LA CERVATILLA Y EL CAZADOR. Parte 5

OJOS EN LA NOCHE: Quinta parte de la historia que relata las desventuras de Clarita en aquella semana que le cambió su vida para siempre. Historia ambientada en los años 90’, en algún país latinoamericano cualquiera.

CAPITULO V

Ojos en la Noche

Miércoles 7:00 AM

La muchacha despertó al sentir el contacto de las ásperas manos del hombre sobre su rostro.

-Despierta, Clara. Tu desayuno te está esperando. -Le dijo. Ambos estaban desnudos en la cama, tapados tan solo por una sábana blanca. El aire fresco de las primeras horas de la madrugada entraba por las ventanas abiertas. Era un día hermoso. Y para don Manuel no había mejor manera de empezarlo que haciendo que una hermosa quinceañera le diera una buena mamada.

La niña se metió debajo y buscó hasta encontrar un volcán que, en efecto, ya estaba listo para hacer erupción. Recordando lo que habían hablado el día anterior, Clara de nuevo ofreció a don Manuel lo mejor de sí, lamiendo esmeradamente cada milímetro del enorme miembro, y también dedicándose a sus testículos y a la piel que circundaba estos órganos. Luego introdujo el pene en su boca y comenzó a moverlo dentro de ella, presionándolo entre su lengua y su paladar, o contra las paredes de sus mejillas. Todo era placer para don Manuel, quien extendido sobre el lecho y con brazos y piernas separados, permitía que la muchacha hiciera con su verga todo lo ella quisiera.

Los movimientos pélvicos de don Manuel le indicaron a la niña que ya faltaba poco. Intentando complacer al hombre aumento la intensidad de su trabajo. En un momento él la tomó por la cabeza y la obligó a detenerse. Entonces él alcanzó el orgasmo.

Atrapada por don Manuel, y con la enrome verga aun en su boca, intento tragar los líquidos, pero no pudo. Se atragantó y se fue para atrás, tosiendo y botando el semen que don Manuel había depositado en ella. Cuando terminó de toser, el hombre se había incorporado al lado de ella. Su mano se levantó y le propinó una senda bofetada.

-Estúpida. -Le dijo. Nunca más, nunca más, vuelvas a escupirlo.

-Pero señor… -Comenzó ella, pero se detuvo cuando el puño de don Manuel fue a estrellarse en la base de su estómago. La sorprendió desprevenida y el dolor fue terrible. Se dobló sobre si misma sin poder contener lágrimas.

-Para que aprendas, pendeja malcriada. -Dijo él parándose al lado del camastro. La niña permaneció tendida en posición fetal, aun  adolorida.

-Ahora arréglate que muy pronto va a llegar Enrique para llevarte a la escuela. -Le informó -Te vas a portar muy bien en la escuela, y le dirás a tus profesores que estuviste enferma y por eso no pudiste ir ayer. ¿Entiendes?

-Sí señor. -Le aseguró ella, todavía resentida.

-Y ya te lo advertí. Si se te ocurre hablar con tus profesores o tus compañeros sobre nuestro, te vas a arrepentir. ¿Entiendes?

-Sí señor. -Volvió a contestar ella.

Por supuesto ella tampoco tenía intención de decir nada. No había nada que contar. Lo único que quería era que esos días pasaran rápido y luego olvidarlos tanto como fuese posible. Y tampoco quería lastimar a su madre. No. En unos días más ella partiría y todo eso terminaría. Y era mejor que nadie supiera nada.

Se incorporó para dirigirse al cuarto del baño, donde no olvidó ingerir una de las pastillas que le había facilitado Mariana. Él, en cambio, volvió a la cama para seguir durmiendo.

*          *          *

Miércoles 8:00 AM

-Qué suerte que tiene el patrón. -Le comentó don Enrique mientras iban en la camioneta en dirección a la escuela. -Una hermosa pendeja cero kilómetro para meterle la verga por toda una semana. ¿No te gustaría probar la mía? Te aseguro que es mejor que la de don Manuel.

Ella no contestó pero se removió en su asiento, apretándose contra la puerta, intentando estar lo más alejado posible del lascivo capataz.

-En serio. Podemos hacerlo rapidito para que no llegues tarde a clases, y el jefe nunca lo sabrá. -Insistió él alargando su mano y poniéndola sobre la rodilla de Clara.

-¡No! -Gritó ella retirando. -Déjeme acá que me voy caminando.

-Está bien. No tienes para que ponerte así. -Concedió él retirando su mano. -Lo dejaremos para otra ocasión.

Continuó conduciendo, dirigiéndose a toda prisa hacia el pueblo. Pero no podía dejar de mirar de reojo a la deliciosa criatura que iba sentada a su lado. Sí. Don Manuel tenía una suerte increíble. Primero había gozado desvirgando a aquella dulce criatura y ahora seguía jodiendo con ella, saciando toda su lujuria con aquel cuerpecito de ángel. Y a él, que trabajaba incansablemente por su patrón y por la hacienda, a él no le había tocado nada. Que injusta era la vida.

Pero quizás todo ello era la oportunidad que había estado esperando. Tal vez ahora si podría hacer suya a la hermosa Mariana. Ahora que don Manuel tenía una nueva favorita podría permitirle hacer uso de la otra. Solo tenía que saber jugar sus cartas.

Estaba hundido en aquellas reflexiones cuando se percató de que ya estaban cerca del colegio.

-Bájate aquí, que don Manuel no quiere que te vean conmigo. -Le ordenó. -A la tarde te espero aquí mismo para llevarte de vuelta a la hacienda. ¿Entendido?

-Sí señor. -Afirmó ella descendiendo rápidamente y encaminándose al recinto educacional.

Don Enrique estaba por marcharse de regreso a la finca cuando le golpearon la ventanilla del vehículo.

-Buenos días tío. ¿Cómo está? -Le saludó Armando desde afuera, enfundado en su uniforme escolar, con la camisa afuera y la corbata corrida.

-Bien sobrino. -Le contestó abriendo la puerta para estrechar la mano del joven. -¿Y tú?

-Bien, gracias. -Respondió. -La niña con que venía con usted era Clara, ¿no es cierto?

No había caso en negarlo, pensó don Enrique. Supuso que podía confiar en su sobrino.

-Sí. ¿La conoces?

-Si claro. Es un bombón. -Aseguró.

-¿Te gusta? -Preguntó preocupado.

-O sea, no me molestaría darle una probada, si es a lo que se refiere. Pero usted sabe, yo no soy de los que se enamoran o esas cosas.

Que bien, se dijo don Enrique. Sí. El muchacho era un sinvergüenza y no había riesgo de romperle el corazón si le permitía saber la verdad.

-Bueno sobrino. Pues lo lamento, pero en este caso te vas a tener que quedar con las ganas.

-¿A qué se refiere tío?

-Lo que te voy a contar es un secreto y no se lo puedes decir a nadie, ¿me entiendes? -Le explicó el capataz.

-Por supuesto tío.

-Lo que pasa es que a esa pendejita se la está jodiendo don Manuel. Es su nueva putilla, ¿entiendes?

-¿En serio? -Preguntó incrédulo. -Y tan santurrona que se hace la muy puta.

-Para que veas, Armando. Las apariencias engañan.

-Así parece, tío.

-Bueno. Ya lo sabes y lo mejor es que no te metas con ella. -Le advirtió. -Y ya te dije, no le digas a nadie sobre esto, que don Manuel no quiere tener problemas después.

-Si tío, no se preocupe.

-Muy bien. Ahora tengo que irme, Armando. Nos vemos. -Se despidió don Enrique cerrando la puerta y encendiendo el motor.

Armando se quedó pensativo mientras se dirigía a la escuela. ¿Quién lo iba a decir? Incluso había llegado a creer que Clara podía ser pura y casta, y resultaba ser que era una verdadera devoradora de vergas. O al menos se devoraba la de don Manuel. Las sorpresas de la vida. ¿Y qué iba a hacer al respecto? Su tío le recomendaba mantenerse al margen. Pero él tenía otra opinión. Ahora que sabía la verdad sobre Clara, una verdad que estaba seguro que ella no estaba interesada en que se difundiera, quizás pudiera conseguir algunos pequeños favores de su parte. Ya se vería.

*          *          *

Miércoles, 10:00 AM

José quedó sorprendido de ver a Clara en la sala de clases. De madrugada había pasado por la casa de su amiga, pero de nuevo Tomasito le habían explicado que la joven no iría a clases y tampoco le dejó verla. Esta vez él no había insistido, sabiendo que allí estaba pasando algo muy extraño.

Solitario y confundido había partido hacia el colegio con su mochila a cuestas y también muchas preguntas sin respuesta. En algún momento había sido sobrepasado por una camioneta con don Enrique al volante, pero él estaba demasiado ocupado con sus propios pensamientos como para percatarse de la hermosa acompañante del capataz.

Ahora que volvía a verla hubiese querido hablar de inmediato con la muchacha, interrogarla acerca de su enfermedad y sobre el enigmático comportamiento de Tomasito. Pero tuvo que esperar hasta el recreo para tener la oportunidad de acercarse a su enamorada.

-Hola. ¿Cómo has estado? - Le preguntó con alegría.

-Bien. -Fue su escueta respuesta.

-Me dijeron que estabas enferma. -Insistió él.

-Ya estoy bien. Gracias. -Contestó la muchacha dándose la vuelta y alejándose en dirección a los baños.

José quedó pasmado. Nunca antes Clara lo había tratado con esa frialdad. Era como si de pronto le desagradara su presencia. Se sintió desalentado y sin saber qué hacer.

Fue entonces que una pesada mano lo tomó de los hombros por detrás.

-Sí que esta buena tu amiga, pendejo. -Escuchó la voz de Armando. -Y qué bueno que se apareció. Porque le tengo preparado un regalo que le va a gustar mucho.

José se dio vuelta, encarando a su oponente.

-Deja de molestarla. -Se atrevió a decir.

Armando lo tomó por la camisa y lo atrajo hacia sí.

-¿Y si no quiero?

-Deja de molestarla, o te vas a arrepentir. -Lo amenazó.

-Ah, ¿sí? -Dijo Armando. Entonces golpeó a José en el vientre, con toda su fuerza. El muchacho se dobló de dolor, cayendo al suelo.

-Quizás te invite a mirar cuando me la joda, pendejo. -Dijo Armando mientras se alejaba.

*          *          *

Miércoles 13:00

Querido diario:

¡Que guapo que es Harry Moreno! Tú sabes, mi cantante favorito. Hoy me compré un póster de él y lo he pegado de inmediato en la pared. ¡Se ve espectacular! A pecho descubierto, con el pelo mojado y tocando la guitarra. Cuando le miro la forma de sus brazos, los músculos de su abdomen, el color bronceado de su piel... Ufff, siento que me pongo colorada y me da vergüenza.

Cuanto me gustaría conocer a Harry... me pondría sus pies y le juraría mi amor eterno. Él me tomaría de la mano y me tomaría en brazos, y seríamos un príncipe y su princesa. Uff, cuando pienso en esas cosas me ruborizo, en serio. ¿Qué es lo que hacen un príncipe y su princesa después de su primer beso de amor? Claro, hacen “eso”. Él la lleva a la cama, la desnuda, y... bueno, hacen “eso”. ¿Que como es “eso”? Pues la verdad es que no se mucho. No sé nada de esas cosas. Mis amigas ya tienen novios y algunas incluso ya lo han hecho. En serio. Y en cambio a mí ni siquiera me han besado. Creo que me voy a morir sin haberlo hecho. Seré una monja, como quiere el padre Domingo.

Pero Harry, te miro y me dan cositas. Si fuésemos príncipe y princesa, y tú me pidieras que lo hiciéramos... No, no... Que cosas digo. Jamás te conoceré y aunque así fuera tengo que pensar en mi madre. Ella no lo permitiría. Y yo jamás me permitiría defraudar a mi madre. Lo siento Harry, pero tendrás que buscarte a otra. Para eso estoy segura de que no te faltan admiradoras.

Don Manuel se sonrió al terminar de leer aquella entrada escrita tan solo un par de meses atrás, en el invierno. Había tomado el diario mientras disfrutaba del almuerzo que le había traído Mariana a media mañana.

¿Así que la pobre muchacha no sabía cómo se hacía “eso”? Pues ahora era una experta en el tema y si quisiera podría darles clases maestras a sus amigas sobre el asunto. Y todo eso gracias a él, que había aceptado la responsabilidad que el destino había puesto en sus manos; la de ser el implacable profesor de Clara en las lecciones del sexo y el placer. Hasta el momento había sido un maestro riguroso y que duda cabía, lo seguiría siendo. Porque todavía había muchas cosas que Clara tenía que aprender y él estaría allí para enseñárselo todo.

Esos pensamientos hicieron que volviera a excitarse. Sí. De solo pensar en Clara su miembro comenzaba a erectarse, ansioso por volver a disfrutar de los placeres de aquel hermoso cuerpo. Pero todavía faltaba mucho antes de la muchacha regresara de la escuela. Solo le quedaba armarse de paciencia y esperar el momento tan anhelado.

*          *          *

Miércoles 4:30 PM

Finalmente escuchó el ruido de un vehículo acercándose a la cabaña. Luego unos pasos delicados y unos débiles golpes en la puerta.

-Pasa. -Indicó.

La muchacha entró tímidamente y siempre cabizbaja. Cerró la puerta tras de sí y se quedó parada en medio de la sala. Don Manuel sonrió. Con su uniforme escolar y su apariencia desvalida seguía semejando una dulce e ingenua criatura. Pero claro, él sabía más. Aquella era un joven que ya sabía lo que era una buena cogida.

Se levantó, se acercó a Clara y se colocó frente a ella. La tomó por los hombros y recorrió sus delgados brazos hacia abajo, sintiendo aquella carne que ya había sido suya en varias ocasiones, pero que de nuevo volvía a tentarlo con la promesa de delicioso sexo.

La abrazó y comenzó a acariciarla suavemente en sus cabellos.

-Sé que esto te está gustando, Clarita. -Aseguró él. -Tarde o temprano vas a tener que reconocerlo.

Entonces sus labios fueron en busca de los de Clara, mientras sus manos descendían hacia su trasero. Recogió la falda y comenzó a amasar las nalgas femeninas, a veces acariciando con suavidad, otras apretando con tal fuerza que hacía que el rostro de la adolescente se contrajera de dolor.

-Y pensar que este delicioso trasero también fue mío, lolita. -Dijo antes de subir nuevamente sus brazos. Dirigió su atención a la camisa de la muchacha, la cual desabotonó hábilmente, dejando que cayera al suelo. Su corbatín rojo permaneció amarrado alrededor de su cuello.

La piel del torso y del vientre quedó al alcance de las manos del varón, las cuales, tras deslizarse sobre aquellas superficies bajaron hacia la falda. También hizo que aquella prenda se desprendiera de la joven y frágil figura de la quinceañera, dejándola ante él cubierta tan solo por su sensual ropa interior.

Entonces la tomó entre sus poderosos brazos y la llevó hasta la mesa, donde la colocó extendida, con sus piernas colgando de un extremo. Se encaramó sobre ella. Su boca lamiendo el delgado torso desnudo de la joven, sus manos prolongándose hacia sus pechos. Tras levantar su sostén con las manos, su boca se cernió sobre los senos juveniles como un ave rapaz deseosa por saborear los manjares ofrecidos.

La niña de nuevo se mantuvo quieta, enteramente sometida, entregando su cuerpo a aquel hombre para que lo usara de la forma que estimara conveniente. El varón se tomó su tiempo, ofreciendo suaves caricias y besos sobre cada centímetro de aquella pálida y tersa piel, y descendiendo paulatinamente hasta alcanzar el borde del calzón. Lentamente fue tirando de la prenda, revelando poco a poco lo que se ocultaba debajo. Y sus labios venían detrás, hundiéndose en las incipientes vellosidades, cada vez más abajo.

-Mmmmffff... -Exclamó la colegiala cuando por fin la lengua del hombre comenzó a juguetear con su clítoris y sus labios vaginales.

Don Manuel tuvo que detenerse un momento para retirar la prenda íntima, que ahora era un estorbo. Para su satisfacción la propia niña estiró las piernas para facilitar la tarea, y luego las separó para que él pudiera trabajar con más comodidad.

-Aaaaiiiiii... aaaiiii... -Fue su nueva respuesta ante los lamidos y suaves mordiscos que el hombre estaba aplicando sobre los genitales femeninos.

Esta vez metió un dedo y luego dos por la abertura vaginal, y comenzó a estimular con más intensidad. El cuerpo de la muchacha reaccionó moviéndose al ritmo de sus caricias y arqueando su espalda cuando el tocaba alguna fibra particularmente sensible dentro de su capullo.

-Aaaahhhh, aaaahhh... -Los gemidos de la quinceañera ahora eran cada vez más intensos.

El procedió a sacarse el pantalón y su gigantesca verga volvió a quedar expuesta, preparada para enterrarse en la carne de la dulce criatura. Se aproximó a ella y de nuevo, pausadamente, inició la penetración. El conducto estaba completamente lubricado y preparado para recibir al invitado. Este avanzó hacia dentro deslizándose con suavidad hacia las tiernas entrañas de la joven.

La muchacha resoplaba cada vez que el hombre entraba un poco más en ella. Pero luego sus quejidos se convirtieron en grititos de gozo cuando el comenzó a arremeter vigorosamente al tiempo que con sus manos apretaba los pezones endurecidos de la niña. Todo aquel joven cuerpo vibraba bajo las expertas atenciones del varón.

Cuando supo que la niña estaba lista, él apresuró sus movimientos hasta alcanzar el punto máximo de placer, al tiempo que de nuevo sus jugos se derramaban dentro de la colegiala. Y ella también explotó, contorsionándose y tensando todos sus músculos.

-Aaaaaahhhhhhhhhhhhh... -Gritó descontrolada.

El hombre se retiró casi de inmediato, dejando a la niña sumergida en sus sensaciones y aun resoplando y gimiendo, tirada sobre la mesa entre súbitos y descontrolados espasmos de placer. De pronto se la imaginó como si fuera un plato sucio cuyo contenido ya había sido devorado y ahora solo restaba limpiarlo para que estuviera listo para la próxima ocasión.

*          *          *

Miércoles 8:00 PM

Regresando del colegio, José se había atrevido a acercarse nuevamente a la ventana del dormitorio de Clara, solo para corroborar que la muchacha no se encontraba ahí.

Decepcionado y confundido dirigió sus pasos hacia la hacienda, sin un destino preciso. Intentaba encontrar alguna respuesta a tan misteriosa situación y las más extrañas teorías pasaron por su cabeza; que la muchacha de veras estaba tan enferma que la habían trasladado a un hospital, que había partido antes de lo previsto a la capital, que aprovechando la ausencia de su madre se había ido a alojar donde alguna amiga. Pero pronto todas caían en el absurdo.

Mientras tanto estaba anocheciendo y sin saber cómo se encontró a si mismo ante el portón de la Mansión Montero. Se dio cuenta de aquello al mismo tiempo que se percataba de la presencia de una figura que se aproximaba por el camino que se internaba en los bosques. Era Mariana y al instante recordó el incidente del día anterior, cuando la había seguido por esa misma senda hasta una cabaña junto al lago, un sitio siniestro que le había hecho huir despavorido.

-¿Qué haces aquí, José? -Le interpeló la mujer, visiblemente cansada y sudorosa.

-Nada, solo estaba caminando. -Contestó el muchacho a la defensiva.

-Será mejor que te vayas a tu casa, José. Ya se hace tarde. -Le aconsejó ella, haciendo un gesto de despedida antes de continuar hacia la mansión.

Él quería preguntarle de donde venía. Quien habitaba en esa cabaña abandonada en el bosque y porque ella iba todas las noches para allá. Pero por alguna razón supo que no debía hacerlo. Que había cosas que la única forma de saber era averiguándolo uno mismo. El pensamiento apareció en su mente y no pudo deshacerse de él. No sabía porque, no podía encontrar una razón lógica para ello, pero de pronto supo que era muy importante volver a esa cabaña, vencer sus estúpidos miedos, y descubrir que sucedía allí.

Desoyendo su propia prudencia finalmente cedió al impulso. No sin comprobar que nadie le estaba observando, se internó raudamente por el camino por donde hacía unos instantes atrás había aparecido Mariana. Al principio temió no ser capaz de encontrar el desvío que había tomado la noche anterior, pero sus aprehensiones resultaron infundadas. La senda apareció a su izquierda, un umbral hacia la casi absoluta oscuridad que reinaba bajo las ramas de los árboles. Por allí se internó el joven, pero avanzando ya con más cuidado. No solo existía la posibilidad de tropezarse, sino que también de perderse. Y además estaba esa inexplicable sensación de peligro que se hacía cada vez más fuerte.

Sabía que era una locura. Que de veras podía meterse en problemas y en muchas ocasiones estuvo a punto de volver sobre sus pasos. Y sin embargo perseveró y su recompensa fue llegar finalmente al lugar que buscaba.

En la oscuridad habría sido más difícil distinguir la pequeña construcción de madera, y quizás habría pasado de largo descubriendo mucho más tarde su error, pero la luz  surgía de una de sus ventanas fue el faro que lo guió en la última etapa de su trayecto. José se acercó a la cabaña arrimándose contra una de sus paredes y sin hacer ruido alguno rodeó la rústica morada. Su curiosidad era mayor que su miedo aunque a veces temía que hasta el sonido de su respiración pudiese traicionarlo en cualquier momento. Pero nada sucedió, y pronto se encontró al lado de la ventana, en la parte trasera de la cabaña.

Agachándose para disminuir al máximo la posibilidad de ser visto, levantó su cabeza tan solo lo justo y necesario para que sus ojos pudieran observar, a través de las cortinas a contraluz, lo que sucedía en el interior de dicha habitación.

*          *          *

Miércoles 9 PM

La ventana estaba abierta, pero la cubría una delgada cortina de tela blanca, casi transparente desde su lado. Debido a que la luz provenía desde el interior ninguna de las dos personas que estaban allí habría podido ver siquiera la silueta que aquel ahora fisgoneaba desde afuera. Pero por lo mismo, José si pudo contemplar la escena que se desarrollaba en aquel cuarto sin ninguna dificultad.

Una joven, demasiado joven quizás, permanecía estirada sobre una cama. De contextura menuda y delgada, la criatura se veía extremadamente frágil y pequeña al lado de un hombre mucho mayor, obeso y corpulento, y que estaba hincado delante de ella.

Él vestía tan solo unos calzoncillos blancos. Ella llevaba puesto un vestido amarillo que dejaba al descubierto una buena parte de sus delgadas piernas que caían por el borde del camastro. Por un instante su mente se negó a aceptar lo que sus ojos estaban viendo. Para José eran solo dos personas desconocidas y luchaba por evitar que esos rostros evocaran en su memoria los nombres que bien conocía.

Impávido, el muchacho observó como el hombre tomaba los delicados pies de la niña y le retiraba unas pequeñas sandalias de color blanco. Entonces las enormes manos del varón comenzaron a acariciar los tobillos y las pantorrillas de la joven.

-Eres mía, Clarita. -Dijo entonces el hombre al tiempo que agachaba su cabeza y comenzaba a besar las rodillas de la joven.

-Sí señor. Soy suya. -Contestó ella en un susurro que José apenas alcanzó a escuchar.

Clara. Con un grito desesperado, que sin embargo no logró surgir de su boca, José por fin asimiló la espantosa realidad. La angustia inundó su corazón y lágrimas afloraron en sus ojos. Quiso desviar la mirada, quiso salir de ahí, arrancar y no saber más del asunto. Y sin embargo se quedó quieto, inmovilizado por su absoluta desesperanza.

Don Manuel se había incorporado parcialmente y ahora sus manos subían por la parte exterior de los muslos de la quinceañera mientras sus labios avanzaban por el medio. Las piernas de la colegiala permanecían juntas y apretadas, y de momento el varón no intento separarlas. Tan solo se conformó con saborear aquella exquisita piel y sentir su calor en las mejillas.

Luego se separó de ella y se sentó a su lado, al costado más alejado de la ventana. Se dobló parcialmente, de forma que todo el cuerpo de la niña quedó a su completa disposición.

-Ah, Clarita, de veras que eres una criatura deliciosa. -Comentó el hombre.

Puso sus dos manos de nuevo sobre las piernas de la joven, pero esta vez tomando los bordes del vestido. Lentamente levantó la prenda, dejando ver poco a poco la parte superior de sus estilizados muslos y luego descubriendo el pequeño calzón de la muchacha, una breve prenda que se destacaba con nitidez contra la piel expuesta.

Incluso lo subió un poco más, por sobre su fina cintura, revelando la superficie de su vientre, y su ombligo en el centro. La encantadora perfección de aquellas formas parecía atraer las caricias del varón, las cuales se desplegaron por todo lo que estaba al desnudo. Extrañamente evitó el diminuto calzón, y José supo que era porque el hacendado estaba dejando eso para más tarde, con la tranquilidad de quien tiene la seguridad de que nada podrá evitar la consumación de sus intenciones.

Sí. Porque él no haría nada. Lo sabía. Solo continuaría ahí, mirando sin ser visto. Se atrevió a moverse, pero solo para adoptar una posición más cómoda, hincado junto a la ventana, dispuesto a observar aquel drama hasta su culminación.

Don Manuel estaba ahora extendido sobre la joven, aproximando su rostro al de ella. Con su lengua estirada recorrió el delgado cuello de la quinceañera, para luego cernirse sobre sus hermosas facciones. Finalmente buscó la boca de la muchacha y la besó vigorosamente durante un largo rato. Al mismo tiempo, José pudo observar como algo se movía y crecía debajo del calzoncillo del hacendado. Como con vida propia, algo enorme se agitaba allí dentro, impaciente por saciar sus obscenas apetencias.

El muchacho se sorprendió al comprobar como su propio miembro, notoriamente menos desarrollado que el de don Manuel, también se estaba endureciendo, despertando a causa de aquella escena.

Mientras tanto el maduro varón se había levantado sobre la colegiala y se había sentado sobre ella, apoyando parte de su enorme peso en los muslos de la joven. Desde esa ventajosa posición hizo que la muchacha se levantara un poco y así pudo terminar de retirarle el vestido. El pequeño sujetador quedó a la vista para satisfacción del hombre. De inmediato comenzó a juguetear con aquel trozo de tela, y finalmente metió sus manos por debajo, abriendo los broches que lo mantenían en su lugar.

Lentamente retiró la prenda y se la llevó hasta su rostro, olfateándola como un depredador tras un rastro. Abajo los senos de la colegiala eran dos turgentes prominencias, cada una coronada por un exquisito y suculento botón de carne.

El muchacho, ahora apoyado en el borde de la ventana, no estaba a más de un metro de distancia de la extendida anatomía de Clara, y por lo tanto podía observar en detalle aquellos pechos redondos y levantados. Pero no pudo hacerlo por mucho tiempo, pues la cabeza de don Manuel descendió hacia los pezones y sus voraces labios se cerraron sobre uno de ellos, emitiendo guturales expresiones de placer mientras disfrutaba del delicioso manjar que le había sido ofrecido.

Ella, tomando aire, arqueó un poco su espalda, echó la cabeza hacia atrás, y separó sus brazos. Parecía como si quisiera hacer aún más fácil el trabajo del varón, como si disfrutara aquello. Sin embargo su rostro se mantenía indescifrable, una expresión vacía, quizás triste, aunque en sus ojos había un extraño brillo que José no supo interpretar. O no quiso.

El joven se debatía en medio de la angustia y la morbosa fascinación que se iba apoderando de él. Ya podía pensar con más claridad y dimensionar la enormidad de su tragedia personal y también la de su amiga. Sin embargo no podía hacer nada. Era consciente de su total impotencia, porque sabía que si intentaba evitar el inminente desenlace de todo aquello, solo sería peor para él y para Clara. Solo le quedaba huir antes de que don Manuel se percatara de su presencia. Pero en cambio siguió ahí.

*          *          *

Don Manuel se acomodó a un costado de Clara con el fin de poder sacarle el calzón. Con sus grotescas manos cubrió la menuda cintura de la niña y tomó por los lados la delicada prenda. La tiró hacia abajo y poco a poco el delicado capullo de Clara fue quedando al descubierto. De nuevo el hombre llevó la prenda a sus narices y su boca, demorándose para contemplar a sus anchas el joven cuerpo de la adolescente. Su rostro angelical, sus lozanos pechos, y su seductora entrepierna.

Todo ello también podía verlo José. Una visión celestial, la imagen más maravillosa que había contemplado jamás. En su completa desnudez, Clara era de una belleza incomparable, perfecta en todos sus aspectos. Cada detalle de su anatomía invitaba a ser observado, tocado y disfrutado de todas las formas imaginables. Pero no. Él era solo un mirón, un inadvertido espectador, y aquel rostro, aquellas piernas, aquellos senos y aquel vientre estaban allí para ser contemplados, acariciados y besados por otro. El vetusto terrateniente era el feliz dueño de aquel tesoro, de él eran todos los placeres que dispensaba.

Nunca se había atrevido a pensarlo con claridad, pero ahora comprendía que muy dentro de él siempre había deseado poder tener a Clara de la misma forma en que el hacendado la tenía ahora. Hacerle todas las cosas que aquel hombre le había hecho hasta el momento, y todas las que iba a hacerle a continuación. Porque ya no podía pretender ignorar saber cómo terminaría aquello; su amiga, la joven de la que estaba perdidamente enamorado, sería poseída por don Manuel. Lo sabía y sabía que no debía ser testigo de ello. Que lo que estaba pronto a presenciar sería algo que recordaría el resto de su vida con dolor y pesar. Pero no podía resistirse. Ahora entendía que sus fantasías con Clara eran solo eso, estúpidos sueños, pues ahora la brutal realidad se mostraba ante sus ojos; muchachas como Clara eran un lujo que estaba reservado para los ricos y poderosos.  Pero él al menos podría contemplar cómo se consumaba tal destino y ver en el rostro de don Manuel la dicha que nunca podría ser suya.

Mientras tanto el hacendado había tomado a la niña por los tobillos y había hecho que ella doblara sus rodillas al tiempo que le separaba las piernas. Los frágiles miembros de la joven respondían a los deseos del varón como si ella fuese una verdadera marioneta en manos de un consumado titiritero. No. En ningún instante intentó impedir que don Manuel pudiese contemplar los más íntimos secretos de su feminidad.

Aquel que espiaba tras la ventana también pudo obtener un breve vistazo de aquel sitio; una piel tan pálida como la nieve y cubierta por una leve brizna de vello, todo ello rodeando una sutil hendidura, casi imperceptible. Eso fue todo porque de nuevo la enorme espalda de don Manuel le impidió seguir viendo más. El hombre se inclinó y su cabeza se hundió entre las piernas de la muchacha. Desde allí comenzó a emitir extraños sonidos, como suaves chasquidos o sorbidos.

La joven permaneció tranquila, pero José pudo observar como apretaba sus labios, cerraba los ojos y contraía los músculos de su cara.

-Oooohhhh... -Se quejó finalmente la muchacha, su frágil cuerpo sacudido por repentino espasmo. José hubiese querido creer que la muchacha estaba sufriendo, pero comprendía que no, que don Manuel no era el único que estaba disfrutando aquello.

El hombre continuo estimulando la región genital de Clara durante algunos minutos más y cuando finalmente abandonó aquella posición su amplia sonrisa demostraba la satisfacción que el ejercicio le había brindado.

Entonces el hacendado se bajó de la cama y se incorporó junto a la muchacha. Ella lo miró desde el lecho, sumisa y obediente, pero aparto la vista cuando él comenzó a bajarse los calzoncillos.

Así José pudo contemplar al corpulento varón en su desnudez, una imagen grotesca y completamente opuesta a la celestial belleza de la muchacha. Un rostro severo y autoritario, con una quijada cuadrada y una incipiente barba. Hombros anchos y brazos fuertes. Un pecho cubiertos de vellos negros y más abajo una panza notablemente abultada. La piel era morena y salpicada de marcas y cicatrices de distinta naturaleza.

Luego apareció aquello que hasta ese momento había estado oculto. Emergiendo debajo de aquellos flácidos pliegues de grasa, un enorme miembro permanecía absolutamente erguido, firme, totalmente endurecido. Palpitaba con entusiasmo y en cada ocasión se hacía más y más grande. Su cabeza era intensamente colorada, y más atrás, el tronco del órgano era tan grueso que José parpadeo incrédulo. Su color era particularmente oscuro, mucho más que la propia piel morena del hombre. Y estaba infestado de granos y manchas.

-Ven acá. -Ordenó don Manuel. La niña se acercó hasta donde estaba él, sin levantarse de la cama, de modo que su cabeza vino a ocultar de la vista de José el miembro del hacendado.

Lo que Clara hizo entonces el muchacho no pudo verlo, pero si imaginarlo con claridad. Los extraños sonidos que la joven emitía y la expresión de intenso placer que se dibujaba en el rostro del varón lo explicaban todo. José sabía que la tremenda verga de aquel maduro varón estaba recibiendo las dedicadas caricias de los labios y la lengua de la joven. Aunque nunca lo había pensado supo que aquello era algo que le hubiera gustado que le hicieran a él también.

-Mmm... Eso está muy bien, mmm... -Manifestó el hombre en respuesta al trabajo que la colegiala estaba realizando. Como para confirmar su entera satisfacción, comenzó a acariciar los cabellos de la muchacha.

Ella continuó esforzándose con esmero, hasta que finalmente el hombre la detuvo.

-¿Esta bien? -Preguntó ella temerosa.

-Sí, está bien. -Aseguró él. -Porqué ya llegó el momento de metértelo, Clarita. Recuéstate.

Ella se replegó e hizo lo que don Manuel le ordenaba. Él se puso frente a ella y nuevamente la obligó a abrir sus piernas. Avanzó sobre ella, estirando los brazos para apoyar su peso, hasta que su virilidad quedó suspendida justo delante de su tierno capullo.

Clara, su amiga de infancia, el amor secreto de su adolescencia, estaba a punto de entregarse al patrón del fundo, un hombre que tenía más de tres veces su edad. Y él solo debía conformarse con mirar a hurtadillas como esa aberración ocurría. Con su corazón destrozado, observó.

Y así fue como ocurrió. El enorme órgano masculino se fue acercando hasta que con su punta tocó el cuerpo de la muchacha en algún lugar de la entrepierna. Don Manuel vaciló un instante y luego su voluminosa cintura se desplazó hacia adelante y hacia abajo, en un movimiento vigoroso y decidido.

-Aaahhh... aaahhh... aaahhhhhhh... -Gritó la joven mientras el pene se abría camino dentro de ella.

La menuda muchacha desapareció bajo la enorme masa corporal del varón y solo sus delgadas piernas podían observarse, surgiendo desde debajo de él, extendiéndose hacia los lados. Entonces él empezó a moverse rítmicamente, arriba y abajo, toda la carne flácida de sus nalgas y abdomen estremeciéndose con el esfuerzo. Gracias a su privilegiada posición José incluso podía apreciar de vez en cuando la monstruosa verga saliendo del orificio vaginal y volviendo a  desaparecer dentro de él.

-Ah, ah, ah, ah... -Resoplaba el hacendado cada vez que empujaba.

-Aaaiii... Aaaiii... Aaaiii... -Respondía Clara, quien también había comenzado a moverse. Sus piernas temblaban y se agitaban, y su cintura iba hacia atrás y hacia adelante, intentando compensar las impetuosas arremetidas del varón.

-Esto está muy bueno... ah, ah... De veras que esta bueno. -Indicó don Manuel en medio de sus esfuerzos.

José no tenía dudas de que aquello, en efecto debía ser excelente. Él mismo estaba convencido de que ninguna otra experiencia habría podido ser más sublime y deliciosa que hacerle el amor a su amiga. Ahora que veía a don Manuel montado sobre ella, entendió avergonzado que ese también había sido su deseo desde siempre. Solo que en su estúpido romanticismo nunca se había atrevido a aceptarlo. Si, en el fondo siempre había querido tener sexo con ella y por lo mismo podía imaginar como el terrateniente debía estar gozando en ese preciso instante. Su pene, rodeado por esas entrañas tibias y húmedas, hundiéndose una y otra vez en esa carne fresca y tierna, sometido a las sensaciones más extremadamente placenteras. Sentir el joven cuerpo de la muchacha removiéndose debajo de él y contemplar su inocente rostro mientras era penetrada tan solo podía contribuir a hacer aún más memorable la experiencia.

Así era sin duda, pues don Manuel fue aumentando la intensidad y la velocidad de sus embestidas. Todo su cuerpo vibraba con anticipación y verdaderas ondas se desplazaban a lo largo de los flácidos pliegues de su abdomen.

-Uuhh, uuhh, uuhh... -Repetía su patrón, cada vez más cerca del clímax.

-Ahhh… ahhhh... ahhhhh... -Gimoteaba su amiga.

Él se incorporó a medias y tomó la cabeza de la muchacha entre sus manos, forzándola a mirarle.

-Uuuuhh... Manuel... uuhh... dime Manuel, mi niñita. -Le ordenó entre gemidos.

-Manuel, ayyyyy... Manuel, ayyyy... -Cada vez que ella decía su nombre él respondía comprimiendo sus caderas contra las de la muchacha, todos sus músculos contraídos, su pene completamente dentro de ella, fuerte y duro. Una, dos, tres veces. Finalmente, enterró su verga una última vez y explotó. Súbitas sacudidas recorrieron la espalda, las nalgas y las piernas del varón mientras su órgano escupía borbotones de semen dentro de la colegiala.

*          *          *

Ambos se quedaron quietos, resoplando agotados.

El hombre se recostó al lado de la joven y comenzó a acariciar su cintura, su espalda, sus hombros.

-Límpiamelo. -Le dijo.

La muchacha descendió hasta el pene de don Manuel, que todavía permanecía erecto y cubierto de restos de líquido viscoso. La niña lo tomó delicadamente entre sus manos y lo llevó hasta su boca.

-Esta vez lo hiciste realmente bien Clarita. Cada vez lo haces mejor. –La felicitó mientras ella cumplía la tarea encomendada. -Aunque claro, la noche que te desflore... hmmm... esa siempre será especial, ¿no es cierto?

-Sí señor. Siempre será especial. -Contestó con los ojos cerrados.

Así supo José que esa no había sido la primera vez. Por supuesto que no lo era, pensó de pronto. No había sido solo en esa ocasión. ¿Quién podía saber desde cuando don Manuel venía gozando de Clara? Lo que no le cabía duda que durante los últimos días lo habían estado haciendo una y otra vez, a cada rato, lejos de todo y en completa soledad, allí en ese, su pequeño nido de amor, él mismo que él había descubierto casi por casualidad. Apenas alcanzaba a dimensionar la magnitud de todo aquello. ¿Cuánto placer Clara le había proporcionado a aquel hombre? Y no solo eso. ¿Cómo había sido el poder tomar la virginidad de la muchacha? Don Manuel había sido el primero en abrir aquel capullo y  había consumido el dulce elixir de su inocencia.

Ese mismo hombre era el que luego de descansar unos minutos se incorporó y salió de la habitación. José, de pronto asustado, comprendió que era el momento de marcharse. Cuidando de no hacer ningún ruido retrocedió hacia el bosque, encaminándose de regreso por el sendero que lo había traído hasta tan espantoso lugar.

*          *          *

Miércoles 10:00 PM

La niña recogió su propio calzón y con él se secó la entrepierna que todavía chorreaba restos del líquido que don Manuel había dejado dentro de ella. ¿Era la quinta, la séptima o la décima vez? Ya había perdido la cuenta de cuantas veces él había abusado de ella. ¿Cuantas veces su sexo había servido para recibir los jugos del hacendado y todo su ser había sido utilizado para saciar la inagotable lujuria de aquel desgraciado? Y lo peor de todo era que a pesar de todo ella terminaba entregándose a él, en cuerpo y alma, disfrutándolo todo y deseando que él la siguiera penetrando una y otra vez, cada vez más y más fuerte. Sentada al borde de la cama, siempre desnuda, pensaba en ello con la  mirada perdida en el  vacío.

Pasó un tiempo antes de que escuchara pasos que se aproximaban  y entonces la puerta del cuarto se abrió.

-Ponte boca abajo. -Indicó escuetamente don Manuel. Venía desnudo y su miembro se había vuelto a parar. Una vez más, pensó ella, pero esta vez por detrás. Que más daba.

Se dio vuelta y se aferró a la almohada hundiendo su rostro en ella. El varón se subió  a la cama y con sus grandes manos comenzó a masajear el trasero de la joven y a separar sus nalgas.

-Hmmm... –Gimió Clara al sentir como uno de los dedos del hombre se introducía en su recto.

-Quieta, mi niña preciosa. -Dijo él.

Dos veces más repitió la operación. Entonces se puso sobre la joven y con sus propias manos condujo su verga  hasta  el diminuto orificio anal de la joven.

-Aaaahhhhh... -Gritó Clara mientras el grueso miembro se abría paso en su interior, obligando a su esfínter a dilatarse. -Aaaahhhh...

Don Manuel, sordo a los lamentos de la niña, continuó empujando hasta que todo su pene estuvo cómodamente metido dentro de aquel ano adolescente. Dejando que todo su peso descansara sobre el delicado cuerpo de la muchacha, comenzó a mover su pelvis haciendo que su órgano avanzara y retrocediera dentro del recto de Clara.

-Mmmfff, mmmmfff, mmmmmfff. -Farfullaba la colegiala.

Él en cambio se mantenía en silencio,  absolutamente concentrado en el placer. No era solo que el conducto fuese tan angosto, sino que los propios movimientos la niña, que contraía sus entrañas espasmódicamente, aumentaba considerablemente el roce y la presión ejercida contra su órgano, haciendo increíblemente deliciosa la penetración. Así, don Manuel fue conducido rápidamente hacia el orgasmo, el cual alcanzó con un gutural gruñido. Sus testículos,  ya  prácticamente vacíos, arrojaron los pocos fluidos que les quedaban dentro.

*          *          *

Miércoles 11:00 PM

-¿Dónde andabas metido, pendejo malcriado? -Le espetó su padre apenas entró en la casa.

-Nada. Limpiando los establos. -Mintió.

Don Humberto estaba sentado en el sofá mientras bebía una cerveza y miraba televisión. Su hogar era uno de los pocos en la villa que contaba con lujos como aquel, y eso se debía a que era uno de los ayudantes favoritos de don Enrique. De esos que con un aspecto intimidante y una cara de pocos amigos se encargaban de que los demás trabajaran o pagaran las consecuencias de no hacerlo.

Afortunadamente el hombre no insistió y el muchacho pudo retirarse rápidamente a su habitación. Una vez metido debajo de sus sábanas, sus pensamientos se vieron invadidos por los recuerdos de Clara y por las escenas de las que acababa de ser testigo.

Sí. Su amiga. La dulce niña que inesperadamente se había ido convirtiendo en una preciosa adolescente. Recordó sus delicadas facciones, su expresión alegre, su cuerpo fino, sus brazos delgados y sus largas piernas. Unos meses atrás había descubierto que necesitaba estar cerca de ella, de escucharla, de verla con frecuencia. De pronto ya no era solo una amiga, sino el objeto de sus sueños de amor.

Pero solo entonces descubría como sin saberlo también había llegado a desearla intensamente. Al contemplarla desnuda y siendo manoseada por las manos de otro hombre. Al ver como abría sus piernas y ofrecía los encantos de su sexo. Al ser testigo de cómo un varón de cincuenta años metía su enorme masculinidad dentro de ella. Y al constatar la exhilarante expresión de placer en aquel rostro masculino mientras hacía suya a la preciosa muchacha. Solo entonces comprendió que lo único que podía realmente querer era poder disfrutar el mismo de todo aquello. Habría querido estar en el lugar de don Manuel. Poder haberle hecho a Clara todo lo que él le había hecho.

Pero con la misma certeza sabía que ello nunca sería posible. Él era apenas un hijo de campesinos y nunca podría darle a Clara lo que se merecía. ¿Cómo había sido tan ingenuo de pensar que alguna vez podría ser para Clara algo más que un amigo?

Pero don Manuel era un hombre fuerte y decidido. Él había querido a la muchacha y simplemente la había tomado. Para eso era el patrón y todos en la hacienda hacían lo que él mandaba. Habría recompensas para los que obedecieran y castigo para los que le desafiaran. Clara no le había desafiado, y en cambio, se había sometido a él. Ahora era una más de sus muchos empleados. Una que en esos mismos instantes podía estar  nuevamente cumpliendo con su especial deber.

En efecto, visualizó en su atormentada mente al hombre tocando y besando el hermoso rostro de la quinceañera. Acariciándole los senos y chupándole los pezones. Apretando el trasero de la joven contra  su órgano endurecido.

Su propio miembro comenzó a reaccionar. Lo tomó entre sus manos y empezó a frotarlo. Cada vez más rápido, imaginando que era la verga de don Manuel buscando la vagina de Clara, introduciéndose en él, sintiendo el calor y la humedad de sus entrañas. Apuró más cuando recordó el momento crucial cuando ambos amantes fueron sacudidos por delirantes convulsiones, cada uno conducido al éxtasis absoluto por lo que el otro tenía para ofrecer; él su experiencia y una enorme herramienta, ella su juventud y su belleza.

Con la imagen vivida en su memoria el pene de José comenzó a escupir semen, mojando sus manos y manchando las sabanas. Pero no le importó. Dejó que saliera todo y se tendió exhausto, ya más tranquilo y relajado.