La Cautiva de las Cadenas Doradas
La hija de un duque, casi una princesa, se va a convertir en proscrita, va a escapar al último rincón del reino. Allí creía estar segura, al menos hasta ahora.
EL PRINCIPADO DE PONIENTE:
Año del señor de 1450, la edad media toca a su fin, estamos en un reino relativamente próspero. El rey Jacobo gobierna con mano de hierro.
El principado de poniente es una península, una lengua de tierra que se adentra en el océano. Oficialmente, es un territorio más del reino. De facto, funciona como nación independiente. Su gobernante es el príncipe Alejandro. Hijo bastardo del viejo rey Jorge, hermanastro de Jacobo. El tirano le permitió gobernar ese territorio a cambio de renunciar a sus derechos al trono. Desde entonces hay paz en el reino. “Un buen negocio, total sólo es una estrecha franja de tierra yerma”, decía Jacobo refiriéndose a la fama de región pobre de la península de poniente.
Ahora tal vez se arrepiente un poco. Alejandro ha reinado de otra manera: nombró consejos locales en cada villa para ocuparse de los asuntos locales, reunió a los decanos de los consejos para que escribieran las leyes, después las ha hecho cumplir… ha reducido los impuestos. La prosperidad del principado ha superado a la de todo el resto del reino. Las medidas de Alejandro han hecho florecer el comercio, la pesca, la minería y también la agricultura.
UNA TARDE DE VERANO:
Una tarde de verano, el príncipe Alejandro recibe una misiva de su hermanastro Jacobo…
¡¡¡Qué querrá mi hermano ahora!!! Sé que no sabe escribir. Me lo imagino dictando la carta a gritos y un escribiente sudando tinta…
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El castillo de Piedraalta… es una fortificación muy antigua situada junto al istmo que nos separa del resto del reino. Justo enfrente está la puerta del principado. Allí, al principio del istmo empieza una calzada empedrada junto al mar que atraviesa todas mis tierras. Al otro lado de la calzada se levanta una montaña desde donde vigila la frontera nuestra primera fortaleza: “La torre del Vigía”. Era solamente una atalaya antigua pensada para albergar un pequeño grupo de hombres dedicados a vigilar y avisar con una hoguera en la cima si veían un ejército acercarse. Ahora la hemos convertido en un potente castillo que guarda la frontera.
Oficialmente, somos amigos de Jacobo, pero nunca se sabe…
Allí, en el castillo de TorreVigía mandé construir varias mazmorras. Una pequeña cárcel para prisioneros especiales que no puedan ser alojados en una prisión común. Creo que nunca se ha usado… hasta ahora.
Recuerdo a Elena la hija de Aranda. Una niña lista y simpática. La ví sólo hace un mes en una celebración, ahora ya es una mujer. Espero no encontrarla por ahí… Si la entregamos a los soldados reales, la torturarían hasta la muerte.
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Alejandro casi había olvidado la carta cuando, paseando por su capital (Puerto Santo), ve a una muchacha vendiendo adornos en la calle: pulseras de cuero, colgantes… tal vez todo hecho por ella misma. El puesto tiene bastante éxito y el príncipe se queda un momento mirando a la vendedora.
No hay duda… Es ella. Unos cinco pies de altura, pelo moreno brillante formando una larga melena. Guapa y con don de gentes… Es Elena Aranda.
El príncipe se va sin decir nada. Su escolta de diez hombres le sigue sin sospechar nada. Al llegar al palacio, llama al capitán de la guardia… Es un hombre joven y aguerrido, por alguna razón confía mucho en él (se rumorea que es su un hijo ilegítimo):
- Rodrigo, tengo una misión especial para tí… Ante todo debe cumplirse con gran discreción...
ELENA:
Elena Aranda se sabe perseguida y por eso ha huído al último confín del reino. Allí intenta disimular intentando pasar por vendedora ambulante…
Estaba trabajando con gran éxito cuando, de repente, lo ve…
¡¡¡Es él!!! Príncipe Alejandro… Un poco gordito, pelo cano. Ya va mayor, lo lleva medianamente bien pero ya no es el joven apuesto que fue. Desde luego, no produce la repulsión de su hermano Jacobo, el ogro… Medio hermano.
¡¡¡Me mira!!! No… Si me reconoce, sus guardias me prenderán. No se va a arriesgar a enfrentarse con Jacobo. ¡¡¡Uff!! Se van… no me ha visto o no se ha fijado…
RODRIGO:
Rodrigo sale del palacio con el crepúsculo. Le acompañan cuatro hombres más. Todos con armas escondidas, todos con ropas de campesino. Embozados con capas y capuchas, a pesar de ser verano.
Él no lo tiene nada claro….
Prender a una mujer nunca es agradable, pero hacerlo a escondidas me hace sentir como un malvado, un secuestrador. En fin, las órdenes son las órdenes.
Llegan a la plaza donde se colocan los puestos del mercado. Localizan a la muchacha… La vigilan discretamente, turnándose. Por fin, ella dar por terminada la jornada y recoge. Envuelve todo en un hatillo y lo carga al hombro.
La siguen de lejos… Se quedan atrás cuando ven cuál es su destino. Justo a la salida de la muralla hay una especie de campamento… Un poblado que un avispado comerciante creó como posada de bajo precio para transeúntes de pocos recursos. Rodrigo habla con sus hombres:
- Esperaremos a la mañana, sería un escándalo apresarla ahí.
Estaban a punto de cerrar las puertas de la muralla. Rodrigo va a avisar a los guardias de la puerta que acaban de atravesar… Justo ahí, por la mañana, actuarán.
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Elena sale del poblado cuando apenas se adivina la luz del sol. Sola con su bulto de cosillas para vender. Todo está desierto. Camina por un estrecho sendero hacia la puerta, recién abierta de la muralla.
Pasada la puerta empieza un estrecho callejón. Camina entre dos paredes de piedra. Justo cuando la calle se vuelve un poco más ancha, ocurre.
Un hombre oculto tras una esquina se abalanza sobre ella en silencio. Capa con capucha, cara tapada con un pañuelo. Lleva un cuchillo grande y lo dirige a la garganta de la muchacha.
Ella retrocede aterrorizada. El terror aumenta cuando nota a una persona de gran corpulencia a su espalda. El segundo desconocido la amordaza con una tira de tela. Al sentir el acero rozando su cuello, ella queda paralizada. Sólo balbucea una frase mientras el otro hombre anuda la mordaza:
- No tengo nada que podáis robar… me dejaré violar, no me matéis.
Después de amordazarla, el hombre grande le ata las manos a la espada. Después, ambos la cogen por las axilas y la arrastran hacia un carro que esperaba unos pasos adelante. Es un carro cerrado, de los que llevan mercancías…
La suben a la fuerza. Allí espera otro hombre… No hay mucha luz dentro del carro pero el tercer desconocido va a cara descubierta.
La sientan sobre el suelo de madera. El tercer hombre le venda los ojos… Le quita las alpargatas y le ata los tobillos muy juntos. Elena empieza a temblar de puro miedo…
El hombre la rodea con un brazo y la acerca a su pecho. Habla muy suavemente a su oído:
- Soy Rodrigo, capitán de la guardia de la ciudad. No vamos a hacerte daño… De verdad, no vamos a lastimarte….
Ella al sentir el calor del desconocido se dejó ir. Se apoyó en su pecho e intentó descansar… Parecía que sus temores se cumplían. Acababan de prenderla. Pero las formas eran un poco raras… ella se imaginaba un grupo de uniformados con grilletes de hierro.
ELENA:
Elena no puede hacer otra cosa que sentirse indefensa. Cegada, amordazada, completamente inmovilizada. No se creía mucho las palabras de aquel hombre afirmando que no le haría daño. Cierto que seguía pegada a su cuerpo y era lo único que no le parecía desagradable. Era un cuerpo firme pero cálido. La abrazaba con cierto cariño… Podía ser verdad que no le iban a hacer daño… al menos los soldados del principado. Pero si era entregada a los hombres del rey le esperaba un destino cruel.
Su padre había sido decapitado. Sus hermanos y su madre asesinados sin más. Su casa saqueada. Ella logró escapar con la ayuda de una sirvienta. Posiblemente era cierto que su padre estaba conspirando contra el rey… y no había piedad, siguiendo las directrices de Maquiavelo, toda la familia debía ser eliminada sin contemplaciones.
Aún podía oír todo perfectamente… La pareja de mulas que tira del carro acaba de arrancar. Se oyen sus cascos, las ruedas sobre el empedrado… se nota la vibración en los maderos del carro.
El camino es irregular, lento, con paradas… Se oyen algunas voces. No se sabe cuánto tiempo pasa. ¿Saldremos de la ciudad?, ¿Qué me harán?, ¿Por qué me han apresado en secreto?
Por fin parece que paran… Noto que me sueltan los tobillos. Me bajan del carro… Me llevan fuertemente agarrada. Voy descalza… El suelo es frío y duro, se me clavan las piedrecitas, me duelen. Entramos en cubierto… suelo de piedra. Oigo puertas rechinar. Me sientan sobre algo blando y húmedo… ¿Paja? Sí, pica un poco… Huele mal: humedad, restos de no se sabe qué… sudor, orina, excrementos.
Noto un objeto duro en un tobillo… Oigo un click metálico, ¿Un candado?
¡¡¡Ahhh!!! Me sueltan las manos… me duelen… las froto… Me quitan la mordaza. Por fin,me quitan la venda… Abro los ojos despacio. Me cuesta comenzar a ver, parpadeo mucho, me lloran los ojos. Por fin, veo dos hombres que se van… Una habitación minúscula, oscura… Paredes de piedra irregular. Un ventanuco enano, un hilillo de luz. La gruesa puerta se cierra… oigo el cerrojo por fuera. Sólo me queda la luz de la ventana.
Una jarra de agua a mi lado. Un mendrugo de pan sobre ella. Un cubo de madera maloliente, creo que ya sé lo que es.
En mi tobillo un grillete… duro, cortante, parece hierro. Lo cierra un enorme candado. Una gruesa cadena me une a una bola metálica enorme. No podría levantarla ni en mi mejor día… intento arrastrarla… apenas la puedo hacer girar.
Estoy en una cárcel… No sé por cuánto tiempo…
RODRIGO:
Rodrigo siente pena por la muchacha que acaba de encerrar, pero se apresura… tiene cosas que preparar. Va a ver al herrero, tiene un encargo para el: algo que deberá estar listo para la mañana siguiente.
Después va a hablar con los carceleros. A Elena la encerraron en un calabozo militar, pensado para castigar a soldados insubordinados.
La verdadera cárcel son las torres de la muralla, cada una tiene dos pisos de espacio hueco que se aprovechan para encerrar prisioneros.
Rodrigo habla con la gobernanta, la esposa del carcelero mayor. Una mujer rubia, alta y robusta… Fuerte y con los hombros anchos y rectos como escuadras. Ella se ocupa de las presas. Van a la torre de las mujeres… Aquello, por dentro roza lo nauseabundo: humedad, podredumbre, sudor, orina y excrementos forman una mezcla fétida y, seguramente, perjudicial. El primer piso es una única habitación circular con suelo de tierra. Sólo hay una ventana enrejada estrecha y a bastante altura.
Las infelices prisioneras son sombras indefinidas que se arrastran lentamente, cada una en su rincón. Visten una especie de vestidos de arpillera (tela de saco), llevan pesados grilletes en muñecas y tobillos, para rematar su desgracia están retenidas con un grueso collar asegurado alrededor de su cuello con un candado. Una gruesa cadena, une cada collar a una argolla en la pared. No hay cerradura en la puerta, no hace falta. Cada una puede alejarse no más de seis pies de su argolla.
Rodrigo y la mujer rodean el calabozo con una antorcha. Rodrigo hace gestos negativos… Ambos suben a otra pieza igual en el piso superior. La escalera es de madera y está en el centro.
Arriba ven un panorama similar. El piso es de madera con mucha paja húmeda por encima. Hay jarras con agua, restos de comida poco apetitosa con aspecto de sobras y cubos usados como letrinas.
Casi al final de la ronda, Rodrigo parece encontrar lo que buscaba. Se para y se acerca a una muchacha y le ordena:
- En pie si puedes…
La mujer se levanta. Es alta, delgada con el pelo castaño y los ojos azules. Debía de ser hermosa al entrar allí, ahora estaba sucia y su piel clara empezaba a verse macilenta. Su delgadez empezaba a ser preocupante.
- ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -pregunta Rodrigo.
- No lo sé… Como cuarenta días -responde ella.
- Más de dos meses -aclara la gobernanta- todas perdéis el sentido del tiempo.
- Es la más reciente, ¿No? -pregunta Rodrigo.
La gobernanta asiente, Rodrigo continúa dirigiéndose a la prisionera.
- Te necesito para un trabajo fácil.
- ¿Y yo ganaré algo?
- Luz del sol, aire fresco y comida de los soldados. No las sobras que os tiran aquí.
- Aquí nos tiran las sobras de los cerdos. ¡¡¡Me vale lo que sea!!!
Ahora Rodrigo se dirige a la gobernanta.
- Lavadla entera… Dadle de comer rancho hasta que se harte. Prepara dos vestidos de esos nuevos… Y de tela, no de saco. Uno para esta y otro para una mujer más baja. Un poco más largos, se les ve todo con este saco.
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Tiempo después, Rodrigo está cenando en una dependencia del cuartel. Allí aparece un soldado con una prisionera. Era la que él seleccionó en la torre. Al verla, Rodrigo se levanta y la mira de cerca. Huele bien, la han lavado y perfumado. Su piel ahora parece muy blanca, sus ojos de un azul claro. Su pelo es castaño muy claro, casi rubio. Su vestido es de tela básica pero no parece lastimar la piel. Sigue descalza y encadenada de pies y manos.
- ¿Por qué la traéis aquí? -pregunta Rodrigo.
- Ya se han cumplido las órdenes, no sabemos qué hacer ahora.
- Bueno, vete, déjala aquí...
La chica se queda petrificada. Seguramente ha sido su mejor día desde que entró en la cárcel pero no sabe qué va a pasarle ahora.
- Ven, ¿Te han dado de comer? -pregunta Rodrigo.
- Me han dado gachas de los soldados…
- ¿Aún podrías comer más?
- Podría ser, ya hace rato...
Rodrigo le ofrece su comida. Ella enloquece al probar la carne de pollo… como si nunca la hubiera comido. Rodrigo le ofrece vino, ella acepta.
- ¿Sabes cuál va a ser tu misión?
- Como voy a saberlo…
- Necesito que una mujer le haga compañía a una prisionera especial.
- ¿Especial?
- Digamos que es una princesa cautiva.
- Y necesita una presa de compañía.
- Si la dejo en un calabozo sin más, enloquecerá. Tú podrías entrar y salir de su celda casi libremente.
- ¿Casi? -pregunta ella levantando las manos y mostrando sus cadenas.
- Si te comportas dócilmente podríamos retirar eso…
- Me prometiste mejores condiciones.
- Y han mejorado…
- Sí… pero es horrible vivir con este peso.
- Yo no prometí quitártelos… al menos de momento.
Ella continuó comiendo y bebiendo… El vino la volvió más habladora. Le contó su vida al capitán. Se llama Elvira. Vivía relativamente bien sirviendo en una casa rica de la ciudad. La ambición y las malas compañías la hicieron caer en desgracia. Ayudó a su novio y a otros compinches a entrar en la casa a robar. El plan salió mal. Fueron descubiertos por otros criados… los ladrones murieron acuchillados allí mismo. Ella fue entregada al tribunal de la ciudad y condenada a prisión perpetua.
- Tenemos tres tipos de castigo -dice Rodrigo- unos días en un cepo por delitos leves, prisión perpetua para los graves y la horca para los muy graves.
- Pero perpetua es demasiado tiempo… significa llevar estos grilletes hasta la tumba.
Al tiempo que lo decía, Elvira se acerca a Rodrigo. Le acaricia los hombres y la espalda. Se arrodilla delante de él y comienza a tocarle la entrepierna. Rodrigo se queda de piedra. No se esperaba un favor sexual. Lleva una túnica militar: un camisón de cuero sin mangas que le cubre hasta las rodillas. Las caricias en la entrepierna son un placer al que es difícil renunciar. No lleva nada bajo la túnica… en un instante las manos de Elvira lo estaban masturbando. Ella debe tener cierta experiencia sexual. ¡¡¡Ahh!!! Ha pasado a la felación… chupa el miembro erecto de Rodrigo con cariño y delicadeza. Lo mete en la boca sin pudor. Ella está caliente y empapada de saliva.
Rodrigo la hace parar antes de eyacular. Ahora él pasa a la acción. El vestido de las presas es un mero tubo de tela. Unos cordeles en la parte superior se usan a modo de tirantes para sujetarlo. Otro cordel sirve de cinturón. Rodrigo desata todos los cordeles. Con cuidado, pone de pie a Elvira, el nuevo vestido cae sin más a sus pies. El curioso diseño del vestido permite ponerlo y quitarlo con los grilletes puestos.
Rodrigo besa a Elvira en todo el cuerpo… senos, ombligo, sexo… besa el sexo, lo chupa… Ella está excitada, caliente, clítoris húmedo, desprende su característico olor en toda la estancia. Él la tumba boca abajo en el suelo. Se desnuda. Con cuidado, la penetra, primero despacio, con cuidado… Después gana velocidad. Ambos se retuercen, gimen… acaban en una gran convulsión.
Se quedan tumbados en el suelo, desnudos, sin hablar. Por fin, Rodrigo dice algo:
- Mañana salimos…
- ¿Hacia dónde?
- A TorreVigía.
- A la frontera.
- Sí…Yo soy el nuevo Mariscal de la frontera y, por tanto, alcaide de la fortaleza. La fortaleza será la prisión especial para la princesa.
- Y para mí…
- Sigue portándote bien y será leve.
- ¿Dónde está ella ahora?
- En una celda del sótano, debajo de nosotros.
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Por la mañana, Rodrigo se dirige a la herrería. Allí el herrero le comunica que ha cumplido el encargo.
- Normalmente hacemos los grilletes de un bronce muy basto, pobre en cobre y con mucho estaño. Resistente pero se oxida enseguida. He fundido un cubo entero de clavos dorados. Están hechos de latón rico en cobre con un poco de estaño y zinc. Aparte del color dorado son muy resistentes a la oxidación. Míralos: un par para las manos y otro para los tobillos. Brazaletes de circunferencia pequeña. Para una chica de poca estatura. He redondeado los cantos para que no sean cortantes. La longitud de la cadena es la normal. Podrá andar despacio… no correr. Podrá usar las manos pero con dificultad.
ELENA:
Llevo toda la noche durmiendo a ratos. Dando vueltas. Sintiendo la cabeza ardiendo y los pies helados. La luz empieza a entrar débilmente por el ventanuco. Oigo ruido… la puerta se abre.
Entran dos hombres… El apuesto y uniformado debe ser el capitán… ayer no pude verlo, iba cegada. El otro lleva ropa de trabajar. Parece un herrero.
Me lo temía… saca grilletes metálicos de un saco. Tiene herramientas. Está claro lo que va a ocurrir. Esos horribles brazaletes son de un color dorado oscuro. Con aquella débil luz podría pensarse que son de oro. Vaya ironía… ¡¡¡Joyas para apresarte!!!
Cierro los ojos… noto como me ponen un brazalete en cada muñeca. Oigo los golpes del martillo… por un momento abro los ojos. Está colocando los remaches para fijarlos ¡¡¡Para siempre!!! Los golpes son secos, firmes, me hacen temblar.
Cuando acaba con la segunda muñeca, intento mover las manos. No puedo separarlas mucho… Los grilletes pesan, son incómodos.
Continúa con mis tobillos… ¡¡¡Noo!!! Primero un tobillo. Luego, me quita el grillete de la bola para apresar el segundo. De nuevo golpes fuertes, me aturden, me sacuden, me hace temblar… me matan en vida.
Me llevan con una mujer gruesa y fuerte. Me dejan a solas con ella. La mujer comienza a desnudarme. La falda sale sin problemas por los pies. La enagua y la camisa no van a salir, así, encadenada. Las corta sin pudor con una daga.
Me hace vestir un extraño camisón. Es como un vestido abierto por ambos lados, un tubo de tela. Me lo pone por los pies y lo sube hasta el pecho. Lo sujeta con dos cordeles que hacen de tirantes. Usa un tercer cordel como cinturón. Al menos la tela no es especialmente desagradable.
La mujer agarra firmemente la cadena de mis manos y tira por ella. No me queda más remedio que seguirla. Anda rápido, a mí me cuesta caminar. A cada paso noto que no puedo separar mucho los pies. Tengo que dar pasitos muy cortos. Arrastrada por la carcelera, tengo que ir casi a saltitos, o eso o voy al suelo.
Salimos de la casa o lo que sea… El sol me hace cerrar los ojos. Voy descalza sobre el suelo de tierra dura. Miro alrededor. Hay varios pequeños edificios formando un pequeño patio. A nuestra espalda, la muralla, varias casas se apoyan en ella. Por delante, el recinto está cerrado por un muro. En lo poco que conocí de la ciudad sé que existe un recinto militar, vivienda de la guarnición… debemos estar ahí.
En el patio nos espera un carro. Dos caballos delante, un gran cajón de madera con ruedas detrás. Me meten en la parte cerrada. Me sienta en el suelo. Cierran la puerta. Oigo cerrojo y candado. Cuatro paredes y un tejado de madera… un ventanuco a cada lado, ambos enrejados. Una cárcel ambulante… ¿A dónde me llevan? Si es a un castillo del rey Jacobo, estoy muerta…
¡¡¡Ehh!!! Hay otra prisionera… viste como yo. Más alta, de edad parecida… Igualmente encadenada… Bueno, igual no… Sus grilletes son más oscuros… más bastos. En ellos comienzan a aparecer manchas verdes de óxido. El óxido del bronce expuesto a la humedad.
- Nos llevan al castillo de TorreVigía, en la frontera del principado.
- ¿Pero dentro del principado?
- Sí…
- ¿No me entregarán al rey Jacobo?
- No sé quién es el rey Jacobo… Sólo soy una presa como tú.
RODRIGO:
Al rato, la comitiva arranca. Dos carros y dos jinetes. Sin uniforme…
Uno de los jinetes es Rodrigo. El otro se dirige a él…
- ¿Por qué tanto secreto?
- Me lo han pedido así, sargento. Nadie debe saber a quién trasladamos.
- Pero no llevar uniforme, no llevar una escolta a caballo…
- En el segundo carro llevamos seis soldados… Sumando los cocheros y nosotros somos doce hombres armados. Más que suficiente… Recuerda cuando patrullábamos los caminos, de algo servirá haber limpiado el principado de salteadores.
Salen de la ciudad por una de las puertas pequeñas. Se incorporan a una calzada empedrada y comienzan el camino… Deberán atravesar todo el principado. Van al trote, sin prisa pero sin pausa. Hacen alto a media mañana, a mediodía y a media tarde. Deberán hacer noche y continuar. A ese ritmo llegarán a media tarde del segundo día.
Evitan las villas, las ventas y posadas… Llevan comida para dos días. Se aprovisionan de agua en los arroyos. Tienen lo necesario para acampar.
Las prisioneras no salen de su carro. Les dan comida y agua por una portezuela. Son carros de carga, nadie debe saber qué se transporta ni para qué.
Por fin el camino se estrecha… entran en el istmo. El mar a la derecha… montañas escarpadas a la izquierda, tras ellas también hay mar. La última montaña en la mayor. Se salen del camino principal. La velocidad baja porque el camino asciende. Al pie de la montaña se adivina… Un conjunto de torretas y almenas coronado por una imponente torre de gran altura. Desde su terraza, la vista domina todo el istmo y gran parte de terreno del reino de Jacobo. Es la Torre del Vigía.
ELENA:
El carro echa a andar… La madera del suelo vibra mucho. Mi compañera habla mucho… Está nerviosa. ¿Me vigila?, ¿Me espía?
No hay mucho que espiar… Fui educada para ser un florero, casarme con quien dijera mi padre y tener hijos… Tuve que huir, que enfrentarme a la vida. Ser un florero es cómodo… Me estaba empezando a ir bien. Aún así dormía cada noche con miedo. A que me prendieran, pero también al robo, la violación, el asesinato.
Al rato la otra chica se va cansando de hablar. Yo no le doy mucha opción.
Se sienta a mi lado, se apoya en la pared. Se acerca mucho… Se pega a mi. Según ella, en la prisión estaban todas pegadas a la de al lado. Búsqueda de calor humano.
Se lo permito… El sol debe estar quemando fuera… Hace calor. La ventilación es mala. Elvira me hace sudar pero no la aparto… Si, yo también necesito calor humano. Ella se duerme… Incluso ronca un poco.
El carro vibra, las ruedas chirrían. Noto el olor fuerte de los caballos y el de nuestro propio sudor. Intento no moverme… Odio el tintineo de las cadenas. Intento olvidarlas pero las acabo mirando.
Recuerdo este mismo camino a la ida… Andando, con las caravanas de comerciantes para ir medianamente segura. Prados verdes, arroyos azules, trigo, ganado…
Ahora la vuelta: prisionera, encadenada, asfixiandome, muerta de calor.
Nos dan de comer por una portezuela. Podría ser peor…
Hacemos noche. Al menos se está más fresco…
Después de comer un poco, me tumbo, quiero dormir… Elvira se acerca gateando… Medio dormida la veo tumbada sobre mis piernas. Las acaricia… manos suaves, cálidas…
- ¿Que haces?
- Lo que aprendí en la cárcel… Déjate llevar.
¡¡¡Ahhh!!! Me toca la vulva… La acaricia. La humedece con su saliva… Esto no está bien… Esto me está gustando. Me retuerzo… ¿Que más da? Somos presas…
Continúa con su boca… Los labios, la lengua… Suave… Húmedo. ¡¡¡Me encanta!!! Siento fuego… Viene de dentro… No lo puedo parar. Me quema.. Me siento húmeda… Me noto como chorreo. Exploto… Ahogo los gritos, no vayamos a asustar a los guardias. Me clavo las uñas, me retuerzo sin control…
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Despierto ya en movimiento. La cabeza de Elvira en mi regazo. Duerme… Le acaricio el pelo. Han dejado comida al lado de la portezuela… Desayunamos en marcha.
Comenzamos a ir más lento. El suelo se inclina… Cuesta arriba, vamos cuesta arriba.
Paramos. La puerta se abre, nos dejan bajar…
Un patio de armas alargado. A la izquierda: casitas, edificios menores, detrás la muralla, almenada con torretas redondas.
A la derecha el edificio principal, tres pisos, terraza almenada rematada con un gran tejado a dos aguas. Pegada a él, la altísima torre vigía, planta cuadrada e imponente altura. Las dos nos quedamos mirándola buscando la cima con la vista.
Poco nos duró la admiración. Un soldado gruñón, armado con un palo nos obliga a caminar delante de él. Nos lleva a un extremo del patio. Allí hay una extraña y pequeña casa de piedra semienterrada. La puerta es un arco semicircular cerrado con una reja de hierro. Otro hombre la abre y nos obliga a entrar. Bajamos por unas escaleras que hay bajo el arco. Llegamos a un pequeño patio cuadrado con suelo de tierra. Alrededor, hay un muro con gruesas puertas… Sé que esas puertas dan acceso a celdas, seguramente oscuras y húmedas.
Cuento quince puertas. Dos están abiertas… está claro. Los soldados nos dividen. Me meten en un habitáculo similar a la celda de la ciudad. Pequeño, estrecho, más fondo que ancho, ventanuco al fondo. El suelo es de tierra, han colocado paja nueva. El hombre me sienta en el suelo… Lo peor es lo siguiente. Me pone un collar metálico al cuello, una cadena me une a la pared como si fuera un perro.
Me quedo toda la noche llorando… Es muy duro quedarse sola y saber que tal vez es para siempre. No sé si preferir que los soldados del rey me violen hasta hartarse y me ahorquen después… Sería más rápido. El hombre ha cerrado la puerta, la luz del ventanuco va bajando. No consigo dormir. Pienso en intentar matarme… ¿A cabezazos contra la pared? Si doy un tirón brusco, el collar me romperá el cuello. No me atrevo a intentar nada…
Llega la luz del día y abren la puerta… ¿Traen bazofia para comer? El hombre me libera el cuello. Me dice que puedo salir al patio. Se va dejando la puerta abierta… ¿Qué?
Salgo y está Elvira en medio del pequeño patio.
- Han hecho esto para que sepamos lo que harán si nos ponemos violentas o intentamos huir. Las condiciones serán mejores.
- ¿Mejores?
- Las celdas abiertas por el día. Comida de los soldados. De noche nos encierran… en una celda o en dos, según queramos.
- Perdona que no me haga mucha ilusión… no me parece tan bueno vivir encadenadas en un patio.
- A mí me condenaron a vivir en un agujero inmundo, con un collar al cuello igual al que tú has probado un día y comiendo lo que no quieren los cerdos. Esto es casi una fiesta.
- Te sacaron de allí para hacerme compañía…
- Sí… si quieres pido que me vuelvan a llevar a la torre.
- No digas tonterías.
No quiero patio. Invito a Elvira a pasar a mi celda… nos tumbamos sobre la paja y practico el arte de chuparle el coño. Ella me lo chupa a mí para enseñarme… lo hace magistralmente.
ELVIRA:
Pasa una semana. Elvira y Elena viven una extraña luna de miel. A pesar del sexo, Elena lleva muy mal soportar sus cadenas doradas. Elvira concibe un plan… Cada vez que ve a un soldado, pide ser llevada ante Rodrigo. Al principio no le hacen mucho caso pero una mañana el mensaje llega a un sargento, hombre de confianza del mariscal.
Ese mediodía van a buscarla. El soldado la conduce bruscamente. La lleva al edificio principal. En el primer piso encuentra a Rodrigo, comiendo.
- Siempre llegas con las comidas.
- ¿No tendrás un poco de pollo?
- Lo he acabado pero nos traen más…
Rodrigo avisa al soldado que, al retirarse, pidiese más a la cocina… y también más vino. Elvira se sienta frente a él. Cuando una mujer entra con más comida y vino, Elvira se fija en su lenguaje corporal. Primero parece contrariada de ver allí a Elvira y de tener que servirla. Eso no le sorprende mucho y empieza a comer. Pero la mujer antes de irse se acerca a Rodrigo y llega a rozarlo con sus rodillas.
- Rosa, por la noche trae cena para dos, ahora tengo que resolver un problema.
Rosa pone cara de decepción y se va.
- ¿Quién es Rosa?
- La doncella, ¿No es obvio?
Lo que es obvio es que no es doncella y que tú tienes algo que ver. Es una hermosa muchacha más joven que tú… apenas de veinte años. Pelo rojo, piel blanca con pecas, poca estatura pero cuerpo rollizo, hermoso, pecho generoso, piernas y glúteos firmes. ¡¡¡Qué bueno está el pollo!!! Lo como a dentelladas, dejando los huesos con trozos enteros de carne pegada.
- ¿Cuál es el problema que tienes que resolver? -le digo a la cara a Rodrigo cuando he acabado de devorar el pollo.
- El que tú me vas a contar ahora...
Elvira no dice nada, solo levanta las manos enseñando la cadena que las une. Rodrigo piensa un momento, cuando iba a hablar, Elvira habla:
- Sí, yo cometí un delito grave. Yo me merecía el enterramiento en vida y aquí estoy mejor que en la torre de Puerto Santo. Pero Elena es inocente, no tiene la culpa de lo que hiciera su padre. Ella sólo quería pasar desapercibida y vivir en paz.
Rodrigo piensa un momento… Después de un silencio eterno habla:
- Creo que puedo hacer algo… pero tendréis que esperar un poco.
- ¿Me puedo fiar de tí?
Rodrigo agarra la cadena de sus manos, la atrae hacia él y la besa en la boca. Con algo de resistencia introduce la lengua hasta su garganta… Elvira, se quiere resistir… pero siente la lengua húmeda, los labios frescos, las manos de él sobre su cuerpo, en su cintura, en sus nalgas…
Elvira se rinde. La expresión de su cara pasa del rechazo al placer. Sonríe cuando Rodrigo la desviste. Ríe cuando él le acaricia el clítoris lentamente. Delicadamente, la coloca con el tronco sobre la mesa y el culo en pompa.
¡¡¡Ahhh!!! ¡¡¡Ahhh!!! Sí… me gusta notarla ahí dura… Dentro, fuera, dentro, fuera… Cada vez más rápido. ¡¡¡Ahhh!!! Elena aprendió a comérmelo muy bien… pero esto no puede hacerlo.
- ¿De verdad que vas a hacer algo? -dice Elvira a Rodrigo mientras ambos recuperan la respiración.
- Yo no miento, Evira. ¿Te he mentido alguna vez?, ¿Os he mentido alguna vez?
- No, es cierto que no…
- Recuerda que no he prometido tener éxito… no miento, pero no lo he prometido.
ROSA:
Rosa cumple con la cita. Lleva cena para dos a donde Rodrigo. Lo quiere sólo para ella. Ella siempre ha sido honrada. Desprecia a las presas. Deberían ahorcarlas.
- No tengas celos de Elvira y Elena. Se quieren entre ellas -dice Rodrigo.
- Sí, pero parecía que la pobrecita cautiva te quería seducir a ver si la liberabas.
- Si mi padre me deja, las liberaré… Y las perderás de vista.
- ¿Tu padre?
- El que todo el mundo piensa, el príncipe Alejandro.
- ¿Eres su hijo?
- Su bastardo…
- Y heredarás el principado.
- Ya hay un heredero legítimo. A mí me llega con ascender de capitán a mariscal en un solo día.
Cenan… beben vino. Al acabar la última copa, Rosa se siente borracha y dice con voz estropajosa:
- ¿Y ahora qué haremos?
- Sabes lo que haremos…
- Pero me gustaría que fuera diferente.
- Lo será, tengo una idea…
- ¿Qué idea?
Él no dice nada… Consciente de que ella está bebida, la lleva consigo. Van a la gran torre a una sala en la planta baja. Aquella sala se había usado para interrogar prisioneros. Había cadenas, grilletes, collares metálicos… diferentes tamaños: muñeca, tobillo, hombre, mujer… Rosa siente un poco de miedo… se queda en la puerta.
- No te fías -dice Rodrigo sonriendo.
- ¿Qué quieres hacer?
- Esta noche te vas a sentir un poco como Elvira y Elena… sólo esta noche.
- Yo no he hecho nada…
- Un pequeño pecado sí has cometido…
- ¿Cuál?
- No comprender la desgracia ajena…
- ¿Pero será sólo esta noche?
- Sabes que no miento...
Con cuidado, Rodrigo coloca grilletes en las muñecas de la muchacha. Los cierra con tornillos que apretó fuertemente.
- Normalmente se fijan colocando un remache de metal blando con un martillo y sólo los puede quitar un herrero.
A Rosa aquella situación le producía miedo pero también excitación. Según ve el grillete cerrarse en su muñeca, se siente indefensa, pero también excitada. Rodrigo engancha la cadena central a otra, más gruesa que colgaba del techo. Accionando una manivela hace subir la cadena gruesa y detrás los grilletes y las manos de Rosa. Rosa no puede evitar levantar los brazos hasta su límite. Cuando comienza a sentir cierta presión en las muñecas tiene que ponerse de puntillas, sólo en ese momento, Rodrigo para.
Rodrigo comienza a tocarla, a manosearla por todo su cuerpo. Lleva solamente un vestido corto. Algo fácil de quitar para una noche de sexo. Algo imposible de quitar ahora.
Rodrigo corta los tirantes del vestido con una daga. Sin obstáculos comienza a recorrer su cuerpo por completo… con las manos, con la lengua… Le besa los pezones… le besa el sexo… le chupa el coño con pasión mientras le clava las uñas en el culo.
Hasta ese día, Rosa no sabía que se podía sentir tanto dolor y tanto placer al mismo tiempo. La postura era incómoda, los grilletes en las muñecas más… pero sentir lo que Rodrigo hacía con su cuerpo le provocaba un calor interno irresistible.
Rodrigo para justo antes de que ella se corra… Se retira buscando algo.
- ¿Qué haces no me dejes así?
- Claro que no te voy a dejar así… Todavía no eres completamente una prisionera.
Rosa oye ruido metálico. Nota algo en un tobillo.. Mira hacia abajo, ve a Rodrigo colocando grilletes en sus pies, de nuevo usa tornillos y los aprieta con fuerza.
Cuando termina, se levanta… está a la espalda de Rosa. Ella ahora vuelve a estar un poco enfadada con él.
¡¡¡Ahhh!!! Me besa en el cuello… Cabrón, sabes que no puedo resistir eso. Me muerde los hombros… ¡¡¡Ahhh!!! Tu mano en mi entrepierna… Me acaricias… ¿Qué haces? Acciona la manivela un momento. Me baja un poco. Es un alivio tener los pies en el suelo… Me abres las piernas. Ya sé que quieres… Estoy muy caliente… Me corro enseguida… él también…
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Rosa despierta encadenada, con un collar sujetando su cuello, unida a una pared en la esquina de aquella habitación infernal. Intenta aflojar los tornillos… con la mano es imposible. Rodrigo está al lado, coge herramientas, la libera… El vestido está roto. ¿Cómo hará para volver a la zona de servicio?
Rodrigo dice tener la solución… le da aguja e hilo y se va.
- Perdona, sólo quería que empatizaras más con las prisioneras. No son malas, sobre todo, han tenido mala suerte.
ELENA:
Días después del encuentro de Elvira y Rodrigo, el sargento aparece en la cárcel. Pide a Elena que le siga, ella obedece. La lleva al edificio principal. De allí pasan a un hueco de escaleras y comienzan a ascender. Ella va delante, tiene que hacerlo muy lentamente, las cadenas apenas le dan para ascender un escalón de cada vez. El hombre la sigue, respeta su ritmo.
- Estamos en la gran torre, ¿NO?
- Sí...
Continúan ascendiendo. El último tramo es como una estrecha cueva con una escalera serpenteante e increíblemente empinada.
Llegan arriba… a la terraza almenada. Está anocheciendo. Rodrigo estaba esperando. El sargento se retira.
Elena no puede resistir el deseo de mirar el paisaje por cada lado de la torre. Se acerca a las almenas y recorre el cuadrado entero lo más rápido que puede, unos doce pasos por lado. El sol es un gran disco rojo y todo se ve de un color irreal.
- Gracias por la vista -dice.
- Pero imagino que no me has hecho subir sólo por eso -continúa.
- No… Hace días le prometí una mejor solución para vosotras a tu compañera.
- ¿Solución?
- ¿Quieres seguir encadenada en un agujero hasta el fin de tus días?
- ¿Qué alternativa tengo?
- Mira al lado norte…
- Ya he mirado.
- Mira otra vez, ¿Ves la isla de los pinos?
- ¿Un islote redondo cubierto de árboles?
- Sí…
- ¿Nos vas a desterrar ahí?
- On voy a encargar su vigilancia…
- ¿Qué?
- La isla es territorio del principado. Siempre ha habido un guardia viviendo en una cabaña de madera. El lunes de cada semana, le llevamos provisiones en una lancha de una sola vela. Sale de un embarcadero al pie del acantilado. Los soldados reales la ven y no se extrañan… Lleva años haciéndolo.
- ¿Y?
- El guardia murió hace dos semanas… He consultado con el príncipe Alejandro. Está de acuerdo.
- ¿En qué?
- En enviaros a la isla a ocupar su lugar… Sin guardias, sin cadenas… Recibiréis provisiones todas las semanas.
- Y no podríamos salir jamás de la isla…
- A cualquier sitio que vayas, tendrás problemas, creo que ya lo sabes.
Elena se queda pensando un momento… Finalmente habló:
- Bueno, no es mala oferta… No tenemos otra mejor.
- Si los soldados reales llegan a enterarse, diré que me engañasteis que nunca he sabido quién eres… Mañana mismo es lunes, iréis con el barco al amanecer.
- Bien… Pero quiero algo más de tí…
- ¿Qué?
Elena llevaba el vestido en forma de tubo. Los tirantes del cordel se los ataba en la nuca, no en los orificios de la parte de atrás. No lleva el cordel cinturón. Elena hincha el pecho, echa la cabeza ligeramente hacia atrás y lleva sus manos al pelo. Sonrió… sus manos descienden a la nuca. Sabe que allí estaba un lazo que está sujetando todo el vestido.
En un segundo soltó el lazo… la tela cayó hasta sus pies y allí quedó, desnuda ante Rodrigo.
- ¿Qué quieres? -dice él.
- Sabes lo que quiero… nunca estuve con un hombre, nunca más volveré a estarlo.
Rodrigo se acerca… coloca una mano en su nuca y otra en sus pechos. La besa lentamente… disfrutando de su boca, acariciando sus pezones al mismo tiempo. Sin dejar de besarla comienza a tocar su entrepierna… suavemente, con mimo, hasta notar la humedad, hasta notar sus convulsiones incontrolables, hasta oír sus chillidos.
Entonces le da la vuelta... Apoya su cuerpo contra la barandilla de piedra, entre dos almenas. Sin dejar de acariciar su clítoris, mordisquea su cuello y sus hombros, toca los pezones con la otra mano… Por fin, comienza a penetrarla, con cuidado, sabe que le hará un poco de daño, no más del necesario.
Cuando se nota en la posición correcta, Rodrigo empuja… despacio pero firme, empuja… Elena grita por un instante… unas gotas de sangre caen al suelo. Rodrigo continúa empujando… rítmico, constante… Continúa acariciando su clítoris con la mano. Ella se retuerce, chilla… ella ha llegado al orgasmo. Rodrigo se abandona… empuja fuerte, rápido, cada vez más rápido… Lo nota está ahí… sube… explota… eyacula dentro de ella. Después se retira despacio… con cuidado. Ambos pasan la noche sentados en el suelo, apoyados uno sobre el otro.
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Por la mañana, Rodrigo me obliga a vestir de nuevo el tubo de tela. Bajamos de la torre y nos encontramos con Elvira y el sargento. Él ata con una cuerda sus cadenas a las mías. Nos lleva a un subterráneo. Bajamos con ayuda de antorchas. Salimos muchos pasos más allá. Nos acompañan Rodrigo, el sargento y dos hombres más.
Miro alrededor. Hemos salido de la cueva detrás del castillo. Por el lado más escarpado de la montaña. El lado norte. Aquello es un enorme barranco que termina en el mar. Hay un camino estrecho que permite descender. Bajamos por él.
Al final del camino hay un embarcadero de madera, una barca con una sola vela. Subimos a ella. Los hombres izan la vela. Se hincha con una leve brisa… nos movemos lentamente. Nos han sentado juntas en un banco. Nos miramos en silencio y sonreímos.
Llegamos a la isla. Es mayor a lo que parecía desde arriba. Redonda, llana y cubierta por un bosque. Nos llevan a la cabaña. Un poco sucia pero tiene arreglo.
Sacan herramientas y rompen los remaches de nuestros grilletes.
- Os los podéis quedar… Haced lo que queráis.
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Ha pasado más de un mes. Elvira tiró sus grilletes al mar. Yo, en cambio, los he guardado. He clavado puntas en el interior de la cabaña para colgarlos. Ahí están: dorados, intactos… recordándome todo lo que pasó.
Hace un par de días que noto náuseas por las mañanas. Tengo los senos hinchados y doloridos y muchísimo sueño a media tarde. No sé qué puede ser. Elvira parece saberlo… dice que pueden llegar nuevos habitantes a la isla.
FIN