La cena de gala (2)

No sabía si lo que me guiaba era mi cabeza o el puro instinto, pero el caso es que allí estaba, siguiendo a Jean por las calles de París, con dirección a su casa.

La Cena de Gala 2

No sabía si lo que me guiaba era mi cabeza o el puro instinto, pero el caso es que allí estaba, siguiendo a Jean por las calles de París, con dirección a su casa. De vez en cuando, la conciencia me jugaba malas pasadas y pensaba en dar la vuelta, volverme al hotel y olvidarme de todo, pero sabía que una decepción como ésa me condenaría a matarme a pajas el resto de mi vida. Me había dejado comer la polla por un tío, en el baño de un restaurante y con mis jefes a dos metros, en la vida se me presentaría una ocasión igual para rematar la faena.

Jean caminaba unos pasos por delante de mí. Al salir del restaurante se había puesto un abrigo azul entallado que lo hacía, aún si cabe, más elegante. Caía una fina lluvia que cubría de pequeñas gotas su cabello rubio. De vez en cuando miraba hacia atrás para ver si le seguía.

Caminamos durante un rato por el bulevar Saint Germain, hasta que giramos a la derecha, en una de las calles perpendiculares al Sena. Paramos frente a un edificio señorial, de no muy grandes dimensiones, encuadrado entre dos edificios oficiales. El portal, situado junto a un restaurante que acababa de echar el cierre, estaba franqueado por una puerta azul que chirrió cuando Jean la empujó. Primero entró él y sujetó la puerta hasta que hube pasado. Mientras la puerta se cerraba, Jean me cogió de los hombros y allí, al pie de una oscura escalera que conducía a las plantas superiores, volvió a besarme. Lo hacía con mucha más delicadeza que lo había hecho en el restaurante, suavemente, succionando bien mis labios, mientras su mano volvía a agarrar mi culo. Al principio no sabía qué hacer, estábamos en el portal de la vivienda y no dejaba de pensar que, en cualquier momento, podría llegar otro vecino. Tampoco sabía muy bien hacia donde dirigir mis manos. Sin embargo, comenzaba a notar su polla caliente que a través del pantalón, chocaba con mi muslo. Ésto consiguió excitarme definitivamente, y comencé a pasar mis manos por la cintura, hasta llegar a su culo. Debo decir que en varias ocasiones había dirigido mi mirada hacia éste mientras estábamos en el restaurante. Cubierto por el pantalón, prometía ser un culo bien formado, fuerte, abarcable con las dos manos, de los que apetece agarrar. Cuando comencé a acariciarlo, me di cuenta que era aún mejor. Amasaba sus nalgas de forma suave, aprovechando bien cada masaje, cada momento. Mi polla reaccionaba creciendo en mi pantalón, aprisionada por el boxer, pidiendo ser liberada.

De repente Jean dejó de morrearme y, cogiéndome de la mano, comenzó a subir las escaleras. Llegamos a la tercera planta, sacó de su bolsillo unas llaves y abrió la puerta de la derecha.

Hemos llegado- me dijo, a la vez que encendía las luces del piso.

Entré y cerró la puerta tras de mi. Era un pequeño estudio con un salón amplio que tenía dos puertas. Una de ellas daba a una habitación, su dormitorio, que tenía el cuarto de baño dentro. La otra puerta era la de una pequeña cocina. Tanto el salón como el dormitorio tenían unos grandes ventanales que daban a la calle por la que habíamos entrado. Se trataba de un apartamento sencillo, sin lujos, pero con una decoración minimalista y cuidada, que decía mucho de su inquilino.

Mientras yo analizaba visualmente la casa, Jean había dejado las llaves sobre una de las mesas del salón y se había quitado la chaqueta.

Esta noche sólo sexo- me dijo casi al oído- quiero que no la olvides nunca

Difícilmente iba a poder olvidarla, dado que iba a ser mi primera vez con un tío. Lo cierto es que ya no había ningún reparo en mi mente y sólo estaba anhelante por dar el siguiente paso.

Jean se desaflojó la corbata y se quitó los botones superiores de la camisa. Estaba increíblemente guapo. Era como esos tíos que me hacían volver la cabeza cuando caminaba por Madrid. Volvió a besarme, esta vez sólo fue un pico. Se apartó un poco y se quitó la corbata, comenzando de ese modo a desnudarse.

Entendí que yo debería hacer lo mismo. Me quité la chaqueta y la corbata y la dejé sobre una silla. Él ya se había quitado todo menos un boxer blanco con rayas azules. Su cuerpo, para mí, era perfecto. Definido pero no musculoso. Definitivamente era el típico tío que me hubiera imaginado para una situación como ésta.

Al momento yo también estaba desnudo. Me había dejado puesto el boxer blanco, que era incapaz de disimular la tremenda erección que tenía. Jean me miró y esbozó una sonrisa. Se acercó hacia mí como con la intención de besarme. Sin embrago, agarró mi polla a través de la tela del boxer y tiró suavemente de ella. Quería que le siguiera. Me sentó en el sofá y él se quedó de pie. Entendí perfectamente que era lo que tenía que hacer. Había que devolverle el trabajo realizado en el restaurante. Le baje suavemente la ropa interior y su polla, también erecta, quedó frente a mis labios. Era la primera vez que me comía un rabo, pero sabía bien qué era lo que me gustaría que me hicieran a mí. Alargué mi lengua hasta la punta de su capullo y empecé a lamerlo débilmente. Vacilando un poco, agarré el tronco con una de las manos y llevé la otra hacia sus nalgas. Ahora podía acariciarlas sin ningún tipo de tela de por medio. Eran suaves, sin vello, pero firmes y bien formadas.

Comencé a juguetear con mi lengua por su capullo. Lo había visto hacer en muchas películas y el propio Jean me lo había hecho a mí en el restaurante. Era algo maravilloso. Levanté la vista sin dejar de lamer el capullo y contemplé la cara de Jean. Estaba extasiado, tenía los ojos entreabiertos y se notaba que disfrutaba con mi mamada. Confiado, comencé a acelerar el movimiento de mi mano en su polla y empecé a meterme toda su tranca en la boca. Los gemidos de Jean eran flojos pero sensuales, lo que animaba a que mi polla luchara por salir del boxer blanco. Poco a poco noté como él iba abriendo ligeramente sus piernas, a la vez que la mano que yo tenía en sus nalgas se acercaba a su agujero. Entendí rápidamente el mensaje. Sin dejar de mamarle la polla, comencé a hacer círculos alrededor de su ano. Al principio lo hacía torpemente, como desconociendo el terreno en el que me movía, pero los gemidos satisfactorios de Jean me animaban a seguir mi tarea.

De repente, apartó mi cara de su polla. No quería correrse tan rápido. Tampoco yo estaba preparado para soportar una corrida en mi boca en mi primera mamada. Jean colocó sus manos sobre uno de los sillones y me ofreció su culo.

  • Quizás debas prepararlo un poco- me dijo, confirmándome lo que yo ya había supuesto.

Me levanté, me quité el boxer y mi polla se disparó como un resorte. Me acerqué al culo de Jean y comencé de nuevo a acariciarlo. Me gustaba sentirlo entre mis manos. Continué jugando con su agujero. Llegué incluso a meter parte de un dedo, pero comprobé que estaba muy estrecho. Me llevé uno de mis dedos a la boca, lo ensalivé y extendí mi saliva por su ano. Poco a poco, el dedo se fue perdiendo en su interior. Lo dejé allí dentro durante unos instantes. Incluso lo movía en su interior, para que fuera haciendo hueco. Volví a sacarlo. A duras penas conseguí meter dos dedos juntos. Me di cuenta que para que mi polla pudiera entrar en el agujero de Jean, sería necesario dar un paso más. Me agaché y hundí mi cabeza entre sus nalgas. La excitación era tal, que todos mis movimientos eran instintivos. De eses modo, alargué mi lengua hacia su agujero y comencé a ensalivarlo. Intentaba penetrarlo con la punta de mi lengua. Jean se abría cada vez más de piernas y gemía de manera sensual. Mi polla parecía tener vida propia, cabeceaba y babeaba deseosa de hacer su trabajo. Cuando me di cuenta de que su ano estaba dilatado, me reincorporé. Cogí el condón que me ofrecía Jean y me lo puse. Acerqué la punta de mi polla a su agujero y comencé a meterla suavemente. Entraba con facilidad. Sentía el calor de su interior y me excitaba más aún. Poco a poco entró todo el capullo. Jean gimió suavemente y con una voz casi inaudible me dijo:

  • Más. No tengas miedo.

La metí de un golpe. Noté como él se estremecía, gemía un poco más fuerte que la vez anterior. Dejé mi polla dentro unos instantes y aproveché para inclinarme y besarle la espalda. Suavemente comencé a moverme. Era un vaivén lento pero cadencioso. Poco a poco fui acelerando. El silencio de la estancia sólo se rompía por los pequeños gemidos de Jean y por el perceptible sonido que hacía mi abdomen al chocar contra sus nalgas. Aumenté la velocidad de la envestida, a la vez que Jean comenzaba a pajearse desaforadamente. Segundos después, el largo gemido de Jean me señalaba que éste había llegado al orgasmo. Apuré mis movimientos. Quería correrme dentro de él. Noté como aprisionaba mi polla apretando los músculos de su esfínter y no pude más. Me vacié entero en su culo. Fueron varios los trallazos de leche que disparó mi polla.

Aún con mi polla dentro, Jean se incorporó y me beso en los labios. El sudor caía en forma de pequeñas gotitas por los blanquecinos pelos de su incipiente barba.

¿Te puedo pedir un favor?- le dije, sin poder controlar mi agitada respiración

¿Qué?- respondió él en un susurro

Quiero que me folles. Me gustaría volver a correrme con tu polla dentro.

CONTINUARÁ