La Cena y el Postre
Continua la historia con mi hijo.
Mi hijo me pidió que me vistiera. Yo quería que sacarle todo lo de adentro, pero él no. Me levanté, tomé la bolsa que me regalo y el vestido. Comencé a caminar a hacía el baño, él me detuvo. —¿A dónde vas? Me pregunto. —Al baño. —¿A qué? —A cambiarme. Yo estaba de pie. Solo vestía la camisa, que estaba toda desarreglada. De la cintura para abajo estaba desnuda. Sentía el frescor de mis jugos en la vagina. Él también estaba de pie. Con el pantalón en los tobillos y su verga todavía firme. —Cámbiate aquí. Me dijo, luego sonriendo añadió —o te da pena. Claro que me daba pena, pero de alguna manera sus palabras me dominaban. Deje las bolsas en la cama y comencé desabotonarme la camisa. —Espera, me dijo. Corrió al baño, salió en un instante con una toalla. Se estaba limpiando el miembro. Una vez que estuvo suficientemente limpio a su criterio, se levantó el pantalón. Acercó una silla a donde yo estaba parada y dijo: —Ya puedes continuar.
Me sentía observada, humillada hasta cierto punto, pero no dije nada. Comencé a desnudarme, me quite la camisa, el brasier. Tomé la toalla que el mismo había usado para limpiarse y empecé a limpiarme. Abrí la bolsa de regalo que me llevaron a la oficina. Me llamó: —Espera, acércate. Me ordenó. Me acerque a él, completamente desnuda. El me jaló y quede entre sus piernas de pie. Acerco su rostro a mi vientre y lo olió mientras me agarraba las nalgas. Me besó el vientre, el estomago, se estiro para besarme los senos, siempre olfateando. —Me encanta como hueles. Ponte el calzoncito que te compré. Me retire y me puse el calzoncito. Era muy bonito, de encaje color vino pequeñito, un triangulito adelante y otro un poco más grande atrás. —Acércate. Me ordenó nuevamente. Me hizo que me girara poniéndole las nalgas casi en la cara, las beso y luego me acomodó un poco el calzón. —Perfecto. El bra. Dijo. Me alejé nuevamente y me puse el bra, que hacía juego con el panty que me acaba de colocar. Me acerqué sin que me lo pidiera. Lo acomodó un poco. Me sujetó para que no me moviera y tomó la caja, sacó las medias. Tomó una de mis piernas y la colocó entre sus piernas, en la silla justa debajo de su miembro. Enrollo las medias y empezó a colocármelas, era una tarea difícil, las medias eran ajustadas pero lo hizo bien. Luego lo hizo con la otra. Al terminar me atrajo nuevamente me besó el vientre y me pidió que me alejará un poco. Me miró: —Te ves preciosa. Yo tenía sensaciones encontradas, me sentía deseada pero también controlada, humillada hasta cierto punto.
—El vestido. Tomé el vestido, era del mismo color de la ropa interior: vino o rojo oscuro. Era bonito, escote cuadrado, con mangas pequeñas y falda recta. Me lo puse y le pedí que me ayudara a subir el cierre. Se levantó y lo hizo. Cuando su mano llego hasta el final de cierre me acarició el cuello, hizo a un lado mis cabellos y me beso el cuello. Me olfateó sólo un segundo. Luego nuevamente me alejó y se sentó. —Mmmm, no sé. Algo no le gustaba. —¿Qué? Le pregunté. A pesar de todo quería agradarlo, que estuviera completamente conforme. —No sé, a ver, quítate el brasier por favor. Lo hice, batallando un poco. El vestido no era muy entallado, pero la tela era delgada, estaba excitada y los pezones se marcaban ligeramente. Él se levanto de inmediato. —Mmmm. Lanzó una mano a mi busto derecho y lo tocó, sentía su mano cálida por encima de la tela. —Así, muy bien vámonos.
Yo todavía quería maquillarme y peinarme, pero no dije nada. Salimos del cuarto y subimos a la camioneta. Aunque él fue bastante galante y me abrió la puerta. Luego él subió por el lado del conductor. De inmediato bajé la sombra y comencé a maquillarme y a peinarme. El viaje fue corto y prácticamente en silencio. Llegamos a un pequeño restaurante. La tarde había refrescado y mi vestido como he dicho era muy delgado. Los pezones nuevamente se me marcaron, esta vez por el frío. Me tomó de la mano y entramos.
Justo antes de entrar tuve una especie de ataque de pánico. Me quedé quieta, “¿y si había alguien que nos conociera?” Él lo notó y me preguntó —¿Qué pasa? No le podía decir lo que pensaba. Simplemente me quede callada. Él lo leyó en mi rostro. —No va a pasar nada, aquí nadie nos va a ver. Y en última instancia somos madre e hijo. La idea no me tranquilizó mucho, si llegamos de la mano, que explicación podíamos dar, pero aún así entré.
No sé si era mi nerviosismo, pero mientras seguíamos al mesero hasta nuestra mesa, sentía las miradas de todo el restaurante. Los hombres algunos mirando mis pechos, las mujeres viéndome quizá como una lagartona que tiene a un muchacho al menos 15 años menor. Finalmente llegamos a la mesa. Estaba un poco apartada y cerca de la pared.
Eduardo, mi hijo, en mi mente empezaba a llamarlo Eduardo, cuando toda mi vida había sido simplemente “hijo” me ayudó a sentarme. Luego ocupó su lugar frente a mí. Era un mesa muy pequeña, redonda, con asientos muy trabajados. En la mesa estaba cubierta por un mantel blanco que llegaba hasta el suelo. Nos sentamos, y de inmediato llegaron unos platillos sencillos de ensalada.
—Ya arregle todo, nos van a traer la comida. Me dijo.
—Está bien. Empezamos a comer, en silencio. Mientas comía, sentí su pie tocar el mío. Lo miré, él sonería con malicia. Me quité el tacón y respondí su juego. Empecé a jugar con su pierna, luego él bajo su mano y acomodó mi pie entre sus piernas: en su miembro. Comencé a masajearlo; así sobre el pantalón, pero tener la pierna completamente estirada era complicado y me dolía un poco. Ya no era una niña con tanta flexibilidad. Quise bajar la pierna pero él me sujeto.
—Déjame bajarla. Le dije bajito, —me duele. Pero él no me soltó. Me recargué en el asiento para aliviar un poco el dolor, el problema es que mi posición delataba que había algo raro en la mesa. Yo miraba a las otras mesas de momento parece que nadie nos había notado. Vi que el mesero se aproximaba, así que levanté nuevamente y el dolor detrás de mi rodilla creció. —Déjame por favor. Le supliqué pero no me soltó, subió las manos y me apretó con sus muslos la pierna. Sentía como su miembro se endurecía. —Mueve el pie. Me ordenó. Comencé a hacerlo, a pesar del dolor. El mesero dejó otros platos y se llevó los de la ensalada. Pasaron un par de minutos que a mí se me hicieron eternos. Finalmente me liberó el pie. Y pude descansar.
Yo creía adivinar en los ojos de nuestros vecinos miradas de reproche y asombro, pero quizá eran sólo los nervios. Empecé a comer el segundo plato un poco sentida por lo que me había hecho. A él lo notaba impasible, no le importaba mucho haberme hecho sufrir. Mientras terminábamos el segundo plato y como si hablara del clima, me dijo: —Quítate el calzón. Lo entendí perfectamente, pero la sorpresa me obligó a preguntar: —¿Qué? —Me oíste, quítate el calzón o la panty, como le quieras decir. Quítatelo. Su voz era de molestia, me asustó un poco. Pero mi voluntad lentamente había desaparecido. Acomodé el mantel para que me cubriera más alto, casi hasta la cadera. Miré a mi alrededor y comencé a quitarlo. Primero finji que me acomodaba los zapatos y mentí una de mis manos entre mis piernas. Y lo saqué un poco. Me incorporé y seguí bajando ya un poco más fácil. Una vez que salió de la falda era fácil. En ese instante cruce mirada con una viejita que estaba en una mesa cercana. La mujer me miraba. No sé si adivinó lo que hacía o era evidente, pero la odié “ocúpese de sus cosas” pensé y seguí a lo mío. Llegó a las rodillas y saqué las manos, lo baje con los pies al final.
—Ya. Le dije. —A ver. Me pidió. Con un pie lo levante y lo tomé con la mano. Se lo lance por debajo de la mesa, pero casi de inmediato sentí otra vez como cayó en mis piernas. —Dámelo por encima de la mesa. Tomé nuevamente el calzón, no lo había notado pero estaba un poco húmedo. Me detuve un momento a sentirme y yo estaba húmeda, estaba caliente, excitada nerviosa, todo a la vez y no lo había notado. Lo hice bolita en mi mano, se salía un poco por les extremos pero ya no me importaba mucho, lo levante y se lo di. Él lo tomó se lo llevó a la cara sin ningún tapujo y lo olió. —Mmm que rico. Luego lo guardó en una bolsa interior del traje —Vámonos. Le pedí, darme cuenta lo mojada que estaba me hizo desearlo otra vez. Extendió la mano sobre la mesa y yo se la tomé, luego la levanté y la besé. Él me miró y sin dejar de mirarlo a los ojos me lleve su dedo índice a la boca. Lo chupé. —Vámonos. Le pedí otra vez. Comencé a chuparle el dedo medio. Lo metía hasta el fondo, sin perder el contacto visual. —Vámonos. Con el rabillo del ojo, sentí la mirada de la vieja de la mesa de al lado. Sin sacarme el dedo de mi hijo de la boca, la miré. Ella sostuvo la mirada, luego me metí otro dedo, el índice y el medio. “Maldita beata” pensé. Noté a pesar de la distancia como se sonrojaba su piel cenicienta y miraba a otro lado. —Vámonos. Le pedí a mi hijo por última vez y le dejé la mano nuevamente sobre la mesa.
Creo que logré mi objetivo porque de inmediato hizo señal al jefe de meseros para pedir la cuenta. Mientras esperábamos bajo su mano y me levantó la pierna la llevó a su paquete, que ya estaba pidiendo guerra. Lo acaricié con el pie. Me recargué en el asiento, para que el dolor no me molestara. Ya no me importaba nada. El mesero llegó con la cuenta. No me incorporé. Definitivamente notó que algo pasaba ahí, mi miró a mí un segundo, luego a mi hijo, pero no dijo nada. Dejó la cuenta y se retiró. Mi hijo busco su cartera, yo bajé el pie dejó un par de billietes y se levantó. Su miembro se notaba bajo el pantalón, con un movimiento relativamente lo acomodó para que no se notará tanto, pero aun era visible para quien lo mirara detenidamente.
Me ayudó con la silla. Me levanté, y caminamos a la salida. Mientras lo hacía me acerqué a él. Él extendió su mano y con total libertad me apretó el culo. Yo lo dejé hacer y no volteé, que pensarán lo que quisieran, si es que alguien había visto. Llegamos a la camioneta, él me abrió la puerta nuevamente, pero antes de subirme, me giró y me besó con pasión, con furia. Se repegó a mí, sentí su pene en mi vientre, me lanzó las manos al culo y me dejó subir. Dio la vuelta y subió por su lado. Se acomodó en su asiento. Y lanzó su mano derecha a mi pierna. Y fue directo hasta arriba, comenzó a tocarme. —Vámonos. Le dije, tampoco tenía ganas de dar un espectáculo.
Sacó la camioneta y de inmediato me volvió a meter mano. Yo lo guié, hasta mi clítoris, empezó a frotarlo, cada movimiento era increíble, lo amaba. Yo al mismo tiempo le frotaba el miembro sobre el pantalón hasta que fue incontenible. Me recliné sobre él. Le abrí el pantalón y comencé a mamarlo, ahí en la carretera. Él me dejaba hacerlo, comenzó a acariciarme la cabeza, mientras lo mamaba. El pene estaba firme y comenzaba a gotear. Llegamos demasiado pronto al hotel, yo quería seguir mamando. Detuvo la camioneta junto a la cabaña, pero no hizo ademán de bajarse. Bajo el respaldo del asiento y se acomodó mejor. En ese momento si me empezó a dar algo de pena y de preocupación, pero seguí mamando un momento. Intentaba mirarlo pero la posición era un poco difícil. Empezó a gemir, y eso me encanta. Seguí chupando, llegaba hasta el fondo. Mi baba empezó a escurrir hasta la base del pene, manchando un poco el pantalón.
Me tomó por el pelo y me jaló para que lo besará en la boca. Lo hice, con las manos quería que me acomodara para penetrarme. Yo dudé y sus movimientos se hicieron más firmes. Pase una de mis piernas por encima de su cuerpo. Sentí su verga firme y húmeda en mi vagina. Me levante el vestido hasta la cintura, con mi mano derecha guie su miembro a mi entrada. Se deslizó con facilidad. De inmediato sentí su calor, me incliné sobre él y lo bese con pasión. Él me sujetaba las nalgas y empecé a cabalgarlo. “Dios que placer” pensaba. Aunque a veces levantaba un poco la mirada para ver que no hubiera nadie cerca de la camioneta. Ya estaba oscuro, debían ser como las ocho treinta o nueve de la noche. —Vamos a dentro. Le pedí, sin dejar de moverme. —Ok. Me dijo sin bajar el ritmo.
De pronto, y sin avisarme abrió la puerta. Yo me detuve al instante. —¿Qué haces? Le dije. —Vamos a dentro. Me dijo y se empezó a levantar, yo me agarre de su cuello. Y salimos de la camioneta así con su verga adentro. Él me cargaba, yo miraba para todos lados. Cerró la puerta de la camioneta y camino, era difícil cargándome, y los pantalones casi en las rodillas. Lo rico era el peligro. Entramos al cuarto y se dejo caer sobre mí en la cama. Quedamos yo abajo boca arriba y el sobre mí. Siguió embistiéndome, yo lo abrazaba y también lo abracé con las piernas. Eso le gusto. Empezó a bombear más fuerte.
Luego salió de mí y me giró. Me puso el torso contra la cama mientras mis piernas estaban bajo ellas. Pensé que me iba a embestir nuevamente, pero se detuvo. Se quito completamente el pantalón y se quito el saco y la camisa. Quedó desnudo. Yo me iba a quitar el vestido, pero él me lo impidió. Me dejó como estaba, con mi culito al aire y empezó a manosearme el culo. Lo estrujaba fuerte y me lo aplastaba, luego me dio una nalgada, bastante fuerte. Yo lo miré pero él no se detuvo, ni me miró a la cara, estaba concentrado en mi culo. Lo apretaba y me soltaba otra nalgada. Sentía como iba hormigueando el dolor y me excitaba.
De pronto tomó fuertemente uno de mi brazos y lo jalo hacia atrás, sobre mis nalgas. Luego el otro, y sentí el frio contacto del metal contra mis muñecas. Giré la cabeza para míralo, pero no podía hacerlo bien. Me estaba esposando.
—¿Te gusta mami? Me preguntó con un tono de verdadera malicia.
No respondí nada. Me tomó del cabello y me lo jaló con fuerza, —¿Te gusta? El dolor y la imposibilidad de resistirme hacían que sensaciones encontradas surgieran en mí, pero sobre todo placer y excitación. —Sí. Dije con un hilillo de voz. —¿Qué? Dijo mi hijo. Acercó su oído a mi boca y le repetí —Sí, papí.
Creo que era la respuesta que buscaba. Me levantó de un tirón fuerte, era brusco sin contemplaciones. Me puso de frente contra la pared. Apoyé mi cabeza y mi hombro, me bajó el vestido por arriba y lo subió por abajo, de tal forma que quedo como una especie de cinturón, pero que también me aprisionaba los brazos por arriba de los codos.
Apoyó su mano izquierda sobre mi cuello fuerte, haciendo presión contra la pared. Con su mano derecha abrió mis piernas. Se acercó a mí, sentía la intensidad de su cuerpo, su fuerza y me excitaba. Su mano empezó a acariciarme las nalgas otra vez, pero esta vez llevó su dedo índice a mi culo. —¿Qué haces? Le pregunté. —Shhh Fue todo lo que contesto. Hizo presión, y sentí como su dedo entraba en mi culito. No hubo dolor. Sólo una sensación extraña. Luego de un momento, metió un segundo dedo, ahora hubo un poco de dolor, que el apaciguó con besos en mi oreja y mejillas. Metió un tercer dedo y empezó a masajear.
Luego se salió de mí y acercó su mano derecha a mi boca. Puso sus dedos junto a mis labios. Hasta mi nariz llegaba el olor de mi culo. Chupé el índice, el sabor era fuerte, pero no tan desagradable como pensé, empecé a chupar los dedos con devoción. Mientras lo hacía sentí su pene contra mis nalgas. Buscaba el camino a mi culo. Lo encontró. La punta se apoyó en mi esfínter e hizo presión. Empezó a entrar. Ahora el dolor fue más intenso. Deje de chupar su mano por un segundo para sentir el dolor. Pero no dije nada, algunos gemidos escaparon de mi boca, pero no le pedí que se detuviera. Y para cuando me di cuenta un par de lágrimas rodaban por mis mejillas, pero él siguió.
Avanzaba despacio y se detenía por momentos, luego entraba un poco más. Hasta que al final sentí su vientre contra mis nalgas, la tenía toda adentro. Él comenzó a besarme, yo busqué su boca. Nos besábamos con amor, con pasión. Comenzó a bombear sin dejar los besos, y tuvo un orgasmo rápido. Lleno mi culo con su leche. —Ahhh, lo siento. Fue todo lo que pudo decir. —No importa. Le dije. Lo seguí besando. Luego me hinque, y limpie su verga. Tenía un sabor extraño, mi culo, su semen y un hilito de sangre. Cuando estuvo limpia, me levanté, lo bese en la boca y casi sin quererlo se me salió: —Te amo.
Él no dijo nada. Nos besamos un poco más. Me quitó las esposas. Nos metimos al baño, en silencio. Nos bañamos juntos, nos ayudamos con ternura, pero en silencio. Yo no sabía que decirle. Era mi hijo y mi amante, que le podía decir, supongo que al le pasaba algo parecido.
Salimos del cuarto, le dije que él tenía que guardar la ropa que me había regalado, mi esposo no es de los que esculcan, pero podía salir y ¿qué explicación le daría? Nos subimos a la camioneta y partimos rumbo a la casa. El culo me ardía un poco, no era propiamente dolor, sino una especie de ardor y comezón, que por otro lado me gustaba. Al llegar, nos encontramos el chico que me buscó en mi trabajo, me enseñó donde puso mi coche y se retiro en la camioneta. Subimos al elevador y en ese último instante de privacidad, nuevamente nos besamos.
Al entrar al departamento todo estaba oscuro, mi esposo ya estaba dormido. Nos besamos nuevamente y él fue a su cuarto y yo al mío.