La cena

El va a cenara su casa y se lleva el postre más dulce antes de empezar.

Era una tarde de noviembre, estaba en mi casa en pensando qué conjunto de lencería ponerme. Y es que había invitado a alguien a cenar y si se daba la oportunidad de ir a más, debía estar preparada. Siempre me pasaba lo mismo, la ropa de arriba siempre era un caso fácil: falda accesible y camisa semitransparente.

Prefería las transparencias antes que los escotes. Aunque si debía llevar una camiseta con escote muy bajo lo hacía con ganas, me agradaba ir sensual, no iba a negarlo.

Decidí que ese día iba a jugar sucio para asegurarme una buena noche de acción. Jero me gustaba un montón y no podía dejar pasar más tiempo antes de probarlo entero. Nuestras charlas interminables en la madrugada fueron más que suficientes para conocerlo en el ámbito psicológico. Necesitaba ir a lo físico, urgente, más aún desde aquellas fotografías de su pene. Necesitaba ver esa belleza en vivo y en directo.

Mi elección fue un sostén en forma de triangulo hecho completamente de encaje, por lo tanto al usarlo junto con la camisa semitransparente se podía apreciar mis pezones en todo su esplendor. Debajo me coloque un tanga que era el conjunto del sostén, un triangulo de encaje y un hilo que pasaba por mis nalgas sin cubrir ni un ápice de mi anatomía. La falda la coloqué de forma tal que se me viera prácticamente la mitad del culo y en los pies me puse unos tacones negros. Con mis amigas les llamábamos mis tacones de follar, a los hombres les volvía locos hacerlo con una mujer en tacones.

Me perfume y maquille con calma, y cuando terminé fui al comedor a ver si faltaba algo. La mesa para dos arreglada perfectamente, la comida en el horno ya apagado. Todo estaba en orden. Sólo faltaba mi plato favorito.

No tuve que esperar mucho para oír el timbre y con mi mejor sonrisa abrí la puerta. Su perfume enloquecedor me golpeó justo en las hormonas y podía jurar que se me estaban empezando a humedecer las bragas.

Un silbido se escapó de sus labios.

—Que hermosa estás —no ocultó ni un poco su tono libidinoso.

—Tú no estás nada mal —murmure con voz seductora. Sentía el rubor de la calentura subiendo por mi rostro—, que bueno que llegaste porque ya tenía hambre.

Mi frase vino acompañada de un obvio vistazo a su entrepierna. Él no podía hacer nada para ocultar que se le había parado con solo verme vestida de esta manera.

—Pues comamos —dijo antes de avanzar y rodear mi cintura con sus brazos y estampar sus labios contra los míos.

Mi respuesta fue inmediata, lo bese de forma animal. Hambrienta. Cuando pasó su mano por mi culo y se metió entre mis piernas instándome a subirme encima suyo no lo dudé. Rodee su cintura con mis piernas y sentí su dureza apretando mi vagina casi expuesta, la falda se me había subido a la cintura y él tenía libre acceso a mi humedad. Sentía sus manos apretando mis nalgas y llegando a mi abertura con sus dedos. La ligera penetración de la punta de algunos de sus dedos en la humedad de mi vagina era una tortura. Comencé a frotarme contra él en busca de placer y gemí en su boca cuando comenzó a avanzar conmigo a cuestas. Con el pie cerró la puerta de la entrada y luego giró y me estampó contra ella. Sus labios recorrieron un camino húmedo hasta mi cuello y perdí totalmente el control. Mis manos tirando de su cabello, mi pelvis moviéndose frenéticamente contra su dureza, mi camisa fue desabrochada y mi sostén que además tenía el broche delantero nos facilitó las cosas. Pronto lo tuve lamiendo mis pezones mientras no podía evitar gemir como loca. Me dejó sobre mis pies un momento y si no hubiera estado recostada por la puerta me caía. Lo vi descender y sentí sus manos arrastrando la tela de mi falda y de mi tanga hasta quitármela por los tobillos. Me miró y contuve la respiración, sus ojos estaban negros del deseo. Lancé un chillido cuando tomó una de mis piernas y la pasó por encima de su hombro antes de que su boca se comiera mi vagina ferozmente. Su mirada no abandonó la mía y mi boca no se pudo cerrar de la placentera agonía que estaba sufriendo. Se separó de mí y quise llorar, necesitaba que siguiera, pero él soltó mi pierna y se levantó de un sopetón, se bajó el pantalón y los boxers y con prisa se colocó un condón. Entonces me alzó sin previo aviso y comenzó a hundirse en mi interior. Mis ojos se fueron para atrás y me quedé sin aliento, era un pene muy grande y si me estaba doliendo no podía notarlo. Solo podía prestarle atención a cómo me llenaba tan sublime-mente. Se quedó quieto un momento y cuando comencé a desesperarme y a moverme ligeramente lanzando un sonido gaturral, él decidió comenzar a bombear lentamente y se sintió como la gloria.

Gemí. Mi coño se apretaba tan bien contra su pene. Dios mío. Escuchaba el sonido de la puerta siendo golpeada una y otra vez. Probablemente tendría moratones al día siguiente pero no me importaba nada. Su ritmo lento pronto se acabó y comenzó el desenfreno. Mis gemidos eran cortados por la fuerza de sus embestidas y cuando llegué al límite explote en una nube de clímax. Su ritmo no aminoro ni un poco y tal como llegó el primer orgasmo se formó un segundo y al llegar de nuevo junto a él nuestras respiraciones estaban demasiado agitadas. Mi cuerpo sudado estaba ardiendo.

—Rica cena —murmuró a mi oído y no pude evitar reír.