LA CERVATILLA Y EL CAZADOR. Parte 7

EL GRAN FESTÍN: Séptima parte de la historia que cuenta las desventuras de la pobre Clarita en aquella semana que le cambió la vida. Historia ambientada en un país latinoamericano cualquiera en la década de los 90'.

CAPITULO VII

El Gran Festín.

Viernes 7:00 PM

Sonó la alarma y descubrió que Clara ya se había levantado y le miraba sentada en la cama, con su uniforme escolar ya puesto. El hombre retiró las sabanas que cubrían su desnudez, se incorporó y se hincó frente a la muchacha. Sus manos se apoyaron en las sensuales piernas de la muchacha. La miró al rostro. Ella bajó su mirada y se mantuvo en silencio, soportando casi avergonzada el escrutinio del varón.

-A pesar de todo sigues siendo una niña ingenua y tímida, ¿no es cierto? -Afirmó él.

-Si don Manuel. -Le contestó cabizbaja.

-Eso me gusta. -Agregó él, inclinándose para besar las blancas rodillas de la colegiala.

Lentamente dejó que sus manos se deslizaran hacia arriba por sobre los delgados muslos de la joven. También sus labios y su lengua, con sorprendente ternura y delicadeza, comenzaron a recorrer aquella piel suave y tentadora La insaciable bestia volvía a deleitarse con los sabores, olores y texturas de aquel exquisito cuerpo, demorando el momento en que finalmente decidiría clavar su largo y grueso colmillo viril en aquellas tiernas carnes.

-Mmmm... -Gimió ella, aceptando las caricias.

Don Manuel estaba siendo más gentil y cariñoso que de costumbre y ello le sorprendió. La estaba tocando y besando con tal habilidad que pronto ella estuvo encendida en deseo. Si, ella quería que él fuera así, tierno y amoroso. Así ella también podría serlo con él, dándose por entera y esforzándose en hacerlo feliz. Antes que fuera capaz de detenerse ya estaba actuando de acuerdo a aquellas reflexiones, estirándose sobre la cama y abriendo las piernas para que don Manuel pudiese hacer con ella todo cuanto quisiera.

-Hágame suya don Manuel. -Le pidió la joven, acariciando los cabellos del hombre mientras él se sumergía en el espacio ofrecido por la muchacha.

Él se dirigió directamente sus besos y caricias hacia el pequeño calzón femenino. Este era de color blanco con pequeños corazones distribuidos por la tela. Pronto se hizo evidente que la menuda prenda que se había puesto solo unos minutos antes era solo un estorbo y la quinceañera levanto sus caderas y junto sus piernas para facilitar la extracción que realizó el varón. Pero de inmediato la joven recuperó su posición anterior, ofreciendo esta vez su delicioso capullo, donde ya tantas veces don Manuel había enterrado su verga y había inyectado los néctares de su masculinidad.

-Mmmmmiiiiihhhh... -Fue el repentino gemido de la muchacha cuando sintió el entusiasta beso de don Manuel sobre sus labios vaginales y luego las insolentes caricias de su lengua en su clítoris. -Mmmmmm... mmmmm... mmmm...

Mientras tanto, las manos del hombre subieron hasta alcanzar los pechos de la muchacha y comenzaron a desabotonar su blusa colegial. Cuando por fin la tarea estuvo concluida él se incorporó a medias para contemplar las expuestas carnes de la quinceañera. Ella lo miró de regreso, deslizando sus propias manos a lo largo de su delgada cintura hasta alcanzar el sostén. No sin algo de pudor y torpeza la niña retiró por sí misma la prenda, dejando al descubierto sus jóvenes senos.

Él se tomó su tiempo, recorriendo con sus labios todo el camino desde el bajo vientre femenino, pasando por su ombligo y la base de su estómago, hasta tomar posesión de aquellos pechos.

-Cómo has cambiado, Clara. -Le comentó él.

-Sí don Manuel. -Confirmó ella. -Usted me ha hecho cambiar.

-Sí Clarita. Eras una niña inocente y ahora eres una mujer con experiencia que sabe muy bien como complacerme. -Dijo el hombre indicándole con un gesto sus propios genitales.

Correspondiendo a la ternura con que él la estaba tratando, la joven comenzó dándole sutiles besos en el glande, y luego con su lengua prosiguió lamiendo lentamente la rosada superficie del órgano. Ahora él acariciaba los cabellos a la niña, mientras las pequeñas manos de la joven recorrían las gruesas y peludas piernas del varón.

Solo después de haber besado y lamido minuciosamente cada porción de la verga y de los testículos de don Manuel, ella condujo el grotesco miembro hasta su boca. Una vez acomodado allí adentro, la quinceañera comenzó a succionar afanosamente mientras sus pequeñas manos lo sostenían por el grueso tronco.

Desde aquella posición miraba hacia arriba, con sus grandes ojos, encontrando el rostro de don Manuel que la observaba de vuelta con una expresión de total satisfacción.

-Muy bien. Está bien. -Dijo él después de un rato. -Ahora vuelve a recostarte.

Ella se hecho hacia atrás, estirándose sobre la cama y abriéndose de piernas.

-Señor... –Empezó ella.

-¿Sí Clarita?

-Estoy lista para que me lo meta. -Dijo ella con cierta timidez.

-Lo sé mi niña. -Aseguró el varón.

El hombre avanzó con su miembro totalmente erecto dirigido hacia la entrepierna de la adolescente, la cual alzó sus caderas para recibirlo en su interior. El pene se introdujo en la abertura deslizándose fácilmente hasta lo más hondo.

-Miiiiiiiii... -Se quejó la colegiala. Sus gráciles brazos se alzaron e intentaron rodear el grueso cuello de la enorme bestia suspendida sobre ella. Sus dedos comenzaron a acariciar la piel masculina, mientras sus labios besaban tímidamente el pecho del terrateniente. Él, en cambio, solo se dedicaba a penetrarla, poniendo toda su atención en el intenso placer que obtenía en cada embestida, siempre con lentitud, súbitamente consciente de lo exquisito que era ver a Clara tan excitada y anhelante. Una criatura que estaba hecha para darle placer a los hombres, pensó. Y él había sido el primero de todos, él que había gozado en mayor plenitud los deliciosos frutos de su joven sexualidad.

Ella también se sentía complacida, como nunca antes desde que todo ello había comenzado. Ahora que había aprendido a entregarse completamente a don Manuel y a dejarse conducir por él hacia el delirio, todo resultaba más fácil y mejor. Entusiasmada con ese nuevo conocimiento, comenzó a mover su pelvis, enterrándose ella misma el miembro y obligándolo a entrar hasta las últimas profundidades de su vientre. Al mismo tiempo apretaba sus paredes vaginales, haciendo que el pene de don Manuel recibiera exquisitos estímulos desde todos los ángulos.

-Mmmmmm... -Gemía el varón, exultante de dicha al experimentar el delicioso tratamiento que la niña estaba dispensándole.

-¿Le gusta señor? -Preguntó ella.

-Si  Clarita. Sigue así, sigue así lolita y llegaras a ser la mejor putita del mundo... mmmmmhhh... -Le contesto él. Ella sonrío ante aquella afirmación que algunos días atrás le hubiese parecido una terrible ofensa, pero que ahora, de la boca de don Manuel, le parecía un hermoso halago.

-Yo solo quiero ser su putita, señor. -Le susurró al oído. -Solo para usted.

-¿En serio? ¿Y José? -Pregunto el varón, mirándola a los ojos.

-Solo para usted, don Manuel, solo para usted. -Insistió la niña sintiéndose inundada de gozo y pasión.

-Niña linda. -Dijo el hombre.

Ella continuó esforzándose. Al principio él dejó que ella hiciera todo el trabajo. Pero pronto la excitación fue en aumento y comenzó de nuevo moverse el mismo, acoplando sus esfuerzos con los de la colegiala. Cuando retrocedían, ambos lo hacían. Cuando empujaban, los dos cuerpos se apretaban uno contra el otro como si quisieran fundirse en uno. Clara podía anticipar cada arremetida y las esperaba con ansia.

-Aaayyy, ayyy, ayyy. -Gritaba la joven en cada oportunidad.

-Ahhh, ahhh, ahhh. -Respondía él al unísono.

Sus dedos rasguñaban la piel del hombre en algún punto de su espalda y cuando alcanzó el clímax hecho la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y prorrumpió en un desbocado alarido de éxtasis pleno.

Él también había llegado al orgasmo, y su lujuria estalló incontrolable dentro de las núbiles entrañas de la joven.

-Muy bien mocosa, muy bien. -Dijo él satisfecho. -Ahora anda a lavarte y a vestirte de nuevo. Enrique ya no debe tardar en venir por ti para llevarte al colegio.

Ella obedeció con celeridad, dirigiéndose al baño donde se arregló rápidamente, y sin olvidar tomarse otra de las pastillas que Mariana le había regalado, en un instante estuvo de nuevo lista para partir. Está vez, sin embargo, lo hacía con una amplia sonrisa en su rostro.

*          *          *

Viernes 9:30 AM

Don Manuel estaba sentado detrás de su escritorio, refunfuñando. Doña Celeste acababa de darle el recado del alcalde, quien había citado a todos sus hombres de confianza a una reunión urgente con motivo de las próximas elecciones.

Por supuesto, él estaba entre los convocados. El alcalde siempre había contado con su apoyo tanto en dinero como en otras formas de cuestionable legitimidad. Una inversión que sin duda había rendido muchos frutos. Y por lo mismo no había ni siquiera que pensar en rechazar tal invitación. Solo que el evento se realizaría en la noche del sábado, lo que significaba que tendría que partir en poco más de veinticuatro horas y no volvería hasta la tarde del domingo. Perdería toda posibilidad de poder disfrutar de Clara durante esos días, los últimos en que podría haberlo hecho.

Unos golpes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos.

-Adelante. -Dijo.

-Jefe. ¿Puedo? -Era don Enrique quien se asomaba.

-Sí. ¿Qué pasa?

-No, nada, don Manuel. Solo vine a entregarle esto. -Señaló el capataz mostrándole dos cintas de video; una la que le había pasado su patrón, la otra la de respaldo que había hecho.

-¿Te gusto? -Preguntó el terrateniente.

-Muy interesante, señor. -Contestó el otro.

-¿Qué te parece Clarita? -Insistió.

-Pues que es hermosa. -Dijo don Enrique, dubitativo.

-Qué bueno que te parece así, Enrique. -Afirmo él. -Porque el sábado en la noche tengo que ir donde el alcalde y tendré que dejarla sola. Y estaba pensando que quizás tú pudieras cuidarla en mi ausencia.

-Por supuesto don Manuel. La cuidare y veré que no le pase nada malo. -Manifestó el empleado imaginando de inmediato algunas interesantes posibilidades.

-Supongo que puedo confiar en que no le tocaras ni un pelo a la muchacha. ¿No es cierto Enrique? -Preguntó con una extraña sonrisa en su rostro.

-Por supuesto señor. -Aseguró don Enrique.

-Porque será que no te creo mucho.

-Pero señor...

-No Enrique. No te preocupes. -Indicó el hacendado interrumpiendo las explicaciones de su subordinado. -La verdad es que el domingo vuelve doña Ana María y Clara se va a la capital. Dudo que pueda volver a montármela de nuevo. Así que este fin de semana la dejaré en tus manos para que hagas con ella lo que se te antoje.

-¿Está hablando en serio don Manuel? -Dijo don Enrique completamente pasmado.

-Por supuesto hombre. -Confirmó. -Pero con una condición. No quiero problemas con Ana María ni con mi padre, así que nada de marcas o cicatrices que puedan hacerla sospechar. ¿Me entiendes?

-Por supuesto señor.

-Bien. Entonces te espero mañana al mediodía en la cabaña. -Indicó el hacendado cerrando la conversación.

-Sí señor. Gracias señor. -Contestó don Enrique mientras salía de la oficina con una enorme sonrisa en sus labios.

*          *          *

Viernes 10:00 AM

La había llevado hasta el baño de hombres y se habían encerrado en una de las cabinas.

-Ahora vas a saber lo que es bueno. -Le dijo Armando mientras intentaba desabrocharse el cinturón.

Ella se sentó en el excusado e inesperadamente decidió ayudar al joven a bajarse los pantalones. Detestaba todo aquello pero si conseguía que Armando se contentara con una mamada quizás pudiese evitar el tener que soportarlo dentro de ella.

-Eres una verdadera puta. -Le dijo él cuando ella le bajó también el calzoncillo, exponiendo su miembro. No era tan portentoso como el de don Manuel, pero la carne era más blanca y tersa, como la de un recién nacido.

Ella lo tomó entre sus manos y comenzó a masajearlo suavemente. Pudo ver la evidente expresión de satisfacción en el rostro del muchacho. Armando no pudo evitar el cerrar los ojos cuando la lengua de Clara se deslizó sobre punta de su pene. Ella trabajó como solía hacerlo con don Manuel, lenta y metódicamente. Pero pronto el joven perdió la paciencia y tomándola por la cabeza la obligó a abrir la boca y recibir de lleno su verga.

-Chupa  pendeja, chupa. -Le increpó.

Ella hizo lo que mejor pudo en medio de las agresiones del muchacho y de sus frenéticos movimientos. No, Armando no estaba interesado en las delicadas artes del placer en las que don Manuel la había entrenado. No, él joven solo quería acción rápida y brutal. Ella se afirmó de las nalgas del varón y comenzó a embestir con energía. El miembro masculino se endureció todavía más y pronto empezó a palpitar descontrolado.

-Chupa, chupa, chupa... -Repetía él mientras eyaculaba dentro de la boca femenina, ya saciado y satisfecho.

Ella escupió el semen del muchacho que tenía dentro de la boca en el excusado.

*          *          *

La vio sentarse en su pupitre después del descanso. Su figura seguía pareciéndole tan frágil y delicada como siempre. Sus piernas, blancas y delgadas. Su rostro, hermoso. Solo la tristeza en su rostro demostraba que algo había cambiado.

Mirándola desde el otro extremo de la sala de clases José podía apreciar esa diferencia porque sabía exactamente su causa. Quizás nadie más podría siquiera percibir nada especial en la muchacha, pero claro, él sí.

Pobre Clara, pensó él. Desde el primer momento había comprendido que su amiga no se había entregado voluntariamente a don Manuel. No era algo propio de ella, y sin embargo por una razón que no alcanzaba a entender, ella había terminado sometiéndose a los deseos del cruel hacendado. Aunque no era difícil imaginar muchas formas en como aquel hombre pudo haber forzado a la quinceañera a convertirse en su amante.

Sí. Don Manuel. El hombre que había convertido en mujer a la inocente muchacha de la cual él había estado enamorado. El hombre que cada día gozaba de ella hasta hartarse, haciéndola suya una y otra vez. Estaba seguro de poder entender toda la satisfacción que debía sentir don Manuel después de todo cuanto le había hecho a la colegiala. Tener a Clara para él y poder usarla cuando y cuantas veces quisiera, sabiendo siempre  que estaría allí, lista para aliviar de inmediato sus necesidades carnales.

Fue entonces cuando ella giro la cabeza y encontró su mirada. De inmediato la bajo, como avergonzada. Él también volvió a sus cuadernos, temiendo que de alguna forma su propia expresión el revelara a la muchacha todo lo que él sabía.

*          *          *

Viernes 11:00 AM

Mientras caminaba con su tradicional cargamento de alimentos hacia la cabaña, Mariana recordó la humillante experiencia del día anterior. Sentía asco al pensar en las sucias manos de don Enrique sobre su piel, su hediondo aliento en su boca, y su regordete cuerpo aplastado  contra el de ella.

Su expresión de triunfo mientras la penetraba, sabiendo, al igual que ella, que la muchacha no tenía más opción que abrir sus piernas para él y dejar que gozara con ella todo cuanto quisiera. Durante tres años había hecho lo mismo para don Manuel, y si, al principio también se había sentido sucia y asqueada. Pero con el tiempo fue acostumbrándose a su rol e intentaba no cuestionarse mucho al respecto.

Sabía que al final también terminaría aceptando los abusos de don Enrique. Pero no. No quería que eso sucediera. Como un juguete viejo y roto que pasa de un chiquillo a su hermano más pequeño, ahora era el turno de ser la prostituta privada del capataz. No. Sabía que había una alternativa. Siempre la había habido. Pero había sentido miedo de tomarla. Incluso ahora cuando ya no había excusas como que le faltara el dinero, pues había ahorrado una buena cantidad.

Sí. Le faltaba el coraje de volver a salir al mundo y de enfrentarse a lo que pudiese encontrar. ¿Dónde había quedado la joven que había encontrado la voluntad para escapar del infierno que era su hogar en busca de nuevos horizontes? ¿Dónde habían quedado sus sueños?

Alguna vez había sido una joven decidida y valiente. Dispuesta a tomar su destino en sus manos, en condiciones mucho más terribles que las actuales. Una lágrima recorrió sus mejillas pues a ella vinieron las memorias de un tiempo que prefería olvidar.

*          *          *

Siete años antes

Pedro era minero. La mayor parte del tiempo la pasaba trabajando arduamente en el yacimiento y solo podía bajar al pueblo unos cuantos días al mes. Era una vida dura y solitaria.

Por ello era que había decidido buscarse una esposa. Era algo difícil, considerando sus años y el hecho de que vivía en la pobreza. Tampoco era atractivo: era bajo de estatura y de contextura robusta a causa del esfuerzo diario. Su tez era oscura y sus cabellos también. Pero a pesar de todo había encontrado a Elisa, una mujer de mediana edad y que trabajaba aseando las oficinas de la compañía. Tenía una hija que por entonces ya tenía trece años, de una relación anterior que no dio ningún otro fruto. El nombre de la joven era Mariana.

Se había casado con Elisa dos años antes y durante ese tiempo había llegado al convencimiento que el sexo aburrido y monótono que podía obtener de la mujer tan solo durante sus días de descanso era muy escasa compensación por el sacrificio económico que significaba mantener una familia. Mal que mal, él le entregaba gran parte de su salario pues de poco le servía allá en la mina. Y claro, ella lo disfrutaba junto a su hija, mientras él laboraba sin tregua.

Después de pensarlo cuidadosamente concluyó que era necesario otro tipo de recompensa, algo que realmente lo estimulara a seguir sosteniendo a aquella familia que se había convertido en la suya. Cuando estuvo seguro pidió un día de descanso adicional en su empleo, llegando de improviso a la casa en momentos que sabía que su mujer estaba aún trabajando, pero cuando era también probable encontrar a Mariana. Y no se había equivocado. Cuando llego a la casa, solo la niña estaba allí.

La muchacha, extrañada por su presencia inesperada, lo había saludado y se había ofrecido a servirle algo de comer. Él la miró. Lucía un humilde e infantil vestido de color rosado cuyo borde le llegaba un poco por sobre la rodilla, dejando a la vista la parte baja de sus delgadas piernas. Sus pies estaban cubiertos por unas cortas calcetas blancas y unos zapatos negros de charol. En el tiempo que llevaba en la casa, Pedro había visto convertirse a la cándida Mariana en una precoz adolescente. Ya sus incipientes senos eran notorias prominencias debajo de sus prendas y sus caderas habían adquirido ciertas curvaturas que hacían que cualquier hombre sintiera una punzada de deseo al verla caminar.

Él fue hasta el dormitorio de la muchacha y la llamó desde allí. Ella se presentó con una taza de café en las manos, la cual le ofreció al varón. Él tan solo dejó el recipiente con el líquido a un lado y se acercó a la joven.

-¿Qué pasa, Pedro? -Le había preguntado al notar que la situación era inusual.

-Nada, preciosa. -Le había contestado mientras le acariciaba los cabellos. -Solo que creo que ha llegado el momento de que tu padrastro te enseñe algunas cosas.

Entonces la había tomado por los hombros y la había arrojado violentamente hacia la cama. Inmediatamente se abalanzó sobre ella. Confundida al principio, la joven no tardó en darse cuenta de que estaba en un problema. Ya las manos del hombre recorrían sus piernas y manoseaban su piel debajo de la falda. Intentó zafarse, pero entonces el hombre respondió dándole una cachetada.

-Quédate quieta, cabrona. O te voy a dar una golpiza como nunca te han dado. -La amenazó, mirándola a los ojos.

La expresión de temor en el bello rostro de Mariana le dijo que había comprendido que hablaba en serio. Volvió a acariciarle la cabeza y entonces acercó sus labios a los de ella y le dio un beso. Primero la boca y luego descendiendo por su mejilla hacia su cuello, al mismo tiempo que iba abriendo los botones que descendían por la parte delantera del vestido. El hombre quedó asombrado al darse cuenta que la niña no llevaba sostén y que ahora sus juveniles senos, aun inmaduros, emergían por entre los bordes del vestido, invitándole a cernirse sobre ellos.

Así lo hizo. Aquellos pechos fueron tocados y saboreados por don Pedro, quien se demoró algunos minutos en esa labor, sabiendo que la suya era la primera boca que disfrutaba de ellos.  Y él mismo también, era la primera vez  que gozaba de los senos de una niña tan pequeña.

Todo en Mariana se veía, olía y se sentía limpio y puro. Al ir descendiendo encontró que la piel de su vientre era suave y lisa. Y más abajo, un calzón blanco también vino a recibir sus besos y caricias. Mientras su hijastra lloriqueaba, él le retiró la menuda prenda y entonces la joven quedó completamente desnuda y a su disposición. Un cuerpo de prístina belleza expuesto ante sus ojos. Una criatura de delgada figura y rostro encantador. Eso era lo que él iba a hacer suyo en unos momentos más.

Lentamente Pedro se sacó sus propias ropas. Se recostó al lado de la muchacha y volvió a tocarle los senos mientras que con la otra mano acariciaba su pubis. Ella intentó oponerse, pero una nueva cachetada, aún más dolorosa, la hizo desistir de cualquier resistencia.

-Esto te va a gustar, Mariana, créeme. -Le dijo.

-Noooo... -Contestó ella en un gemido patético.

-Sí, te va a gustar, y después me vas a estar pidiendo por más. -Afirmó él.

Aunque no era muy alto, él era mucho más robusto y corpulento que la niña. Con sus brazos cubría a la muchacha la que parecía una frágil mariposa atrapada entre las gruesas patas de algún horroroso arácnido. Y aquellos fuertes miembros se contrajeron y todo el cuerpo de la joven quedó en íntimo contacto con el de su padrastro. El vigoroso órgano del hombre se apoyó contra las nalgas de la muchacha y comenzó a restregarse contra ellas. Piel contra piel. La suavidad de la seda generando exquisitas sensaciones justo en el punto más sensible de su verga.

Al mismo tiempo sus dedos comenzaban a explorar la pequeña fisura de su entrepierna, constatando muy pronto que el sello de su virtud estaba intacto. Sí. Nunca lo dudo. Mariana era una niña alegre y despierta, pero al mismo tiempo obediente y respetuosa de su madre. Jamás la habría decepcionado de esa forma.

Sabiendo que aquel premio sería suyo ya no quiso esperar más. Se incorporó y separó las piernas de la menor. Las empujó hacia atrás, de modo que la joven vagina quedaba completamente expuesta a sus maniobras. Avanzó hacia el medio y ubicó la punta de su pene en el umbral del orificio. Su piel oscura contrastaba nítidamente contra la lozana blancura de la joven.

Inició la penetración deslizándose con calculada lentitud. La niña lloraba, pero interrumpió sus lamentos y contuvo el aliento cuando supo que estaba a punto de perder su virginidad.

-Aaa… -Fue su sutil gemido justo antes del final. Sus ojos eran dos enormes perlas negras que le miraban llenos de temor.

Entonces el varón arremetió y el sello fue violado, incapaz de defender las inmaculadas entrañas de la joven de aquel abrumador  ataque.

-Aaaaaiiiiiiiiiiiiii... aaaaaaaaaaaaaaiiiiiiiiiiii... -Había gritado la muchacha mientras el órgano masculino comenzaba a enterrarse en su carne.

-Ooohh... ohhh… ohhh... -Había gemido Pedro, comprendiendo que había consumado la desfloración de su hijastra y sintiéndose extasiado por ello. El sueño que había ido madurando en su mente durante tantas noches solitarias en la mina se había hecho por fin realidad.

Concluyó la primera penetración y descanso un momento apoyando todo su peso sobre el cuerpo que yacía bajo él. Podía sentir su respiración agitada y el llanto contenido. La miró unos instantes.

-Maríanita… mi putita linda. –Dijo y luego retrocedió. No completamente, solo un poco, antes de volver a empujar y hacer que Mariana volviera a gemir de dolor. Y así sucesivamente. Sus movimientos comenzaron a adquirir regularidad y velocidad a medida que la pequeña madriguera que ahora acogía a su inquieta verga comenzaba a dilatarse y a lubricarse.

Pedro fue capaz de soportar su creciente excitación por varios minutos mientras los llantos de la niña se apagaban. Pero finalmente se fue acercando al orgasmo y en el momento preciso prefirió sacar su verga y derramar su esperma sobre el abdomen de la muchacha. No quería plantar su semilla en el vientre de su hijastra. Mariana podía ofrecerle innumerables jornadas de placer si tenía cuidado. No pretendía arruinarlo todo tan pronto.

*          *          *

En efecto, su padrastro volvió a violarla la próxima vez que vino desde la mina. Y también la siguiente. Pero con el tiempo Mariana aprendió a rehuirlo. A no aparecer por la casa hasta que su madre volvía de su trabajo, y a no quedarse a solas con el hombre.

Y sin embargo, a veces él se las ingeniaba para lograr sus propósitos. Ella trataba de estar atenta. Sin embargo estaba indefensa frente a las maquinaciones de su padrastro. Una vez inventó que estaba enfermo en plena noche, haciendo que su madre saliera de improviso a comprar alguna medicina.

En otra ocasión la joven se había escabullido diciendo que tenía una actividad en la iglesia. Él la siguió y abusó de ella en un sitio abandonado que había en los alrededores.

Pero la mayoría de las veces era cuando simplemente llegaba de improviso, tras haber cambiado sus días libres o habiendo pedido permiso. Allí encontraba casi siempre a Mariana sola y procedía a consumar con ella sus perversas intenciones.

Durante los siguientes cuatro años Mariana tuvo que entregarse a su padrastro una docena de veces. Siempre cuidando de mantener el secreto, ambos jugaban al gato y el ratón. Ella huyendo muchas veces, pero él tendiendo trampas donde ella caía ocasionalmente.

Pero un día todo fue distinto. Mariana despertó en medio de la noche tras oír golpes y gritos provenientes del cuarto de su madre. Entonces Pedro apareció en su propia pieza y cerrando la puerta tras de sí se arrojó sobre la muchacha.

Allí, mientras la joven todavía podía escuchar los sollozos de su madre, el hombre volvió a violar a Mariana y esta vez dejó que sus líquidos se derramaran en su interior al mismo tiempo que prorrumpía en un potente bramido de gozo y triunfo.

Su madre había venido a verla más tarde, solo para hacerle entender que dependían del dinero de Pedro y que no tenían elección aparte de someterse a su voluntad.

Al día siguiente Mariana había tomado sus cosas y había huido de la casa. Veinticuatro horas más tarde estaba en la oficina de don Manuel, quien en ese mismo momento se convertiría en el segundo hombre de su vida.

*          *          *

Viernes 11:30 AM

Finalmente había llegado al final del camino. Frente a ella estaba la cabaña. Se aproximó y golpeó la puerta.

Esta vez fue don Manuel quien salió a recibir la comida. Paradójicamente se sintió aliviada. Descubrió que no quería ver a Clara, no quería saber nada más de ella y de las cosas que el hacendado estaba haciendo con la muchacha.

-Que bien que llegaste. Ya tenía hambre. -Le manifestó el. -¿Trajiste cervezas?

-Sí, puse unas cuantas en la bolsa. -Informó ella indicándole donde estaban.

-Perfecto. -Manifestó finalmente. Pero entonces detuvo a Mariana con un gesto.

-¿Si?

-Mañana me voy a la hacienda del alcalde, así que está noche será mi última noche con Clara. Quiero que sea algo especial, así que te espero acá como a las ocho. -Le ordenó. -Hace harto calor así que te quiero con el conjunto con las medias y las ligas blancas que te regalé. Y habla con Enrique o Tomasito para que te traigan. No quiero que llegues sucia o cansada. Te quiero bien bonita y lista para ayudarme a enseñarle a Clara algunas de las cosas que te he enseñado a ti.

-Sí señor. -Contestó ella tomando nota mental de los requerimientos de su jefe.

-Sí. Esta noche tú, Clara y yo vamos a tener una pequeña fiesta. -Le dijo mientras se le acercaba. Tomó el rostro de la joven entre sus manos y le dio un beso ardiente y apasionado, como aquellos que solía darle mucho tiempo atrás.

Ella regresó a la hacienda pensando en que de todas maneras prefería pasar la noche con don Manuel que en las manos de don Enrique.

  • *          *

Viernes 5:00 PM

La niña había ido a bañarse apenas había llegado a la cabaña. Regresó al cuarto limpia y perfumada, vistiendo tan solo su ropa interior de color blanco y sus calcetas de colegio. Don Manuel no puedo dejar de admitir que la muchacha se veía extremadamente sexy y deseable.

Él por su parte se había puesto solo un pequeño calzoncillo negro. La prenda ajustada hacia que el prominente bulto formado por su masculinidad se viera de verdad enorme.

De inmediato el varón tomó a la muchacha desde atrás y la cubrió con sus brazos, al tiempo que acomodaba su pequeño trasero de modo que ejerciera un suave masaje sobre sus genitales. Sus gruesas manos descendieron hasta la fina cintura de la joven con el objeto de guiar el exquisito movimiento de los glúteos femeninos. Pero no era necesario pues la colegiala lo estaba haciéndolo por sí misma, arqueando su espalda y levantando el trasero de modo de poder comprimir el miembro masculino contra su carne.

-Así me gusta, Clarita, como has ido aprendiendo lolita. -Señalo él sonriendo en respuesta a las deliciosas sensaciones que estaba experimentando.

Ella también sonrió con timidez. Sabía que ese hombre la había lastimado mucho, pero igual quería complacerlo. Y es que el cuerpo de Clara ya conocía el gozo y se había comenzado a acostumbrar a él. Por eso ahora reaccionaba con mucho más atrevimiento y deseo. Por eso tomó las manos del hombre entre las suyas y lentamente las llevó hacia abajo, hacia su entrepierna. Don Enrique pudo sentir la suave textura del calzón bajo sus dedos, y debajo aquellas formas que ya bien conocía. Pero esta vez era ella quien conducía sus caricias precisamente hacia su orificio vaginal. Allí los dedos de ella y de él se mezclaron mientras estimulaban aquellas partes del cuerpo femenino.

-¿Le gusto, don Manuel? -Pregunto ella.

-Claro que me gustas, Clarita. -Confirmó él.

-¿Y me desea?

-Claro que te deseó. –Afirmó don Manuel.

Animada por las respuestas de don Manuel, la muchacha se deslizó hacia abajo. Se dio vuelta de modo que quedó sentada sobre sus propias piernas, y con sus pequeñas manos apoyadas sobre las gruesas piernas del varón, un poco por sobre las rodillas. Se acercó  de modo que el abultado calzoncillo del hombre quedo a escasos centímetros por sobre su cabeza. Comenzó a acariciar las peludas piernas de don Enrique.

La niña levantó el rostro, mirando hacia arriba con ojos bien abiertos y una expresión tímida e inocente. Se incorporó sobre sus rodillas sin apartar su mirada de la cara del hombre, pero sus manos subieron hasta encontrar los bordes del calzoncillo y comenzaron a tirarlo hacia abajo. Súbitamente la enorme verga salto libre hacia adelante, tiesa y apuntando hacia la muchacha.

-Don Manuel, ¿me da permiso para darle una mamada? -Pidió ella con una pícara sonrisa en sus labios.

-Solo si me los suplicas. -Contestó él.

-Don Manuel, se lo suplico. Se lo ruego, déjeme darle una mamada. -Dijo ella estirando sus manos hacia el enorme falo.

Hizo que la suave piel del prepucio se deslizara hacia atrás, dejando totalmente expuesto el enrojecido glande.

-Te doy permiso. -Respondió él.

La niña adelantó su cara y prolongó la punta de su lengua hasta tocar con ella la parte inferior de la cabeza. Mientras tanto con sus manos siguió masajeando la base de la verga.

La joven muchacha parecía tan frágil y desvalida allí, hincada debajo suyo, pensó don Manuel. Si, totalmente sometida a él. Pero al mismo tiempo se le veía tan segura, tan valientemente decidida a apaciguarle con sus caricias, finalmente dispuesta a dar todo de sí para saciar sus incontenibles apetitos.

Y lo estaba logrando, porque él ya había cerrado los ojos y respiraba hondo, y con una sonrisa en su rostro que demostraba su intensa satisfacción.

-Hummmm... -Fue su única exclamación cuando por fin los jóvenes labios de Clara se cerraron sobre la sensible superficie de su pene. Repitió lo mismo cuando ella comenzó a hacer vacío y a apretar la punta de su órgano contra las paredes de su cavidad bucal. Un poco hacia dentro, un poco hacia afuera, la niña realizaba la labor con un ritmo perfecto.

Durante varios minutos ella siguió administrando a don Manuel aquel delicioso tratamiento. Pero finalmente, cansado, él se separó un poco y se sentó en el borde de la cama.

-Ven acá. -Le dijo señalando sobre sus propias piernas.

Ella fue hacia él y se ubicó donde le indicaban. Podría haber sido una tierna nieta en el regazo de su abuelo. Solo que él estaba desnudo, y ella cubierta solo por unos escasos trozos de tela. Solo que las manos de él acariciaban los muslos de la muchacha demasiado arriba. Solo que ella no solo apoyaba su cabeza contra el pecho del maduro varón, sino que además besaba y lamia esmeradamente la piel masculina.

De pronto don Manuel tomó el sostén y con fuerza tiró de él hasta que el broche cedió y pudo arrojarlo lejos. Ella cerró sus ojos apenas él empezó a lamer los delicados frutos de su feminidad. Entre los suaves chasquidos de su lengua don Manuel expresaba con roncos murmullos su complacencia.

-Mmmm... mmmm... mmmm... –Murmuraba el varón

-Aaaaaiiii... aiiiii... don Manuel... aiiii, don Manuel... -Respondía ella.

Por largo rato el hacendado lamió aquellos pechos y chupó y mordió los apetitosos pezones. Luego sus labios descendieron por la curvatura de los senos y saboreaban la piel sobre las costillas y el abdomen, para luego volver arriba. El cuello y los hombros de la joven, y de nuevo sus preciosos senos.

Simultáneamente levantó la cintura de la colegiala y empezó a sacarle el calzón, el cual se deslizó por debajo del tierno trasero juvenil, para salir limpiamente entre sus piernas. La muchacha quedó suspendida en los brazos del varón, pero poco a poco él la fue bajando hasta quedar de nuevo apoyada sobre las piernas. Piel contra piel, ahora la gruesa verga quedó bajo el escaso peso de la niña, pero presionando hacia arriba, disfrutando del contacto directo con las jóvenes nalgas de la adolescente.

Acunándola entre sus brazos como si fuera un bebe, el hombre se permitió unos segundos para contemplar su situación, como queriendo grabar cada detalle de aquella excitante escena en su memoria. Entonces se levantó aun cargando a la quinceañera y avanzó hasta la pared, haciendo que la espalda de Clara se apoyara contra la pared, mientras la tomaba del trasero y hacia que sus piernas se abrieran. Ella cruzó sus brazos rodeando el cuello del varón y afirmó sus rodillas contra los costados de su grueso abdomen mientras le daba besos en el cuello.

Abajo el grotesco miembro buscaba el lugar donde insertase y cuando por fin lo encontró, él empujo hacia arriba. Clara lo ayudó bajando un poco, de modo que el pene,  subiendo desde abajo, comenzó a penetrar en su interior. Entonces las piernas de ella se abrieron totalmente y todo el peso de la muchacha descansó sobre las gruesas manos del varón que la sostenía desde sus nalgas. Sin mucho esfuerzo don Manuel la hacía subir y bajar, al tiempo que la apretaba contra la pared.

-Aaaaayyyyiiii.... Don Manuel, aaaaaayyyyiiii... ahhhhyyyiiii... Don Manuel, ahhhhyyyyiiii... -Gritaba la joven cada vez que el falo varonil volvía a enterrarse en ella.

Y cuando él se detenía para recuperar fuerzas, era ella quien comenzaba a empujar hacia abajo, impidiendo así que se cortara el ritmo del coito.

-Deme más, don Manuel, ahhh...  más, se lo suplico... ahhh... –Rogaba ella mirándolo con los labios fruncidos, la frente perlada de sudor y una expresión de incontenible deseo.

Luego de algunos minutos de seguir en lo mismo, él se dio vuelta, buscando descansar contra la pared. Ella seguía sosteniéndose de su cuello y él la aferraba desde sus glúteos. Todo ello mientras el engrosado órgano desaparecía una y otra vez dentro del delicioso sexo de la adolescente.

Sin separarla de si, don Manuel llevó a la joven hasta la cama y juntos descendieron sobre las sábanas, abrazados y sin detener en ningún momento la penetración. Una vez allí la joven levantó lo más que pudo su cadera, facilitando la penetración. Una, dos, tres veces, y ella ya no aguanto más.

-Aaaaayyyyyiiiiii... Don Manueeeeeeeeeeelllllll... Aaaaaaaahhhhhhyyyyyiiiii...

Él, excitado por los desaforados gritos de la muchacha, empujó lo más que pudo y se dejó arrastrar por un intenso orgasmo. En pocos segundos todo había terminado. Él arrojado sobre la cama, ella a un lado respirando hondo y con sus brazos y piernas separados. El semen del hacendado brotaba desde la enrojecida abertura de la entrepierna femenina.

*          *          *

Viernes, 20:00

Por supuesto prefirió hablar con Tomasito. Cubriéndose solo con una bata, bajo al cual traía puesto las vestimentas que don Manuel había solicitado, Mariana viajaba a bordo de la destartalada camioneta mientras el hombre conducía sin siquiera intentar mirarle de reojo. Que cortes y gentil era Tomasito, pensó la mujer. Ojala todos los hombres fueran como él. Entonces ni ella ni Clara habrían tenido que sufrir tan terribles desventuras.

Cuando por fin llegaron a la cabaña solo pudo descubrir cierta expresión compasiva en el humilde empleado. Ningún intento por mirarle partes de su cuerpo, ningún signo que pudiese interpretar como envidia por la suerte de su jefe que esa noche gozaría de dos jóvenes y hermosas mujeres. Se preguntó si acaso el hombre era homosexual, pero rechazó el pensamiento de inmediato. No. Era solo que Tomasito era un hombre bueno, como pocos que existían por entonces.

Se bajó del automóvil y se dirigió hacia la vivienda. Antes de llegar ya don Manuel le había abierto la puerta. Traía puesto un pantalón corto de color azul y una remera blanca sin cuello ni mangas, y en sus manos sostenía una lata de cerveza. Más atrás estaba Clara. La niña también estaba de blanco; llevaba un menudo vestido que le llegaba hasta la mitad de sus muslos y amarrado con una coqueta cinta roja que remataba en un nudo en su espalda. Sus delicados pies de niña estaban envueltos en unas calcetas cortas y zapatos de charol. Como envuelta para regalo, pensó, y supo que su idea no estaba muy lejos de la realidad.

-Bienvenida Mariana. Estábamos esperándote para que te unieras a nuestra pequeña fiesta. -Le dijo el hombre.

-¿Señor? -Interrogó Clara mirando confundida. Así supo Mariana que la joven también había estado bebiendo, quizás obligada por don Manuel.

-Si  lolita. Esta noche la vamos a disfrutar los tres. Ya verás que lo vamos a pasar muy bien.

*          *          *

José se mantuvo quieto y en silencio, escondido entre las sombras, observando como don Manuel entraba en el dormitorio y se instalaba en la cama. Tras él venía Clara, y se sorprendió al ver a Mariana también allí, junto a la muchacha. Ambas lucían estupendas, como castas doncellas listas para ser ofrecidas en sacrificio a algún execrable demonio.

-Sácate la bata. -Escuchó que don Manuel le decía a Mariana.

La mujer dejó que la prenda que la cubría cayera al suelo revelando las exquisitas curvas de su anatomía. Un mínimo conjunto de ropa interior blanca resaltaba sus senos y su trasero, perfectos en su contorno y textura, generosos en su tamaño, gráciles en sus movimientos. Más abajo unas medias y una liga, también blancas, les daban una apariencia extremadamente sensual a sus piernas.

-Es hermosa, ¿no es cierto Clara? -Le preguntó el varón a la colegiala.

-Sí señor. -Contestó ella mirando con un poco de vergüenza la espléndida figura de Mariana.

El hacendado se aproximó a su empleada y sin mayores rodeos la tomó por la cintura y la besó en la boca mientras que con sus manos exploraba sin ningún pudor las redondeadas nalgas de la joven. Ella abrazó al varón y levantó una de sus piernas apoyándola en su voluminosa cintura.

-Mira con atención Clara. Mira como lo hace una puta con experiencia. -Comentó don Manuel, mirando de reojo a la quinceañera mientras sus labios descendían a lo largo de delgado cuello de Mariana.

Las caricias del terrateniente subían por su muslo hasta los glúteos, jugueteando por arriba y por debajo del minúsculo calzón, que por detrás era apenas un hilo de seda,  recorriendo la hendidura anal en toda su extensión y aventurándose hacia adelante en busca de aquel otro orificio, el mismo que durante tres años le había dado tanto placer y satisfacción.

Por primera vez José reparaba en la despampanante belleza de Mariana. Allí, en manos de su jefe era todo erotismo y sensualidad. Pero refrenó sus pensamientos sintiendo como si traicionara con ellos al amor de su vida, a Clara, que también contemplaba la escena con evidente ofuscación.

-Ahora tu Clara. Ven acá.

La convocada se acercó a la pareja y fue envuelta por uno de los brazos del varón que la atrajo hacia sí. Ambas muchachas permanecían ahora una junto a la otra,  frente a don Manuel.

-Bésense. -Ordenó.

-Don Manuel, es solo una niña. -Protestó Mariana.

-Bésala, o se van a arrepentir las dos.

-Está bien Mariana... -Aceptó la más joven, estirando su cuello y abriendo su boca.

Mariana se acercó hasta que los labios de las dos jóvenes se tocaron. Mientras tanto don Manuel había comenzado a hurgar bajo el vestido de Clara,  de modo que mientras ellas se besaban él tenía sus manos ocupadas disfrutando de los dos traseros femeninos.

Allí, mientras permitía que los tímidos labios de la niña se fundieran con los suyos Mariana pudo sentir la desazón y el nerviosismo de Clara e inesperadamente aquello la estimuló. Tuvo que hacer un esfuerzo para refrenar el repentino deseo de introducir su lengua en la boca de la quinceañera. Nunca antes había sentido atracción por otra mujer, pero la belleza y la juventud de Clara, sumado a la sumisión con que obedecía las órdenes del hacendado hicieron que surgiera en ella el interés de protegerla, de acunarla en sus brazos, y de guiarla en un caminar juntas hacía el éxtasis. Tales eran los sentimientos y emociones que la quinceañera había despertado en ella en tan solo unos instantes y casi podía comprender la razón de porque el miserable José había llegado a enamorarse de aquella muchacha y de porque don Manuel no había dudado en hacerla suya apenas tuvo la oportunidad. Intentó imaginar por un momento como sería ser hombre y hacerle el amor a aquella criatura, y supo que debía ser algo de veras sublime. Pero todos aquellos pensamientos quedaron para sí misma y fueron interrumpidos cuando el hacendado le desabrochó el sostén dejando sus senos a la vista.

-Tócaselas, Clarita. -Le indicó don Manuel a la colegiala.

La interpelada miró con una expresión de súplica y desesperación, primero al hombre y luego a Mariana.

La mujer asintió levemente con la cabeza y entonces la niña alzó sus brazos y dirigió sus manos hacía aquellos maduros y turgentes frutos. Los temblorosos dedos de la joven se deslizaron suavemente a lo largo de la sedosa superficie, apenas rozándola. Eran por cierto lo primeros pechos femeninos que tocaba, a excepción de los suyos propios, y no pudo evitar compararlos. Los de Mariana eran más grandes y carnosos, y el tono de la piel era más bronceado, no tan pálidos como los suyos. Los pezones eran más grandes y sintió un irresistible deseo de apretarlos.

Entretanto don Manuel se había sentado en el borde de la cama y había metido una de sus manos dentro de su pantalón, dedicándose a masajear su miembro mientras observaba a las mujeres.

-Ahora chúpaselas. -Le ordenó.

Esta vez la niña tuvo que agacharse un poco para quedar a la altura requerida. Por un segundo miró hacia arriba, encontrándose de nuevo con el rostro de Mariana, quien con un signo le hizo saber que podía proceder.

Primero habían sido sus gentiles caricias y ahora el tibio contacto de sus labios y de su lengua recorriendo con la mayor delicadeza la sensible piel de sus senos. Tan distinto era aquello a la forma en que don Manuel solía hacer uso de su cuerpo. Clara actuaba llena de temores y de inseguridad, avergonzada de sí misma y de lo que se veía obligada a hacer. No podía negar que aquello le excitaba y sus pezones reaccionaron ante aquellos estímulos, parados y duros, buscando la boca de la quinceañera. Un estremecimiento de placer recorrió su ser cuando Clara comenzó a succionar de ellos.  Instintivamente la veinteañera comenzó a acariciar los cabellos de Clara, como intentando recompensarla por su dedicación.

-Bájale el calzón, Clara. -Interrumpió el hacendado rompiendo aquel mágico momento. Don Manuel se había  bajado los pantalones y siempre sentado amasaba suavemente su órgano.

Afuera José hizo lo mismo, con la cremallera abierta y su pequeño miembro asomando a través de ella, mientras Clara se hincaba y tiraba hacia abajo la prenda interior de Mariana. Por instrucciones de su empleador la joven se afeitaba con frecuencia la entrepierna por lo que no era posible apreciar ninguna brizna de vello. Era como el capullo de una niña,  tal como le gustaban al varón.

-Sabes lo que quiero que hagas ahora, ¿no es cierto Clarita? -Preguntó el hombre cuando el calzón estuvo por fin en el suelo.

Clara lo miró con desazón.

-¿Chupársela? -Intentó en voz vacilante.

-Eso mismo. Quiero que se la chupes con las mismas ganas con que me lo haces a mí. -Confirmó el terrateniente. -Van acá Mariana. Siéntate, abre tus piernas y disfruta. Ya vas a ver que rico que chupa esta chiquilla.

Mariana se colocó al lado de don Manuel, separando sus piernas para que Clara pudiese  ponerse en medio de ellas.

La más joven de las mujeres se hincó delante de la mayor, cabizbaja y sin atreverse todavía a mirar lo que tenía frente a ella. También era la primera vez que otra mujer le mostraba su sexo y se sonrojó. Mariana la vio dudar y eso mismo la hizo desear que pronto comenzara a cumplir con las órdenes recibidas. Se sentía culpable por tener esos pensamientos, pero no podía evitarlo. Don Manuel tenía razón. La muchacha era preciosa, un capullo recién floreciendo y cuya belleza era capaz de cautivar incluso a ella, que jamás habría creído que algún día iba a sentirse atraída por otra mujer, menos por una niña.

Entonces que sintió las manos de la colegiala tanteando entre sus piernas, y luego, su húmeda lengua lamiendo el exterior de su vulva.  Fue en ese momento que Mariana pensó en que quizás tras las opacas cortinas de la habitación se hallaba José, observando a su enamorada intimando con otra mujer. Se preguntó acerca de lo que pensaría el muchacho; ¿rabia, celos, envidia? No había forma de saberlo. Solo esperaba que no la odiara por ello.

*          *          *

Viernes 9:00 PM

No la odiaba. José estaba demasiado absorto en el apabullante erotismo de la escena como para pensar en ello. La desnudez de Mariana lo tenía fascinado, al igual que la sumisa actitud con que Clara obedecía las ordenes de don Manuel. En sus manos mantenía atrapado su erecto miembro como prueba indiscutible de su alto grado de excitación.

Y no era el único. Mariana había comenzado a resoplar y emitir entrecortados quejidos, incapaz de seguir fingiendo que nada estaba pasando. La lengua de la colegiala había comenzado a juguetear con su clítoris, con suavidad y delicadeza, estimulándola en la justa medida como para que muy pronto la mujer se viera sumergida en una lenta pero irresistible marea de éxtasis.

Clara no solo estaba sorprendida por las reacciones de Mariana, sino también por la suya propia. Ella misma se estaba sintiendo cada vez más excitada y con una de sus manos comenzó a acariciar su propia entrepierna mientras que con su boca se esmeraba por satisfacer todavía más a la otra mujer.

-Mariana... -La llamó don Manuel.

Clara se detuvo de inmediato.

-¿Si señor? -Respondió la mujer.

-Tu turno.

Mariana miró por un instante al hombre y luego se incorporó.

-Ven Clara. -Le indicó a la más joven haciendo que intercambiaran posiciones.

Ella obedeció y quedó sentada en la cama, con los pies cayendo por el borde. Mariana se agachó y con ternura puso sus manos sobre sus muslos. Lentamente comenzó a subirle el vestido, descubriendo sus delgadas piernas y luego también su pequeño calzón de color blanco.

Si tenía que hacerlo lo haría bien, no solo para retribuir la gentileza con que la niña la había tratado, sino también porque tenía la esperanza de poder ofrecerle a la niña algo distinto del sexo brutal y abusivo que estaba segura que era lo que don Manuel le daba.

Con mucho cuidado fue sacando la prenda, encontrando ante ella el sexo menudo y lozano de una adolescente. Uno como el que ella misma había tenido años atrás pero que ahora ya mostraba los signos del paso del tiempo y del uso a veces excesivo al que había sido sometido.

Fue entonces que don Manuel decidió empezar su participación en el trío. Se puso detrás de Mariana e introdujo su enorme verga en la humedecida vagina de su empleada.

-Aaaaahhhhhhh... -Gimió la mujer a sentir como aquel trozo de carne atravesaba sus entrañas mientras su cuerpo se arqueaba golpeado por un irrefrenable espasmo de puro placer.

-Dale a la mocosa mientras yo te doy a ti. -Le ordenó el hacendado.

Ella comenzó a lamer el tierno capullo de Clara al mismo tiempo que recibía las estocadas de don Manuel.

*          *          *

Después de un rato don Manuel se separó de Mariana y se subió a la cama, encaramándose sobre la otra muchacha.

-Ahora dame una mamada, mi niña. -Le dijo a Clara, sentado sobre ella y con su mojado miembro puesto justo sobre la boca de la quinceañera. Ella tuvo que levantar un poco su cabeza,  y aunque le era difícil respirar con el enorme peso del hombre sobre ella se esmeró en cumplir las instrucciones. Todo ello mientras Mariana seguía estimulando su vagina.

Clara no pudo dejar de pensar que aquel órgano acababa de estar dentro de Mariana y que todavía debía estar cubierto de los jugos de la mujer. En efecto, le pareció que tenía un gusto diferente al que estaba acostumbrado. Si, acostumbrada. Estaba acostumbrada al pene de don Manuel y creía conocer ya cada una de sus gruesas venas, cada una de sus manchas y granos. Y conocía todo lo necesario para hacerlo explotar de gozo. Si, él había preferido su boca entes que el capullo de Mariana, y no le decepcionaría.

-Mmmmm... -Resopló el hombre al sentir las tibias caricias sobre su miembro.

-Mmmmm... -Repetía la joven al recibir por su parte las lamidas de Mariana.

El trío parecía moverse y gemir al como un solo cuerpo entregado al placer de la carne, y afuera José solo podía conformarse con observar todo aquello, con su pene vibrando entre sus manos, casi a punto de estallar.

-Cambiemos Mariana, que quiero metérselo.

-Sí señor. -Dijo ella.

Pero esta vez don Manuel hizo que su empleada se pusiera mirándolo a él, con su sexo reposando justo sobre la boca de la niña. Le levantó las piernas a la quinceañera y procedió a penetrarla. Su verga se deslizo con extraordinaria facilidad en el interior de la colegiala, ayudado por lo lubricado del conducto fruto de la excitación de la muchacha y del trabajo de Mariana.

-Aaaahhhhh... -Se quejó Clara.

-Siii... -Contestó el hombre, acomodando su miembro dentro de la colegiala. -Ahora chúpaselo, Clarita.

Ella extendió su lengua y con ella recorrió el sexo de Mariana. Al mismo tiempo don Manuel acariciaba los senos de su empleada y pujaba penetrando una y otra vez a la quinceañera.

De nuevo los tres no tardaron en sincronizarse; el corpulento varón era el director de la orquesta y las mujeres respondían armoniosamente a los enérgicos compases dictados por él. Y esta vez el hombre no claudicó. Mientras sus manos y su boca disfrutaban de Mariana, su pene poseía a Clara. Dos preciosas muchachas entregadas a él y conduciéndole al éxtasis.

Cuando ya no pudo soportar más, el hombre tomó a Mariana de la cintura y la atrajo hacia él, dándole un beso en la boca mientras eyaculaba dentro de Clara.

-Aaaaayyyyyy... -Gritó la colegiala desde abajo al sentir los tibios fluidos en su interior, lo cual le hizo alcanzar también el orgasmo.

*          *          *

José tampoco pudo aguantar más y terminó expulsando su semen sobre la pared exterior de la cabaña. Se limpió como pudo y se arregló los pantalones.

Antes de partir de regreso volvió a mirar por la ventana solo para ver como don Manuel mantenía a las dos mujeres entre sus piernas y haciendo que le lamieran el pene y los testículos. El muchacho no dudaba que con ese tratamiento su verga pronto estaría en condiciones de volver a disfrutar de los exquisitos sexos de aquellas dos criaturas.

Se alejó de la ventana y emprendió su camino en medio de la noche. Sus pasos eran lentos y desganados. Se sentía extrañamente vacío por dentro, insensible y ajeno. Estaba acostumbrado a la amarga pero deliciosa excitación que le provocaba ver a Clara sometido a los caprichos de un hombre mucho más fuerte y mucho más viejo que ella. Pero incluso esa sensación estaba ausente ahora. No había tristeza ni pesar. Tampoco libido ya que este se había extinguido en él tras su copiosa eyaculación.

Quizás, pensó, fue ver a Clara dedicada a complacer no solo a don Manuel, sino también a Mariana Comprender que de verdad ella quería hacer feliz a aquel desgraciado, y para ello estaba dispuesta incluso a compartirlo con otra. Ver como ella se entregaba tan totalmente a él y a todos sus caprichos. Descubrir que la niña se había convertido en cómplice de su propio violador.

Ya no quedaba mucho para él. Y sin embargo aún podía encontrar algo de consuelo en saber que al menos alguien había podido recibir y disfrutar plenamente de la temprana sexualidad de Clara. Ese alguien era don Manuel, y cada vez que viera al hombre sabría que él sí pudo gozar de aquel fruto que siempre estuvo prohibido para él.

Hundido en estas oscuras reflexiones, José recorrió la ruta que tan bien ya conocía, desde la escondida cabaña en medio del bosque hasta la casa de sus padres.

*          *          *

Viernes 10:00 PM

-Mañana en la noche, ¿eh? -Le preguntó Humberto.

El hombre era uno de los pocos en que podía confiar para que las cosas se hicieran bien en la hacienda. Don Enrique le tenía en gran estima y apenas supo que podría disfrutar de la pequeña Clara decidió que sería bueno compartirla con él.

-Sí. Ya te dije. -Le confirmó. -Toda la noche así que dile a tu señora que tienes trabajo en el riego o lo que se te ocurra.

-¿Y de que se trata? ¿Putas?

-Una putita de lujo. Créeme. Lo mejor de lo mejor.

-Si es como dice jefe, entonces no quiero perdérmelo. -Contestó el subordinado.

-Así me parece. -Indicó el capataz.

Sí, se dijo don Enrique. Tenía todo planeado para el día de mañana. Primero sería él mismo por supuesto. Pensaba empezar a disfrutar de la muchacha apenas se fuera don Manuel.

Luego, a media tarde iría a buscar a su sobrino. Le había dicho que lo necesitaba para un trabajo y él había aceptado. Sería una sorpresa para el muchacho. ¿Quién sabe si quizás todavía era virgen? No lo creía, pero si acaso era así era hora de arreglar ese problema.

Y finalmente en la noche llegaría Humberto. Entonces serían los tres contra la pobre Clarita.  Sí. Casi no podía esperar porque llegará el momento de ver a la hija de doña Ana María ensartada por tres penes. Sería todo un espectáculo.