La celda

Primer día de una joven en un penal un tanto especial. El relato es un poco extenso está divido en cuatro secciones (Ingreso, Interrogatorio, Intervención, Introducción) para facilitar su lectura.

La celda

Ingreso

Estaba aterida, el frío la envolvía con su inmisericorde aliento. Las gélidas corrientes de aire la incomodaban en cada rincón de su expuesta anatomía. Sus manos atadas sobre su cabeza se asían de las cuerdas que la sujetaban como si así pudiese soportar mejor el estremecedor abrazo que enervaba su cuerpo desnudo. Sus tensos músculos trataban de evitar la pérdida de calor. Estaba tiritando, toda ella temblaba con espasmos descoordinados. Trataba así su cuerpo de defenderse del implacable asalto del frío. Ignoraba por competo que su desdichada situación estuviese siendo grabada, estudiada y analizada hasta el más mínimo detalle por los minuciosos guardias que la custodiaban. Eran hombres duros, competentes y extremadamente eficientes en su trabajo. Alguien pudiera llegar a pensar que eran demasiado celosos en el desempeño de su labor. Hasta se podría afirmar que disfrutaban enormemente con su trabajo, ya lo creo que disfrutaban.

Nadia no comprendía por qué estaba en aquella espantosa celda. Los policías que la arrestaron junto con sus amigos no les dieron ninguna explicación. En realidad nunca la daban simplemente se limitaban a encerrar a los sospechosos y asegurarse de que su encierro fuese lo más amargo posible. El trámite en la comisaría fue breve pero humillante. Los guardas las desnudaron, las fotografiaron, no sólo el rostro sino otras partes menos decorosas, las examinaron a conciencia manoseándolas por todas partes y finalmente les tomaron las huellas dactilares. Los guardias no paraban de hacer comentarios obscenos sobre los hermosos cuerpos femeninos, el tamaño de los pechos, las caderas, o el pubis de las jóvenes eran objeto de mil y una chanzas. Afortunadamente después del manoseo inicial parecían respetarlas aunque sus libidinosos ojos no se apartaban de sus cuerpos desnudos. Antes de que tomaran consciencia de dónde estaban, todas las mujeres fueron esposadas las unas a las otras y trasladadas a la penitenciaría.

Tras un tormentoso trayecto por caminos mal asfaltados y llenos de baches llegaron a la prisión. No era fácil llegar a ella y muchos menos escapar de ella. La prisión era una antigua fortaleza con gruesos muros e imponentes torres. El antiguo bastión había sido acondicionado como penitenciaría hacía ya muchos años. Pero debido a su origen militar aún se le conocía como la fortaleza. Y al poco tiempo de su funcionamiento como cárcel ya se había ganado una tenebrosa reputación como fuente de terrible dolor y sufrimiento. Decían que las mazmorras albergaban los más despiadados instrumentos de tortura ideados por el hombre en la edad media y que muchos de ellos se habían modernizado. Nadie hablaba de la fortaleza en voz alta, todo comentario sobre ella era en susurros; como si hablar de ella en voz alta supusiera despertar a todos los demonios del infierno. "Claro que eran habladurías, rumores de viejos, las cosas que contaban no podían ser verdad… exageraciones". Claro que muy pocos reclusos salían de allí y muchos menos hablaban de lo que allí habían vivido.

Si el trato en la comisaría fue vejatorio su llegada a la penitenciaría no lo fue menos. Las mujeres se agruparon tratando de ocultar sus sexos a las impúdicas miradas de sus guardianes. Estos no paraban de mofarse y sistemáticamente las fueron colocando en fila y atándolas unas a otras con unos grilletes que las sujetaban del cuello. Además las inmovilizaron con las piernas separadas con una barra y los brazos en la nuca. Así expuestas y humilladas las hicieron pasar delante de carceleros y presos. Si alguna se retrasaba o tropezaba debido a las ataduras pronto recibía una punzante descarga con la porra eléctrica. El trayecto era deliberadamente tortuoso. Las prisioneras eran obligadas a andar de un modo grotesco, innecesariamente exhibidas delante del personal masculino para aumentar su bochorno. Al llegar ante el funcionario de ingresos, las reclusas fueron nuevamente examinadas a conciencia por los enfermeros, como si fuese necesario. Después de fotografiarlas y registrarlas los celadores las lavaron con un potente chorro de agua fría. Los carceleros se aseguraban de lavarlas bien, con las manos sujetas a sus collares en el cuello las reclusas no podían impedir que los potentes chorros de agua las alcanzaran en sus partes más sensibles. Los carceleros se esmeraban tanto que las jóvenes salían con todo su cuerpo entumecido y enrojecido. Sin darles tiempo a descansar las condujeron a sus celdas.

Las jóvenes fueron encerradas individualmente en sus celdas pero antes de entrar les tapaban los ojos. Nadia estaba cada vez más nerviosa, tenía pánico. Sentía un miedo irracional e irrefrenable a ser vendada y no poder ver. Comenzó a revolverse nerviosa y a gritar desesperada cuando se acercaron a su celda. A pesar de las ataduras dos guardias la tuvieron que sujetar con fuerza mientras un tercero le ponía con gran esfuerzo la venda. Los guardias no la ahorraron golpes ni descargas para someterla. Cuando la consiguieron aplacar la introdujeron con violencia en su nueva estancia.

Nadia cayó al frío y áspero suelo empujada por los carceleros. Sus generosos pechos le pararon el golpe pero el dolor fue tremendamente agudo. Su piel estaba especialmente sensible después de la gélida ducha, especialmente sus erectos pezones. La magullada muchacha a penas tuvo tiempo de quejarse pues rápidamente la levantaron agarrándola del cabello. Una fuerte patada en el vientre la dejó sin respiración. Antes de que se recuperase le ataron sus manos a una argolla que colgaba de techo y tensaron la cuerda. El tirón fue tan violento que la levantaron del suelo. Los brazos le ardieron como consecuencia del brusco movimiento pero a penas pudo gritar ya que estaba tratando de recuperar el resuello por el golpe anterior. Los guardas se divertían al ver los desesperados intentos de la joven por apoyar alguno de sus pies en el suelo. Se mofaban de los vanos esfuerzos de la joven comentando y describiendo de un modo extraordinariamente grosero cómo se balanceaba y contorsionaba procurándose algún alivio para su angustia. Después vinieron las burlas cuando se estiraba y ponía de puntillas para a penas rozar el suelo con sus dedos. Las muñecas protestaban con vehemencia al tener que soportar todo el peso del cuerpo y la opresión en sus pulmones le dificultaban la respiración. Finalmente trataba de asirse de la cuerda que la sujetaba y levantarse para poder inspirar con fuerza.

Cuando los guardias se cansaron la dejaron apoyarse sobre sus pies. Su alivio le duró poco, con rudeza le separaron sus piernas al máximo sujetándoselas con una barra. Una vez abierta la alzaron dejando que se apoyase únicamente con la punta de sus dedos. Así después de humillarla la dejaron expuesta y dolorida colgando de sus sufridas muñecas en espera del alcaide.

Nadia no paraba de gritar y suplicar ayuda. El terror que experimentaba al tener los ojos tapados se veía incrementado por el trato recibido. Aquellos hombres eran crueles, se deleitaban viéndola sufrir y sabía que su estancia en aquella prisión acababa de comenzar. Había oído terribles historias sobre jóvenes que desaparecían y eran enviadas a la fortaleza. Al cabo de unos años algunas regresaban pero no eran las mismas. Nunca las quiso creer esas historias eran demasiado sádicas para que fuesen ciertas. Quien hiciera esas cosas debía estar enfermo

Más debido a la tremenda irritación de su garganta que a se hubiese tranquilizado, Nadia dejó de chillar. Debajo de su antifaz las lágrimas se derramaban sobre sus mejillas. Ahora era el llanto lo que la embargaba. Se sentía sola, desamparada, tremendamente asustada, la incertidumbre de su situación, no saber a ciencia cierta dónde estaba ni lo que deseaban de ella la llenaban de pensamientos inquietantes. Eran tantas las historias que se contaban de aquel lugar y que ella se había negado a aceptar... Ahora todas le parecían tremendamente reales y lo peor de todo, ella se convertiría en protagonista de una de ellas.

El llanto dio paso al sollozo quedo y silencioso. Se había cansado de llorar inútilmente, nadie escucharía sus súplicas ni se compadecería al ver su rostro bañado en lágrimas. Se resolvió por tanto a ser fuerte, a recibir su aciago destino con dignidad. A soportar las torturas y vejaciones que tantas veces se negara a aceptar como ciertas. Ella regresaría a casa y sería la misma mujer que se fuera. Pobre ilusa

Ahora que parecía tomar control sobre sus pensamientos nuevos horrores se hacían presentes. Percibía ahora multitud de ruidos tenebrosos. Oía rítmico sonido de las gotas que caían de un grifo. El monótono zumbido de algunas moscas pesadas que jugaban a posarse en los lugares más incómodos. El siniestro chirrido de pesadas puertas y rejas metálicas que se abrían y cerraban con estrépito. Pronto otros sonidos la llenarían de espanto. Los desconsolados chillidos de otras pobres cautivas, contrastaban con las risotadas y burlas de los guardianes. Las gargantas desgarradas, los gritos de piedad o auxilio se mezclaban con el áspero chasquido de látigos, azotes, fustas y correas. Aquella lúgrube sinfonía le sobrecogía el corazón. ¿Dónde demonios estaba? ¿Cómo había llegado a parar allí? ¿Qué querían de ella? ¿Por qué la habían apresado? ¿Qué harían con ella? Esas preguntas sin respuesta la angustiaban sin remedio.

Pero nuevas preocupaciones vendrían a llenar sus pensamientos. La continua tensión que soportaban los músculos de sus muslos y pantorrillas. La incómoda quemazón de su maltratado pecho. La firme presión que sujetaba con dureza sus muñecas y dificultaba la circulación de la sangre por sus finas y delicadas manos. Todo ello reclamaba poderosamente su atención. Si trataba de descansar sus piernas las doloridas muñecas sufrían la enorme presión de su propio peso. Si aliviaba el dolor de sus muñecas las agotadas piernas padecían los agudos pinchazos de los calambres. No había forma de eludir o aminorar la tremenda tensión que la incómoda postura le provocaba. La persistente agonía de la tortura se abría paso a través de su mente impidiéndole pensar en otra cosa que no fuese el dolor y el deseo de aliviarlo de algún modo. Por si no fuese suficiente, ahora le parecía sentir el punzante roce de las corrientes de aire. Alguien había accionado el aparato de aire acondicionado y al sentir las corrientes de aire sobre su húmeda piel trataba de encogerse para protegerse de la pérdida de calor. Desesperada movía su cabeza como si el solo movimiento de esta pudiera abstraerla de la aflicción que soportaba. ¿Cuánto tiempo duraría este infierno? El tiempo parecía haberse detenido y cada instante se prolongaba por lo que parecía una eternidad. Los segundos se le antojaban horas, los minutos días, las horas años

Para el oficial que monitoreaba la celda de Nadia el espectáculo que se le ofrecía era muy diferente, él estaba disfrutando y el tiempo parecía volatilizarse mientras la observaba. Aquella hermosa muchacha le estaba brindando una de las más excitantes representaciones que jamás recordara. Ya le habían sorprendido las excelentes proporciones de su esbelta figura cuando le enviaron las fotos tomadas en la comisaría. Pero ahora, en directo, había descubierto que aunque se la estudiara con detenimiento no había parte de su cuerpo que no le gustara.

Se fijó primero en sus delicadas, cuidadas y seguramente sedosas manos, crispadas ahora por la forzada postura. Asombrado comprobó cómo los delgados pero bien proporcionados y tonificados brazos soportaban con estoico valor el peso. El sedoso cabello rubio en una graciosa media melena enmarcaba un fino rostro de rasgos cálidos y suaves. Unos extraordinarios y redondos ojos de un azul intenso atrapaban la atención de cualquiera que la mirase. Lástima que ahora la oscura venda los tapase apoyándose sobre una pequeña nariz respingona. Los labios delgados pero carnosos delineaban lo que se le antojaba una cálida y aterciopelada boca. Aquellos pechos redonditos y generosos, sin ser demasiado grandes, desafiaban orgullosos a la fuerza de la gravedad con su turgencia juvenil. Resaltaban en ellos, los enhiestos y rosados pezones que apuntando al techo completaban una visión arrebatadora. El fino y firme talle que conformaba un vientre plano casi perfecto estaba adornado por un delicado ombligo que atrapaba hipnótico la atención del guarda con sus contorsiones. Las anchas y sugerentes caderas le invitaban coquetas a asirlas con fuerza. Más abajo, su pubis, presidido por el monte de Venus, bajo el cual se encontraba el sonrosado y codiciado tesoro femenino; lo escondía o más bien lo hermoseaba tras una cuidada matita rubia. Tras ella una tersa y sugerente espalda que se estrechaba grácilmente desde sus hombros hasta su cinturita para luego ensancharse a la altura de sus caderas y conformar así un tremendamente apetecible trasero. Los firmes y redondeados glúteos conducían a unas largas y bien torneadas piernas que parecían no tener fin. Finalmente, las piernas terminaban en unos pequeños, coquetos y graciosos pies que completaban un cuerpo de infarto.

Mirar cómo esos pechos se balanceaban, temblaban y retemblaban con los esforzados intentos de la joven por encontrarse más cómoda. Los zigzagueos y torsiones desesperados de su vientre y caderas. El tenso arqueo de su espalda. Los giros, estiramientos, flexiones de sus firmes piernas. Las indescriptibles acrobacias de su colita. El etéreo ondular de su dorada cabellera… Sencillamente lo tenían embelesado.

La heroica pero inútil lucha tocaba a su fin. El inexorable paso del tiempo minaba las exiguas fuerzas de la joven. El cansancio no adormecía totalmente el dolor pero el convulso cuerpo de Nadia ya no le respondía. El oficial miraba complacido el monitor, la presa estaba dispuesta, era hora de que el depredador entrara en acción

La puerta se abrió con un quejumbroso chirrido. El oficial entró pausadamente en la sala, deseaba observar con detenimiento las reacciones de su presa que en ese momento le daba la espalda. Nadia se sobresaltó y con sentimientos encontrados levantó la cabeza buscando la fuente de aquellos sonidos. Se debatía entre la esperanza y el miedo. Se sentía esperanzada porque como razonó no se habían olvidado de ella quizás terminase pronto aquel suplicio. Pero también estaba asustada porque desconocía las intenciones de sus carceleros y los angustiosos gritos de las demás reclusas no la auguraban nada bueno. Decidió permanecer en silencio en espera de acontecimientos si metía la pata no sólo no conseguiría su objetivo sino que tendría oportunidad de lamentarlo. Sobre todo quería que la bajasen de aquella cuerda, cerrar sus piernas y cubrirse para poder descansar; sí, quería relajarse y descansar. Tendría que esperar

Interrogatorio

El oficial la observaba con detenimiento, sin pronunciar palabra pero haciendo evidente su presencia a la joven que trataba de localizarle por el ruido de sus pasos. Dio varias vueltas alrededor de la muchacha apreciando más de cerca su belleza. Repentinamente puso sus manos sobre sus pechos sujetándolos desde atrás. El frío que sentía en todo su cuerpo, en especial en sus sensibles pechos quedó mitigado por la cálida caricia masculina. Y en respuesta Nadia emitió un débil gemidito en señal de gratitud, para incrementar su bochorno.

  • Vaya ¿Qué tenemos aquí? ¿Una Puta calentorra o una maldita insurgente?

  • No, Señor, no soy… AAAYYY

Un fiero fustazo le cruzó sus níveas nalgas dejando una nítida marca sonrosada. La sorpresa y el dolor se presentaron casi al unísono. Tras un agudo espasmo inicial, una punzante línea parecía revelarse poco a poco en su trasero despertando un incómodo escozor que perduraba.

Hablarás cuando se te pregunte zorra. ¿Entendido?

Otro inesperado azote con la fusta la volvió a sacudir. De nuevo el fino latigazo de dolor se abría paso entre las demás sensaciones reclamando su máxima atención. Después el ardiente escozor del segundo fustazo se sumó al del primero que en vez de desvanecerse parecía haber revivido con la llegada de su compañero. Nadia se revolvía tratando de dar alivio a su dolor pero poco podía hacer salvo despertar el malestar en sus maltratadas articulaciones. Comenzó a llorar presa de la rabia, la impotencia y el miedo. Dos encendidas líneas casi paralelas cruzaban sus nalgas redondeadas.

¿Entendido?

SÍÍÍ, SÍ, Señor… Perdone.

El desconocido volvió a acariciarla con sus cálidas y suaves manos. Esta vez Nadia logró reprimirse y ningún sonido salió de sus labios mientras las juguetonas manos del militar la recorrían con avidez y ternura. Nadia agradecía el tibio calor que aquellos dedos le proporcionaban. Sus pechos, su vientre su espalda, sus caderas y muslos recibieron las atenciones de aquellas manos tan suaves. Las agradables caricias que éste le proporcionaba no dejaban de incomodarla. Estaba obscenamente expuesta y se sentía mal por desear que aquellas manos siguieran reconfortándola con su calor. El carcelero, por su parte, se centró en captar las leves variaciones en la acelerada respiración de la chica, las enérgicas sacudidas de su cabeza al tratar de controlarse y sobre todo en el agradable tacto que aquella sedosa y aterciopelada piel le proporcionaba. Deseaba doblegarla y hacerla suya.

¡Vaya estás fresquita! ¿Te ha gustado el baño?

Sͅ SÍ Señor.

Nadia respondió lo más rápidamente que pudo lo que supuso más le agradaría a su captor para evitar otro azotazo. La irreflexiva respuesta hizo carcajearse al oficial.

¿De veras? La mayoría de las que vienen aquí prefieren el agua más caliente. Debes tener una caldera aquí dentro.

La fusta del oficial rozó la parte interior de los muslos señalando obscenamente a la vulva de la joven. Nadia en un acto reflejo quiso cerrar sus piernas pero no pudo. El rápido ademán provocó un espasmo de dolor en sus sobre-estiradas ingles. Todo su cuerpo se quiso contraer al sentir el dolor en su pelvis amplificándolo por el resto de sus articulaciones, brazos y piernas. Un gemido le confirmó a su carcelero el logro de su objetivo. ¡Cómo le gustaba aquella mujer! Estaba impaciente por darle un tratamiento más personalizado pero debía contenerse, era mejor esperar a que cediese.

No es fácil enfriar a las putas calentorras como tú. Pero si te agradan las duchas frías veré qué se puede hacer. Procuraremos hacer lo más cómodo posible tu estancia en la fortaleza. ¿Qué te parece?

AAYY

Como Nadia se demoró en dar su respuesta su interlocutor la animó con otro azote. No sabía qué decirle a ese degenerado. Ya estaba molesta soportando el frío aire de la estancia así que repetir la gélida ducha a presión todos los días la angustiaba. Pero ella misma se había metido en aquel embrollo con sus malditas palabras. ¿Cómo podría salir de él? Otro golpe la espoleó a responder.

AAYYY…No… No quiero suponer una molestia señor.

No te preocupes niña, no es ninguna molestia. ¿Sabes? Me gustan las niñas limpitas como tú.

El guardia accionó un botón del aire acondicionado aumentando la velocidad de las corrientes de aire. Como esperaba, Nadia se estremeció.

¿Qué te pasa, tienes frío?

Sí señor.

Pobrecita… Perdona creí que siendo tan fogosa te gustaría refrescarte más. No te preocupes que cuando terminemos el interrogatorio podrás entrar en calor. No rechazas mis caricias ¿Te gustan?

Sí… Señor

Nadia lloraba por tener que rebajarse ante aquel desconocido que tan hábilmente la incomodaba. ¿Cómo podría rechazar el único medio que tenía para protegerse del frío que la tenía aterida? Necesitaba cien manos más como esas para aliviarla del helado ambiente que la rodeaba. Las manos del oficial siguieron recorriéndola, ahora con más descaro pues contaban con la aprobación de la joven. Al llegar a las rojas marcas de su trasero, Nadia no pudo evitar quejarse.

¿Te duele?

Sí señor.

Lo siento. Es por tu bien, para enseñarte buenos modales y respeto. Aquí somos muy exigentes con nuestros invitados. La fortaleza es un centro de reeducación para jóvenes díscolos. El respeto y los buenos modales son prioridad. Seguro que lo comprendes ¿Verdad?

Sí señor.

Bueno ahora te voy a hacer unas cuantas preguntas. Sé una niña buena y dime la verdad. Si eres buena no tendremos que azotarte más. Porque… ¿No quieres que te azote?

No señor, seré buena, no me pegue por favor.

Nadia respondió rápidamente buscando complacer al carcelero. Ahora tenía miedo a lo que pudiera responderle pues intuía que dijese lo que dijese, aquel guardia le sería capaz de darle la vuelta para humillarla o castigarla.

Bueno veamos… ¿Nombre?

Nadia Velasques Salgado… AAYY

Otra marca se añadió a las que ya lucía en sus nalgas.

Señor… Me tienes que mostrar respeto llamándome señor, zorra.

Dos azotes más apoyaron la contundente reprimenda. Le había dicho que no quería lastimarla pero lo cierto era que ardía en deseos de decorar los cachetes de aquella puta que tanto le excitaba. Apenas podía contenerse… pero no había prisa el interrogatorio acababa de empezar… Y después vendría el postre

¿Nombre?

Nadia Velasques Salgado. Señor.

¿Domicilio?

Calle la esperanza nº 2, señor.

Nadia no pudo ver la sádica cara de satisfacción en el rostro del oficial. Aquella nena le estaba dando otra excusa para azotarla y no la desaprovecharía. El rostro de Nadia se contrajo en un agónico rictus. Dos nuevos correctivos por mentirosa.

Domicilio com-ple-to. Zorra mentirosa. (Remarcó el sádico silabeando exageradamente).

Calle la esperanza nº 2, tercero derecha… Señor.

¿Edad?

Dieciocho, señor.

¿Vives sola?

No, con dos amigas. Señor.

¿Y tus padres?

Viven en el campo, señor.

¿Tienes novio?

No, señor… sólo amigos y conocidos señor.

La fusta se quedó a medio camino en el aire. La muy zorra aprendía rápido y había completado una respuesta antes de que la pudiese acusar de mentirosa. Frustrado prosiguió con su interrogatorio, no sin antes prometerse que esa maldita furcia no se iría a la cama sin recibir su merecido.

¿Eres virgen?

¿Cómo?... Señor.

Nadia se libró por segunda vez de un fustazo en el último momento. La impertinente pregunta en un asunto tan personal la había sorprendido. No se esperaba tener que responder a preguntas de ese tipo.

Ya me has oído pendeja ¿Eres virgen?

Sí señor.

¿De veras? … Pues sí eso pone tu ficha… Y… déjame ver

El muy cerdo se agachó y comenzó a inspeccionar la vagina de su indefensa cautiva. Se tomó su tiempo, Nadia casi no podía reprimir su llanto por la vejatoria situación a la que se veía sometida. Ese degenerado la estaba palpando en la parte más íntima de su ser sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

Sí… parece que tu concha está sin abrir. Es raro, las pendejas como tú suelen llegar con más experiencia… Ahh… Ya caigo… Eres de esas hipócritas que no se dejan por delante pero se ponen las botas por detrás ¿Verdad?

No… Comprendo, señor.

¿No? ¡Qué inocente! (Comentó con sarcasmo aquel degenerado.) Que eres de las que se las no se dejan follar por el coño pero se las follan por el culo.

No… No señor nunca me he acostado con un hombre… señor.

¿Nooo?... ¿Es que tus "amigos" son todos maricones? Prontito iba yo a dejar escapar a una hembra como tú sin que catase mi nabo. Vaya panda mariconas… Tendrás que decirme el nombre de todos esos imbéciles que no saben qué hacer con lo que tienen entre las piernas. ¿Me darás sus nombres, no?

Sí… Sí señor. (Nadia apreciaba a sus amigos pero temía mucho más lo que ese degenerado pudiera hacerle en ese mismo instante)

¡Bien!… Bien, ¿ves como si eres una niña buena no te pasa nada malo? Sigue así y acabaremos muy pronto. Ya lo verás… ¿Conoces a Juan Alberto Vargas?

No señor.

¿No has oído hablar de él?

Sí señor en las noticias pero no lo conozco señor.

Juan Alberto Vargas Salazar era el líder de la oposición en el exilio. Según el gobierno, era el máximo responsable de los males del país y el principal deber de todo ciudadano facilitar su captura. Nadia se estremeció de pensar que pudieran asociarla al movimiento de oposición al gobierno. Según decían todos los presos que peor lo pasaban en la fortaleza eran los presos políticos. Se contaban barbaridades, no sólo sufrían las penas más largas sino también los castigos más duros. Se decía que muy pocos presos políticos llegaban a salir y los pocos que lo hacían apenas conservaban un hilo de cordura.

Bien, eso está bien. ¿Ocupación?

Estudiante de derecho. Señor.

¿Estudiante o puta universitaria? Sabemos que muchas zorras se aprovechan de los estudiantes trabajando dentro del campus

No, señor. Soy estudiante… AAYY

Soy estudiante… SEÑOR.

Soy estudiante, señor.

Entonces eres una perra subversiva.

No, no señor. Sólo soy estudiante señor.

¿Me llamas mentiroso? ¿Es eso?

Los golpes comenzaron a caer uno tras otros sin descanso. La punzante laceración de los maltratados glúteos estaba desquiciando a la pobre muchacha que sólo deseaba que todo acabase cuanto antes y la dejasen tranquila. Los chillidos y gritos de la muchacha se escuchaban nítidos en el pasillo y las salas contiguas. Desgraciadamente para ella no, eran una novedad en la fortaleza. Los guardas simplemente los ignoraban eran algo cotidiano, pura rutina. Las reclusas en cambio, se esforzaban por no escucharlos, las que podían, tapándose los oídos las que no distrayéndose pensando en otras cosas. Para muchas, aquellos gritos les traían amargos recuerdos, la mayoría recientes, para otras el sombrío preludio de lo que las esperaba.

Por favor… señor… por favor… No me pegue… AAYY… No… AYY señor… No quería… no quería decir AAYY eso… Señor… No más… señor por favor… lo …AAYY… lo lamento … señor… No… señor era… mi intención… AAYY… Seeñor

El culo de Nadia ardía y picaba como si en él se estuviese haciendo una barbacoa. Ya no se apreciaban líneas en sus nalgas. Todo él tenía un vivo color rojo evidencia de que toda su superficie había sido visitada por la fusta. El sádico oficial dejó de golpearla más que nada porque se le cansó el brazo. Los ojos de Nadia eran ríos de lágrimas

Escúchame mala pécora. Estás aquí por alguna razón. O eres una furcia universitaria ejerciendo ilegalmente, o una perra traidora y subversiva. Mi misión es enterarme de la verdad y te la sacaré aunque me rompas cien fustas como estas con tu culo de mierda. ¿Oíste?

Sí señor. (Logró articular la joven en medio de su desconsuelo).

¿Entonces qué eres? ¿Miembro de la oposición o puta calienta pollas?

El oficial había conseguido su objetivo dijera lo que dijese aquella zorra se pasaría unos cuantos años a su cuidado. Nadia había comprendido el taimado plan de su interlocutor. Si reconocía su pertenencia a la oposición, aunque fuese mentira, no saldría viva de allí. Si se declaraba prostituta le esperaban por lo menos dos o tres años en aquel infierno. Ella no era ni una cosa ni la otra, simplemente había tenido la mala idea de acudir a una reunión de estudiantes y la mala suerte de caer apresada en la redada de la policía. Una audaz idea le dio el coraje para responder antes de que comenzase a azotarla de nuevo. Astutamente se declaró prostituta universitaria. "¿Cuántas putas vírgenes existen? Ninguna. Tendrán que reconocer su error y dejarme libre, les he pillado".

¿Con que… puta universitaria? ¿Sabes que el gobierno prohíbe el ejercicio de tu oficio en las zonas educativas? Te caerá una buena condena, Zorra descarada. Afortunadamente para la sociedad te hemos atrapado antes de que empezases a ejercer. Seguro que tú y tus dos amigas teníais pensado sacar una buena tajada en vuestro pisito. Queríais convertir un barrio respetable en un antro de perversión. Si no fuese por los cuerpos de seguridad que velamos por el bien de los ciudadanos habríais hecho mucho daño a los jóvenes incautos. Toma esto como adelanto de tu sentencia.

El desconsiderado carcelero empezó a fustigar a su víctima pero esta vez descargaba su ira en los indefensos pechos y en su vulva. El dolor era insoportable los sensibles y duros pezones parecían estallarle con cada golpe. Las rosadas aureolas que los rodeaban eran apenas perceptibles ante las continuas marcas que dejaban los fustazos. Si recibir aquellas laceraciones en sus pechos ya la mortificaban; las crueles atenciones dedicadas a su entrepierna la llenaron de desesperación. Aquel sádico se empeñaba en golpear justo en su delicada rajita y a fe que lo conseguía. A veces incluso llegaba a alcanzar a su clítoris dos veces seguidas haciéndole ver las estrellas. Todo su cuerpo se convulsionaba tratando inútilmente de escapar de los inhumanos golpes. Los gritos se escuchaban ya en la planta superior… Tampoco eran una novedad, alguno de los guardias más viejos aseguraban haberlos escuchado hasta tres plantas más arriba, en el mismo despacho del alcaide procedentes de las mazmorras.

¿Quieres que pare, puta? ¿Quieres que deje de corregir tu mal comportamiento? ¿Quieres que de dejemos sin castigo tu comportamiento descarado y antisocial?

Por favor basta… Señor… No puedo más no aguanto más señor… Seré lo que usted me diga. Haré lo que me diga pero no me pegue más por favor… señor.

Bien si es así… te quitaré la venda para que puedas hacer tu declaración… Espero que seas lista y no me defraudes cambiando tu confesión en el último momento… No sólo no te serviría de nada sino que te ganarías un severo correctivo. ¿Has comprendido?

Sí… Sí señor.

Cuando su carcelero le quitó la venda, Nadia abrió sus hermosos ojos azules envueltos en un mar de lágrimas. La visión de aquel rostro congestionado por el miedo y el dolor embelesaron al insensible oficial. Lejos de inspirarle pena o piedad, mirar a aquella joven indefensa y derrotada le despertaba sus más bajos instintos. Los enrojecidos párpados, las abundantes lágrimas, las babas y los mocos que el llanto le había provocado no hacían sino exacerbar su calenturienta imaginación. Ya se veía despertando nuevos temores, nuevas tribulaciones y castigos en la pobre muchacha.

Oohh, pobrecita, vaya cara más desangelada me tienes… No puedes declarar así ante la cámara… Anda te voy a adecentar un poco.

Gra… gracias. Señor.

¡Qué criatura más inocente y encantadora! ¡Si le estaba dando las gracias por facilitar su condena! El oficial comenzó a limpiar y arreglar un poco el rostro de la joven, su objetivo era poder presentarla ante la cámara disimulando todo efecto que la coacción y la tortura pudiera tener sobre ella. Esa grabación era remitida al tribunal que la condenaría pues una confesión jamás era cuestionada. Dos soldados entraron en la celda y comenzaron a hacer los preparativos pertinentes

Ahora que podía ver dónde estaba. Nadia se sorprendió al ver una habitación bastante amplia y bien iluminada. Frente a ella donde estaban colocando la cámara había un enorme espejo donde podía observar su cuerpo desnudo. A su izquierda la sala parecía continuar pero una pesada cortina le impedía ver lo había tras ella. A su derecha un camastro metálico no demasiado ancho. Le extrañó ver en él colgados entre los barrotes del cabecero y el reposa pies algunas esposas y correas. A su espalda quedaba la puerta y gracias al reflejo del espejo pudo ver un lavabo y un aseo. También pudo comprobar que el suelo era de cemento con una ligera inclinación que llevaba a un sumidero muy cerca de dónde ella colgaba. Al mirar al techo comprobó que éste estaba más lleno de ganchos y cadenas que de lámparas.

Cuando todo estuvo listo los guardias comenzaron a registrar la confesión vídeo. Frente a ella colocaron un papel con lo que tenía que decir para cumplir con los requisitos legales e implicarse en los delitos de la que se la acusaban. Conforme iba leyendo el documento, Nadia iba siendo cada vez más consciente de las terribles consecuencias que tendría autoinculparse, pero no tenía más opción que seguir adelante. Por si acaso el oficial que la interrogara no dejaba de jugar con su fusta y el otro guardia permanecía cerca con una de aquellas horrendas porras eléctricas. Apenas podía contener el llanto, estaba reconociendo cosas que jamás podría haber imaginado y lo que era peor en su declaración estaba traicionando a sus amigos. Lo que ella ignoraba es que algunos de aquellos amigos habían sido responsables de su infortunio pero eso no impedía que se sintiese profundamente culpable. Cuando terminó su confesión los guardias se retiraron recogiendo su equipo de grabación. Nadia seguía colgada, temía que se marchasen dejándola en aquella terrible postura que la martirizaba deseaba poder descansar. Sintió un pequeño alivio cuando comprobó que tras cerrar la puerta de la celda el oficial que la interrogó seguía con ella. Seguramente ahora la desataría

Intervención

¿Ves querida niña? No ha sido tan difícil. Si eres buena y te portas bien tu estancia en la fortaleza será de lo más placentera. Créeme. Después de los primeros días la mayoría de las reclusas se acostumbran a la rutina del penal y su vida les resulta mucho más llevadera. Sólo tienes que acostumbrarte a las normas y al reglamento de la fortaleza, no te preocupes no son muchas aunque el que las quebranta recibe un serio castigo. Pero tú serás una niña buena ¿Verdad?

Sí señor… seré buena señor. Lo prometo… AAAYYY… Lo prometo señor.

Mejor así… Pero, ¡si todavía no me he presentado! Ya que vamos a compartir unos cuantos años bajo el mismo techo Nadia lo mejor será que me presente… Te puedo tutear ¿Verdad zorra?

Sí… señor. Me puede tutear señor.

Soy el Coronel Francisco Gea Menudo. Mis hombres me llaman Coronel Gea o simplemente Coronel. Los reclusos simplemente señor como a cualquier guardia de la fortaleza. ¿Entendido?

Sí señor

Perfecto, ahora que nos conocemos tendremos que pensar en qué oficio asignarte durante tu estancia entre nosotros. Como sabes la ley exige que los reclusos trabajen en las prisiones para ganarse el sustento y colaborar con los gastos que ocasiona su encierro… Veamos tu oficio no es que sea malo pero ofrece pocas salidas niña… Puedes elegir entre ser la puta del penal y satisfacer a todos los presos. Sí, chica, no te sorprendas, no somos tan malos… A los presos modelo les damos ciertos privilegios como estar con alguna mujer de vez en cuando… Puedes ser la zorra de los guardias y atender a mis muchachos. Trabajan duro y se merecen una buena recompensa… O en tu caso, y ya que me caes bien y has prometido ser una niña buena puedes ser la furcia de los oficiales y atenderme a mí y a mis colaboradores. ¿Qué quieres ser… puta, zorra o furcia? Son tres oficios con mucha demanda en la fortaleza, sobre todo los dos primeros

El mundo se hundió bajo los pies de Nadia, aquello no había terminado, acababa de comenzar. Tenía que elegir entre tres modos de prostituirse pero eligiese lo que eligiese se convertiría en una puta. Irónicamente aquellos cabrones iban a hacer realidad aquello de lo que injusta y falsamente la habían acusado. La rabia por el trato tan sarcástico y cruel se apoderó de ella y se rebeló contra su destino. Además el dolor por los azotes parecía haber remitido y en cierto modo, se había acostumbrado a las incómodas restricciones de sus ataduras. Para hacer la confesión habían apagado el aire acondicionado y la habían bajado un poco de modo que no estaba de puntillas. Estas pequeñas comodidades la habían envalentonado, grave error.

  • No… No soy una puta, nunca lo he sido ni lo seré. No pienso

El bofetón que recibió la dejó con la palabra en la boca. Tras el primero dos o tres más para luego seguir con la fusta. Los golpes caían indiscriminadamente por todo el cuerpo de la joven que poco podía hacer por evitarlos. El coronel no paraba de insultarla mientras la golpeaba deliberadamente en las zonas más sensibles pero ampliando sus azotes a otras áreas sin tocar como los brazos, las piernas, el vientre, la espalda… Al principio, Nadia no paraba de gritar, tenía todo su cuerpo marcado cuando no cubierto por una extensa mancha rojiza. Aunque pedía perdón el coronel parecía no escucharla, estaba plenamente concentrado en conseguir un tono uniforme en su ya no tan pálida piel. Ahora la golpeaba en las axilas, para volver al coño. Se centraba en su espalda para atender después a sus pechos. Volvía a sus nalgas para regresar a sus muslos… Así una y otra vez hasta que el cansancio la hizo callar a ella pero no parar a él.

Maldita pendeja maleducada y desagradecida… Te doy la oportunidad de pasar tu estancia aquí lo más cómoda posible y así me lo agradeces… No sois más que una zorra, una puta. Lo habéis confesado, está grabado… Y ahora os queréis hacer la estrecha con lo que me habéis calentado. Mala pécora yo os enseñaré cuál es vuestro sitio… No pararé hasta que me supliquéis que os folle… y luego ya veré

El coronel se detuvo un momento como para comprobar su obra, y se marchó un momento. Le habían mandado un mensaje al móvil… Nadia pensó que ya había acabado que la dejaría en paz por el momento y podría escapar por el momento a la violación. Era inteligente y ya sabía que su virginidad no le iba a durar mucho, quizás mañana o pasado. Ahora se lamentaba por su irreflexivo momento de rabia… Cielos que no la dejaran con los presos ni con los guardias… eran demasiados hombres… los oficiales al menos son pocos… ¡maldita estúpida! Se recriminaba ahora mientras esperaba que alguien regresara.

La puerta se abrió y Nadia se sorprendió de ver entrar al coronel. Éste llegaba calmado aunque los ojos le brillaban con siniestra maldad. Nadia se quedó muda ante su carcelero, no podría aguantar otra sesión con la fusta. Todo su cuerpo le picaba y ardía. Nadia sintió cómo era izada otra vez, aunque en esta ocasión el coronel la levantaba despacio recreándose en los movimientos de la chica por hacer pie y seguir en contacto con el suelo aunque fuese de puntillas. No fue así sino que la dejó colgando de sus doloridos brazos. Nadia comenzó a suplicar clemencia y perdón. Con parsimonia el coronel se acercó al grifo del lavabo y conectó una manguera. Una nueva ducha de agua helada por todo su cuerpo. Esta vez el agua no salía con tanta presión pero el frío y la hipersensibilizada piel compensaron este inconveniente. Cuando lo vio conveniente, el coronel cerró el grifo y conectó el aire acondicionado otra vez. Entonces, sin prisas, se acercó a las cortinas y las descorrió

Los ojos de Nadia se abrieron desorbitados por el miedo. Ante ella se exhibía el resto de la sala. Una espantosa mesa o silla articulada con todo tipo de correas y enganches. Y tras ella toda una colección de instrumentos y aparatos de tortura y otras cosas que no conocía pero que tendrían el mismo propósito. Aterrada dejó escapar un grito y comenzó a suplicar con más fuerza. Con espantosa calma y deliberada lentitud el coronel rebuscó entre aquellos horrendo utensilios y después de elegir los que quería se acercó a la joven

Por favor, por favor señor… señor… por no por favor… señor. No me haga daño señor… por favor

Abre la boca preciosa… Así muy bien.

Aaaammm, Poooomm faaammmvooommm.mmmmmm

Le había colocado una bola de caucho sujetada por unas correas que la impedían hablar mientras mantenían abiertas sus mandíbulas. Pronto descubrió otra sorpresa desagradable. Aquella cosa picaba, los labios y la lengua le quemaban y ardían como si se hubiese comido diez o doce guindillas a un tiempo. Comenzó a babear en abundancia como respuesta a la quemazón lo que hacía más incómoda la mordaza.

¿Te gusta, cariño? Esa mordaza te impedirá decir impertinencias que te perjudiquen como antes. ¿Sabes lo que es esto?

UUUUUUUUUUUUUUUUMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM

El chillido de angustia apenas fue audible fuera de la sala pero dado que estaba amordazada da cuenta del enorme pánico que sentía. Aquel sádico le estaba mostrando una pica eléctrica. La mordaza era una protección ante lo que pensaba hacer. Más de un preso se había mordido la lengua al cerrar sus mandíbulas descontroladamente al sentir las caricias de aquella porra. Pero nunca venía mal un extra, por eso le añadía una sustancia urticante. Los presos al final no sabían si querer o no la mordaza.

No te preocupes cariño, cuando me pidas educadamente con esa boca de zorra viciosa que te folle como la puta que eres terminará todo… Sé una niña buena y no te dolerá mucho. Ahora si te empeñas en negarme tus encantos… esto puede durar mucho, mucho tiempo… días incluso.

Nadia se debatía aterrada. Trataba de hablar con aquella cosa en la boca pero no podía. ¡Cómo podía decirle nada! Aquel degenerado la torturaría el tiempo que le diese la gana y no podía evitarlo. El coronel acercó la picana a su pecho izquierdo y ella como pudo la apartó de él. Aquello pareció divertirle y acercó aquel instrumento tres o cuatro veces a distintas partes del cuerpo para observar cómo se debatía la chica. Finalmente apoyó los dos extremos metálicos en uno de sus pechos e hizo ademán de pincharlo. Nadia gritó y el militar se rió.

¿La sientes sin haberla activado? ¡Chica qué sensible!

Aquel sádico se burlaba de ella, ¡estaba disfrutando con su dolor! ¿Cuánto duraría esa angustia?

NNNOOOOOOOOOOOOOOOOMMMMMMMMMMMM

Nadia se arqueó en un espasmo de tremendo dolor. La quemazón en su pecho era insoportable. Sentía como si la corriente al pasar a través de ella tirara de sus músculos a la vez que los quemaba. La humedad de la piel, recién empapada, contribuía a intensificar el efecto de la maldita corriente. Temía haberse quedado sin pezón.

¿Notas la diferencia puta? Parece que sí… Te lo voy a explicar otra vez

El coronel continuó con su retorcido juego largo tiempo. Le encantaba ver cómo aquella joven se balanceaba y retorcía entre espasmos epilépticos. Le divertían los vanos esfuerzos que hacía por alejarse de su torturador y la picana. Se complacía en aplicar su terrible instrumento en las partes más dolorosas posibles. Sus pechos, su vientre, su vulva fueron visitados una y otra vez arrancando agónicas expresiones en su bello rostro. Los desgarrados gritos, ahogados por la mordaza, salían al pasillo

La joven apenas se movía, estaba envuelta en un sudor frío como consecuencia del maltrato. Las descargas ya no la hacían retorcerse como antes. Estaba exhausta y apenas si sostenía su cabeza. La garganta le ardía y apenas podía proferir sonido alguno. El coronel ya no se divertía. Por lo que decidió concluir con la sesión con la porra. La bajó pero las piernas no la sostenían de modo que siguió bajando el gancho permitiendo que quedase medio tumbada en el suelo. La visión de aquella chiquilla agotada, completamente abierta y respirando agitadamente sencillamente le tenía extasiado. Apenas si podía dominar la enorme erección que comenzara con el interrogatorio

¿Ves chiquilla lo que les pasa a las niñas tercas y rebeldes? Tú sabes que yo no quería pero mi deber era castigarte por tu mala conducta.

El cínico tono paternal no le importó a la pobre muchacha. A esas alturas sabía que no era más que un juguete en las manos de aquel hombre. Nada podría hacer por evitar los castigos que quisiera imponerle ni las vejaciones a las que quisiera someterla. Sólo suplicaba que aquello terminase pronto y que aquel hombre fuese cuidadoso con sus juguetes y no los rompiera. Se sintió aliviada cuando le quitó la mordaza, tenía las mandíbulas doloridas de tanto morder la bola de caucho. De hecho, la mordaza estaba inservible, casi partida, el coronel la tiró impresionado.

Agua… agua por favor… señor.

El coronel la sonrió con cariño mientras le mesaba los cabellos con ternura. Estaba complacido con aquella joven, había aguantado una sesión verdaderamente dura y no había olvidado los buenos modales. En verdad era una de las mejores hembras que habían entrado en aquellos muros.

Tienes sed mi niña, es normal no te preocupes. Pero tendrás que esperar un poco, si bebieras ahora te podría dar un infarto al corazón. Ya sabes que el agua y la electricidad no se llevan demasiado bien… Descansa un poco te mojaré los labios con un paño húmedo para aliviarte y cuando estés más recuperada bebes un sorbo.

Gracias señor.

Pero qué buena niña vas a ser. Si no hubieses sido tan obstinada

Aquel hombre la trataba ahora con delicadeza y sus sabias atenciones la estaban reconfortando. Poco a poco Nadia iba recuperándose y cobrando ánimo. Ahora se sentía aliviada y estaba sinceramente agradecida a aquel hombre por los cuidados que ahora le prodigaba. Parecía que todo por fin había terminado, ahora seguramente la dejarían descansar.

Cuando lo consideró conveniente, el coronel alivió la sed de su prisionera permitiéndole beber un poco. No desaprovechó la ocasión y estuvo acariciando y masajeando los indefensos pechos de la muchacha pero a esta no sólo no le importó sino que le pareció que le gustaba. Estuvieron así unos minutos mirándose en silencio como si fuesen dos enamorados. El suelo estaba helado y Nadia sintió un escalofrío. El involuntario espasmo sacó al coronel de su trance

Introducción

Sin mediar palabra, el coronel accionó el mando del gancho que sujetaba las manos de Nadia y comenzó a izarla. El juego podía proseguir. Nadia comenzó a llorar y suplicar a su carcelero. No podía aguantar más torturas. Apenas se debatió con sus ataduras. Estaba demasiado cansada para luchar inútilmente por algo que sabía no dependía de ella.

Por favor… señor… No, más. No puedo más señor. Déjeme por favor, señor.

Vamos, vamos niña… eres mucho más fuerte de lo que te imaginas. Seguro que podemos jugar un poquito más… Además tú eres la que decide cuándo acabar de jugar. Ya sabes lo que quiero.

Nadia había quedado colgada como la primera vez, de puntillas sobre sus pies. Pronto los calambres en sus cansadas piernas se harían insoportables. No pudo reprimir un sentimiento de asco cuando escuchó las palabras del coronel. Su mirada lasciva buscaba sin ningún pudor su entrepierna y una impúdica mano rozaba el interior de sus muslos y se paseaba por los aledaños de su tibia rajita. Sabía que estaba perdida no tenía más remedio que claudicar ante las obscenas demandas de aquel hombre. Ella estaba cansada y terriblemente dolorida. Él en cambio, estaba fresco como una rosa y enormemente complacido, una enorme erección se le adivinaba en su entrepierna

Por favor… señor… bájeme… Señor

Lo siento creo que no nos entendemos. Zorra.

El semblante serio y duro tono del coronel le indicaron claramente a Nadia que aquel hombre no esperaría mucho tiempo más otra evasiva. Pretendía despertar la ternura en su carcelero para hacer menos traumática su violación pero era evidente de que no lo conseguiría.

Fólleme señor… Por favor bájeme y fólleme. Señor.

¿Pretendes enseñarme cómo debo hacer las cosas mala puta?

AAYY… No señor… lo siento señor… fólleme por favor… no aguanto más señor.

Sabía que eras una zorra calentorra de modo que no aguantas más sin tener mi verga entre tus piernas. ¿Eh? Guarra.

Sí… por favor señor… métamela señor.

Eres una puta ¿no es cierto?

Sí señor soy una puta. Fólleme señor.

Tienes ganas de macho ¿No es cierto?

Sí señor. Soy una puta y tengo ganas de un buen macho… señor.

De nuevo las lágrimas afloraron en los dulces ojos de la joven. Ese degenerado la estaba humillando, obligándola a reconocerse como prostituta otra vez. Y en esta ocasión utilizando un lenguaje cada vez más obsceno. Mientras la obligaba a rebajarse, el coronel Francisco Gea Menudo comenzó a desnudarse delante de ella. De vez en cuando sus manos recorrían el cuerpo de la indefensa muchacha irritando su hipersensible y maltratada piel. Le encantaba ver cómo fruncía el entrecejo y se le descomponía el rostro a su víctima cada vez que la acariciaba con algo de rudeza. Nadia se sorprendió al observar el tamaño del miembro que pronto la traspasaría. No es que fuese demasiado grande pero era el primero que veía en plena erección.

¿Te gusta mi rabo? Seguro que sí. Todas las putas no piensan en otra cosa que en un buen rabo como el mío… ¿No dices nada, Puta?

Es… muy grande señor.

¿Grande? Ya verás el del "negro" ese sí que calza un buen aparto. ¿Te gusta el mío? ¿Quieres que te estrene con él?

Sí señor… fólleme con su polla. Señor.

Está bien lo haré porque me lo pides con insistencia que si no… Verás algunas putas piden que se las follen y luego van diciendo que las han violado, las muy guarras. ¿Tú no serás de esas, no?

No… señor… yo soy una zorra caliente que sólo quieren que la follen… señor.

El coronel se acercó a su presa pero en el último momento se retiró de ella como si se acordara de algo. Nadia comprobó con horror cómo el coronel se acercaba a los instrumentos de tortura. ¿Qué iba a hacer ahora? Ya se había rendido, le había suplicado que se la follase. ¿Qué más quería?

Señor… señor por favor fólleme, no me haga más daño por favor. Señor

Tranquila gatita, son solo unos adornos para tus tetitas. Ya verás qué bien te quedan.

El militar besó y lamió los erizados pezones de la chica como si pudiese endurecerlos más de lo que estaban. Nadia cerró los ojos, aquellas atenciones la excitaban aunque no quisiera. Poco después los abrió alarmada algo estaba presionando sus tiernos pezones. Don Francisco estaba poniéndole una especie de pinzas en ellos. Las pinzas estaban unidas por una cadenita y tenían un tornillito que permitían ajustar la presión que ejercían. En cualquier caso a Nadia la hicieron ver las estrellas cuando su captor las liberó sobre sus pezones. Dio un par de tirones suaves como comprobando su seguridad y que no se soltarían. Cuando quedó satisfecho dio un par de pasos hacia atrás como para admirar su obra.

Te quedan fantásticos. Ya te dije que te sentarían bien. ¿Te gustan?

Ay señor duelen. Me hacen daño… señor.

Vamos, vamos no seas quejita… los dos sabemos que tienes mucho más aguante. ¿No es cierto?

Sí señor. (Admitió resignada temiendo contradecirle.)

Entonces te gustan… Muy bien me alegro. Bueno no le demos más vueltas al asunto comencemos

Sin más preámbulos el coronel se acercó de frente a la abierta muchacha quien respiraba aceleradamente presa de los nervios. Dejó que barra que separaba las hermosas piernas femeninas quedara detrás de sus talones. La asió de sus caderas y la levantó. Después llevó sus manos a las nalgas de la chica para aguantar mejor su peso. Mordió la cadena que colgaba entre sus pechos y apuntó con su estaca. Tras dos intentos logró que su capullo encontrara la cálida entrada de la hasta ahora virgen cuevita de Nadia. Sin pensarlo dos veces empujó con fuerza al tiempo que dejó se sujetar a la chica. El propio peso de la joven fue lo que la empaló en aquella tranca hasta los huevos de un solo envite. Nadia echó la cabeza hacia atrás como si así pudiese escapar al dolor y al intruso que la perforaba. Al tiempo que sentía cómo la partían en su entrepierna, el tremendo tirón que ella misma se proporcionó en sus maltratados pezones la hizo creer que se los había arrancado de cuajo. El tremendo alarido se escuchó tres plantas más arriba. Todo el penal se enteró de la hora exacta en la que la hermosa Nadia Velasques Salgado perdió su virginidad.

El sádico oficial dejó que el propio peso de la joven la mantuviese bien empitonada. Nadia no podía cerrar sus piernas y apoyarse en las caderas del hombre. Tampoco podía levantarse con sus brazos pues estaban doloridos y cansados. Lo único que podía hacer era permitir que aquel pedazo de carne que la quemaba por dentro la sostuviese. Al mismo tiempo debía evitar separarse del libidinoso rostro de su violador so pena de que sus tiernos pechos perdieran sus apreciados pezones. Estos difíciles equilibrios resultaban enormemente placenteros para el coronel a la par que hacía más dolorosa y humillante la violación. Los músculos vaginales acompañando por los movimientos reflejos de la pelvis de la muchacha en busca de mayor apoyo, se contraían apresando y masajeando delicadamente la polla invasora para mayor deleite de su carcelero. Éste gruñía y gemía sin reparos como evidencia de su enorme placer. Cansado de los esfuerzos de la chica por apoyarse en sus caderas, la sujetó nuevamente por el culo y comenzó un salvaje bombeo. Nadia no estaba lubricada, la fricción con el duro mástil del coronel era muy dolorosa. Ese monstruo la estaba quemando por dentro, lo único que facilitaba la dolorosa penetración era la virginal sangre que empapaba la polla tras la rotura del himen.

Nadia no sabía qué era peor si soportar su propio peso en aquel pedazo de carne o soportar la quemazón que el mismo le proporcionaba ahora. No paraba de suplicar un trato menos violento y más pausado pero su violador era presa de tal vorágine que no la escuchaba. Lejos de eso parecía acelerar cada vez más la potencia y la velocidad de las embestidas. Estaba muy próximo al orgasmo. No iba a parar ahora con un sonido animal embistió como si quisiera atravesarla y descargó su semilla en lo más profundo de su matriz. Los potentes y abundantes chorros del caliente esperma llenaron por completo la vagina de la joven. Nadia recibió con alivio la llegada del semen más que nada por el descanso que suponía dejar de ser pistoneada con tanta furia. Seguía estando ensartada pero prefería cien veces eso antes que el frenético bombeo en su seca vagina.

El coronel respiraba agitadamente tratando de recuperar el resuello. Hacía mucho que no cogía una presa tan linda y complaciente. No tardó en cansarse de sostener a la chica con su polla y se salió de ella dejándola otra vez colgada. Nadia simplemente se dejaba hacer, cabizbaja esperaba resignada el siguiente capricho del coronel. Se sorprendió cuando éste la bajó y comenzó a desatarla un reconfortante sentimiento de alivio volvía a embargarla. El coñito le escocía enormemente y tenía sus extremidades entumecidas. El prolongado estiramiento de sus articulaciones también le resultaba molesto por lo que en cuanto tuvo oportunidad se acurrucó adoptando una posición fetal. No le importaba estar en suelo, sólo quería descansar.

Vamos, vamos putita. Que esto no ha terminado, tienes que satisfacer a tus clientes… En este caso a mí. ¿O prefieres a los reclusos?

Por favor… señor. No puedo más déjeme descansar un rato me duele todo… señor.

Vamos zorra. No me puedes dejar así mírame cómo me tienes.

El coronel exhibía una erección de campeonato a pesar de su reciente orgasmo. Aquella hembra le gustaba demasiado y apenas si había perdido su pétrea dureza cuando se descargó en ella. La hizo levantarse asiéndola del cabello y la acercó al camastro. Sentándose en el catre dejó a su puta de rodillas en frente de su mástil. Nadia no sabía qué se esperaba de ella estaba como hipnotizada, con la mirada perdida en el infinito.

¿A qué esperas niña? ¿Nunca has mamado una polla?

No señor. (Logró decir la desdichada enormemente azorada.)

No te preocupes que yo te enseñaré. Te enseñaré a ejercer tu oficio de la mejor manera, con clases prácticas… (El degenerado se rió con su hiriente broma.) Esto te será mucho más descansado ya lo verás… Lo único que tienes que hacer es usar tu boquita y esa lengüecita para lamer, chupar y succionar mi nabo hasta dejarlo reluciente. Mira qué sucio está, dónde lo habré metido para que se haya ensuciado así… (Volvió a reírse de su "graciosa" ocurrencia.) ¿Has comprendido, niña?

Sí señor… pero no me va a caber… señor.

Tampoco te cabía en el coño y te la enfundaste a la primera… zorra. No me vuelvas a decir lo que se puede o no se puede hacer puta. Tú estás aquí para obedecer sin rechistar perra. En la fortaleza los presos no tienen voz ni derecho a decidir. ¿Entendiste? Así que empieza con tu tarea.

Dos sonoros bofetones le recordaron a Nadia el insensible modo de ser de su carcelero. Si a veces la trataba con ternura no era porque se apiadara de ella y del tremendo dolor que padecía, sino para asegurarse de que no se rompía y podía seguir torturándola. Siguiendo las indicaciones de aquel degenerado comenzó a lamer aquella gruesa butifarra. Notó el sabor del semen mezclado con su propia sangre y algo de sus propios jugos. Le resultó muy desagradable pero logró dominar su asco. Quiso facilitarse su labor al intentar asir y masajear aquel pedazo de carne palpitante. Pero el coronel no se lo permitió, le asió las manos y estuvo examinando sus doloridas muñecas. Así mientras ella recorría con su lengua toda la superficie de aquel cilindro, el coronel se aseguraba del buen estado de las articulaciones de la joven. Convencido de que estaban bien dirigió su mirada a las actividades orales de su puta. Le había ensalivado toda su verga pero no se la había introducido en su acogedora boca.

Muy bien cariño, eso es tu lengüita en mi capullo, así. Ahora, dale besitos en la puntita… Bien, abre un poco más los labios para que te entre un poco más…Ahh, sí usa esa lengua zorra… Cuidado con tus dientes, si no quieres que te pegue de verdad, más te vale que no los sienta…Baja un poco más, un poco más… ¡Ahhh, eso es! Ya tienes todo el capullo dentro, puta… Te gusta mamar, ¿eh? Sí ya lo creo que te gusta… Para ser tu primera vez lo haces muy bien guarra… ¿No me habrás mentido, puta? ¿Seguro que no se la chupabas a alguno de tus amiguitos, cerda?

Los asustados ojos de Nadia buscaron la dura mirada del coronel al tiempo que trataba de negar con la cabeza

MMMmmmmm, Nnnnnnnmmmmm, eeeeeemmmmmooooooorrrrrmmmm

Está bien… te creo… debe ser talento natural. Las niñas como tú han nacido para joder y ser jodidas, es decir para putas… No te preocupes cariño que aquí te joderemos bien… te joderemos por todos los agujeros… Cuando salgas serás una puta de primera… Toda una carrera de futuro.

Los sarcásticos comentarios de su carcelero no la incomodaban demasiado. Lo que en verdad la hería era tener que reconocer que todas y cada una de las palabras de ese desalmado se harían realidad. Sí, se estaba convirtiendo en una prostituta, estaba aprendiendo un nuevo oficio. En aquel sitio la iban a joder a conciencia, de hecho ya la estaban jodiendo. Pero aún tenía muchas cosas que aprender

Aunque Nadia se esforzaba por succionar la tranca del coronel apenas había llegado a engullir la mitad. Tenía la boca llena y sus mandíbulas se resentían pues los efectos de la sesión con la mordaza aún no habían desaparecido del todo. Pero aquello no era suficiente. Asiéndola con fuerza de la nuca la empujó pillándola desprevenida. Dos tercios de polla la entraron de golpe golpeándole la campanilla. Unas tremendas arcadas y el susto de ver su garganta invadida hicieron que Nadia empujase con fuerza para sacarse aquel palo. Pero sus debilitas fuerzas y la firme determinación del coronel se lo impidieron. El coronel se sentía en la gloria al sentir las caricias en su glande que los espasmos de garganta de la chica le proporcionaban. Tras dejarla tomar aire unos segundos se la volvía a clavar una y otra vez cada vez un poco más dentro.

Ya sabes a dónde debes llegar ¿no? Vamos zorra que tú puedes, te vas a tragar sables el doble de grandes. Eso es hasta los huevos…Ahhh, eres buena…sííí… Ya lo creo.

Por fin se había tragado aquella mole, su nariz recibía las cosquillas de los vellos púbicos del coronel. La boca y la garganta llenas sin poder respirar, no era una situación cómoda ni agradable, pero se estaba acostumbrando a ella. Al menos esto era mucho mejor que los azotes y la porra eléctrica. El coronel la obligó a engullirse su sable hasta la empuñadura cuatro o cinco veces más. A veces obligándola a aguantar la respiración por algo más de un minuto. Aquel sádico disfrutaba viendo sus angustiados gestos tratando de respirar. Sin embargo tenía otros planes para ella. Se levantó y la obligó a recostarse en el camastro. Ató sus manos por encima de su cabeza sujetándolas a la cabecera. No entendía por qué la volvía a atar, ya se había rendido y no podía escapar. ¿Qué más le podía hacer? "¡Cielos! ¿No pensará torturarme otra vez?" El coronel adivinó la inquietud en los ojos de la muchacha.

No te preocupes gatita… Es que me gusta verte atadita.

Aprovechando la situación, el coronel la obligó a darle un profundo beso. Umm, sabía a fresa… y algo de sangre y leche… Después siguió recorriendo su cuerpo besándola y acariciándola. Su cuello, sus pechos, su vientre… La iba recorriendo sistemática y minuciosamente, asegurándose de no dejar ningún punto sensible sin estimular. La tarea no era difícil, la piel de la joven estaba hipersensibilizada con el tratamiento anterior. Pero si se excedía fácilmente podría causarle dolor algo de momento no entraba en sus planes. Como muestra de que quería que Nadia gozase, incluso la hizo retorcerse al provocarle algunas cosquillas. Aquella hembra se estaba entregando a su lascivia…"Bien". Llegó hasta su concha y aspiró el suave aroma que manaba de su cuevita. Introdujo un tímido dedo para comprobar la humedad del terreno y lo extrajo satisfecho. Se estaba mojando… pero no lo suficiente. Decidió ayudarla lamiendo y chupando aquellos labios enrojecidos. Hábilmente estimuló la salida del clítoris de su refugio. Ahí lo tenía duro, erecto, reclamando para su dueña, el placer que la traviesa y juguetona lengua del coronel le proporcionaba. La ligera humedad se tornaba ya en una corriente de néctar femenino.

Nadia no podía explicar lo que le pasaba. Su cuerpo buscaba las caricias, los besos y lametones de su violador. La había tomado, la estaba tomando contra su voluntad. ¿O no? ¿Qué otra cosa podía hacer sino dejarse llevar por esas dulces atenciones? ¿Cómo podía disfrutar de su violación? Estaba claro, el coronel tenía razón no era más que una puta calentorra, sólo que hasta entonces no lo sabía. Mientras estos pensamientos la torturaban su excitado cuerpo se dedicó a extraer la mayor cantidad de placer posible, bastante dolor e incomodidad había soportado ya; traicionando a su dueña, se movía sensualmente, acompañaba cada roce para prolongarlo un poco más, para hacerlo más intenso, más profundo, más placentero. Era evidente que buscaba compenetrarse con aquel macho.

Satisfecho, el coronel se incorporó. Colocó las piernas de su cautiva sobre sus hombros, de nuevo la tenía abierta, indefensa ante el ataque de su ariete. Pero en esta ocasión su perrita esperaba impaciente la llegada de su verga. Jugando con ella colocó su capullo en su rajita y la fue recorriendo en toda su longitud arriba y abajo dos o tres veces. Nadia dejó escapar un par de gemidos a la par que su cuerpo se arqueaba y su pelvis se agitaba suplicando la entrada de la deliciosa butifarra.

Te gusta eh puta quieres que te llene el depósito otra vez ¿Verdad?

Sí… Sí… me gusta… AY (Un firme tirón de la cadena de sus pechos le recordó su falta.) Sí, me gusta señor.

Nadia estaba roja de vergüenza, el rubor por el placer recibido y por tener que reconocer que disfrutaba de las atenciones de aquel hombre le cubría el rostro. Se sentía turbada en extremo y trataba de ocultar su rostro entre sus brazos esposados. El incesante roce de aquel pene en sus zonas más sensibles e íntimas le despertaba instintos primitivos, animales. Era una hembra caliente, fecunda, necesitaba un macho con el que aparearse, no le importaban ni el modo ni las circunstancias. En definitiva, era una zorra, una puta que solo pensaba en fornicar con el primer hombre que se le pusiera por delante.

Pausada y calmadamente el glande se fue abriendo camino entre los delicados pliegues de la chica. No tardó en encontrar la rezumante entrada de la hambrienta vagina y la traspasó despacio, saboreando el encuentro. Las aterciopeladas y flexibles paredes abrazaban al intruso con firmeza y dulzura Invitándolo a recorrer todo el camino y que llegara a la matriz. Si Francisco tomaba así a su puta no era por ternura o consideración especial hacia ella. El salvaje desfloramiento de la joven también le había causado algo de año a él. Pero el enorme deseo de poseerla le impidió parar. Ahora quería disfrutar de aquel coño y esa manera de hacerlo además le daba la oportunidad de humillarlo.

AAHH ¡Qué estrecha estás puta! ¡Qué gusto! Me gustan las zorras como tú que se tragan las pollas y las agarran como si no quisieran soltarlas… A ti también te gusta. ¿Verdad guarra?

AH Sí señor… Me gusta señor… Nunca me había sentido así señor.

El bombeo era pausado pero rítmicamente regular. Introducía el pene en su totalidad, realizaba un par de movimientos circulares y lo volvía a sacar hasta el borde del glande. Así una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Los constantes y tiernos roces hacían que la tensión sexual se fuese acumulando en el clítoris de Nadia. Sus jadeos y gemidos se producían ya sin ningún pudor. Ahora era ella la que quería acelerar los embates del ariete contra su entrada. Pero la posición en la que se encontraba le impedía mover sus caderas. Aquella posición favorecía una penetración plena y profunda que la hacían sentirse tremendamente llena pero dependía por completo de la voluntad de su violador.

El coronel era hombre experto y no tardó en percatarse del libidinoso brillo en los ojos de la muchacha. Aquella hembra estaba llena de deseo, muy pronto le llegaría su primer orgasmo y quería saborearlo. Se detuvo un momento para observar las reacciones de su presa. Nadia gimió para mostrar su desagrado y se removió inquieta invitando a su amante reanudar sus penetraciones. Las ataduras impidieron que en su frustración hubiese dicho algún desacertado improperio al hombre que la dominaba. Se sentía enormemente tensa pero a la vez tremendamente bien. Quería prolongar el éxtasis creciente en el que se hallaba y al mismo tiempo deseaba llegar al clímax y poder relajarse. Deseaba que aquella polla la taladrase con fuerza como lo hizo la primera vez. Ahora estaba lubricada y lejos de sufrir con los embates de aquel ariete ahora los anhelaba. Venciendo su propia vergüenza se atrevió a lanzar a su carcelero una mirada llena de lúbrico deseo y obsceno descaro.

Pídemelo puta. Pídeme lo que más deseas en el mundo.

Oohh fólleme señor. Hágame terminar… apague mi fuego… señor. Quiero correrme… señor.

Vaya putón que estás hecha… con que deseas correrte… ¡eh! No quieres escapar, ni salir de esta cárcel. Prefieres que te follen como la zorrón que eres. No te preocupes que eso tendrás… Pero luego no me vengas con falsas vergüenzas y recatos. Luego no digas que eres inocente mala pécora. Serás mi furcia ¿Verdad?

Nadia se quedó helada. Aquel cabrón tenía razón. Había podido pedir su libertad, salir de aquel infierno y lo que había pedido era que se la tirasen hasta que la hicieran correrse. Prefería un orgasmo a su libertad, un buen polvo a su honra. Ella misma se había delatado, culpado y condenado. Ahora no tenía más remedio que reconocerlo

Sí soy una furcia… señor. Umm… Soy su puta señor.

¿Quieres ser la furcia de los oficiales? Guarra.

Sí señor…Uff… Seré lo que usted quiera señor. Aahh… Pero no me deje así… señor.

Está bien tú lo has querido.

Sin moverse dentro de ella aprovechó los jugos que rezumaban de su coño para masajear el descarado clítoris con sus dedos. En cuanto el duro botoncito percibió la llegada de los expertos dedos, una fuerte sacudida recorrió el cuerpo de Nadia. Toda la tensión acumulada se liberaba ahora de golpe en un incontrolable torrente de placer que partiendo de su entrepierna se extendía por todo el cuerpo. Una indescriptible sensación de plenitud y de paz la embargaba al mismo tiempo que nuevas oleadas de eléctrico gozo la hacían perder el control de sí misma. Su vagina se contraía salvajemente invitando a la polla invasora a que descargara en ella su ardiente leche. Todo su cuerpo se convulsionaba con los incesantes espasmos que nacían de su entrepierna. Con la cabeza vuelta hacia atrás Nadia se desahogaba emitiendo un incontrolado y prolongado gemido. Había tenido su primer orgasmo.

Sin embargo Don Francisco no se había corrido. Seguía estimulando el mágico botón del placer femenino con sus tenaces dedos pus tenía otros planes para ella. Nadia descubrió asombrada que no podía recobrar el resuello, su corazón se volvía a acelerar, la tensión en su entrepierna volvía a acumularse. Antes de que fuese plenamente consciente de lo que le sucedía otro incontenible orgasmo sacudió su joven e inexperto cuerpo. ¡Cómo lo hacía aquel hombre! Tan sólo unos minutos antes la estaba martirizando hasta la extenuación y ahora la premiaba con oleada tras oleada de frenético placer. Dos…Tres… Cuatro orgasmos dominaron el cuerpo de la joven antes de que su violador le permitiese recuperar el dominio del mismo.

El pecho de Nadia se movía agitadamente y su cuerpo se ondulaba suavemente con los postreros coletazos del último orgasmo. Su captor miraba complacido los resultados de su obra, tenía completamente subyugada y dominada a aquella hembra. Era hora de probar algo nuevo

No le gustaba la idea de tener que salir del húmedo, cálido y sedoso conejito de su niña pero era necesario si quería continuar con su plan. Nadia obnubilada por los continuos torrentes de placer orgásmico apenas se percató del vacío que dejó en su coño. Cuando lo hizo, gimió alarmada al ver cómo el coronel volvía a revolver en el ignominioso rincón de detrás de las cortinas.

No te pongas nerviosa gatita… lo que estoy buscando no te hará daño. Al contrario prolongará tu placer. Eres una hembra muy caliente y necesito algo de ayuda para poder apagar tu fuego, preciosa.

Las palabras del maquiavélico coronel no eran del todo ciertas. Estaba buscando un anillo para su pene que si bien le ayudaría a prolongar su erección y por lo tanto incrementar el placer de la joven, tenía otros usos no declarados. No tardó en encontrarlo junto con otra cadenita muy parecida a la que había entre sus pechos. Acercándose a su sumisa presa se colocó aquel anillo en la misma base de su cipote. Podría decirse que ahora le parecía más largo y grueso que antes.

Te gusta mi piruleta ¡eh! Niña. No hace falta que contestes se te van los ojos detrás de ella. Ven te voy a enseñar otra postura, date media vuelta. Esta es la posición del perrito

Nadia quedó a cuatro patas solo que sus manos seguían atadas al cabecero de la cama. Su lindo culito se ofrecía goloso a su carcelero. Todavía podían apreciarse en ella los restos de los fortísimos orgasmos alcanzados. Su rostro seguía ruborizado y ríos de flujo empapaban sus muslos. El coronel embadurnó sus dedos con esos flujos y se los hizo saborear. "Mira a lo que sabe el coño de una puta". Le dijo, volvió a repetir la operación pero en esta ocasión depositó los grumos sobre el cerrado esfínter anal. Nadia temió lo peor pero sorprendentemente y para su regocijo, volvió a penetrarla por su agujerito delantero. La asió de sus caderas y comenzó un rítmico metisaca que volvía a hacer las delicias de la chica.

Me gusta tu conejito estrechito y calentito, zorra. Creo que vamos a pasar mucho tiempo juntos… Tu conejito y mi zanahoria. ¡Tendremos que tener cuidado de que no engorde! (Volvió a sonar una risotada por su Gracieta.) Verás este anillo que me he puesto en la polla me ayudará a mantenerla más tiempo a tono. Luego dirás que no miro por ti… ¿No dices nada, furcia?

AAAYYY… (Una nalgada en su sensible trasero la hizo responder.) Gracias, señor. Es usted muy considerado señor

Sí, la verdad es que si sigues así puedes pasarlo realmente bien entre estos muros… Si eres lista y obediente puedes conseguir muchas cosas zorrita. Claro que eso ya lo sabías cuando pensaste hacer negocio con tu entrepierna en la universidad. ¿No es cierto?

Sí señor… Procuraré ser buena aquí y enmendar mi error señor.

Aquella acusación era una burda mentira pero ¿para qué negarlo? Ya la había admitido en su confesión forzada y si insistía en mantener su inocencia… bueno ya sabía cómo las gastaba aquel maníaco… El regular bombeo en su conchita estaba avivando de nuevo las llamas del deseo en su inflamada caldera. En esta ocasión, sí podía ser más participativa y sus caderas se movían acompasadamente buscando una mejor compenetración con su compañero.

Estaba cada vez más cachonda y desinhibida. Volvía a dejarse llevar por la loca pasión que nacía de entre sus piernas. El pulso acelerado y la respiración entrecortada delataban la creciente calentura que la estaba poseyendo. Entonces sintió como un dedo traidor se introducía en su estrecho esfínter. No le dio mucha importancia habida cuenta de su creciente excitación. Las traviesas actividades digitales en su otra entrada pronto se vieron ampliadas con la llegada de otro compañero. Poco a poco los dos dedos ayudados por los lubricantes naturales emanados de la generosa fuente femenina ensanchaban la estrecha entrada. El coronel quería facilitar la entrada de su miembro por la puerta de atrás pero no quería facilitarla demasiado

¿Te gusta cariño? ¿Te gusta lo que te hace tu amo y señor?

Sí… Mmmm… Me gusta señor, no pare…señor.

Vamos a probar algo nuevo. Verás qué rico.

Sin darle mucho tiempo a pensar cambió el objetivo de sus embates. Apoyó su capullo en el estrecho esfínter insuficientemente dilatado. Nadia sabía lo que se le venía encima, lo que no se imaginaba era el tremendo dolor que aquel pedazo de carne le iba a ocasionar. Trató de escapar alejando su culito de la polla invasora pero el coronel la tenía firmemente asida. De todos modos, como no le gustó su actitud le proporcionó un par de cachetes como aviso de que su violación anal podía ser mucho más dolorosa.

Estate quieta zorra. Te la voy a clavar por el culo lo quieras o no.

Perdone, señor. Es que duele mucho, ha sido sin querer. Señor.

El despiadado coronel se sintió complacido cuando vio aflorar de nuevo las lágrimas en el rostro de la chica. A pesar de su enorme excitación el primer intento de su señor por entrar en ella había sido muy doloroso. Para ayudarse en la penetración, el coronel hizo que Nadia apoyase su cabeza en la almohada sobre el colchón del camastro. Ahora era su indefenso culito la parte más elevada de su sufrido cuerpo. Vinieron un segundo, un tercero y hasta un cuarto intento cada vez más potentes, cada vez más profundos, cada vez más desgarradores y lacerantes hasta que finalmente el inmisericorde ariete traspasó la entrada de su año. Había conseguido meter la ancha cabeza

Nadia mordía la almohada y sus gritos quedaban ahogados por esta. Aunque no le podía ver la cara, el coronel disfrutaba del dolor que sabía le estaba produciendo. Las crispadas manos de la muchacha parecían que arrancarían de un momento a otro los barrotes del cabecero por la fuerza con que los asía. Estaba sudorosa y completamente rígida. Parecía más una estatua de mármol que una mujer de lo tensa que estaba. Por un lado esto era lo que buscaba aquel desalmado pero la tremenda presión que ejercía involuntariamente sobre su polla le resultaba dolorosa a él. Decidió cambiar de táctica y ayudar a la joven en su iniciación con el sexo anal.

Tranquila gatita. Lo peor ya ha pasado. Ahora tienes que relajarte, destensar esos músculos y disfrutar. Sí disfrutar cuando hayas aprendido verás como prefieres que te cojan por la colita en vez de por la conchita. Relájate. Ahora te la voy a sacar despacio para metértela otra vez verás como poco a poco te la comes toda golosona.

Por… favor ¡AY! Por ¡AY! favor señor… ¡AY! muy ¡AY! despacio ¡AY! señor.

Nadia estuvo tentada de pedirle que no siguiera sodomizándola. Pero ya conocía lo suficientemente al coronel como para saber que si lo hacía, no sólo no conseguiría nada; sino que se ganaría un castigo que sería peor. Trató de seguir las instrucciones recibidas aunque no lo conseguía el miedo le impedía relajarse. Pero por más que ella lloraba aquel hombre no se daba por vencido.

Maldita zorra no quieres que entre y por eso no me haces caso… Pues peor para ti.

Cansado de esperar que Nadia se relajase un poco más. El coronel comenzó a azotar a la desdichada muchacha. La idea era por un lado, recordarle su situación y por otro que al distraer su atención con los azotes relajase su esfínter y así poder penetrarla.

¡AY! ¡AY! Señor… No me pegue… ¡AY! ¡AY!... Señor por favor… ¡AY! ¡AY! ¡AAAAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYYYY!

SÍÍÍÍÍÍͅ Por fin puta… Ya era hora… te ha entrado la mitad zorra por tu bien espero que te relajes.

El coronel dio comienzo a un metódico bombeo. Presionaba hasta avanzar unos milímetros, se paraba, retrocedía para tomar impulso y volvía a atacar. Así sin apenas descanso conseguía poco a poco enterrar su mástil en la desamparada muchacha. Nadia solo podía gritar, morder la almohada y mover la cabeza. Sentía cómo se distendían sus músculos para poder acoger a ese monstruo que la torturaba y temía que de produjese un desgarro. Para su desgracia, el coronel sabía muy bien lo que hacía. Lo había calculado todo para causarle el mayor dolor con el mínimo daño. Y la experiencia de los muchos años en aquella prisión lo había convertido en un verdadero experto. Finalmente tras un largo batallar logró que la muchacha se enfundara toda su tranca hasta los mismísimos cojones. Una vez la tuvo toda dentro se esperó unos instantes antes de repetir la operación a la inversa es decir sacársela del todo. Así la estuvo vejando largo rato. Introduciendo y sacando su miembro con sistemática precisión y velocidad. Como la chica seguía quejándose pero más quedamente decidió escarmentarla como tenía previsto...

¿Te gusta que te follen por detrás puta? ¿Que te den por culo?

¡AY! NOOO…Duele señor… Pare por ¡AY! Faavor… seeñor.

¿Noo? Yo te enseñaré para que te guste zorra. Verás

Nadia estaba aterrada no le gustaba el tono en el que le había hablado. Y sabía muy bien que el coronel no la amenazaba en vano. Se preguntaba qué le había hecho, porqué se ensañaba de aquella manera. La respuesta simplemente se negaba a aceptarla. No había hecho nada que mereciera que la castigaran pero él disfrutaba viéndola sufrir.

El coronel enterró su polla hasta el fondo de un rápido y poderoso envite. Se aseguró que sus testículos rozaran el jugoso coñito de la joven. Así con toda la polla en las entrañas de la chica enganchó la cadenita que tomara con el anillo para el pene y la ajustó para dejarla tirante con la cadenita que unía los dos pezones de sus tersos pechos. Si retiraba su polla, ésta tiraría de sus pezones torturando sus tiernos y castigados pechos. Si la empitonaba hasta el fondo, descansarían sus pechos pero ahora sería su perforado anito el que padecería la cruel tortura. Una vez que lo tuvo todo listo dio comienzo a su cruel representación.

Nadia chillaba y se removía desesperada por la brutal cabalgada. El coronel había decidido pistonear con fuerza y rapidez en las tiernas entrañas que tan cálidamente lo recibían. Aquello era música para sus oídos. Por si fuera poco asió a su víctima del cabello y tironeando de él la obligó a mirarse en el gran espejo que tenía delante. Su rostro desencajado envuelto en un mar de lágrimas era una visión que no pudo soportar sin llegar a correrse. Violentos chorros de esperma se le clavaron en lo más profundo de las entrañas de Nadia. Los frenéticos bombeos fueron apagándose. Exhausto y satisfecho el coronel se dejó caer sobre su presa quien cedió ante su peso quedando ambos tumbados sobre el catre. Así estuvieron algunos minutos mientras ambos normalizaban su respiración. El uno por el fantástico orgasmo que le habían proporcionado, la otra por el descanso que suponía el que la dejaran de torturar por unos instantes.

Inesperadamente el coronel salió de la chica y se alejó de ella. El agudo dolor que sintió cuando el tremendo tirón le soltó las pinzas de los pezones no fue nada comparado con la sorda quemazón que sentía ahora que la sangre regresaba a los mismos. Quiso aliviarse tapándoselos con sus manos pero éstas seguían atadas. Lo único que pudo hacer fue encogerse sobre sus piernas. Pero aquel bruto no había terminado con ella. Sin muchos miramientos la asió con fuerza y la obligó a limpiarle la polla con la boca. El asco y las nauseas que sintiera la primera vez no eran nada comparados con los que sentía ahora. Sentía el sabor del semen de aquel cerdo mezclado con el de sus propias heces. Era humillante y no paraba de llorar. ¿Qué más le podían hacer? ¿Cuándo se cansaría o se quedaría satisfecho?

Bien pequeña. ¿No ha estado mal? ¿Eh? Te has portado como toda una profesional. ¡Coño! Como lo que eres. Aunque hay que reconocer que para ser la primera vez… lo has hecho muy bien. En tu casa se pueden sentir orgullosos de la puta que tienen. De primera sí señor. Ahora levántate vamos a adecentarte un poco… Por hoy creo que he tenido bastante.

El coronel la levantó de la cama aunque la dejó con sus manos esposadas por delante. La dejó en medio de la sala y la comenzó a duchar con la manguera. Nadia esperó un chorro de agua fría pero en vez de eso un agradable chorro de agua tibia la reconfortaba. El coronel la enjabonó y la aseó a conciencia sobre todo en sus partes más íntimas. Nadia no pudo evitar un último orgasmo cuando su torturador le aseaba el coñito. Cuando se quedó satisfecho la secó la llevó al camastro y la ató de nuevo con las manos en el cabecero. A Nadia no le importó que la ataran otra vez sólo quería que la dejasen tranquila y poder descansar. Le dolían todas las articulaciones, tenía maltrechos sus pechos y su culito y le quemaban su ano y su vagina. Necesitaba dormir y cerró sus ojos mientras el coronel se aseaba, se vestía anotaba algunas cosas y se marchaba. Todo había terminado por hoy

Bueno putita mañana nos vemos. Descansa todo lo que puedas.

El coronel salió de la celda dejando sola por primera vez en mucho tiempo a la bella cautiva. Pero no había pasado ni un minuto cuando la puerta se volvió a abrir. Nadia miró a la entrada y comprobó como entraba otro oficial.

Hola furcia. Soy el capitán Márquez. ¿Qué tal estas?

Era una pregunta retórica. El capitán comenzó a desnudarse desabrochándose la camisa.

NOOO… OTRA VEZ NOOO… SEÑOR… No puedo más estoy rendida, señor.

Cállate Puta y abre bien esas piernas. Quiero ver bien el coño que me voy a follar.

Nadia no tuvo más remedio que obedecer. Su primer día aún no había terminado