La Caza

Una chica hastiada de los placeres y posibilidades que le brinda su dinero, fragua un plan para hacerse una colección de esclavas.

Hola. Mi nombre es Noelia como la famosa canción de Nino Bravo, que por cierto me encanta y escucho habitualmente.

Tengo 28 años y trabajo como fotógrafa para importantes revistas de todo el mundo, habitualmente trabajo para importantes firmas de ropa que me proponen fotografiar sus prendas con algunas de las mujeres más bellas de todo el mundo.

Para mí la vida me resulta un poco aburrida y monótona, no hay muchas cosas que me queden por realizar, ya que por suerte dispongo de un alto emolumento que me hace disfrutar de todas las comodidades. Y en el amor y el sexo lo he probado todo. Los hombres y las mujeres han pasado por mi lecho con mayor o menor placer. Empezaba a pensar que todo carecía de aliciente en mi vida hasta que se me ocurrió algo que me llenó de esperanza en mi vacía e insulsa existencia.

No tardé mucho en adquirir una vieja casa en un pueblo deshabitado lejos de cualquier signo de vida.

La casa poseía innumerables habitaciones que habilité con pequeñas celdas, cuando mi trabajo hubo acabado la gran casa que antes perteneciera a una rica familia explotadora de la plebe se convirtió en una especie de prisión con dependencias para acoger a todos aquellos que me excitaran. Me propuse comenzar cuanto antes a llenarla, pero el reclutamiento debía de ser un juego y no una especie de carrera por llenarla.

Ya hacía dos meses que había preparado mi primera victima, conocía cómo se movía, dónde vivía, qué le gustaba, se puede decir que su vida no tenía secretos para mí...

Como cada noche al salir del gimnasio, se acercó a tomar un refresco al otro lado de la calle, no fallaba, siempre se dirigía al mismo bar. Me senté en la mesa de enfrente, desde ahí la podía observar y naturalmente ella a mí... Pasé a mi primera táctica, la observaba sin pudor intentando que ella se diera cuenta de mi desfachatez, no tardó en empezar a mirar de un lado a otro sintiéndose incómoda por mi mirada. Intentaba no cruzar su mirada con la mía, jugueteaba con sus dedos estrujando una servilleta de papel.

¡AL FINNN ! No pudo evitar cruzar su mirada y se me quedó mirando.

Esa era mi oportunidad, sabía que era una chica muy guapa, de 1,76 delgada y cuerpo atlético, pelo moreno y unos ojos negros como el carbón, una preciosidad. Era muy tímida y le costaba tratar con la gente ya que era muy introvertida. Vestía un chándal de marca, no era muy coqueta a la hora de vestir, no era lo que se dice nada pija. Eso era lo que más me gustaba de ella.

Lancé mi primer ataque, para ello me levanté y bajó su mirada me acerqué.

  • ¡Hola! me puedo sentar. En principio no respondió, se lo pensó y asintió con la cabeza. - Perdona que me haya quedado mirándote, pero es que no he podido dejar de observar tu rostro.

    • Se extrañó.
      • Soy fotógrafa y estoy buscando una nueva cara para una colección que tengo que fotografiar.
    • Siguió sin decir nada, aunque empezó a tomar cierto interés.
      • Lo habrás visto en muchas películas pero creo que podrías encajarme. - ¿Me tomas el pelo? - ¡No!, claro que no. Sabes me gustaría tomarte unas fotografías para ver qué fotogénica eres. - No sé. No creo que pueda. - Hombre, te puedo pagar sólo por la prueba y ya hablaríamos si te interesa hacer la colección.
    • Tras una dura negociación conseguí convencerla, me costó un poco de pasta, pero sabía que la necesidad de obtenerla la convencería, era estudiante y se había quedado sin trabajo. Le di la dirección de un pequeño apartamento que había alquilado para la ocasión, eso sí con un nombre falso y por medio de una persona a la que no conocía.
    • Eran las 8 de la tarde y llegó puntualmente, como no vestía de una forma deportiva, el pantalón del chándal era tapado con una camiseta que casi le llegaba a la cintura.
      • Hola. - ¡Buenas, pasa!
    • Pasó observando el pequeño apartamento al que había preparado como un pequeño estudio de fotografía.
      • Como ves, éste es mi pequeño refugio. - Ya veo, está bien. - Deja la bolsa por ahí mismo.
    • Se acercó a un rincón y dejó caer la bolsa de deporte que sostenía con cierto esfuerzo. Tras un refresco al que le puse un poco de somnífero con el fin de aturdirla un poco comencé a trazar la recta final.
      • Mira ahí dentro te puedes cambiar, voy a por la ropa. - Vale.
    • Esperé un poco a que el somnífero comenzara ha hacer su efecto y salí con las prendas en una percha.
      • Aquí tienes. La falda, la camisa, la corbata y una goma para el pelo.
    • La tomó y la miró.
      • Te puedes cambiar detrás de esa cortinilla, no te preocupes si no sabes hacer el nudo de la corbata, yo te lo hago después. ¡ Ah! Sobre todo quítate el sujetador.
    • Asintió con la cabeza y se dirigió a cambiarse. Empezó a titubear y notarse que el somnífero había hecho el efecto deseado. Se puede decir que ya había caído en mis redes el resto sólo era un juego. Ya era de mi propiedad.
    • Tardó un cuarto de hora, estaba preciosa con su uniforme de falda negra con su camisa blanca y la corbata negra. De todas formas le retoqué el nudo debido a su inexperiencia.

Su rostro reflejaba una felicidad inusual debido a la droga. La situé sentada al borde de una cama mientras comenzaba a seguir mis instrucciones al ritmo de los fotogramas que caían desde todas las direcciones. Le decía que estaba preciosa que era muy guapa, que adoptara posturas sensuales y fingiera ser una joven avispada y maliciosa. La verdad es que lo hacía muy bien.

Al llegar al final del carrete le cedí un descanso para aprovechar mi ataque. Me senté a su lado, adivinaba en sus ojos brillantes que la droga la mantenía medio hipnotizada, aproveché para colocarle bien el nudo de la corbata, pasé mis manos por su rostro acariciando su cabello y volcándolo hacia atrás. La semiabracé mientras colocaba la goma del pelo bien.

  • ¡Estás preciosa!, eres muy guapa. ¿Lo sabías?

Se ruborizó.

  • Si fuera un tío fotógrafo intentaría abusar de ti.

Se quedó seria, pero al ver una sonrisa en mi rostro ella también sonrió.

  • ¿ Te molesta la corbata?
  • Un poco. - Tranquila es normal si no estás acostumbrada. Dentro de nada ni la notarás. - Eso espero.

Situé mi mano sobre su rodilla y le pregunté:

-Bueno, ¿Seguimos?. -Vale -Espera un momento.

Me acerqué a una pequeña mesilla y saqué unas esposas que guardaba en un cajón.

  • ¡Toma! - ¿Y eso?
  • Tranquila, sólo tienes que sujetarlas y enseñarlas a la cámara. La gente compra más si ve cosas de estas, no te preocupes.

Comenzamos el carrete mientras adoptaba diferentes posturas sujetando las esposas, llevábamos un rato cuando le dije:

  • Ponte las esposas en una muñeca.

La droga le impidió titubear más de la cuenta y bajando la cabeza se la abrochó en la muñeca derecha. Yo sabía que por la droga, por el uniforme, por las esposas y por las diferentes poses que empezaba a adoptar empezaba a excitarse.

Comenzamos de nuevo, la fotos caían de un lado y de otro aturdiéndola de cada vez más, empezaba a aumentar el ritmo de ellas y le hacía correr y cambiar más deprisa de pose agotándola de cada vez más. Me pedía que descansáramos una y otra vez pero yo fingía no perder el momento y le decía que en un momento descansaríamos. En eso dejé de hacer fotos y me acerqué a ella. Me puse a su espalda y le acaricié el pelo, el cuello, notaba que su reparación se aceleraba, estaba excitada, sabía que en ese mismo momento era mi esclava. Pasé mis manos por sus brazos hasta llegar a sus muñecas. Acerqué mi rostro a su nuca y respiré con fuerza mientras acercaba sus muñecas a la espalda. No me costó mucho cerrar la esposas atándola sin que se resistiera. La tenía ahora sí que era mía.

Le puse las manos en los hombros y tirando de ellos la coloqué echada boca arriba. Ella me miraba al rostro sin decir nada, me observaba. Me levanté y fui a la mesilla, cogí una cuerda y me acerqué a sus tobillos. Los junté y los até duramente para evitar que se soltara.

Allí la tenía con su uniforme y atada de pies y manos sobre la cama, excitada no se movía y me miraba, ella sabía que la tenía a mi merced. Yo sabía que esa chica iba a ser mía y que me la iba a follar ahora mismo.

Me acerqué a ella, me desnudé, me tumbé sobre ella y la besé en los labios. Apartó la cara pero terminó devolviéndome el roce de la legua contra el mío. Yo movía mi cuerpo rozando el suyo provocando que sus pezones se elevaran hasta el cielo. Con mucha fuerza y sin el menor pudor introduje mi mano por debajo de la falda y las bragas y llegué a su sexo. Lo acariciaba fuertemente produciendo los primeros jadeos en mi victima, no pude soportar más y la penetré con mis dedos infringiéndole una agresiva penetración que le producía unos jadeos mayores que me obligaron a besarla para que los vecinos no oyeran los jadeos de la joven. La masturbaba una y otra vez con mi mano hasta que conseguí un orgasmo que inundó de líquido toda la cama. Se desmayó y la besé en los labios.

Recuerdo la expresión de su cara cuando al despertar se encontró uniformada y esposada en una de las celdas que yo había preparado. Los grilletes de los pies impedían andar con comodidad a la joven y las esposas que nunca había retirado la sujetaban a su espalda con firmeza impidiendo que se desuniformara para poder contemplar la primera pieza de mi colección. Aunque tarde o temprano se adaptaría y no sería necesario tenerla esposada ya que habitualmente le hago pasar unos ratos que en su vida los había tenido. La únicas condiciones que le he impuesto son: El uniforme siempre bien puesto y sobre todo no intentar escapar. Estas son las premisas que deberán aceptar todos los residentes de mi nuevo hogar...

Por SETER