La cena

Una cena entre amigos acaba...

La cena.

Nos habíamos cambiado de ciudad, por motivos de trabajo, mi mujer se había decidido finalmente a acompañarme dejando su trabajo en Madrid y aceptando un trabajo en la nueva provincia costera a la que el destino nos empujaba.

Al llegar comenzó la búsqueda de la nueva casa, tras varios días de buscar sin encontrar, una compañera de trabajo me recomendó una inmobiliaria en la que trabajaba un amigo suyo. Fueron varios días de llamadas, de quedadas, de acuerdos y desacuerdos, hasta que al final encontramos lo que buscábamos. Una casita en un pueblecito, cerca del trabajo y de la playa, pero lo suficientemente alejado para no estar en los mogollones de los veranos llenos de turistas y ruidos.

Tanto fue el lío que tuvimos con Antonio, que así se llamaba el amigo de la inmobiliaria, que al final para agradecerle todos su esfuerzos le invitamos a cenar en nuestra casa, una vez que nos ubicamos completamente.

Bueno, antes de seguir debo decir que somos un matrimonio bastante abierto en la cama, nos preocupa sobre todo darnos placer y dar rienda suelta a nuestras fantasías, si bien es cierto, que nunca habíamos a nadie más entre nuestras sábanas. Mi mujer, Amalia, ronda los cuarenta, pero por su condición física, tiene un cuerpo bastante apetecible, se cuida mucho y le gusta ser presumida, aunque sin estar pendiente constantemente de su físico; yo, por mi parte, comparto su edad, y de un tiempo a esta parte he vuelto a hacer deporte y mi cuerpo, especialmente mis abdominales me lo han agradecido, tengo un tipo más o menos normal.

Bien pues el día antes de la cita, Antonio, nos llamó, para decirnos que no podría venir, puesto que había venido una amigo suyo a pasar el fin de semana, a lo que le ampliamos la invitación a su amigo; al final, como en algún lugar tendrían que cenar, irían y después se podrían ir de marcha si así querían, finalmente nos volvió a llamar para confirmar su asistencia.

La noche de la cena, llamaron al timbre y abrimos sin preguntar más, al fin y al cabo, aún no conocíamos a nadie. Al entrar en casa allí estaba, Antonio, de unos 30 años, vestido con unos vaqueros y una camisa blanca, y a su lado, un joven, también de unos treinta años, y de color.

Es Saúl, un viejo amigo de la facultad- Nos presentó Antonio. Saúl venía también ataviado con una camisa blanca y unos pantalones tipo chinos de color negro.

Nos sentamos a la mesa y empezamos a tomar unos aperitivos, mientras íbamos charlando de un montón de cosas, de deportes, de las cosas intrascendentes que nos habían pasado en la vida, de la vida en sí mismo, de política, de globalización, de todo un poco. Lo típico de una cena normal entre amigos. Ya en los postres y acompañando a estos con unas copas de whisky en las manos, volvió a salir la política. Antonio, de repente, miró a Saúl, y le espetó, entre risas y bromas, que no entendía como con lo bien dotados que estaban los negros, habían dejado que los blancos pusiesen las pelotas encima de la mesa y los hubieran tenido de rodillas, a lo largo de tantos años. Saúl continuó la broma diciendo que bueno, que no era para tanto y que había mucho de mito en todo aquello. Antonio le pidió que se pusiera de pie, y sin pensarlo Saúl se puso de pie al lado de Antonio, mientras este decía: "¿Mito?, ¿acaso creéis que esto es un mito?, a mí me parece un pedazo de polla". Y sin detenerse, bajó la cremallera de los pantalones de su amigo, y sacó un polla enorme (evidentemente no llevaba calzoncillos, pues la operación fue muy rápida), que estando morcillona, debía rondar los veinte centímetros, y comenzó a pajearla. Mientras aquél monstruo comenzaba a crecer entre los dedos de Antonio, éste nos la ofreció para que la tocáramos y comprobáramos que era de carne, que no era un juguete, cosa que parecía evidente.

Yo a todo esto, no comprendía lo que había pasado, no acertaba a saber, como en medio de nuestro comedor había un tipo con el rabo fuera, mientras su amigo lo seguía masturbando y mi mujer y yo éramos mudos testigos de aquél espectáculo. Cuando volví la vista y miré a Amalia, pude comprobar que ella no era capaz de quitar la vista de la entrepierna de Saúl, y yo instintivamente volví a mirarla, y a quedarme prendido del glande que se descubría cada vez que la mano de Antonio se iba hacia atrás.

Antonio insistió en que Amalia la tocara para comprobar que era de verdad, y Saúl se acerco a ella, con la polla tiesa ya, desafiante, dejando asomar por la punta las primeras gotas de líquidos seminales que hacían ver que estaba en pleno calentón. Mi mujer me miró, por un instante, y con un gesto de ¿Qué le voy a hacer?, agarró la polla de Saúl, y dejó la mano quieta, a lo que Antonio protestó: "Venga mujer, que no muerde, ¿a que dan ganas de comérsela?". En este momento levanté, la voz, para decir que hasta aquí habíamos llegado, pero nada más, que esto no podía seguir, pero mi voz, no sonaba convincente, y de hecho, lo único que provocó fue que Saúl, se girara y apoyara el nabo sobre los labios de Amalia, que lentamente se fueron abriendo para dejar paso al tronco que se iba introduciendo en su boca. Había perdido de vista a Antonio, ante la visión de mi mujer metiéndose aquella pedazo de polla en la boca y cuando lo volví a mirar, estaba a mi lado, con su bragueta abierta por la que asomaba su pene, completamente erecto, y que sin ser el de su amigo, también tenía un buen tamaño.

Tu mujer parece que no quiere que se acabe aquí, y tu ¿no la vas a contrariar?, así es que ¿Por qué no le haces la competencia con la mía?, que tampoco está tan mal.

Y dando un par de pasos dejó sus genitales a escasos centímetros de mi cara, la visión de aquel trozo de carne, palpitando tan cerca de mi, mientras mi mujer seguía a lo suyo, fue mucho para mí, y ya sin oponer resistencia, abrí la boca y dejé que me la llenara Antonio con su miembro. Sentí su calor, nunca antes había tenido una en la boca, y no sabía muy bien lo que hacer, aunque supuse que haciendo lo que a mi tanto me gustaba que me hiciera Amalia, todo iría bien. Así es que comencé a lamerla muy despacio, recorriéndola con mi lengua, y no debía ir mal, porque notaba como al respiración de Antonio se iba acelerando y sus ojos se cerraban.

Por otro lado, Saúl había pasado a la acción y tenía los pezones de mi mujer entre los dedos, jugueteaba con ellos, mientras Amalia, seguía dando buena cuenta de su palo, hasta que Saúl la levanto, desabrochó su falda y dejó al descubierto toda la belleza de Amalia, tan sólo tapada, por unas diminutas braguitas negras, que se escondían entre sus nalgas. Antonio sonrió y desde su posición, con sus manos agarrando mi cabeza, para que no soltara el premio que tenía en la boca, comentó: "Vaya, ¡eres preciosa!" y mirándome a mí, comentó la suerte que tenía de tener una mujer como aquella a mi lado.

Pude soltarme y ver como Saúl, acariciaba todo el cuerpo de mi mujer, y deslizaba sus manos entre sus piernas, y pasaba sus dedos por encima de su coño y alargaba la caricia por entre sus glúteos deteniéndose de vez en cuando en su ano. Aquello me estaba poniendo a cien. Como para darme mayor espectáculo, Antonio se acercó a ellos y dejó llevar sus manos por los pechos de Amalia, mientras Saúl, con la otra mano tomó su polla y se la llevó a la boca, mientras su manos trabajaban las entradas traseras de ambos. No pude evitarlo, y me quité los pantalones y comencé a masturbarme, ante la atenta mirada de Amalia. Saúl se acercó a mi, gateando por el suelo, y se apoderó de mi rabo, me hizo poner de pie, de espaldas a él, mientras me masturbaba, me obsequió con un beso negro, largo y dulce que revolucionó todo mi interior. Notaba como su lengua atravesaba sin ninguna resistencia mi esfínter, y su mano, continuaba su labor en mi polla. Fue entonces Amalia la que llegó, por delante, a ocuparse con su boca de mi erección, "¡Dios!, aquello debía ser el paraíso."

Antonio no quería quedarse de non, y situándose detrás de mi mujer, se la fue introduciendo muy lentamente en su sexo, que la recibió completamente húmeda y abierta, así es que en breves segundos el ritmo fue aumentado y los jadeos se dispararon. Tan extasiado estaba ante lo que estaba pasando que ni cuenta me había dado que Saúl había metido uno de sus dedos en mi ano, y lo pajeaba con maestría, a la vez que sentía como desde lo más profundo de mi ser nacía un terrible orgasmo que no iba a poder contener mucho más.

Intenté concentrarme para evitar lo inevitable, y a los pocos segundos me estaba corriendo en la boca de Amalia, que decidió no dejar caer una gota y tragárselo todo, a la vez que jadeaba como una auténtica zorra, ante las embestidas, cada vez más fuertes de Antonio, que no pudo aguantar más y se corrió dentro de ella. Saúl era el que quedaba, pero su miembro impresionaba, allí erecto e inmenso, así es que Amalia decidió darle un poco de cuartelillo, y con mucho cuidado y llevando siempre ella el ritmo, se fue metiendo aquella barra de carne negra, en lo más íntimo de su ser. Poco a poco comenzó a bufar, como nunca la había visto, y dejó sus ojos en blanco cuando Saúl dio dos embistes para descargar su leche en el interior de mi mujer. Caímos los cuatro satisfechos, relajados y poniéndonos un whisky para celebrarlo.

(Continuará…..)