La casada mal follada
Aún no acabara de correrse cuando le di la vuelta y le empotré las tetas contra la pared. Abrió las piernas, levantó los brazos y apoyó las manos en la pared. Se la clavé de una estocada.
Eusebio, un hombre maduro y atractivo, le preguntó al recepcionista de hotel donde se alojaba:
-¿Sabes a dónde podría llamar para encontrar a una joven de piel oscura, de 19 a 24 años que se deje hacer de todo y que tenga el coño peludo?
-¿Lo del coño peludo es una condición indispensable?
-Sí, me gustan las mujeres con el coño peludo.
-Y a mí, pero en chicas de compañía son muy difíciles de encontrar. ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar?
-Cien euros.
-¿A qué hora la querría en su habitación?
-Entre las ocho y las nueve.
-Esta noche trabajo. Lo llamaré cuando llegue... Si consigo una chica así.
Paso a contar la historia en primera persona.
Eran las ocho y media de la tarde cuando la muchacha llamó a la puerta de la habitación del hotel, abrí y la vi. Tendría 19 o 20 años y medía más de un metro ochenta. Era mulata, casi negra. De los lóbulos de sus orejas colgaban dos grandes aros de plata. Su cabello era negro, rizado y cortito. Sus ojos negros, pintados con tonos del mismo color, eran grandes e iluminaban su bello rostro, un rostro con una nariz pequeña, una boca grande con labios carnosos pintados de rojo y una barbilla con un pequeño hoyuelo. Olía a lavanda, y llevaba puesto un abrigo de piel de color negro que hacía juego con sus zapatos de plataforma y su bolso de mano.
-¿Espera compañía? -preguntó con una sonrisa en sus sensuales labios.
El recepcionista no me había llamado, pero si duda era la chica que estaba esperando.
-Esperaba -le hice un gesto con la mano para que entrase y entró en la habitación.
Echó un vistazo y vio lo que había: Una cama con un cobertor de color blanco, dos mesitas de noche y dos lámparas en la pared (encima de la cabecera y encendidas), un armario, un par de sofás, y una coqueta sobre la que había una botella de Freixenet, un par de copas, una bandeja de pastelitos y un reproductor de cassetes. La mulata se acercó a la ventana, corrió la blanca cortina de seda, echó un vistazo, y dijo:
-Una vista preciosa -volvió a correr la cortina-, pero no vine aquí a relajarme viendo vistas.
Se dio la vuelta y se quitó el abrigo. Llevaba puesta lencería de color blanco. Echó el abrigo sobre un sofá, y me preguntó:
-¿Le gusto, don...? -dio una vuelta de 180 grados para que la viera bien- ¿Le pongo?
¡Cómo no me iba a gustar! ¡Cómo no me iba a poner! Tenía unas tetas tan grandes que parecía que le iban a reventar el sujetador. Su cintura era estrechita, sus caderas anchas, su culo respingón y sus interminables piernas rozaban la perfección.
-Nada de don... Cuando acabe contigo, te habrás corrido tantas veces que me vas a llamar Pepiño.
Se sentó en el borde de la cama, y me dijo:
-Yo solo me corro con mi marido, y pocas veces.
-Conmigo será diferente.
La mulata no tenía gana de cháchara. Me preguntó:
-¿Qué quieres que te haga?
-Seré yo el que te haga... Quiero regresar a los setenta contigo.
-El cliente manda. ¿Me das los cien euros?
Cogí el dinero en el bolsillo interior de la chaqueta de mi traje gris y se lo di, lo guardó en el bolso, después volvió a sentarse en el borde de la cama, y me dijo:
-¿Me desnudo o me desnudas tú?
-Te desnudo yo.
Quité la chaqueta y la corbata, abrí tres botones de la camisa y dos del chaleco, fui a su lado, me agaché y le quité los zapatos. Mirándonos a los ojos y sonriendo, le quité el liguero y las medias. Al terminar y ver sus largas piernas abiertas supe que era el momento de rememorar aquel día de los años 70 en que follé en su habitación londinense con una negrita de Mauritania que trabajaba en una pastelería. Fui hasta la cómoda. Le di al play del reproductor de cassetes y se oyó la inconfundible voz de Cat Stevens. Quité las cintas y el papel de la bandeja de los pastelitos, que estaban rellenos de crema. Regresé a su lado con la bandeja, me volví a agachar, cogí un pastelito y le dije:
-Pon uno de tus pies sobre una de mis rodillas.
Puso su pie izquierdo sobre mi rodilla izquierda. Abrí el pastelito por la mitad. Cogí el pie con sus uñas pintadas de rojo, lo levanté y le unté de crema la planta y la parte inferior de sus dedos. Me comí el resto del pastelito y después cogí su pie y, despacito, lamí la nata de su planta y de los dedos. Pasaba mi lengua por su pie y la miraba a los ojos. Su mirada era de incredulidad, más levantaba el pie y facilitaba que mi lengua fuese dejando su pie limpio de crema. Al coger otro pastelito, sin decirle nada, puso su pie derecho sobre mi rodilla derecha. Lo unté de nata y mi lengua se deslizó por la planta, por sus dedos... La mulata, con los ojos cerrados acompañó a Cat Stevens:
-Oh, baby, baby, is a wilde world...
Le quité las bragas. Su coño tenía una buena mata de pelo negro y rizado. Con un pastelito abierto a la mitad unté de nata el interior de sus muslos hasta llegar a los pelos de su coño. Lamí la nata. Luego abrí su coño con dos dedos y con otro pastelito unté de crema sus labios vaginales de color rojo bermellón. La mulata tenía los ojos cerrados y mordía su labio inferior. Lamí hasta dejarlo limpio, especialmente el clítoris, después le dije:
-Échate boca abajo sobre la cama.
Hizo lo que le dije. Tenía un culo precioso. En su espalda, desde la cintura a los hombros, llevaba tatuada la bandera de Cuba. Le abrí el sujetador y después le unté de crema la nuca y la columna vertebral hasta llegar a las nalgas. Lamí de arriba a abajo y de abajo a arriba. La joven comenzó a gemir.
-Abre las nalgas, mulata.
Abrió las nalgas con las dos manos y me dijo:
-Tania, me llamo Tania.
Unté la crema de otro pastelito en su periné y su ojete y oyendo sus dulces gemidos lamí hasta dejarlos limpios. Le di la vuelta y vi sus tetas, unas tetas cómo melones, con enormes areolas negras y pezones grandes y duros. Clavé dos pastelitos abiertos, uno en cada pezón, luego giré alrededor y le unté las grandes areolas con la crema. Aquí ya lamí y chupé. Tania la gemía sin parar. Al rato le pasé la crema de otro pastelito por los labios, sacó la lengua y lamió la crema. Se comió el pastelito, y me dijo:
-¿Quieres que te unte de crema la polla?
-¿Y eso?
-Me provoca mamártela un poquito.
En menos que canta un gallo estaba en pelotas. Tania me untó los huevos y la polla con la crema de un pastelito, y después de comerlo con su gran lengua y sin manos, lamió y chupó polla y huevos. Cuando dio cuenta de la crema, le pregunté.
-¿Quieres correrte?
Estaba tan cachonda que no pudo decir que no.
-No debía, pero...
-¿Cómo quieres correrte?
Ya se tiró a la piscina.
-¿Qué te gustaría hacer para que me venga?
-Comerte el coño después de untarlo de crema.
-Suena delicioso.
Volví a abrir su coño con dos dedos. Lo tenía encharcado. Lo unté de crema y le metí en la boca el resto del pastelito. Se lo comió. Le comí el coño. Sin florituras. Lamí la crema mezclada con sus jugos y después, con la puntita de mi lengua rocé de abajo a arriba su clítoris, un clítoris grande y fuera del capuchón que sobresalía de su mata de pelo rizado. Cuando la punta de mi lengua lo rozaba. Tania, elevaba la pelvis para que el contacto fuese mas fuerte, yo no le dejaba, y así estuve largo rato, hasta el momento en que al subir la pelvis apreté mi lengua con su clítoris y lamí tranversalmente y a toda pastilla. De su garganta salio un grito:
-¡¡¡Aaaaaaaaaah!!!
Se corrió jadeando, estremeciéndose y moviendo la pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo. La corrida fue grandiosa.
Cuando acabó, me dijo:
-¡Ay, papito! ¡¡Que rico lo sentí!
-Me alegro.
Me levanté, eché dos copas de Freixenet, se la llevé a la cama, tomó un sorbo, y me dijo:
-Nunca me habían hecho lo de los pastelitos.
-Cada día se aprende algo nuevo.
Tania volvió a acompañar a Cat Stevens.
-Yes I´m being followed by a moonshadow, moonshadow, moonshadow.
-¿Te gusta Cat Stevens?
-¿Quién?
-El que está cantando.
-¿Se llama así? Gato Stevens?
-Sí.
-Me gusta -posó la copa vacía encima de la mesita de noche-, pero me gustas más tú. Comes el coño mejor que una mujer.
-Me gusta que te gustara cómo te lo comí.
Me sorprendió al cambiar de tema y preguntar:
-¿Me puedo comer el resto de los pastelitos?
-Come.
Los comía con ganas. Pensé que tenía hambre. Le pregunte:
-¿Quieres que pida algo de comer, Tania?
-No, no tengo hambre, lo de los pastelitos es porque soy muy golosa.
Entre mordisco y mordisco acompañó a Cat Stevens.
-Baby I´ll tray to love again but I Know, the first cut is de deepest.
-Cantas muy bien.
-Y aún templo mejor.
Su mano izquierda cogió mi polla y la masturbó.
-Mal no lo haces, no.
Volvió a cantar.
-Beause I´m sure gonna give you a try, and if you want I´ll tray to love again,but I know, the first cut is the deepest.
-Hasta lo más profundo te la voy a meter yo en el corte.
Tania tenía otros planes.
-Primero voy a conocer el sabor de tu leche.
Se metió la polla en la boca y no paró de mamar hasta que le di toda la leche que tenía acumulada. Tania, tragaba, y decía:
.¡Qué rica... Espesita... Calentita.... Qué rica...!
Al acabar de correrme, se levantó, arrimó la espalda a la pared, se abrió de piernas, y me dijo:
-¡Dame lo mío, papito!
No podía dejar de mirar para sus tetas. Eran preciosas. Inmensas, apetitosas. Las cogí y se las devoré. Sí, las mordí, las chupé las mamé, las estrujé... Después me agaché, metí mi cabeza entre sus piernas y le comí el coño lamiendo de abajo arriba cómo si no hubiera mañana... Su coño se humedeció, más y más, y más, hasta que sentí cómo un liquido caliente caía sobre mi lengua, me dijo:
-¡Me corro, papito!
Se corrió cómo una gatita. De su coño salió un rió de jugos incoloros cómo del agua, pero espesos como mocos. Jadeaba, temblaba... Cuando se corría lo hacía en grande.
Al acabar de correrse ella y de tragar sus jugos yo, me levanté le metí dos dedos en el coño, y mirándola a los ojos froté su punto G a mil por hora. Tenía mis labios a milímetros de los suyos. Esperaba que me besara, pero en vez de hacerlo su mirada me retaba, era cómo si me estuviera diciendo que no iba a ser capaz de hacer que se corriera, pero cuando mis dedos comenzaron a chapotear en sus jugos, cerró de los ojos, volvieron los gemidos, echó la cabeza hacia atrás y se corrió de nuevo. Sentí cómo una cascada de jugos bajaba por mis dedos... Aún no acabara de correrse cuando le di la vuelta y le empotré las tetas contra la pared, Abrió aún más las piernas, levantó los brazos, apoyó las manos en la pred y echó el culo hacia atrás. Se la clavé de una estocada. Después de ametrallarle el coño un par de minutos, se lo llené de leche. Tania movía su culo buscando correrse de nuevo. Acabé de correrme y la seguía buscando. Quité la polla, le volví a dar la vuelta, metí mi cabeza entre sus piernas y le lamí el coño. Le comenzaron a temblar las piernas, y exclamó:
-¡¡Ayyyyyyyy diooooosssssssss, queeeee riiiiiicoooo!!
Se corrió de nuevo, y mientras gozaba, de su coño salio de todo, y de todo me tragué.
Tania, después de correrse se echó boca arriba sobe la cama y mientras yo echaba una copa de Freixenet, me dijo:
-Eres un cerdo encantador.
-Encantador, no sé, pero cerdo, sí que lo soy. En fin, se acabó el tiempo. ¿Te apetece tomar la última?
-Olvídate del tiempo. No tengo prisa. Mi marido está trabajando. Me tomaré esa copa y antes de irme te voy a echar un polvo que lo vas a recordar toda tu vida.
Después de tomarnos la copa, me eché a su lado. Tenía la polla a media asta. Tania me ató las manos a la espalda con sus medias, subió encima de mi, puso su coño sobre mi polla, metió mi cabeza entre mis tetas y las movió de lado a lado. Después me dio a mamar una, la otra, me abofeteó la cara con ellas... Luego comenzó a frotar su coño con mi polla desde mis pelotas al glande y del glande hasta las pelotas. Me besó por vez primera, sus labios eran dulces y su lengua traviesa. Con el primer beso se me puso la polla dura del todo. Comenzó a latir entre sus labios vaginales... Tania, levantaba su duro culo y dejaba que la polla se pusiera mirando al techo para aplastarla con su coño y volver a moverlo de las pelotas al coño y del coño a las pelotas. Me envolvía con sus besos, con sus tetas, con su masturbación vaginal. Nada decía, solo hacía, y haciendo cogió la polla, la puso en la entrada del ojete y metió el glande dentro de su culo. Yo empujé, pero su mano cerrada hacía tope y no la dejaba entrar, del culo pasó al coño, metió la cabeza dentro, de nuevo empujé, pero de nuevo encontré su mano cerrada haciendo tope... Volvió a masturbarme con su coño, que a estas alturas de la follada ya estaba empapado... Y vuelta a meter el glande dentro del culo, y dentro del coño y a frotar... Y queriéndome poner perro, se puso perra, o queriéndose poner perra me puso perro... El caso fue que al final, cuando la humedad brillaba en el interior de sus muslos, me besó, y me dijo:
-¿Preparado para correrte?
-Casi.
Su mano agarro mi polla y metió la cabeza en el coño. Empujé, quitó la mano, y entró hasta el fondo, con mi polla clavada a tope, su culo se movió despacito, de atrás hacia delante y de adelante hacia atrás con su clítoris rozando mi pelvis. Sus labios rozaban los mios, más no los besaban. Me miraba a los ojos y gemía en bajito. Cuando cerró los ojos y me besó supe que se iba a correr. Así era, casi susurrando y sin dejar de mirarme a los ojos, me dijo:
-Correte, córrete, córrete, correte, correte.
Se incorporó, echó la cabeza hacia atrás, me volvió a mirar, y con la cara llena de gozo, envuelto en un suspiro, me dijo:
-Me estoy corriendo en tu polla.
Su coño apretaba mi polla, la soltaba y la bañaba, la apretaba, la soltaba y la bañaba... Cuando Tania sintió cómo mi leche la llenaba se derrumbó sobre mí. Su boca se juntó con la mía. Le quise chupar la lengua, pero se me adelantó y casi me la arranca con la fuerza que me la chupó.
Al rato se fue. Pensé que no iba a saber más de ella, pero al día siguiente la vi hablar con el recepcionista y le pregunté al botones:
-¿La conoces?
-Claro, es la esposa de Rafael.
-¿Quién es Rafael?
-El que está con ella, el recepcionista, pero a Ana María ni la mire, Rafael es muy celoso.
Quique.