La casera

Hay formas mejores para pagar el alquiler. Miguel lo sabe.

  • Buenos días, Doña Paca… deje que le ayude con las bolsas. Traiga acá.

  • No es necesario, Miguel, hijo… bueno, muchas gracias

Miguel y Paca entran al ascensor. El joven veinteañero carga con las bolsas del "Dia" que trae la madura. Paca toca al botón del elevador, el tercero, su piso, y las puertas se cierran ante ellos.

Doña Paca, la casera de Miguel, no puede evitar fijarse en el muchacho. Barba de tres días, pelo corto, negro y rizado, sonrisa pícara, brillantes ojos negros, espaldas de nadador… antes de que se pueda dar cuenta, tiene la vista perdida en el culito del joven. Abre la boca, como queriendo decir algo, y no se atreve. ¿Qué hace ella, tan mayor, tan señora, mirándole el culo descaradamente a un muchacho al que le duplica la edad? "¡Qué impropio, Paca!" se recrimina mentalmente.

El ascensor pasa del segundo piso y Paca reza por que se le ocurra algo con que hablar con Miguel. Si es tan listo como guapo, debe saber latín el chaval. Algo sobre la casa… algún problema… no, no se le ocurre nada, y el viaje acaba cuando las puertas se abren, al llegar al tercer piso.

Paca tuerce el gesto y abre la puerta de su casa. Miguel le ayuda a entrar las bolsas.

  • ¿Quieres tomarte algo, Miguel?

  • No, muchas gracias… Lorena debe estar esperándome

  • Ay… cómo se nota lo que os queréis…- dice, condescendiente, la mujer, sintiendo sin embargo un pinchazo de celos.

  • Mucho.- sonríe Miguel recordando a su chica, y se despide de la casera.- Buenas tardes, don Abel, he venido a subirle las bolsas a su señora. No debería usted dejar que andase tan cargada… Las mujeres guapas no se merecen cargar peso…- dice, jovialmente, cuando se cruza con su casero en la puerta.

  • Ja, ja… si todos tuviéramos los que nos merecemos…- advierte chistoso, el casero.

  • Bueno, hasta otra.

Miguel baja por las escaleras hasta su piso, mientras Abel y Paca se dan un casto y desganado beso en la mejilla.

  • Uy… se me ha olvidado decirle a Miguel que le subíamos el alquiler.

  • ¿Cómo?

  • Sí, lo voy a subir setenta euros en febrero… Lorena me ha pedido que no se lo subiera en enero

  • ¡Me lo podrías haber, dicho, coñas!- le replica la mujer.

  • Paca… la vivienda se encarece… hay que ir subiendo el precio.

  • ¿Y si se van?

  • Pues… pues vendrán otros.- responde don Abel.

Sin embargo, a los dos, en silencio, la idea les parece horripilante.


  • ¡Joder! ¡Otra vez! ¿Pero qué coño se han creído? ¡Es la segunda vez en este año que nos sube el alquiler, hostia!- los gritos de Miguel resuenan en toda la casa.

  • Cari… no nos lo va a subir hasta enero

  • ¡Perfecto! ¿Ya sabes que la primitiva nos va a tocar en enero? ¡Ah, no, que seguramente nos suban el sueldo porque sí!- No es Miguel, sino su furia, quien agarra el cojín del sofá donde está sentado y lo lanza sobre la pared.

Lorena se estremece cuando ve chocarse el almohadón con la cortina de la ventana. Su novio observa el gesto, y mientras hunde la cabeza en las manos musita un:

  • Lo siento, Lore… perdona, es sólo que…- un sollozo se le escapa al joven empleado de gasolinera.- perdóname

  • tranqui, Migue…- Lorena se sienta a su lado y lo abraza, trata de reconfortarlo. Le mesa el cabello con ternura y le da un tierno beso en la mejilla.- Ya haré yo unas horas extra en el súper… sabes que los sábados por la tarde la Mamen siempre tiene que pelearse porque se quede alguien.

  • Ya, pero chiqui… es que… quisiera darte tanto que… joder, y no puedo. No soy más que un gasofa de mierda, con un curro de mierda, un sueldo de mierda y que si no fuera por tu sueldo ni siquiera podría pagar el alquiler, y no digamos ya las compras de la casa… Joder

Las manos de Miguel, quizá más avezadas que el resto de su cuerpo, abandonan su rostro para abarcar la cintura de Lorena. Se dan un besito en los labios, un simple toque compartido de labios, pero lo suficiente como para alejar cualquier problema. Se esfuman dinero y comida, pobreza y riqueza… Tras el beso, sólo quedan ellos

  • Aún queda mucho para la cena, ¿No?- pregunta, con una sonrisa traviesa, Miguel.

  • Mucho…- responde Lorena, mordiéndose el labio inferior y empujando a su chico sobre el sofá, hasta que éste queda tumbado.


  • Ah… ah… ah…- Los gemidos no entienden de muros ni tabiques, mucho menos de techos de escayola y de ventanas de hoja simple abiertas al descuido. Paca y Abel, observando desganadamente las noticias en la cama, afinan el oído y descubren la voz de Lorena gozando y colándose en su propio lecho.

  • Hay que ver… estos jóvenes… ¡Parecen conejos!- se altera la mujer, apartando la mirada del televisor.

  • Ay, hija, Paca… ¿Acaso no te acuerdas de nosotros a su edad?- pregunta Abel, quien, como su esposa, oye los jadeos gozosos de la joven Lorena y no puede más que excitarse y tal vez, pensar que hoy, por fin, desempolvaría las sábanas maritales.

  • ¡No!- replica la señora, mientras se gira, dándole la espalda a su marido, y disimuladamente, baja su mano por su cuerpo

  • Eres insoportable…- contesta Don Abel, también girándose y dándole la espalda a su esposa, sin saber que ésta, mientras Lorena está a punto de correrse a grandes gritos, hunde la mano entre sus piernas y se masturba bajo las sábanas.


Miguel agarra la fiambrera con la cena de ayer que le tiende Lorena y la mete en la bolsa. Será su comida para hoy. Baja a la calle y el frío le azota el rostro hasta hacerle perder la sensibilidad de las mejillas.

Echa una mirada a la ventana de su piso, donde Lorena sonríe, entregándole un último beso en la distancia que le hace sonreír. A su alrededor, las primeras gotas del rocío mañanero caen al suelo mientras Miguel suspira al pensar en su chica y en el aumento del alquiler.

"Puto dinero"… piensa él. "Ojalá hubiera otra forma… haría lo que fuera por ella…" suspira, mientras evoca a Lorena.

Le regala una última sonrisa a su novia, que lo sigue mirando al otro lado del cristal, pero no puede evitar que su vista resbale un piso más arriba, donde adivina movimiento tras la ventana. Traga saliva Miguel. A pesar de la distancia y el poco ángulo de visión, puede observar a Doña Paca, con su cuerpo camino de la sesentena, cambiándose frente a una ventana abierta.

De repente, Miguel nota la boca seca. Doña Paca se está poniendo unas medias, y sus manos suben eróticamente por sus piernas. Tal vez alguna variz afee la vista, pero desde tres pisos abajo, Miguel no las puede ver. Sólo puede ver el gesto. El de una mujer, semidesnuda, vestida únicamente con un sostén que abraza dos senos caídos, calzándose unas medias con la erótica y madura cadencia de una vedette de la dictadura.

"¿Y si…?"

Miguel agita la cabeza, se sube a la moto y arranca. Diez minutos después está a punto de ser arrollado por un Ford Escort al saltarse un semáforo. Un pique de cláxones e insultos salda las cuentas y cada uno sigue su camino.

No puede quitarse las piernas de Doña Paca de la mente.

Llega a la gasolinera, releva a su compañero y, aprovechando que es una hora floja y fría para que los clientes vengan a llenar el depósito, deja volar su cabeza.

Esa pierna… esas manos deslizándose sobre ella… ¿Cuánto tiempo haría desde que don Abel se la follara por última vez?... La pierna, la media, las manos, la ventana, él desde abajo… "¿Y si…?" la idea viene una y otra vez a su mente y, por instantes, parece verla con claridad. Él, follándose a doña Paca.

No puede aguantarlo más. Su erección crece en los vaqueros. Coge un paquete de pañuelos, la llave y se dirige a los servicios de la gasolinera.

  • Joder… qué asco…- exclama, cuando ve el estado en que está el baño. Cubre su mano con un par de pañuelos, adecenta la tapa del inodoro, y se baja los pantalones.

Su mano se engarfia sobre su erecta y joven polla e imita a la boca que, en su mente, se la chupa.

No lo sorprende que sea Doña Paca la que aparece en su fantasía. Mientras su mano sube y baja, imagina a la cincuentona mamándosela con el garbo propio que da la experiencia.

Chup, chup, chup… Su polla aparece y desaparece entre los labios de Doña Paca. Su polla aparece y desaparece bajo su mano.

Miguel sigue masturbándose y fantaseando lo que haría con su casera. Se tumbaría sobre la cama, boca arriba, la polla apuntando al techo, la piel joven, desnuda y nerviosa, esperando a la cincuentona, que quizá, sólo quizá, el trasluz de la ventana le diera cierto aspecto de aparición angelical, una suerte de Virgen no virgen dispuesto a otorgarle una experiencia religiosa.

Se colocaría sobre él y haría que su polla se hincara hasta lo más profundo de su viejo coño. Viejo y húmedo. Gemiría Miguel, tal y como gime en ese momento, en el sucio baño de una gasolinera, pajeándose mientras malamente se refleja en el grasiento espejo. Paca sabría sacarle todo el partido a su propio cuerpo. Lorena folla bien, pero le falta iniciativa, siempre ha sido él quien la ha manejado. Paca dominaría con su experiencia.

Arriba y abajo Paca en su mente. Arriba y abajo su mano sobre su polla. Jadea. Un gruñido a medio parir en la garganta, el pañuelo en la otra mano. Se tensa; en su mente Paca se corre empalada por su polla, y los chorros de semen le inundan el coño. Los mismos chorros que tapona con el pañuelo, que lo embarran, que lo mojan, que lo ensucian y que acaban por precipitarse, junto con el kleenex, a lo más hondo del ojo negro del váter.

Un claxon brama, sacándolo del ensimismamiento y obligándolo a salir del servicio. Un conductor está parado ante el surtidor.

  • ¡Perdón! ¡Estaba en el baño!- se disculpa Miguel, corriendo a hacer su trabajo.

  • ¡Va, Abel! ¡Abre de una vez!

La mano fuerte de Paca retruca en la puerta del baño, obligando a su marido a apresurarse.

  • ¡Que te esperes, coño!- grita él, fastidiado por la interrupción. Unos segundos después, se escucha el socorrido sonido de la cisterna del váter, el correr de agua de la pila para limpiarse las manos, y el abrir de la puerta.

  • Ya puede entrar la marquesa

  • ¡Venga, venga… fuera, fuera!- le empuja su mujer, que esta mañana tiene una extraña sonrisa alegre en su rostro. No es para menos. Esa misma mañana ha podido comprobar el efecto que ha tenido su cuidado gesto frente a la ventana en el cuerpo de Miguel. Casi ha oído el gorgoteo de su garganta al tragar saliva.

  • Oye… qué feliz estás hoy, ¿no?

  • Es que me he dado cuenta de que la vida es maravillosa…- responde, con mucho sarcasmo, Paca.- venga, sal de una vez, tonto

Don Abel se encoge de hombros y sale del baño. Paca entra y cierra tras de sí, canturreando algo entre dientes. Es extraño para su marido verla de tan buen humor.

  • ¡Oye Paca!- le grita desde el otro lado de la puerta don Abel

  • ¿Qué quieres?

  • ¿Tú no me la estarás pegando con otro, verdad?

Abel estalla en risotadas, y en el baño, Paca igual.

  • Sí, mira, con un veinteañero que la tiene así de grande.- Abel no puede ver el gesto, pero se lo imagina. Hacía mucho tiempo que no bromeaba así con su esposa.

Paca se mira al espejo. Algunas arrugas por aquí y por allá, las patas de gallo rebeldes que no han sucumbido al poder de las cremas, bálsamo infructuoso de la eterna juventud… Para tener cincuenta y algunos años no está nada mal. Y aún puede llegar a un orgasmo con facilidad. Lo descubrió anoche, mientras se masturbaba pensando en Miguel y Lorena, pensando en robarle el cuerpo a Lorena a medianoche y volver a saber qué era esa sensación tan olvidada de hacerle el amor a un joven de veinticinco años.


Esa noche, como la anterior, los gemidos de Lorena vuelan desde su cama y viajan hasta la de sus caseros. Gemidos, blasfemias, insultos… todo es uno en la boca de Lorena mientras Miguel se esfuerza al máximo en darle el mayor placer.

Entre estertores, la voz se le quiebra a Lorena cuando se corre. Bajo las sábanas de sus caseros, la erección de don Abel no puede ser más escandalosa. Paca, junto a su marido, hace como que duerme mientras acaricia su sexo, callada, imaginando que se funde con su inquilina y recibe en sus entrañas la juvenil verga de Miguel.


El día nuevo nace con la chicharra rutinaria del despertador. Miguel lo detiene antes de que pueda despertar a Lorena. Es jueves, le toca el último turno y hoy puede dormir hasta tarde. Se ducha y se viste en silencio, tratando de no despertar a su chica. Se despide robándole un beso en los labios y susurrando un:

  • Cariño…. Te prometo que haré lo que pueda para que no te falte de nada

Cierra la puerta tras de sí y baja a la calle. Agarra la moto y sale rugiendo hacia la gasolinera.


Es sábado y, como todos los fines de semana, son dos en el turno de mañana. Minutos después de llegar, Miguel pide urgentemente las llaves del baño a su compañero, que está en el mostrador. Él las lanza y Miguel las coge al vuelo. Corre hasta el baño y entra. Mientras espera, se moja un poco los ojos con el agua del grifo.

Dos minutos y veinte segundos después, sale, con la peor cara de la que es capaz.

  • ¡Hostias, Miki! ¿Te encuentras bien?

  • Pues no, la verdad es que no, nano… me he levantado con el estómago hecho polvo

  • Eh, nano… vete a casa, yo te cubro... no vaya a ser que acabes potando encima de un coche

Miguel trata de sonreír amargamente, y su compañero le guiña un ojo.

Sin perder tiempo, la moto de Miguel abandona la gasolinera con su rugido habitual, mientras bajo el casco miles de imágenes nublan la mente del joven. El corazón le late desbocado. "He de hacerlo, he de hacerlo…" se repite, mientras piensa en follarse a Doña Paca.


  • ¿Quiere también un par de lechugas, que las tenemos a muy bien precio? ¡Mire qué lindas!- La empleada de la frutería, sonriente, trata de colarle dos lechugas pochas a Doña Paca, que le cuenta lo caro que se ha vuelto todo. A su lado, un par de ancianas esperan su turno hablando de la última conquista de la Obregón bajo una cabellera blanca que Paca espera no tener nunca. Aunque tuviera ochenta años, seguiría tintándoselo. Con lo guapa que se ve ella con su pelo rubio recogido

  • No, gracias, bonica, ya llevo bastante. ¿Cuánto te debo?

Doña Paca sale de la frutería. El carro, repleto hasta los bordes después de siete tiendas, la sigue, agarrado por su mano. Por el asfalto pitan los coches y una moto ruge bajo el frío insistente del invierno. Sus huesos empiezan a notar ya los cambios de temperatura. No le extrañaría que, a sus cincuenta y cinco años, estuviera sufriendo el inicio de un reúma que, seguramente, se agravaría con los años.

Llega al portal y empuja hacia arriba el carro para salvar el primer escalón. Con esfuerzo lo consigue. Busca la llave en su bolso, luego en los bolsillos del abrigo y por último en el escote. No la encuentra, y llama a casa, esperando que Abel no se haya ido todavía al bar.

Tres llamadas y no contesta nadie. Paca tuerce el gesto al tiempo que una débil luz se ilumina en su cabeza. Abre el carro y escarba hasta encontrar la bolsa de la charcutería, mete la mano dentro y un tintineo le advierte de que ha encontrado su objetivo. Saca las llaves y ciega el ojo de la cerradura metiendo la del portal.

Una vez dentro, se planta ante los cuatro escalones que, dentro del portal, la separan del ascensor. Coge aire y sube, estirando tras ella el carro.

De pronto, sin embargo, la compra parece aligerarse tanto como si fuera de helio e, incluso quisiera comenzar a volar.

  • ¿Le ayudo, doña Paca?- Miguel sonríe escalones abajo, agarrando y levantando el carro por encima de la escalera.

  • Tranquilo, Miguel, si yo puedo… que una todavía es una mujer fuerte

  • Si no es molestia. Traiga, yo la ayudo a llevarlo a casa

Con gesto rápido y decidido, Miguel atrae hacia sí el carro de la compra, lo alza sobre los escalones levantándolo con ambas manos, en un alarde de fuerza y hombría, y sube con él las escaleras.

Lo deja junto a la puerta del ascensor y aprieta el botón que, al contrario de lo que debería hacer, permanece apagado.

  • Vaya… otra vez se ha estropeado el cacharro éste…- se queja Doña Paca mientras tuerce el gesto.

  • No hay problema, se lo subo a pulso.

  • Pero hijo, no seas tan bruto, déjalo en el suelo y ya lo subiré yo.

Miguel hace un gesto con la mano y vuelve a apropiarse del carro. Uno, dos, tres pisos. El último tramo de escalera le hace empezar a sudar. Tras él, subiendo con relativa rapidez, los cincuenta y cinco años de Doña Paca le siguen.


  • Toma, hijo, por el esfuerzo…- sonríe la mujer mientras le extiende una cerveza bien fría.

  • No es necesario que se moleste, Doña Paca, pero la tomo igual.- Responde con sonrisa el joven.

  • ¿Qué tomas qué?- la mente de doña Paca había volado. En ese momento estaba resbalando, junto a las gotas de sudor, por la piel cobriza de Miguel.- ¡Ah, la cerveza! Perdona, estaba pensando en otras cosas

Doña Paca se gira, y hace como que arregla unos platos sobre el banco de la cocina, mientras escucha el chiscar de la lata al abrirse, y la cerveza chisporrotear al encontrarse con el aire fresco. En ese momento, Doña Paca, envidia. Envidia con toda su alma a Lorena, la novia de Miguel. Envidia sus gritos de placer cada noche, algunas noches, incluso dos y tres veces. Envidia sus oportunidades de resbalar sobre ese cuerpo joven, firme y poderoso.

Una presencia, grande, fuerte y poderosa se pega a Doña Paca por la espalda y ésta se siente temblar.

  • Perdone, Doña Paca… iba… iba a coger un vaso

El aliento de Miguel recorre el cuello de la menuda mujer. ¡Ella, a su edad, temblequeando por un simple roce, como si fuera una adolescente novata! Suspira mientras el joven se inclina sobre ella para alcanzar uno de los vasos que hay en el mueble sobre el fregadero.

Los ojos de Miguel, sin embargo, no pueden evitar mirar por encima de la mujer superada su altura, y perderse en el canalillo de esas dos tetas grandes y blandas, que no ofrecen más resistencia a la gravedad que un débil ramalazo de orgullo femenino y sujetador bien apretado.

No puede evitarlo. La erección empieza a nacer, y Paca lo nota. Le repica el corazón, le late enfervorizado.

  • Miguel

  • Yo… doña Paca… yo


En la habitación marital, Miguel tiene que agacharse para dejar su boca al alcance de la mujer. Su pequeña lengua, con años de experiencia, se cuela bajo el paladar del joven y le enseña movimientos que no sabía que existían.

  • ¿Serías capaz de hacer esto sólo por unos míseros setenta euros?

  • Y por menos también, Doña Paca.

  • Vas a follarme, jovencito, más te vale que me tutees, dejes de llamarme Doña Paca y me llames Francisca… O Fran, como me llamaban de joven

Miguel estudia el cuerpo femenino mientras hace que la blusa caiga al suelo. "Francisca" es un nombre que le queda que ni pintado, pero es demasiado largo para susurrarlo al oído.

  • Está bien, Fran… vamos a follar.

  • Vamos a follar.


Los cuerpos desnudos, subidos a la cama, se funden en un beso pasional. La piel de Francisca, Doña Paca, Fran, arde al tocarla, y los dedos de Miguel ayudan a ello superando la flaccidez de su vientre y hundiéndose en los pliegues de su coño.

Su interior es igual al tacto que el de Lorena. Aunque las separen 33 años, un coño no envejece.

Doña Paca clava sus ojos en los de Miguel y él ve en esas pupilas una poderosa lascivia creciendo. Sonríe la mujer y recula, yéndose hacia atrás, sin dejar de acariciar la polla, erecta y joven, del chaval. Llega a donde quería, y su cara desciende sobre la verga.

Los labios atrapan el glande, y la lengua entra en juego. La experiencia juega un grado importante, y una felación jamás le había sabido tanto a gloria. Movimientos bruscos en los que su polla se cuela hasta la garganta de la mujer, se complementan con los pausados que imprime cuando le ofrece sus caricias al glande o al frenillo.

Miguel entorna los ojos. Doña Paca, y sus años a cuestas, le demuestran que Lorena no sabe chuparla. Que los remilgos de los que hace gala cuando sólo se mete la mitad, aunque los intente compensar con profundos y largos lametones, no es nada comparado con el trabajo completo que labios y lengua de la mujer hacen sobre él.

  • Por dios… como sigas así, D… Fran… como sigas así

La boca de doña Paca abandona el trabajo sobre el bálano de Miguel, y lo sustituyen dos finas manos que, pese a los años, conservan una suavidad envidiable. Sin masturbar directamente, sólo acariciando con suavidad pene y testículos, la quincuagenaria pregunta:

  • Si sigo así… ¿Qué?

  • Me correré…- Doña Paca sonríe ante la respuesta de Miguel y, sin más dilación, regresa su boca al lúbrico trabajo sobre la polla del joven.

Arriba-abajo, dentro-fuera… la saliva cubre el falo de Miguel, su líquido seminal se saborea en la boca de Paca, y las manos de la mujer no se están quietas.

Las uñas acarician el escroto, suben el talle de la polla y dejan un surco en la saliva al retirarse la boca de la mujer. La otra mano, mientras tanto, juguetea con el vello testicular, acaricia los muslos y su cortísimo vello y buscan, entre el cuerpo de Miguel y la sábana, un resquicio por donde colarse entre sus nalgas.

  • Oh, dios…- suspira Miguel cuando siente su polla nuevamente encerrada en la boca de Doña Paca, y uno de sus dedos, de pulcra uña esmaltada, acariciando la entrada de su ano.

La caricia nubla la mente del joven, y la mujer lo siente latir, palpitar, casi como si fuera un hijo suyo que se abriera a la vida en su vientre.

  • Me… me corro…- Doña Paca no se aparta. Hunde la yema de su dedo en el ano de Miguel, hunde la polla del joven en su boca, y siente cómo los chorretones de semen le fusilan la garganta.

Aún se está estremeciendo Miguel cuando Francisca termina de tragar todo su semen, excepto un fino hilillo que se le ha escapado por la comisura. Doña Paca se lo retira con dos dedos, prueba su densidad con el pulgar, embadurnando bien ambos dedos, y chupa sólo uno, el índice. Extiende el corazón hacia la boca de Miguel y le ordena:

  • Chúpalo.

Doña Paca, desnuda, cuerpo de arrugas nacientes, de pechos caídos, de rostro envejecido, está de rodillas sobre él, y le ordena comerse su propio semen. Sus expertos ojos no dejan atisbo alguno a la duda. Debe hacerlo, aunque sólo sea para agradecerle a la mujer la mejor felación de su vida.

Miguel abre tímidamente la boca y doña Paca introduce el dedo. Miguel lame, chupa, acaricia con la lengua ese dedo con sabor a él. El sabor se le pega al paladar y le deja la misma sensación dulzona que los zumos de pera que se tomaba de pequeño. Decidido. Jamás volverá a beber zumo de pera.

  • bien hecho, jovencito…- Paca se inclina hacia Miguel y hunde su lengua en la boca del veinteañero como si quisiera robarle el sabor del semen o, quién sabe, compartir el que ella tiene en su propia boca.- Ahora me follarás, ¿Entendido?

  • Entendido…- musita Miguel, y al hablar, se rompe el hilo de saliva que unía su boca a la de la mujer.

  • Sólo quiero pedirte un favor.

  • Lo que quieras.

  • Hazlo por el culo.

Miguel abre unos ojos como platos. Casi tuvo que suplicarle a Lorena que le dejase profanar su estrecho agujero, y Doña Paca se lo está poniendo en bandeja.

  • Quiero dejar el coño para mi marido… no soy completamente infiel… llámame tonta, pero así lo prefiero. Además, así no necesitas condón.

  • no hay problema, D… Fran…- Responde Miguel, y su boca se vuelve a abrir para recibir nuevamente la lengua de la mujer.

Los dedos de Paca se engarfian sobre la polla de Miguel del mismo modo que su lengua se enreda sobre la del joven. Si, en algún momento, la polla de Miguel había perdido vigor, acababa de recuperarlo por completo.

Acabado el beso, Miguel salta de la cama e indica a la mujer que le muestre la grupa.

  • Vamos a abrir el agujerito…- sonríe el joven, sacando la lengua, y la madura mujer no tarda en arrodillarse frente a él e inclinarse hasta que su culo, sufridos los embates de la edad, queda a merced del vital veinteañero.

Miguel se arrodilla tras ella y también se inclina, para que su boca quede a la altura del sonrosado ano de la mujer, que se abre entre sus carnosas nalgas.

La lengua asoma entre los labios y lame del sexo al ano, embebiéndose del amargo sabor del flujo de la veterana.

  • Oh, señor…- se estremece Doña Paca al tacto de esa lengua sobre sus más secretos agujeros.

Miguel sonríe y aplica todo su esfuerzo en el ano de la mujer. Recuerda aquella vez que dejó a Lorena al borde del orgasmo sólo con un beso negro. Menos de un minuto de caricias posteriores a su clítoris la hicieron saltar y gritar en un bello orgasmo.

Su lengua bordea, acaricia y penetra en el fruncido agujerito de Doña Paca. Pulcramente limpio. ¿Se asearía cada día tan a conciencia? A su cabeza vino la imagen de la mujer cambiándose ante la ventana, enseñándole sus curvas a él, que estaba en la calle. ¿Lo prevería? No era momento de pensar en eso. Era momento de su lengua resbalando entre las nalgas de la mujer, de un ano palpitándole agradecido, de un coño caliente cuyo clítoris clamaba por unos dedos que le hicieran compañía.

  • Oh, dios…- seguía gimiendo la mujer, esta vez dejando caer su cabeza sobre la cama y, con las manos, buscar respectivamente su pezón derecho y su coño, multiplicando por tres los puntos erógenos que eran extasiados.

En pocos minutos, la lengua, que ya podía colarse sin ningún pudor ni impedimento en el ano de la mujer, y los dedos de Paca, que seguían su variable sobeteo con el clítoris, llevaron a doña Paca al límite del clímax. Se detuvo justo en el filo, tratando de demorar lo indemorable, de castigarse placenteramente en ese momento que antecede a la liberación de todo el sexo acumulado.

Sólo necesitó el más ligero de los empujones. La mariposa que agita sus alas y crea un huracán en la otra parte del mundo tuvo su reflejo en el travieso soplido que Miguel dirigió a sexo y ano de la mujer. El huracán fue el desaforado orgasmo que se desencadenó en el cuerpo de la madura, dejándola casi inerte sobre la cama, mordiendo el almohadón para no gritar.

  • Oh… por… favor…- exclama, desvencijada sobre la cama, doña Paca.- Me siento como si me hubiera pasado un tráiler por encima, pero como si el dolor lo cambiara por el placer... Dios mío… me has dejado

  • Y aún le queda lo mejor, doña Paca…- sonríe Miguel, olvidándose de las normas del tuteo. Arrastrándola hacia sí, Miguel baja de la cama, colocando a la mujer al borde de la misma, hasta que sus piernas penden sobre el suelo.

Entonces, levanta ambas de los tobillos, y se las echa sobre el hombro diestro, facilitando a su polla el acceso a la región que debe explorar.

Se ensaliva bien la verga, para lubricarla, y no hace lo mismo con el ano de la mujer porque piensa que con el tratamiento anterior tiene más que de sobra.

Como pensaba, la polla se desliza por el dilatado agujero lenta pero constante, con suavidad, respondida por un suspiro de placer de la mujer.

  • ¿Fue su marido quien la desvirgó el ano?- pregunta Miguel con una sonrisa, mientras ve la cara de doña Paca deshacerse en placer.

  • N…no… se llamaba Andrés. Tuvimos un romance hace… treinta… treinta años

Miguel sonríe y comienza con las embestidas. Una, dos, tres, cuatro, cinco. Sus caderas chocan con las nalgas carnosas de la madura. Los gemidos surten de la boca de Doña Paca, que se cree incapaz de encadenar otro orgasmo como el que acaba de disfrutar. Está cansada, su cuerpo maduro está cansado, pero su sexo, su vientre, su lujuria siguen hambrientos, y quieren más, más gozo, más placer, más carne de Miguel en sus entrañas.

Y lo tiene. Retoma el control sobre su cuerpo y hace a Miguel cambiar de posición. Se pone a cuatro patas sobre la cama y deja que la polla del joven le llegue otra vez hasta lo más hondo de su culo. Y más embestidas. Lo siente nacer. Esta vez, sin tener que tocarse el coño. Es una medida que ha tomado Miguel por ella. Siente el corazón querer salírsele por el sexo, ya ni recuerda ni cuantos minutos llevan follando. Sólo sabe que se corre, que se corre, que se corre y que la polla de Miguel palpita en sus entrañas.

Con un grito compartido, ambos dos se vacían. Un hilo de semen cae por las nalgas de la mujer, toda vez que Miguel ha salido de su cuerpo.

  • Bueno, Doña Paca ¿Me he ganado los 70 euros de este mes?

  • Cuando quieras te pasas para los de los siguientes.- sonríe la mujer.


Miguel sale con una sonrisa en la boca de la casa de sus caseros. ¿Quién le iba a decir que una rebaja en el alquiler le iba a resultar tan placentera?

Cantarín, se encamina escaleras abajo, y entre medias de ambos pisos, se cruza con don Abel, su casero. Ambos casi gritan al encontrarse, pero también ambos logran controlarse.

  • Maldito ascensor, ¿eh? Subir escaleras es un suplicio…- ríe nerviosamente don Abel.

"Piensa, Miguel, piensa…"

  • Dígamelo a mí, que he tenido que subir a la azotea para tender un par de camisas… Me está matando tanto subir y bajar...

  • Bueno, gusto en verle, Don Abel, dele recuerdos a su esposa de mi parte.

  • Tú también a tu chica… Se ve que os queréis mucho

  • Nos queremos con locura, como ustedes, vamos. Bueno, hasta otra, don Abel.

Bajando las escaleras, Miguel sonríe al recordar cómo poco antes sodomizaba a Doña Paca, la mujer de Don Abel.

Subiendo las escaleras, Don Abel sonríe al recordar cómo poco antes sodomizaba a Lorena, la chica de Miguel.

  • Hola, cariño. Ya estoy en casa. ¿Qué tal el día? ¿El mío? Aburrido, como siempre.