La caza, etc

Su esposa es también su esclava, una perra entrenada para ojear a las ninfas que su dueño obtiene como trofeo.

La mujer de Víctor es muy joven, hermosa, complaciente, simpática, inteligente y tetuda. Todo el mundo se siente atraído por ella, tanto varones como hembras. Los dos son cómplices en un juego que les gusta mucho. Diana le adora y está siempre dispuesta y alerta para responder al nombre del mito que lleva orgullosa: Diana cazadora.

Las presas de su caza son las damas susceptibles de pervertir, para entregárselas a Víctor, su dueño y señor, en bandeja. Porque su esposa es también su esclava, una perra entrenada para ojear a las ninfas que su dueño obtiene como trofeo.

Su participación en la vida social encubre ese juego a la perfección. Son una pareja envidiada, siempre animada y atractiva. Cuando hablan en público, se refieren el uno al otro con sus nombres, pero en cuanto se presenta la ocasión de comenzar una cacería, Diana cambia el tono y susurra al oído de Víctor tratándole como tiene ordenado en privado.

Están en una fiesta. Hay mucha gente. Diana lleva un vestido rojo escotado sin ropa interior, y permanece asida al brazo de su marido en todo momento. Hablan con unos y con otros, deambulando por la estancia. Una leve presión en el brazo pone alerta a Diana y mira hacia el fondo. Es el matrimonio Ruiz, con su pequeña. Llevaban cinco años sin verse y la niña se ha puesto preciosa. El oído de Víctor se agudiza:

-Amo, a la cachorra de los Ruiz ya le han crecido las tetas, mire. ¿Le apetece?

Víctor avanza hacia los Ruiz, con Diana del brazo.

-¡Hola! ¡Cuánto tiempo! Tú debes de ser Rosita, no te acordarás de nosotros. Somos amigos de tus papás. Yo soy Víctor y ésta es Diana, mi esposa.

Los cinco intercambian besos. Su amo da una palmada en el culo a Diana, que se pone a trabajar, conversando animada con la niña, toqueteándola presumida. Víctor entretiene a los padres, contándoles su último viaje. La madre mira a su hijita, que se ha sentado con Diana en un sofá.

-Vaya, Víctor, parece que Rosita y tu mujer han hecho buenas migas. Me alegro, porque la niña no paraba de decirnos que se aburría.

Víctor mira a su perra, que está intercambiando su teléfono con la pequeña. Luego se hacen una foto juntas y siguen hablando. La cría mira embobada a la esclava, con su labio inferior colgando a punto de soltar su baba virginal, mientras deja con toda confianza que Diana le agarre la pierna. Víctor se mueve ligeramente para tapar la vista al señor Ruiz, mientras le habla de temas intrascendentes. Deja pasar unos minutos y le hace un gesto a Diana para que vuelva.

-Bueno, familia. Un placer.

La niña se queda con sus papás, mientras Diana y Víctor se van de la fiesta.

Ya en el coche, antes de arrancar, la perra muestra la foto a su marido mientras le acaricia el paquete.

-¿Qué le parece, amo? Yo creo que la zorrita merece la pena...

-Buena pieza, desde luego. Y tú buena fotógrafa, se le ve medio pezón por el escote...

Víctor conduce hacia casa con la garganta de Diana enfundando su polla. La niña se la ha puesto tan dura como a su padre, cuando miraba cómo tonteaba con la perra y ha tenido que taparlas.

-Nunca me canso de tus mamadas, perra. Sólo de pensar cómo voy a ensartar a Rosita estoy a punto de correrme.

Víctor nota la lengua de Diana moviéndose con presteza, sin dejar de alojar su polla completa. Como siempre, ha entendido la orden y provoca la eyaculación de su amo. En un momento se traga todo, le limpia con su lengua y se acomoda en su asiento.

-Gracias, amo. Tengo el coño encharcado. Me pone muchísimo hacerle feliz. Permiso para sacar el teléfono.

-Hazlo, mi puta.

-Ya tengo un mensaje de la cría: "Hola, Diana. ¿Un café mañana?"

-Dile que se arregle.

-"A las once en el Café Dorado. Ponte guapa". "Jajaja, tú también". "Besos".

Domicilio de los Ruiz, a la mañana siguiente.

-Mamá, voy a tomar un café con Diana.

-Qué bien, hijita. Me alegro mucho de que os estéis haciendo amigas. La mujer de Víctor es muy simpática. ¿Verdad, querido?

-Sí, cariño. Rosita, dale recuerdos de nuestra parte.

Al padre de Rosita no se le ocurre otra respuesta, mientras no quita de su cabeza la imagen fugaz de su hija sentada junto a Diana en la fiesta.

Rosita se esconde en los trasteros antes de salir a la calle. En un momento, cambia su aspecto deportivo por un vestido corto y tacones que guardaba en el bolso. Ahora sí está presentable para su nueva amiga.

Diana espera fumando en la terraza. La niña llega y se abrazan. Si la presencia de Diana eleva la temperatura de cualquier lugar donde se encuentre, ese abrazo casi hace saltar los cristales de las ventanas. Rosita es, por fuera, una hembra pechugona infinitamente apetecible, pero por dentro sólo tiene inocencia infantil. Diana le pone muy cachonda, pero no lo sabe.

-Jo, Diana. Estás guapísima, como siempre. Todos los hombres se vuelven a mirarte.

-Nos miran a las dos, pequeña.

-Jajaja, no lo creo. Yo sólo soy una niña. Es que además tú tienes esa forma de ser tan natural, como si todo estuviera siempre bien. Mis padres no hacen más que quejarse de todo, pero tú transmites lo contrario.

-Bueno, yo tengo un par de secretos para eso. Por un lado, mi marido es un hombre maravilloso y le agradezco siempre que me haya elegido...

-Jo, que suerte. Se os ve muy unidos, sí...

-Lo estamos. Y por otro, esto es más íntimo...

-Dime, Diana, con toda confianza...

La niña espera la confidencia con el coño chorreando. Un pequeño mareo placentero la recorre de arriba abajo.

-Bueno, a lo mejor es una tontería. Ah, y espero que no te moleste que te esté acariciando todo el rato. Es que soy muy tocona, y tienes una piel tan fina... Además, te has puesto un vestido que te tapa muy poco, estás para comerte...

-Jajaja, no me molestas para nada. Al contrario, me encanta sentir tus manos. Y yo también estoy haciendo lo mismo contigo, así que estamos empatadas. Pero dime esa otra cosa, por favor...

-El asunto es que yo no uso nunca ropa interior. Ni braga ni sujetador. Las únicas prendas íntimas que tengo son de lencería bonita, para alegrar la vista de Víctor.

-Vaya, qué cosas más nuevas para mí. Me había fijado en que marcas los pezones en la tela, pero no imaginaba esto que me cuentas. ¿Y eso es lo que te hace estar más a gusto siempre?

-Da una sensación muy rica de libertad. Prueba y verás.

-¡Imagínate! Quitarme la braguita y el sostén ahora mismo, delante de todos...

-No, Rosita. igual te detienen por escándalo público. Ve al baño y ya está.

La niña se levanta emocionada: va a hacer una pequeña travesura y su mente infantil no procesa más que eso. Diana le agarra de la muñeca cuando ya está de pie junto a ella, y le da un beso en la mejilla antes de dejarla marchar.

-Por si no regresas, cielo.

Rosita vuelve, por supuesto, lo más rápido que puede. Quiere estar el mayor tiempo posible junto a su cariñosa amiga. Además, se ha mirado en el espejo y sus enormes tetas se marcan bajo su vestido ajustado como si estuviera desnuda. Se sienta y busca refugio junto al cuerpo de Diana.

-Mira, Diana.

Rosita muestra su bolso abierto. En el interior, su braga y su sujetador.

-Muy bien, pequeña. ¿Cómo te sientes?

-Jo, la verdad es que me da un poco de vergüenza. Por eso estoy así, vuelta hacia ti. Perdona que te agarre tan cerca.

-Tú disfruta, nada más. Venga, vamos a jugar a que yo mando y tú obedeces. Así voy dándote instrucciones para que te sueltes un poco.

-Vale, entonces ahora soy algo así como tu esclava, ¿no?, jajajaja.

-Eso es, tú mi esclava y yo tu ama. ¿Lista?

-Sí, mi ama, preparada para obedecerle, jajaja. Qué nervios...

-Muy bien. Sepárate de mí poco a poco, y te sientas erguida en tu silla. Confía en mí.

La niña se aleja unos centímetros de Diana, que se enciende un cigarro y cruza sus piernas, acomodándose en su asiento con seguridad. Rosita permanece inmóvil, con sus pezones apuntando al frente.

-Bien, mi niña. Ahora estás expuesta a todo el mundo. Respira hondo. Tus tetas suben y bajan, son preciosas. No pasa nada, eres libre. Mantén tus ojos mirando los míos, así.

-Buf, mi ama. Nunca había sentido nada igual. Es como si estuviera desnuda en medio de la calle. Si me viera ahora mi padre, me castigaría.

-No te castigaría, Rosita. Tu papá está encantado contigo, pero disimula ante tu madre. Ayer te miraba mucho, eres su hijita preciosa y eso le pone contento, como a ese señor que casi se choca ahora con la farola por mirarte a ti.

-Qué mentirosa. La miran a usted, ama. Bueno, quizás ahora a mí también. Pero eso es un poco...

-Eso es lo normal. La belleza atrae a todo el mundo.

-Ay, gracias. Estoy empezando a acostumbrarme a esto. Ya no me da tanta vergüenza, sobre todo teniéndola a mi lado, mi ama. ¿Estoy jugando bien? ¿Qué tengo que hacer ahora?

-Todo bien, cariño. Ahora abre un poco tus piernas. Sentirás el fresquito en tu interior. Nadie se dará cuenta más que tú.

-Aaah, qué delicia. Es como si algo quisiera explotar dentro de mí. Mi ama, ordéneme más cosas, quiero más, por favor...

-Tranquila, chiquilla. Relájate. Toma, fúmate un cigarrillo y te explico lo que te ha pasado.

-Buf, gracias. Nunca había fumado. Es raro, pero me gusta. Me gusta todo lo que me hace usted, mi ama.

-Pero serás traviesa... Por ahora hemos terminado nuestro juego. Soy tu amiga Diana, nada más.

-Ah, perdone, digo perdona, Diana. No sé por qué, pero me estaba gustando tanto hacer de tu esclava... Lo siento, soy una tonta.

-No pasa nada. Todo esto que te sucede es normal. Te has excitado, ¿sabes lo que es eso?

-Algo de sexo, me parece. Cuando los chicos se tocan el paquete o algo así.

-Eso es. Las chicas también nos excitamos, y llegamos al orgasmo. Tú has estado a punto hace un momento.

-¿Orgasmo? Qué cosa más rara.

-Es cuando se explota de placer. Luego una se queda relajada. Como ahora tú, con tu cigarrillo, tus pezones marcados y tu coño al aire. Ya no sientes ninguna vergüenza, enhorabuena.

-Es verdad, ni me estaba dando cuenta. ¿Y yo puedo tener un orgasmo? ¿Me dejas? Ay, otra vez con eso de que soy la esclava y tal. Perdona...

-Bueno, si tanto insistes, podemos jugar siempre a eso. Será nuestro secreto. ¿Te apuntas?

-Sin dudarlo, mi ama. Es que me sale así, sin pensar. Entonces, me deja tener un orgasmo, ¿sí?

-De acuerdo, mi niña caprichosa. Tembién se dice correrse. Te correrás cuando yo te lo ordene. Vamos a grabarnos un vídeo, aquí mismo, de recuerdo. Acerca tu silla.

La niña obedece. Diana saca su móvil y estira el brazo, obteniendo una buena toma de las dos sentadas, con las tetazas juntas y alineadas. Susurra a la niña al oído lo suficientemente alto para que se oiga en el vídeo.

-Hola, soy Diana y esta niña es mi perra Rosita. Saluda, esclava.

-Hola, soy la perra Rosita y estoy con mi ama Diana, que me va a dar permiso para tener mi primer orgasmo. Me hace mucha ilusión.

Diana susurra al oído de la niñita, procurando que su lengua moje la oreja de Rosita.

-Tienes el coño desnudo y abierto. Tus tetas se marcan en público y deseas obedecerme por siempre. Sientes un hormigueo de placer que te inunda. Tu aliento es más fuerte. Tu cuerpo te pide llegar al orgasmo. Córrete, ahora, perra.

Un jadeo agudo queda grabado en el móvil, que registra el primer orgasmo de la niña tetuda, junto a la también tetuda e incomparable Diana cazadora. Sin siquiera tocarse, esa perrita ha mojado la silla. Diana lleva el móvil bajo la mesa y graba la mancha junto al coño infantil, levantando un poco su vestidito.

-Jo, ha sido genial, mi ama. Ahora tengo que marcharme ya. Mis padres me esperan para comer.

-Muy bien, mi perra. Me encantas, te has portado genial. Nos vemos pronto.

Antes de dejarla marchar, Diana le da un beso en la boca a Rosita. La niña se sorprende pero se deja hacer y se va con la mente llena de nuevas emociones.

-¿Qué tal te ha ido con tu nueva amiga, Rosita?

-Ha sido una pasada, mami. Es muy amable y me encanta quedar con ella.

-Pues tu padre y yo nos alegramos mucho. Estabas muy solitaria últimamente y Diana es lo que necesitas, sin duda. ¿Verdad, cariño?

-Claro, querida. Si hasta pareces más guapa y sonrosada, Rosita.

-Ay, papi. No me digas esas cosas, que me pongo colorada...

-Tu padre tiene razón, estás guapísima. Pronto serás toda una mujer. me alegro tanto de que las cosas vayan bien...

La madre de Rosita se enternece. Llevaban una época familiar mala y parece que todo vuelve a ser positivo. Abraza a su hija, que le devuelve tiernamente la muestra de cariño. El padre no puede evitar empalmarse al verlas tan juntas, aplastándose entre sí los dos pares de tetas rebosantes. Se levanta y se une al abrazo, posando sus manos en el increíble cuerpo de la niña, que nota la erección de su padre y siente que su coñito vuelve a mojarse.

Rosita se va a su cuarto, dejando a sus padres en el comedor.

-Cielo, me alegro de que estés contenta por fin. ¿Vamos a celebrarlo con una siesta?

-Jajaja, pero qué pícaro eres. La verdad es que me apetece mucho.

Hacía tiempo que el matrimono Ruiz no tenía sexo. Tras la puerta entreabierta, Rosita se masturba mirándolos. Sus ojos se cruzan con los de su padre, que se corre al instante. Rosita se va a su habitación en silencio. Necesita su segundo orgasmo, pero ha recordado que para ello tiene que pedir permiso a su ama.

Diana muestra el vídeo a Víctor.

-Eres increíble. La has esclavizado en la primera cita. Enhorabuena, mi perra.

-Gracias, mi amo. Veo que le gusta la película... ¿Querrá usted romper los agujeritos de la niña con esta polla dura?

-Me los vas a servir en bandeja, pedazo de puta.

Diana sonríe para sus adentros satisfecha, mientras su amo vuelve a descargar en su esófago, apretando su cuello con las dos manos. Le encanta ser un objeto para su amo, sentirse siempre útil, ensartada, azotada, vejada.

-Vamos a tomar algo, mi cerda.

Diana se arregla en un minuto. Sabe que su amo es de gustos sencillos y no necesita más que un vestido provocativo y unos zapatos de tacón. Su belleza, sus maneras y su actitud entregada permanente hacen el resto. Entran en un bar, Diana siempre un paso detrás de Víctor. Se acercan a la barra. Bingo, la camarera es preciosa.

-Hola, guapa. Ponme una cerveza, y a mi mujer un vaso de agua.

Diana permanece de pie, mientras Víctor se sienta en un taburete. La joven camarera les observa curiosa. Víctor se desata un zapato, divertido. Diana se arrodilla a atárselo de nuevo y vuelve a su posición, sonriendo. La pareja conversa y la camarera se acerca a fregar algo, justo ante ellos, y mostrando su generoso escote.

-Oh, Víctor, fíjate. Esta niña es preciosa. ¿Cómo te llamas?

-Soy Piluca, señores.

-Ah, pues encantados. Nosotros somos Víctor, mi marido, y yo Diana. he visto que nos mirabas mucho...

-Sí, perdonen, es que me resulta raro en estos tiempos ver cómo se comportan. Parecen un matrimonio antiguo, como de película...

-Diana, voy al baño.

Víctor se aleja, dejando a las dos con la charla.

-Si me lo permite, hacen ustedes muy buena pareja. Usted es muy joven y guapa, y su marido un maduro muy atractivo.

-¿Por eso nos has enseñado tu escote hace un momento, Piluca?

-Ay, perdone, ya me lo han dicho alguna vez. Me pongo a fregar y se me ve todo. Ha sido sin querer.

-Pero nos ha gustado mucho, no te preocupes. ¿Quieres que te pasemos a recoger cuando salgas? Le pediré permiso a mi marido...

-Jajaja, no sé qué rollo se llevan ustedes, pero tengo novio y me vendrá a buscar él...

-Ningún rollo, niña. Sólo intentaba ser amable contigo.

Víctor vuelve del baño.

-Hola de nuevo, Piluca. Ya veo que aún estáis charlando.

-La niña se pregunta qué tipo de relación tenemos. Le he dicho que somos normales, que si piensa algo raro. No quiere que le recojamos a la salida, si dieras tu permiso.

-Vaya, pues si eres una chica rebelde habrá que castigarte.

-¿Pero qué está diciendo, señor?

-Yo estaba dispuesto a dar mi permiso para recogerte hoy, pero veo que no quieres.

-No es que no quiera, señor. Mi novio vendrá a por mí a las ocho. Y espero que haya dicho lo del castigo en broma.

-Era una manera de decir que te quedas sin nuestra compañía, claro. Oportunidad perdida. Se ve que no eres capaz de mandarle un mensaje con cualquier excusa. Lástima.

-Vaya, perdone. Es que ustedes dos se comportan raro. No hay problema, mire.

La niña se ha sentido herida en su amor propio y le ha escrito a su novio: "Cari, no pases hoy a recogerme. Tengo que quedarme a limpiar hasta tarde. Nos vemos mañana, besos".

-Así mejor, Piluca. A las ocho venimos a por ti.

Mientras se van, un mensaje suena en el móvil de Diana.

-Míralo, perra.

-Es de Rosita. Vea, amo: "Diana, por favor, quiero correrme".

-Ni hablar. Rosita debe aprender a comportarse.

-Le contesto: "Aguanta, mi niña. Yo te diré cuándo".

"Sí, mi ama".

Víctor y Diana pasan la tarde de compras, haciendo alguna pequeña caza, con simples roces en los vestuarios con las dependientas o charlando con chicas adolescentes mientras fuman en la entrada de las tiendas y las niñas se dejan sobar un poco. En casa de Rosita, su madre se sienta frente al televisor y su padre ordena unos papeles en su despacho.

-Papi, ¿puedo pasar?

-Claro, mi niña.

Como ha hecho tantas veces en su infancia, Rosita se acerca a su padre y se sienta en su regazo. Lleva un cómodo pijamita de tela algo gastada y muy fina. Con el tiempo, se le ha quedado verdaderamente pequeño. El hombre se empalma bajo el culo de su hijita y le acaricia un lateral de su torso, pasando las yemas de los dedos por el contorno de una de sus tetazas.

-Jajaja, papi, me haces cosquillas, qué rico.

-Rosita, te estás haciendo mayor, ¿te gusta algún chico?

-No, por favor, nada de eso. Aún soy una niña, la niña de papi. ¿Sigues pensando que soy la más guapa del mundo?

-Claro, pequeña. Y la más traviesa. Te he visto espiarnos antes.

-Perdona, papi. No se lo digas a mamá. Yo tampoco le contaré que me acaricias así, no lo entendería...

El hombre retira sus manos del interior del pijama de su hija, sorprendido. Su niña es más lista de lo que parece. Rosita sale del despacho contoneando su culo y con el dedo índice en la boca, sonriente y volviendo los ojos a su padre.

Piluca, la camarera, sale del bar a las ocho, un poco nerviosa, y escucha el pitido del coche donde entra al asiento trasero. Conduce Diana, y Víctor le acompaña delante.

-Mi marido y yo estamos ilusionados contigo, Piluca. Eres una niña preciosa, la hija que desearíamos tener.

-Ay, gracias, señores. Todo esto es nuevo para mí. ¿Dónde me llevan?

-Iremos primero a casa. Diana te pondrá guapa, y luego de fiesta por ahí.

Víctor explica el plan de la noche a Piluca estirando su brazo hacia atrás para agarrar fuerte el muslo de la niña, que ante esa expresión de firmeza sólo puede sonreír, confundida.

Ya en la casa, Víctor se toma una copa mientras Diana prepara a la niña. Ésta pasa del recelo a encontrarse a gusto, ante las muestras de ternura de Diana, que le enfunda con mimo unas exquisitas piezas de lencería erótica, un vestido rompedor y unos zapatos de tacón muy alto. La acerca de los hombros a un espejo.

-¿Ves, hijita? Así estás increíble. Esta noche somos una familia de celebración. Puedes llamarnos mamá y papá, nos encantará.

-Vaya, gracias, sí que estoy guapa... mamá. Se me hace raro llamarte así...

-Ya te acostumbrarás. Vamos a ver qué le parece a papá tu nuevo look.

Diana lleva a la niña al salón, guiándola desde atrás.

-Venga, hija, dile algo a papá.

-Pues... Ya ves, papá. Mamá me ha puesto guapa para salir por ahí... ¿Te gusta así?

Víctor se levanta y abraza a Diana, con la niña entre los dos.

-Diana, has hecho un buen trabajo con Piluca. Me hace mucha ilusión veros tan guapas juntas. Esta noche sois mi esposa y mi hija, pero igual podríais ser hermanas gemelas a mi servicio.

Piluca se ve atrapada entre sus nuevos padres adoptivos, que se besan tiernamente. La camarera no es de piedra y se deja llevar por la excitación, uniéndose al beso. Nunca había hecho nada parecido, pero le encanta sentirse tan unida a esa pareja que acaba de conocer. Víctor se separa del trío y llama a un taxi.

La madre de Rosita prepara la cena. El polvo con su esposo la ha rejuvenecido y está radiante. Incluso ha rescatado un camisón corto, transparente, que no se ponía desde hace mucho. Siente que algo en su cabeza ha cambiado. Piensa en su hijita, tan guapa ya; en Diana, también preciosa y que tanto bueno ha traído, y en la polla de su marido clavándosele con pasión. Está liberada y feliz.

El padre de Rosita no se puede quitar de la cabeza a su niña. Va a la cocina a por un vaso de agua y encuentra a su mujer trabajando semidesnuda.

-Vaya, querida, menudo modelito...

-¿Te gusta, cariño?

-Estás para comerte, desde luego.

-Hoy me siento más joven que nunca, mi semental. Y ya veo que tú también, juguetón...

El hombre está magreando a su esposa cuando llega Rosita.

-Oh, papis, me encanta que sigáis queriéndoos así. ¡Mamá, estás guapísima!

El abrazo del mediodía vuelve a repetirse en la familia Ruiz, y esta vez se prolonga más que la anterior. La madre lo disfruta con un ingrediente nuevo, el del vicio que ha recuperado, y no le da importancia al juego de manos que se llevan entre los tres. El padre ya está rendido al juego, y recorre con lujuria las tetorras y el culo de las dos hembras en celo. La niña recuerda el beso de Diana, igual de enfebrecida que sus padres, y abre su boquita jadeando. En un momento, los tres funden sus bocas.

Bastante alterados, sin saber cómo continuar, se separan y fingen normalidad al sentarse a la mesa. Pero ya nada es igual. Rosita, que al fin y al cabo sigue siendo una niña inocente, rompe el silencio.

-Mami, ya te lo he dicho antes, pero con eso que llevas puesto estás preciosa.

-Gracias, mi bomboncito, hoy me siento radiante. Tu padre y yo nos alegramos mucho de tenerte y tú también te ves fenomenal, hijita.

-Al final me lo voy a creer, papis. Mis pechos han crecido muchísimo, pero aún soy pequeñita. Papá, a ti te gustan, ¿verdad?

-Pero qué dices, Rosita. Qué va a pensar tu madre...

-Yo pienso que te privan tanto como a mí. No vengas con remilgos ahora, que acabamos de sobarnos los tres como animales... Y ese besazo que nos hemos dado ha sido increíble... ¿O me equivoco, querido?

La madre está lanzada y agarra la polla tiesa de su marido bajo la mesa.

-No, mujer, ha sido muy bueno, pero la niña es muy pequeña...

-Mientras estemos a gusto los tres, no pasa nada malo. Que te privas por las tetas de Rosita, pues normal, son increíbles. Para eso es hija mía.

-Mami, antes os he visto en la cama y me ha gustado mucho.

-Vaya, conque espiándonos.

-Sí, querida. Yo la he descubierto y luego se lo he dicho en mi despacho...

-Mientras papi me acariciaba las tetas...

-Así que habéis tenido un adelanto de lo que ha pasado en la cocina. Tendría que enfadarme, pero me estoy poniendo muy burra... A ver, ¿cómo estábais exactamente?

Rosita no entiende lo de burra, pero salta al regazo de su padre. El hombre no duda en volver a meter mano a la niña y besarla a tornillo. La madre los mira embobada y mojada. Se acerca y pone a Rosita arrodillada a un lado de su padre, que sigue sentado, y ella misma también se arrodilla, entre las piernas de su marido, que le clava la polla en la garganta.

-Papis, esto que hacéis es muy divertido. Yo me correría ahora mismo viéndoos, pero Diana no me ha dado permiso.

Diana y Víctor están tomando una copa con Piluca en la barra de un bar, que charla animada con ellos, totalmente confiada.

-¿Te gusta tu nuevo padre?

-Vaya pregunta, Diana. Víctor es muy atractivo, sí, tienes suerte con él.

Víctor rodea la cintura de Piluca con sus brazos, situado tras ella. Diana sigue la conversación agarrando las muñecas de la cría.

-¿Ya has olvidado que ahora somos tus papis?

-Oh, perdón, mami. Pues eso, sí, que papá es muy guapo y... Lo siento, es que entre lo del beso que nos hemos dado en vuestra casa, las caricias en el taxi y ahora tan cerca de los dos, llevo un buen rato excitada. Además, vestida así me parece como si todo tuviera un lado sexual, no sé...

-A papá y a mí nos parece bien que sientas todo eso, no tengas problema en expresarlo con nosotros, somos unos papis muy liberales...

La niña Piluca sonríe y se deja acercar hasta juntar su cuerpo con el de Diana. Víctor se pega a la espalda de Piluca, que no puede evitar rozar sus tetas con las de mami y su culo con el paquete de papi. No hace falta decir nada: comienza un beso a tres interminable.

Diana se retira a una mesa y deja a Víctor con Piluca comiéndose las bocas con pasión. Antes de ir a buscar por la tarde a la camarera, ha recibido órdenes concretas. Debe prosperar con Rosita y le envia un mensaje sencillo: "Córrete".

En medio de su escena incestuosa, Rosita ha confesado que obedece a Diana. Su madre desenfunda la boca de la polla del padre e interroga a la niña.

-¿Qué permiso? Hija, vamos a hablar de eso.

-No es más que un juego con mi amiga, mami. Sólo puedo tener un orgasmo si ella me lo permite. Ah, mirad, papis: acaba de llegarme un mensaje para que me corra ahora.

El padre, aún más excitado al oír la confesión de su pequeña, la agarra del pelo y la tumba en su regazo. Empieza a azotarle el culo, a lo que la madre se une. Los azotes acompañan al orgasmo de Rosita, que sin saberlo acaba de empezar un viaje hacia el placer masoquista.

-Querido, tenemos que castigar más a esta niña. Y creo que Diana puede ayudarnos a redoblar su disciplina.

-Como quieras, querida. Pero tengo una urgencia ahora mismo. Trae la boca.

Rosita descansa en el suelo viendo cómo su padre descarga en la garganta de su madre. Cuando terminan, aplaude feliz. El padre ha quedado satisfecho de momento, pero la madre aún no.

-Rosita, ya hablaremos de todo eso de Diana. Pero ahora, haz el favor, cómeme el chocho.

La niña lame y muerde hasta que su mami se corre. Los tres están exhaustos, pero a la niña aún le quedan fuerzas para coger el teléfono y responder a Diana: "Gracias, mi ama".

Piluca está totalmente entregada a Víctor. Desea ser suya, servirle, hacer lo que sea por él, ese hombre que le triplica la edad y le está llevando al paraíso sólo con besarla y meterle mano.

-Papá, por favor, quiero que me folles. No aguanto más así.

-Ve a decírselo a mamá, bonita.

La criatura se acerca a Diana y le cuenta su necesitad. Diana mira hacia la barra y ve a su amo con una sonrisa de oreja a oreja.

-Siéntate conmigo, ricura. Vamos a alegrar la vista de papi.

Y vaya si lo hacen. Piluca, totalmente emputecida ya, sorbe la saliva de los labios de su madre adoptiva. Las dos zorras se lamen, se besan, se muerden, dejan caer sus babas sobre sus enormes tetazas, se magrean, se arañan, enredan sus muslos, jadean mirando fijamente a Víctor. Él se acerca lentamente hacia ellas.

-Hijita, veo que te gusta jugar con mamá. Vamos a casa y te enseño a jugar conmigo también. Aquí has llegado ya al límite de lo que se puede hacer en público.

Ya en el domicilio conyugal de Víctor y Diana, Piluca se entrega por completo a su papi, que con la ayuda de Diana la inicia en los placeres de la sumisión total. El cuerpo de la niña es taladrado por la polla de Víctor, sin contemplaciones, por todos sus orificios, y su exquisita piel recibe todas las hostias que el matrimonio le regala por capricho. Encadena los orgasmos a medida que sus tetazas, su culo y sus mejillas enrojecen, hasta que la sesión termina y permanece tendida en el suelo, cubierta de semen y convertida ya en un objeto de uso.

-Papi, nunca imaginé que se pudiera gozar tanto. Ahora entiendo bien por qué mami se comporta así contigo.

-Son las ventajas de la obediencia, hija. Tu madre lo sabe bien. Ella es mi esclava y mi cazadora. Me busca buenas piezas como tú.

-Gracias, muchas gracias, mami, por encontrarme para papi.

El día amanece en casa de los Ruiz. Todo parece normal, pero cuando el ama de casa sirve el desayuno a su esposo y su hija, la mujer toma la palabra.

-Rosita, esta noche tu padre y yo hemos hablado de ti y de Diana. Está claro que ella ejerce mucha influencia sobre ti, y tú eres aún una niña. Ayer los tres nos dimos mucho cariño aquí en casa, y fue estupendo. También recibiste tu castigo por jugar con esa joven a nuestras espaldas. Pero hay que normalizar la situación. Hoy tu padre te acompañará cuando la vuelvas a ver.

-Pero mami, Diana y yo quedamos juntas y nos contamos nuestras cositas. Si viene papá será un poco raro.

El padre deja de acariciar el coño de su esposa y se acerca a su hija. Le da un bofetón que casi la tira al suelo y la moja al instante. La niña se recompone y muestra la otra mejilla a su madre, con carita suplicante. La madre no duda en equilibrar el balance lanzándole otra buena bofetada a Rosita, que se deshace de gusto.

-A ver si aprendes a obedecernos, hija. Te hemos tenido muy consentida.

Rosita calla y se prepara para la cita con Diana. Esta vez no oculta su aspecto ante sus padres. Lleva un conjunto de top y short que no dejan dudas respecto a la ausencia de ropa interior. Padre e hija se despiden de la madre con un ya asumido beso húmedo a tres. Diana ha citado a su esclavita en el bar de Piluca.

-Hola, Diana. He venido con mi papi. Quiere hablar contigo.

-Oh, señor Ruiz, un placer verle de nuevo.

Piluca les observa tras la barra. Esa mañana ha ido a trabajar transformada, por dentro y por fuera. Lleva el modelito de anoche, y ha pasado de ser una joven camarera con novio aburrido a la hija esclavizada de Víctor y Diana. Rosita, su padre y Diana se sientan en una mesa. Piluca les sirve las consumiciones.

-Señor Ruiz, antes de que me diga qué desea, le presento a Piluca. Esta bonita camarera es hija adoptiva de Víctor y mía, desde ayer.

-Oh, encantado, Piluca. Os felicito por la novedad, Diana. Víctor y tú siempre sorprendiendo. Ah, Piluca, ésta es mi hija Rosita, buena amiga de tu nueva madre.

Piluca intercambia besos con ese hombre, abrumado de estar rodeado de tanta belleza tetuda, y también con la niña Rosita, algo celosa de la preciosa camarera, que se retira a la barra.

-Bueno, Diana. Mi esposa y yo hemos pensado que lo mejor sería hablar contigo de Rosita, sin rodeos. Sabemos que ella hace lo que quieres, y creemos que tiene que haber comunicación con nosotros. Hemos castigado a la niña por habernos mantenido al margen.

-No se preocupe, señor Ruiz. Rosita es un encanto y todo está bien. Simplemente ella y yo jugamos a que yo soy su ama y ella es mi perra. Algo inocente, que no va más lejos. Seguro que usted lo entiende.

El encanto arrollador de Diana hace mella en el hombre, que se muestra embobado ante su cercano escote y recibe encantado la mano de la joven cazadora, que la apoya sobre su pantalón, junto a su polla erecta.

-Claro, Diana, si no es más que eso... Se trata también de que nos ayudes a mi esposa y a mí a educar a Rosita. Además, con vuestra reciente adopción, ahora somos dos familias con niña.

Los ojos de Diana brillan. Rosita permanece callada mientras intuye el siguiente paso de su ama, urdido por Víctor esa misma mañana, y que la presencia no anunciada del padre de Rosita está favoreciendo. Diana acerca más sus tetazas al hombre, hasta que entran en contacto con su torso.

-Tengo una idea, señor. Vamos a intercambiar hoy a nuestras hijas. Piluca es una niña muy obediente y no les dará problemas a usted y a su esposa. Y Rosita vendrá a mi casa. Entre Víctor y yo la mantendremos en vereda.

Diana no da tiempo a responder al padre de Rosita. Llama a Piluca, que acude al momento.

-Dime, mami.

-Cuando salgas de trabajar, acudes a casa de Rosita. Hoy cambiamos de papás.

-Claro, mami, lo que tú ordenes. Un placer, señor, convertirme en su nueva hija.

-Además eso hace que Rosita y tú seáis hermanitas. Daos un beso de los buenos, el señor se pondrá contento.

Efectivamente, el padre de Rosita contempla encantado cómo ella y su nueva hija Piluca se comen las bocas. La mano de Diana aprieta el miembro de ese hombre con suerte sobre su pantalón. Ya en la calle, Diana se despide.

-Señor, yo me llevo ya a Rosita. Dé recuerdos a su esposa. A las ocho acudirá Piluca a su casa.

Diana regala al hombre un beso de despedida con limpieza bucal integral y se lleva a Rosita cogida de la muñeca. El señor Ruiz vuelve a casa ilusionado y cachondo.

-Querida, la reunión con Diana ha sido estupenda. Luego te cuento todo en detalle. Ahora necesito masacrarte.

-Soy toda tuya, semental.

Los esposos Ruiz se ahogan en el deseo ilimitado. La madre de Rosita se ha transformado ya en la perfecta puta de su esposo. Como en los buenos tiempos, vuelve a necesitar la rudeza recuperada de su marido y recibe una buena paliza acompañada de una follada descomunal, antes de conocer las excitantes novedades.

En el trayecto a casa, Diana ha puesto al día a Rosita, que ya sabe que Víctor es su amo y señor y está preparada para comportarse como una buena hija.

-Ama, espero responder como usted desea.

-Claro que sí, mi perra. Tu nuevo padre te sabrá tratar como necesitas. Además, tienes mi permiso para correrte con él. Eso le encantará.

-¡Qué ilusión! Gracias, como siempre, eres el ama mejor del mundo.

-Hola, Diana, mi perra... ¿Qué me traes?

-Hola, mi amo. Esta niña va a ser nuestra hijita, como usted ordenó.

-Perfecto, puta. Ven, niñita, acércate a papá.

Víctor acaricia la mejilla de Rosita, y continúa paseando su mano por el resto del fenomenal cuerpazo de la niña, deteniéndose en sus curvas y recovecos. La tela del minúsculo conjunto deportivo de Rosita enfunda su contorno marcándolo a la perfección, pero Víctor aumenta la sensación de desnudez escupíéndole en los pezones y el coño.

-Hija, eres aún muy pequeña pero aprenderás pronto. Mira, ésta es mi polla dura. Traga. Tu madre te ayudará.

La niña se arrodilla y repite con Víctor lo que ha visto hacer a su madre biológica con su padre biológico. La sensación de alojar esa polla en su garganta le produce un nuevo placer. Diana empuja su cabeza un buen rato hasta que el esperma de Víctor estalla en el interior de la niña, que traga casi todo, aunque deja escapar algo por su nariz.

-¿Lo he hecho bien, papi?

-Genial, Rosita.

Mientras, Piluca llega a casa de los Ruiz.

-Hola, señora. Vengo de parte de Diana, que me ha dicho que ustedes me acogerían como hija.

-Sí, mi marido me ha puesto al corriente. Siéntete como en tu casa. Eres mucho más atractiva de lo que me imaginaba. Te confieso que yo, hasta ayer mismo, era una señora de lo más corriente. Pero han pasado muchas cosas en poco tiempo, y admito que me siento de maravilla.

-Jo, señora, ¿o debo llamarle mami?

-Mami está muy bien.

-Bueno, mami. A mí me pasa parecido. Yo soy camarera en un bar y he sido adoptada por Víctor y Diana. Pero hasta ayer mismo no sabía lo que era disfrutar de verdad. Me vistieron así y estoy encantada. Ni yo misma sabía que podía provocar tanta atracción y recibir tanto placer.

Las palabras de Piluca encienden a la esposa de su nuevo padre, que las llama desde el salón. La niña está ilusionada con la nueva experiencia, y se deja llevar por su nueva madre, que la agarra del culo y la introduce en la casa.

-Hola, hijita. Veo que mi esposa no pierde el tiempo y ha valorado tu culo perfecto con su mano. Acércate, ven a darle un beso a papá.

Ya no hay barreras en el comportamiento de ese hombre. Ha recuperado el dominio absoluto sobre su esposa, y si le sirven en bandeja una nueva zorrita no duda en usarla a su antojo. Más aún si viene entrenada correctamente. De nuevo, y en un plazo muy corto de tiempo, Piluca siente el amor paternofilial siendo rellenada de semen como un embutido glorioso. Su recién estrenada madre se une a la juerga de hostias y fluidos.

La mañana siguiente llega con los dos tríos maravillados de sus nuevas vidas. Será para las niñas el inicio de un trayecto en el que Víctor continuará imponiendo su voluntad, con la ayuda impagable de Diana cazadora.