La caza de brujas

Una mujer, condenada por brujería a la hoguera nos cuenta cómo llegó a esa situación.

LA CAZA DE BRUJAS

Primera parte

Días de sol y de sombra

18 de Abril de 1693

A quien pueda interesarle:

Encerrada en esta fría celda, humillada, torturada, ultrajada, violada y vejada por quien dice llamarse autoridad, aprovecho mis últimas horas de vida para contar quién soy… o debería decir quién fui

A mis 20 años pesa sobre mí la pena de muerte, condenada a extinguir mi último aliento bajo las llamas de la hoguera acusada de brujería y fornicación. Con este pliego de papel y estos restos de tinta reseca que han supuesto mi último deseo antes de morir os contaré mi historia, con la única limitación que me impone la falta de tiempo, pues está ya amaneciendo y mi carcelero no tardará en venir a decirme que ha llegado la hora.

Nací en el seno de una familia humilde una triste mañana de Enero. Mi madre exhaló su último suspiro de vida pocas horas después de haber nacido yo Mi padre nunca superó la muerte de su esposa y en toda mi vida no recuerdo una sola vez en la que él me demostrara su cariño y su atención. Fui creciendo sola, pues mi padre pasaba casi todo el día fuera de casa ocupado en trabajar las tierras del señor, y tan sólo Luso, mi perro, me quería y se preocupaba de mí. Y sin embargo era feliz, pues aprendí a no necesitar del cariño de la gente para serlo, y a disfrutar de las pequeñas maravillas de este mundo: bañarme en el río en las calurosas tardes de verano, respirar el aroma dulce de la tierra mojada cuando acababa de llover, dar de comer a una ardilla o escuchar el canto alegre de los jilgueros en celo me proporcionaban la paz interior suficiente para sentirme bien y en armonía con el mundo.

Crecí como crecen las flores silvestres, aprendiendo a soportar lo mejor posible los días de lluvia y frío y aprovechando y disfrutando cada momento en el que el sol me brindaba momentos de alegría. Y debo decir que sin duda, en esos tiempos abundaban los días alegres.

A medida que crecía me iba ocupando de las tareas de casa pero siempre encontraba tiempo para correr por los bosques cercanos con la compañía de mi inseparable Luso.

Crecí, y como las flores del campo, mi cuerpo tenía una belleza de la que yo no era consciente. Nadie me había dicho nunca que era bonita, no había conocido a otras niñas con las que poderme comparar, pero lo era, o comenzaba a serlo, y con ello comenzaron mis peores días de lluvia y frío.

Hacía pocos días que había cumplido 15 años. En esos días anteriores y posteriores a mi cumpleaños y por tanto, también a la fecha de la muerte de mi madre, mi padre se volvía aún más callado y frío conmigo de lo que tenía por costumbre. Pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa. Trabajaba de sol a sol, y cuando terminaba, se gastaba la mayor parte de lo que había ganado en la cantina del pueblo.

Una de las noches en las que regresó de madrugada borracho y sin dinero entró en mi habitación. Al acercarse a mi cama Luso comenzó a ladrar, lo cuál hizo que me despertara.

¡Maldito saco de pulgas! –Gritó a la vez que descargaba una fuerte patada en el lomo de Luso-.

El pobre aulló dolorido y salió corriendo de la habitación.

¿Qué hace? ¿Por qué trata así a Luso? Él no le ha hecho nada, sólo se asustó. –Le reproché a mi padre-.

¡Tú calla, hija ingrata! ¿O crees que no sé que quieres a ese animal más que a tu padre?

Nunca esperé que mi padre vertiera en mí tal acusación y sin embargo no supe que decir pues en cierta manera eso era cierto. él nunca me había demostrado el amor que me demostró Luso, nunca estuvo conmigo cuando lloré o cuando reía, nunca había sentido el calor de su cuerpo, la seguridad de su protección.

Entonces sucedió algo inesperado para mí. Mi padre retiró las sábanas que me cubrían y dejó sus manos sobre mis piernas desnudas. Sus dedos recorrían mis muslos lentamente hasta donde mi camisa de dormir los cubría.

¿Sabes? Yo quería mucho a tu madre… fue una buena esposa… atenta… cariñosa… y guapa… muy guapa… te pareces a ella

Yo le mostré mi incomodidad apartando de mis piernas sus manos.

¿Por qué nunca me hablaste de ella?

Pero él ya no me escuchaba. Sólo repetía una y otra vez el nombre de mi madre y que yo era muy parecida a ella, que era ella. Sus manos volvían a acariciar mis piernas pero había algo en sus caricias que me provocaba temor. No me parecían las caricias de un padre aunque por otro lado nunca antes me había acariciado y no podía comparar.

Mi amor, mi vida, ¿has vuelto para que te ame, verdad? Nunca debiste haberte ido… me quedé muy sólo… te necesitaba… te quería

Mi padre seguía hablándome como si yo no fuera yo, como si yo fuera mi madre y sus manos se acercaban ya peligrosamente hacia ese lugar tan íntimo. No, eso no podía estar bien, eso no podía ser la caricia de un padre. Lo detuve antes de que su mano se metiera bajo la camiseta de dormir y hallara mi sexo desnudo.

Padre, debe irse a dormir. –Le pedí-, pero a esas alturas mi padre ya no era consciente de la realidad, creo que tampoco de sus actos. Con un movimiento brusco me rasgó la camiseta en dos y llevó sus manos hasta mis pechos.

¡Nooooooooo! –Grité- pero nadie podía escucharme. Mi padre era un hombre fuerte y yo sólo una niña asustada. ¿Qué resistencia podía oponer?

Sus manos apretaban, retorcían, pellizcaban, y estrujaban mis pechos mientras yo intentaba como podía huir de ahí. Notaba el aliento a alcohol de mi padre tan cerca de mi boca que tuve incluso arcadas, pero por más que lo intentaba me tenía prisionera, con parte de su cuerpo recostado sobre el mío.

¡Nooooooooo! ¡Déjame! ¡Me haces daño! ¡Déjame! –Le gritaba una y otra vez-

Y sin embargo, cuanto más gritaba y me resistía, cuánto más intentaba deshacerme de sus manos lujuriosas que recorrían ya todo mi cuerpo él más fuerte me sujetaba, con más furia y deseo me tocaba y más delirantes y terroríficas eran sus palabras.

¡Vamos mujer! ¿Quieres que te lo haga a la fuerza, verdad? ¡Sí! Como aquella primera vez ¿te acuerdas? En el viejo camino de la iglesia… ¡vamos mujer! Deja que volvamos a querernos como antes… ¡dame lo que quiero! ¡Dame lo que es mío y de ningún otro hombre!

Pensé un segundo en sus palabras. ¿Es que también había violado a mi madre? ¿También ella tuvo que pasar por lo mismo que estaba pasando yo? Aquello comenzaba a sobrepasarme y por un momento sentí vértigo.

Noté la dura virilidad de mi padre en mi vientre e hice un intento desesperado por huir, por salir de debajo de él pero con el peso de su cuerpo me lo impedía. Le arañé, le pegué, le insulté pero nada parecía detenerlo en su empeño y ahora con sus propias piernas intentaba separar las mías y yo a duras penas podía impedirlo.

¡nooooooo! ¡Basta! ¡Déjame ya! ¡Por favor, vete! ¡Me haces daño!

Pero no tenía ninguna intención de irse. Colocó la punta de su miembro en la entrada de mi sexo mientras con sus brazos inmovilizaba los míos y presionó… su pene tenía problemas para entrar dentro de mi virginal sexo… presionó más… me dolía… sentía como mi padre me introducía a la fuerza su falo erecto… sentía como mi interior parecía partirse… sentía el dolor de la desfloración… sentía ese trozo de carne dura abrirse paso entre mis piernas y chillé… chillé tan fuerte como pude… no sólo era un grito de dolor… también de rabia… de impotencia… y entonces….

¡Aaaaaaaaaah! ¡Maldito animal!

Mi padre sacó su sexo del mío y se aferró la pierna derecha con gestos de ostensible dolor. Luso le había mordido al escuchar mis chillidos. Mi padre salió de mi habitación cojeando y no volvió a entrar nunca más.

Pasé el resto de la noche temblando, tiritando pese al terrible calor que recorría todo mi cuerpo y en especial mi sexo dolorido.

Cuando me levanté la mañana siguiente todo estaba demasiado tranquilo. Había un silencio extraño en la cabaña. Mi padre no estaba. Salí fuera para ir al río a bañarme y limpiar los restos de sudor y sangre que aún tenía en mi cuerpo cuando lo vi. Luso pendía colgado de una de las ramas de un árbol.

Segunda parte

Días de amor y de sombra

No volví a saber de mi padre hasta pasada una semana. El cura del pueblo vino hasta nuestra cabaña y me informó que habían enterrado a mi padre. Al parecer, después de aquella noche mi padre había comenzado a construir otra cabaña para mudarse allí pero en una de las noches en que bajó al pueblo a emborracharse como de costumbre tuvo una discusión con alguien y tras una pelea recibió una cuchillada en el corazón que lo mató en el acto. No puedo decir que mi padre fuera muy querido en el pueblo, de hecho más bien lo contrario así que no me extrañó que el cura me dijera que nadie asistió a su entierro. Agradecí su deferencia y pagué los gastos del sepulcro como pude con algunas verduras que cultivábamos en nuestro huerto.

Durante más de 2 años mi vida transcurrió sin sobresaltos. Extrañaba la compañía y el afecto de Luso pero había descubierto en la soledad un nuevo aliado. Nadie podía hacerte daño estando sola, nadie podía herirte. Pero nada es eterno… ni siquiera la soledad y algo importante estaba a punto de ocurrirme.

Una calurosa mañana de primavera fui a tomar un baño al río. El agua estaba muy fría en las zonas cercanas a la orilla donde la sombra de los árboles no dejaba llegar a los rayos del sol pero más hacia adentro el agua tenía una temperatura perfecta. Me encantaba bañarme totalmente desnuda y sentirme parte de la naturaleza que me rodeaba. Podía pasarme horas dentro del agua con los ojos cerrados y escuchando el tenue murmullo del río Así estaba cuando escuché el relincho de un caballo. Inmediatamente abrí los ojos y en la orilla, junto a mis ropas, había un hombre atando a su caballo a un árbol. No sabía qué hacer porque mis ropas estaban allí, junto a él, y no parecía que tuviera intención de irse. Pensé en nadar río abajo y ya lejos de él regresar hasta mi casa pero pensar que tendría que hacerlo totalmente desnuda no me pareció una alternativa muy buena. Si alguien me viera, si alguien se interpusiera en mi camino ¿qué podría hacer yo? Mientras pensaba qué hacer el hombre se deshizo del chaleco y de la camisa dejando su torso al descubierto. Era un hombre atractivo, de unos 30 años, moreno, con barba y bastante musculoso. Sentí una sensación extraña en mi bajo vientre mientras le miraba y un rubor creciente cuando él me sorprendió mirándolo.

Sin demorarse demasiado se bajó los pantalones y se exhibió ante mí, desnudo por completo. Mi mirada fue sin yo quererlo hacia la oscuridad de su pubis y allí, tan blanco como la leche, un pene de enormes dimensiones comenzaba a tener una erección. Yo había quedado como hipnotizada con la belleza extrema de aquel cuerpo desnudo y por la agradable sensación de cosquilleo que nacía de mi entrepierna y recorría todo mi cuerpo. No fue hasta que él se tiró al agua de cabeza que entendí en la peligrosa situación que me encontraba.

Comencé a nadar hacia la otra orilla tan rápido como pude pero sentía que detrás de mí alguien braceaba el doble de rápido que yo. Mi corazón se desbocó de nerviosismo, mi mente se perdía en un mar de sensaciones ambiguas. Veía la otra orilla ya a pocos metros de mí cuando noté que me agarraban primero de los tobillos, luego por la pierna.

No chillé. Era como si todo el rato hubiese estado esperando a que pasara eso y ahora ya había pasado. Él me tenía agarrada por la cintura y me llevaba hasta la orilla. Cuando por fin tocamos suelo no me soltó. Su brazo derecho seguía rodeándome la cintura y atrayéndome hacia él El agua ya no cubría mis pechos y él no les quitaba ojo de encima.

¿Quién eres? –Le pregunté con voz grave-

Soy el hijo de Valdés, señor de estas tierras y de todo lo que hay en ellas.

Yo no soy de él. Yo no soy de nadie. –dije mientras intentaba zafarme de sus manos sin demasiado afán.

Él se rió y a mí me pareció el hombre más guapo del mundo.

Tienes valor, campesina. Dime, ¿cómo te llamas?

Eva, pero suéltame, no quiero hablar con alguien que me espía y que me agrede.

Pero aún no te he agredido

¿Eso es que piensas hacerlo?

No si tú no quieres.

Entonces deja que me vaya.

No

¿No?

He visto como me mirabas.

Nuevamente enrojecí. Bajo el agua su mano derecha acariciaba mis nalgas. El agua cristalina me permitía ver de nuevo su erección. Estaba tan pegado a mí que su pene casi me rozaba.

Eres muy bonita. Me encantan tus pechos. Seguro que nadie te los ha besado.

Tengo que irme –dije yo-

Pero en lugar de soltarme me apretó más a él. Esta vez pude sentir la punta de su miembro contra mi vientre y me estremecí. Ese cosquilleo en la entrepierna era cada vez más intenso, más agradable y un repentino calor comenzaba a propagarse por todo mi ser.

Mientras con la mano derecha seguía amasando mis nalgas con la izquierda me acarició un pecho. Automáticamente mi pezón se puso tan duro como su pene, el cuál sentía ahora restregarse por mi abdomen.

Eres preciosa, digna esposa del hijo del señor.

Si no hubiese sido tan ingenua, tan inocente, no hubiese hecho caso de esas palabras que tan sólo pretendían halagarme Si hubiese sabido algo más de la vida hubiese aprovechado aquel momento para darle un rodillazo en los testículos a aquel canalla, aunque en ello me hubiese ido la vida, pero yo, tonta de mí, había caído en sus redes, y estaba dispuesta a hacer lo que él me hubiese pedido.

Me besó… y yo sólo cerré los ojos y me dejé hacer… sintiendo el deseo de su boca en la mía… de sus labios recorriendo mi cuello… de su lengua lamiendo mis pechos… Cerré los ojos y disfruté del tacto de su cuerpo esbelto… de sus brazos fuertes… de su espalda ancha… de su torso varonil… Cerré los ojos y escuché sus palabras en mi oído… sus susurros lujuriosos… sus jadeos apasionados… Cerré los ojos y me abandoné a sus caricias… a sus embestidas… a su desenfreno… Cerré los ojos y abrí las piernas para sentir su miembro hiniesto y palpitante… para llenarme toda yo de él… para sentirle tan adentro… Cerré los ojos y me relamí con el sabor de su piel y su sudor… con su placer y el mío

Y cuando abrí los ojos ya no era yo sino ella, ya no era la niña solitaria sino la mujer entregada, ya no era la campesina sino la futura señora.

Luego hicimos otra vez el amor, esta vez sobre la fresca hierba de la orilla, ya sin la violencia ni la extrema necesidad de la primera vez pero alargando al máximo cada momento que para mí eran momentos de felicidad.

Me llevó a casa a caballo y me prometió que volvería pronto. Tardó en volver una semana, una semana que a mí se me hizo eterna. Nada más descabalgar de su caballo frente a mi cabaña lo tomé de la cintura y le pedí que me hiciera el amor allí mismo. Quería volver a sentir todas aquellas sensaciones tan increíbles que había sentido el día del baño en el río pero sin duda no fue tan bueno como aquella primera vez. De hecho, nunca volvió a ser tan bueno como aquella vez.

Durante año y medio mi amante venía cada semana a hacer el amor conmigo. Lo hacíamos en cualquier sitio, vestidos, desnudos, de pie, tumbados, pero nunca volvió a ser tan especial como aquella mañana de primavera. Sus visitas eran cada vez más cortas. Venía, hacíamos el amor y se iba, ni siquiera se quedaba a comer conmigo. Sabía que algo iba mal pero en mi interior no quería reconocerlo y pensaba que era un hombre ocupado, que siendo el hijo del señor seguro tenía muchas obligaciones que cumplir y que cuando fuera su mujer todo cambiaría.

Pero una semana dejó de venir. Y tampoco vino a la siguiente… ni a la siguiente…. Cuando hacía ya un mes que no venia por mi cabaña decidí buscarlo en el pueblo. Era domingo y los domingos todo el mundo iba a la iglesia. Allí lo encontraría. Y lo encontré. Cuando lo vi fue como si alguien me golpeara con fuerza en el estómago. Salía de la iglesia sonriente, llevaba del brazo a una mujer, se acababa de casar, ni siquiera me vio.

Me prometí a mi misma no volver a verlo nunca más. Nuevamente me quedaba sola, pero ahora la soledad no me reconfortaba.

Tercera parte

La danza de las sombras

Casi tres meses estuve sin saber de él, tres meses en el que no pasó un solo día en el que no me reprochara a mi misma el haber sido tan tonta e ingenua. ¿Cómo pude hacerme ilusiones? Pero ya sólo quería olvidarlo cuanto antes.

Sin embargo un día apareció en mi cabaña, vestido con las mismas ropas que aquella mañana de primavera en el río. Estaba en el huerto y escuché acercarse un caballo. Cuando vi que era él estuve a punto de caer al suelo de la impresión. Se bajó de su caballo y caminó con paso firme y decidido hacia mí.¡Lárgate! No tienes nada que hacer en esta casa.

No es ese el recibimiento que yo esperaba –dijo sin perder la sonrisa-

Se aproximó para besarme pero yo se lo impedí.

Puedes irte por donde has venido. No quiero volver a verte. Tu mujer te debe estar esperando.

¿Así que es eso? ¿Estás celosa? ¿No pensarías….? ¿No pensarías que me iba a casar contigo? ¿Con una campesina que ni siquiera era virgen?

Sus palabras me dolieron tanto que saqué fuerzas de donde no las tenía y le di una bofetada tan fuerte que tuvo que echar un paso atrás.

Segundos después tenía el rostro henchido de ira.

Vas a pagar por lo que has hecho, zorra.

Y con una brutalidad extrema me arrancó el vestido a tiras y me golpeó haciéndome caer sobre las hortalizas. Qué poco tenía que ver aquel hombre brutal con el que me sedujo en el río. Mientras se tiraba encima de mí y me obligaba a abrir las piernas a la fuerza recordé con asco la noche en que mi padre me desvirgó y el aliento a alcohol de su boca buscando la mía. Me penetró sin importarle que mi sexo ya no quisiera recibirle más, sin importarle el dolor físico y mental que me estaba infringiendo, sin importarle nada más que no fuera su placer. Y así estuvo moviéndose sobre mí el tiempo necesario para llegar a su clímax, penetrándome con fuerza y brutalidad, haciéndome pagar con la invasión de su pene la osadía de pegarle.

Le maldije, le maldije tanto como pude y supe, en silencio y a gritos, entre llantos y risas, y cuando acabó, cuando vació en mi interior todo su esperma y pude alejarme de él le deseé que tuviera la peor de todas las muertes.

Y murió sólo un mes más tarde sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo. Todo su cuerpo se llenó de llagas supurantes y durante 5 días batalló entre la vida y la muerte hasta que la madrugada del sexto día expiró su último aliento en compañía de su mujer.

Desde mi cabaña escuché las campanas de la iglesia y desde el primer momento supe que había sido él quién había muerto. Decidí acercarme al pueblo para asegurarme y efectivamente, allí estaba la comitiva de hombres y mujeres que acompañarían al féretro, y entre ellos, su mujer, que al verme me señaló con el dedo índice y gritando como una loca me acusó de matar a su marido mediante brujería.

¡Ella! ¡Ella lo mató! ¡Bruja! ¡Él me lo dijo antes de morir! ¡Ella lo mató! ¡Ella es la bruja!

Entonces todos se volvieron ante mí y yo no pude soportarlo más. Salí corriendo tan rápido como pude de allí. Quería que me dejaran en paz, que me dejaran vivir la vida sola, encontrar un lugar en el que no hubiera maldad, en el que la gente pudiera confiar en la otra gente, pero también sabía que ese lugar no existía. Mi cabaña ya no era un lugar seguro para mí. Sabía que vendrían a buscarme, sabía lo que le hacían a las brujas, lo había visto una vez, sabía que por menos de lo que me acusaban a mí habían quemado en la hoguera a muchas mujeres y tenía miedo. Tenía que huir, ¿pero huir a dónde?

Escuché ladrar a los perros a lo lejos. ¡Mierda! ¡Ya están aquí, ya vienen a por mí! Salí de la cabaña con el corazón desbocado y corrí por los bosques, por los mismos bosques en los que había corrido de niña con Luso y que tan encantadores me parecían, y sin embargo ahora, sólo eran sombras que me perseguían, sombras que danzaban a mi lado, acompañándome en esa loca huida hacia ninguna parte, sombras que gritaban mi nombre, que me llamaban, que me tocaban, que me nublaban la vista haciéndome detener a cada pocos pasos.

Los perros se acercaban. Cada vez estaban más cerca. Tenía que llegar al río antes de que me vieran para intentar despistarlos. Pero tropecé y caí, y al caer me lastimé un tobillo. Iba a volver a ponerme en pie cuando uno de los perros llegó hasta mí y me hizo caer de nuevo sujetándome con sus fuertes patas. Tras los perros llegaron tres jinetes que desmontaron y se acercaron hasta mí.

Es ella –dijo el mayor de todos-

Llevémosla ante la ley y que se queme en los infiernos –dijo otro-

Sí que la quemen –dijo el tercero y más joven-

La llevaremos… -habló de nuevo el mayor de los tres- pero antes… antes le haremos pagar por lo que hizo.

Ataron a los perros junto a los caballos y a mí me vendaron los ojos convencidos que así no podría usar mi magia contra ellos. Luego me desnudaron. Sentía las múltiples manos recorriendo mi cuerpo, profanando cada rincón de mi ser, introduciendo sus dedos por cada orificio sin importarles el daño que pudieran causar. Me mordieron los pechos, me golpeaban las nalgas con la fusta de los caballos, arrancaron el bello de mi pubis a tirones, me obligaron a chupar sus bergas. Entre insultos y desprecios se burlaban de mí divertidos con todo lo que me estaban haciendo, con todo lo que me iban a hacer. Entre dos me sujetaban y me abrían bien las piernas para que el tercero me penetrara a placer, por delante o por detrás según sus gustos. Luego intercambiaban posiciones y era otro el que me penetraba y presumía delante de sus dos compañeros de lo bien que entraba su pene en mi sexo, de lo puta que debía ser y de todos los hombres que debieron estar ya dentro de mí.

Recibí múltiples descargas de semen, tanto en la boca y el ano como en el sexo, y me esparcieron su orina por todo el cuerpo

Cuando se hartaron de mí me ataron a cuatro patas a un árbol y trajeron al más grande de sus perros al que acercaron hasta mí para que me montara. Fue de todas la penetración más dolorosa y humillante y la que más celebraron ellos.

Estaba ultrajada, sucia, dolorida y humillada pero en ningún momento me quejé, en ningún momento les di el placer de verme sufrir. Podían mancillar mi cuerpo todo lo que quisieran, pero no podrían mancillar mi alma que ya volaba lejos de ese cuerpo, de un cuerpo que ya no le pertenecía, porque otra vez yo ya no era yo, sino otra, alguien libre más allá de los vicios y las maldades humanas.

Ahora siento pasos. Creo que es mi carcelero que se acerca. Llegó la hora pero ya no tengo miedo, ya hay una parte de mí que se fue de este cuerpo hace mucho tiempo, ya no volveré a sufrir, ya mi alma encontró la paz que nunca tuvo en vida, ya mi cuerpo pronto será sólo carne quemada.

Dedicado a todas aquellas mujeres inocentes que murieron inútilmente en la hoguera por el fanatismo y la ignorancia.