La ceniza nos iguala a todos

Se celebra el funeral del recientemente asesinado Julio Cesar. Pero hay multitud de intereses y pasiones para que las exequias se celebren con el adecuado respeto para tan magno personaje.

Vini, Vidi, Vinci (IV): Aequat omnes cinis

El funeral estaba atestado. Muchos de los que se consideraban a sí mismos como amigos de Cesar estaban allí. Aunque fuese para aparentar y estar en el bando ganador. Toda la conjura de traidores que habían asesinado a Julio habían huido y se disponían a presentar batalla contra las huestes de Marco Antonio.  Mientras las exequias eran en realidad un escenario de luchas intestinas de poder ya que ya se había hecho público el testamento del Cesar que habían guardado celosamente las vírgenes vestales.

En dicho testamento se fijaba que el sobrino de Cesar, su ahijado, como heredero. Octavio estaba maniobrando para que dicho herencia también implicase poderes políticos. Marco Antonio se dirigió hacia él saludando a la usanza romana, cogiéndose mutuamente de los antebrazos, una costumbre que originariamente era una forma de expresar que se estaba desarmado y no ser considerado una amenaza.

-          Octavio

-          Antonio – se reconocieron mutuamente

-          Me da igual lo que digas. El testamento no dice nada de que heredes sus poderes. ¿Me entiendes?

-          ¿Crees que es el momento de discutir con el cuerpo presente?

-          Lo que dijiste en el senado me parece intolerable. Tú no luchaste con él y conmigo, cuerpo a cuerpo en la Galia. No has demostrado nada.

-          En su momento demostraré mi valía. Pero reconozco que Roma debe pagarte adecuadamente los servicios prestados.  Estoy dispuesto a ser generoso.

-          ¿Generoso? Si no te conociera lo astuto y sibilino que eres.

-          No es el momento de insultarnos públicamente delante de todas estas personas que quieren expresar su respetos para con mi tío.

-          Eso es de lo único que puedes fardar. Que eres sobrino de mi amigo. Quieres convertir la república de nuevo en un reino pretendiendo heredar el poder como si de un príncipe te tratases. En Roma se consigue poder ganando batallas.

-          Eso lo podemos arreglar. Unámonos para combatir a los rebeldes asesinos de mi tío y tu amigo . – dijo subrayando Octavio la palabra amigo. Déjame que exprese mi trato.

-          ¿Cuál es tu oferta?

-          Reeditemos el triunvirato. Creo que es la solución. Partamos el imperio en tres partes. Así todos estarán contentos. Así nadie podrá alegar de que quiero ser un rey. Le daremos Hispania y Galia a Lepido. Tú te quedas con el mediterráneo oriental. Y yo me quedo con Roma.

La mente de Marco Antonio se detuvo a procesar el ofrecimiento. Menos era nada y en cierta forma iba a tener la sartén por el mango al disponer de los cultivos de Egipto para chantajear a ese niñato engreído.

-          Acepto – dijo fingiendo disgusto.

Los presentes aplaudieron el aligeramiento de tensión y celebraban lo que parecía indicar la paz entre ese par de titanes Octavia esposa de conveniencia de Marco Antonio parecía respirar tranquila.

Justo en ese momento entro en la sala Cleopatra. Muchos de los presentes no pudieron reprimir el gesto de desprecio a la fulana de Egipto. La tensión volvió a aumentar notablemente. Octavio se cruzo la mirada con aquella mujer y saltaron chispas de tensión. Eran rivales. El legado de Cesar fue un tremendo disgusto para ella ya que aquel sobrino era el heredero. Pero no estaba dispuesta a renunciar a lo que consideraba lo que le pertenecía. El imperio debería ser de su hijo Cesarion. Y con ello el poder volvería a ser de Egipto. No se dirigieron ninguna palabra pero solo con las miradas estaba claro en el enfrentamiento.

Pero no fue el único momento desagradable. Pompeya Sila se dirigió a ella.

-          No tienes ninguna vergüenza puta. Aparecer por aquí. Este es el funeral de mi marido. Y tú no pintas nada.

-          Te recuerdo que es el padre de mi hijo.

-          Eso es lo único que sabes hacer. Abrirte de patas y follarte a mi marido para que te diera un heredero de Roma. Pues te vas a quedar con las ganas. Ya sabes el testamento. El bastardo no tiene nada. Así que vete por dónde has venido y no aparezcas por aquí. Quédate con tus pirámides y tus momias.

-          ¿Qué pasa? ¿Te jode la cornamenta?

Pompeya hizo un amago de abofetearla pero Marco Antonio la interrumpió evitando que la sangre llegara al rio. Antonio le tomo del brazo y la llevo a una sala contigua mientras Pompeya lanzaba todo tipo de juramentos y maldiciones hacia la reina de Egipto. El general volvió y en ese momento Cleopatra y él se cruzaron las miradas. El militar recordó la deliciosa estancia años atrás en su país y miro detenidamente la deliciosa presencia de aquella diosa que parecía ser una reencarnación de la diosa Venus. Cleopatra percibió la turbación en el guerrero y capto cual sería su próximo objetivo. Si ese era el que iba a poseer las tierras orientales del imperio, ese era al siguiente que había que cautivar.

-          Amiga mía. Con el debido respeto. Tú presencia en las exequias de Julio es muy incómoda para todos.

-          Pero era mi amante y el padre de mi hijo. Y yo quiero también llorarle.

-          Observa cómo te miran todos.

-          He venido a llevarme su cadáver a Egipto

-          ¿Estás loca? Eso no es posible.

  • Él merece los honores de un emperador. Solo yo se lo puedo proporcionar. Mira este funeral. Parece el de un burgués de medio pelo. Por él levantaré un templo en su honor donde mi pueblo le adorará como un dios.

-          Sé que tú le querías. Pero no podemos hacer nada.

-          Bueno lo comprendo. Me iré a llorar sola a mi barco. Volveré a Egipto. – le dijo con un mohín de llanto fingido Cleopatra.

-          Vale, vale. Espérame en la desembocadura del Tiber. Yo consolaré tu corazón.- concedió Marco Antonio

Cleopatra se despidió del general pero aquella escena fue observada a distancia por Octavia. Aunque no escucho la conversación pudo ver que estaban muy acaramelados. Aquello le pareció humillante. Y como un basilisco aparto a su marido a una sala solitaria. Al llegar le propino un soberano bofetón.

-          ¿Qué coño haces con esa furcia? Hijo de puta. Aléjate de esa zorra.

-          Te quieres calmar.

-          No me calmo.

-          Entérate. Ella es viuda. Y todos le estaban tratando como una indeseable.

-          Ella no es viuda. Y si es una indeseable. Presentarse aquí delante de Pompeya. ¿Quién se cree que es? – protesto Octavia a grito pelado.

-          Estoy harto de ti. Estoy harto de tu hermano. Estoy harto hasta de Roma. Iros al infierno.

Marco Antonio salió fulgurante del funeral sin despedirse de nadie.

-          ¡Donde vas maldito! ¡Vuelve!- grito Octavia ante el estupor de todos los presentes.

En la sala principal Pompeya observaba disgustada la escena. Pero hoy en cierta forma estaba disfrutando. Invito a sus amigas a hablar plácidamente en otra habitación. Allí esperaba pacientemente un hombre alto y fornido.

-          ¡Venid amigas! Os presento a Cyril. Cyril, mis amigas.

-          ¿Cyril? – preguntó una de ellas.

-          Cyril- explico Pompeya- es… perdón rectifico, era campeón en el anfiteatro. Lo he comprado

-          ¡¿Qué?! – exclamaron indignadas sus amistades

-          ¿A qué vienen esas caras señoras?

-          A pocos días de morir tu marido. Te compras un esclavo así. No nos engañas, a este no lo quieres para abanicarte.

-          ¿Abanicarme?  No seáis tontas. Sabéis perfectamente para que lo quiero.

-          Pompeya. Contente. Que a pocos metros esta de cuerpo presente tu marido.

-          ¿Mi marido? A ese cabrón que le zurzan. Se follo a la puta que se acaba de ir y la presento en toda Roma con un desfile. No pienso derramar ni una lágrima por él. Estoy más entretenida en otros menesteres. Como por ejemplo adquirir a Cyril. Ya no tengo que aparentar nada ante la sociedad romana. Soy libre. En vez de que le devoren los leones, lo devoro yo.

-          Menuda leona estas hecha. – contesto otra dando lugar a risas por parte de todas. Las cuales ya más relajadas empezaron a comentar las virtudes atléticas del espartano.

-          Esto es lo que debéis hacer compañeras. Vuestros maridos seguro que son unos impotentes comparados con un buen mozo como Cyril. Lo que tenéis que hacer es ir a la casa de Poncius, escoger a un buen gladiador y que use su “espada” para clavároslas en vuestros coños. Os aseguro que no os arrepentiréis.

Sus amigas reían mitad divertidas mitad escandalizadas. Pompeya en cierta forma se estaba vengando de su marido en pleno funeral. Que mejor humillación que ser una viuda alegre que presenta en sociedad a su amante justo después de morir él. Ya todo le daba igual. Y no estaba dispuesta a aguantar ni un día más aguantando las apariencias de sufridora y digna cornuda. Cyril sonriente escuchaba orgulloso la conversación de su dueña con sus amigas.

~ ~ ~ ~

Desembocadura del Tiber.

Marco Antonio se presentó a caballo en el puerto. No tardo en reconocer la embarcación egipcia atracada. Cleopatra se asomo y corrió en busca de él. Se besaron apasionadamente al alcanzarse el uno al otro. El barco estaba solitario y parecía haberse adecuado para la llegada del invitado aunque varios de los escoltas de la reina estaban apostados discretamente en la noche cerrada. Los amantes no paraban de acariciarse y llenarse de besos. Cleopatra casi a las rastras llevo a Marco Antonio al camarote.

-          Alabada sea Hathor al haberte traído hasta mi- celebró Cleopatra

-          Te he echado mucho de menos. Años diría yo.

-          Y yo a ti. No puedo resistirlo más. Te necesito.

Los amantes se desnudaron mutuamente ansiosos por sentir el tacto del otro. Mientras los besos apasionados se intercambiaban sin cesar. Cleopatra estimulo a su amante lamiéndole fervorosamente el cuello al romano produciendo un intenso gemido, este respondió llevando su boca a los pechos de la egipcia los cuales los introdujo en su boca alternativamente lamiendo sus pezones que se endurecían progresivamente. Las manos recorrían los cuerpos sin dejar un centímetro de piel sin recorrer.

Cleopatra estaba dispuesta a dejar extasiado de placer al general. Tenía que convertirlo en su nuevo aliado. Así que iba a follarse a otra importante personalidad del imperio. Marco Antonio había sido casado por conveniencia con la sobrina de su amigo Cesar. Había que unir las familias. De esta forma por segunda vez consecutiva provocaría la infidelidad en la cúpula del imperio. Cleopatra se sentía orgullosa de su poder de seducción y la facilidad con la que los hombres caían en sus redes así como se preguntaba lo pobre que debía ser el sexo con las mujeres de Roma. En cierta forma no estaba muy equivocada. Con la matriarca la única función social era engendrar prole. Matrimonios la mayoría de las veces concertados entre familias para forjar alianzas políticas. En esas circunstancias cuando usualmente dichas asociaciones se quebraban con facilidad dando lugar a un enfrentamiento entre los esposos ya que las familias políticas también lo estaban. De esta forma el placer quedaba reducido para los varones a la contratación de servicios de prostitución en los numerosos lupanares de la ciudad. Algunos de ellos muy caros que generaban suntuosos beneficios a los propietarios. Las mujeres solían disfrutar de los servicios de esclavos expertos. Eran muy populares las noches con los gladiadores. También se estaba haciendo muy común con el tiempo organizar orgías en las que los cada vez más abundantes esclavos se esforzaban en satisfacer las perversiones de sus dueños.

Cleopatra bajo la túnica del soldado haciendo aparición una portentosa erección de un pene que suplicaba atención. Marco Antonio quedo anonadado ante  lo que le iba a hacer la reina de Egipto. Se arrodillo ante él y empezó a lamerle los testículos para proseguir subiendo con su lengua por todo el tronco dedicando una larga atención al prepucio así como el orificio del glande. El siguiente paso fue introducirse la polla en la boca, con movimientos suaves al principio que paulatinamente se aceleraban. Marco Antonio estaba impresionado de que aquella mujer, una reina de una casa real le estaba haciendo un servicio que solo las esclavas y putas hacían. Y aquella felación era la mejor que había disfrutado en su vida. Ni la felatriz más cara de su Roma natal se acercaba a lo que estaba disfrutando. Era cierto lo que decían que las mejoras mamadas eran las de Egipto.

Marco Antonio se les estaban poniendo los ojos en blanco y parpadeaba. El líquido preseminal era señal inequívoca de su pronta eyaculación. Cleopatra conocedora de las reacciones de un hombre se detuvo ya que quería hacerle disfrutar aún más. Así que invita al militar a acostarse en la cama del camarote. La egipcia se coloca en cuclillas sobre la entrepierna y tomando su pene apunta a su vagina. El abrazo cálido del sexo de la mujer es una sensación deliciosa para Marco que disfruta acariciando las tetas de la reina.

Cleopatra sabe como volver loco de placer a un hombre e intercambia los movimientos de suaves subidas y bajadas a movimientos más bruscos. Pasando por movimientos circulares que le hacen gozar especialmente a ella. Antonio no puede resistir mucho más y cuando su respiración vuelve a acelerarse la reina realiza otra de sus especialidades. Concentrándose en sus músculos del bajo abdomen aprieta el pene de su amante sucesivamente con movimientos cada vez más intensos. El soldado está al borde de la cima del placer y no resiste un segundo más y empieza a correrse. Cleopatra le acompaña en su placer con gritos desaforados que aumentan la excitación de ambos. El esperma sale disparado al útero de la reina que percibe levemente su templada temperatura. Se siente satisfecha y sabe que ha conseguido su objetivo.  Con suerte además quedará embarazada. Marco Antonio se intenta recuperar de las sensaciones.

-          ¡Eres única!

-          Soy la mejor. Y si quieres más de esto lo tendrás.

-          Hare lo que quieras

-          No te pido mucho. Ven conmigo a Egipto. Se mi rey.

-          Pero … estoy casado

-          Me da igual. ¿Acaso amas a tu mujer?

-          No, la detesto. Es una mimada que confabula con mi cuñado contra mí.

-          ¿Hay algo que te até a Roma?

-          Ya no

-          Entonces está claro que es lo que deberías hacer. Yo te llevaré al paraíso todas las noches

-          Es una oferta que no puedo rechazar.

Continuará …