LA CERVATILLA Y EL CAZADOR. Parte 4
Cuarta parte de la historia que relata las desventuras de Clarita en aquella semana que le cambió su vida para siempre. Historia ambientada en los años 90, en algún país latinoamericano cualquiera.
CAPITULO IV
En Las Fauces de la Bestia
Martes 10:00 AM
Hacía rato que la luz de un nuevo día entraba por las ventanas del cuarto, pero la joven seguía durmiendo, de costado, desnuda bajo una única sábana que cubría su menudo cuerpo. A su lado el hombre la miraba, admirando nuevamente la belleza de sus formas y contornos. Era maravilloso tenerla ahí, junto a él, todo su ser una promesa de sublimes placeres para aquel nuevo día que estaba empezando.
Tocaron la puerta de la casa. La niña se removió y finalmente abrió sus ojos. Un poco confundida al principio, no tardó nada en rememorar todo lo que había sucedido la noche anterior y la razón por la cual estaba durmiendo en un lugar que no era su propia casa.
-Por fin despertaste. -Indicó él.
Ella se mantuvo volteada.
-Si don Manuel. -Susurró.
-Ve a ver quién toca la puerta. -Le ordenó. -Seguramente es el desayuno.
Ella se levantó y miró alrededor en busca de sus ropas que permanecían tiradas en el suelo, tal como habían quedado la noche anterior. Desprovista de cualquier elemento que pudiera ocultar sus intimidades de la indiscreta mirada de don Manuel ella recogió sus vestimentas.
-¿Puedo ponerme ropa? -Preguntó.
-Solo calzón y sujetador. -Dijo apuntando. -Te quiero lista para lo que te voy a dar después -Le indicó.
Ella hizo como se le decía, dejando el resto de sus ropas, la camisa y la falda, dobladas sobre el armario.
-Te ves estupenda. -Afirmó él. -Ahora anda a ver quién está en la puerta.
Ella se dirigió hacia la sala. Sus pequeños pies hacían rechinar ligeramente las tablas del piso. Volvieron a tocar, pero ella ya estaba frente a la puerta. Abrió con cuidado, y solo asomó su cabeza.
Frente a ella estaba Mariana. Vestía unos jeans y una blusa blanca. En sus manos traía unas bolsas con alimentos. Al verla, de inmediato la colegiala bajo la vista, avergonzada, y sin querer encontrar la mirada de la otra mujer.
Mariana también se quedó sin habla. Así que está era la misteriosa mujer que don Manuel había anunciado que tomaría su lugar durante esa semana, pensó para sí. La pobre e inocente hija de doña Ana María. No lo podía creer. ¿Cómo es que ese monstruo había logrado poner sus manos sobre aquella dulce criatura? No, no era difícil imaginárselo. En verdad la cuestión era el por qué no había sucedido antes.
No le cabía duda de que la niña no estaba ahí por voluntad propia. Lo podía ver en su mirada huidiza. ¿Quién sabe bajo que amenazas el hacendado la había traído hasta allí? Más importante aún, ¿había alguna forma de rescatar a la quinceañera de su inminente destino? ¿O es que acaso ya era tarde? Si, podía verlo en la actitud vacilante de Clara, en su mirada esquiva, en su cansancio evidente, y en las mínimas vestimentas que estaba usando. Había llegado tarde. Supo que había sucedido la noche anterior. Había sido entonces que don Manuel había hecho suya a la hermosa colegiala y bien podía imaginar a qué tipo de vejaciones había sido sometida en el proceso. Pero no quería pensar más en ello. Si permitía que la rabia se apoderara de ella en ese momento podía terminar arrepintiéndose de lo que hiciera. Se limitó tan solo extender las bolsas hacía adelante.
-Gracias. -Fue la escueta respuesta de la niña mientras tomaba los bultos.
-Clara. -Dijo la mujer en voz baja. Había recordado la pequeña caja que siempre llevaba consigo. La extrajo de uno de sus bolsillos y se los ofreció a la joven. -Por favor, tomate una ahora, y una cada día.
La joven la miró por primera vez con sus ojos temerosos y su expresión lastimera.
-Son para que no quedes preñada de ese bastardo. -Le aclaró Mariana.
-Gracias. -Contestó la joven.
-No te olvides. Una cada día. -Le repitió la mujer y entonces se marchó por el camino por el que había llegado. Detrás de si escuchó como se cerraba la puerta.
Y mientras caminaba de regreso la mansión, y sin poder sacar de su mente el demacrado y trasnochado rostro de la quinceañera, también recordó cuando había llegado hasta la Hacienda Montero hacía tres años atrás en busca de trabajo, sin sospechar la clase de labores que terminaría realizando.
* * *
Tres años antes
A poco de cumplir los dieciocho años, Mariana decidió huir de casa. Sin dinero, sin tener donde ir, solo sabiendo que debía irse, y lejos. Y lo más lejos que conocía la muchacha era desde su propio pueblo hasta el siguiente a través de una polvorienta carretera. Sin saber que hacer fue hasta una de las tiendas del lugar y preguntó por trabajo. El dependiente no necesitaba a nadie de momento, pero le informó que en la Hacienda Montero siempre estaban buscando empleados. Le dio las indicaciones y la muchacha se encaminó hacia donde le habían señalado.
Atardecía cuando finalmente llegó hasta las puertas de la casona. Vestía tan solo un desgastado delantal celeste que le llegaba a las pantorrillas y unas sandalias ennegrecidas por el polvo del camino En efecto, le había tocado andar largas distancias, todo el tiempo con su bolso a cuestas, y se sentía cansada y hambrienta. Más que eso, necesitaba urgente un lugar donde poder quedarse. Pero a esas horas poca gente quedaba en la mansión, y tan solo vio a un hombre corpulento y de edad madura fumando un cigarro junto a una espléndida camioneta.
-Señor, señor... -Se apresuró la joven, interceptando al hombre.
El la miró sorprendido y molesto. Se permitió un instante para observar a la muchacha de arriba a abajo, y solo entonces le ofreció una sonrisa.
-¿Si... señorita...? -Contestó el.
-Mariana, señor. Mi nombre es Mariana.
-¿Qué pasa, Mariana?, ¿cuál es el problema? -Preguntó él.
-Sabe, ando buscando al patrón de aquí. -Explicó. -Necesito un trabajo, y no se me podrán ayudar acá.
-Oh, ya veo. -Dijo él adelantando su mano para saludar. -Pues mucho gusto. Soy Manuel Montero, el dueño de esta hacienda. -Le informó. -Y si quieres un trabajo, podemos ir a conversar de inmediato a mi oficina. -Le ofreció a la muchacha.
-¿En serio? Está bien. -Aceptó entusiasmada Mariana.
El hombre la guió hasta el segundo piso y de su bolsillo extrajo un manojo de llaves para abrir la puerta del despacho. Estaba a oscuras, así que entró primero para encender las luces y luego invitó a la joven. Pasaron por la recepción directo hacia la oficina. Con un ademan el hacendado hizo que ella lo siguiera.
Don Manuel se instaló en su amplio sillón detrás del escritorio y ella se ubicó en una silla al frente. Al principio el varón solo le hizo preguntas sobre su experiencia laboral y sobre su familia. Así se pudo enterar de que la joven no tenía donde quedarse y que su situación era desesperada. Y durante todo el tiempo no dejó de apreciar su bello rostro y su prominente busto que resaltaba bajo el vestido. Sin necesidad de pensarlo mucho decidió que, en efecto, la joven era perfecta para el tipo de empleada que más necesitaba en este momento, una puta de tiempo completo.
-Mira... -Empezó. -Necesitamos a alguien que ayude en la cocina, de hecho podríamos darte una habitación, alimentación, y de todo.
-Sería perfecto. -Manifestó ella contenta.
-Sí, pero además hay otras cosas que tendrías que hacer. -Indicó él.
El hombre se levantó y rodeando el escritorio se acercó a Mariana. Estiró un brazo y acarició los largos cabellos negros de la joven.
-Sabes a lo que me refiero, ¿no es cierto?
Ella lo sabía perfectamente. Lo sabía desde los catorce años cuando por primera vez su padrastro la había violado. Lo supo mucha veces más cuando tuvo que entregarse a aquel hombre por miedo de que le hiciese algo a su madre. Había escapado de todo eso. Solo para estar en una situación tan desesperada que no le quedaba más remedio que entregar nuevamente su cuerpo a cambio de un techo y comida. Pero nada podría ser tan terrible como había sido con aquel bruto que era el esposo de su madre. Nada podía ser peor. Podría tolerar esto, hasta cuando fuese necesario.
Ahora el hombre se había puesto por detrás y con manos ávidas escudriñaba por encima de sus ropas, sobre sus jóvenes y generosos pechos. Pero don Manuel no tardó mucho en meter sus manos por dentro del escote y de los sostenes, mientras besuqueaba su cuello.
-Mmmm, sí. Sí que tienes lo que se necesita para este trabajito. -Le susurró al oído mientras pellizcaba los pezones de la muchacha. Ella se mantuvo en silencio, como indiferente, permitiendo que el hombre la manoseara a su antojo.
Él la levantó con sus fuertes brazos y la hizo sentarse sobre el escritorio. Ella sola se estiró hacia atrás y no hizo nada para impedir que don Manuel le subiera el vestido y le bajara el calzón. No paso mucho antes de que el hombre también estuviera listo. La acomodó y la atrajo hacia sí, y entonces la joven pudo sentir como algo grueso y duro comenzó a serle introducido en su vagina.
-Ahhhh, que bien. -Manifestó el hacendado, ya totalmente dentro de ella.
Entonces comenzó a moverse para adentro y para afuera, siempre hasta el fondo. Poco a poco Mariana empezó a responder, incapaz de mantenerse ajena, y algunos gemidos comenzaron a escaparse de entre sus labios. Cada vez más seguido, cada vez más fuerte.
Y como estimulado por la vocecita de la muchacha el hombre intensificó sus movimientos hasta que en un momento de placer total alcanzó el orgasmo y se liberó dentro de ella.
Tan solo unos segundos después se retiró, dejando a la joven sobre el mueble, con el vestido levantado y chorreando semen por su sexo.
-Ya, puedes irte. -Dijo don Manuel. -Abajo busca a doña Marta y dile que yo te envío. Que te de una pieza y algo de comer.
Ella se arregló, sin mirar al hombre. El buscó en los cajones del escritorio y le extendió algunos billetes a la muchacha.
-Un adelanto. -Le indicó.
Ella tomó el dinero.
-Mañana te quiero aquí mismo a primera hora. -Concluyó don Manuel.
Ella se alejó del despacho cabizbaja. Si, de nuevo lo mismo, pensó. Pero al menos esta vez le pagaban en dinero y no en golpes. Ahorrando un poco quizás algún día podría alejarse de todo aquello y dar fin a sus desventuras.
De tal forma que cumplió cabalmente con las instrucciones que le habían dado y pronto tuvo un cuarto donde dejar sus cosas y descansar. Al día siguiente, luego de concurrir donde don Manuel y satisfacerlo nuevamente, partió al pueblo. Si, ya era una mujer con experiencia y sabía que tenía que evitar ciertos inconvenientes. Fue hasta la farmacia y adquirió una buena cantidad de pastillas anticonceptivas. Estaba segura que las necesitaría por un tiempo.
* * *
Martes 10:30 AM
-Apúrate Clara.
La niña escuchó el llamado del hacendado mientras intentaba ordenar la bandeja con el desayuno. Una taza de café y unos panecillos con jamón y queso. También un vaso con jugo de fruta.
Ella se había atrevido a beber algo de zumo, tragándose la píldora que le había dado Mariana, pero no tenía mucho apetito y no quiso nada más. Así que urgida por los gritos del hombre se apresuró en terminar de preparar la bandeja y se dirigió a la pieza.
-Acá. -Dijo el hombre, indicándole con un ademán que dejara los alimentos a un costado. -Primero vas a tomar tu desayuno especial, que ya te lo tengo listo.
Don Manuel abrió las sabanas, revelando ante Clara su verga totalmente erecta.
-Dame una mamada. -Le ordenó.
Ella, dubitativa, se acercó lentamente. Se sentó al borde de la cama y miró al hombre que se impacientaba.
-Hazlo, ya.
-Sí señor. -Contestó ella, mientras se inclinaba hacia el miembro masculino.
Con sus pequeñas manos tomó el tronco del pene y con se lengua comenzó a lamer, intentando recordar todo lo que había aprendido la noche anterior. El hombre reaccionó acomodándose mejor, y estirando uno de sus brazos para acariciar los cabellos de la colegiala. Con la otra mano buscó su taza de café y sorbió algunos tragos de líquido.
-Mmm, eso está muy bueno, Clarita. Mmm, sigue así. -Le dijo a la vez que mascaba el sándwich preparado por la muchacha.
Ella continuaba con su labor, haciendo que la respuesta del varón se intensificara poco a poco. Pronto breves espasmos de gozo comenzaron a recorrer el cuerpo de don Manuel cada vez que ella trabajaba en la base del glande. Sin pensar mucho en ello, la niña decidió que lo mejor era intentar complacer al hombre lo más posible y se concentró en las nervaduras que corrían por detrás del pene.
Tan abrumado estaba el hacendado por las exquisitas sensaciones que el delicado esfuerzo de Clara le estaba produciendo que de pronto dejo los alimentos a un lado, y repentinamente tomó la cabeza de la muchacha entre sus manos a la vez que separaba más sus piernas.
-Chupa, chupa...-Indicó él totalmente entregado al placer.
Ella tuvo que abrir su boca para permitir el ingreso del enorme órgano. A pesar de que el hombre intentaba empujar más adentro, con desmedido entusiasmo, ella se las ingenió para mantener solo una parte del pene adentro, de modo de poder seguir sobándolo con su lengua.
-Aaahhhaaa, aaahhhaaa, aaahhhaaa... -Resoplaba don Manuel, extasiado.
Y en un momento sublime finalmente venció la resistencia de la muchacha y su miembro avanzó hasta chocar con el fondo de la garganta. Allí toda su excitación alcanzo el clímax y sus fluidos salieron a borbotones, inundando la boca de la joven.
-Aaaaaaarrrrgggggghhhhh... -Gritó el en medio de su orgasmo.
Ella, atrapada por las fuertes manos del hombre tuvo que hacer un esfuerzo para no atorarse con los líquidos. Solo entonces él la soltó, pero solo un poco, lo suficiente para permitirle respirar.
-Ah, trágate todo mi moco, Clara. Que no se pierda nada. -Le dijo.
La niña tampoco tenía mucha opción. Aun con el pene vibrando en el interior de su boca, ella hizo pasar el semen hacia atrás. Luego con su lengua recogió los restos de aquel liquido blancuzco que goteaban por el borde de sus labios.
-Eso estuvo muy bien Clarita. -La felicitó el hombre mientras volvía a su café. Pero la niña permaneció allí, indecisa. -¿Qué pasa? -Preguntó él.
-Señor... -Comenzó vacilante. -¿Sobre la escuela?
Don Manuel recordó que tenía que hablar con Tomasito al respecto.
-Hoy día ya no fuiste Clara. Quizás mañana, pero hoy día es nuestra luna de miel y te vas a quedar acá conmigo, complaciéndome todo el día. Hoy día yo voy a ser tu profesor y te aseguro que te voy a enseñar algunas cosas muy interesantes.
-¿Y mi abuelita?
-Ya te dije que Tomasito se encargará de ella. No te preocupes. Haz lo tuyo y ella estará bien. -Le explicó.
-Necesito ropa, mi cepillo de dientes. -Insistió ella.
-De acuerdo. -Concedió él. -Pasaré por tu casa y te traeré lo que necesites y veré con Tomasito para que te venga a buscar mañana para llevarte al colegio. ¿Algo más?
-No señor. -Contestó ella viendo que don Manuel estaba perdiendo la paciencia.
* * *
Martes 11:00 AM
Primero había pasado por su oficina y doña Celeste le había puesto al día con todas las novedades de la hacienda. Nada importante. Enrique se estaba encargando de todo y él podía estar tranquilo y dedicarse a disfrutar su descanso junto a Clara.
Había aprovechado de hablar con el capataz y le había dado instrucciones para que al día siguiente pasara por la cabaña bien temprano para recoger a la muchacha y llevarla al colegio. No era bueno que sus profesores notaran su ausencia y luego le transmitieran sus inquietudes a Ana María. Mejor evitarse problemas a futuro.
Luego se dirigió a la casa de Clara para cumplir con lo que le había prometido, ir por algo de ropa y sus utensilios de aseo.
El propio Tomasito le abrió la puerta de la casa de Ana María y asegurándose de que nadie lo había visto, el hacendado se introdujo rápidamente en la morada.
-Vamos. -Le dijo a su empleado.
La sala era pequeña y a la derecha estaba la cocina. Al costado había un pasillo por el cual Don Manuel avanzó, encontrándose con el excusado a la izquierda y a la derecha con una puerta entreabierta. Asomándose, el hombre vio a una mujer anciana que yacía sobre una cama, inmóvil. Había otra cama, desocupada, al lado, y don Manuel supuso que allí dormía Ana María.
-¿Cómo ha estado doña Leticia? -Le preguntó a su empleado.
-Bien señor. Le he dado todas sus comidas y la he ayudado a lavarse y a ir al baño. -Contestó Tomasito.
-Muy bien. Sigue cuidando de ella, no quiero ningún problema con Ana María.
-Sí señor.
Don Manuel siguió adelante. Había un cuarto al fondo y el hombre supo de inmediato que esa era la habitación de Clara. La cama estaba arreglada y sobre ella había una muñeca de trapo. Había un pequeño escritorio sobre el cual encontró un par de cuadernos, y sobre una silla un pantalón de buzo azul y una remera blanca. Pegado sobre una de las murallas un póster de una estrella de la música popular. Sin duda era el dormitorio de una adolescente.
Entonces se dio a la tarea que se había propuesto. Tomó el pantalón de buzo y lo metió en una de las bolsas que llevaba consigo. Se dirigió al armario y lo abrió de par en par. Lo primero que eligió fueron una falda y dos camisas blancas que probablemente eran los repuestos de uniforme escolar. Le excitaba mucho ver a Clara con sus ropas de colegiala y las que llevaba puestas no le durarían toda la semana.
A continuación recogió dos vestidos; uno corto y de color amarillo y el otro de un blanco impecable con una cinta roja en la cintura que remataba en un nudo en la espalda. Como un paquete de regalo, pensó el hombre. Lo dejaría para una ocasión especial.
Abrió los cajones y en uno de ellos encontró un verdadero tesoro de sostenes y calzones; escogió los conjuntos más pequeños, dos de color blanco con pequeños corazones, otro negro y un tercero de color amarillo. En otro cajón encontró una minifalda azul y una remera blanca sin mangas, y sospechando que la muchacha debía verse muy bien con esas prendas las tomó de inmediato. Agregó otra blusa de color negro y finalmente recogió unas zapatillas y algunas calcetas, algunas largas y otras más cortas.
Estaba por abandonar la habitación cuando en el último momento decidió buscar en el velador que había junto a la cama. Al principio no encontró nada que le llamara la atención, pero entonces sus manos dieron con una especie de libro. Lo abrió solo para descubrir que era un diario de vida. Interesante, pensó. ¿Qué secretos se guardarían aquel libro? ¿Acaso las penas y alegrías de una inocente muchacha? ¿Sus sueños más preciados? Metió el diario en la bolsa.
Antes de irse recolectó algunas otras pertenecías de la adolescente. Toallas, cepillo de dientes, un perfume. Todo lo necesario para que no fuese necesario molestarse en venir nuevamente.
* * *
Aprovechando la ausencia de don Manuel, Clara pudo darse una ducha. Allí, mientras las gotas de agua regaban su cuerpo las lágrimas resbalaban sobre sus mejillas. Llorando limpió su cuerpo, y con mucho cuidado también lavó sus partes íntimas. Aun sentía irritado y le ardía un poco, pero el dolor físico era casi un consuelo para el sufrimiento que brotaba incontrolable desde su corazón.
La habían violado, le habían robado su primera vez y un hombre despiadado había abusado de ella a su antojo. Y comprendía que era solo el principio. Aun le aguardaban varios días de lo mismo. Por eso se lamentaba y al menos allí, que estaba sola, pudo dejar fluir su tristeza y amargura.
Mientras recorría su propio cuerpo, revisando especialmente aquellas partes más sensibles y lastimadas, no pudo evitar el recordar las traumáticas experiencias sufridas durante la noche anterior. Los labios del varón sobre los suyos y luego cerniéndose sobre su pechos, lamiendo y succionando de ellos ferozmente. Al igual que sus manos, ásperas y callosas, deslizándose por su cintura, pellizcándole el trasero, y metiéndolas entre sus piernas, tocándola donde nadie la había tocado jamás.
Sentía como si esas cosas le hubiesen pasado a otra persona y ella fuese solo una espectadora de sus memorias. Allí estaba ella, desnuda bajo el cuerpo, también desnudo, de don Manuel. Sus piernas abiertas de par en par, recibiendo el grotesco pene del varón dentro de ella. Un trozo de hierro, caliente y duro, enterrándose profundo en su vientre, desgarrando sus entrañas. Martilleando sobre ella, una y otra vez, haciéndola sufrir pero también haciéndole sentir cosas que nunca antes había sentido. No sabía cómo ni cuándo había sucedido, pero de pronto ya no sentía que aquellas manos y aquella boca le hicieran daño, sino que todo lo contrario, la deleitaban. Y aquel órgano viril que antes le había parecido un gusano monstruoso desgarrando sus entrañas, pasó a ser una varita mágica que se había hundido en su vientre y desde ella emanaban intensas descargas de un placer tan intenso que aun ahora sus ecos reverberaban en todo su ser.
En efecto, mientras revivía aquellos momentos sus inseguros dedos se habían escurrido hasta alcanzar la entrada de su capullo y habían comenzado a acariciar con mucha delicadeza.
Nunca había hecho eso antes. Nunca había intentado satisfacerse a sí misma. Pero de un momento a otro se encontró intentando avivar aquellas exquisitas sensaciones que don Manuel había sido capaz de hacer surgir en ella. Con vergüenza se percató de lo que estaba haciendo; el cansancio, el agua caliente, los recuerdos, le habían jugado una mala pasada. Se regañó a sí misma, sintiéndose culpable por su debilidad, y reanudó la tarea de lavar su cuerpo, sabiéndose sucia por dentro.
* * *
Martes, 12:00 AM
José estaba muy frustrado.
El día anterior no había podido ir al colegio, ocupado como había estado ayudando en las labores de la hacienda. Y aunque había hecho lo posible por apresurarse y así poder reunirse con Clara después en la tarde, siempre don Enrique le asignaba más tareas, y solo pudo volver a casa pasado la medianoche. Su único consuelo había sido saber que al día siguiente si podría encontrarse con la joven de la que estaba tan enamorado.
Pero cuando esa mañana fue en busca de Clara para irse juntos al colegio, fue Tomasito, uno de los pocos empleados de don Manuel que eran gentiles con él, él que salió de la casa para explicarle que su amiga estaba muy enferma y que no iría a la escuela. El hombre aprovechó de pedirle que diera aviso en la escuela y a la profesora.
El muchacho quiso pasar a ver a la enferma, pero Tomasito le dijo que no era posible, que parecía ser algo contagioso y que no era conveniente que pasara. Tuvo que conformarse, y como cada mañana se encaminó hacia el pueblo, solo que esta vez sin compañía. No podía creer su mala suerte. Justo cuando las cosas iban bien pasaba esto.
Es que no podía dejar de pensar en aquel hermoso momento que había pasado con Clara dos noches antes, cuando sus manos se habían encontrado y habían compartido aquella inocente complicidad de saber que se gustaban. Durante todo ese tiempo había estado esperando la hora de poder dar el siguiente paso, imaginando como podría acercarse a ella y como se atrevería a darle ese primer beso.
Sabiendo que la muchacha estaba prácticamente sola en la casa, pues su abuela apenas si era consciente de la realidad, él había esperado contar con interminables horas junto a su enamorada. Mucho tiempo, lo suficiente como para creer que podría hacer algo más que tan solo tomar su mano. Quizás ella le permitiría ir un poco más lejos; acariciarla, besarla, quizás atreverse a recorrer su camisa, o incluso intentar meter sus manos por debajo.
Esas habían sido las expectativas de José, y ahora todos esos sueños parecían haberse esfumado. Clara estaba enferma y por lo tanto no había nada que hacer. En una semana más volvería su madre y ya no tendría otra oportunidad semejante. La joven se iría lejos y quizás nunca volvería a verla.
Así que ir al colegio ese día se convirtió en una verdadera tortura para José. Hubiese querido volver de inmediato y decirle a Tomasito que no le importaba enfermarse él también, que necesitaba ver a Clara. Pero las clases parecían interminables. Y como si fuese poco, en el segundo recreo tuvo que encontrarse con Armando, quien de nuevo lo importunó.
-Contigo quería hablar. -Le había dicho, agarrándolo por la camisa. -¿Donde esta esa amiga tuya, Clara? -Le preguntó.
-¿Y para que quieres saber? -Se atrevió a contestar José.
-Eso no te importa, pendejo. Ayer la muy puta se las ingenió para esconderse de mí. Pero hoy sí que le daré su merecido. -Amenazó él.
-Está enferma y no vino a la escuela. -Contestó el muchacho, intimidado.
-¿Ah sí? -Exclamó decepcionado. -Si descubro que me mientes te las vas a ver conmigo, pendejo estúpido. -Concluyó el matón, soltándolo.
José abandono de inmediato el lugar, por primera vez considerando que no había sido tan malo que Clara no viniera a la escuela.
* * *
Cuando don Manuel entró en la cabaña encontró a Clara sentada en el sofá, cabizbaja y con las manos cruzadas sobre su regazo. Vestía lo único que hasta entonces tenía para ponerse, su uniforme escolar. El hombre dejó las bolsas a un lado y se relamió los labios. Era hora de gozar nuevamente de aquel delicioso cuerpo de niña, ya no virginal, pero todavía fresco y lozano. Su miembro se le endureció de inmediato mientras se aproximaba a la muchacha, listo para cumplir con su misión.
-Bájame los pantalones y los calzoncillos. -Le ordenó poniéndose frente a la muchacha.
Ella levantó los ojos observando por un momento el rostro del hacendado, su sonrisa satisfecha y expectante, su mirada cruel y despiadada. Sus manos vacilantes y temblorosas desabrocharon el cinturón del varón e hicieron que el pantalón resbalara hasta el suelo, dejando al descubierto el calzoncillo, y al centro del mismo un bulto palpitante y que crecía a cada instante, ansioso por recibir de nuevo las atenciones de la adolescente. En efecto, como impulsado por un resorte invisible, el enorme órgano saltó hacia adelante apenas la prenda que lo cubría fue retirada por la joven.
-¿Quiere que le dé una mamada, señor? -Preguntó ella con el grueso miembro vibrando frente a ella.
-Por supuesto. -Contestó él. -Y la próxima vez no preguntes. Hazlo no más.
Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza y empezó a lamer con su lengua la sensible anatomía del instrumento viril. Él, como siempre, comenzó a acariciar los cabellos de la colegiala, dejándose conducir por sus delicadas atenciones hacia un estado de intenso placer.
-Sí, sí. Ya estas aprendiendo. -Le dijo cuando ella introdujo la punta de su pene en su tibia cavidad bucal, al tiempo que sus pequeñas manos buscaban apoyo en los gruesos muslos del varón, acariciándolos con timidez. -Que orgullosa estaría tu madre de ti si te viera en este momento, mi niña.
Ella se detuvo súbitamente.
-No se lo diga a mi mama, se lo ruego. -Dijo ella, suplicante.
-No te preocupes. Mientras te sigas portando bien no tendré ninguna razón para contarle a Ana María sobre nuestro pequeño secreto. -Explicó él aprovechando la interrupción para sentarse junto a la muchacha, su miembro erecto y cubierto de saliva femenina.
-Me portaré bien, señor. -Dijo apenas conteniendo las lágrimas.
-Estoy seguro que sí, Clara. Ahora ven acá. -Le dijo atrayéndola hacia él.
La hizo hincarse sobre su regazo, sentada sobre sus gruesos muslos, y con las delgadas piernas de la muchacha bien separadas y dobladas hacia atrás. De esta manera la enderezada verga de don Manuel quedó apoyada contra la tersa piel del bajo vientre de la quinceañera, con la punta sobresaliendo bajo la falda colegial.
Al principio el hombre se conformó con acariciar las extremidades inferiores de Clara mientras su pene gozaba de aquel íntimo contacto con las carnes de la adolescente. Pero luego de algunos instantes comenzó a desabrochar la camisa de Clara hasta tenerla completamente abierta, aunque sin terminar de retirar la prenda. Solo una vez sus manos se deslizaron a lo largo del delgado talle femenino, siendo suficiente para que la piel de la niña se crispara con un escalofrío. Pero aquellas latitudes ya no atraían el interés de don Manuel, quien ya las había explorado acuciosamente menos de veinticuatro horas atrás, cuando preparaba a la doncella para su desfloramiento. Prefirió en cambio atacar de inmediato los broches del sostén, dejando a su disposición dos de los manjares más sabrosos que podía ofrecer aquella criatura. Sus gruesas manos fueron enseguida hacia las turgentes prominencias y tomaron posesión de ellas con fuerza y sin ninguna delicadeza.
-Aaayyy... -Gimió la colegiala. Muy a su pesar no fue solo un quejido de dolor.
-Te gusta, lo sé. No lo puedes negar.
Si, si podía negarlo, se dijo a sí misma la muchacha. No podía ser. Una cosa era que don Manuel la obligara a tener relaciones con él, pero otra muy distinta era que se permitiera disfrutarlo. Lo suyo era una penitencia y un sacrificio. Quizás un castigo por haber nacido y así haberle arruinado la vida a su madre, y esta era la forma de pagar su deuda. Pero si lo gozaba entonces no sería nada de eso y ella misma no sería más que una cualquiera, una deshonra para ella misma. Pero su cuerpo no parecía compartir su opinión y cada vez reaccionaba con más entusiasmo ante las agresiones de las que era objeto. No podía dejarse ganar por el placer.
-Aiiiiiii.... -Exclamó de nuevo cuando el hacendado apretó sus pezones, ambos a la vez, y comprendiendo al momento que sería una pugna difícil de ganar.
Entonces él la tomó de la cintura y la hizo incorporarse sobre sus rodillas, dejando sus pechos expuesto justo delante del feo y curtido rostro del terrateniente. Cuando sintió las largas y vigorosas mamadas ejercidas sobre sus jóvenes pechos, y los espasmos eléctricos que ellas provocaban a lo largo de su espalda, supo que a pesar de sus esfuerzos estaba condenada a sucumbir.
-Ahhhh... ahhhh... ahhhh... -Resoplaba ella al ritmo impuesto por el ininterrumpido succionar.
-Mmmm... mmmm... mmmm... -Contestaba el varón, con sus labios encerrando una buena parte de uno de aquellos senos y con su boca llena de la humedad, los sabores y olores propios de aquella piel tan joven.
Fue entonces que sus dedos comenzaron a hurgar bajo la falda de la joven, buscando el calzón y tirándolo hacia abajo. El hombre separó sus piernas y obligó a la niña a introducir las de ella en el espacio así formado. Así fue más fácil conducir la prenda interior primero hasta las rodillas y luego hacia atrás hasta quedar colgando solo de uno de los tobillos de Clara, enredado en una de sus calcetas, las que como siempre cubrían sus pies.
Él le hizo abrir nuevamente las piernas metiendo las suyas entre medio, y con su miembro erecto, apuntando hacia arriba, precisamente hacia el orificio donde anhelaba introducirse a la brevedad posible. Mientras seguía chupando de los senos de la joven, la tocó debajo y para su sorpresa la encontró mojada.
-Que rápido que estas lista, mi niña preciosa. -Le comentó. -Y si estas lista, para que vamos a seguir esperando, ¿no es cierto? -Agregó él empujándola hacia abajo con una mano y con la otra acomodando su órgano, dirigiéndolo hacia la pequeña caverna de los placeres.
La cabeza del miembro, a pesar de su tamaño, fue engullido con facilidad por la tibia cavidad, que se dilató dócilmente para cobijarlo en su interior.
-Aaaahhhh... -Gimoteó débilmente la colegiala a medida que era penetrada.
Adentro el conducto se volvía más estrecho, lo que, como siempre, aumentaba la excitación varonil, animándolo a seguir adelante. Pero la posición no era la más adecuada para ello y don Manuel se detuvo cuando todavía la mitad de su miembro permanecía fuera de la vagina.
Sin embargo la muchacha no podía sino agradecer aquello. Y es que en esta ocasión no existían los dolores que había sentido las veces anteriores cuando don Manuel había entrado hasta el fondo, y en cambio el dislocado vaivén del pene en su interior la estimulaba de formas nuevas e imprevistas.
Sin que don Manuel le dijera nada ella sacó sus piernas desde debajo y las alargó hacia adelante y hacia arriba, apoyando sus muslos en el abultado abdomen del hombre, pasando sus tobillos debajo de sus axilas, y dejando descansar sus pies en el respaldo del sofá. Se estiró un poco hacia atrás, recostándose sobre las piernas del varón de modo que su entrepierna quedara en un ángulo tal que permitió que la enorme verga de don Manuel pudiese entrar algunos centímetros más dentro de ella. Un regalo que el hacendado supo agradecer farfullando su satisfacción.
-Créeme Clarita. Una niñita linda y obediente como tú es todo lo que necesita un hombre de mi edad para tener contenta a su verga. -Comentó. -Un hoyito pequeño y apretadito, y donde ningún otro cabrón lo haya metido. Solo para mí.
El hombre miró a la colegiala alojada entre sus piernas, la falda cubriendo el punto en que sus cuerpos se fundían, pero con el resto de su cuerpo extendido ante el como el capullo de una flor, y cuyos pétalos parecían ser los flácidos flancos de su blanca camisa que caían hacia atrás. Tan pequeña, tan deliciosa, tan bien encajada en su propia pelvis que casi parecía una extensión de sí mismo, respondiendo armoniosamente a cada uno de sus movimientos; cuando pujaba ella se contraía y se crispaba entera, cuando soltaba, ella se relajaba recuperando el aliento. Él la sostenía de la cintura, moviéndola hacia adentro y hacia afuera según fuera el caso, como si fuera una muñeca de trapo, totalmente a su disposición.
Ella colaboraba arqueando la espalda en cada arremetida, haciendo que la herramienta viril rasguñara con fuerza contra las paredes frontales de su vagina, sumergiendo a la colegiala en un gozo abrumador que nublaba completamente su razón y se imponía sobre cualquier intención que hubiese tenido de resistirse al placer. Una parte de su ser sentía avergonzada y sabía que luego se arrepentiría de ello, pero no podía hacer nada al respecto, solo entregarse a don Manuel y permitir que la condujera al éxtasis. Sus pequeñas manos se aferraron a los gruesos brazos del varón, levantó la mirada y observó el rostro y la expresión perversa de aquel que la estaba haciendo suya, apretó su vientre y gritó en medio del segundo orgasmo de su vida, uno que había superado con creces la experiencia del primero.
La súbita e intensa contracción de Clara hizo que sus músculos vaginales estrujaran al pene que se hallaba adentro, provocando una incontenible marea de placer que tomó por asalto al hombre, llevándolo precipitadamente al clímax.
-Aaaagggghhhhh... -Gruñó él hacendado mientras expulsaba sus jugos dentro de la muchacha.
Rendida, la joven se dejó caer hacia atrás quedando suspendida en el borde del sofá, con su cabeza colgando a escasos centímetros del suelo. El repentino cambio de posición hizo que el miembro viril escapara de la madriguera, haciendo brotar junto con él los fluidos derramados dentro de la muchacha.
-Parece que tendrás que cambiarte de ropa. -Le dijo el hombre mientras secaba su pene con la falda colegial, manchándola con su semen. -Pero antes calienta algo para almorzar.
* * *
Martes 2:00 PM
La comida consistió en carne con vegetales y arroz. Los platos venían preparados dentro de los paquetes que había dejado Mariana, y Clara tan solo tuvo que calentarlos en el horno. Don Manuel había pedido vino, el cual la muchacha le sirvió prestamente. Ella en cambio solo bebió agua.
Comieron en silencio. Ella siempre con la cabeza gacha, él mirándola confiado y satisfecho. Cuando terminaron ella retiró la vajilla.
-¿Me da permiso para lavarme y cambiarme de ropa? -Le preguntó la adolescente.
-Ahora sí. -Contestó él.
Ella fue hasta el cuarto de baño y prontamente se deshizo de las prendas que llevaba usando desde el día anterior, las ropas que habían sido testigos del lastimero proceso mediante el cual ella había sido precozmente transformada en mujer.
Se colocó bajo las tibias aguas de la ducha, por segunda vez ese mismo día. Pero en esta ocasión fue interrumpida mucho antes de que terminara por don Manuel que la sorprendió al abrir la cortina y entrando en la tina completamente desnudo.
-Necesito asegurarme de que te estas lavando bien. -Le anunció mientras observaba maravillado el pequeño cuerpo de aquella celestial criatura. Él, en cambio, una bestia obesa y corpulenta. -Acércate.
-Pero yo se lavarme. -Se atrevió a señalar.
-Tengo que estar seguro. -Le contestó haciendo que se diera vuelta.
El varón comenzó a enjabonar prolijamente la espalda de la quinceañera, distribuyendo con sus manos la espuma sobre aquella piel de seda. Las caricias eran tiernas y suaves y ella las aceptó aliviada. Pero entonces las grandes manos del varón bajaron hasta su fina cintura y la obligaron a agacharse en ángulo recto.
-Afírmate de la pared. -Le ordenó don Manuel.
-¿Que me va a hacer? -Preguntó ella confundida, pero obedeciendo.
-Esto te va a doler un poco, pero ya sabes, es por tu propio bien. -Afirmó él con ironía.
Primero fue uno de los dedos del hombre, el que descendió por el valle que existía entre los glúteos de la joven y que nacía allí donde terminaba la espalda.
-Nooo... -Susurró ella cuando por fin supo las intenciones del maduro varón. Fue una declaración simbólica pues sentía escalofríos que la recorrían entera y un extraño cosquilleo justo en el ano que le hacían solo desear que él terminara lo que había empezado.
-Relájate... -Le sugirió él justo antes de hacerlo.
El dedo se introdujo envuelto en una fina película de agua con jabón, atravesando el esfínter. Ella dio un respingo de dolor y sus músculos se apretaron.
-O te sueltas o te daré una paliza. -Le advirtió él.
Clara hizo un esfuerzo y su conducto anal se dilató permitiendo que el dedo de don Manuel se moviera libremente en su interior, yendo hacia adentro y hacia afuera, y girando en un sentido o el otro. Entonces lo sacó, extrayendo del interior algunos restos de suciedad. El hombre se limpió aprovechando el agua que caía alrededor y volvió a buscar el agujero, pero esta vez fueron dos los dedos que metió adentro.
-Aaayyy... -Gritó ella al sentir como las paredes de su recto eran forzadas a abrirse.
-Tranquila. Hay que limpiarlo bien y dejarlo bien abierto antes de meterte mi verga.
Clara no se sorprendió al saber el objetivo final de todo aquello. Por supuesto que lo había sospechado y la certeza no hizo sino llenarla de vergüenza.
Separando los dedos el hombre hizo que aumentara aún más la dilatación y cuando por fin estuvo conforme, colocó su pene en la hendidura. Entonces con una de sus manos comenzó a empujar a la muchacha hacia atrás, lentamente.
-Ahora sí, mocosa. Dile adiós a tu otra virginidad.
El glande del hombre chocó finalmente con las paredes del ano y comenzó a deslizarse hacia adentro. Al principio ella seguía apretada, pero el órgano masculino estaba endurecido, y poco a poco fue penetrándola.
Más adentro el agujero era estrecho, y no sin esfuerzo el pene logró abrirse paso entre gritos de la muchacha y gemidos del varón. Pero al final el trasero de Clara reposaba adherido contra el vientre de don Manuel, con la mitad del miembro masculino dentro de su ano. Al mismo tiempo algunas gotas de sangre salían de la violentada abertura y se mezclaban con el agua.
Como la niña era de mucha menor estatura que él, la tomó por la cintura y la levantó desde atrás. La joven quedó suspendida en el aire, apoyando sus brazos en la muralla y enganchada por detrás en el pene del varón. Así pudo el terminar de introducir completamente su órgano en el ano femenino.
-Aaayyy, aaayyy, ayyyyyy... -Gemía la colegiala al ser comprimida contra la muralla y recibiendo una embestida tras otra.
La enorme vara del hombre pujaba y pujaba allí dentro, cada vez más hondo, al tiempo que paredes del recto se contraían haciendo presión contra el miembro, propinándole un exquisito masaje. Intensamente estimulado el hombre finalmente descargó en el conducto y con un resoplido gutural dio por concluida la sesión.
El hombre se sentó en el borde de la bañera y con sus manos limpió su órgano mientras seguía observando el ano de la muchacha que botaba una mezcla de agua, jabón, semen y sangre. Una vez que estuvo limpio se paró y abandonó el cuarto, dejando a la niña aseándose en silencio.
* * *
Martes 4:00 PM
De nuevo Tomasito le había impedido pasar a ver a su amiga. A pesar de sus suplicas, José no logró que el hombre cambiara de opinión.
-Váyase a su casa, Josecito. Y olvídese del asunto. Clara ya se pondrá mejor y entonces podrá verla. -Le recomendó.
Él intentaba hacerle comprender que su amiga partiría de la hacienda en algunos días más y que después de eso ya no tendría muchas posibilidades de volver a verla. Pero Tomasito no parecía prestar atención a sus razones.
-Es mejor así, créame. -Le contestó enigmáticamente. -Ya, váyase y deje de molestar. -Señaló concluyendo la conversación.
Pero eso no hizo más que aumentar los deseos que José tenía de ver a Clara. Fingiendo darse por vencido se alejó del lugar, pero una vez que el hombre ya no pudo verle se salió del camino, y avanzando por entre zanjas y matorrales se acercó por detrás de la casa.
Bien sabía dónde estaba la habitación de la joven y se aproximó a su ventana, que ventajosamente, estaba abierta. Intentando no hacer ruido, y con cuidado para no asustar a su amiga, se asomó por el borde y descorrió la cortina.
Había esperado encontrar a Clara metida en su cama y tapada con varias mantas a pesar del calor, con un aspecto desaliñado y un rostro ojeroso, pero contenta de verle y esforzándose por ofrecerle una sonrisa.
Por supuesto la realidad lo dejó perplejo. No había nadie en la pieza. Más aún, la cama estaba hecha y con la muñeca de Clara adornando su centro. No parecía que alguien estuviese utilizando aquel cuarto.
Extrañado, se asomó por la pequeña ventana del cuarto de baño, pensando que quizás justo había llegado en el momento que su amiga estaba usando el excusado. Pero se equivocó. Tampoco estaba ahí. Finalmente intentó en la pieza de la abuela, pero solo vio a la anciana, con la mirada perdida en el vacío.
Confundido, José se alejó de la morada intentando encontrar alguna explicación para tan extraña situación, pero por supuesto, no podía siquiera imaginar la terrible verdad que había detrás de aquel misterio. Sin tener muchas esperanzas decidió ir en busca de Mariana confiando en que tal vez ella supiera algo del asunto.
Martes 5:00 PM
En efecto, Mariana sabía. Pero estaba haciendo todo el esfuerzo posible para no pensar en ello. Mientras acomodaba en un bolso los recipientes de comida para la cena de don Manuel y su nueva amante, trataba de no recordar el demacrado rostro de la muchacha, tal como lo había visto esa mañana. Intentaba no volver a comprender que de alguna manera también era cómplice de aquella perversidad.
Fue en ese momento que don Enrique entró a la cocina.
-¿Cómo estas Mariana? -Le preguntó el hombre, colocándose a escasos centímetros detrás de ella.
A pesar de estar dándole la espalda podía sentir la mirada de don Enrique recorriendo su figura. Bien sabía que su vestido era demasiado corto y ajustado, pues así le gustaban a don Manuel y no le cabía duda de que también llamaban la atención de muchos de los que trabajaban en la hacienda. En particular a don Enrique que nunca había hecho muchos intentos de ocultar su libidinosa admiración por ella.
-Bien don Enrique. -Contestó mostrando una fría indiferencia pues no deseaba entrar en conversaciones con el hombre.
-Me imagino. -Dijo él. -Ahora que el jefe tiene otra putita. Supongo que debes estar contenta con el descanso. -Comentó el hombre acercándose un poco más a ella.
Mariana prefirió mantenerse en silencio. Era evidente que ese pervertido jamás entendería lo mucho que le dolía ver a Clara pasar por lo que estaba pasando.
-Y claro, ahora que el jefe tiene a esa pendeja, creo que no le molestara si tú y yo nos entretenemos un poco. -Sugirió al tiempo que alargaba sus manos y tomaba a la mujer por la cintura.
En un acto instintivo ella se volteó, y lo empujó con fuerza. Tomado por sorpresa, el capataz retrocedió unos pasos.
-Nunca. -Aseguró ella y tomando su bolso, ya con todos los alimentos en su interior, salió de la cocina.
-Ya veremos Mariana, ya veremos. -Dijo el hombre para sí mismo cuando se encontró a solas.
* * *
Martes 8:00 PM
Estaba casi totalmente oscuro cuando José divisó la entrada de la mansión y se encaminó hacia ella. Pero se detuvo repentinamente al ver que alguien abría las rejas y salía hacia el camino. Por su esbelta silueta supo sin lugar a dudas que era Mariana.
En un primer momento quiso adelantarse y hablarle de inmediato. Pero por alguna misteriosa razón se quedó quieto y solo observó mientras la mujer cerraba el portón tras de sí y se dirigía hacia el camino. Pero sus pasos no enfilaron hacia la villa ni hacia los campos de cultivo, sino que hacia atrás, hacia el bosque. Llevaba un bolso y parecía tener prisa. Y en su apuro nunca vio al muchacho.
Intrigado al respecto y sin pensarlo mucho, José decidió seguirla esforzándose por no ser descubierto.
Al principio fue fácil, pues el camino era amplio y bien demarcado. Pero luego la mujer tomó una vía lateral, más pequeña, que se internaba entre los árboles y entonces José tuvo que ser doblemente cuidadoso.
La senda avanzaba por el borde de una colina y tras unos quince minutos se aproximaba a la orilla de una laguna. Muy cerca de allí, destacándose en la penumbra crepuscular, vio las luces de una cabaña y comprendió que se dirigían hacia allá.
Mariana se adelantó hacia la morada y José decidió esperar oculto entre unos arbustos. Pudo escuchar como la mujer golpeaba la puerta. Pasaron algunos segundos, y entonces apareció un hombre fornido y obeso. De inmediato José pensó que podía ser don Manuel, pero por la distancia no estaba seguro. De todas maneras le pareció alguien de aspecto ominoso y temible.
Fue entonces que se percató que estaba en un lugar donde no se suponía que debiera estar. Una sensación de peligro inminente surgió dentro de él. De alguna manera supo que si era sorprendido allí no le iba a ir muy bien. Y comprendió que cuando Mariana tuviera que regresar sobre sus pasos, sería imposible que no le viera.
Muy asustado, el joven se apresuró a abandonar su escondite y devolverse por el camino con prisa, pero siempre cuidando de no hacer ruido. Solo cuando estuvo a una distancia razonable, se atrevió a correr, y lo hizo tan rápido como pudo, hasta que llegar a su hogar donde pudo finalmente sentirse a salvo.
* * *
Martes 9:00 PM
Toda la tarde Clara había estado medio aturdida y adormilada. Don Manuel supuso que era consecuencia del esfuerzo. No en vano en menos de veinticuatro horas se la había montado tres veces por la vagina, una por el ano, y le había propinado tres exquisitas mamadas. Era natural que la chiquilla estuviera agotada.
De hecho él también estaba cansado, pero al mismo tiempo se sentía plenamente satisfecho. Había dejado que la niña durmiera un rato, confiando en que ello la haría recuperarse y estar fresca y rozagante para la noche. Mientras tanto él se había contentado con otra cerveza.
Estaba en eso cuando había llegado Mariana y había dejado alimentos frescos para la cena; pollo cocido con arroz y ensaladas. A cambio le pasó las ropas sucias de él y de la muchacha para que su empleada se encargara de lavarlas. Después de que Mariana se fue pensó en comer, pero prefirió dejarlo para más tarde y en vez de ello siguió con su cerveza
Fue entonces cuando recordó el diario de vida de Clara. Buscó entre las bolsas que todavía permanecían tiradas en el piso y extrajo el texto. Volvió al sofá y lo abrió buscando la última anotación, que era del domingo recién pasado en la noche, y comenzó a leer.
Querido diario:
Hoy mama partió a la capital a ver a mi tía Consuelo. Me dio tristeza verla partir, y sé que muy pronto tendré que partir yo, y estaré lejos de mama por mucho tiempo.
Pero en el viaje de regreso sucedió algo maravilloso. José me tomó de la mano y estuvo así, acariciándome largo rato. Es tan bonito él. Y tan tierno.
Parece que yo también le gusto. Sería tan hermoso... Querido diario, solo quiero que me bese antes de que me vaya. ¿Qué pasará luego? ¿Ya no lo veré más?
Mañana veré de nuevo a José. ¿Qué debo hacer? Quizás, si, mañana... Quizás si me diga que me quiere, y entonces yo le dejaré besarme. Me encantaría sentir sus labios.
No sé qué pensar. Porque luego la separación será más triste aun. Pero no importa. Ahora solo quiero que él me bese y me diga que me quiere.
Querido diario... con algo de suerte mañana te cuente que sí, que me besó, que me quiere... Estoy tan emocionada.
Don Manuel no pudo evitar reírse con una carcajada.
Por supuesto, pensó, las cosas no habían salido como la entonces aun inocente colegiala había supuesto. La pobre muchacha ni siquiera habría podido imaginar que en ese entonces él ya había puesto en marcha sus planes para hacerla suya pocas horas más tarde. No, no había podido probar los besos de ese pendejo atorrante, pero en cambio había tenido el privilegio de probar la verga de don Manuel, sí señor.
Siguió hojeando otras partes del diario, obteniendo un extraño placer en conocer las reflexiones más íntimas de la joven. Sus gustos, sus sueños y frustraciones. Todas cosas que parecían irrelevantes ahora que él la había convertido mujer. De nuevo se sonrió maliciosamente.
-Clara. -Gritó. La muchacha ya había dormido lo suficiente.
Tuvo que volver a llamarla, pero finalmente la joven se asomó desde el umbral del dormitorio cubierta solo con una toalla.
-¿Si señor? -Dijo aun medio soñolienta.
-Ven acá. -Le ordenó, separando las piernas y señalando el espacio entre ambas.
Ella se aproximó y se hincó donde se le indicaba. Desde allá abajo miró con ojos grandes y asustadizos al hombre que también la observaba. Él se abrió el cinturón y se bajó los pantalones y el calzoncillo. Su pene quedó colgando ante ella, pequeño y flácido.
-Dale un beso. -Le indicó. Ella se acercó y depositó sus labios sobre el órgano viril. Este apenas respondió con una ligera contracción.
Era el alcohol y don Manuel lo sabía. Pero no importaba. Eso lo haría más entretenido todavía. De hecho tomó otra cerveza y la destapó. Pero antes de comenzar a beberla, tomo el diario de Clara entre sus manos.
-Mira lo que tengo aquí. -Le dijo a la muchacha.
Ella contempló su querido libro con incredulidad y asombro.
-Don Manuel, mi diario... -Él solo sonrió ante la expresión de la joven. -No lo ha leído, ¿no es cierto? -Preguntó desolada.
-Oh, claro que lo leí, mi niña hermosa. -Dijo, acercándose a ella y acariciándole los cabellos. -Hay cosas muy interesantes aquí. -Opinó.
Desconsolada, la joven comprendió que ahora don Manuel sabía todo sobre ella, sobre sus fantasías de niña, sobre sus pequeños secretos, y sobre José. Ya no había nada que pudiera hacer. Bajó la cabeza, intentando no demostrar lo muy afectaba que estaba.
-Vamos a conversar de esto. -Anunció don Manuel. -Pero primero, comienza a lamerme la verga. Con cuidado, dulzura.
Con su mano sobre la nuca de Clara, guió la cabeza de la colegiala hasta su miembro.
-Ya, comienza Clarita. -Agregó al ver que ella se demoraba.
Ella extendió con timidez la punta de su lengua y empezó a hacer lo que se le pedía. Mientras tanto el hombre por fin tomó un trago de cerveza y luego dirigió su atención al libro.
-A ver, veamos. -Dijo, buscando alguna anotación en el diario. Y entonces leyó en voz alta algunas de las cosas que Clara había escrito sobre su enamorado, José, en los últimos días. Todo eso mientras obligaba a la niña a seguir realizando la felación.
Ella intentaba no escuchar lo que decía el hombre, sus propias palabras en los labios de aquel monstruo. En cambio se concentró en la tarea asignada, recorriendo el pene del varón con su lengua, aunque sin mucho entusiasmo. En verdad no quería pensar, no quería escuchar, no quería chuparle la verga, no quería hacer nada, tan solo echarse en un rincón y llorar.
Pero entonces él tiró de sus cabellos y la obligó a mirar su rostro.
-Así que te gusta el José, ese, ¿ah? -Le preguntó.
Ella cerró los ojos y bajó la cabeza.
-Contesta, o te vas arrepentir. -Amenazó.
-Sí, señor, sí. -Confesó finalmente la quinceañera con voz apenas audible.
-Pues te vas a tener que conformar conmigo Clara. Con un hombre de veras, y no con un pendejo que ni siquiera debe saber cómo corrérsela. -Le dijo. -Te vas a tener que conformar conmigo, porque a ese pendejo me lo voy a joder, y haré que se arrepienta de haber nacido.
-No, no, por favor, don Manuel, se lo suplicó, no le haga nada a José. Él no tiene la culpa de nada. -Rogó ella. Pero de pronto supo lo que el hacendado quería escuchar, y se atrevió a pronunciar las palabras. -Haré todo lo que usted quiera.
-¿Lo que yo quiera?
-Si don Manuel. -Confirmó ella, sumisa.
-Bien. Muy bien. Hay muchas cosas que quiero. Pero por ahora quiero que me hagas la mejor mamada del mundo, ¿entiendes?
-Si señor. -Accedió tomando el falo entre sus pequeñas manos. Con todo su esmero volvió aplicar las gentiles atenciones de su lengua y de sus labios sobre el órgano, subiendo y bajando, yendo desde la punta del glande hasta los testículos, e incluso detrás de ellos.
-Así está mejor. -Afirmó él mientras su miembro comenzaba a adquirir las desmesuradas dimensiones que lo caracterizaban. El alcohol había hecho más lento el proceso, pero también mucho más delicioso. Para cuando el pene estuvo completamente enderezado, la joven llevaba casi media hora hincada y esforzándose en satisfacer a don Manuel.
-Ah, ¿sabes? Creo que tú también debes gustarle a José. -Señalo el hacendado. -Como no, si eres preciosa. No me sorprendería si en estos mismos momentos está masturbándose mientras piensa en ti, imaginado que te hace las mismas cosas que yo te he hecho, pero de verdad. Estoy seguro de que le encantaría metértelo. Y a ti te gustaría que te lo metiera, ¿no?
Entonces él se levantó e hizo que la muchacha se recostara en el piso, abriendo la toalla que cubría su menudo cuerpo. La hizo separar las piernas.
-Qué pena por los dos, porque soy yo el que te lo va a meter ahora, chiquita. Y quiero que me lo des todo, porque si no ya sabes lo que le haré a tu amiguito. -Le dijo.
Ella entendía, así que cuando él se puso sobre ella, la niña acarició su espalda y recorrió con sus labios el pecho del varón. Cuando sintió que la punta del glande intentaba encontrar el orificio de su vagina, ella misma lo ayudó a encontrar el camino hacia su interior. A medida que el pene ingresaba, ella movió su pelvis para facilitar la penetración.
-Aaaahhh, eso sí, así. .Manifestó el hombre.
Sabiendo de esta forma que lo estaba haciendo bien ella se animó y comenzó a apretar las paredes de su vagina al tiempo que continuaba moviendo su cintura.
-Aaahhhaaa... aaahhhaaa... sí, eso está muy bien... aaahhhaaa... -Murmuraba el hombre, al tiempo que respondía aumentando la intensidad de su propio movimiento.
Él iba hacia adentro y hacia afuera, pero ella también, hacia arriba y hacia abajo, apretando y soltando, conduciendo velozmente al varón hacia el clímax.
-No aguanto más... -Dijo él. -Aaaaaaaarrrrrggghhhh... -Gritó desaforadamente, mientras su verga realizaba la última estocada, la más profunda, al tiempo que ella arqueaba su espalda y se relajaba entera de modo que el pudiese descargar en el fondo de ella.
-Aaaaayyyyyy... -Gritó ella con dolor, pues en efecto la enorme verga había chocado contra algo entre sus entrañas. Pero fue solo un instante. Pronto el pene se replegó, ya satisfecho.
Aun entonces ella continuó besando y acariciando al hombre, hasta que él le dijo que estaba bien.
-Ahora, con tu linda boquita, límpiamelo. -Le indicó finalmente.
Ella se incorporó y se puso al lado del hombre, que ahora estaba sentado en el suelo, pero apoyando su espalda en el sofá. Allí se dedicó lamer el órgano, que volvía a hacerse pequeño, hasta eliminar todo resto de semen u otros líquidos. Solo entonces el hombre se dirigió a la cocina en busca de algo para comer, dejando a la muchacha sola en la sala.