento don Enrique pensó que su patrón iba a eyacular ahí mismo. Pero no. Antes de que fuese demasiado tarde hizo que la joven se detuviera.

*          *          *

Él hombre tomó a la desnuda quinceañera en sus brazos. Era evidente que había llegado el momento de la verdad.

-Noooo, por favor, don Manuel. -Rogó la desventurada adolescente, intuyendo el inminente final. Él ignoró las suplicas de la joven y la depositó en la cama.  Avanzó sobre la niña, de nuevo ocultándola del inquisidor lente de la cámara. Pero pudo verse como le separaba las piernas y se metía entre ellas.

-Ahora Clarita. Ahora te voy a desflorar, criaturita del cielo. -Dijo él.

-Por favor... por favor... -Lloriqueaba la colegiala.

El corpulento varón tomó ubicación, con sus propias piernas un poco abiertas de modo que tanto su enorme miembro como el sexo de Clara alcanzaban a verse bajo el voluminoso trasero del hacendado.

Entonces él comenzó a descender lentamente sobre ella. El hinchado órgano viril hizo lo propio, buscando, hasta encontrar, el punto exacto que buscaba. En ese instante se detuvo, tomó aliento, y reanudo su avance. Don Enrique alcanzó a ver como la punta del pene de su patrón empezaba a introducirse dentro de aquel orificio que se abría en el extremo inferior del vientre de la niña. Otra pausa, pero de solo un segundo, y entonces empujó con fuerza.

-Aaaaaaaaaaiiiiiiiiiiiiii... -Fue el desgarrador grito de Clara en el momento que perdía su virginidad, de una vez y para siempre. -Aaaayyyyy... ayyyyyyyyy... -Siguió quejándose a medida que el miembro de don Manuel desaparecía dentro de ella. De veras que debía doler pues el pene del hacendado era enorme, demasiado grande quizás para ese pequeño capullo virginal. Sin embargo la cintura de don Manuel siguió descendiendo entre las piernas abiertas de la colegiala hasta hacer evidente que su miembro se hallaba entero dentro de la quinceañera.

-Eres mía, Clara. Eres toda mía. -Señalo él con arrogancia cuando ya no pudo llegar más profundo. Ella no le contestó y solo fue posible escuchar su llanto apagado.

Esta vez a don Manuel no le importó su silencio. Se replegó un poco y empujó otra vez, haciendo que la joven gritara nuevamente. La enorme estaca de carne volvió a penetrar en las entrañas de la colegiala. Hasta el fondo. Eso, por supuesto, no se podía apreciar ya que ambos cuerpos estaban ahora completamente acoplados. Pero lo que sí se pudo ver fue un fluido escarlata que surgía desde la entrepierna de Clara producto de las reiteradas arremetidas del robusto varón y que tiñó la blanca piel de sus muslos adolescentes y terminó manchando incluso las sabanas sobre las que practicaban el coito. Sí. Don Manuel acababa de convertir a esa niña en una verdadera mujer.

Ignorando a los sollozos de la muchacha, el hombre continuó penetrándola una y otra vez, manteniendo un ritmo intenso y vigoroso. Tanto era así que los pies de la muchacha terminaron separándose de la superficie quedando suspendidas en el aire, oscilando trémulas frente a cada impetuosa estocada.

-Aaaaaah... aaaaah... aaaaah... aaaaah... -Respondía la quinceañera en cada ocasión. Los descarnados alaridos y llantos del principio habían sido reemplazados por quejumbrosos gemidos tremendamente excitantes.  Don Enrique se sorprendió a si mismo acariciando sus propios genitales, su atención totalmente cautivada por lo que veía en la pantalla.

Ahora él hombre machacaba con más fuerza y rapidez, su enorme cuerpo subiendo y bajando sobre el de la muchacha.

-Toma Clarita, toma, toma, toma... –Vociferaba el hacendado con frenesí.

-Aaaaaaaaahhhhhhhhh... -Gritó de pronto la muchacha. Sus piernas detuvieron su alocado balanceo y todos sus músculos parecieron crisparse, presa de lo que indudablemente era un intenso orgasmo.

-Aaaaaarrrrrrrrgggggghhhhh... -Grito el varón casi al mismo tiempo..

Ambos cuerpos permanecieron unidos mientras a través de ellos se propagaban intensos espasmos de placer. Don Enrique no podía verlo pero sabía con certeza que en aquellos momentos la esperma de su jefe estaba siendo derramada dentro de las entrañas de aquella hermosa muchacha. Por primera vez aquellos recónditos rincones eran regados con semen y el capataz  no pudo dejar de preguntarse si acaso aquella dulce criatura podría quedar preñada.

Un momento después todo había terminado. El hombre descansaba sobre la joven, aplastándola con su enorme peso. Sin embargo de alguna manera ella se las ingeniaba para no sofocarse y seguía allí, en silencio, rendida.

La grabación continuaba, pero don Enrique detuvo su reproducción. Ya tenía suficiente. Temía ya no poder aguantar más y terminar eyaculando sobre el sillón de don Manuel. Pero no podía negar que su libido estaba encendido y debía encontrar pronto la forma de satisfacer el incontrolable deseo que crecía en su interior.

Supo entonces que era el momento indicado. La idea que venía rondando por su cabeza desde hacía varios días por fin cristalizo en una determinación. Decidido, se dirigió hasta la habitación en busca de Mariana. Pero no la encontró allí, ni tampoco en los alrededores. Recordó que era la hora en que ella iba hasta la cabaña en el bosque y que quizás se tardaría algún tiempo en regresar. No importaba, pensó. La esperaría todo lo necesario.

*          *          *

Jueves 8:00 PM

Atardecía y poco a poco el bosque comenzaba a sumergirse en la penumbra. Como ocurría desde hacía cuatro días a esa misma hora, Mariana tomó el sendero que rodeaba la colina y luego llegaba hasta la laguna, acarreando bolsas con comida para don Manuel y su hermosa cautiva.

Dobló la última curva del camino y se encontró frente a la cabaña, aun iluminada por unos oblicuos  rayos del sol que se filtraban por entre ramas y troncos. Todavía había cierta distancia entre ella y la morada, y decidió detenerse un instante a contemplar el idílico paisaje de alrededor. Árboles altos y cubiertos de verdor descendían desde las colinas hasta encontrarse con las orillas de la laguna, cuyas aguas eran de color esmeralda. Nadie podría imaginar que tan bello lugar era el escenario donde se desarrollaba una aberrante tragedia. Casi con repulsión dirigió la mirada hacia la cabaña y fue entonces cuando reparó en la figura que se hallaba agazapada en la parte trasera de la casa, atisbando por la ventana del dormitorio, y dándole la espalda al camino y a la mujer que acababa de descubrirlo. El intruso era de contextura delgada, de pelo corto y de color castaño oscuro, y vestía jeans y una remera celeste de cierto club deportivo. Lo reconoció de inmediato y un nudo le apretó la garganta al comprender que era José.

¿Cómo había llegado hasta allí?, se preguntó. ¿Hace cuánto? ¿Había descubierto ya lo que ocurría dentro de aquellas paredes? Con seguridad, se respondió a sí misma. Ya era tarde. El pobre chiquillo ya debía saber lo que pasaba entre la niña de sus sueños y el patrón de su madre. Había creído que las cosas ya no podían ser peor y claro, se había equivocado.

Casi podía imaginar lo que estaba pasando por la mente de José en esos momentos. La angustia que debía estar sintiendo, su total desolación. Y sin embargo no había nada que ella pudiera hacer para aliviar su dolor. ¿Qué hacer? Lo mejor era no hacer nada. Tenía que evitar que el joven se diera cuenta de que había sido descubierto. No allí, no ahora. Cualquier cosa podía pasar y si don Manuel se enteraba que el muchacho había estado espiando las consecuencias podían ser terribles, para todos. Así que simplemente continuó caminando, sin mirar hacia donde estaba José, esperando que el muchacho no sospechara.

Llegó hasta la puerta y la golpeó con los nudillos. Escuchó el ruido de pasos que se acercaban desde dentro. Nadie salió corriendo despavorido hacia el bosque. Se sintió aliviada, de momento.

Abrieron la puerta y apareció don Manuel, sudoroso y completamente desnudo. No cabía duda respecto de a lo que había estado dedicado justo antes de su llegada, y de lo cual, probablemente, José había sido testigo. Si, su suposición había sido correcta. Ahora solo le quedaba rezar para que José supiera mantener la calma y no hiciera ninguna tontería.

Le tendió las bolsas al hacendado y él las aceptó.

-Gracias Mariana. -Dijo él cerrándole la puerta en sus narices.

-De nada. -Replicó ella sin que ya hubiese nadie para escucharle.

La joven se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso a la hacienda. En ningún momento volteó su cabeza para saber si José seguía allí. No era necesario, podía sentir su mirada inquieta clavada en su espalda.

*          *          *

El muchacho observó cómo Mariana se alejaba por el sendero, ocultándose detrás de un tronco. Se sintió aliviado al comprobar que la mujer no le había visto. Se molestó consigo mismo por su falta de precaución y por haberse dejado sorprender. Estaba corriendo un gran riesgo y no podía permitirse el lujo de descuidarse.

Pero por supuesto era difícil mantenerse alerta y pendiente cuando toda su atención estaba puesta en lo que estaba ocurriendo del otro lado de aquella ventana. Porque allí estaba Clara, tal como la había dejado don Manuel antes de ir a contestar el llamado de Mariana. La muchacha se había quedado tendida sobre la cama, inmóvil. Vestía una impecable remera de color blanco, sin mangas, y una corta minifalda azul. Sus delgadas piernas estaban cubiertas hasta las pantorrillas con unas calcetas negras.

José había llegado una media hora antes, y en ese momento había sorprendido a Clara sola en la habitación, completamente desnuda. Había visto como la niña hurgaba en los cajones del armario y elegía un conjunto de ropa íntima negra. Se puso el calzón y José pudo ver que era una prenda bastante diminuta, que ocultaba muy poco de aquello que se suponía debía cubrir. Luego la muchacha sacó un sujetador, pero lo puso de regreso en el cajón. Se pasó las manos por sobre sus pechos y sonrió satisfecha. Fue en ese momento que su amigo cayó en la cuenta de que la joven se estaba arreglando para don Manuel. Quería verse bonita para él y tal descubrimiento lo dejó perplejo y aturdido.

A continuación la colegiala se puso las calcetas, la blusa y la minifalda, y se calzó unas zapatillas deportivas. Se roció con perfume y se sentó en la cama esperando. Se veía absolutamente deseable.

Entonces don Manuel había entrado en el cuarto. Ella se quedó quieta, mirándolo con grandes ojos mientras él se le aproximaba. Venía completamente desnudo.

Se había sentado al lado de la colegiala y la había besado en la boca, detrás de la oreja y en el cuello. Las manos del varón habían recorrido libremente las rodillas y muslos de la joven, para terminar metidas bajo la falda, acariciando los glúteos y la entrepierna femenina. A su vez la muchacha había dirigido de inmediato sus caricias hacia el erecto miembro del varón.

-¿Ves? Ya está listo para ti. -Había señalado el varón.

-Sí, don Manuel. -Había contestado ella cabizbaja, pero mirando de reojo al hacendado, con una sutil pero atrevida sonrisa en su rostro.

-¿Entonces qué esperas para mamarla?

Ella se había hincado delante de él y ya sin ningún pudor había comenzado a lamer la base del enrojecido glande. El hombre mostraba su complacencia emitiendo guturales gimoteos y dejando que la quinceañera hiciera todo lo que se le ocurriera con su órgano. Así ella pudo besarlo, lamerlo, acariciarlo y frotarlo. Y fue mientras trabajaba en eso cuando se escucharon golpes en la puerta.

*          *          *

Don Manuel volvió a la habitación, siempre desnudo y todavía con su órgano hinchado y palpitante.

-Bien lolita, llego la cena. -Anunció él. -Pero eso puede esperar. Ahora quiero que te pares. -Le indicó.

Ella acató obedientemente. Él se le acercó y la hizo inclinarse y apoyar sus manos en el borde de la cama. En esa posición la minifalda quedo levantada por detrás, mostrando la perfección de sus delgados muslos contrastando con el menudo calzón que se había puesto. El terrateniente comenzó a acariciar aquellas partes mientras se mantenía erguido detrás de la muchacha.

-Que culito tan delicioso que tienes, Clarita. -Opinó.

Sus grandes manos recorrían las nalgas femeninas por arriba y por debajo de su calzón, tomándolo entre sus dedos y tirando de él hasta convertirlo en una fina faja que terminó encajada en la profunda hendidura entre ambos glúteos.

-Dime la verdad Clara. Has sido una niña muy mala, ¿no es cierto? -Le preguntó enigmáticamente.

-Sí señor. -Contestó ella algo insegura.

Entonces él le propinó un suave manotazo en el trasero.

-¡Ayyy! -Se quejó ella.

-¿Es verdad que ya conoces lo que es una verga? -Continuó él.

-Sí señor. Ya sé lo que es una verga -Confirmó ella ganándose otra nalgada. -¡Ayyyy!

-¿Es verdad que ya perdiste tu virginidad y que se la diste a un hombre mucho mayor?

-Sí. Lo hice con un hombre mayor. -Otro golpe y otro lastimero gemido.

-¿Y es verdad que te quedó gustando?

-Sí señor. Me quedó gustando mucho. –Contestó ella.

-De veras que has sido muy mala. -Comentó él mientras observaba el ahora enrojecido trasero de la quinceañera. -Voy a tener que castigarte, Clarita. -Agregó mientras comenzaba a tirar hacia abajo el calzón de Clara.

-No por favor, no me castigue. -Pidió la niña.

El hacendado levantó la minifalda de la adolescente dejando completamente al descubierto toda la desnudez de sus partes privadas.

-Esto por tu bien, lo entiendes, ¿no es cierto?

-Sí señor. Sé que es por mi bien. -Respondió ella con una seductora sonrisa en los labios.

El hombre exploró con sus dedos el delicado sexo de la colegiala hasta encontrar el ya humedecido orificio vaginal. Entonces comenzó a aproximar su endurecido miembro con el cual primero acarició la suave piel de las pálidas nalgas de la muchacha. Allí había dos orificios para elegir, y don Manuel ya había probado ambos. Se decidió por el de más abajo.

-Ayyyyyyyy... -Exclamó ella cuando la verga del hacendado comenzó a penetrar en su conducto vaginal.

Don Manuel tomó a la joven de su delgada cintura y la hizo alzarse de puntillas. Luego se apretó firmemente contra ella de modo que su órgano pudo hundirse profundo dentro de la colegiala. Conforme con ello comenzó a moverse hacia adelante y hacia atrás, arremetiendo con creciente ímpetu. Más se excitaba al ver la deliciosa espalda de la quinceañera surgiendo desde debajo de su panza. Le levantó la camisa y descubrió que no llevaba puesto ningún sujetador. De inmediato metió sus manos por debajo y comenzó a amasar sus senos.

Las vigorosas estocadas propinadas por el varón amenazaban con desequilibrar a la muchacha, pero ella conseguía siempre mantenerse en pie, aunque no sin esfuerzo.

-Aaahhh, aaahhh, aaaahhh. -Se quejaba cada vez.

-Así, así, siiii... -Contestaba el hombre, estimulado por aquellos gemidos y aumentando aún más la intensidad de sus ataques. -Sí, esto es magnífico, sí.

Entonces ella decidió colaborar empujando hacia atrás, dejándose penetrar hasta lo más hondo al tiempo que contraía su musculatura interna como queriendo apresar dentro de ella aquel prodigioso falo. Sospechaba que aquello le provocaría mucho placer a don Manuel, y acertó.

-Aaaaarrrgggghhhhhh... -Gimió el hacendado, sacudido por una incontrolable explosión de gozo.

Finalmente la muchacha colapsó y el miembro de don Manuel escapó chorreando semen que fue a caer sobre los muslos y el trasero de la muchacha.

José, mirando del otro lado de la ventana, se quedó unos instantes contemplando la escena; Clara semidesnuda sobre la cama y el hombre erguido junto a ella, notoriamente feliz de haber poseído nuevamente su joven cuerpo. Luego inició su retorno a casa.

*          *          *

Jueves 9:00 PM

Agotada, Mariana finalmente llegó hasta su cuarto. Pero al momento de abrir la puerta, sintió que la empujaban hacia adentro con fuerza. Fue a caer sobre la cama, lastimándose ligeramente los tobillos al estrellarse contra el borde. Atrás pudo ver a don Enrique que entraba también en la habitación y cerraba la puerta tras de sí.

-Ahora sí, Mariana. -Dijo él.  -Ahora sí que vas a ser mía.

-Nunca... -Alcanzó a decir la mujer antes de que el capataz le propinara una bofetada que la dejó callada y sobándose con expresión adolorida.

Entonces él se arrojó sobre la joven aferrando sus brazos para que no pudiera moverse y dándole besos en el cuello y luego bajando hacia su pecho.

-No, no, nooo... -Gritó ella. Pero era inútil. Sabía que nadie vendría en su auxilio.

El hombre había logrado sostener los brazos de la joven con una sola mano y con la otra intentaba abrirle el vestido que llevaba puesto. Terminó desgarrándolo y dejando a la vista su sujetador.

-Quédate tranquila Mariana. -Le dijo el hombre. -Así va a ser más fácil para los dos.

Don Enrique le subió el sostén y entonces pudo deleitarse observando aquellos pechos,  redondos y generosos. La piel era de un tono rosado pálido y el pezón era un botón, oscuro y prominente. El hombre de inmediato aplico su boca sobre uno de los pechos mientras acariciaba el otro.

Mariana comprendió que no tenía escapatoria. Físicamente don Enrique podía dominarla con facilidad y aunque lograra zafarse eso solo haría que el capataz se enfureciera todavía más. Ya no tenía la protección de don Manuel, y su subordinado lo sabía. Resignada a su suerte dejó de resistir.

Él empezó a lamer aquellos tentadores senos y succionó de sus pezones con la rabia y la avidez propia de quien había esperado mucho por ello. La estaba lastimando, pero no se quejó. No le daría esa satisfacción al bastardo, pensó Mariana.

El hombre terminó de arrancarle el vestido, exponiendo su menudo calzón, de seda negra y con encajes; regalo de don Manuel. Él se agachó sobre la muchacha y acariciando primero sus caderas, procedió luego a sacarle la prenda. En un instante Mariana quedo completamente desnuda.

-Por fin Mariana. Por fin vas a ser mía. -Sentenció don Enrique, mientras el mismo se sacaba el pantalón y luego el calzoncillo.

El hombre se acercó y separó las piernas de la mujer. Sin mayor preámbulo se arrojó sobre ella y de inmediato comenzó a buscar su sexo. Una vez localizado guió su miembro hasta  el orificio. Ella estaba seca  y él la penetró con violencia. La joven mujer tuvo que esforzarse para no quejarse de dolor pero logró contenerse. Se quedó quieta, mirando el techo mientras el varón se movía sobre ella.

En cambio, don Enrique estaba gozando intensamente aquel momento tan esperado. Su endurecido pene entraba y salía de las entrañas de Mariana mientras su cuerpo se apretaba contra el de ella. Sus manos atacaban sus senos mientras la besaba en el rostro y en el cuello. Era suya. Mariana por fin era suya. Y era tan delicioso como lo había soñado.

*          *          *

Jueves 11:00 PM

Llevaban tendidos en la cama un buen rato, tanto que ella se había quedado dormida bajo las sábanas y acurrucada contra el tibio cuerpo del varón. Sentía la cabeza de la niña apoyada en su pecho, sus pequeños brazos rodeando su torso, sus piernas dobladas sobre las de él. Podía contemplar su angelical rostro, siempre tan hermoso aunque con algunos rastros de cansancio fruto de las exigencias a la que había estado sometida. Finalmente fue el delicado aroma de la muchacha mezclada con olores del sexo recientemente practicado lo que terminó por hacer despertar nuevamente su entusiasmo viril.

Tomó la mano de Clara y la hizo bajar hasta sus genitales. La joven despertó y de inmediato comprendió lo que se requería de ella. Comenzó a administrar suaves caricias primero a los testículos, enredando sus dedos en las generosas vellosidades púbicas del varón. Clara sabía que estaba en sus manos hacer que ese órgano ganara vigor y fortaleza. Se descubrió a si misma queriendo que eso pasara. Si, deseaba intensamente que aquella verga estuviera nuevamente duro y parado, listo para poder penetrar una vez más en su interior. Ella, por su parte, se sentía lista para ofrecerse a aquella grotesca estaca de carne y al perverso hombre al cual pertenecía.

Decidida, comenzó a besar con ternura barriga del terrateniente, descendiendo paulatinamente hasta internarse en el tupido follaje de vellos,  y finalmente alcanzar su miembro. Los suaves labios rodearon el pene, que el cual respondió con vigorosas sacudidas que en un instante hicieron que aumentara considerablemente su tamaño y rigidez. Finalmente, el falo se alzó desmesurado y palpitante bajo sus serviciales cuidados. Sin claudicar por ello, la niña hizo que entrara en su boca y una vez allí comenzó a mamar de él como su fuese una gigantesca tetilla.

-Hmmm.... hmmm... hmmm -Gemía él. -Que suavecita que eres, Clarita. Hmmm... Que rica que es tu boquita de ángel.

Ella se sentía halagada por las palabras del hacendado y sabía que la mejor forma de agradecerle era continuando con su labor. Pero de pronto decidió detenerse. Comprendió que el hombre estaba muy cerca de terminar y ella no quería que fuese de ese modo. Se incorporó a medias y observó la expresión molesta del varón. Pero ella le sonrió coqueta  y se encaramó sobre su prominente panza, ubicándose precisamente por sobre la verga del hombre.

-Solo déjeme darle lo que más le gusta. -Dijo ella disculpándose por la interrupción.

-Está bien, Clarita. Pero más te vale que lo hagas bien.

-Sí señor.

Entonces llevó el órgano del hacendado hasta el umbral de su capullo y se dejó caer lentamente sobre él. Pero entonces el varón, impaciente, la tomó de la cintura y la empujó hacia abajo con fuerza, metiendo su miembro hasta el fondo en una sola estocada.

-Aaaahhhh... -Exclamó ella. Pero había poco de sufrimiento en ese grito, y mucho gozo en cambio.

En efecto, y como queriendo demostrar que estaba de acuerdo con lo que le habían hecho, comenzó ella misma a subir y a bajar, haciendo que el miembro se enterrara repetidas veces dentro de ella.

-Niña mala, eres una niña muy mala. -Opinó él, maravillado por aquella especial mezcla de sensualidad y erotismo con que Clara lo estaba conduciendo hacia el orgasmo.

Ella continuó moviéndose, apoyando sus manos en el abdomen del hombre de modo de poder hacer más fuerza hacia abajo y hacia los lados.

-Aaaaaaah, aaaaah, aaaaahhh... -Se quejaba ella en cada acometida.

Él contestaba con jadeos entrecortados. Se sentía contento al ver como la colegiala se entregaba con entusiasmo a la tarea de darle satisfacción Algo que nunca había conseguido de Mariana. Sí. No solo había hecho suyo el delicioso cuerpo de la quinceañera, sino que también había logrado someter su espíritu. Clara era suya, completamente suya.

Quizás era porque había llegado a sus manos mucho más joven e inexperta que Mariana. Sin haber sido jamás tocada por otro hombre, sin saber nada de la vida. En su ingenuidad era como si ella quisiera redescubrir la belleza y la inocencia, aun en esa situación tan infame, y por ello estaba dispuesta a darse por entero, con alegría y entusiasmo. Dispuesta a hacer feliz incluso al hombre que la había desflorado a la fuerza si con eso lograba mantener una ilusión de ternura incluso en aquel infierno de perversión. Pronto habría que demostrarle a esa muchacha lo estúpido de sus pretensiones. Y que para ella no había más destino que ofrecerse para deleite de los hombres esperando solo humillaciones a cambio.

Pero claro. Pronto Clara estaría lejos, y lo más probable era que nunca tuviese oportunidad de enseñarle aquellas amargas lecciones. Tal vez otros tendrían ese privilegio. Pero como fuese, ahora era suya y debía aprovecharla al máximo.

-¿Qué pasa? ¿Lo estoy haciendo mal? -Preguntó ella, sacándolo de sus cavilaciones.

-No, lo estás haciendo muy bien. Sigue no más. -Contestó el hombre.

Empeñosa, la niña aumento la intensidad de su labor. Él también comenzó a moverse, hacia arriba y hacia abajo, estimulado por la fricción de su pene contra las paredes vaginales. Puso sus manos sobre las caderas de la muchacha y la empujo hacia abajo, sosteniéndola firmemente en ese lugar mientras eyaculaba dentro de ella.

-Aaaaaahhhhhh... -Gritó la adolescente al sentir los tibios líquidos derramados en su interior.

-Claritaaaaaaaaahhhhh... -Concluyó él.

Ella cerró los ojos y sonrió al escuchar su nombre en la boca de don Manuel mientras se corría dentro de su vientre.

La niña se desplomó sobre el extasiado varón y siguió acariciando y besando su torso.

-Don Manuel, por favor. Hágamelo de nuevo. -Susurró la colegiala.

Esta vez fue el varón quien se sonrió.