LA CEREMONIA (quinta parte de Cógelo
La aventura de Lidia y Jorge se acerca al desenlace...
-“Jorge, ¿te duchas conmigo?”
- “Por supuesto, querida, vamos…” – y ambos entraron cogidos de la mano.
Al entrar, Jorge cerro la puerta tras de sí, y a Lidia le faltó tiempo para abrazarlo con fuerza y besarlo con toda la pasión que sentía en esos momentos rodeándolo con sus brazos. Jorge hizo lo propio, fundiéndose los dos en un encuentro casi furioso. Lidia se separó un instante, y tomando una mano de Jorge, la introdujo bajo el vestido colocándola sobre su sexo. Él notó una humedad desproporcionada, de tal calibre que pensó que su mujer se estaba orinando…
-“Mira cómo me tenéis, mira cómo me tiene Serge…” –le susurró al oído.
Jorge acarició la entrepierna de Lidia con toda la extensión de su mano con facilidad, resbalando como si se tratara de aceite, para a continuación centrarse en el clítoris de su pareja. En ese momento ella se estremeció como si hubiera sufrido una descarga eléctrica y retrocedió…
-“¡No, no! Quiero darme una ducha primero. Así no puedo estar. ¿Me esperas?” –inquirió.
-“Sí, dúchate que yo estoy aquí mientras tanto” –respondió Jorge mientras se sentaba en la taza del retrete recolocando su erecto pene al situarse en esa nueva postura.
Frente a él, Lidia dejó caer el vestido, se quitó el sostén y quedó totalmente desnuda. Jorge apreció cómo su pubis brillaba de humedad y se admiró del cambio que había experimentado su mujer en apenas dos días, y rememoró cómo hacía apenas unos minutos, Serge le había extraído el huevo vibratorio en una escena tan morbosa que se le había grabado en su cerebro segundo a segundo.
Lidia se introdujo en la bañera, abrió el grifo y cerró la mampara. Tomó la ducha con su mano y la dirigió a sus hombros, su pecho, sus piernas… No quiso mojarse el pelo y estropear su peinado, así que tomó el bote de gel y vertió una pequeña cantidad en su mano cuando vio que Jorge abría la mampara, y sin mediar palabra le quitó el jabón de la mano, se echó un poco sobre la suya y comenzó a lavarle sus pechos con suavidad. Lidia se dejó hacer, cerrando los ojos y disfrutando de las caricias de su marido.
-“Sabes lo que van a hacer conmigo, ¿verdad? Sabes que me van a follar, que voy a ser suya… ¿Qué vas a hacer?” –habló entrecortadamente mientras Jorge se centraba en su pubis.
-“¿Tú quieres hacerlo?” –preguntó Jorge. –“Porque si tú quieres hacerlo, yo quiero que lo hagas. Que disfrutes hasta donde nunca hayas disfrutado, que te entregues, que te corras una y mil veces, y yo quiero verlo todo…” –sentenció excitándose sólo de escucharse pronunciar la frase.
-“Claro que lo deseo, ¿es que no se nota?”-contestó Lidia abriendo los ojos mirando fijamente a los de Jorge.-“Pero sólo si tú no te vas a sentir mal por ello. Quiero que me mires, que te excites, que te masturbes, pero que me sigas deseando y amando como hasta ahora. Lo último que me gustaría es que esto interfiriera en nuestra relación…”
-“¿Y tú? ¿Me seguirás queriendo igual? ¿Respetarás nuestro matrimonio?” –respondió Jorge seriamente. -“Yo tengo muy claro lo que vamos a hacer, ya te lo dije. Disfrutemos, probemos algo nuevo, luego esto se acabará, y yo seguiré siendo Jorge, tu marido, orgulloso de su esposa y más enamorado que nunca…”
-“¡Cariño, eres mi marido, mi amor!-replicó Lidia endulzando su ceño. –“Sólo me importas tú, pero tengo miedo de todo lo que nos está sucediendo, estoy fuera de control. Mi cuerpo me domina, sólo pienso en follar con Serge, sólo pienso en su polla. En el coche me ha vuelto loca, me he corrido con sólo tocarme con su mano. Ahora mismo ya estoy mojada con oírme decirlo, ¿me entiendes?”-habló mientras su mano, inconscientemente, se dirigió hacia su sexo para comprobar su creciente humedad.
Jorge, por toda respuesta, tomó de la otra mano a Lidia para ayudarla a salir de la ducha ya limpia de toda la espuma y tras envolverla en un albornoz que colgaba tras la puerta la abrazó y la besó con amor y ternura. Ella, tras responder al beso, apoyó su cabeza contra el pecho de su marido, pudiendo escuchar el acelerado latido de su corazón.
“Confío en ti, y sé que tú confías en mí. Tomémonos esto como una experiencia excitante. Nada más…” – sentenció Jorge aun con Lidia abrazada a él. La tomó por los hombros, la apartó unos centímetros para poder mirarle a los ojos y sonrió. -“…¡y salgamos, que se van a enfriar tus vasallos!” –bromeó, y comprobó satisfecho cómo Lidia sonreía a su vez.
-“Vamos fuera, pero antes…” –Jorge no terminó la frase, y Lidia pudo ver cómo su marido introducía su mano en el bolsillo del pantalón, extraía las bragas que Serge le había quitado en el coche, aun húmedas, y se las colocó a su mujer alrededor de su cabeza, sobre sus ojos, impidiéndole la visión a modo de antifaz. Lidia pudo oler entonces el aroma de su propio sexo en la delicada prenda, y la ocurrencia de Jorge la excitó aun más. Inmediatamente sus otros sentidos se acentuaron exponencialmente: su piel se erizó, su oído le permitió escuchar las voces de Serge y David conversando en el salón, su gustó le recordó el sabor de la boca de su marido, y su olfato… su olfato le rememoró toda la excitación que sintió cuando Serge le bajó las bragas, se las quitó y la acarició con su gigantesca mano…
David buscó entre sus CD’s y decidió poner algo de Fleetwood Mac mientras Serge se acomodaba en un sillón con un gin tonic recién preparado. Cuando David se sentó frente a él, Serge le alcanzó otro combinado idéntico al suyo.
-“¿Qué te parece Lidia?” –le interpeló. –“¡Ya te dije que era un volcán!” –añadió agitando la copa hasta que los hielos tintinearon con alegría.
-“En San Antonio he salido con otras parejas blancas que buscaban lo mismo que ellos” –respondió Serge refiriéndose al matrimonio moviendo la cabeza en dirección a la puerta del servicio en el que se encontraban Lidia y Jorge. –“Pero nunca hemos sido tres hombres. Es una mujer muy caliente. Cuando le saqué el huevo estuve a punto de follármela ahí mismo, ¡pero es más cómodo aquí, jajajajajaja! –rió estruendosamente.
-“¿Sabes que Jorge y yo le hemos hecho varios dobles vaginales?”-comentó David. –“¡Pero creo que la tuya y la mía serán demasiado para ella! –apuntó David sonriendo sin poder evitar dirigir su mirada a la abultada entrepierna de Serge.
En ese momento, ambos giraron sus cabezas hacia la puerta del baño al oír cómo la misma se abría. A pesar de la tenue luz indirecta que ambientaba el apartamento, pudieron ver cómo Jorge traía a Lidia de la mano, vestida tan solo con el albornoz blanco de David y con sus pequeñas bragas a modo de venda sobre sus ojos. Jorge condujo a Lidia y la detuvo entre ambos sillones, equidistante de Serge y David, y colocándose tras ella la besó en el cuello.
Lidia inclinó su cabeza ligeramente hacia el lado contrario en el que recibió los labios de su marido, y pudo oír el ruido de dos copas que pasaban a descansar sobre un cristal casi simultáneamente. Sus bragas permitían que la luz las atravesara someramente, pero la baja iluminación del habitáculo no le dejaba ver nada. Se imaginaba a ambos hombres contemplándola, y a Jorge situado tras ella. Su humedad continuaba aumentando. Notaba cómo la zona interior de sus muslos estaba totalmente empapada, y cómo su clítoris hipersensible reaccionaba ante el simple roce del albornoz con su pubis. El olor de su propio sexo la inundaba, y pensaba que toda la habitación olía a coño, a flujo, a ella… Sintió cómo las manos de Jorge la rodeaban por la cintura y desataban con un solo movimiento el cinturón del albornoz. Notó como su vientre quedaba parcialmente al aire al sentir un ligero cambio de temperatura. Imaginó que quedaría también a la vista de sus dos amantes, y se excitó visualizando la escena. Deseaba que Jorge se apresurara. Deseaba quedarse desnuda delante de David y Serge. ¿Y ellos? ¿Estarían ya desnudos? Quería ver la polla de Serge más que otra cosa en el mundo. Estuvo tentada de retirar su improvisada venda, pero se contuvo. Ahora pudo percibir las manos de Jorge sobre sus hombros, deslizándose despacio hacia las solapas del albornoz. –“¡Vamos, quítamelo!” –pensó, pero su pareja ralentizó adrede los movimientos. Tardó una eternidad en tomar ambos lados del albornoz entre sus manos, y poco a poco lo fue retirando hacia atrás, dejando a la vista muy lentamente porciones de la piel de Lidia recreándose en el momento. Serge y David miraban embobados a la mujer deseando que el tiempo se detuviera en tan sensual momento. Tenían ante ellos a una mujer a la que su marido entregaba a sus amantes como en una ceremonia sagrada.
Jorge siguió retirando el albornoz con desquiciante lentitud, hasta que el mismo quedó enganchado en los erectos pezones de Lidia. Ahí quedó trabado mientras él continuaba apartándolo en dirección a sus hombros. Finalmente, sus pechos quedaron al descubierto por completo, y la prenda resbaló por los hombros de la mujer cayendo a sus pies, dejándola totalmente desnuda a la vista de los tres machos.
Y el tiempo terminó por detenerse. Lidia permanecía quieta, hipnotizada, excitada, húmeda, paralizada, desnuda… Jorge tras ella visualizando su melena cayendo desordenada sobre sus hombros, la curvatura de su espalda, su culo respingón… Serge, mirando hacia su izquierda la perfecta figura de la mujer sabiéndose deseado… David, contemplando a su derecha el cuerpo de Lidia totalmente a su disposición y capricho desde una nueva perspectiva, otra vez desnuda para él…
Y fue precisamente David quien rompió ese momento hipnótico. Se levantó, se acercó a la pareja y sonriendo a Jorge tomó la mano izquierda de Lidia tirando ligeramente de ella. La hembra obedeció sumisa y lo siguió con la cautela habitual de alguien que no puede ver. Él la condujo despacio al sofá situado entre los dos sillones mientras Jorge y Serge los seguían con la mirada, hasta que David se detuvo justo en el centro. Tomó ligeramente a Lidia de ambos hombros y la invitó a girarse, para quedar justo frente a Jorge y de espaldas al asiento.
-“Te puedes sentar, Lidia” – le dijo David suavemente al oído.
Ella, por toda respuesta, flexionó sus rodillas y se sentó con prudencia quedando al borde del cojín con las piernas bien cerradas sin poder obviar las buenas maneras a pesar de la contradicción de la escena, olvidándose por un momento de que se encontraba totalmente desnuda frente a tres machos. David se sentó a la izquierda de la mujer recostándose sobre el respaldo, y tomándola de nuevo de los hombros la invitó a acomodarse e imitar su posición. Ella aceptó y echó su culo y su espalda hacia atrás, siempre pendiente de cualquier sonido que le diera algún indicio sobre el movimiento de alguno de sus amantes. Obviamente sabía que David estaba junto a ella, y se había estremecido de arriba abajo en cuanto sintió sus manos sobre los hombros. ¿Por qué no me acaricia, por qué no me toca los pechos? Se sintió huérfana, sola… ¿Y Serge? ¿Estaría desnudo? –“Quiero ver su polla” –pensó. –“¿Por qué no se acerca?” “¿Es que se ha ido?
Todas las dudas del mundo la asaltaban en esos breves minutos que a ella le parecían una eternidad. Intentaba visualizar la situación haciéndose una composición de la escena, a pesar de los breves momentos de los que dispuso para contemplar el salón de David antes de entrar en el baño. Como buena mujer, era observadora, y recordaba perfectamente la disposición del habitáculo, así que su única duda era dónde estaban Serge y Jorge.
Y no resolvió sus incógnitas, porque a continuación David le habló a su oído izquierdo para decirle que se relajara, le acarició la mejilla y la besó, primero despacio, buscando su reacción, y luego más y más profundo, girando su cabeza lentamente. Lidia abrió sus labios y lo recibió con ansia, deseando que sucediera algo, que se rompiera ese estado de inacción que la agobiaba. Notó que el monitor la tomaba de nuevo la mano y se la situó junto a su cadera, por lo que quedó inmovilizada. Notó que la lengua del macho entraba en acción, y la recibió con la suya, jugueteando entre ellas como si tuvieran vida propia. La mano izquierda de David agarró su pecho. –“¡¡Por fin!!” –pensó aliviada. Y girándose levemente, alargó su mano derecha, la única libre, buscando la entrepierna de su amante. Notó que aun estaba vestido, y que el pene había alcanzado un tamaño importante. Buscó a tientas la bragueta del pantalón sin dejar en ningún momento de besar apasionadamente al macho que tenía junto a ella, olvidándose por un momento de los otros dos. Encontró la cremallera y la bajó con ansiedad. Metió su mano y se entretuvo en palpar y amasar el bulto que luchaba por liberarse de los boxer que lo aprisionaban. Comprobó su tamaño, su dureza, y notó una ligera humedad que sin duda correspondía al delator líquido preseminal. David estaba cada vez más excitado, y casi la cubría totalmente de la visión de su esposo y de Serge. Jorge decidió sentarse en el lugar que el monitor había dejado libre colocando el sillón mirando hacia el sofá para tener una perspectiva perfecta de los dos amantes, que seguían besándose, cada vez con más pasión, cada vez con más caricias. Lidia había decidido quitar cualquier barrera entre su mano y el pene del macho que la atendía cuando fue echada de nuevo hacia atrás con suavidad pero a la vez con una firmeza incontestable. Notó cómo David se retiró ligeramente y ella se vio obligada a abandonar sus caricias sobre el sexo del monitor. Al principio no sabía qué sucedía, pero inmediatamente supo que otro hombre se había sentado junto a ella, a su derecha. El sofá se hundió notablemente, y sintió el calor de otro cuerpo junto a ella, esta vez desnudo. Al momento, su mano derecha fue sujetada de la misma forma que la otra, y quedó prisionera apoyada contra el respaldo del asiento, todo ello sin dejar de recibir los besos y las caricias de David, sólo que ahora estaba recta, con su cuello girado hacia su amante y con sus pechos rectos hacia el frente. Dedujo que Serge se había sentado junto a ella y al instante su sexo pareció inundarse, rebosar… -“¡Está desnudo junto a mí!” –pensó. –“¡Quiero su polla, quiero verla!” – se dijo a sí misma entre jadeos.
Pero no podía moverse, sus brazos estaban aprisionados junto a sus costados. Entonces sintió cómo una mano enorme, gigantesca, sin fin, se apoderó de su otro pecho, y unos labios carnosos y calientes le besaron el cuello. Y su sexo naufragó. Se corrió inevitablemente justo en ese instante, abandonó el beso de David, echó su cabeza hacia atrás y gimió poseída por el placer sin que su sexo hubiera sido siquiera acariciado mientras su pelvis se estremecía y se contraía como víctima de una descarga eléctrica; jamás había tenido un orgasmo semejante. Y quedó desmadejada, como una muñeca rota y abandonada. Ni siquiera se dio cuenta de que David se había levantado y desnudado para volverse a sentar junto a ella. Ni siquiera se percató de que había quedado liberada por unos instantes. Poco a poco sus jadeos disminuían en su intensidad y la consciencia volvió a ella, pero para cuando quiso moverse se vio de nuevo aprisionada, igual que antes, sólo que ahora sus dos machos estaban desnudos. Y entonces, Serge le retiró sus bragas de los ojos, y tras parpadear con fuerza varias veces, lo primero que pudo ver fue a Jorge sentado frente a ellos totalmente desnudo con una erección considerable. Eso la excitó de nuevo, si es que había dejado de estarlo en algún momento, y su siguiente intención fue ver la polla de Serge.
Giró su cabeza hacia la derecha y ahí la pudo ver, negra, semi-erecta pero enorme, ligeramente rosada en el glande, descansando sobre el fibroso muslo del hercúleo hombre de ébano. –“Es mía” –decidió. Y olvidándose de su situación, hizo un vano intento de tomarla con su mano. Apenas tenía fuerzas, y Serge casi ni se apercibió del intento de Lidia por mover su mano, todo ello sin abandonar la posición de su torso reclinado sobre el respaldo del sofá. Alzó su mirada hacia los ojos de Serge:
-“Déjame cogerla, por favor”- suplicó susurrando. Serge sonrió, acercó su boca al oído de la hembra y pronunció muy despacio:
-“Aun no”.
Y se resignó. Echó su cabeza de nuevo hacia atrás y se dejó hacer. David le tomó su pierna izquierda y la colocó sobre las suyas. Serge hizo lo mismo con la derecha, quedando totalmente abierta y expuesta frente a Jorge, cuyo pene palpitaba golpeando con suavidad su muslo izquierdo repetidamente. El marido hacía verdaderos esfuerzos por contenerse y no entrar en acción. Contemplar a su esposa a merced de los dos monitores frente a él, verlos a todos desnudos, saber que su mujer deseaba ser saciada, penetrada por el enorme negro que estaba junto a ella lo excitaba sobremanera, y a la vez le producía una angustia que lo invitaba a levantarse, tomar a Lidia y llevársela de allí. Pero su deseo lo dominaba. Quería verla gozar, quería verla disfrutar, correrse una y otra vez, quería ser un espectador privilegiado de cómo su hembra era tomada por ambos machos, quería verla follar y ser follada.
Y ahora podía contemplarla con las piernas abiertas, cada una sobre los muslos de ambos hombres, con sus brazos sujetos, con su sexo empapado, con sus pechos ocultos tras una mano blanca y otra negra, con su cabeza hacia atrás, la mirada perdida en el techo, con dos pares de labios a cada lado del cuello besándola sin descanso, y con dos enormes pollas preparadas para poseerla…
Y lo que Jorge temía y a la vez deseaba sucedió. Serge cambió la dinámica de la situación, y llevó su mano desde el pecho de Lidia hacia la zona interior del muslo, abarcándolo casi en su totalidad, y al unísono acercó su boca al oído de la mujer:
-“¿Quieres cogerme la polla?” –le preguntó con un susurro.
-“Siiiiiiiii”- respondió ella entre jadeos, como si la afirmación se la escapara de los labios sin querer.
Serge tomó la mano de Lidia y la llevó al enorme pene. Aun pareció más pequeña comparada con el miembro del titán, hasta tal punto que no podía ni abarcarla. Justo en el momento de tomar contacto con el negro sexo, exhaló un suspiro de satisfacción, de consuelo… El americano colocó entonces su mano sobre el pubis de Lidia, cubriéndolo por entero, moviéndola de arriba abajo, restregando los flujos de la mujer desde su ano hasta el ombligo lentamente, una y otra vez. La pelvis de la hembra tomó vida, se estremeció, se agitó… Su boca buscó despacio la de Serge, besándolo con fruición mientras comenzó a masturbar la verga objeto de sus más bajos deseos. David continuaba masajeando el pecho izquierdo de la hembra, y sin dejar de besarla el cuello, hizo que la mujer tomara a su vez el erecto pene que ya conocía.
Ahora Jorge podía contemplar tan solo las piernas de su mujer, pues su cara y uno de sus pechos estaban ocultos por el hombre de ébano; el otro pecho era tomado por David, y el sexo, totalmente oculto por una enorme y negra mano que se movía sin descanso. Lo que sí podía vislumbrar era las pequeñas manos de su mujer intentando gobernar las imponentes vergas que se elevaban desafiantes entre las piernas de los profesores de tenis. Su excitación era tal que no quería siquiera tomar su pene con la mano, pues preveía que le sucediera lo mismo que a su esposa al más mínimo contacto. Deseaba aguantar, mortificarse con la excitación, que ésta no disminuyera ni un ápice, todo lo contrario, que fuera in crescendo hasta límites desconocidos. Sabía que la situación no había hecho más que comenzar. Aun quedaba mucha noche…