LA CERVATILLA Y EL CAZADOR. Parte 2

PRESA FÁCIL: Segunda parte de esta historia que relata los hechos que ocurrieron en aquella semana que iba a cambiar la vida de Clarita para siempre.

CAPITULO II

Presa Fácil

Sábado, 9:00 AM

El día estaba recién comenzando y los tibios rayos del sol iluminaban la habitación. Clara se removió bajo las sabanas y abrió los ojos. Se sentía perezosa y no deseaba levantarse. La ocasión era propicia para escribir algunas líneas en su diario de vida, así que buscó en el cajón de su velador y sacó el pequeño libro donde plasmaba sus vivencias y sueños.

Mí querido diario:

Ayer no fue un buen día, cosas malas me pasaron.

Ese rufián, Armando, volvió a molestarme. Él y sus amigos nos robaron los pasteles que habíamos comprado con Isabel, pero lo peor de todo es que esta vez nos arrinconaron en un pasillo y nos manosearon. Fue muy terrible. Ese Armando no me deja tranquila. Me dijo algo como que me encontraba “buena” y que quería enseñarme algunas cosas, mientras me pellizcaba con sus asquerosas manos. Que terrible... Menos mal que pronto ya no lo veré más.

Claro, eso me recuerda que debo irme.

Ningún día ha sido bueno desde que supe que me iría. Cada día es un día menos para mí partida... y no quiero irme. Voy a extrañar a mi madre y a Isabel, y a mis demás amigos.

Y a José, por supuesto, a quien, tú sabes, quiero mucho. Ayer estuvimos los dos a  solas en la casa un rato, y le conté que me iba. Me dio mucha pena, pero a él no le importó.

Todas las mañanas me pongo lo más bonita que puedo para que me mire, pero él no me dice nada y a veces parece como si se olvidara que existo. ¿Sabes que me gustaría? Darle un beso. O que él me diera un beso. ¿Cómo es que la besen a una?

Pero no importa. Me iré muy pronto y José nunca sabrá lo que siento por él. Pero quiero volver, y cuando vuelva, quizás él me vea y quizás entonces me encuentre bonita. Querido diario, te confieso que no quiero que nadie más me de mi primer beso, solo José. Pero eso ya no podrá ser. Cuando vuelva, si es que vuelvo, lo más probable que lo encuentre con otra chica, una que sea de veras hermosa y le guste. Estoy tan triste.

En fin. Hoy es sábado. Ayudaré a mi madre en las cosas de la casa y luego estudiare un poco.

Luego de terminar de escribir, la niña dibujo un corazón en la parte inferior de la hoja. Cerró el diario y lo devolvió a su lugar.

*          *          *

Sábado, 4:00 PM

Don Enrique era un cuarentón de baja estatura, piel muy morena y rasgos curtidos por el trabajo y el sol. Era el principal de los capataces de la hacienda, la mano derecha  de don Manuel.

-Pasa Armando, pasa no más. -Le dijo al joven que esperaba en la puerta de su pequeña oficina.

-Buenas tardes tío. -Saludó el muchacho, aceptando la invitación.

-¿Cómo has estado, muchacho?

-Bien tío, gracias. -Contestó Armando, acomodándose con displicencia en el asiento que le había ofrecido el hermano de su padre. El joven era corpulento y musculoso. Su rostro era cuadrado y de toscas facciones.

-¿Que te trae por estos lados? Tu padre me dijo que querías conversar conmigo.

-Sí, tío. Es que... -Dudó el muchacho, sin saber cómo iniciar el tema. -Sabe, bueno, en un par de semanas más término la escuela.

-Pues mis felicitaciones muchacho. -Señaló don Enrique. -¿Y qué harás ahora? ¿Piensas estudiar algo?

-No se tío. Usted sabe que los estudios no son lo mío. -Respondió. -Me preguntaba si usted podía ayudarme a conseguir algún trabajo acá en la hacienda.

-¿Si? -Interrogó el capataz, sorprendido por la inesperada solicitud de su sobrino.

Estimaba mucho a aquel joven, era como el hijo que nunca había tenido. Sin embargo tenía una personalidad conflictiva, no muy dado a aceptar órdenes, sino que más acostumbrado a darlas. Por eso mismo le gustaba el muchacho. La clase de persona que siempre conseguía lo que quería, y que por lo mismo estaba predestinado a ser alguien.

También era cierto que necesitaba un asistente. Alguien que le ayudara a hacer trabajar a la tropa de holgazanes que eran sus empleados. Estaba seguro que el porte y la personalidad del muchacho podían ser aprovechados en una tarea como esa. Pero claro, él no podía tomar solo una decisión como esa, era algo que tendría que consultar con su propio jefe, don Manuel.

-Bien Armando, veré que puedo hacer. Dame unos días para ver que puesto podemos darte. -Le propuso por fin.

-Gracias tío, no se arrepentirá, se lo prometo.

-No me des las gracias aun. Primero, como te dije, tengo que ver algunos asuntos.

-De todas formas, muchas gracias. -Insistió.

-Está bien muchacho. Ahora tengo que trabajar, así que disculpa que no te pueda dar más tiempo. Pero como te dije, estaremos hablando en algunos días sobre esto. ¿Está bien?

-Si tío. -Aceptó él. -Hasta pronto entonces.

-Hasta pronto Armando.

*          *          *

Tras despedirse de su tío con un fuerte apretón de manos, Armando se dirigió hacia la salida del galpón, donde había dejado su bicicleta. Al pasar pudo observar a trabajadores de ambos sexos realizando distintas labores. La mayoría eran personas de edad, pero había unos pocos jóvenes y quizás entre ellos hubiera alguna hermosa campesina que valiese la pena. En su próxima visita pensaba revisar con más detención la calidad del ganado en aquella finca.

Pero no había apuro. Por de pronto su mente estaba puesta en aquella adorable muchacha de la escuela. Clara. La misma al que el día anterior había sorprendido en el estrecho pasillo que había detrás de los baños. Recordó la deliciosa sensación que había experimentado cuando el trasero de la muchacha se había apoyado contra sus genitales. Aquello le había provocado una erección inmediata, y el solo hecho de revivir la escena hacia que el órgano se le endureciera. Hacía ya casi un mes desde la última vez que se había montado a una hembra y eso era mucho tiempo. Su verga se estaba poniendo impaciente.

*          *          *

Sábado, 10:00 PM

Don Manuel estaba obsesionado. Toda la noche había estado pensando en Clara. En como arreglaría todo el asunto y en la clase de cosas que le haría cuando por fin pudiese ponerle las manos encima. Ahora, sentado en su despacho, continuaba en lo mismo.

En efecto, había comprobado que doña Ana María partía al día siguiente en la noche y que no volvería hasta el domingo siguiente. Así es que tendría casi una semana para llevar a cabo sus planes. No era mucho, pero sería suficiente.

Es que la hermosa colegiala había despertado en él algo que había estado dormido por mucho tiempo. Un deseo tremendo e incontenible, un calor que nacía en su ingle y que se propagaba a través de sus venas por todo su cuerpo. Eso, alimentado por su fervorosa imaginación que hacía que a cada momento se le ocurriera una nueva y excitante posibilidad para explorar juntos, él y la dulce quinceañera.

Pero por ahora había que esperar. Entendía que no debía apresurarse, pues terminaría estropeándolo todo. Pero no por saberlo se le hacía más fácil ser paciente. Todo el día había estado muy irritable y ni el mismo se soportaba. Tenía que relajarse un poco y despejarse. Descargar toda la tensión que había estado acumulando.

Ya era tarde y seguramente Celeste, su secretaria, ya se había marchado. Salió de la oficina, y se asomó al patio. Solo vio a don Enrique hablando con uno de los peones.

-¡Enrique! -Llamó.

El aludido miró hacia el segundo piso.

-Si patrón. -Contestó.

-Manda a decirle a la señorita Mariana que necesito verla en mi despacho. -Ordenó.

-Seguro patrón. -Contestó el hombre, partiendo inmediatamente hacia los dormitorios de los sirvientes.

Varios empleados vivían en la mansión. Sus habitaciones se distribuían a lo largo de un estrecho pasillo que se extendía desde la cocina hacia los establos. Al final, un poco aislado del resto, y justo al lado de la salida trasera, estaba el cuarto de Mariana. Don Enrique llamó a la puerta y casi de inmediato se oyeron pasos y escuchó como descorrían el cerrojo.

-¿Si? -Interrogó la mujer apareciendo ante el capataz cubierta tan solo con una bata blanca.

-El jefe quiere que vayas a la oficina. -Le informó don Enrique.

-Me pondré algo. -Comenzó a decir.

-No. Ahora. -Dijo el hombre, tomándola del brazo y sacándola de la pieza. -Ya, partiste. -Le ordenó.

La joven miró hacia atrás sintiéndose un poco humillada, pero no había mucho que hacer. De todas formas estaba acostumbrada a que la trataran así.

Desde atrás don Enrique observó la esbelta figura de Mariana alejarse en la penumbra,  dirigiéndose hacia el despacho del hacendado. Bien sabia don Enrique que una vez allí ofrecería su cuerpo para el placer de su patrón y de nuevo sintió envidia de su jefe. Mariana era un espléndido espécimen de mujer y no habría sido hombre si el mismo no hubiese soñado con hacerla suya. Pero era de don Manuel y él debía contentarse  tan solo con imaginar como la joven empleada era abusada de una y mil maneras por su libidinoso jefe. Cuanto hubiese deseado cambiar de roles con don Manuel aunque fuese solo por unas horas, lo suficiente como para poder hacerla suya. Pero no. Eso no era posible. No por ahora. Pero algún día don Manuel se cansaría de ella y entonces sería su turno.

*          *          *

Don Manuel se hallaba sentado sobre su sillón, con sus gruesas piernas separadas, ofreciéndole a la mujer el espacio que quedaba entre ellas. Mariana se hincó delante del él y primero le desabrochó el cinturón para luego abrirle la cremallera. Con delicadeza extrajo el miembro masculino, aplicándole hábiles caricias para terminar de estimularlo. Pronto la verga de don Manuel estuvo completamente erecta. Era casi tan larga como una banana, y e igual de gruesa. La piel era oscura, llena de manchas y granos por todos lados. Era una herramienta que sin duda había sido utilizada con mucha frecuencia y que mostraba las huellas de tanta práctica. Mariana era solo una más de muchas mujeres que habían conocido y sufrido aquel enorme falo.

Sin embargo durante los últimos tres años aquel órgano había sido atendido casi exclusivamente por aquella joven, que le había administrado todos los cuidados necesarios, manteniéndolo activo y ejercitado. No es que deseara tal tarea, pero había aprendido a hacerlo muy bien y de veras que necesitaba el trabajo.

Así que con la misma dedicación que siempre le brindaba, ella tomó el órgano entre sus manos y lo condujo hacia su rostro. Primero lo lamió desde la base y subiendo por sus costados, y luego se lo metió en la boca. Don Manuel dejó que la joven hiciera aquello que tan bien sabía hacer y cerró los ojos, recordando el bello rostro de la hija de doña Ana María. Por unos momentos imaginó que era Clara la que permanecía hincada delante de él, y que era su tierna boca la que gentilmente atendía su órgano. Sus pensamientos alimentaron su libido, haciendo que su virilidad ganara todavía más volumen y rigidez, tanto que parecía que en cualquier momento iba a estallar.

Mariana estaba sorprendida. Hacía tiempo que don Manuel no parecía tan excitado. Era como en aquellos primeros tiempos cuando empezó a abusar de ella, lleno de lujuria, y atacándola siempre con un fervor desenfrenado.

-Que caliente que está don Manuel. -Se atrevió a comentarle. Sabía que él era un hombre vanidoso y que le agradaba que elogiara su capacidad sexual.

-Es que acaba de pasar algo muy bueno.- Señaló.

-¿Si? -Dijo mientras seguía estimulando el miembro del varón con sus hábiles manos.

-Si Mariana. Lo que pasa es que la próxima semana vas a poder descansar de mi porqué me conseguí una criatura preciosa para que te reemplace por unos días. -Le comunicó.

-¿En serio? -Interrogó inquieta. ¿Don Manuel tenía una nueva amante? Eso era en verdad inesperado. -¿Y quién es ella?

-Ya lo sabrás en su momento, Mariana. Necesitaré de tu ayuda para arreglar algunos detalles. Pero no todavía. -Le indicó. -Ahora lo único que quiero que hagas es que sigas mamando.

Ella reanudó su labor  preguntándose como le iba a afectar el hecho de que don Manuel tuviera otra mujer. Alguien más ocuparía su lugar. Algún tiempo atrás habría visto aquella posibilidad con miedo, sin tener dinero ni otro sitio donde ir. Pero ya no era una chiquilla temerosa y desamparada, y además había logrado reunir algún dinero después de todo. Quizás esto era una señal de que finalmente había llegado la hora de atreverse a hacer lo que debería haber hecho desde el primer día que llegó a la Hacienda.

*          *          *

Domingo, 10:00 AM

Los sábados y domingos, como no tenía que ir a la escuela, José trabajaba desde temprano en los establos. Pero esta vez no había mucho que hacer en aquel sitio y se dedicó a vagar por los patios de la casona. Fue hacia la cocina y vio que allí estaba  Mariana, preparando el desayuno para los patrones. Conocía a la mujer desde hacía tiempo, pues era normal que se encontraran en medio de las labores de cada uno, y de a poco habían comenzado a conversar y a hacerse amigos. Por supuesto, José nada sospechaba de los otros deberes que solía cumplir Mariana. Y ella no tenía ninguna intención de contárselo.

José se sentó en una banca mientras bebía un vaso de agua. El muchacho se veía preocupado y triste. Mariana se le acercó y se sentó a su lado.

-¿Que sucede, José? -Le preguntó, contenta de tener algo en que ocupar sus pensamientos.

El joven dudo algunos instantes en confesar la verdad, pero tras pensarlo un momento decidió que ya no había razón para no hacerlo.

-¿Te puedo contar un secreto?

-Sí, claro, por supuesto. -Contestó Mariana.

-Me gusta una chica, una compañera de la escuela. -Señaló, al tiempo que bajaba la cabeza y hacia un gesto de desesperanza.

-Vaya, pero si eso es maravilloso. -Opinó la mujer esbozando una sonrisa. La ingenuidad del muchacho contrastaba tanto con su horrenda vida, pero por lo mismo José despertaba en ella un deseo de protegerle de toda la maldad que existía en la Hacienda. -A ver, déjame adivinar. ¿No será acaso la señorita Clara?

El la miró sorprendido y con la boca abierta.

-¿Cómo lo sabias? -Preguntó un poco aturdido. Su corazón latía con fuerza, pues por primera vez se hacían públicos sus sentimientos más íntimos.

-No era difícil. Siempre andan juntos. -Indicó. -¿Ella lo sabe? ¿Le has dicho lo que sientes?

-No... No me atrevo. Además no vale la pena. -Afirmó él.

-Como que no. Es una niña muy hermosa. Serian una bonita pareja. Además sospecho que ella puede sentir lo mismo hacia ti. -Se aventuró a señalar.

-No creo. Y no importa tampoco.

-Pero como es eso. ¿Por qué esa actitud, muchacho?

Él la miró con ojos llorosos y los labios crispados. Entonces Mariana comprendió que había algo más en todo eso.

-A ver, ¿qué pasa? -Le interrogó la mujer.

-Clara se va de la hacienda el próximo fin de semana, y ya no volverá más. -Señaló finalmente. Se llevó las manos a la cara emitiendo ligeros sollozos. La mujer se le acercó un poco más y se atrevió a acariciarle los cabellos con ternura.

-A ver. Explícame cómo es eso.

-Se va a la casa de unos parientes en la capital. -Le informó José, haciendo un esfuerzo por no verse tan miserable.

El muchacho se explayó contando detalles del asunto y ella intentó consolarlo lo mejor que pudo. En algún momento ella también se sintió en confianza y le reveló al joven también uno de sus propios secretos.

-Sabes, yo también quiero irme de aquí. -Le dijo. -He juntado un poco de dinero y creo que uno de estos días tomare mis cosas y me largare de aquí.

En efecto, la joven desde hacía mucho tiempo que venía madurando esa idea. El problema era que no conocía a nadie en la capital. Pero tarde o temprano tendría que hacerlo. No quería vivir el resto de su vida como lo había estado haciendo los últimos años. No, definitivamente no.

-¿En serio? -Preguntó él.

-Sí. Y cuando eso pase, te invitaré y juntos iremos a visitar a Clara, ¿te parece? -Le propuso.

-Sería maravilloso, Mariana. -Afirmó él.

Siguieron charlando un rato más, pero finalmente José recordó sus deberes, así que se despidió de ella con un afectuoso abrazo agradeciéndole sus consejos y su tiempo.

-José, a pesar de todo debieras decirle lo que sientes. -Le aconsejó ella en el último momento. El muchacho no contestó.

*          *          *

Domingo, 7:00 PM

La luz del atardecer entraba por la ventana en el despacho de don Manuel. Estaba sentado en su escritorio, y frente a él, estaba don Enrique. Los dos habían estado conversando durante un buen rato.

Don Manuel le había informado a su hombre de confianza que a partir del lunes se iba a tomar una semana de descanso y le había dado instrucciones de que nadie debía molestarlo durante ese periodo. Luego le había explicado todo lo necesario para que pudiese administrar la hacienda durante su ausencia.

-¿Pero a donde va a ir, patrón? -Preguntó don Enrique.

-No muy lejos. -Contestó el hacendado.

Le explicó que solo pretendía recluirse en una cabaña que había en medio bosque, al otro lado de la hacienda. Era un pequeño refugio que antiguamente había sido construida para el uso de la familia Montero cuando querían ir a pescar o simplemente descansar por algunos días lejos del ajetreo de la finca. Tenía todo lo necesario para un buen vivir, electricidad y agua caliente, y todo el amoblado. Sin embargo hacia mucho que nadie la utilizaba. Así que le encargó al capataz la tarea de revisar su estado y ver que la limpiaran. Además de disponer de todo lo necesario para que él y una acompañante pudiesen habitar allí durante el tiempo estipulado.

-Oh, ahora entiendo. -Comentó don Enrique.

-Nadie debe ir allá a molestar. ¿Entiendes?

-Sí señor. -Contestó el subordinado. -Nadie lo molestará.

-Solo Mariana, que tendrá que irnos a dejar comida todos los días. Al almuerzo y a la cena. -Indicó.

Esto confundió a Enrique, pues todo el tiempo había creído que la acompañante de don Manuel en esas especiales vacaciones iba a ser la misma mujer con la que venía acostándose desde hacía ya tres años. Al ver la expresión de sorpresa en el rostro de su subordinado, don Manuel decidió contarle todo, pues de todas formas se enteraría.

-Sabias que Ana María no va a estar en la hacienda por una semana, ¿no es cierto? Se va hoy mismo.

-No, no lo sabía. -Contestó don Enrique.

-Bien. Ella tiene una hija muy hermosa, ¿sabes? Y he decidido pasar estos días con ella, si me entiendes. Serán unas vacaciones maravillosas con esa linda y joven muchachita.

-La hija de doña Ana María. ¿Pero ella sabe...? -Dudó don Enrique.

Don Manuel dejo pasar la impertinencia de la pregunta, y le explicó que por supuesto ni la madre ni la hija sabían nada de esto. Era mejor que doña Ana María nunca supiera nada del asunto, pero Clara pronto se enteraría de los planes que don Manuel tenía para ella, y por supuesto, no tendría más opción que obedecer.

-¿Y quién cuidara a la señora Leticia? -Preguntó don Enrique.

-Oh, qué bueno que mencionaste eso. -Dijo el otro. Había olvidado ese pequeño detalle. -Le diremos a Tomasito que se preocupe de ella. El sabrá cómo hacerlo.

-Sí, Tomasito estará bien. -Opinó el capataz. El mencionado personaje era un empleado del fundo. Muy humilde y amable. Y si uno se lo decía con bastante claridad estaba seguro que sabría guardar silencio sobre lo que iba a pasar. Era el indicado para el trabajo.

Continuaron afinando detalles durante un rato y luego finalmente don Enrique se atrevió a mencionar el asunto de su sobrino, Armando. Le explicó a su patrón que quería contratarlo como asistente, justificando su intención indicando que el joven sería de gran ayuda en la tarea de inspeccionar el trabajo de los peones y demás empleados. Don Manuel se mostró de acuerdo con la idea.

-Me gustaría conocer a ese sobrino tuyo, Enrique. Pero más adelante. -Indicó. -Esta semana estaré de veras muy ocupado, como te he dicho.

-Sí señor. Entiendo.

-Muy bien, Enrique. Ahora me voy a dormir, Que tengas buenas noches. -Señaló finalmente, encaminándose hacia su cuarto. Necesitaba descansar bien, porque si todo salía como lo había anticipado, tendría una semana agotadora.

*          *          *

Domingo, 10:00 PM

La misma señora Ana María le había pedido a Tomas Abarca, conocido por todos como Tomasito, que la llevará al paradero de buses en Pedregales. Él manejaba una destartalada camioneta Ford, ya muy antigua, y que usaba para transportar materiales dentro de la hacienda. El hombre era muy gentil, y no había puesto ningún inconveniente. Así que la mujer iba en el asiento del copiloto. Atrás venia su hija, Clara, y también José. En el último momento el muchacho había venido a despedirse de doña Ana María y lo habían invitado a ir con ellos hasta el pueblo. El muchacho, por supuesto, había aceptado de inmediato.

Clara vestía el uniforme deportivo que usaba en la escuela. Un holgado pantalón de buzo, una remera blanca y zapatillas. Según José, se veía esplendida. Como llevaban la maleta de doña Ana María junto a la ventana, el espacio disponible era poco y el joven podía sentir el cuerpo de su amiga apretado contra el de él, especialmente cuando la camioneta tomaba una curva. Era una sensación exquisita.

Mientras tanto, y desde adelante, doña Ana María iba dando las últimas instrucciones a su hija. Que no dejara entrar extraños a la casa y que cuidara muy bien a la abuela.

-José, ¿podrías pasar de vez en cuando por la casa y ayudar un poco a Clara? -Le preguntó la mujer.

-Por supuesto señora. -Contestó él.

Solo con Clara en la casa, siete días, pensó. Claro que no era una mala idea. Quizás se pasaría a verla no solo de vez en cuando, sino que bastante seguido.

-Gracias. -Concluyó Ana María.

Ya se estaban acercando al pueblo, y pronto llegaron a la plaza principal, el sitio desde donde salían los buses. Tomasito estacionó el vehículo en una calle aledaña y luego ayudó a doña Ana María con su equipaje. Caminando todos juntos se dirigieron hacia el paradero.

La madre de Clara le dijo adiós a su hija con un cariñoso beso en la mejilla y un abrazo prolongado. Luego la mujer se despidió de los hombres estrechando sus manos. Finalmente abordó el vehículo. Siguió haciéndoles señas desde la ventana mientras el bus encendía los motores y comenzaba a desplazarse sobre el asfalto.

El vehículo desapareció en la distancia y entonces los tres regresaron a la camioneta.

-Váyanse atrás los dos. -Indicó Tomasito.

El hombre había percibido la tensión entre los dos jóvenes. Se notaba que ambos se gustaban y eso a él le parecía muy bien. José era un joven muy esforzado y le tenía mucha simpatía. Le hubiese gustado poder aconsejarle sobre como conquistar a aquella linda chiquilla, de guiarlo un poco, pero la verdad es que sabía tan poco de mujeres como el muchacho. Pero al menos podía hacer que fueran juntos en su viaje de regreso hasta la finca.

Ahora los muchachos estaban separados por alguna distancia. Pero Clara había puesto su mano sobre el asiento, muy cerca de la de José. El joven era absolutamente consciente de la situación y sudaba frío. Sus dedos casi tocaban a los de ella, pero aquel mínimo espacio era un abismo insalvable.

Hasta que vino un curva y de pronto parte de la mano de Clara quedó sobre la de él. Al principio no pasó nada más. Él estaba como paralizado, sin saber que hacer que hacer a continuación. Pero de alguna manera el joven encontró el valor para retirar su mano y ponerla en cambio encima de la de ella. Entonces empezó a acariciarla muy lentamente.

Ella se quedó quieta, expectante. Él solo la tocaba con las yemas de sus dedos, pero ese sutil contacto era intensamente placentero. Sentía su propio corazón latiendo rápido, como desbocado. Entonces dio vuelta su pequeña mano y permitió que los dedos de ambos se entrecruzaran, y el resto del camino los dos jóvenes permanecieron tomados de la mano.

*          *          *

Cuando por fin llegaron a la casa de Clara, José no supo que más hacer, así que simplemente se despidió de ella y se dirigió caminando hacia su propio hogar. Recorrió aquella distancia, que no era mucha, como flotando en las nubes. Su único deseo ahora era dormirse pronto para que así la noche pasará veloz, y en la madrugada poder encontrarse con Clara y dirigirse juntos hacia la escuela.

Sin embargo, cuando finalmente llegó a su casa, su padre lo estaba esperando con una noticia inesperada.

-José, mañana no vas a ir a la escuela. -Le informó don Humberto, su progenitor.

-¿Por qué? -Fue la única cosa que José atinó a preguntar.

-Don Enrique necesita algunas manos más en la siembra. -Le informó. -Y me pidió que fueras.

-Pero no sé... -Comenzó José intentando encontrar alguna excusa para zafarse de aquella repentina responsabilidad.

-Nada de no sé, holgazán. -Le dijo su padre cerrando la conversación. -Mañana de madrugada en la siembra o te arrepentirás. Y nada de hacer mal el trabajo, mira que no quiero quedar mal con mi jefe, ¿entendido?

-Sí señor. -Aceptó resignado el muchacho.

José solo pudo lamentar su mala suerte, pero terminó acatando la voluntad de su padre y de don Enrique. De todas formas se contentó diciéndose a sí mismo que apenas terminará aquellas labores iría a visitar a Clara, aunque fuese tarde. No importaba. Su madre no estaría y estaba seguro que su amiga estaría feliz de recibirlo. Entonces, quizás, encontraría la forma de continuar con aquello que había empezado a bordo de la camioneta de Tomasito.

Por supuesto el muchacho no tenía forma de saber que en verdad no había ninguna necesidad de mano de obra en las tareas de siembra. Que don Enrique había solicitado su asistencia en dichas labores por expresas instrucciones de don Manuel, quien de esa manera pretendía evitar que el joven interfiriera con los planes que había trazado.

*          *          *

Lunes, 8:00 AM

José no había pasado a recogerla ni tampoco lo había encontrado esperándola en el camino, como solía hacer con frecuencia. Clara se sintió un poco decepcionada, y se preguntó si acaso había hecho algo mal la noche anterior. Quizás José estaba enojado con ella, quizás no quería verla más. Sola comenzó a recorrer el largo trayecto hasta la escuela.

Fue a la salida de la villa cuando vio la camioneta de don Manuel estacionada al lado del camino. Ella prosiguió su andar, pero cuando pasaba frente al vehículo, el hombre le hablo desde la ventana.

-Hola Clara. -La saludó. -Ven acá, que te llevo a la escuela. -Le ofreció.

-No es necesario señor. Puedo ir caminando. -Contestó recordando las advertencias de su madre.

-Nada de eso. Ven, súbete. -Insistió el hacendado. Abrió la puerta y se bajó dirigiéndose hacia la niña. -Ven acá. -Le dijo tomándola suavemente por los hombros y conduciéndola hacia la camioneta. Con la otra mano abrió la puerta del copiloto e hizo que Clara se metiera adentro.

Un poco contrariada por la insistencia del varón, pero íntimamente aliviada por no tener que caminar el largo trayecto a la escuela, la colegiala se acomodó en el asiento mientras el hombre daba la vuelta al carro y se metía por la otra puerta. Antes de partir don Manuel se dio el tiempo de mirar por unos momentos a la quinceañera. Se deleitó contemplando su menuda figura y su impecable uniforme. Sin duda era un bocado muy apetecible y que muy pronto iba a poder saborear en plenitud.

-¿Estas cómoda? -Le preguntó.

-Sí señor. -Contestó ella sonriendo tímidamente.

-Muy bien. Vamos entonces. -Indicó a la vez que giraba la llave del contacto.

De nuevo, mientras manejaba, los ojos de don Manuel se desviaron hacia las piernas de la joven. La muchacha había puesto su bolso lleno de cuadernos sobre su regazo, así que no podía ver mucho.

-Así que partes a la capital. -Dijo el hombre. -¿Estas nerviosa?

-Un poco. -Contestó ella.

-¿Has estado antes en la capital?

-No nunca. -Respondió. La verdad era que el mundo de Clara era muy pequeño. Lo más lejos que había ido nunca era hasta el pueblo. -¿Y usted?

Don Manuel se sonrió.

-Por supuesto, muchacha. Muchas veces. -Afirmó. -Pero bueno. Hay algo que necesito saber, Clara. –Indicó asumiendo un tono de seriedad.

-¿Si don Manuel? -Respondió ella.

-Dime, Clara... -Comenzó. -¿Que le pasaría a tu abuela si yo decidiese despedir a tu madre y echarla de la hacienda? Digo, no tienen dónde más ir, ¿no es cierto?

Ella lo miraba sorprendida. No entendía porque don Manuel le estaba haciendo semejante pregunta.

-¿Y qué le pasaría a tu madre? Claro, yo me encargaría de decirles a todos en el pueblo que no le dieran trabajo. Tú sabes, a mis todos me hacen caso. Sería terrible. Muy pronto estarían en la miseria, tú y ella pidiendo limosna en las calles, sin tener ni siquiera para comer. Y tu abuelita, tu pobre abuelita...

-Pero... pero, ¿porque haría usted eso señor? -Dijo ella con voz temblorosa. De alguna intuía que don Manuel no estaba hablando por hablar.

-Porque tú no has sido amable conmigo, por eso. -Contestó él. -Has sido mal educada y egoísta.

-¿Por qué?, ¿cómo? -Dijo ella totalmente confundida. No podía adivinar como es que se había comportado de tal forma.

Entonces el hombre detuvo el vehículo. Alrededor solo había cultivos y praderas donde pastaban las vacas. Ningún alma en las inmediaciones La niña tenía ahora una inconfundible expresión de miedo en su angelical rostro.

-Sí. Has sido muy irrespetuosa y poco colaboradora conmigo. Por eso voy a despedir a tu madre y le haré la vida muy difícil. A ella, a tu abuela, y a ti también por supuesto. -Indicó. -A menos claro, que cambies tu actitud y seas más amable conmigo.

-Sí señor, lo que usted quiera. ¿Qué tengo que hacer? -Preguntó angustiada.

-Muy fácil Clarita. -Dijo, y entonces alargó su mano y la depositó sobre la sensual rodilla de la muchacha. Sintió como los músculos de la joven se contraían ante el inesperado contacto. -Ser amable conmigo significa que desde hoy y hasta el día en que regrese tu madre, tú te vendrás a vivir conmigo, mi niña. Y vas a ser muy obediente, y te vas a entregar a mí, y serás mía. Y serás mía todas las veces que yo quiera y harás todo lo que te diga. -Agregó mientras sus dedos comenzaba a subir por los muslos de la adolescente. Extendió su otro brazo y acarició el aterrado rostro de la quinceañera.

-¡Nooooo! ¡No me toque! -Gritó ella, apartando los brazos del hombre. De pronto abrió la puerta salió huyendo de la camioneta.

Corrió algunos metros y se detuvo al borde del camino, dándole la espalda a don Manuel, con sus manos cubriéndose el rostro. El hacendado permitió que la muchacha se lamentara por unos minutos, dándole tiempo para que asimilara lo que estaba pasando y para que comprendiera que no tenía otra opción más que aceptar su destino. Por fin el hombre se cansó de esperar y encendiendo el motor avanzó hasta donde se encontraba la colegiala.

-Ya, ven para acá Clarita. -Le dijo estirándose para abrir la puerta del costado derecho.

Ella camino lentamente hacia el vehículo con los ojos humedecidos por las lágrimas. Cabizbaja y sin enfrentar la mirada del hombre, volvió a subirse de la camioneta.

-Así me gusta, así me gusta. -Indicó él, poniendo nuevamente una de sus manos sobre las piernas de la joven.

Lo había logrado, se dijo a si mismo don Manuel, congratulándose por el éxito. La niña estaba en sus manos y muy pronto podría comenzar a disfrutar de su delicioso cuerpo. Sin embargo antes de que su dicha fuese completa necesitaba aclarar un detalle.

-Ahora, dime, ¿ya te lo han metido o todavía eres virgen?

La muchacha volvió a esconder la cara entre sus manos, sollozando.

-Contesta mocosa. ¿Te lo han metido o no? -Insistió él mostrándose amenazador.

-No, nunca. -Dijo ella casi en un murmullo.

-Excelente. -Afirmó él mientras reiniciaba la marcha del vehículo dirigiéndose hacia el pueblo.

Don Manuel se sentía eufórico. La respuesta de Clara era la misma que había imaginado, pero ahora estaba seguro. La niña era casta y pura, pero en pocas horas más eso cambiaría para siempre. Si, muy pronto estaría profanando la inocencia de aquella dulce quinceañera y tal pensamiento hizo que de inmediato su miembro comenzara a reaccionar.

En cambio la joven estaba sumergida en el terror y la desesperación. Apenas si tenía una vaga idea de lo que don Manuel pretendía hacer con ella, no más de lo que le habían enseñado en el colegio. Pero desconocía todo tipo de detalles, y por supuesto, carecía de cualquier experiencia al respecto. Solo sabía que aquello que no debería permitirle a nadie, tendría que permitírselo al patrón de su madre. Toda su existencia se había hundido en un instante en el infierno.

Sumidos en sus respectivas reflexiones, los dos se mantuvieron en silencio hasta que por fin estuvieron cerca de la escuela. Él estacionó en un recodo del camino, prefiriendo evitar que alguien lo viera con la muchacha. No quería despertar sospechas de nadie.

-¿A qué horas sales del colegio? -Le preguntó.

-A las cuatro. -Contestó ella escuetamente, casi en un murmullo.

-Perfecto. Esteré esperando por ti aquí mismo a esa hora. -Le informó. -Y no quiero ninguna estupidez. Y si se te ocurre contarle a alguien de esto, te juro que haré que te arrepientas.

Ella tragó saliva y asintió con un movimiento de cabeza. Salió temblando de la camioneta y se dirigió con pasos vacilantes hacia el establecimiento educacional.

*          *          *

Lunes, 9:45 AM

-La cría está cero kilómetro. -Le comentó a don Enrique cuando por fin estuvieron solos en la cabina de la camioneta. -¿Puedes creerlo? Una criatura tan deliciosa y todavía ningún cabrón le ha puesto las manos encima.

Estaban en un claro del bosque que había detrás de la hacienda, junto a un pequeño lago entre las colinas. A la izquierda estaba la cabaña donde don Manuel había planeado pasar los días siguientes junto con Clara, allí los dos encerrados; él abusando del exquisito cuerpo de la joven, ella aprendiendo a ser mujer.

-Lo felicito don Manuel. -Contestó el capataz mostrando su pobre dentadura mientras esbozaba una amplia sonrisa. No podía permitir que su patrón se diera cuenta de cuanto lo envidiaba, de cuanto hubiese deseado ser él quien estuviera aguardando el momento para desflorar a una preciosa adolescente. Tres años viendo como el hacendado gozaba todo lo que podía de la bella Mariana, y ahora esto. Todo porque don Manuel era el amo de aquellas tierras y él era solo un empleado que tenía que conformarse con prostitutas baratas.

-Si Enrique. Imagínate. Esta tarde voy a desflorar a una preciosa quinceañera. Que bien que me lo voy a pasar.

Esta vez don Enrique no agregó ningún comentario. No era necesario. Podía ver como don Manuel tenía la mirada como perdida en la distancia, su mente imaginando toda clase de perversiones que practicaría con la muchacha.

-Voy a la cabaña a ver cómo va el trabajo. -Anunció finalmente el capataz.

En la cabaña estaban los tres empleados que habían traído para que limpiaran y arreglaran el sitio. Había mucho por hacer; revisar la electricidad y el agua caliente, instalar un televisor y un pequeño refrigerador, montar la cama doble que habían traído y reparar el inodoro. Don Manuel no había dejado nada al azar y no quería que ningún detalle arruinara su merecido descanso.

-Muy bien Enrique. Yo voy a volver a la oficina. Estaré de vuelta como a las cuatro y media, junto con Clara. Espero que todo esté listo para entonces.

-Si patrón, descuide. Todo estará listo.

*          *          *

Lunes, 10:00 AM

El tiempo corría más rápido que lo habitual, o así al menos le parecía a Clara. Minuto a minuto las horas se acumulaban mientras permanecía sentada en su pupitre escuchando sin entender las palabras del profesor. Cuando la campana anunció el primer descanso ella no pudo soportar más y se precipitó hacia los baños. Allí se encerró en uno de los excusados y se puso a llorar.

No podía soportarlo. Se sentía tan vulnerable e impotente. Pronto tendría que entregarse a un hombre que tenía más de tres veces su propia edad y que bien podría ser su abuelo. Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Bien sabía que don Manuel era el verdadero amo y señor en aquellas tierras y si se atrevía a hacer algo en contra de su voluntad lo pagaría muy caro. Ella y su familia.

Su virtud, su tesoro más celosamente guardado, aquello que hubiese querido poder entregar en una inolvidable noche de bodas a un gallardo príncipe azul. En sus sueños aquel príncipe había tenido el rostro de José. Pero ahora entendía que ni él ni nadie iba a poder rescatarla de las garras del malévolo villano. Este cuento no iba a terminar bien, ya lo intuía.

-¿Clara?, ¿Clara? -Escuchó la voz de su amiga Isabel.

Ella entreabrió la puerta restregándose los ojos.

-¿Que te pasó, amiga? -Preguntó la obesa muchacha al verla tan descompuesta. -No me digas que fueron de nuevo esos malnacidos.

-No Isabel. No es nada, no te preocupes. -Dijo ella intentando recuperar la compostura.

-¿Pero qué te pasa? Estabas llorando...

Se dio cuenta que no podía negarlo; sus ojos enrojecidos y sus cabellos desordenados la delataban.

-Es que estoy un poco triste, tú sabes. No quisiera tener que irme de aquí. -Señaló rogando porque su amiga se creyera la mentira y no inquiriera más respuestas.

-Yo también estoy triste. Te voy a echar mucho de menos. -Le contestó abrazándola con afecto.

Apoyando su rostro contra el hombro de su amiga Clara comenzó a llorar abiertamente. Isabel intentó confortarla acariciándole sus cabellos.

-No te preocupes amiga. Todo va estar bien. -Le dijo Isabel en un susurro.

No, no lo iba a estar, pensó Clara. Pero por unos instantes pudo pretender que sí y olvidarse un poco de la terrible prueba que estaba por enfrentar.

*          *          *

Lunes, 12:00 AM

Lo tenían descargando un camión con heno para las vacas. Resultó que había suficientes manos para la siembra y él sobraba. Había pedido permiso para retirarse, pero no se lo dieron. Las instrucciones que don Enrique había dado eran precisas. José debía ayudar en las tareas del predio y se le pagaría lo acordado por ello. No había nada que discutir al respecto. Al final lo enviaron a realizar otras labores, que bien podrían haber esperado otro momento.

Sin embargo, mientras se las ingeniaba para mover los bultos de paja uno tras otro, se encontró a solas y entonces pudo pensar en Clara. En su hermosa amiga y a quien pretendía visitar a la noche. Entonces volvería a tomarla de la mano y le diría lo que sentía por ella.  La besaría primero en su frente y luego la tomaría por la barbilla y dejaría que sus labios se encontraran en un tierno y prolongado beso. Su primer beso. O eso era al menos lo que tenía planeado. No sabía si tendría el valor para hacerlo.

*          *          *

Lunes, 4:00 PM

Desde hacía media hora que don Manuel aguardaba en el lugar donde había quedado de encontrarse con Clara. La espera se le había hecho eterna mientras se acercaba el gran momento. Pero había valido la pena, y tuvo la certeza de aquello cuando vio la frágil figura de la muchacha acercándose al vehículo.

-Hola Clara. -La saludó cuando ella estuvo junto a la ventanilla, siempre mirando hacia el suelo.

-Buenas tardes don Manuel. -Contestó ella.

-Ven, sube. -Le ordenó indicándole la otra puerta.

Ella obedeció moviéndose con lentitud, tal como un condenado a muerte dirigiéndose al patíbulo. Quizás no era muy distinto, pensó el hacendado. La inocencia de aquella colegiala iba ser sacrificada en el altar de la lujuria y él sería el verdugo que enterraría el instrumento mortal en aquellas jóvenes carnes.

Apenas la colegiala estuvo instalada el hombre encendió el motor e iniciaron la marcha a toda velocidad. Don Manuel aprovechó el viaje para explicarle a la muchacha todos los pormenores de lo que tenía preparado. Que se dirigían a una pequeña cabaña en medio del bosque, donde permanecerían toda la semana. Para no provocar la inquietud de sus profesores Tomasito pasaría a buscarla todas las mañanas para llevarla al colegio y la traería de vuelta tan pronto como concluyeran las clases. Aparte de eso Clara tenía terminantemente prohibido abandonar el recinto.

-Mi abuela... Tengo que cuidarla. -Recordó de improviso la quinceañera cuando pasaban precisamente frente a su casa.

-No te preocupes. Yo ya arreglé eso. -Le aseguró el varón. -Tomasito también se encargará de cuidar a tu abuela. ¿Ves? Ahora solo tienes que dedicarte a darme placer. Ese es tu deber ahora, Clarita. Darme todo el placer que puedas.

*          *          *

En efecto, había sido el propio don Manuel quien le había encomendado a Tomas la tarea de atender a la señora Leticia. Le habían explicado que eso era necesario pues toda la semana Clara iba a estar ocupada realizando otros servicios para don Manuel. Por supuesto no era necesario decir más, incluso él era capaz de entender lo que eso significaba. Por supuesto todo debía mantenerse en estricto secreto y para cualquiera que preguntara, tenía instrucciones de decir que la niña estaba muy enferma, guardando cama, y que por eso él estaba colaborando con los quehaceres de la casa.

Así que estaba precisamente limpiando el jardín del hogar de doña Ana María cuando vio acercarse la camioneta de don Manuel. Paso a toda velocidad frente a él, pero de todas formas alcanzó a ver a la joven Clara dentro del vehículo junto al hacendado.

Hubiese preferido no saber lo que iba a pasar. Estimaba mucho a la joven Clara y lamentaba mucho que finalmente el patrón hubiese puesto sus ojos en ella. Muy en su interior siempre sospecho que una desgracia así podía suceder. La muchacha era demasiado hermosa, y cada día que pasaba lo era todavía más.

Sí. Y también conocía a don Manuel. Era un verdadero animal y estaba seguro que no vacilaría en someter a la pobre muchacha a todo tipo de vejaciones con tal de satisfacer su insaciable apetito. Sería una experiencia terrible para ella. Sin duda ya no sería la misma niña alegre y jovial cuando todo esto terminara.