La casera de mi novia (II)

Con más ganas que nunca de hacer mía a la casera de mi novia.

Ese día de las presentaciones con la casera de mi novia, la señora Missel, trascendió sin mayores acontecimientos. Desempacamos todo, ubicamos las cosas, tantos las de Abril como las de Andrés. Ya les había comentado que ambos vivirían juntos en esta nueva fase de su vida, los dos estaban recién graduados y procedían de zonas muy alejadas de la ciudad. Por esa razón, decidieron mudarse a esa residencia para buscar mayores oportunidades de empleo, y qué mejor que vivir juntos para aminorar gastos de vivienda. No tenía nada de qué preocuparme, él era gay y además, amigo de mi novia desde que empezaron la universidad.

Esa misma noche le escribí a Andrés:

—Épale chamo, ¿qué más? ¿Cómo va todo por allá?

—Bien, bien, por aquí cenando con Abril, súper cansados por la mudanza. Comeremos y a dormir.

—Coño chamo, qué sorpresa lo de la señora Missel, esa señora está súper rica—. Dije yo de sopetón sin importar que Abril pudiera estar cerca de él.

—Ja ja ja. Sabía que la señora Missel no pasaría desapercibida para ti, algo me ibas a decir al respecto—. Me dijo Andrés conociéndome muy bien.

—Bueno, bueno, es un simple comentario nada más.

—¡Mosca, Emilio! No te vayas a pasar de casanova. Mira que la señora Missel es casada y de paso, es la casera de tu novia.

—Tranquilo, pana mío. Yo respeto y sé dónde estoy parado. No haré nada de lo que me pueda lamentar—. Y de esa manera me despedí, sin muchas ganas de cumplir eso último qué dije.

Los días pasaron, y ya estando ambos estables, procedieron en buscar empleos. Andrés lo consiguió primero, a Abril le costó un poco más dar con uno. Afortunadamente el que consiguió, le quedaba relativamente cerca de la residencia.

Por mi parte, iba cada vez que podía a visitarla a ella, mi casa quedaba muy lejos de a residencia y trasladarme a ella era toda una odisea. Sin embargo, me tocaba hacer el sacrificio, Abril se lo merecía, y la señora Missel también...

De esa manera transcurrieron tres meses, difíciles en un principio ya que el sexo con Abril se había reducido a simples toqueteos y a una que otra paja fugaz a escondidas de todos. Ya que por falta de tiempo, tanto de ella como del mío, era complicado que nos fuéramos a un hotel. Una mañana en la que ella iba a estar libre y todos fuera de la residencia, incluso Andrés y toda la familia de la señora Missel, Abril me llama:

—Amor, ya no aguanto, necesito que me cojas pero ya—. No hay dudas, Abril lo necesitaba tanto o más que yo.

—Pero bebé, sabes que para un hotel está jodida la cosa.

—Vente para la residencia pero yaaaa. Estoy sola, Andrés está en su trabajo y toda la familia de la señora Missel está fuera.

—¿Estás segura?—. Pregunté bastante sobre excitado.

—Claro que sí vale, escuché cómo todos estaban hablando anoche de ir a visitar a la madre del esposo de la señora Missel porque estaba de cumpleaños y que no volverían sino hasta la tarde.

—Bueno, voy para allá. Llego en eso de una hora—. Colgué y me lancé como bala a la residencia.

En efecto tardé poco menos de una hora. La entrada para los inquilinos y para la visita de los inquilinos era a través del estacionamiento de la casa. Al pasar por ahí, me di cuenta que la casa estaba sola y que ninguno de los dos carros de los dueños, estaban en sus respectivos puestos. Pasé, y me dirigí directamente al área que les servía de residencia a Andrés y a Abril. Al llegar a la puerta, ella me saltó encima y no perdimos el tiempo, nos empezamos a comer la boca.

Nos metimos a trompicones, y empezamos a desnudarnos, ¡qué ganas de cogernos teníamos! Empecé a comerle las tetas, porque eso sí tenía Abril que me mataba, un buen par de tetas, redondas y bastate firmes.

—Sí papi, cómeme las tetas. Uuuf, qué ganas de que me cogieras. Anda, son tuyas.

Yo no decía nada, sabía que en momentos como ésos, era muy conveniente cerrar la boca y hacer con ella otros quehaceres.

Poco tiempo pasó antes de que ella me agarrara el güevo y comenzara a hacerme una rica paja. Ella sabe que eso me vuelve loco, sentir su suave mano sobre mi miembro haciendo lo que ella sabe hacer mientras yo le trabajo las tetas a placer.

—Ven para acá, que ya estaba extrañando a este güevo—. Me dijo ella al tomarme de mi mano y hacer que me sentara al filo de la cama para darme una respectiva mamada.

Y eso fue lo que hizo, no fue una mamada muy prolongada pero sí duró el tiempo suficiente para ponerme a tope. Unas lamidas a lo largo del tronco, unas ricas chupadas a mis cargados huevos, y varios tragadas profundas fueron la composición de esa mamada. La cual tuve que detener, no quería acabar de esa manera, bueno, al menos en ese momento no.

La tomé de las manos, la acosté en la cama y me dispuse a darle una mamada de cuca como Dios manda. Haciendo estragos en su clítoris con la punta de la lengua, recorriendo sus labios vaginales con ella, e intentando penetrarla profundamente ayudándome con mis dedos. Ella sí no tuvo reparos, y acabo mientras le aplicaba ese delicado oral.

En esa misma posición, y sin ánimos de aligerar la marcha, le metí el güevo a profundidad aplicándole un mete-saca sin mucha contemplación.

Tenía muchas ganas, mi ímpetu lo demostraba, Abril también la estaba pasando fenomenal, se le notaba en la manera de pellizcar sus pezones mientras la tenía en esa posición.

Pero mis ganas, más allá de estar teniendo sexo con mi novia, tenía un nombre: Missel. No podía dejar de pensar en esa mujer. Ya era varias las pajas que me había echo a su nombre. Quería cogérmela, necesitaba hacerlo.

Ya con su segundo orgasmo del día, Abril se pone en cuatro para que la coja en esa posición que tanto a ella como a mí nos encanta. Le doy un ligero brochazo con mi lengua que parte desde su clítoris hasta la redondez de su ano, donde me detengo unos segundos para tratarlo con devoción con mi lengua.

—Ya, méteme el güevo otra vez. ¡Coño!—. Me grita ella y yo agradeciendo el que no esté nadie en casa, de seguro la habrían escuchado.

Procedo a metérselo, y de una sola estocada llegar al fondo de su ser.

A partir de ese punto, volví a tomar las riendas de la situación, y tomándola del cabello, de dispuse a arremeterla dándole fuertes e intensas arremetidas.

Ya ni sé qué hora era, o cuánto tiempo había transcurrido. Ella aúlla anunciándome su nuevo orgasmo, y yo no pude más, saqué mi güevo de dentro de ella, lo posé entre sus nalgas, y sólo bastaron tres sacudidas para que mi leche comenzara a brotar como manantial sobre su espalda. Se voltea, me da un intenso beso y se va al baño a limpiarse un poco.

Me puse el pantalón y salí a fumarme un cigarrillo al patio de la casa.

Definitivamente habíamos perdido la noción del tiempo, ya que no habíamos escuchado que la familia había vuelto. Ahí estaba la señora Missel frente a mí, viéndome con cara entre confundida y extrañada. En cambio, mi cara era una sola, de deseo hacia ella. Deseo que encargué de no disimular en ningún momento.

—Feliz tarde, señora Missel—. La saludé con todo el descaro, de sobándome un poco el güevo por encima del pantalón simulando una incomodidad por la ropa interior.

—Hola, Emilio—. Fue lo único que dijo ella, con un poco de rubor en sus mejillas.

—¡Ya está!— dije para mis adentros—. Esta mujer tiene que ser mía.

Continuará...