LA CERVATILLA Y EL CAZADOR. Parte 3

PRIMERA SANGRE: Tercera parte de esta historia que trata sobre lo que ocurrió en aquella semana que cambió la vida de Clarita para siempre.

CAPITULO III

Primera Sangre

Lunes, 5:00 PM

-Bájate. -Le ordenó don Manuel cuando por fin detuvo la camioneta.

Tras dejar atrás la mansión de los Montero el hombre había conducido la camioneta a través de un estrecho camino de tierra que se internaba en medio de un tupido bosque, el mismo que nacía en parte trasera de la hacienda y que se extendía por varios kilómetros entre lomas y hondonadas. Finalmente habían llegado ante una pequeña pero nada modesta construcción de piedra y madera.

Siempre mirando hacia el suelo, sin atreverse a encontrar la mirada del hacendado, la colegiala obedeció y se quedó ahí, parada junto al vehículo. Mientras tanto el hombre empezó a sacar unas bolsas llenas de provisiones desde la parte trasera de la camioneta. Fue entonces que don Enrique salió de la cabaña y se apresuró a ayudar a su jefe encargándose de transportar el cargamento hacia el interior de la morada. Don Manuel dejó el asunto en manos de su subordinado y se acercó a la joven.

-Ya muy pronto vas a ser mía Clara, toda mía. -Le dijo el hombre poniéndose a su lado y acariciando sus cabellos. -Lo tienes claro, ¿no es cierto?

La niña continuaba cabizbaja y no respondió.

-¿No es cierto Clara? -Insistió el hombre con voz amenazadora.

-Sí. -Contestó ella derrotada.

Con la palma abierta, don Manuel le dio un fuerte golpe en la mejilla. La violencia inesperada tomo a la niña por sorpresa y el dolor hizo que de inmediato se le llenaran los ojos de lágrimas.

-¿Si qué? -Interrogo él.

-Sí señor. Lo siento.

-Así está mejor. -Indicó el hombre. -Que quede claro que no voy a tolerar ninguna falta de respeto, menos de una cría como tú. Aquí te vas a tener que comportar bien. ¿Entendiste?

-Sí señor. -Aseguró ella casi sollozando.

Entonces él la tomó de los hombros y la atrajo hasta tener su hermoso rostro bien apretado contra su pecho. Luego comenzó a bajar las manos, pero solo rozando con la punta de los dedos aquellas telas bajo la cual podía sentir el tembloroso cuerpo de la joven.

-Mírame. -Le ordenó mientras la tomaba de la cintura.

Ella levantó lentamente su cabeza, sus grandes ojos girándose hacia arriba. Su rostro mostraba una expresión de absoluto desamparo.

-¿Te dolió? -Le preguntó.

-Sí señor. -Contestó ella titubeando, sin saber si esa era la respuesta que el hombre esperaba.

-Eso está bien, Clarita. Fue por tu bien. Porque conmigo tienes que ser respetuosa y obediente, y todo irá muy bien. Pero si te portas mal, te castigaré hasta que aprendas, ¿entiendes?

-Si don Manuel. Sí señor.

El volvió a subir sus brazos, y tomando la cabeza de la joven entre sus manos estudió sus hermosas facciones con detención. Pudo apreciar la mejilla de la muchacha levemente enrojecida por el golpe. Entonces inclinó su cabeza y con metódica lentitud comenzó a lamer la parte lastimada. Con su lengua pudo sentir el tibio calor y agradable sabor de aquella suave piel femenina.

De pronto alguien carraspeó a sus espaldas. Era don Enrique.

-Señor, ya terminé. -Anunció el capataz.

-Que bien, Enrique. Puedes irte entonces. -Le indicó. -Y no te olvides de los demás encargos.

-Por supuesto señor. –Confirmo don Enrique.

*          *          *

Don Manuel condujo a la niña hasta la cabaña. La primera habitación era una sala espaciosa, con una mesa de madera y sillas del mismo material en un extremo, y un sofá y dos sillones viejos en el otro. En medio de la pared una chimenea apagada. Una puerta conducía a una cocina, mientras que un pasillo llevaba hacia dos dormitorios y el excusado.

El cuarto más pequeño estaba vacío a excepción de unos bultos dejados en el suelo. La otra habitación, al final del pasillo, era más amplia, y tenía un gran camastro en el medio y una cajonera al fondo.

-Aquí es donde te voy a desflorar, Clarita. -Le indicó el hacendado. -Pero antes vas a darte un baño, te vas a lavar y te vas a arreglar. Quiero que estés bonita para la ocasión.

Entonces la llevó hacia el cuarto de baño. Don Enrique se había preocupado de llenar la tina con agua caliente, y junto a ella había dejado jabón, shampoo, toallas y perfume. Todo lo necesario para el aseo personal de la muchacha.

-Después de que te bañes te vas a tener que poner la misma ropa que llevas puesta. Ya iremos a buscar ropa limpia a tu casa más tarde, pero por ahora estaremos bien. En todo caso me encanta como te ves de uniforme. -Le explicó. -Tienes media hora. Si después de eso vengo y encuentro que no estas lista te juro que me la vas a pagar. ¿Está claro?

-Sí señor. -Confirmó ella.

-Y no se te ocurra ninguna tontera. -Amenazó. -Cualquier estupidez la pagaras tú, tu madre y tu abuela. –Le recordó el hombre dirigiéndose hacia la sala principal y dejando sola a la quinceañera.

*          *          *

La niña se sentía absolutamente aterrada e indefensa. Abrumada, ni siquiera podía razonar con claridad, pero alcanzaba a entender que no tenía más alternativa que obedecer. Intentando no pensar en lo que muy pronto le sucedería a ella y a su castidad se concentró en lo que se le había pedido. Se sacó la ropa y la dejó lo más ordenada que pudo sobre una banca. Contempló su propio cuerpo en el espejo y le pareció tan delicado y frágil al lado de la enorme corpulencia de don Manuel, lo que a  su vez le hizo sentirse todavía más vulnerable. Con lágrimas cayéndole por las mejillas se metió en el agua y comenzó a enjabonarse.

Mientras tanto don Manuel recorrió las facilidades de la casa, corroborando que todo estaba en orden y como lo había requerido. Encontró suficiente comida y muchas cervezas en el refrigerador. Fue de nuevo al dormitorio y dispuso una cámara sobre la cajonera. Eso se le había ocurrido durante la mañana, comprendiendo que el desvirgamiento de aquella inocente criatura era un evento digno de dejar registrado.

De pronto pensó que él también necesitaba darse un baño. Todo el día había ido de un lado para otro y se sentía sucio y sudado. Pero lo descartó. Era importante que ella estuviese limpia y olorosa para él, pero nada más. Ella tendría que aguantar las hediondeces de su virilidad y más le valía irse acostumbrando a ello.

-¡Ya, apúrate chiquilla! -Grito mientras tomaba asiento en el sofá de la sala.

*          *          *

Lunes, 6:00 PM

Escuchó el abrir de una puerta y pies ligeros que se aproximaban. Unos instantes después apareció ante él la criatura más hermosa que hubiese contemplado en mucho tiempo. Ella, menuda pero esbelta, su rostro ovalado y finos rasgos, con el cabello suelto, cayendo dócilmente sobre sus hombros, y vistiendo su uniforme escolar que destacaba las sutiles curvas de su cuerpo. Esplendida. Las facciones de su cara de ángel seguían expresando el desconsuelo y la desesperación que sentía en aquellos momentos, mientras se presentaba ante el hombre al cual debía entregarse. Ahí se quedó, parada, quieta, a solo unos pasos de don Manuel.

Él se levantó y se acercó a la muchacha. Alzó una de sus manos y la deslizó a lo largo de su suave mejilla, lentamente. Una, dos, tres veces.

Redujo aún más el espacio que lo separaba del tembloroso cuerpo de Clara y poniendo su mano en la nuca de la colegiala la obligó a ponerse de puntillas a la vez que él se agachaba lo suficiente como para que ambos rostros quedaran solo a una mínima distancia. Pudo percibir la fresca fragancia del perfume que la joven había esparcido sobre sí misma, y también el olor a limpio y a jabón que expelía su piel  recién lavada.  Todos aquello exquisitos aromas inundaron las narices del terrateniente, haciendo que se sintiera ligeramente embriagado. Hundió su sonriente faz entre los cabellos de la niña y con su boca encontró la delicada y pequeña oreja femenina. La besó y se atrevió a morder suavemente sus bordes. Poco a poco comenzó a bajar por el costado, recorriendo con la punta de su lengua la piel de los pómulos y mejillas, dejando un reluciente rastro de saliva tras de sí. Finalmente sus labios se depositaron sobre los de la joven al tiempo que sus dedos se cerraban en torno al delgado cuello de Clara, presionando en forma ligera pero intimidatoria, obligando a la quinceañera a abrir sus mandíbulas.

-Agghhmm… -Gimió ella en respuesta a aquel beso forzado, justo antes de doblegarse. Entonces la lengua de don Manuel se introdujo victoriosa y comenzó a explorar la húmeda y tibia cavidad con esmerada dedicación.

Don Manuel no lo sabía pero aquel era el primer beso que recibía la colegiala. La tímida muchacha, siempre estuvo protegida por su recelosa madre que se esmeró en mantenerla lejos de los otros niños y jóvenes, especialmente de aquellos de sexo masculino que podían intentar mancillar de cualquier forma la prístina inocencia de su retoño. En verdad José había sido su primer amigo varón, el único en quien doña Ana María había aprendido a confiar. ¿Todo para qué?, pensó la muchacha. Para que ahora un viejo depravado viniera a cosechar todas las primicias de su juventud. Su primer beso. Y eso sería solo el principio. Una dolorosa experiencia pero tan solo la primera de muchas que iba a sufrir en manos de aquel hombre.

Mientras tanto los brazos de don Manuel habían descendido recorriendo el esbelto talle de la muchacha y ahora sus manos rodeaban la estrecha cintura de la adolescente proyectándose hacia la parte posterior, hasta encontrar sus redondas y consistentes nalgas, las que se tensaron al sentir las caricias del varón. Al principio él se limitó a tocar apenas la superficie de la tela, deleitándose al sentir como los músculos de la joven se crispaban cada vez que el presionaba un poco. Pero luego empezó a amasar con más vigor, apretando a ratos, y a veces hundiendo sus dedos por la hendidura que había entre medio.

Sus labios ahora se esmeraban en el sedoso cuello de la quinceañera, dejando manchas enrojecidas tras su paso. Al mismo tiempo sus manos habían recogido la falda colegial y ahora acariciaban la parte trasera del calzón. Era tocar seda sobre seda.

-Estas deliciosa, Clara. -Le confesó en voz baja, casi en un murmullo.

Entonces él se dejó caer en el sofá y atrajo a la niña hasta ubicarla en el espacio que había entre sus piernas entreabiertas. Acarició las rodillas de la colegiala, subiendo por sus muslos, e internándose debajo de la falda. Ella subió sus manos, tapándose la cara mientras volvía a emitir lastimeros sollozos.

-Deliciosa. -Repitió el varón. Entonces tomó a la muchacha de la cintura y la obligó a sentarse sobre su regazo.

Le sorprendió lo liviana que era la muchacha y la facilidad con que pudo acomodarla sobre él, cuidándose de ubicar su  pequeño trasero lo más apegado posible a su virilidad. Dispuso las delgadas piernas extendiéndolas hacia un costado.

A continuación la hizo que apoyara su cabeza en él mientras una de sus manos  recorría las vestimentas de la niña, sobre su abdomen y sobre sus pechos. El hombre se inclinó y de nuevo la beso, muy largo y con calma. Volvió sobre los suaves pero firmes muslos de Clara,  primero acariciándolos por afuera, y luego por abajo. Allí encontró una piel era tan delicada y sedosa que el hombre se entretuvo un par de minutos gozando de ella. Abajo su miembro comenzaba a reaccionar, ejerciendo una creciente presión sobre las nalgas de la quinceañera, mayor aun cuando el varón movía su pelvis con el objeto de aumentar la intensidad de las exquisitas sensaciones que estaba experimentando.

A pesar de todo, Don Manuel pudo sentir como la chiquilla comenzaba a tranquilizarse; ya no lloriqueaba tanto y su respiración se había hecho más regular. Si, todavía podía ver el miedo y la angustia en los tiernos ojos de la muchacha, pero también resignación. Finalmente la pobre criatura comenzaba a aceptar lo inevitable de su trágico destino.

Ya satisfecho por aquellos primeros placeres que había podido extraer de la inocente quinceañera, el hombre se incorporó, manteniendo a la joven en sus brazos, y se encaminó hacia el dormitorio.

*          *          *

La colocó sobre la cama; el exquisito cuerpo de la niña extendido sobre las sábanas. Fue hacia el mueble que había al costado y encendió la cámara que había dejado en aquel lugar, comprobando que capturaría las escenas desde un ángulo privilegiado. Luego se volvió hacia la joven.

Clara. La preciosa hija de doña Ana María, completamente a su disposición. Sus brazos cruzados sobre su pecho, sus piernas bien juntas, su mirada esquiva y llena de temor.

Erguido junto a ella el hombre se acercó, y con estudiada delicadeza le sacó los zapatos y los dejó en el suelo.

-No es buena educación subirse a la cama con zapatos. -Le dijo, tomando sus pies entre sus manos y quitándole el calzado.

Entonces se recostó al lado de la muchacha, apoyado sobre uno de sus codos. Con su mano libre seguía explorando los pliegues de la falda colegial, recogiendo lentamente los bordes de la prenda. Instintivamente la joven intentó impedir la acción, pero él fue más fuerte.

-Quieta, Clarita. Más te vale quedarte bien quieta. -Le dijo al oído, mientras ahora le levantaba completamente la falda, exponiendo no solo sus largas piernas sino que también su impecable calzón blanco.

Los dedos masculinos fueron rápidamente en busca de la pequeña prenda, deslizándose hacia abajo, presionando suavemente, descubriendo las deliciosas formas que se ocultaban debajo. Los muslos de la quinceañera se apretaron intentando obstaculizar el avance de don Manuel. Pero fue en vano y ella solo pudo emitir una contenida exclamación cuando sintió que hurgaban justo allí, por sobre la entrada de su valle secreto. Él acarició unos momentos el suave tejido que cubría el diminuto sexo de la joven antes de retirarse. Puso la falda en su lugar y luego su atención de nuevo hacia el rostro de la muchacha.

Con lentitud desató el corbatín rojo anudado en su cuello, y lo dejó caer al suelo. Luego obligó a la muchacha a volverse hacia él y la besó apasionadamente. Comenzó a  restregar el busto de Clara y antes de que ella pudiese pensar en impedirlo,  desabrochó los primeros botones de su camisa. Pronto el blanco sostén de la niña quedó a la vista. Bajo él destacaban dos firmes promontorios que se mantenían redondos y enhiestos, como desafiando a la fuerza de gravedad. Dos pequeñas puntas delataban la ubicación de los pezones.

Terminó de extraer la camisa pasándola sobre los hombros de la muchacha y la arrojo lejos, quedando tirada en un rincón de la habitación. El resto del torso femenino quedó al descubierto, y las manos del hombre se precipitaron sobre la superficie recién expuesta mientras mantenía a la muchacha cautiva entre sus brazos. Se deleitó siguiendo el contorno de las costillas de la colegiala, que se distinguían claramente bajo la delgada piel que las cubrían.

-Ahora, Clarita, sácate la falda. -Dijo el hombre interrumpiendo su labor.

-¿Señor? -Preguntó ella confundida y temerosa.

-Que te saques la falda... Ahora. -Insistió el con firmeza.

Ella comenzó a obedecer. Se incorporó ligeramente, y llevándose las manos a la espalda abrieron los botones que había en la parte trasera de su prenda inferior. Luego, con cierta torpeza, hizo que la falda se deslizara por sus piernas hacia abajo, dejando que su calzón y sus muslos quedaran expuestos ante el hacendado. Él le tendió una mano para recibir la falda y ella se la entregó.

Pero antes de deshacerse de ella don Manuel se la pasó por la cara, olisqueando los aromas de la joven había dejado impregnados en la prenda. Después también la arrojó lejos. Entonces contempló a la joven que estaba a su lado, semidesnuda sobre la cama. Su pequeña ropa interior cubría los más deliciosos manjares de su feminidad mientras que más abajo unas coquetas calcetas escolares seguían abrigándole los pies. Todas esas prendas de un apropiado color blanco, el color de la pureza. Lo demás era carne; carne joven, fresca, sana, sin ninguna mancha ni cicatriz. Un cuerpo esculpido a lo largo de sus escasos quince años, pero que era una obra maestra, lista para ser apreciada y disfrutada por aquellos que, como él, sabían cómo hacerlo.

-Ven. Ahora sácame mi camisa. -Le indicó.

Ella pareció dudar un momento, pero luego se hincó junto al varón y empezó a desabotonar la prenda señalada mientras él permanecía estirado sobre las sabanas. Los anchos hombros, el amplio pecho y el prominente abdomen del varón fueron quedando al descubierto. Él mismo terminó la tarea, sacándose la camisa por detrás y revelando la gruesa y flácida musculatura de sus brazos.  Entonces tomó las manos de Clara entre las suyas y las llevó hasta su propia entrepierna, haciéndola sentir bajo su pantalón el endurecido bulto que había en aquel lugar.

-Ahora los pantalones. -Agregó él.

Ella comenzó desabrochando el cinturón y abriendo la cremallera. Luego tomó la prenda desde la altura de las rodillas y tiró hacia abajo. Poco a poco el calzoncillo negro de don Manuel fue quedando a la vista, junto con la tremenda prominencia que se apreciaba en su centro. Ella terminó de sacar los pantalones por debajo de los pies del varón. Con temeroso respeto dobló la prenda y la dejó en un extremo de la cama.

El hombre se sentó apoyándose en el respaldo del catre. Separó sus piernas y colocó a la niña, con la espalda hacia él, entre ellas. Ahora casi todo era carne contra carne y podía sentir el calor y la suavidad de aquella piel tan joven sobre varios puntos de su propio y voluminoso ser. Él sonrió perversamente mientras sus grotescas manos se desplazaban a lo largo de la espalda, el vientre, los brazos y las piernas de la pequeña criatura.

Ella mantuvo la calma, sin impedir de ninguna forma que el hombre distribuyera caricias a lo largo de todo su cuerpo. Ni siquiera intentó esquivar la ávida boca masculina cuando comenzó a besar su cuello y sus hombros. Y es que extraños escalofríos recorrían su joven cuerpo cada vez que el hombre la tocaba; nuevas y agradables sensaciones la sacudían sofocando cualquier posibilidad de resistencia.

Cuando el hombre trató separar las piernas femeninas, ella emitió un débil quejido de discrepancia, pero sus extremidades parecieron actuar con voluntad propia, acatando dócilmente. Entonces el metió sus manos entre medio, alcanzando el pequeño calzón de la colegiala. Con delicadeza comenzó a acariciar la prenda justo encima de aquella estrecha franja de carne que existe donde nacen los muslos.

-Pronto te voy a abrir este agujerito mocosa. Aquí dentro mi verga va a gozar mucho, mucho, ya verás que sí. -Le susurró al oído. -Pero antes vamos a ver tus tetitas.

Las manos masculinas subieron por la espalda de Clara hasta encontrar y liberar los broches que mantenían el sujetador en su lugar. La prenda simplemente se deslizó hacia abajo, revelando ante la satisfecha mirada de don Manuel los dos senos de la quinceañera.  Eran dos suculentos promontorios de un tamaño prudente, aunque más que adecuado para los apetitos del hacendado. Se proyectaban hacia el frente, rígidos y firmes, desafiantes. Sus pequeños pezones también apuntaban enhiestos hacia adelante, tentadores.

El terrateniente adelantó sus grandes manos y las dirigió directamente hacia los pechos de la colegiala. Primero se contentó con delinear gentilmente sus formas con la yema  de sus dedos, pero pronto aquellas sutiles caricias se volvieron más intensas y vigorosas. Sus dedos asediaron uno de los pezones hasta que finalmente lo atraparon, pellizcándolo suavemente.

-Aaa... -Gimió la muchacha. Él respondió repitiendo la acción con más fuerza.

-¡Aaayyyy! -Exclamó ella.

-Clarita, sí que tienes unas tetitas de lujo. -Afirmó él. -¿Alguna vez te las han chupado?

No era fácil responder aquella pregunta, más si las manos de aquel pervertido aferraban sus pechos y los amasaban con frenesí, pero ella hizo el esfuerzo, sabiendo que no convenía provocar al hombre.

-No señor.

-Sí que estas nuevecita de paquete. -Comentó él. -Bien. Veamos entonces que tan ricas son las tetas de una virgen.

Entonces hizo que la joven volviera a estirarse sobre la cama y acercó su rostro hacia los senos de la joven. Con la punta de su lengua recorrió aquellos promontorios que por vez primera eran estimulados de aquella forma. Finalmente depositó sus ansiosos labios sobre el pezón adolescente y succionó con fuerza, como queriendo exprimir de una sola vez hasta la última gota de inocencia contenida en aquel joven pecho.

La niña reaccionó intentando alejarse de aquella boca voraz. Pero se detuvo en seco cuando sintió que el hombre sostenía entre sus dientes el pezón. Ella aguantó el aliento. El apretó un poco.

-Ay, ayyyy... -Gritó la muchacha, aunque el dolor era solo una de muchas otras sensaciones que estaba percibiendo.

El hombre pudo notar como el botón se endurecía, como invitándolo a continuar la tarea. Entonces, con más vigor todavía, continuó succionando, extasiado al sentir aquella suculenta carne dentro de su boca, y sabiendo además que era el primero en saborearla. Eso lo mantuvo ocupado durante algunos minutos mientras la muchacha seguía emitiendo exclamaciones entrecortadas justo en los momentos que él quería que lo hiciera.

*          *          *

Satisfecho miró a la joven relamiéndose los labios.

-Ahora Clarita, voy a sacarte tu lindo calzón. -Le anticipó.

Sus manos fueron hasta las caderas de la muchacha y tomó la prenda íntima de los bordes, tirando lentamente hacia abajo.

La quinceañera prefirió apartar la mirada, moviendo su cabeza hacia un costado. En cambio don Manuel contempló extasiado como poco a poco la parte baja del vientre de la niña iba quedando expuesta.

Primero aparecieron unas escuetas briznas de vellos muy finos, casi como pelusas. Luego la tela pareció despegarse de la piel que protegía y todo el sexo de la muchacha quedo finalmente al descubierto. Un estrecho valle de encantadora belleza, y que escondía una pequeña cueva llena de inimaginables tesoros, el merecido premio para el campeón que osara internarse en aquellas regiones jamás antes holladas por hombre alguno. Y para ese, para el primero de todos, para él sería la más preciada de todas las joyas que se guardaban allí dentro.

El varón se quedó unos momentos observando la entrepierna de Clara, mientras el calzón todavía estaba a medio camino entre los muslos de la niña. Extasiado, no pudo evitar pasarse nuevamente la lengua por sobre sus labios. Solo entonces obligó a la joven a doblar sus rodillas, y finalmente retiró la prenda sacándola por debajo de sus pies. Se llevó la pequeña prenda hasta su rostro. La olió y la besó, y luego se la mostró a su dueña.

-¿Te das cuenta Clarita, que la próxima vez que te pongas un calzón ya no serás virgen? -Le preguntó. Pero de nuevo ella no quiso responder de inmediato. -Contéstame. -Le ordenó él entonces.

-Sí señor. -Respondió ella finalmente.

Ahora la niña estaba totalmente desvestida ante él, a excepción de aquellas atractivas calcetas colegiales, y que él decidió mantener en su lugar. En la grabación servirían para recordar a cualquiera que viera la cinta que allí él estaba desvirgando a una indefensa colegiala.

Clara desnuda. Carne fresca y lozana, un cuerpo de exquisita perfección en cada uno de sus detalles. Un rostro angelical, piernas largas y cintura estrecha.  Un vientre plano y unos senos redondos y puntiagudos. Joven, hermosa, sana e inocente. Todo eso a su disposición. Extendió los brazos y acarició las rodillas de la muchacha.

-Abre. -Le ordenó.

Temerosa, la muchacha obedeció con reluctancia. Las manos del hombre volvieron a recorrer los muslos de la joven, subiendo poco a poco hasta alcanzar la meta; la sedosa piel de su sexo.

-Uhh... -Fue la tímida exclamación de la niña.

Entonces el enorme hombre se abrió paso entre las piernas de la joven, forzándola a separarlas aún más, mientras que sus dedos exploraban con esmero la región genital de Clara. Encontró el capullo adolescente y con mucha delicadeza separó los preciosos pétalos que lo cubrían. Con extrema delicadeza y lentitud introdujo ligeramente su índice por la virginal abertura.

-Aaaa... -Fue esta vez la exclamación entrecortada de la joven, mezclada con un mudo sollozo. Él se detuvo un instante. -Se lo ruego don Manuel. No me haga nada. -Imploró ella con el rostro contraído en una expresión de absoluta desesperación.

Él contestó con una sonora carcajada.

-Lolita, lolita... Claro que te voy a hacer cosas. Te voy a hacer de todo, y ya no hay nada que puedas hacer para impedirlo. -Le contestó él. -Para algo soy el patrón aquí.

-Tenga piedad, por favor. -Insistió ella vacilante.

-Yo no tengo piedad. Y contigo menos que con nadie. -Le contestó. -Ahora abre bien las patitas, que quiero ver si de veras me dijiste la verdad. -Le ordenó.

Pero no fue necesario que ella hiciera nada pues el mismo se encargó levantar las piernas de la quinceañera apoyándolas sobre sus propios hombros, dejando toda la intimidad de Clara justo frente a sus ojos.

Con los pulgares abrió los delicados pliegues que rodeaban la hendidura vaginal. El hombre se sintió muy contento cuando pudo notar que aquellas carnes, jamás antes contempladas por nadie, eran de un vivo color rosado, sin ninguna mancha ni impureza que mermaran su singular belleza. Pero su alegría se hizo casi incontenible al comprobar que, efectivamente, el camino estaba clausurado. Ningún orificio oscuro se abría hacia las entrañas de la joven. En cambio solo encontró una diminuta membrana de color blanquecino.

Con uno de sus dedos probo la suave textura del sello. Hacía mucho tiempo que no veía algo así. Un himen intacto. Podría haberlo roto ahí mismo, pero se contuvo sabiendo que sería mejor si era otro el órgano suyo encargado de realizar tan deliciosa misión.

-Sí, sí, cero kilómetro, Clarita. -Comentó. -Tan bonita, tan encantadora. Y todavía nadie te lo ha metido. Créeme, ya era hora que alguien te enseñara lo que es bueno.

-Aaaaa... aaaa... aaaa… -Gemía y lloriqueaba la niña mientras él seguía aplicando certeras caricias en la entrepierna de la quinceañera.

-Sí, créeme que ya era hora. Y debieras agradecerme que sea yo quien te lo enseñe. Te aseguro que sé muy bien cómo hay que hacérselo a las principiantes, sí señor. Sé muy bien como romper un capullo como el tuyo, como dejártelo bien abierto y chorreando moco. -Señaló él. -Nunca vas a olvidar esto, Clarita. Esto lo vas a recordar siempre. -Concluyó el varón acercando su rostro al capullo de la joven.

Abrió la boca y su lengua se prolongó decidida, humedeciendo la tierna superficie de aquel fruto prohibido. Excitantes sensaciones inundaron sus sentidos. Olor a humedad y a jabón mezclados con algo de sudor. Y el gustillo agridulce de aquel espeso líquido que había comenzado a manar desde el interior de aquel minúsculo valle de delicias.  Los sabores y aromas del sexo y la lujuria. Inocencia a punto de ser devastada.

No tardó en concentrar su atención en el pequeño botón del placer, el cual lamió y luego chupó con contenido frenesí. Si, él sabía precisamente como hacer todo aquello. Y si, la muchacha empezó a moverse sometida a espasmos cada vez más intensos. Los lamentos de su desgracia se mezclaban con los gemidos de la pasión.

-Aaaahhh... Aaaahhh... Aaaahhh... -Exclamaba ella cada vez que don Manuel volvía a arremeter contra la diminuta protuberancia. Las piernas de la colegiala descendieron lentamente hasta que sus pies volvieron a apoyarse sobre la cama. Pero las mantuvo ampliamente separadas, sin obstaculizar de ningún modo la labor de don Manuel. Así, su pequeño capullo quedó entregado a su suerte y a los crueles caprichos del hombre, quien hizo descender su lengua a todo lo largo de la hendidura. Tanteando con su rostro hundido en la entrepierna juvenil, resoplaba  y emitía roncos gruñidos que delataban su entusiasmo.

En efecto, dentro de su calzoncillo parecía como si su pene fuese a romper en cualquier momento el género que lo mantenía cautivo. Se levantó dejando a la niña estirada sobre el lecho, con los brazos y piernas separados, con la respiración agitada y sus extremidades temblando ligeramente. Cuando la muchacha lo miró, había un extraño brillo en sus ojos que ya no podía corresponder tan solo a las lágrimas de su llanto.

*          *          *

El hombre estaba sentado al borde de la cama. Se había sacado el calzoncillo y ahora su enorme miembro se prolongaba rígido hacia adelante.

-Ven acá. Quiero que me hagas lo mismo que acabo de hacerte. -Le ordenó.

La muchacha continuaba recostada de espaldas sobre el lecho, recuperando el aliento y sintiéndose culpable y avergonzada por las sensaciones que acababa de experimentar.

-Ven te digo. -Repitió él.

La niña reaccionó, bajando de la cama por el otro lado. Con sus pies protegidos por sus calcetas blancas, pero con el resto de su ser completamente desnudo, se acercó al varón, siempre mirando hacia el suelo, evitando observar aquello que adivinaba estaba esperándola ahí, entre las gruesas piernas y bajo la prominente barriga de don Manuel.

Cuando estuvo a su alcance, el hombre la tomó por la cintura. La colocó frente a él y la hizo a arrodillarse sobre el suelo. Ella continuaba cabizbaja, pero obedientemente dejó que el hacendado la guiara.

-Míralo. -Le ordenó.

Tímidamente la muchacha levantó su mirada, encontrándose ante un enorme y grotesco apéndice, lleno de machas y granos, y que apuntaba directamente hacia ella. Un monstruoso gusano que se movía y palpitaba, ansioso por enterrarse en las tiernas carnes de la dulce niña que permanecía hincada ante él. En su extremo Clara se fijó en su hinchada cabeza de un intenso color rojo, y más abajo en los dos bultos que emergían desde una abundante masa de pelos negros.

La expresión de la joven era de sorpresa y desconcierto. Nunca hubiese creído que los hombres pudiesen esconder algo tan grande y horroroso dentro de sus pantalones y saber que muy pronto don Manuel intentaría introducir ese tremendo órgano en su interior la hizo sentirse mareada y enferma.

-Es la primera vez que ves una verga, ¿no es cierto Clarita? -Le preguntó el terrateniente.

-Yo nunca, nunca... -Contestó, volviendo a bajar la vista.

-Bueno, esta no será solo la primera que veas. También será la primera que chupes. -Le dijo. -Así que ahora quiero que abras tu boquita y me des una buena mamada.

Ella lo miró perpleja, sin comprender exactamente lo que le estaba pidiendo que hiciera.

-Señor, yo no sé... -Dijo ella en tono suplicante.

-Oh, mi niña preciosa. No te preocupes, yo te voy a enseñar. -Le aseguró tomando entre sus manos la cabeza de la niña y atrayéndola hacia sus genitales expuestos.

A diferencia de Clara, don Manuel estaba sucio y sudoroso. En particular su pene expelía un desagradable aroma, mezcla de transpiración, orina y sus propio olor a hombre. Incluso él podía sentir la hediondez y se sonrió cuando vio que la colegiala arrugaba su nariz como respuesta a ella.

-A ver. Quiero que empieces a lamérmelo como si fuese una paleta, ¿me entiendes? -Le explicó el hacendado. -Primero desde abajo y luego hacia la punta. Lo quiero muy suavemente.

Clara aun no comprendía muy bien lo que se esperaba de ella, pero se atrevió a sacar su lengua y la aproximó hacia el hinchado miembro. Lo que veía era repugnante y lo que olía era nauseabundo, así que en un acto impensado, cerró los ojos y contuvo la respiración. Fue en ese momento cuando don Manuel sintió, por primera vez, el húmedo y tibio contacto de la lengua de la quinceañera sobre la sensible piel de su pene y un estremecimiento de júbilo le recorrió el espinazo.

Ella subió y bajo un par de veces a lo largo del endurecido tronco del falo, dubitativa. Intuía que lo que estaba haciendo era una operación muy delicada y actuaba temiendo la represalia de don Manuel en caso de que cometiera alguna equivocación.

-¿Lo estoy haciendo bien, señor? -Se atrevió a preguntar interrumpiendo un instante su trabajo y alzando su rostro por sobre la amplia curvatura del vientre de don Manuel. Entonces observó que el hombre mantenía los ojos cerrados y una amplia sonrisa se dibujaba en sus labios.

-Si Clarita. Lo estás haciendo muy bien. -Dijo él, recompensando a la joven con gentiles caricias sobre sus cabellos. -Ahora hazlo un poco más rápido. Como si fuese un dulce muy rico.

Ella hizo como se le ordenaba aunque aquello distaba mucho de ser una sabrosa golosina. Su sabor salado y amargo era casi tan repulsivo como el aroma. Pero ignoró esas sensaciones y se dedicó a lamer prolijamente todo el tronco del extenso miembro.

-La punta, mi niña. Ahora la punta. -Instruyó él.

Ella tomó una bocanada de aire y se dirigió hacia la roja cabeza.

-¡Oooohhh! -Fue la contenida exclamación de don Manuel en ese instante. -Excelente, mi preciosa niña.

La joven continuó atendiendo el glande del hacendado administrándole suaves lamidas, breves y veloces, como si ella fuese un gato sorbiendo leche. Se sorprendió al comprobar que su tratamiento parecía provocar que el órgano se dilatara y se levantara todavía un poco más

-Uuuhhh... uuuhhh... Eso está muy bien. -Fue la inmediata respuesta del varón. -Clarita, uuuhhh... ahora abre la boca y chúpamelo. Con cuidado, muchacha. No quiero que me lo lastimes.

-Si don Manuel. -Contestó ella, haciendo como se le había explicado.

Dejó que sus labios se cerraran sobre la apergaminada piel del pene. El propio don Manuel se encargó de empujar la cabeza de la niña hacia adelante y entonces ella tuvo separar bien sus mandíbulas de modo de dar cabida al descomunal órgano. El resopló al sentir como aquellas tibias paredes acogían cariñosamente a su verga, y de nuevo cuando sintió la lengua de la colegiala moviéndose debajo, provocando que sendas ondas de placer irradiaran desde ese punto y se propagaran por todo el cuerpo masculino.

Instintivamente Clara comenzó a hacer vacío, incrementando el gozo del varón. Él empezó a mover su pelvis hacia adelante y hacia atrás, pero siempre manteniendo su órgano dentro de ella. Una y otra vez, cada vez con más fuerza. Ella aprendió a coordinar sus movimientos con las arremetidas del hombre, dejando que el pene entrara y saliera de su boca, y apretando o soltando sus labios en torno a él según fuera el caso.

-Ooooooohhhh, oooooohhh... -Gorgoteaba el varón mientras asimilaba el intenso placer que la labor de la colegiala le estaba provocando.

Y mientras se esmeraba la niña notó que poco a poco los sabores y olores inmundos desaparecían, dejando tan solo un gustillo dulzón, que asoció de inmediato con un líquido transparente que a ratos salía desde aquel pequeño orificio que había en la punta del pene.

Durante largos minutos el hombre se dejó llevar por el gozo, pero finalmente hizo que la muchacha se replegara, dejando tras de sí un miembro hinchado y enrojecido, abundantemente lubricado tanto por sus propias secreciones como por la saliva femenina, la misma que lo había dejado impecablemente limpio.

*          *          *

Lunes, 7:00 PM

La joven continuaba en el piso. Pero él la tomó de la cintura y la alzó entre sus brazos, mientras ella lo miraba con ojos grandes llenos de terror, comprendiendo que se acercaba el final.

-Noooo, por favor, don Manuel. -Suplicó de nuevo la indefensa criatura.

Él, sordo a los ruegos de su víctima, la transportó de regreso al camastro y la depositó encima. De nuevo pudo contemplar aquel delicioso cuerpo, joven y virginal, temblando de miedo, listo para el sacrificio.

El hombre avanzó sobre ella y, decidido, le separó las piernas. Apoyado en sus rodillas, se colocó justo frente a la expuesta zona genital de la adolescente. Entonces se inclinó hacia la desconsolada criatura, estirando los brazos, y dejando suspendido su enorme peso sobre la colegiala.

-Ahora Clarita. -Comenzó él. -Ahora te voy a desflorar, criaturita del cielo.

-Por favor, por favor... -Lloriqueaba Clara.

Lentamente, el hombre hizo descender su cintura hasta que su órgano viril hizo contacto con la suave piel de la quinceañera, en algún lugar debajo de su vientre.

Para apoyarse mejor, él también separó sus piernas y obligó a la muchacha a levantar las suyas, haciendo que sus pequeños pies, aun envueltos en sus soquetes, quedaran parcialmente suspendidos en el aire.

Entonces su pene comenzó a arrastrarse hacia abajo, deslizándose sobre aquella exquisita piel, buscando, y finalmente encontrando la entrada de la hendidura vaginal. Saboreó aquel momento de sublime expectación. Buscó el rostro de la niña y ella le devolvió la mirada desde abajo, temerosa; algunas lágrimas caían por el costado de su cara.

Entonces él hizo que su pene avanzara solo unos milímetros. Pudo ver como la niña cerraba los ojos, apretaba sus labios y contraía su rostro, resignada ante lo que ya era inevitable. También los músculos de sus piernas y brazos se tensaron, esperando la arremetida final.

Él tomó una profunda bocanada de aire, y permitió que su miembro comenzara a penetrar en el tierno capullo. Poco a poco, vacilante al principio, su enorme pene fue encontrando el camino hacia el interior. Pero repentinamente tuvo que detenerse. De pronto ahí estaba. El obstáculo final, el himen que todavía cerraba el paso e impedía la usurpación de aquella carne inmaculada. Contó mentalmente hasta tres y entonces empujó con fuerza. Su órgano chocó contra la membrana, la que por un mínimo instante resistió, para luego desgarrarse mientras el grotesco pene comenzaba a abrirse paso por la senda recién descubierta.

-Aaaaaaaaaaiiiiiiiiiiiiii… -Grito la niña en un rictus de dolor. -Aaaayyyyy... ayyyyyyyyy... -Continuó chillando mientras el enorme miembro masculino se enterraba dentro de su vientre, internándose en aquel conducto que durante quince años había permanecido inviolado. La carne se abría, las fibras se desgarraban, y tibia sangre virginal comenzó a brotar.

Don Manuel también sentía un poco de dolor, pues el orificio no solo era extremadamente angosto y pequeño, sino que además estaba muy apretado. Pero eso no le detuvo y su falo siguió hundiéndose en las entrañas de la joven, el monstruoso órgano enterrándose cada vez más profundamente, rompiendo de una vez y para siempre el dulce capullo de la colegiala.

-Uuuuhhh... -Resopló el cuándo, al menos en esa primera arremetida ya no pudo seguir más. Todo su pene había desparecido dentro del vientre femenino. Entonces permitió que su peso reposara sobre el menudo cuerpo adolescente que se debatía bajo él y allí se detuvo un instante para gozar del momento. Su pene ligeramente resentido, pero al fin rodeado completamente por aquella carne suave, húmeda y tibia.

-Aaahhh, ahhh... -Gemía la joven, respirando agitada. El dolor que sentía en su entrepierna y dentro de su vientre era intenso.

-Eres mía, Clara. -Le dijo. -Eres toda mía. -Ella levantó el rostro y sus miradas se encontraron. La cara de don Manuel reflejaba la enorme satisfacción que sentía; la de ella en cambio, su entrega, su decepción, su derrota.

El hombre se replegó. El órgano masculino emergió lentamente de la cavidad, y al mismo tiempo pequeños hilos de sangre comenzaron a fluir desde allí, descendiendo por la blanca piel de la muchacha y finalmente manchando la sábana.

Pero antes de extraer completamente el miembro, don Manuel se acomodó un poco, moviendo ligeramente la cintura de la muchacha, un poco hacia adelante. Entonces avanzó nuevamente, dejando que su  pene volviera a hundirse dentro de Clara, esta vez con más fuerza que la primera vez.

-Aaaaahhhh... -Gritó de nuevo la niña. Sentía como si todo su pubis fuese una herida abierta donde de nuevo volvía a enterrarse aquel hierro ardiente.

Para don Manuel esta vez fue un poco más fácil, aunque todavía el miembro debía luchar por hacerse camino en el angosto agujero, dilatando al máximo las tiernas paredes del mismo. Más sangre fluyó desde las heridas abiertas y la carne desgarrada.

-Aaaahhh... -Continuó gimiendo Clara, mientras la verga de don Manuel llegaba hasta el fondo, incluso un poco más adentro que la vez anterior. De nuevo el dolor, y la joven no pudo evitar que las lágrimas descendieran por su rostro.

Esta vez el varón no se demoró mucho y volvió atrás rápidamente para luego empujar por tercera vez, de nuevo con tremendo vigor. Y otra vez, y otra vez. Cada vez más rápido y con menos dificultad a medida que el orificio se adaptaba a las violentas y reiteradas penetraciones. Cada vez haciendo que la niña sollozara lastimeramente. Cada vez sintiendo como el placer era más y más intenso.

Sí. Era un agujero angosto, pero ahora estaba más dilatado y lubricado. Su pene ya no tenía que esforzarse tanto, sino que más bien parecía deslizarse hacia el interior de la quinceañera. Adelante y atrás. Don Manuel ahora aplicaba un ininterrumpido ritmo en la labor.

Por su lado la niña no paraba de gemir, pero ahora menos quejumbrosa. El dolor disminuía y un extraño ardor recorría su cuerpo entero, pero que nacía precisamente en su entrepierna. Sin darse cuenta había separado aún más sus piernas y las había alzado completamente, facilitando así la penetración masculina.

Durante varios minutos don Manuel siguió atacando el sexo de Clara, a veces con violencia brutal, a veces con más calma, siempre potente y profundo, dominando a la colegiala como si fuese una mera prolongación de su propia anatomía.  A su vez la niña ya no se lamentaba y en cambio sus movimientos comenzaban a acompasar los de su violador, a veces reaccionando con contracciones súbitas y largos suspiros que delataban su propia excitación.

-Aaaaaah... aaaaah... aaaaah... aaaaah... -Gimoteaba la joven con la voz entrecortada cada vez que el miembro del hombre volvía a sumergirse en sus entrañas.

Entonces don Manuel estiró sus propios brazos y buscó los de la colegiala, que estaban abiertos y extendidos sobre las sábanas. Fue recorriendo las delgadas extremidades, hasta llegar al final. Espontáneamente las pequeñas manos de la niña se cerraron en torno a las de varón y todo el cuerpo de ella pareció crisparse en un espasmo de incontenible gozo.

-Ahhh, ahhh, ahhh, ahhh… -Los gemidos femeninos se habían convertido en gritos desbocados. La inexperta colegiala sentía como si todo su cuerpo ardiera en llamas, llamas deliciosas que la conducían al éxtasis.

Don Manuel también estaba cerca. Empezó a pujar frenéticamente. La cama se movía y los goznes chillaban.

-Toma Clarita, toma, toma, toma... -Repetía el hacendado.

-Aaaaaaaaahhhhhhhhh... -Grito la joven, fuera de sí. Su espalda se arqueó, levantando incluso el enorme peso del hombre, y todos sus músculos parecieron contraerse al mismo tiempo.

-Aaaaaarrrrrrrrgggggghhhhh... -Vociferó el varón un instante después. Toda la longitud de su verga metida dentro del palpitante capullo de la adolescente. Ahí llegó la explosión de placer, desde la base del glande hacia arriba, sacudiéndolo en un instante de placer supremo. Todo él voluminoso cuerpo de don Manuel se convulsionó. Y el líquido seminal finalmente salió expulsado hacia afuera, derramándose en las entrañas de la quinceañera, mezclándose con los fluidos y la sangre.

*          *          *

El hombre se dejó caer rendido, sobre la niña. Y aunque su miembro seguía temblando y escupiendo semen dentro de la joven colegiala, él estaba listo,  completamente satisfecho.

Abajo, la joven intentaba recuperar el aliento, media asfixiada por la enorme masa de carne y grasa que la cubría, pero sin energías como para salirse de allí y todavía sumida en medio de la euforia del clímax; placer, dolor, humillación, deseo, todo mezclado en un delirante remolino. Muy a su pesar y sintiéndose avergonzada por ello, su cuerpo, aunque magullado, ansiaba más de lo mismo.

Él se incorporó a medias sobre sus hombros y la observó. Su pelo enredado, su piel sudorosa, los ojos vidriosos, los labios crispados hacia afuera, todo en ella era gozo consumado.

-Fuiste mía Clarita. -Le dijo. –Mi niña preciosa, fuiste mía y ya no eres virgen. -Proclamó mientras le regalaba una caricia en sus cabellos.

Luego, sin mucha delicadeza, se separó de ella, retirando su grotesco falo del interior del orificio produciendo un chasquido hueco en el proceso. De adentro brotó una mezcla de sangre, semen y de otros líquidos, mientras el vientre de la niña todavía sufría pulsaciones involuntarios. Con un dedo él tomó un poco de esos fluidos y con ellos marco el rostro de la joven, pasándolo justo por sobre los labios hacia abajo. Un rastro rojizo y viscoso quedó ahí.

-Acabo de hacerte mujer. -Sentenció con una carcajada demencial. Luego se volteó y se dejó caer de espaldas sobre la cama. Su miembro aun erecto, lentamente fue descendiendo.

Clara también se giró, quedando de lado y de espaldas a don Manuel. Cruzó sus brazos cubriendo su entrepierna que ahora le ardía. Unos instantes después el hombre pudo escuchar algunos de sus sollozos entrecortados.

*          *          *

Lunes 8:00 PM

Estaba oscureciendo y cada vez menos luz entraba por las ventanas.

Clara seguía quieta a su lado. Habían pasado unos veinte minutos y su miembro volvía a la vida, reaccionando con vigor ante la cercana presencia de aquel joven y exquisito cuerpo. La muchacha parecía estar dormitando, pero a él no le importó.

Encendió la luz y se acercó a ella, ignorando las manchas de sangre esparcidas sobre las sábanas. La tomó desde atrás, rodeándola con sus fuertes brazos, y restregando su miembro en las desnudas nalgas de la joven. Masajeó los senos de la muchacha al mismo tiempo que una de sus manos descendió hasta la entrepierna, acariciando aquel capullo tan recientemente desflorado.

-Ya, vamos por la segunda, Clarita. -Le susurró al oído.

La hizo voltearse hasta que la joven quedó mirando hacia el techo. Entonces jugueteó con los senos y los pezones de la muchacha, amasando y pellizcando la turgente carne. Luego con su lengua recorrió de nuevo aquellos magníficos pechos.

La quinceañera estaba mucho más calmada que la vez anterior, pues ya no había misterios y sabía precisamente lo que se avecinaba. Sin embargo seguía existiendo tristeza en su mirada perdida y una cierta indiferencia hacia lo que en esos momentos don Manuel le estaba haciendo. No importa, pensó el hombre, eso era lo que necesitaba ahora; tan solo usar una vez más ese delicioso cuerpo para saciar sus necesidades.

El hacendado se arrastró dirigiéndose hacia las piernas de la muchacha, abriéndolas y metiéndose entre ellas. Tanteó la ubicación del sexo de la colegiala y entonces guió su miembro directo hacia el orificio.

En el agujero todavía había restos de los líquidos derramados durante la primera vez, así que la herramienta masculina inicio su incursión a través de un conducto medianamente lubricado, aunque siempre extraordinariamente apretado.

-Ayy, ayy, duele. -Se quejó la adolescente, saliendo de su hermetismo. Su vagina aún estaba irritada y lastimada. Sentía que todo adentro le quemaba.

-Ya va a pasar. -Contestó él mientras la penetraba más y más profundo.

Llego hasta el fondo y de inmediato comenzó a martillear con intensidad. Todo su cuerpo aplastando a la menuda muchacha, luego retrocediendo un poco, momento que ella aprovechaba para tomar aliento y esperar el siguiente embate.

-Ves que ahora es más fácil, Clarita. -Comentó el hombre, extasiado pues ahora en efecto parecía como si las entrañas de la colegiala se abrieran dócilmente para recibir y envolver a miembro viril. Siempre apretado, sí, pero eso hacía todo aún más delicioso.

Don Manuel continuó atacando, hasta que estuvo casi a punto de terminar. Entonces decidió detenerse un instante, prefiriendo dilatar un poco más el acto sexual. Cuando sintió que la situación estaba controlada, volvió a trabajar con creciente vigor. Toda su cintura y abdomen era una enorme masa que subía y bajaba, al tiempo las piernas de la muchacha se balanceaban suspendidas en lo alto.

-Ahhh, criaturita, eres un verdadero manjar. -Dijo el mientras de nuevo se aproximaba al clímax, aumentando la frecuencia y la fuerza de sus movimientos.

Ella en cambio se sentía tan cansada, tan adolorida y humillada, que esta vez no hubo placer para ella. Cuando el hombre terminó con una especia de ronco mugido gutural, y de nuevo derramando sus líquidos dentro de ella, la joven tan solo se quedó quieta, consolada en el hecho de que al fin el hacendado había concluido.

Él se separó de ella y la observó de lado. La muchacha se mantuvo allí unos momentos, sin intentar contener los fluidos que salían por su vagina.

-Anda a bañarte. -Le ordenó. -Y apúrate que después me toca a mí.

La joven colegiala se incorporó vacilante. Sus piernas, como adormecidas, no le respondían bien y trastabilló al levantarse. Pero pudo mantenerse en pie, y temblando entera se dirigió hacia el cuarto de baño.

*          *          *

Cuando estuvo solo, el hombre buscó el calzón de Clara y se limpió sus propios genitales con la prenda. Luego fue a revisar la cámara, comprobando que todo estaba en orden. Detuvo la grabación, extrajo la cinta y guardó ambos objetos en uno de los cajones. Luego abandonó el dormitorio, dirigiéndose a la cocina y al refrigerador desde donde retiró una lata de cerveza y se puso a beber mientras esperaba que la muchacha terminara de limpiarse.

Cuando por fin ella salió, él la estaba esperando en el pasillo con su cerveza en la mano. La joven se cubría a medias con una toalla, su cabello estaba mojado, y su piel humedecida. Todo alrededor de ella parecía haber un indescriptible halo, el mismo brillo que él había visto a veces en otras mujeres luego de un coito especialmente intenso.

-¿Me demore mucho? -Preguntó con timidez la muchacha.

-No. -Contestó él, mirándola maravillado de saber que había eyaculado ya dos veces dentro de semejante belleza. Y eso era solo el principio. -En el cajón de abajo, en el mueble de la pieza, hay sábanas limpias. Cambia las de la cama, pero guarda con cuidado las viejas. Esas tienen los restos de tu sangre virginal y quiero guardarlas como recuerdo de lo que acabo de hacerte. ¿Entiendes?

-Sí, don Manuel. -Contestó ella.

-Y no necesitaras esto para hacer lo que te mande. -Dijo él, arrancándole la toalla que la cubría, dejándola completamente desnuda.

-­Sí don Manuel. -Respondió ella cabizbaja, tapándose con los brazos sus partes más íntimas.

-Ya, a trabajar, que la cama tiene que estar lista antes de que me den ganas de metértelo de nuevo. -Le indico.

Ella se encaminó hacia el dormitorio, recibiendo una palmada en las nalgas apenas le dio la espalda al varón. Riendo satisfecho, don Manuel ingresó al cuarto de baño.

Primero orinó y luego se introdujo en la tina. Dejó que el agua  fría le quitara el calor del cuerpo y luego se restregó con jabón. Con delicadeza lavó su miembro, pues había quedado ligeramente resentido y le dolía un poco. No importa, pensó. Era lo que pasaba cuando uno lo metía en un capullo pequeño y apretado. Había sido delicioso y si el precio habían sido unas pocas molestias, bien habían valido la pena.

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*          *          *

Lunes 10:00 PM

De regreso en la habitación encontró a la joven ya metida en la cama, bajo sábanas nuevas. Él también se metió en la cama y descanso unos momentos. Pero el baño le había quitado parte del cansancio y se sentía refrescado y con ganas de algo más. Con sus propios dedos exploro su verga y jugueteó un poco con ella, solo para confirmar que estaba en condiciones adecuadas.

Entonces se sentó sobre la cama y destapó a la muchacha.

-Ven acá. -Le dijo, tomándola por la cabeza y guiándola hasta sus piernas abiertas.

-Estoy cansada... -Le dijo, mirándolo suplicante.

Él la agarró con fuerza de los cabellos y se los tiró hacia arriba.

-Aaaaa... -Gritó la muchacha.

-Yo te voy a decir cuando estés cansada y cuando no... -Indicó él. -Ahora a mamar.

La niña se incorporó a medias y se arrastró hasta una posición donde podía hacer con comodidad lo que se le pedía.

-Primero con la lengua y con mucho cuidado, que me duele un poco. -Señaló el hacendado.

Ella se acercó, tal como se le indicaba. Descubrió que ahora los genitales del hombre expelían un suave aroma a jabón, y aunque también podía percibir el fuerte olor propio del obeso varón, las condiciones eran mucho menos desagradables que la primera vez que se lo había chupado. No por eso le era menos detestable tener que ofrecer las atenciones de su boca para el gozo de aquel hombre.

También pudo ver que el pene no estaba erecto y que era apenas una caricatura del enorme falo que la había penetrado momentos atrás. Él acomodó con sus propias manos el miembro, presentándolo para que ella comenzara a trabajar. Ella estiró sus labios y su  lengua salió al encuentro de la verga masculina.

-Ya sabes, por debajo. -Acotó don Manuel.

La colegiala lamió la base del órgano y se atrevió a trabajar sobre los dos testículos que colgaban abajo.

-Mmm... Muy bien, eso me gusta. -Dijo él, contento al ver como la muchacha empezaba a mostrar cierta iniciativa en complacerle.

Clara volvió sobre el pene, el cual poco a poco comenzó a reaccionar ante las tiernas atenciones de la joven. La niña fue testigo esta vez de como el órgano se hinchaba y se ponía duro, adquiriendo una consistencia y un tamaño que habrían parecido imposibles momentos antes. Al mismo tiempo eso hacía más fácil realizar su labor, pudiendo mover su lengua a todo lo largo del tronco del miembro, y también sobre su colorada cabeza que se había hecho visible al emerger desde debajo de los pliegues del prepucio.

-Mmmm... mmm... mmm… -Repetía él, aprobando el desempeño de la joven. -Tienes talento, Clarita. Sigue así, y llegaras a una excelente mamadora. -Le dijo, al tiempo que se estiraba sobre la cama y se concentraba ahora tan solo en gozar del placer que la adolescente le estaba brindando.

Sin que fuese necesario que se lo dijeran, la niña comprendió que aquel era el momento de introducir el pene en su boca. Tomó el grueso apéndice con una de sus manos y lo guió hasta sus labios, los cuales se cerraron sobre la carne masculina.

De nuevo el hombre expresó su satisfacción con un gemido ininteligible. Ella continuó frotando la crecida verga contra su lengua y su paladar, haciendo vacío, y luego soltando. Y volviendo a repetir.

Pudo comprobar como ahora la pelvis del varón iba hacia arriba y hacia abajo, produciendo una seguidilla de ondas de movimiento que se distribuían a lo largo de su expandido abdomen.

-Eso, eso, muy bien. -Dijo don Manuel, con una amplia sonrisa y los ojos desorbitados. Pero ella no podía ver su rostro pues toda su atención estaba puesta en el órgano que por momentos parecía crecer más y más.

-Aaaagggggghhhh... -Grito él y súbitamente dejó de moverse. Del pene de don Manuel brotó un líquido blanquecino de sabor dulzón y viscoso. Ella se separó y permitió que el semen cayera por la comisura de sus labios. Por supuesto, no era mucha cantidad, ya que el hombre ya había descargado dos veces ese mismo día.

-Trágatelo. -No quiero que ensucies las sábanas. –Explicó el varón.

Ella vaciló un instante, pero luego concedió. Hizo pasar el semen de don Manuel hacia su garganta y luego empezó a recorrer el miembro, sorbiendo todos los restos de aquel líquido.

-Eso, límpialo bien, lolita. No quiero andar chorreando por ahí.

Ella cumplió sumisamente con lo solicitado. Cuando estuvo segura que no quedaba nada más, subió hasta que pudo ver el rostro del hombre.

-Por favor, señor. -Empezó. -¿Puedo dormir ahora?

Él la contempló unos segundos, su bello rostro por sobre la curvatura de su abdomen, sus finos brazos, sus senos más abajo. Sus delgadas piernas estiradas entre medio de las suyas.

-Ya, descansa, que mañana te toca de nuevo. -Aceptó él.

*          *          *

Lunes 11:00 PM

Don Manuel agarró sus calzoncillos y se los puso. Buscó una cajetilla de cigarrillos entre sus pertenencias, se calzó unas sandalias, y salió de la habitación. En el último momento se permitió el gesto de apagar la luz para que la joven pudiera descansar.

El resto de la casa estaba a oscuras. Avanzó a tientas por el pasillo y se encaminó hacia la salida. Afuera ya era de noche. Allí, en medio del bosque, tan solo se escuchaba el ruido de algunos insectos, y del viento entre los árboles.

El hombre encendió su cigarrillo y se dedicó a contemplar el paisaje nocturno. Era una noche tibia y corría una brisa agradable.

Mientras dejaba escapar bocanadas de humo gris, observó su camioneta, que la había dejado aparcada junto al lago. En ese vehículo había traído a una niña, pero ahora en la cabaña dormía una mujer. Acababa de desflorar a una hermosa colegiala, de apenas quince años. Si, pensó, había saboreado y luego devorado la inocencia de una angelical virgen; había marcado a Clara como solo una vez se puede marcar a una mujer. Esa idea le provocaba una indescriptible alegría. Había abusado de una indefensa muchacha, y había sido espectacular.

Y esto estaba solo comenzando. Ya mañana temprano volvería a saborear las carnes de  esa núbil cervatilla, y volvería a hacérlo tantas veces como le diera la gana. Si, sin duda Clara era lo que había estado necesitando por mucho tiempo para saciar sus más bajos instintos. Una carne joven y prístina, toda para él, para el maduro pero aun vigoroso hacendado.