La casita de la sierra (1)

Una vida sexual escasa, un encuentro en un chat, dos personas calientes, se encuentran sexualmente en una casita de la sierra entre los árboles.

LA CASITA DE LA SIERRA

Esta mañana desperté en medio de una fortísima erección que hacía elevarse el pantalón de mi pijama, diecisiete centímetros de su reposo habitual.

Mi mujer no estaba dispuesta, eso lo sabía porque el día anterior habíamos tenido una sesión de masturbación que acabó con ella haciéndose una frenética paja en su clítoris con la cabeza de mi polla y regándole con semen todo su vello púbico, lo que la deja satisfecha para toda una semana.

La quiero mucho pero esa falta de apetencia en cuanto a las relaciones sexuales, me hacía no sentirme plenamente feliz, por lo que me refugiaba en los relatos eróticos, en las revistas pornográficas y en los Chat de Internet, mi último y gran descubrimiento.

Allí conocí a Natalia, en un salón titulado "Gente caliente deseosa de sexo".

Le mandé un mensaje privado y, como éramos de la misma ciudad, congeniamos y comenzamos a intercambiar charlas eróticas, pensamientos calientes, fotografías pornográficas, etc., a la vez que compartíamos cada vez más cosas de nuestras personalidades.

Me habló de una casita que tenía en la sierra que rodea nuestra ciudad, donde iba a desconectar del stress que le acarreaba su trabajo de broker de bolsa.

Por lo asfixiante de su trabajo, siempre había tenido dificultad de relacionarse, ya que en ese mundillo, todo el mundo va a conseguir éxito personal y económico usando todas las horas del día y sin pararse a tener una relación que lo pudiera estropear.

Logré sonsacarle datos del lugar exacto de la casita porque, después que me contara que pasaba los fines de semana con la chimenea encendida y por ropa, solamente una camisa y su tanguita, en mi mente sólo planeaba la idea de conocerla "muy a fondo".

Fue un fin de semana de esos que el frío se cala hasta los huesos, el que elegí para llevar a cabo mi plan, dado que la temperatura aseguraba la escena de la chimenea.

Llegué a la casita no sin dificultad, pues se encontraba entre los árboles en una urbanización ideada con mucho espacio entre cada vecino, apagando las luces del coche antes de llegar para que no advirtiera mi presencia.

Al acercarme al ventanal del salón la vi, tan hermosa como me la había imaginado: estaba sentada en el sofá de cara a la chimenea, con su melena de pelo negro y esos rizos grandes, apoyados en el respaldo. Los imaginaba elásticos, en movimiento, cuando su dueña estuviera encima de mí cabalgándome con mi verga hurgando las paredes de su vagina.

Sus preciosos pechos que se elevaban sugerentemente al ritmo de la respiración, sufriendo algún sobresalto por la trama de la lectura, sus graciosas pecas adornando una coqueta nariz, unos labios carnosos que lamía cada cierto tiempo (luego me enteré que estaba leyendo un relato erótico) y que me hacían pensar sólo en besarlos, en morderlos y en cómo actuarían cerrándose alrededor de mi verga que empezaba a dar señales de vida.

Ciertamente, desde donde me encontraba situado, la veía con una camisa de manga larga de color azul, un poco gastada como la típica ropa que se quiere y se usa mucho para sentirse cómoda, y unas largas, larguísimas piernas desnudas apoyadas en una gruesa alfombra: mi deseo se hacía realidad.

Pensado como tenía el cómo entrar en la casa sin desvelar mi identidad y así, darle una sorpresa, volví al coche y regresé con un paquete, un talonario de entregas, un bolígrafo y un seudo-uniforme de mensajero que había ideado con los colores azul y blanco de una famosa agencia de transportes y mensajería: simulando ser mensajero, me colaría en la casa.

Dado que nunca nos habíamos visto en persona, ni siquiera habíamos hablado por teléfono, me encaminé a la casa de Natalia y llamé a la puerta. Se oyeron ruidos de pasos y tardó un tiempo en abrir, cosa normal considerando que tenía que vestirse para abrir.

Noté sus preciosos ojos fijos en mí por primera vez, cuando abrió la puerta temerosa y se asomó por el hueco que dejaba la cadenilla.

Tras ver el "albarán de entrega" con sus datos lo mismo que el paquete, y tras ver mi nombre en el remitente, su temor se calmó y abrió la puerta. Firmo el supuesto recibí y, como mujer de buenas costumbres, me dio la espalda para buscar su bolso y darme una propina.

Fue en ese momento cuando aproveché para entrar y cerrar la puerta a la vez que ponía la cadena.

La cara que puso fue de incredulidad ante lo que le estaba sucediendo y temor por lo que le podía suceder pero la tranquilicé de inmediato con estas palabras:

Hola Natalia, no te imaginas la de veces que he soñado con este momento desde que empezamos a chatear por Internet.

Su mente, acostumbrada a la rapidez en el cálculo, ató cabos y me dijo:

¿Javier?, pedazo de cabrón, qué susto me has dado. ¿Qué haces aquí?

Pasaba por el barrio y me dije…. Ja, ja, ja, ja, la verdad es que desde que me describiste cómo pasas los fines de semana aquí en la casita de la sierra, no podía dejar de imaginarte casi desnuda, con ese tanguita que imaginaba liso, de color blanco, tapando tu coño rasurado y mi dedo índice apartando la tela para comértelo a base de bien.

La tensión inicial había desaparecido de su rostro en cuanto empecé a usar el vocabulario erótico y fuerte que tanto le gustaba en nuestras conversaciones. Se levantó y dijo:

¿A que no te había engañado con lo de la camisa y el tanguita?- dijo mientras giraba muy sexy sobre sí misma con una cara golosa que decía "No sabes lo que te espera".

No, y en la descripción de tu cuerpo tampoco: alta, largas piernas, talla 100 de pecho, boca carnosa, ojos preciosos y una bonita melena morena que ya he imaginado al viento mientras me cabalgas.

¿¿¿¿¿ME HAS ESTADO ESPIANDO????? No, si cuando digo que eres un poco cabrón, no me equivoco. ¿Y cómo?

Pues desde el ventanal del salón, entre los arbustos. Y casi me la meneo allí mismo cuando te he visto por primera vez.

Este comentario le hizo aumentar el ego a la par que el tamaño de sus tetas, por lo que me fui a por la caja que había traído.

¿Qué me has traído? – preguntó curiosa y coqueta mientras jugueteaba con uno de sus rizos.

No te preocupes que te va a gustar y nos va a venir todo como anillo al dedo.

Comencé a sacar su contenido: varias cajas de preservativos (de sabores, normales, extrafinos, con rugosidades, etc., pues no sabía sus gustos), un doble consolador de esos que te encajas en la polla y le follas coño y culo a la vez, un consolador anal, un tarro gigante de gel lubricante, fresas, un bote de nata en spray y cuatro botellas: dos de vino tinto gran reserva y dos de champagne.

¿Dónde tienes dos copas "mon amour"? – dije rememorando lo que nos dedicábamos en el Chat utilizando otros idiomas para resultar más romántico.

Aquí mismo "polla dura" – mi seudónimo en Internet.

No servimos primero el vino, que entona más rápidamente, al que siguieron las fresas con nata y el champagne. A esas alturas, el alcohol nos había desinhibido más si cabe, y nos dábamos las fresas con la boca mientras nuestras lenguas jugueteaban y comenzábamos a meternos mano, yo a sus tetas y ella a mi rabo que estaba duro y queriendo salir a participar de la fiesta.

La idea de llevar la nata, como es sencillo de comprender, no era exclusivamente para acompañar las fresas, sino para esparcirla por su chocho y sus tetas para lamerlos y ver cómo se corría de gusto.

Como ya no podíamos más, comenzamos a besarnos introduciendo nuestras lenguas en la boca del otro, profundamente y con desesperación, mientras tocaba por fin sus tetas calientes y duras por debajo de la camisa desabotonada. Ella a su vez, pasaba con fuerza su mano por mi pecho, me agarraba de la nuca para que mi lengua entrase lo más hondo posible en su boca y me agarraba el bulto de mi verga, apretándolo con anhelo.

Quiero que te pongas de pie, frente a mí, para hacer lo que llevo meses pensando.

Imaginando lo que quería, se levantó despacio, arrastrando sus rodillas por el sofá, hasta ponerse delante, con la camisa abierta y los pezones durísimos, marcándose tras la tela mojada, húmeda de la excitación y las ganas de follar de Natalia.

¡¡¡Dios, qué bien huele tu coño, Natalia!!! – dije mientras me comía su conejo con tanguita y todo. Lo succionaba y lo metía dentro de mi boca mientras mi lengua dibujaba círculos en el bultito de tu clítoris.

¡¡¡Joderrrrrr, cómo me pones, estoy más caliente que una antorcha!!! Así, sigue comiéndome el chumino pero sin tragarte el tanga.

Al decir esto, agarraba mi cabeza por los pelos y la apretaba hacia su coño a la vez que con las caderas empujaba para que el contacto fuera total.

Mis manos, frenéticas y ansiosas, acariciaban sus nalgas, sus piernas y sus caderas, a la vez que con el dedo, marcaba la entrada de su culo.

Paré para mirarla desde abajo y la perspectiva de sus grandes tetas con esos pezonazos erectos, fue tan maravillosa como el morbo que le dio a ella verme con los labios y la barbilla empapados de su flujo vaginal y mi saliva. Me levanté y nos dimos un morreo de impresión.

Túmbate en el sofá boca arriba – me dijo a la vez que empujaba firmemente mi hombro derecho.

Así lo hice y Natalia me abarcó con sus piernas mientras fue caminando de rodillas por el sofá hacia atrás, hasta volver a colocar su coño al alcance de mi boca y dedos, lo que celebré con un suave pero fuerte mordisco en los hinchados labios vaginales libres de pelos, salvo una pequeña muestra hacia el vientre.

Reanudé mi tratamiento lingual a su chocho y ella se dobló hacia delante y comenzó a lamer mi polla y a menearla de arriba abajo, haciendome sentir un placer indescriptible.

Hmmmm, ¡qué polla más gorda y dura tienes, me encanta! – y se la volvió a meter en la boca.

Pues es toda para ti y el tiempo que quieras – respondí tras lo que introduje mi lengua todo lo que pude en su vagina y lamí las paredes, lo que le hizo estremecer y comenzar una mamada más fuerte y brutal a mi polla que alternaba con una masturbación llena de ansia, como si quisiera arrancar mi polla y quedarsela para siempre.

En esa postura me era más fácil acceder a su culo, por lo que cogí un poco de gel en mi dedo corazón y comencé a preparar ese culo virgen para una posterior penetración anal.

Se lo metía despacio, profundamente, mientras lo giraba hacia la derecha al entrar y hacia la izquierda al salir. Su placer fue tal que, al introducir mi segundo dedo, tuvo un orgasmo increible que le hizo mover sus caderas, su coño y su cuerpo de tal forma que hasta mi nariz acabó dentro de su vagina en un momento dado