La cena de gala (3) fin
Al momento apareció con una botella y dos copas. Incluso de aquella forma, desnudo, con la polla flácida, cansado por el esfuerzo realizado y apoyado en el quicio de la puerta con las copas en la mano, Jean ofrecía un aspecto irresistible.
La Cena de Gala (3)
Se lo había pedido con tanta convicción, que enseguida supe que no se negaría.
Quiero que me folles, nunca me he corrido con una polla dentro- volví a repetirle.
Jean, agotado por la segunda corrida de la noche, se había retirado de mi. Desnudo, con unas gotas de sudor mojándole el pelo y el escaso vello que le cubría el pecho, se había dirigido a la cocina. Al momento apareció con una botella y dos copas. Incluso de aquella forma, desnudo, con la polla flácida, cansado por el esfuerzo realizado y apoyado en el quicio de la puerta con las copas en la mano, Jean ofrecía un aspecto irresistible.
Camino despacio hacia mi. Abrió la botella de un golpe certero y permitió que el champagne se vertiese ruidosamente en la copa. Extendí mi mano, confiado en que esa copa era para mi, pero me di cuenta que él se la había llevado a los labios y bebía suavemente. Acto seguido, dejó la copa en la mesa, buscó mis labios y comenzó a besarme, permitiendo que parte del líquido que había bebido pasase a mi boca.
Estuvimos así durante un rato. Ninguno de los dos tenía gana de cambiar de postura. Desnudos sobre el sofá. Abrazados, comiéndonos la boca. Ni siquiera el gran ventanal del apartamento, que fácilmente podía permitir que los vecinos del otro lado de la calle nos descubrieran, logró desviar mi atención. Estaba agotado, pero no podía quedarme sin sentir su polla dentro.
Pareció leerme el pensamiento. Jean se incorporó, me tomo de la mano y me llevó hacia el dormitorio. Tras una puerta blanca corredera, se abría un pequeño dormitorio con una cama lo suficientemente amplia como para satisfacer mis expectativas. La habitación, como el resto de la casa, estaba limpia y ordenada.
Con suavidad pero con resolución, Jean me indicó con un gesto que apoyara mis manos sobre la cama, curvando mi espalda.
Si es la primera vez, habrá que empezar con cuidado- me dijo casi al oído, recuperando el suave acento francés que antes había disimulado.
Abrió mis nalgas suavemente, se llevó un dedo a la boca y comenzó a pasarlo por mi ano. Yo estaba muy caliente, pero sabía que sin una buena dilatación, sufriría bastante. Jean también debía saberlo, porque se dedicó pacientemente a ensalivar sus dedos y a juguetear, intentándolos meter en mi agujero.
Mi polla respondía a los estímulos y por tercera vez en la noche, se mostraba enhiesta y fuerte. Notaba como Jean se había puesto de cuclillas y metía su cabeza entre mis nalgas. Su incipiente barba acariciaba las paredes de mi culo, provocándome una excitación considerable, además del correspondiente cosquilleo.
Enseguida noté como su lengua luchaba por hacerse un hueco en mi agujero. Creía morir del placer. Incluso mis manos y mis pies flojearon y a punto estuve de perder el equilibrio. Sin embargo, cuando quise darme cuenta, Jean se había vuelto a poner de pie y comenzaba a colocarse un condón que había cogido de una mesilla colocada al lado de la cama.
Voy a metértela poco a poco- volvió a susurrarme, acercándose a mi oído- si en algún momento te duele o quieres que paremos, dímelo.
Aquel hombre me había vuelto loco. Ya no era solo su apariencia, dado que probablemente no fuera el tío más bueno del planeta, sino por sus formas y su elegancia, a medio camino entre la firmeza y la serenidad.
Mientras pensaba en ello, noté como el capullo comenzaba a introducirse en mi ano. Muy despacio, parando de vez en cuando para permitir que mi esfínter fuera abriéndose y se relajara.
Tienes la punta de mi polla dentro- me dijo- tu decides si quieres que sigamos.
No hizo falta que le respondiera. De mi boca salió una especie de gemido, que le llevó, ahora con más determinación, a meter la mitad de su tranca. En ese momento, creí ver las estrellas, pero por nada del mundo pensé en poner fin a aquella experiencia.
Jean dio un tiempo más que suficiente para que mi culo se acostumbrara a su polla y comenzó a bombear suavemente. A la tercera embestida, noté como su pubis chocaba con mis glúteos. La tenía toda dentro. El dolor comenzaba a transformarse en placer. Un placer muy desconocido para mi. Me sentía pleno. Noté como Jean se inclinaba hacia mi y lamía mi espalda.
En esa postura permanecimos un instante. Cuando él se incorporó, sacó su polla de mi culo e me hizo un gesto para que me tumbase en la cama. Sabía lo que quería hacer y la mera idea provocaba que aumentara mi excitación.
Enseguida tomó mis piernas y se las colocó sobre los hombros. Volvía a sudar. Me miró y a la vez que descubría la pasión en sus ojos verdes, esbozó una sonrisa.
Sin apenas esfuerzo, levanto mi culo y comenzó a meterme de nuevo la polla. Así, cara a cara. En su rostro reflejaba primero el esfuerzo y luego el placer. Cuando logró su objetivo, comenzó a embestirme. Al principio, intentaba agarrarme a las sábanas, para no arrastrarme en cada uno de los movimientos, pero, poco después, como movido por un acto reflejo, llevé mi mano hacia mi polla y comencé a masturbarme. Todo invitaba a que alcanzase uno de los mayores orgasmos de mi vida. Jean, su polla perforando mi ano, los discretos gemidos que acompañaban cada embestida, el olor... Veía su cara desencajada por el placer y el esfuerzo e intenté hacerle una mueca para que supiera que me acercaba al clímax. Parece que lo entendió, porque me penetró fuerte hasta el fondo, dejando su polla muy dentro, mientras de la mía brotaba una monumental corrida. No podía parar de estremecerme. Estaba descubriendo el verdadero significado del placer.
Cuando terminé de correrme, Jean sacó su polla. Rápidamente, se sacó el condón y se corrió abundantemente sobre mi abdomen. Notaba su semen caliente, mezclándose con los retos del mío. Al mismo tiempo, sentía la sensación de vacío que había dejado su polla en mi culo. Al instante, noté como se desplomaba a mi lado. Volvió a mirarme a los ojos y me besó suavemente. Mientras él cerraba los ojos, preso del sueño y del cansancio, yo sentía que se había abierto una nueva etapa en mi vida.
FIN