La casa rural
Durante el puente de diciembre volvimos a coger vacaciones, así que decidimos hacer un viaje y, por supuesto, buscar nuevas experiencias. Pensamos en alquilar una casa rural y hacer una ruta gastronómica por varios pueblecitos pegados a la frontera con Portugal.
El relato que se expone a continuación es completamente real, salvo los nombres que son ficticios.
Aquellas vacaciones (serie de relatos “Vacaciones en la playa”) supusieron un antes y un después en nuestra relación y en nuestras vidas. Despertó en nosotros una enorme curiosidad por seguir explorando el mundo del exhibicionismo, del sexo con otras personas y, en general, de la búsqueda de nuevas experiencias en pareja. Del mismo modo, nos unió muchísimo más de lo que ya lo estábamos y mejoró nuestra comunicación y complicidad, así como la confianza mutua.
Los meses siguientes a esa semana de septiembre tuvieron un componente extra de morbo y excitación, tan solo con recordar algún pasaje de lo que nos había ocurrido, nos poníamos cachondos y follábamos intensamente. Incluso si estábamos fuera de casa, hacíamos lo posible por acabar lo que estuviéramos haciendo, nos montábamos en el coche, en un taxi, el bus… e íbamos aprovechando el camino para jugar dentro de las posibilidades que nos ofreciese la situación. Al llegar a casa cualquier lugar nos parecía adecuado para tener sexo. A veces estábamos tan cachondos que no esperábamos ni siquiera a subir a casa. Una vez que habíamos aparcado el coche en el aparcamiento, nos masturbábamos allí mismo intentando no ser vistos por ningún vecino. Marta me hacía una mamada, yo a ella un dedo o ambas cosas a la vez. En resumidas cuentas, nuestra actividad sexual se multiplicó exponencialmente.
Como ya he comentado en anteriores relatos, a mí me encanta inventar situaciones y proponerle cosas a Marta, así que otro aspecto que comenzamos a incluir en el terreno sexual, fueron los juegos de roles. Esto es algo que de vez en cuando hacíamos, pero ahora comenzaron a ser mucho más frecuentes e intensos. Empezamos a regalarnos disfraces eróticos, juguetes sexuales de todo tipo y lencería de la que se suele llamar erótica, aunque yo la denominaría más bien porno ya que muchas prendas tapaban poco o directamente nada. Las situaciones de exhibicionismo en lugares públicos también empezaron a ser más frecuentes y, sobre todo, las conversaciones sobre incluir a terceras personas en el sexo.
Durante el puente de diciembre volvimos a coger vacaciones, así que decidimos hacer un viaje y, por supuesto, buscar nuevas experiencias.
Pensamos en una ruta gastronómica por varios pueblecitos pegados a la frontera con Portugal, alquilamos una casa rural cerca de un parque natural a medio camino entre varios lugares con muy buena pinta y muy recomendados y allí que nos fuimos.
Fueron unas 3 horas largas de camino. Al salir de casa, Marta ya me había confesado que se estaba poniendo cachonda de tan sólo pensar que íbamos a portarnos mal. A mí sus palabras también me pusieron cachondo porque era consciente de que iba dispuesta a todo.
Con los líos de preparar las maletas y poner el coche a punto, no me había percatado de lo más importante, así que mientras volvíamos al coche en la parada que hicimos para desayunar y echar gasolina, Marta me lo recordó.
- Raúl, ¿te has fijado en mi outfit? – me dijo con un tono un poco burlón.
Marta iba vestida con ropa de abrigo, o al menos eso parecía. Llevaba un abrigo a media cintura con pelitos sintéticos de los que parece que te has puesto un zorro por encima, con la cremallera semi bajada podía ver que debajo llevaba una camiseta blanca de lycra fina. Debajo llevaba unas mallas negras de hacer deporte, de las que marcan mucho y hacen que te des la vuelta a mirar el culo y unas botas planas también con pelitos.
- Pues la verdad es que he visto que ese pantalón lo llevas muy pegadito, pero ¿en qué me tenía que fijar si se puede saber? Vas normal, ¿no?
- Pues mira… - dijo mientras agarraba los leggins por el filo de la cintura.
Íbamos andando en paralelo hacía el coche. Así que seguí el movimiento de su mano hacía el pantalón, cogió la tela elástica del pantalón con sus dedos índice y pulgar y separándolo de la piel me dijo:
- No llevo nada debajo, ¿te gusta? – afirmó con una sonrisa de lado a lado.
- Qué zorrita eres cariño. – y acto seguido le pegué una cachetada en el culo palpando la nalga libre de toda atadura.
Nos montamos en el coche y continuamos nuestro camino. Habíamos quedado con el propietario de la casa en un conocido bar de un pueblo cercano. Al llegar al aparcamiento del bar, miré a Marta, la besé, le pasé un dedito por el coño por encima del pantalón y me quedé mirándola a los ojos.
- ¿Qué? ¿qué pasa? - me dijo expectante
- Dime que llevas sujetador – le dije
- ¡Pues claro…que no! - comenzó a reírse a carcajadas – ¿por qué te crees que no me he quitado el abrigo desayunando? Había una familia cerca y no quería dar el espectáculo.
La polla se me empezó a poner dura de manera automática. Volví a besarla, esta vez juntando nuestras lenguas.
- ¿vas a bajarte? - le pregunté
- No, da igual, entra y busca al tal Mario (así se llamaba el señor que nos había alquilado la casa), quiero llegar a la casa y comenzar a disfrutar.
Así lo hice. Me bajé del coche, entré en el bar y pregunté a un camarero tal y como nuestro contacto nos había comentado y me dirigió amablemente a un tipo de unos 50 años que estaba esperando sentado en una mesa justo al otro lado de la barra. Tenía una taza de café vacía y estaba hablando por teléfono. Esperé a que terminara la llamada pacientemente.
- Hola, ¿eres Mario? – le pregunté al tipo
- Buenos días, sí, soy yo ¿Raúl? – me contestó él
- Eso es, ¿qué tal?
- Pues muy bien, disculpa la espera. Vamos. Voy a coger el coche, ¿has venido solo?
- No, está mi mujer en el coche esperando, hemos aparcado justo en la puerta.
- Muy bien, pues vamos allá.
Salimos del bar y fuimos hacia el coche. Marta se encontraba fuera de él. Estaba apoyada sobre la puerta del acompañante observando a su alrededor. Ahora sí que me fijé bien en sus pantalones y dejaban muy poco a la imaginación. Al ser negros, no llamaban especialmente la atención, pero cuando nos acercarnos vi que al no llevar nada debajo, el pantalón delimitaba perfectamente su entrepierna y su rajita.
Mario tenía su coche aparcado a unos metros del nuestro. Paramos a la altura de Marta.
- Hola, buenos días, es usted Mario ¿verdad? – lo saludó Marta con una sonrisa en la boca
- Buenos días, así es señora – le respondió educadamente nuestro contacto.
Aunque no fue demasiado descarado, el señor le dio un pequeño repaso a Marta y bien que hizo, al fin y al cabo, yo sabía que ella se había bajado para eso.
- Ese es mi coche. Iré yo delante, seguidme. La casa está a unos 10 minutos de aquí. – nos comentó el propietario.
- Ok, perfecto. – contesté
Nos montamos en el coche y nos comenzamos a seguir al señor camino de la casa. Conforme salimos del pueblo, el paisaje cambió por completo. Empezamos a recorrer una pequeña carretera comarcal dejando atrás los grupos de casas y adentrándonos en un camino idílico de pequeñas fincas con lindes de piedra repletas de encimas, cerdos, algunas vacas y ovejas y casas aisladas que parecían construidas varios siglos atrás. El terreno era de pasto verde y muy húmedo.
Aproveché la intimidad del coche para poner la mano sobre el muslo de Marta y acariciarlo por la zona más cercana a su coño. Ella se dejó hacer, abrió ligeramente sus piernas y se acomodó el cinturón de seguridad del coche.
- ¿te has bajado para que te vea el tipo este? – le pregunté a Marta.
- No, si no hubiera entrado al bar. Pero cuando te has ido, han aparecido 2 chicos jóvenes y se han parado con las motos justo detrás del coche, así que me he bajado para divertirme un poco a ver si se fijaban en mi culito… - me contestó riéndose.
- Muy bien cariño, veo que no pierdes el tiempo – y diciéndole esto, llevé mi mano sobre su coño, notaba el calor de su entrepierna en mis dedos – también veo que tienes ganas de fiesta, ¿eh?
- Jajaja ya sabes que es salir de vacaciones y ponerme cachonda – me contestó
Tras unos 10 o 12 minutos de camino, paramos en un pequeño rellano al pie de la carretera delante de un portón de hierro. Nuestro “casero” bajó de su vehículo, abrió las dos puertas del portón y volvió al coche. Aparcó su coche dentro de la pequeña finca, yo lo seguí.
Nada más pasar el portón, había un pequeño rellano acondicionado con piedrecitas blancas a modo de aparcamiento en el que dejamos el coche. Habría hueco para 1 o 2 coches más como mucho.
El propietario de la casa, Mario, se bajó del coche y nosotros hicimos lo mismo.
- Pues nada, esta es la casa, ¿qué os parece? – comentó él
- Pues por fuera es preciosa – dijo Marta quitándose las gafas de sol.
- Venid por aquí, pasad por este camino – dijo Mario dándose la vuelta e invitándonos a seguirle.
Era la típica casa rural para 4 o 5 personas, aunque el perímetro de la finca era ciertamente amplio. Por uno de los extremos del aparcamiento, se extendían las piedrecitas blancas, estrechándose de tal forma que daban lugar a un camino de unos 2 metros de ancho que bordeaba la acogedora casa de dos plantas por uno de los laterales. El camino desembocaba en un patio trasero rodeado de algunos árboles en el que había una pequeña piscina de 2x3 metros con rectángulo de césped artificial con 4 tumbonas y, junto a ella, la típica zona de barbacoas con un poyete de obra y un fregadero. Además, había una pequeña estructura con dos columpios pensado para los niños.
El perímetro de la finca estaba delimitado por un pequeño muro de hormigón revestido de piedra de un metro aproximado de alto y la habitual alambrada metálica de 1,20 metros delante de la cual había un seto que la cubría totalmente y proporcionaba un poco más de intimidad y sensación de seguridad.
- Sin duda alguna, este es el rincón estrella de la casa – dijo el propietario mientras estábamos en el patio trasero – aquí tenéis para hacer barbacoa, la piscina que, aunque sea diciembre, no viene haciendo mal tiempo e igual os podéis dar algún baño en estos días, sobre todo en torno al mediodía. Y mirad qué vistas… - diciendo esto, alzó el brazo señalando a su alrededor.
El paisaje que se extendía delante de nuestros ojos era espectacular. El terreno algo sobreelevado de la zona donde acababa la carretera y empezaba la casa, permitía apreciar una gran llanura de pasto verde que culminaba en una montaba cubierta con una gran arboleda.
- Pues sí que es bonito, sí – comenté yo
- Aquí vais a estar de lujo, ya veréis – afirmó el propietario – bueno os enseño la casa, venid por aquí.
Nos dimos la vuelta y nos dirigimos hacia el acceso trasero de la casa. Para entrar a la misma, había que subir 3 peldaños con azulejos rústicos que daban paso a un porche cubierto de unos 3 metros de ancho y que abarcaba los 10/12 metros de largo que mediría la pared de la casa. El porche estaba cercado por una barandilla de estilo rústico también y en él había una mesa rectangular de madera oscura con 4 sillas.
Mario abrió la puerta trasera de la casa que se encontraba justo en mitad del porche, Marta iba delante de mí, giró su cabeza y me guiñó un ojo mientras se “acomodaba” los leggins. Digo “acomodar” porque en realidad lo que hizo fue subírselos ligeramente y separarse las nalgas con los dedos de su mano izquierda, acoplándola entre la tela y la costura de las mallas, aprovechando que nuestro acompañante aún no se había girado hacia nosotros.
El propietario se quedó sujetando la puerta mientras pasábamos Marta y yo. Accedimos al interior de la casa, la cual estaba dividida en dos plantas. Mario nos hizo un repaso de todo, incluido del culo de Marta cada vez que podía. En la planta baja, había una cocina en la parte derecha, un salón en la parte izquierda y un recibidor con un aseo. La cocina era de tamaño mediano y estaba delimitada por una barra con dos taburetes. El salón contaba con un par de sofás de dos plazas y otro par de sillones dispuestos alrededor de una mesa baja de madera y cristal y una pequeña chimenea. El aseo se encontraba justo a la entrada de la casa por la puerta delantera. En mitad del recibidor, a modo de separación entre la cocina y el salón, se encontraba la escalera para subir a la planta superior.
- Voy a dejar esto por aquí – dijo Marta bajando la cremallera de su abrigo y deshaciéndose de él mientras lo dejaba sobre el respaldo de una silla.
- Por supuesto y ¿queréis sacar algo del coche o preferís subir a ver la parte de arriba? – respondió el propietario mientras Marta se daba la vuelta.
- No, mejor vamos a arriba, terminamos de ver la casa y ahora sacamos todo– dijo mi mujer.
El hombre instintivamente fijó sus ojos en Marta. Estaba preciosa, el pelo negro recogido con una cola, sus ojos verdes y su sonrisa deslumbrante estaban acompañadas de sus dos hermosas tetas coronadas por los pezones claramente señalados a través de la fina lycra blanca de su camiseta.
- Por aquí, ¿verdad? – dijo ella señalando la escalera.
- Sí, por aquí… - contestó el propietario manteniendo la compostura.
Yo sólo pude aguantar una sonrisa e intentar que no se me notara cómo me estaba creciendo la polla dentro del pantalón. Marta subió primero por las escaleras. Era precisamente lo que ella quería. Ya estaba haciendo de las suyas. Mario me invitó a subir detrás y yo amablemente le cedí el paso, con lo cual subió él en segundo lugar. Yo iba el último y podía ver perfectamente las nalgas de Marta contonearse embutidas en las mallas mientras subía los 3 tramos de escaleras a escasos centímetros de la cara del propietario de la casa.
Llegamos a la planta superior. Nada más subir había un distribuidor cuadrado que daba paso a una habitación a cada lado y un cuarto de baño enorme justo en la mitad del espacio. El propietario nos mostró cada una de las habitaciones, en una de ellas había una cama de matrimonio y un pequeño sofá cama y en la otra, dos camas individuales. Salimos de las habitaciones y fuimos al cuarto de baño.
- Aquí tenéis la otra joya de la casa – afirmó Mario con tono orgulloso.
Era totalmente cierto. El cuarto de baño debía tener mínimo unos 15 metros cuadrados. Era gigante y la única estancia de la casa con un diseño predominantemente moderno. Estaba compuesto por un lavabo, un plato de ducha de obra de unos 2 metros de longitud y, yo diría que el motivo principal por el cual nos habíamos decidido a alquilar esta casa, un jacuzzi de tamaño mediano instalado justo delante de una cristalera de casi 3 metros de largo que daba a uno de los laterales de la casa. En las fotos de la página web se veía de cine y, efectivamente, lo era.
- Os recomiendo un baño en el jacuzzi al atardecer, el sol se pone por detrás de aquellas montañas y es una verdadera maravilla – nos aconsejó Mario.
- Sí, seguro que lo probaremos, tenemos unos cuantos días – le comenté mientras me imaginaba follándome a Marta a 4 patas dentro del jacuzzi.
El pobre señor intentaba no mirar a mi mujer, quién se iba paseando de un lugar a otro por delante de nosotros sabiendo que su camiseta dibujaba perfectamente sus dos tetas y sus pezones se marcaban considerablemente.
Finalmente, nos dio algunas recomendaciones de la casa y del lugar, nos especificó un par de restaurantes para comer, nos deseó buena estancia y se marchó.
Eran casi las 14 de la tarde, teníamos hambre y aún nos faltaba sacar las maletas del coche, algunas bolsas de comida y organizar todo y estábamos cachondos, como era casi habitual.
- Tía, le iba a dar un infarto a este hombre – le dije a Marta sonriendo.
- Pero si yo no he hecho nada… - me contestó mientras ponía tono de niña, hacía muecas con la cara y se bajaba la parte delantera de su pantalón justo hasta el comienzo de su rajita, dejándome ver su monte de venus completamente depilado.
- Ufff mira cómo me tienes – me bajé la cremallera y me saqué la polla, que estaba empezando a ponerse de un tamaño considerable, aunque si estar totalmente dura.
Marta se acercó a mí, se quedó a 10 cm de mí, me cogió la polla sin dejar de mirarme a los ojos y comenzó a subir y bajarme el prepucio, cubriendo y descubriendo mi glande.
- Vamos a sacar las maletas del coche, a dejar la comida en la cocina y nos vamos a ir a comer a algún sitio por aquí cercano, necesito comportarme como una guarrita y cuando estemos muy cachondos volvemos aquí y me revientas el coño, ¿te parece? – me lo dijo con tal convencimiento mientras me masturbaba lentamente que asentí y me puse manos a la obra.
Cuando habíamos terminado de colocar todo, buscamos un sitio cercano donde comer… y donde Marta pudiera dar rienda suelta a sus instintos. Dimos con un restaurante que estaba cerca y contaba con un mirador a la sierra identificado como punto de interés. Honestamente, no teníamos demasiado tiempo y era lo mejor que se nos ocurría.
El restaurante se encontraba en la misma carretera por la que habíamos venido, solo que a unos 5 kilómetros pasados la casa. Cogimos el coche y llegamos hasta él. Dado que eran casi las 15:30, había gente marchándose así que no tuvimos problemas para elegir mesa. Entramos en el lugar, pedimos mesa para 2 y un camarero nos acompañó educadamente a un salón pequeñito en el que había otras 3 o 4 mesas que ya casi habían terminado de almorzar. El camarero nos ubicó en una mesa junto a una chimenea encendida. Aunque no hacía demasiado frío y el día estaba despejado, estábamos en diciembre y lo normal es que por la zona en la que estábamos la temperatura no pasara de 8-10 grados, aunque en ese momento yo diría que hacía 17 o 18 fácilmente.
Al entrar en el salón varios hombres se fijaron en el culito de Marta. Ella ya se había encargado de ajustarse bien los leggins antes de entrar al restaurante. Nada más sentarnos en la mesa, Marta se quitó el abrigo, antes de salir de la casa cogió un fular de los que suele usar en invierno, el cual disimulaba sus tetas y no se apreciaba que no llevara sujetador, al menos, a simple vista.
Cuando se acercó el camarero a tomarnos nota de la bebida y dejarnos la carta, Marta aprovechó mientras le pedía una copa de vino para acomodarse el fular y dejar ligeramente a la vista uno de sus marcados pezones. El camarero se dio cuenta de inmediato. Era un chico de nuestra edad aproximadamente, tendría unos 30-35 años, y la cara que puso al verle las tetas a Marta denotó que le había gustado bastante. Nos tomó nota de la bebida y se marchó.
El chico volvió con las bebidas y estuvo especialmente amable. Mientras pedíamos la comida, Marta siguió jugando con su fular, estaba claro que había encontrado a su víctima y al camarero no parecía desagradarle.
- Oye hace calor aquí – me dijo Marta
- Sí, estamos cerca de la chimenea – le contesté
- Si quiere podemos cambiar de mesa, señorita – le afirmó el camarero
- Señora y, no, no te preocupes. Me quito esto. – y diciendo eso, se desanudó el fular del cuello y lo retiró dejando sus dos tetas sin sujetador cubiertas solo por la camiseta a la vista del chico.
- Disculpe es que pareces muy joven, jeje. Muy bien, pues voy marchando la comida. – el chico se quedó un poco cortado, aunque fue educado.
El camarero se retiró, no sin antes fijar sus ojos en las tetas de mi mujer, debía estar bastante cachonda porque parecía tener los pezones durísimos y se le marcaban notablemente.
Durante la comida, el camarero se alternaba con otro compañero para atendernos. Se repartían las labores, estaban recogiendo las demás mesas y haciendo los cobros pertinentes, mientras nos reponían alguna bebida y aprovechaban para darle un repaso a las tetas de Marta. La muy zorra estaba disfrutando de lo lindo y a mí me estaba poniendo como una moto.
- Me estoy poniendo cachonda, cariño, voy a tener que ir a mear… y lo mismo hasta me toco un poquito y todo – se levantó riéndose y salió del salón en busca de los aseos.
Ambos camareros habían terminado de recoger el resto de mesas y estaban charlando debajo del dintel de la doble puerta del salón, justo por donde tenía que pasar Marta. Ella se dirigió hacia ellos, por supuesto, sin verse intimidada lo más mínimo. Les preguntó por los baños, le señalaron su ubicación y la dejaron pasar entre medio de los dos. Tanto uno como otro le hicieron un auténtico escaneo, mirándola de arriba abajo, por delante y por detrás, sin importarles en absoluto que yo estuviera allí. Por supuesto, yo sabía que eso iba a ocurrir y me encantaba. Sabía perfectamente que los dos se morían por colocar a Marta abierta de piernas encima de alguna mesa y llenarle sus agujeros. Cómo había cambiado mi inocente esposa desde nuestras vacaciones veraniegas y cómo había cambiado nuestra relación, ahora íbamos descaradamente buscar este tipo de situaciones.
Cuando Marta regresó, pedimos el postre y un par de copas de pacharán para terminar. El camarero más joven, que nos había atendido al principio, se quedó charlando amigablemente con nosotros, supongo que la vista de las tetas de mi mujer era un aliciente más. Nos comentó que el restaurante llevaba casi 80 años allí y habían pasado varias generaciones de su familia. Había sido de su abuelo y ahora era de su padre, nos dije que había muchos turistas por la zona y que normalmente venían buscando la calidad de la comida del lugar.
Ciertamente, la calidad de la comida era notable y, por encima de todo, destacaba la carne de cerdo ibérico.
- Pues os felicitamos por la comida, es muy buena y la carne de cerdo es espectacular – le dije al chico.
- Me alegro que les haya gustado. El cerdo está especialmente cuidado, son nuestros, de hecho, aquí mismo tenemos una dehesa donde los criamos, si os asomáis veréis las encinas. – Nos comentó
- Ah, ¿sí? Voy a ver. – dijo Marta
Ella es una enamorada de los animales y del campo…y de que la miren bien, así que no dudo en levantarse e ir hacia una de las ventanas del salón. El chaval tampoco dudó un instante en fijar sus ojos en el culo de mi mujer y se acercó por detrás a ella para indicarle a través de la ventana. Yo los acompañé.
Marta estuvo como 10 minutos haciéndole preguntas sobre los animales, la dehesa, etc…
- Bueno, son casi las 17:00 cariño, tendremos que dejar tranquila a esta familia – a mí me estaba poniendo cachondo ver cómo Marta hacía lo posible por flirtear con el chico y éste no paraba de mirarle las tetas y el coño cada vez que tenía ocasión, pero llegué a pensar que podíamos estar molestando debido la hora que era.
- ¡No, que va! ni mucho menos, no os preocupéis. Ahora cierra mi hermano y yo tengo que ir a echarle un vistazo a los animales… si queréis ver la dehesa, estáis invitados – las palabras del chico sonaron a música para los oídos de Marta, aunque yo pensé que lo estaba diciendo por quedar bien.
- ¿de veras? a mí me encantaría, pero no queremos molestar – dijo ella.
- No mujer, a mí no me molestáis, al revés, hacemos visitas a la dehesa con frecuencia para los visitantes, estamos acostumbrados y así aprovecho y no voy solo. Lo único malo es que puede que volváis con algo de barro en los zapatos, pero si no os importa a mí tampoco.
Marta me lanzó una mirada de convencimiento. En un simple gesto supe que se moría por ir y ver la dehesa, pero sobre todo, por provocar alguna situación llena de morbo que pudiera desembocar en alguna de nuestras locuras. Se veía en sus ojos que estaba sedienta de sexo. Como ya describí en la serie anterior de relatos, “estaba sacando a la guarrilla que había en ella” y ahora tenía algo experiencia acumulada.
En resumidas cuentas, accedimos a acompañar a Toni, que así se llamaba el chico.
Marta y yo pagamos la cuenta y salimos del restaurante, el cual se encontraba ya completamente vacío de clientes. Esperamos unos minutos al chico y echamos a andar hacia la parte de atrás del propio restaurante.
- Podemos ir en mi coche si quieres – le dije al chaval ofreciéndole mi vehículo.
- No, no, se nota que has estado en pocas dehesas, jeje – afirmó él no falto de razón – o todoterreno o tractor.
- ¡Yo quiero tractor! Nunca me he subido en uno – exclamó Marta como si fuera una niña de 10 años.
- Mujer, vamos a ir un poco apretados… - afirmó el chico.
- A mí no me importa, ¿y a ti, Raúl?
- No, para nada, me da igual. – contesté.
- Bueno, como queráis – dijo él – seguidme por aquí.
Anduvimos por un camino entre las encinas durante unos minutos hasta que llegamos a una pequeña explana en la que se encontraba un tractor con algunos años, de tamaño mediano y color naranja “aparcado” junto a una pequeña caseta de aperos.
- Sube tú primero si puedes – dijo el chico dirigiéndose a mí – sube por la escalerilla, tira de la puerta y pasa a asiento de atrás.
Así lo hice. Subí por los 3 o 4 peldaños de la escalerilla metálica del tractor, abrí el portón como pude y pasé al “asiento” de atrás de la cabina. El chico había sido demasiado generoso llamando a aquello asiento. No me había subido en un tractor en mi vida y tampoco me esperaba grandes comodidades, pero la cabina tenía un único asiento para el conductor y una especie de gomaespuma revestida justo detrás, en la que había que ir de lado ya que a duras penas cabían las piernas.
Acto seguido subió Marta, quién pidió ayuda al chico para subir. Toni no lo dudó ni un momento, ella estaba subiendo la escalerilla metálica y yo juraría que lo podía haber hecho sin mucho esfuerzo, pero estaba jugando con él claramente.
- Uff me cuesta subir por aquí, ¿eh? – dijo ella en un tono juguetón que yo conocía perfectamente.
El chaval se acercó por detrás mientras ella se había quedado en peldaño intermedio.
- A ver si puedes empujarme un poquitín. – insistió Marta.
No había muchas posibilidades, ya que ella estaba a una altura algo por encima de él. Así que, ni corto ni perezoso, le echó una mano a la parte trasera de su pierna a la altura del muslo, aunque con cierta precaución, ella insistió en que no era suficiente, así que el chico le echó la otra mano directamente al culo. Era la única alternativa que le quedaba, así que tuvo que “ayudarla” sosteniéndola por el muslo y su nalga derecha. Marta asomó la cabeza por la cabina, me guiñó sonriente y yo le devolví el gesto. Tenía al chico justo donde ella quería.
Finalmente, subió Toni al tractor, se acomodó como pudo en el puesto de conductor e inició la marcha. Marta se había quedado en una posición intermedia entre el chico y yo. Estaba de pie con la cabeza semi-agachada y llevaba la cremallera del abrigo casi abierta en su totalidad, de tal forma que sus dos tetas quedaban casi a la altura de la cabeza del chaval, tenía el culo aplastado contra el cristal de la cabina y cada vez que el chico miraba hacia su izquierda y nos indicaba algo, su brazo rozaba el muslo de Marta y la rajita de su coño marcada a través de las mallas justo delante de sus ojos. Apostaría a que el chaval estaba bastante cachondo a estas alturas.
Después de unos 15 minutos de camino por la dehesa, llegamos a una especie de cabaña de gran tamaño en la que había un buen número de cerdos, tanto dentro como fuera. El chico nos advirtió que tuviéramos cierto cuidado y no nos acercásemos mucho ya que, aunque no suelen ser agresivos, nos podríamos llevar algún empujón de un animal de unos 140 kg y no resultaba agradable.
Nos bajamos del tractor. Marta se había ensuciado la parte trasera de los leggins de ir pegada al cristal de la cabina del tractor.
- Cariño, tienes el culo totalmente lleno de polvo – le advertí
- ¿sí? Vaya, debe de haber sido del tractor, bueno no hay problema, sacúdeme un poco anda… - me dijo ella.
Al decirme esto, se apoyó en el muro de piedra de la cabaña. Era de media altura, así que le vino justo para poner las manos y dejar el culo en pompa. Yo comencé a sacudirle las nalgas con delicadeza. El chaval, que estaba dentro de la cabaña no perdía detalle de nosotros. El lugar no estaba completamente cerrado, si no que tenía una especie de chapa metálica y un hueco de medio metro aproximado a modo de respiradero entre el muro y la chapa.
- ¿Queréis ver a los cerdos recién nacidos? – preguntó el chico desde dentro de la cabaña.
- ¡Sí, por supuesto! – exclamó Marta
- Pasad con cuidado, está todo lleno de barro… de aquí viene la expresión “tener la casa como una pocilga” – comentó Toni en tono de broma.
Los 3 nos reímos. Marta y yo fuimos a donde estaba el chico. El olor no era el mejor del mundo, pero en algún modo era curioso ver a esos animales. Marta no lo dudó ni un instante, se arrimó a un pequeño muro de obra detrás del cual estaban los cerdos pequeños y se inclinó hacia adelante para observarlos. Volvió a quedarse en pompa, esta vez justo delante del chaval, quién seguía sin perder la ocasión para mirarle el culo a mi mujer y más cuando ella lo estaba invitando constantemente a ello.
- Puede tocarlos si quieres, estos no hacen nada, son demasiado pequeños. Pero ten cuidado porque el muro es muy bajito y te puedes caer dentro. No serías la primera – le advirtió él.
- Vale, pues sujétame por favor que no llego – le dijo ella.
El chico se quedó un poco cortado, me miró y yo asentí con la cabeza.
- Sí, sujétala tú, yo voy a echar una foto. – afirmé con total normalidad, quitándole hierro al asunto.
Toni, se acercó a Marta por detrás y le agarró tímidamente por la cintura mientras ella tenía medio cuerpo metida en el pequeño hueco.
- ¡Pero sujétame fuerte, a ver si me voy a caer, que no muerdo chico! – dijo ella desenfadadamente.
Ahora sí, el chaval, se pegó a ella por detrás y la agarró con ambas manos por la cintura. Mientras yo sacaba algunas fotos con el teléfono. Marta no dejaba de moverse, meneando el culo de lado a lado intentando alcanzar algún animal. En realidad, estaba refregándole las nalgas al chico por la polla.
Estuvieron así un par de minutos más, hasta que Marta se incorporó con la ayuda del chaval. Justo en ese momento, ella se quedó de pie pegada a él, los dos delante de mí. Marta en primer lugar y Toni, por detrás de ella. La propia posición en la que había estado Marta hizo que las manos del chico se quedaran justo en su cadera, tocándole la piel, ya que la camiseta se había levantado ligeramente y el pantalón se había bajado unos centímetros.
Tony hizo ademán de separarse, pero en ese instante ella puso ambas manos sobre las de él, impidiendo que las separase. Todo pasó super rápido. La cara del muchacho era una mezcla de sorpresa y descomposición. Ella empezó a contonearse flexionando y extendiendo las rodillas ligeramente, como si de un baile de striptease se tratara. Yo miraba a Marta con expectación y mi polla respondió comenzando a ponerse morcillona.
Sin dejar de menearse, llevo la mano izquierda del chico a la cremallera del abrigo, la desabrochó y subió de nuevo la mano posándola en su teta izquierda. Tony me miró y al ver que yo seguía grabándolo todo con el teléfono, entendió que todo estaba en orden. Marta siguió manejando al chaval como si de una marioneta se tratase. Ahora le tocó el turno a su mano derecha, la bajó unos centímetros hasta situarla muy cerca de su coñito, el cual se dibujaba perfectamente a través de la tela de los leggins ante la ausencia de braguitas.
- Mmm, ¿te gusta lo que tocas? – Marta volvió la cabeza dirigiéndose al chaval, quien le sacaba algunos centímetros de altura.
- Si… - respondió titubeando
- Venga, no seas tímido, vamos a jugar un poquito – insistió ella.
Tony estaba prácticamente inmóvil. Marta dejó de sujetarle las manos, aunque él las mantuvo donde ella se las había dejado, como si se hubiera quedado congelado en ese instante. Ella se levantó la camiseta, al no llevar sujetador, sus dos tetas coronadas con sus dos hermosos pezones rosados saltaron como un resorte. El chaval instintivamente subió la otra mano, sujetándole las dos tetas mientras seguía de pie por detrás de Marta.
- No, no, esta manita abajo, no te he dicho que la muevas… - le dijo mi mujer regañándole.
Yo dejé de grabar con el teléfono. Verlo en vivo era mil veces mejor que a través de la pantalla. Me saqué la polla y comencé a hacerme una paja delante de Marta y del chaval.
Marta le volvió a coger la mano derecha al muchacho y esta vez se la llevó directamente al coño por encima del pantalón. Se comenzó a frotar suavemente presionando su rajita con un dedo de la mano de Tony.
- Ufff está muy caliente – dijo el chaval con cierto tono de sorpresa
- No sabes lo cachonda que he estado todo el día… tócame el coñito un poquito porfi… - le rogó ella.
- Qué puta te has vuelto cariño – le dije
Tony obedeció y le metió la mano por dentro del pantalón. Ahora se aprecia perfectamente lo fina que era la tela de los leggins. Desde mi posición, a unos 4 o 5 metros, veía la silueta de los dedos del chaval trabajándole el coño a mi mujer.
- ¿no llevas tanga? – preguntó él
- Ni tanga, ni braguitas, ni nada ¿te importa? – le confirmó Marta
- No es eso… en el restaurante apostaba con mi compañero a que llevabas una tanguita muy pequeña… - le replicó él
- Ah, ¿sí? y ¿quién ha ganado? – volvió a preguntarle Marta mientras el chico no dejaba de tocarle el coñito con una mano y magrearle la teta con la otra.
- Pues mi compañero. Decía que no llevabas nada debajo, que se te marcaba mucho el coño… - y se quedó callado sin querer terminar la frase
- Y… - Marta insistió – venga, ¿qué te ha dicho él?
- Que no llevabas sujetador ni nada debajo. Que tenías pinta de ser una folladora y tu marido un cornudo y que ibas pidiendo guerra. – el chico terminó la frase
- Pues mañana le cuentas a tu compañero que llevaba razón – le contestó Marta.
Yo tenía la polla a punto de estallar, seguía masturbándome. Marta se dio la vuelta y se quedó cara a cara con el chico, con la camiseta subida y las tetas a la vista. El chaval no supo que hacer, así que lo hizo ella todo.
Se puso en cuclillas, apoyó una rodilla en el suelo y le empezó a bajar la cremallera del pantalón. Le metió la mano dentro del pantalón y le costó sacarle la polla, cuando por fin lo hizo, sacó la mano sosteniendo un rabo de dimensiones considerables. Me recordó al pollón del chico que habíamos conocido en la playa, debía medir algo menos, unos 20 cm, pero tenía un grosor bastante llamativo.
- Vente aquí cariño – me dijo Marta
Yo le hice caso al instante. Me acerqué con la polla fuera y en cuanto estuve a su alcance, Marta la agarró con la mano derecha. Estuvo un buen rato agachada pajeándonos a los dos.
- Uff estoy flipando la verdad – dijo Tony en un alarde de sinceridad.
Marta se acercó un poco más a él y se metió su polla en la boca a duras penas.
- Joder que gorda es, casi no me cabe en la boca, tienes un capullo enorme…
Era totalmente cierto, el capullo del chico casi no le cabía en la boca. Estuvo un rato pasándole la lengua de arriba abajo por toda la polla, bajó hasta sus huevos y se los lamió durante un buen rato mientras con la otra mano me seguía pajeando. Cuando ella vio conveniente, dejó de chupársela y llegó mi turno. Me miró a los ojos sonriente y se metió mi polla en la boca. Repitió unos movimientos parecidos a los que acababa de hacerle al chico.
- ¿hay alguna mesa o algún sitio donde apoyarnos? – le pregunté al chaval
- Sí, detrás de aquellos palés
En uno de los rincones de la caseta había dos o tres pales con sacos de pienso para animales y justo detrás había una mesa vieja de madera con 3 o 4 sillas, todo muy rudimentario.
Marta no se lo pensó demasiado, pese a que ya era prácticamente de noche y comenzaba a hacer bastante humedad, se desprendió del abrigo, se quitó la camiseta y se sacó una pierna de los leggins.
- Comedme el coño, por favor – diciendo esto, apoyó el culo en la mesa y levantó ambas piernas, reclinando la espalda ligeramente.
- Todo tuyo – miré a Tony, dejándole el camino libre.
El chaval enseguida se agachó y empezó a lamerle cada uno de los rincones del coño a Marta. Era la segunda vez que otro hombre le comía el coño a mi mujer delante de mí y seguía excitándome de sobremanera. Él se lo comía con ansia y ella le respondió rápidamente con gemidos cada vez más altos. El muchacho se estaba esmerando, le abría los labios rosados del coñito a Marta dejando toda su rajita chorreando para luego succionarle el clítoris, cosa que le encanta a ella.
Yo seguí pajeándome viendo la escena.
- ¡Me corro! – exclamó Marta mientras le comprimía la cabeza a Tony contra su coño a la vez que tenía un orgasmo bestial – folladme aquí mismo.
- Yo no tengo condones – dijo el chaval apesadumbrado.
- Pues nosotros tampoco… - le respondí yo
- Pues nada, vosotros os lo perdéis – dijo Marta - correros en mis tetas.
Yo tenía el corazón a mil por horas de nuevo, me puse super excitando nada más de pensar que podía haber visto cómo Tony se la follaba, pero caprichos del destino, no pudo ser.
Ella volvió a agacharse y ambos nos pusimos de pie a pajearnos mientras alternábamos pequeñas chupadas de Marta y le pasábamos la polla por los pezones.
- ¿puedo pediros una cosa? – nos preguntó Tony sin dejar de masturbarse
- Sí, claro – le dijo Marta
- Mi novia nunca me deja que me corra en su boca y nunca he probado esa sensación… - dijo él
Marta no dijo nada. Simplemente le cogió la polla al chaval apartándole la mano y comenzó a hacerle una mamada mientras le pajeaba cada vez más fuerte con una mano y con la otra le acariciaba los huevos. En 3 o 4 minutos estaba a punto de correrse.
- Ufff me voy a correeer… - exclamó él
Marta siguió comiéndole la polla mientras el chico se corría, un chorreón de leche comenzó a brotarle por la comisura de los labios. El chaval le sacó la polla de la boca, dejándole una buena descarga de semen dentro. Yo estaba cachondísimo viendo como otro tío se le acababa de correr en la boca a Marta por primera vez. Me acerqué a ella, metí la polla en su boca llena de semen y solté 4 o 5 chorros de leche.
Nos limpiamos y salimos de la dehesa siendo noche cerrada. Nos despedimos de Tony, prometiendo volver a su restaurante… y a su dehesa. Volvimos a la casa, echamos un polvazo y caímos rendidos en la cama.