LA CERVATILLA Y EL CAZADOR. Parte 9 y final

TIRO DE GRACIA: Novena y última parte de la historia que relata los hechos que acontecieron aquella semana que cambió la vida de Clarita para siempre.

CAPITULO IX

El Tiro de Gracia.

Sábado 6:00 PM

Mariana había ido en la tarde al pueblo a comprar pasajes. Solo había buses hacía la capital los domingo así que tendría que esperar hasta el día siguiente. Y es que por supuesto no tenía ninguna intención de aparecerse esa noche por la cabaña del bosque. La pobre Clarita tendría que arreglárselas sola con esa pandilla de degenerados y lo sentía mucho, pero ella ya había tenido suficiente de todo eso.

En el fondo estaba agradecida de don Enrique. La había obligado a tomar aquella decisión que había estado postergando por tanto tiempo. Había llegado el momento de dejar atrás todos esos años de humillaciones y abuso, y probar suerte en otro  sitio. En veinticuatro horas estaría camino a la capital con sus ahorros de tres años y llena de esperanzas en el futuro. Por de pronto tenía tiempo de arreglar sus maletas y su única preocupación era ahora mantenerse fuera del alcance del capataz, porque no le cabía duda de que le haría pagar muy caro la osadía que había tenido de desobedecerle.

Iba hundida en esas reflexiones mientras se acercaba a la casona cuando distinguió la figura de José caminando en dirección al bosque. La mujer no tenía muchas dudas acerca de las furtivas intenciones del joven y si las cosas hubiesen sido como antes quizás no habría intervenido. Pero esta vez no sería un hombre sino tres los que estaría dedicados a tener sexo con Clara y las posibilidades de que lo sorprendieran eran mucho mayores. Y además uno de ellos sería su propio padre. No podía imaginar siquiera que impacto tendría en José ver a su progenitor abusando de la niña que él tanto quería. No. Esta vez no podía permitirlo.

-José. -Lo llamó.

El joven se detuvo y se volvió para enfrentar a la mujer.

-Hola Mariana. -Dijo aparentando tranquilidad.

-¿A dónde vas? -Inquirió ella.

-A ninguna parte. Iba a dar una vuelta al bosque. -Contestó el muchacho.

-No es necesario que me mientas. Sé que vas a la cabaña junto al lago. También se lo que pasa en esa cabaña y sé que tú también lo sabes.

-No sé de qué estás hablando. -Se defendió el joven.

-Si lo sabes. Te he visto allí, espiando a don Manuel, viendo todo lo que tú y yo sabemos que pasa en ese lugar.

-Mariana... -Vaciló el muchacho confundido.

-No te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo. Pero esta noche no puedo dejar que vayas para allá.

-¿Por qué? -Preguntó desesperado. -¿Que pasará está noche?

-Nada. -Mintió ella. -Solo que si vas está noche te aseguro que te descubrirán.

-Tengo que ir Mariana. Esta es la última noche y mañana Clara se irá a la capital y ya nunca más la volveré a ver.

-Es mejor así José. Ya has visto suficiente y no vale la pena que sigas en esto. No está bien. -Le aconsejó ella.

-¿Que no está bien? Yo te diré lo que no está bien. No está bien lo que ese animal le está haciendo a Clara. -Explotó él al borde de las lágrimas.

Ella se acercó y le acarició los cabellos.

-Lo sé, lo sé, José. Pero no hay nada que tú ni yo podamos hacer. -Indicó. -Ahora ven conmigo. Vamos a mi cuarto y te prepararé algo y podremos conversar.

*          *          *

Sábado 7:00 PM

-Adelante. -Les indicó don Enrique a los otros dos.

Primero entró Sergio seguido de cerca por el más joven. El capataz los condujo a la mesa y los tres se sentaron alrededor.

-Clara, ven. -La llamó don Enrique.

La niña apareció vistiendo tan solo un conjunto de ropa interior blanca, incluso estaba descalza. Su piel desnuda estaba recién lavada y sus cabellos estaban peinados hacia atrás.

-Acércate más. -Le ordenó don Enrique.

Ella, temerosa, se adelantó de modo que todos pudieran apreciar la perfección de su figura y la belleza de su rostro.

-Es un ángel. -Comentó don Humberto, impresionado por la hermosura de la joven.

-Sí. Un ángel que vino a hacer realidad nuestros sueños. -Respondió don Enrique. -¿No es cierto Clara?, ¿qué estás aquí para hacer realidad los sueños de don Sergio, de Armando y los míos?

-Sí señor. -Confirmó ella vacilante.

Momentos antes habían tenido una charla con el capataz y en ella Clara comprendió que más le valía no oponerse en nada a los requerimientos de aquel hombre. Un par de fuertes bofetadas le habían dejado claro el asunto.

-Este es Humberto. -Dijo introduciendo a su subalterno. -No sé si has tenido el gusto de conocerlo.

-Si nos conocemos, Enrique. -Señaló el aludido. -Es amiga del inútil de mi hijo y nos hemos encontrado una que otra vez.

-Muy bien entonces. -Dijo el capataz. -¿Que les parecen unas cervezas para entrar en calor?

-Excelente. -Contestó don Humberto.

-Yo también. -Señaló el más joven.

-Ya pendeja. Parte trayéndonos una cerveza a cada uno.

Sin demora la joven fue hasta el refrigerador. Sacó tres latas y se las llevó a los hombres.

-¿Ves Humberto que es una niña muy obediente y atenta? -Comentó don Enrique.

-Así veo. -Indicó el otro, mirando las deliciosas curvas de la colegiala mientras saboreaba su cerveza. -A ver, ven acá. -Le dijo a la quinceañera.

Siempre temerosa ella se aproximó al varón. Entonces él le dio una suave palmadita en el trasero. Ella dio un respingo y apretó sus labios, pero se quedó al lado de don Humberto, esperando.

-Vaya. Es verdad. –Dijo riendo el padre de José. -Bueno. ¿Y cuando empezamos?

-Estaba esperando a nuestra otra invitada, pero parece que no va a llegar. -Explicó don Enrique. -Perdonen muchachos.

-No, nada que perdonar, don Enrique. Nosotros somos los que tenemos que agradecerle esta invitación. –Dijo don Humberto. -Además, estoy seguro que esta chiquilla alcanzará para los tres.

-Bien. Entonces no nos demoremos más. Vamos, los cuatro. -Indicó el capataz tomando de la mano a Clara y liderando el camino hacia el dormitorio. Ya me las pagara Mariana, pensó, pero no dijo nada más al respecto.

*          *          *

Fue un impulso repentino. Desde la primera vez que había sido violada por su padrastro todas las experiencias sexuales que Mariana había tenido habían sido bajo amenaza o extorción. Nunca había podido decidir por ella misma, nunca lo había hecho con un hombre bueno y gentil.

Ante ella tenía a un joven, casi un niño, que demasiado pronto había conocido la crueldad de la vida y que  había terminado con todos sus inocentes sueños de amor completamente aniquilados. Ambos eran corazones rotos, pero la de ella era una herida vieja que ya casi no dolía. La de él en cambio era nueva y de ella brotaba un caudal incontenible angustia y su dolor.

Por eso tenía ahora al muchacho cobijado entre sus brazos, los dos recostados en la estrecha cama de la empleada. Primero le había estado acariciando los cabellos, dejando que llorará en su hombro. No sabía muy bien como pero había empezado por besarle en la frente y luego había tomado una de las temblorosas manos del adolescente y había comenzado a recorrerla con sus labios y su lengua. El niño había tragado saliva, inquieto y confundido, pero permitiendo que ella lo consolara de aquella forma.

Entonces fue que lo besó en la boca.

Él se quedó como paralizado, completamente sorprendido. Pudo sentir el tibio contacto de los labios de la mujer sobre los suyos y entonces algo parecido a una descarga eléctrica recorrió todo su cuerpo. Ella se retiró un poco, acariciando una de las mejillas del joven y mirándolo a los ojos con una leve sonrisa dibujada en el rostro.

-José, ¿alguna vez has estado con una mujer? -Le preguntó.

Él no supo que responder. Sintió como se sonrojaba y bajo la cabeza intentando ocultar su turbación.

-Entiendo. -Dijo ella en un susurro.

Tomó de nuevo una de las manos del muchacho y volvió a besarla. Entonces la llevó hasta su pecho. Bajo su vestido él pudo sentir los contornos del sujetador y la agradable turgencia de los senos más abajo.

-No. -Dijo de pronto el muchacho retirando su mano. -Yo... yo quiero a Clara.

-José... pobre Josecito.

-Es que no puedo sacármela de la cabeza. Y solo pensar que ahora mismo está con don Manuel...

No. No con don Manuel, sino que con don Enrique y sus invitados, pensó la mujer. Pero no valía la pena corregir al muchacho.

-Mira, ¿confías en mí?

-Sí. -Contestó él un poco dubitativo.

-Entonces quiero que cierres los ojos.

-¿Que vas a hacer?

-Solo haz lo que te digo. Ahora cierra los ojos.

Finalmente el joven cedió e hizo como le pedía Mariana.

-Ahora quiero que pienses en Clarita. Piensa en ella como era antes de todo esto, como si esto fuese solo un mal sueño. ¿Puedes verla de nuevo alegre en su casa, jugando y riendo?

-¿Como cuando íbamos juntos al colegio?

-Exactamente. ¿Puedes recordarla así?

-Sí. Sí puedo. -Asintió él.

-Entonces imagina que ahora está aquí mismo, frente a ti, sentada a tu lado. ¿Sí?

-Sí.

-Llámala por su nombre. -Le indicó la mujer.

-Clara... -Dijo él en una voz apenas audible.

-De nuevo.

-Clara. -Repitió el joven con un poco más de fuerza.

Entonces Mariana se acercó de nuevo al muchacho y lentamente volvió a cernirse sobre su boca. Primero fueron solo los labios, pero poco a poco ella comenzó a usar su lengua, venciendo toda resistencia del joven, quien ya no objetaba los avances de la mujer.

*          *          *

Don Humberto se sentó sobre la cama con su espalda apoyada contra el respaldo. Los otros dos hombres se quedaron de pie a un costado. Don Enrique rodeaba con sus brazos a Clara.

-Como a nosotros ya nos ha tocado algo creo que lo justo es que Humberto sea el primero. ¿Qué opinas sobrino?

-Por supuesto, tío. Es lo justo. -Dijo el muchacho.

-¿Y tú qué opinas Clarita? -Interrogó a la niña.

-Lo que usted siga, señor. -Respondió ella cabizbaja y en un susurro.

-¿Entonces qué esperas para ir con él? -Le dijo empujándola hacia la cama.

-Sí, ven acá putita. -Intervino don Humberto, separando sus piernas y creando un hueco entre ellas adonde la invitaba a ubicarse.

Clara avanzó reticente, sentándose donde se le indicaba, con su propia espalda apretada contra el vientre del hombre. De inmediato las manos masculinas rodearon el fino talle de la quinceañera. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro del varón mientras disfrutaba acariciando la suave piel de la niña.

-¿Te molesta si miramos? -Preguntó don Enrique.

-Como gusten. -Accedió don Humberto.

Todos los hombres se sonrieron con complicidad.

Don Humberto comenzó metiendo sus manos debajo del sujetador femenino. Se maravilló del tamaño perfecto y deliciosa turgencia de aquellos senos, los cuales apretó y pellizcó con creciente confianza. Rápidamente se deshizo de la prenda, arrojándola lejos, y  así pudo trabajar con mayor comodidad sobre los pechos de la muchacha.

Mientras tanto Armando decidió sentarse en el piso, acariciando ocasionalmente su entrepierna, por sobre el pantalón. Don Enrique se fue junto a la ventana, la cual había abierto, para luego prender un cigarro.

-¿Es virgen? -Preguntó don Humberto, esperanzado.

-Ja... Soy bueno, pero no hago milagros. -Contestó con cinismo el capataz.

-Ah, perdón... es que es tan suavecita. -Dijo justificándose.

-Sí, ¿no es cierto? -Concordó don Enrique. -Pero no. Don Manuel la descorchó hace unos pocos días. Así que no, pero igual está nuevecita. Y créeme, su hoyito sigue estando bien jugoso y apretadito. De lujo.

-¿Si? -Interrogó el hombre, pero dirigiéndose a la muchacha. -¿Es así, Clarita? ¿Eres jugosa y apretadita?

-No lo sé, señor… -Murmuró ella.

-Está bien. No importa, Ya lo averiguaremos prontito.

Entonces introdujo una de sus manos por dentro del calzón de la colegiala dándose un tiempo para explorar lentamente los distintos tesoros que iba descubriendo allí abajo. Primero una llanura cubierta por apenas unos brotes de fina hierba, y luego unas gentiles colinas que pronto se abrieron para dejarle entrar en el valle escondido que ellas resguardaban. No tardó en dar con una diminuta protuberancia, la cual atendió con delicadeza, logrando arrancarle dos suspiros a la quinceañera, antes de continuar su camino hacia la estrecha caverna que sabía le esperaba al final del camino. Con creciente entusiasmo el hombre comenzó a meter sus dedos en la abertura, primero uno y luego dos, hundiéndolos en la carne, para luego sacarlos cada vez más impregnados de los fluidos que manaban de su interior.

Entonces decidió retirar la prenda, haciéndola pasar por debajo de las piernas de la niña.

-Ya me estoy aburriendo. -Intervino don Enrique. -Mientras te dedicas a manosearla, ¿dejas que me dé una mamada?

-Por supuesto jefe. Adelante. -Contestó don Humberto.

El capataz se sacó los pantalones y se subió a la cama, ubicándose de pie frente a la muchacha. Una vez dispuesto se bajó el calzoncillo ofreciéndole a la joven su órgano.

-Mámalo pendeja. -Le ordenó.

Ella lo miró desde bajo, su rostro contraído en una expresión de tristeza e impotencia mientras el hombre movía su pene tocando con él distintas partes de su cara. Finalmente lo puso justo en sus labios. Ella obedientemente separó sus mandíbulas recibiendo en su boca el enrojecido glande de don Enrique.

-Mmm... -Murmuró el hombre extasiado. -Ven acá Armando. Estoy seguro que alcanza para los tres.

El joven también se sacó la ropa, quedando completamente desnudo. Avanzó sobre los otros y se colocó al lado de su tío. Clara miró a don Enrique sin saber que se esperaba de ella.

-Tienes  manos. Úsalas. -Le ordenó. -Pero sigue mamando el mío.

Ella comenzó a frotar el pene de Armando con su mano izquierda y al mismo tiempo continuó haciéndole sexo oral al capataz. Mientras tanto las manos de don Humberto seguían hurgando en sus pechos y su entrepierna.

*          *          *

Continuaban besándose, pero Mariana había tomado las manos de José y las había llevado por sobre su vestido hasta su pecho. Por unos momentos el muchacho se había quedado quieto, sin saber qué hacer, pero entonces ella había guiado sus movimientos, mostrándole como acariciarla y animándolo a atreverse a más.

Él seguía asombrado y desconcertado por lo que estaba pasando. El aroma de Mariana, la tibieza de su cuerpo y las deliciosas formas de su cuerpo lo hacían sentirse como embriagado, incapaz de controlar sus propias manos que ahora intentaban encontrar un camino por debajo del  vestido de la mujer.

Comprendiendo los deseos de José, Mariana se desabotonó la parte superior de la prenda, descubriéndose hasta la cintura. Luego, y con una pícara sonrisa en los labios, comenzó a sacarse con mucha lentitud el sujetador que llevaba puesto, permitiendo poco a poco que él pudiese apreciar sus generosos pechos.

-¿Puedo tocártelas? -Preguntó vacilante el joven.

-Adelante. -Le animó ella.

Las yemas de los dedos de José rozaron la suave piel femenina y con delicadeza recorrió los contornos de aquellos senos, maravillado por su particular consistencia, esponjosa y dura al mismo tiempo. Sentía como debajo de sus pantalones su miembro vibraba cada vez más excitado por aquella experiencia mientras al frente Mariana seguía observándolo con una enigmática sonrisa, como sabiendo lo que estaba provocando en él. Sus cabellos lisos bajaban hasta sus desnudos hombros y sus delgados brazos caían por los costados de su esbelta figura, toda su piel expuesta desde la cintura hacia arriba. Y estaba allí sabiendo que todo aquello le estaba siendo ofrecido a él, no a otro hombre. No a don Manuel. No, no esta vez.

Ya más confiado avanzó sobre Mariana acercando sus labios hacia sus senos. Primero los beso deslizando con delicadeza sus labios sobre la tersa superficie. Estiró su lengua y pudo sentir un sabor ligeramente salino. Abrió la boca y cubrió con ella uno de los puntiagudos pezones femeninos.

Nunca había imaginado lo deliciosamente estimulante que podía ser el hundir el rostro entre los pechos de una mujer. Mariana comenzó a acariciarle la cabeza dejando que el joven se saciara en plenitud.

-Ahora me toca a mí. -Le dijo Mariana hincándose frente al muchacho.

Él dio un respingo cuando sintió las manos de Mariana hurgando en su bajo vientre. Su órgano estaba endurecido y ella lo notó enseguida. Él se ruborizó pero no impidió que ella continuara.

Con habilidad nacida de la experiencia la mujer desabrochó el cinturón de José y luego le abrió los pantalones, deslizándolos hacia abajo. Apareció un calzoncillo blanco dentro del cual el miembro del muchacho se debatía frenéticamente. Acarició la tela  siguiendo el contorno del órgano, logrando que el ingenuo joven retuviera la respiración, expectante.

Deslizó lentamente la prenda hacia abajo, haciendo que la virilidad de José saltara súbitamente hacia adelante. Era relativamente pequeño, apenas la mitad que el de don Manuel, comparó ella. La piel era blanca y elástica. El glande de un lozano color rojizo, redondo, reluciente. Un pene virginal, pensó ella. Uno que nunca había sido acogido en las entrañas de mujer alguna. Ella sería la primera. No pudo evitar sentirse orgullosa de ser quien iniciara al muchacho.

Lo miró a los ojos desde abajo, como tantas veces antes había tenido que mirar a su jefe. Pero ahora eran unos ojos asombrados y temerosos los que encontraron su mirada. Él se sonrojó. Mariana empezó a acariciar el joven miembro provocando un resoplido de satisfacción de parte de José.

Ella adelantó sus labios en busca de aquel fruto, pero el retrocedió asustado.

-No tengas miedo José. -Le dijo. -Déjame enseñarte lo que una mujer es capaz de hacer por ti.

El inocente varón dejó de resistirse.

-Aaahhh. -Exclamó al sentir la húmeda y tibia lengua de la mujer recorriendo lentamente su glande.

Ella continuó siempre sin prisa, deslizándose a todo lo largo del miembro, e incluso sobre sus testículos,  para volver una y otra vez sobre la punta. Finalmente lo introdujo en su boca y así terminó por convertirse en la primera mujer en propinarle una mamada al hijo de don Humberto.

José recordaba haber visto como Clarita le hacía eso mismo a don Manuel y recordaba perfectamente la gozosa expresión del hacendado. Ahora lo comprendía. Era una sensación absolutamente deliciosa.

*          *          *

-A ver. Ordenémonos. -Dijo finalmente el capataz. Los tres eran una masa de cuerpos masculinos rodeando a la joven muchacha. -La putita tiene tres hoyos así que alcanza para todos. Veamos. Humberto, ponte abajo.

El aludido hizo como se le indicaba y como recompensa pronto tuvo a la colegiala sentada a horcajadas sobre su pelvis. Ella misma decidió buscar el miembro viril e introducirlo en su vagina.

-Aaahhhhmm... -Murmuró don Humberto al sentir la tibia y apretada cavidad femenina cubriendo su órgano.

Entonces don Enrique la obligó a inclinarse sobre el hombre, con su trasero levantado, de modo que el capataz pudiese acomodar su propia verga en el orificio anal de la quinceañera.

-Aaayyy... -Gritó ella al sentir aquel fierro ardiente perforándola desde atrás, presionando sobre el órgano de don Humberto y sobre partes de su ser que ni siquiera sabía que existían.

-Aaaahhhh... -Volvió a gritar de nuevo frente a las arremetidas de uno o del otro varón.

-Acércate sobrino. Tu Clara, dale una buena mamada. -Ordenó don Enrique.

El joven obedeció de inmediato, pero la niña se demoró. Entonces fue el propio Armando quien la tomó de la cabeza, guiándola hasta su virilidad. Ella abrió la boca y el pene se introdujo en ella.

Entonces don Enrique sonrió satisfecho. Ahora todos tenían su parte en la diversión y ahora solo tocaba empezar a gozar. Empezó a intensificar el ritmo de sus embestidas, y los demás le siguieron como si aquella fuese una coreografía muy bien planeada.

*          *          *

-Uhhh... uhhh... -Resoplaba José.

Ambos permanecían desnudos sobre el estrecho lecho, piel contra piel, gozando las caricias que se daban mutuamente. Él con los dedos enredados en los tupidos cabellos de la mujer, mientras las manos de ella jugueteaban con el miembro masculino, ahora más hinchado y palpitante.

-Ya estamos listos parece. -Opinó ella.

Él sonrió melancólicamente. Muy pronto dejaría de ser virgen y la perspectiva lo llenaba de sentimientos encontrados. Sí. Era lo que por mucho tiempo había querido, pero le hubiera gustado que hubiese sido con Clara. Con ella, haber experimentado la primera vez, los dos juntos, dos enamorados haciendo el amor.

-Acuéstate. -Le pidió Mariana.

Él se estiró sobre la cama, con su apéndice viril apuntando hacia arriba. Ella rodeó con una de sus manos el pene, subiendo y bajando, estimulando un poco más al muchacho. Entonces la mujer se encaramó sobre él, sentándose sobre sus muslos, sosteniendo el miembro firmemente contra su bajo vientre. Sus miradas se encontraron, pero pronto el joven desvió la vista, distraído por los turgentes senos de Mariana que firmemente suspendidos en lo alto parecían desafiar a la mismísima gravedad. Ella se incorporó sobre sus rodillas y ubicó el miembro viril justo debajo de su sexo.

-José. Sé que te hubiera gustado que fuera con otra persona. Pero trataré de hacerlo lo mejor que pueda.

Diciendo esto la joven comenzó a descender con lentitud, cubriendo poco a poco el pene del muchacho.

-Así, sí. -Dijo ella al sentir como el joven órgano entraba en su interior.

-Aaaa... -Gimió el muchacho.

Mariana estaba húmeda y lubricada, así que el miembro avanzó con facilidad ´hasta desaparecer completamente dentro de la mujer.

*          *          *

La colegiala podía sentir los miembros de don Enrique y de don Humberto batiéndose en sus entrañas. Como el capataz se mantenía erguido y con sus manos firmemente apoyadas en las caderas de la niña, sus estocadas dentro del ano femenino eran firmes y regulares. En cambio don Humberto, que tenía menos control del movimiento, comenzó a aprovechar los momentos en que su jefe empujaba para el mismo levantar su pelvis y adentrarse en la joven carne de la muchacha. Así ambos atacaban y relajaban al mismo tiempo, provocando en cada ocasión que sus órganos se aplastaran entre si y removieran cada fibra dentro del pequeño vientre de la colegiala.

-Vamos, vamos, vamos... -Mascullaba don Enrique, extasiado.

-Hmmm, hmmm, hmmm... -Murmuraba don Humberto al mismo tiempo.

Ambos hombre golpeaban cada vez con más fuerza, cada vez más excitados, cada vez más cerca del gozo absoluto.

Sin embargo la asediada adolescente no solo tenía que preocuparse de lo que sucedía allá atrás. Adelante tenía el pálido pene de Armando, el cual entraba y salía de su boca.

-Agghh... agghhh... aghhh... -Gimoteaba el muchacho, cada vez más alto.

Clara supo entonces que los tres hombres estaban muy cerca del clímax y se preparó para el asalto final.

*          *          *

El muchacho mantenía su cabeza hundida en los cabellos de Mariana mientras empujaba su miembro dentro de la mujer. Ella lo abrazaba y acariciaba su espalda a la vez que sincronizaba sus movimientos pélvicos con los de José, de modo de facilitar la penetración.

-Clarita, Clarita... -Murmuraba él en su oreja.

A ella no le importó. Lo abrazó con más fuerza y levantó su cintura de modo que José pudiese llegar más profundo. Eso hizo que todos los músculos del muchacho se tensaran y comenzará a jadear frenéticamente.

Aunque ella estaba todavía lejos de alcanzar el orgasmo, Mariana supo que José no podría aguantar mucho más. Tampoco le importó. Este era un regalo para el muchacho, no para ella misma. Se relajó y dejó que el joven terminara.

*          *          *

-Ahhh, aaahhh... -Gritó Armando al finalizar dentro de la boca de la adolescente.

-Oooohhh... ooohhh... ooooohhhrrrrgggghhh. -Gruñó don Enrique casi al mismo tiempo mientras hundía hasta lo más profundo su herramienta viril dentro del recto de la niña, volcando los últimos restos de esperma almacenados en sus testículos dentro del estrecho conducto femenino.

-Ahh, ahh, aaaaahhhhh... Aaaaarrrggghhhh… -Explotó desde abajo don Humberto mientras su verga escupía semen en el interior de la niña.

Clara solo emitía entrecortados gimoteos mientras algunas lágrimas resbalaban por sus suaves mejillas.

*          *          *

-Aaaahhhhhhh. -Gritó José al derramar sus líquidos dentro de Mariana.

-Aaahhh. -Repitió ella mientras acariciaba la espalda del joven, queriendo saborear también su éxtasis, invitándolo a sumergirse en ella.

*          *          *

Sábado 8:00 PM

-Toma putita. -Dijo don Enrique, resoplando mientras su pene todavía escupía restos de semen sobre la quinceañera. La niña estaba estirada en la cama, desfalleciente, rodeada por  el trío de varones. Su cara y su entrepierna se hallaban salpicadas de abundante esperma.

-¡Que jodida! -Exclamó don Humberto todavía respirando en forma irregular.

-Y la noche recién comienza, amigos. -Indicó el capataz.

-Yo estoy agotado. -Manifestó el más joven de los tres.

-No te preocupes sobrino. Estoy seguro que antes de lo que crees recuperaras tus fuerzas. ¿No es cierto Humberto?

-Claro. Con una sola chupada de esta cabrona y estoy seguro que se le vuelve a parar en un segundo. -Opinó el aludido.

-Ya. Entonces descansemos mientras Clarita va a darse una ducha y a arreglarse un poco. Hay más cervezas en el refrigerador. -Propuso don Enrique. Los demás asintieron. -Ya cabrona Partiste al baño que te queremos lista en poco rato más.

La niña miró al capataz con ojos al borde del llanto. Se incorporó lo mejor que pudo y abandonó la habitación trastabillando.

-Vamos. -Dijo el capataz.

Armando y don Humberto lo siguieron hacia la cocina.

*          *          *

-Mariana. -Murmuró el joven resoplando a su lado.

-¿Qué pasa? ¿Te sientes bien? -Preguntó ella mientras intentaba limpiarse los restos de semen con la misma sábana. No importaba, pensó. Aquella sería la última noche que dormiría en aquel lecho.

-Fue... fue...

-¿Fue espectacular? -Intentó ella sintiéndose ligeramente vanidosa.

-Sí, espectacular. -Repitió el muchacho.

-Para mí también fue espectacular. -Mintió. ¿Qué sentido podía tener decirle que ella o lo había disfrutado mucho?, se preguntó. No iba a arruinarle el momento. Ya tendría ocasiones de aprender acerca de cómo satisfacer a una mujer. Es cierto que algunos nunca aprendían, pero intuía que José tenía lo que se necesitaba para llegar a ser un excelente amante. Algún día.

-Yo... yo... Gracias Mariana.

-No me agradezcas. Nunca se lo agradezcas a nadie a menos que estés pagando por ello.

Él la miró confundido.

-Lo hice porque quise y lo disfrute tanto como tú. Y yo no te voy a dar las gracias. -Concluyó regalándole una sonrisa. Él sonrió de vuelta.

-Como digas.

-Así me parece. Y me parece que es hora de que te vayas a tu casa. Tú madre debe estar preocupada.

José dudaba que eso fuera cierto pero no dijo nada al respecto. La verdad era que se sentía agotado y lo que más deseaba era poder echarse en su cama y dormir hasta no querer más. Lentamente comenzó a buscar sus ropas y a vestirse.

-Lo único José es que quiero que me prometas una cosa. -Indicó ella.

-¿Qué cosa?

-Prométeme que te iras a tu casa. Que no vas a ir a la cabaña.

Él la miró perplejo. Por unos maravillosos minutos había olvidado todo lo miserable que era su vida. Lo más extraño era que en esos momentos, y a pesar de recordarlo todo, ya nada le parecía tan terrible.

-Lo prometo. -Dijo él y ella vio la sinceridad en su mirada.

*          *          *

Sábado 9:00 PM

Los hombres continuaron con la diversión, esta vez por turnos. Primero fue don Humberto, quien se veía más repuesto. Eso que era natural ya que solo había eyaculado una vez en aquella larga jornada. Joven y vigoroso, Armando fue el segundo, y aunque se tardó un buen rato en lograr alcanzar el orgasmo finalmente lo consiguió.

Don Enrique prefirió que la niña le diera una buena mamada antes de penetrarla. Igual tuvo que montarla por largos minutos antes de que finalmente unas pocas gotas de esperma salieran de su exhausto miembro.

El resto de la noche continuaron dándose un verdadero festín a expensas del delicioso cuerpo de la muchacha, hasta que se sintieron completamente agotados. Solo entonces la dejaron allí, tendida sobre las sábanas impregnadas en semen, descansando al fin.

*          *          *

José llegó a su casa esperando alguna reprimenda de parte de su padre. La suerte estaba de su parte esa noche, pensó el joven, cuando su madre le explicó que Humberto había tenido que quedarse trabajando hasta tarde.

Se aseó rápidamente y luego se metió en su cama. Apagó la luz de la lámpara que había a un costado y se quedó mirando el techo, en medio de la oscuridad, recordando lo que había sucedido con Mariana, reviviendo la tibieza de su cuerpo y la exquisita sensación de tener su miembro dentro de ella. Ya no era virgen, reflexionó sorprendido. No es que sintiese que algo fundamental hubiese cambiado, sin embargo ya sabía lo que era poseer a una mujer. El misterio se había acabado, y quizás con él algo del encanto. Pero no. Ya era un hombre y eso era algo de lo cual congratularse.

Sin embargo, en medio de su dicha no pudo evitar volver a pensar en Clara. Su pobre amiga en manos de don Manuel, entregándose a él, dándole placeres de los cuales ahora tenía una idea mucho más exacta.

Por supuesto, y gracias a Mariana, no tenía forma de saber lo que en realidad estaba sucediendo con Clara en esos mismos momentos. Gracias a ella esa noche pudo dormir tranquilo y satisfecho.

*          *          *

Armando y don Humberto partieron de regreso a sus hogares muy pasado la medianoche. Don Enrique se tendió en la cama junto a la colegiala, totalmente agotado, y pronto se quedó dormido.

*          *          *

Domingo 8:00 AM

Don Enrique despertó con su pene erecto, pero irritado y adolorido a causa del intenso trabajo al que había sido sometido durante la noche anterior. Ello no fue excusa, sin embargo, para que apenas recuperó la conciencia rodeara con sus brazos a la muchacha y comenzara a manosearla.

-Una más Clarita... una más y estaremos listos contigo. -Afirmó el capataz.

Así que una vez más Clara tuvo que abrir sus piernas y dejar que el varón se subiera encima de ella. En aquella ocasión la montó con movimientos potentes y profundos, pero al mismo tiempo con un vaivén lento y controlado, evitando así que su órgano se resintiera.

La vigorosa cadencia con la cual la niña estaba siendo penetrada era una tentación para que ella se dejara llevar. Pero está vez se resistió con todas sus fuerzas. No le daría a ese asno la satisfacción de verla alcanzar el clímax. No después de lo que le había hecho la noche anterior.

Don Enrique término en un rictus de gozo, y luego se echó a reír.

-Ah, eso estuvo muy bien. Excelente. -Manifestó.

Ella no dijo nada. Se levantó y se dirigió al cuarto de baño.

Domingo 12:00 AM

Clara regresó a su casa pasado el mediodía. El propio don Enrique la había traído de vuelta, por lo que a bordo de la camioneta había tenido que soportar más besuqueos y manoseos. Los últimos, para su tranquilidad.

Humberto le abrió la puerta. Adentro todo estaba limpio y ordenado. El humilde hombre había hecho muy bien su parte, pensó ella. En fin, se dijo. Todo había terminado, y solo quería olvidar.

Por de pronto sabía que solo faltaban unas pocas horas para que su madre llegara y ella tenía que estar lista con su equipaje. La intención era embarcarla de inmediato en el bus que salía esa noche. Si no tendría que esperar tres días y perdería varios días de clases en su nueva escuela. Por eso era el apuro.

Sacó las maletas y comenzó a meter sus ropas y demás pertenencias. Mientras se esmeraba en ello algunas lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas al ir recordando todo lo que había sucedido. Lo quisiera o no ya no era la inocente chiquilla de una semana atrás y aquella transformación, que para otras mujeres podía ser incluso un hermoso recuerdo, para ella había sido la más terrible de las pesadillas. Algo que, lo sabía, nunca podría borrar completamente de su memoria, tratase lo que tratase. El sufrimiento había sido mucho, el dolor, demasiado profundo.

En un impulso repentino arrancó el poster de Harry Moreno que había en una de las paredes de su cuarto y lo rompió en mil pedazos.

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Domingo 6:00 PM

En el mismo momento que doña Ana María vio a su hija supo que algo le había pasado. Allí estaba, esperándola junto al bus que la había traído desde la capital, cabizbaja, con los hombros caídos y un aspecto demacrado. Junto a ella estaba Tomasito, quien siempre tan gentil había venido a recogerla.

-¿Cómo estas hijita mía? -Le preguntó mientras la abrazaba.

-Bien mama. -Respondió vacilante, evitando siempre su mirada.

-No estés triste mi niña. Tus tíos son personas maravillosas y te están esperando con muchas ganas. -Le explicó asumiendo que la tristeza se debía a su inminente partida.

-Oh mama. -Exclamó Clara abrazando a su progenitora y prorrumpiendo en gemidos lastimosos.

-Clarita, Clarita. No llores, que me destrozas el corazón. -Le dijo doña Ana María.

-Disculpa mama. -Contestó la niña secándose las lágrimas.

-Ya vamos, que tenemos que arreglar tus cosas. -Indicó la mujer tomando las maletas y dejándose ayudar por Tomasito, quien las condujo hasta su camioneta.

-No le vaya a decir nada a mi madre. -Le pidió la niña a Tomasito en un momento en que su madre se adelantó.

-No te preocupas Clarita. Tu madre nunca lo sabrá.

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Mariana había arreglado su única maleta durante la noche y antes de que saliera el sol había huido hacia el pueblo. No había sido fácil arrastrar el peso de sus pertenencias mientras caminaba los cuatro kilómetros que la separaban de su destino, siempre mirando hacia atrás, temiendo que en cualquier momento apareciera don Enrique en su camioneta dispuesto a frustrar sus planes y castigarle por su desobediencia.

Pero había llegado sana y salva a Pedregales. Inmediatamente se dirigió  al único hostal del pueblo y se ocultó allí durante el resto del día. Solo había salido por unos momentos alrededor del mediodía a comprar el boleto de bus en la pequeña oficina donde se realizaba ese trámite. Ahora que solo faltaban tan pocas horas para partir por fin estaba empezando a creer que todo saldría bien.

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Domingo 10:00 PM

-Qué extraño que José no haya venido a despedirse. -Señaló doña Ana María de nuevo en el paradero de buses.

-No importa mama. No tengo ganas de despedirme de nadie. -Dijo la niña. Llevaba puesto un hermoso traje de dos piezas que su madre le había traído de regalo de la capital precisamente para estrenarlo en ese momento.

-Sí. Supongo que es mejor así. -Afirmó la mujer. -Bueno mi niña. Creo que es la hora.

-Mama... -Exclamó Clara mientras abrazaba a su madre. Sabía que pasaría un buen tiempo antes de que pudiera estar junto a ella nuevamente. -Te quiero mucho.

-Yo también te quiero, Clarita. -Contestó ella visiblemente emocionada.

Sin embargo esta vez no hubo lágrimas. Ambas ya habían llorado todo lo necesario durante las horas recién pasadas mientras arreglaban los últimos detalles del viaje. Incluso hubo ánimo como para una sonrisa hacia su hija, la que ella también fue capaz de responder.

Entonces Clara subió al vehículo, el cual se puso en marcha solo unos segundos después, mientras las dos mujeres se despedían con gestos y besos lanzados a través de la ventana.

Ninguna de ellas se había percatado de la furtiva figura que había abordado el bus unos momentos antes y que ahora se cobijaba en uno de los asientos traseros.

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Ocultándose el rostro con un paño Mariana observaba como madre e hija se despedían. Ella en cambió no tenía nadie a quien decirle adiós. No importaba. Así era más fácil incluso.

Unos instantes después la maquina se puso en marcha y ella pudo respirar aliviada. Era libre. Por fin. Con sus ahorros estaba segura que podría vivir tranquila por un tiempo. Solo tenía que tener cuidado y esforzarse en construirse una nueva vida. Esta vez una que valiera la pena. Estaba feliz como no recordaba haberlo estado nunca antes.

Volvió a mirar a Clara. Ella en cambio estaba triste, lo sabía. Había pasado por tantos padecimientos en aquellos últimos días y ahora esto, separarse de su madre a quien tanto amaba. No podía sino sentir compasión por la pobre muchacha y solo podía confiar que el futuro le deparará algo mejor. Después de todo esa era la razón por la que la habían enviado a la capital con sus tíos.

Fue entonces que la niña volteó el rostro y sus miradas se encontraron. Mariana podría haber jurado que la había reconocido. Pero Clara no dio muestras de aquello y se volvió hacia adelante sin dar muestras de nada.

Así transcurrió el viaje. Sin que las dos mujeres intentaran acercarse la una a la otra, las dos hundidas en sus propios dolores y esperanzas. Dos espíritus acongojados y heridos que ahora se enfrentaban a un mañana incierto, y que preferían hacerlo en soledad.

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Lunes 12:00 AM

La colegiala estaba estirada en la cama. Don Manuel se observó a si mismo acostándose a su lado y luego dedicándose a acariciar su pequeño cuerpo. Adelantó la cinta.

Ahora la niña estaba desnuda y él estaba recostado sobre ella, con su cabeza metida entre las piernas femeninas, claramente disfrutando de los néctares que fluían de aquel capullo virginal. Volvió a avanzar.

La muchacha gemía y lloriqueaba mientras él la cubría completamente con su enorme humanidad. No se observaba bien en la grabación, pero bien sabía que en esos momentos su miembro había estado profundamente enterrado en las tiernas carnes de la adolescente.

Sonrió para sí mismo y apagó el televisor. Ya habría tiempo para estudiar con atención aquellas escenas. Para deleitarse con las imágenes y con los recuerdos que evocaban. Que increíble semana había compartido con aquella deliciosa criatura. Había sido realmente maravilloso. Pero había terminado. Incluso antes de lo que había planeado. Y ahora había regresado solo para enterarse que no solo había perdido a Clara, sino que también a su prostituta personal, la exquisita Mariana.

Volvió a sentirse enojado con su capataz. Lo había dejado a cargo solo unos días y todo se había convertido en un desastre. El muy cretino. Ya habría tiempo para hacerle pagar por su ineptitud, pero por ahora lo importante era encontrar una nueva putita para alegrarle las noches. Y los días también, para el caso. Tendría que darse una vuelta por las bodegas y los cultivos. Siempre había jovencitas allí dispuestas a ganarse un extra haciendo trabajos especiales.

El hombre volvió a sonreírse. Sí. No tardaría en encontrar a alguien. La vida continuaba y el seguía siendo el señor de la Hacienda Montero.

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-Querida Clarita. Que alegría tenerte aquí, mi niña preciosa. -Dijo su tía Consuelo mientras la abrazaba. Más atrás estaba su marido, don Javier, que la miraba con una sonrisa amable en sus labios.

Clara estaba agotada y solo respondió con un asentimiento de cabeza y también con una sonrisa. El viaje había sido largo y agotador, y no había podido dormir muy bien debido al cansancio, la pena y la ansiedad.

La guiaron hasta un automóvil bastante amplio y de una marca japonesa.

-Vamos a casa. -Dijo don Javier.

Ella se echó hacia atrás y se quedó dormida mientras el vehículo comenzaba su marcha.

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Miércoles 5:00 PM

No lo había pensado mucho. Solo había comenzado a caminar y muy pronto se encontró en la senda que había caminado varias veces la semana anterior. Solo que entonces lo había tenido que hacer a escondidas, cuidándose a cada paso de no ser descubierto. Ahora en cambio no había nada que temer. Todo había terminado, para bien o para mal.

No tardó mucho en llegar hasta la cabaña. De todas formas prefirió acercarse con sigilo, solo por si acaso, mirando hacia el interior a través de las ventanas. Solo cuando estuvo seguro de que todo estaba desierto se atrevió a intentar con la puerta. Descubrió que nadie se había tomado la molestia de ponerle llave ya que esta se abrió sin dificultad.

Avanzó hacia el interior. Aun había latas de cerveza sobre la mesa y colillas de cigarrillo dispersas en el suelo. Quizás era su imaginación, pero sentía una especie de atmósfera opresiva en ese lugar. La sensación se hizo aún más angustiante mientras se encaminaba por el pasillo hacia la pieza del fondo.

Llegó hasta la puerta y al abrirla casi creyó que sería posible encontrarse con Clara y con don Manuel teniendo sexo. Pero no. El lugar estaba desierto, aunque extremadamente descuidado. La cama estaba deshecha, con las sábanas tiradas en el piso. Había más latas y colillas, restos de papel higiénico y restos de comida. Era un desastre y comprendió que la última noche, aquella en la que él había estado ausente, debió haber sido mucho más agitada que las anteriores. El corazón se le apretó al intuir la clase de cosas que pudo haber sufrido Clara en aquella ocasión.

Fue hasta la ventana y descorrió las cortinas, mirando el sitio desde el cual él había estado agazapado, observando las escenas que se sucedían en ese cuarto. Volvió la vista hacia la cama y por un instante fue como si pudiese captar la fugaz figura de su amiga, allí desnuda, con sus piernas abiertas, lista para recibir a don Manuel.

Se rio de sí mismo y de las tretas que le jugaban sus recuerdos. Pero comprendía que aquello no era del todo una ilusión. Aquellas cosas habían pasado, allí, sobre ese lecho Clara había sido poseída una y otra vez por el hacendado. Allí le había entregado a ese bastardo su primera vez, tras lo cual se había dedicado toda una semana a satisfacer sus apetitos sexuales.

Comprendía que estaba mal lo que estaba haciendo. Creía ya haber superado sus instintos masoquistas. Mariana le había curado de todo ello. Y no tenía intenciones de volver a lo mismo. Era mejor irse de aquel lugar, de aquellos malos recuerdos.

Pero en el último momento dudo. Arrastrado por un súbito capricho fue hasta el pequeño mueble junto a la cama. Abrió el único cajón y descubrió que estaba vacío con excepción de un solo objeto. Allí, de un deslumbrante blanco contra el fondo de la madera, estaba una prenda de ropa íntima. Acercó sus dedos vacilantes y la recogió. Era un calzón y al mirarlo con más atención descubrió manchas oscuras.

Sangre seca, pensó. Y entonces supo con absoluta e inexplicable certeza que aquel era el calzón que Clara había llevado puesto el día en que fue desflorada. Aquello que estaba viendo era la sangre virginal de su amiga, los restos de su inocencia perdida.

Algunos trozos de la tela estaban más tiesos, y a la luz pudo observar un residuo más claro. Semen de don Manuel, el mismo que había derramado sobre la muchacha, seguramente también durante aquella primera vez,

No pudo evitarlo. Guardó la prenda en su bolsillo y luego de eso abandonó por fin aquella morada maldita.

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Jueves 5:00 PM

Ocurrió solo unos días después de llegar a la capital. Su tía no estaba en casa y don Javier la interceptó camino a su cuarto.

-Esto de tu mamacita y mi señora sean tan buenas amigas está muy bien. Pero eso no basta, Clarita. Si quieres quedarte en esta casa vas a tener que darme algo a cambio. Y no estoy hablando de dinero. Estoy hablando de otra cosa. Algo de lo que quizás tú no sabes mucho. -Le dijo.

Ella sabía muy bien de lo que estaba hablando. Demasiado bien.

Se acercó al anciano y tomando una de sus manos la llevó hasta su boca y comenzó a chupar uno de sus dedos. Él abrió los ojos muy grandes. Sí. Sospechaba que para don Javier sería una decepción constatar que ella no era ninguna virginal doncella, pero por otro lado sabía muy bien lo él quería y sabía cómo dárselo. Había tenido que aprender rápido y su maestro había sido particularmente cruel y exigente. Pero había aprendido, y ahora sabía todo lo que tenía que saber para llevar a un hombre al éxtasis absoluto. Don Javier no tenía ni idea en lo que se estaba metiendo, pensó ella mientras comenzaba a acariciarle aquel bulto que sobresalía en su pantalón.

FIN