La casa rural - 04 martes

Dos familias en una casa rural

MARTES

Era el día siguiente y le tocaba a Charo. De nuevo fue Lucio el primero. A ella le resultaba extraño que su propio marido consintiera en todo lo que estaba pasando. Pero es que habían pasado tantas cosas… una de la peores, que el hombre que estaba a punto de violarla ya había violado a su propia hija. ¡Qué más podía esperar! El polvo de Lucio fue rápido y mecánico. Como siempre, en tanto ella recordaba. Sólo había conocido a un hombre, su marido, y siempre había sido así: cuatro tocamientos y un coito rápido e insuficiente. Hoy ni siquiera había habido tocamientos. Terminado el acto, Julio la empujó para que se incorporara rápidamente y fuera a ponerse sobre Teresa, siguiendo el ritual impuesto tras cada violación. Charo, puesta a horcajadas sobre su hermana, sostuvo el equilibrio mientras notaba cómo el esperma de Lucio se escurría, descendiendo como un hilillo hacia la boca de Teresa, que lo esperaba con resignación, tratando de no mirar, pero obligada a hacerlo porque si el hilillo cayera fuera de su boca, Julio la castigaría de una u otra forma. Cuando el chorrillo hubo caído y ya Teresa lo hubo tragado, Charo se sentó sobre su cara, y la lengua comenzó a explorar el camino hacia el interior húmedo y caliente, oloroso y repugnante, que era la vagina con los restos del semen del marido de su hermana. Lucio, siguiendo la liturgia establecida, se puso con los pies a los lados de la cabeza de Teresa, esperando a que Charo cogiera la postura, para dejarse lamer el pingajo que era su pene. Arrugado y húmedo, daba asco mirarlo, aunque fuera el de su marido. Mucho más tener que metértelo en la boca. Pero no le quedó otro remedio, y ahí estaba Julio para obligarla y para vigilar que lo hiciera según ellos querían.

El siguiente era Julio. Con una sonrisa de triunfo y de dominio, subió a la cama en la que ya estaba Charo. Estaba empalmado pero antes de meterla, la acarició durante unos minutos. Fueron caricias burdas, bastas, que demostraron no el afecto sino el dominio del hombre sobre ella. Había cerrado los ojos y sólo quería que aquella tortura terminara, aunque sabía que seguiría otra peor. En efecto, al poco rato el cabrón de su cuñado la penetró, y pudo ver su rostro, ufano, con esa mirada de poder. Se había quedado quieto, consciente de que todos le miraban, sabedor de lo que estaba haciendo y de lo que significaba. Finalmente, se puso en movimiento y comenzó una nueva violación en la persona de Charo. Relajó el cuerpo para mejor soportar los embates del hombre. Es algo que había aprendido a hacer a lo largo de los años con su marido. Julio no tenía mejor técnica que él, y sus rápidos jadeos eran la prueba de que no tardaría mucho. Así fue. Aferrado a los senos de Charo, Julio se convulsionó cuando le llegó el orgasmo. Un orgasmo acelerado y presuroso. De nuevo puesta en pie y de nuevo agachada sobre Teresa. El oficio fue el mismo que habían vivido ya Belén y Teresa, y que hoy le tocaba a ella. El pene de Julio esperaba a ser atrapado por los labios de su cuñada. Un pene arrugado, feo, asqueroso, al que no le queda otro remedio que lamer hasta dejar satisfecho a su propietario.

Llegó el turno de Esteban. El muchacho estaba deseoso de follar, aunque no hubiera elegido a Charo, desde luego. Pero es que no le quedaba otra. Y es mejor un polvo que mirar. El chico cumplió el trámite con rapidez, cierto, pero también con cierta pericia. Había una diferencia cuantitativa —su pene era más grande que el de sus predecesores—, pero también cualitativa: fue un polvo sin la urgencia de los dos anteriores. Un polvo que buscaba no sólo la demostración del poderío de aquellos varones, sino la satisfacción extendida en el tiempo. Se notaba que Esteban, mientras estaba follándose a Charo, su madre, disfrutaba: sus movimientos, a diferencia de Lucio y de Julio, no fueron apresurados y tenían ritmo, el mismo ritmo durante todo el acto. Fue una violación, es verdad, pero Charo notó cierta calidad . Avergonzada por estas sensaciones, cerró los ojos mientras el miembro del muchacho, poderoso, eficaz, la taladraba una y otra vez. Aprovechando su posición magreaba las tetas de la mujer. Magreos un poco bruscos al principio, pero que fueron volviéndose más suaves, incluso las besó y cogió los pezones con los labios. Charo, perpleja por las distintas emociones de su cerebro, se debatía en un conflicto que todavía no sabía en qué consistía, y que por eso mismo la atormentaba. Cuando el movimiento se hizo más intenso, adivinó que su hijo iba a eyacular. En efecto, sintió dentro de sí la llamarada del semen bañándole el interior. Jadeante, Esteban se hizo a un lado para dejar que la mujer se incorporara y fuera al encuentro de Teresa.

Nuevo acto de deglución de flujos masculinos, esta vez más abundantes, y nuevo acoplamiento de una vagina sobre una boca. Y nueva entrada de un miembro húmedo en la boca de Charo. A diferencia de los dos anteriores, el pene de Esteban seguía bastante erecto. No como cuando la había follado, pero sí lo bastante para que el muchacho exija, con las manos puestas en su cabeza, empujándola, una felación y no un mero chupeteo. Consumada la limpieza , Charo volvió a la cama con la mirada puesta en Nacho, que ya se estaba preparando sacudiéndose arriba y abajo la caña de bambú. No es que lo necesitara, pues ya se le veía en plena forma; era más un acto reflejo de llamada a las armas.

Esteban se acercó a Lucio, que sostenía sobre sus rodillas a Belén. El hombre la tenía abrazada y le acariciaba bien los senos, bien los muslos. A veces, separaba las rodillas para que ella abriera las piernas, y pasaba un dedo por la rajita de su sexo. Medio empalmado como estaba, Esteban se puso delante de su hermana y con una mano le empujó la cabeza hacia el miembro. Belén no tuvo otro remedio que acatar la voluntad del otro y comenzar a chuparle el glande sin llegar a introducirlo en la boca. Esteban se dejaba hacer, pero al cabo de un rato la obligó a realizar una mamada como Dios manda: meterse la polla en la boca y mover la cabeza arriba y abajo. Julio y Goyo se habían percatado de todo y se sonrieron. También lo hicieron Lucio y Esteban cuando cruzaban sus miradas.

Charo, en cambio, no se dio cuenta y además estaba ocupada ayudando a Nacho. El muchacho había trepado a la cama y trataba de meterla a pulso intentando hacer diana en la vulva. Charo sujetó la parte inmediata del glande y lo condujo hacia su cofre; una vez introducida la punta, Nacho empujó hasta encajar prácticamente todo el miembro, lo que es mucho decir. Charo se iba sintiendo llena. Con Esteban había notado cómo la vulva y la vagina se dilataban para adaptarse a las dimensiones de la verga; ahora, con Nacho, fue la profundidad lo que notó. El chico se había fijado en su primo y se impuso también un ritmo no demasiado acelerado, aunque se moría de ganas de lo contrario. Esto hacía que, aunque estuviera muy excitado, el polvo durara bastante rato.

Durante todo ese tiempo, Charo volvió a sentir las mismas contradictorias y extrañas sensaciones que había comenzado a notar con Esteban. Cómo era posible que junto a la mayor repugnancia pudiera percibir aquel conato de calor, aquella todavía remota sensación de tensión que es antesala del sosiego. Por qué el odio que hasta ahora había sentido con tanta intensidad por lo que estaba sucediendo en esos días se había apaciguado o al menos se había hecho a un lado para dejar paso a esa otra ¿sensación…? ¿Qué era lo que sentía mientras Nacho le hacía el amor? ¿Por qué había pensado “me está haciendo el amor” y no “me está violando”? ¿Por qué ese cambio? Se debatía la mujer en un mar de dudas que ni siquiera sabía de dónde venían.

Cuando Nacho se corrió, comenzó un nuevo oficio . Charo sobre la cara de Teresa y la lengua de ésta hurgando en el sexo de su hermana. Tuvo un orgasmo, breve e intenso que trató de disimular. Se sintió culpable. Nadie notó nada. Y luego, cuando Goyo la estaba violando, volvió a correrse y esta vez se sintió como una mujer podrida. Julio creyó notar que el cuerpo de Charo se agitaba de una forma extraña, pero lo atribuyó a los empujones del chico, tan torpones como siempre. Cuando Teresa terminó de oficiarle a su hermana el polvo de Goyo y Charo de límpiale el pito, Esteban, al ver a Teresa libre dejó a Belén y se puso a horcajadas sobre Teresa, obligándola a hacerle una felación. Lucio, por su parte, le dijo a Belén que se pusiera de rodillas ante él y que se la chupara. Belén sujetaba el miembro de su padre y movía la cabeza arriba y abajo. No tardó mucho en correrse. Ella dejó resbalar el semen que caía desde su boca hacia la mano. Satisfecho, Lucio le dijo que se la limpiara con la lengua.

Cuesta describir el espectáculo del dormitorio en aquella situación.

Del resto del día no diremos nada más, si no que, afortunadamente, sólo tenía veinticuatro horas.