La casa rural - 02 domingo

Dos familias en una casa rural

DOMINGO

Amaneció el día y todos parecían comportarse con naturalidad, como si la tarde anterior no hubiera sucedido nada. Esto no era del todo cierto porque las mujeres sí recordaban.

Julio, que parecía estar poseído por un apetito desmedido de lujuria, había ideado un pérfido plan: la violación sistemática de las mujeres. Comenzarían con Belén, seguiría Teresa y cerraría el círculo Charo. El orden de intervención de ellos sería por edades, de mayor a menor: primero Lucio, luego el propio Julio, después Esteban, tras él Nacho y el último Goyo, el más joven. Todo esto lo había pensado por la noche.

Después de desayunar, Julio los convocó a todos en el dormitorio y les hizo saber sus intenciones. La cara de las mujeres al oír lo que pretendían era todo un poema. Charo lloraba en silencio y abrazaba a Belén, que a su vez miraba desconcertada a todas partes. Teresa había cerrado la boca y apretaba con fuerza los dientes. Su mirada era de odio, de rabia, de impotencia, de desesperación. ¿Es que no podían hacer nada? No, no podían.

Hubo un cierto revuelo, eso sí. Protestaron, maldijeron, insultaron, amagaron con salir del dormitorio (pero sin llegar a hacerlo). Ellos, en cambio, se movían aleatoriamente de aquí para allá, sonriendo nerviosamente. Al fin y al cabo iba a ser algo novedoso para todos. Algo aterrador para ellas. En todo caso, un festín abyecto.

La puesta en escena ya tuvo su morbo: estaban todos presentes, ellos esperando su turno, ellas esperando el horror de lo que iba a tener lugar.

Comenzó Lucio. Le dijo a Belén que se tumbara sobre la cama, se puso sobre ella y la penetró. Sin ningún tipo de consideración previa. Nadie perdía detalle. Ellos porque estaban interesados, ellas porque eran obligadas por Julio a mirar atentamente. Fue un polvo algo torpón, en la línea de Lucio: aquí te pillo, aquí te mato. Cuando terminó, Belén se fue al cuarto de baño para lavarse. Lucio se sentó en el silloncito al lado del tocador, resoplando por el esfuerzo.

A Julio le parecía que Belén estaba demasiado tiempo fuera. Tuvo una idea perversa. Hizo un aparte con Teresa y Charo, que habían presenciado la escena obligadas por él, y comenzó a cuchichear con ambas. Las dos se mostraron airadas ante sus palabras, pero él insistía; no estaba sometiendo algo a la consideración de su mujer y de su cuñada, sino que se lo estaba imponiendo. Al cabo de poco rato, Teresa agachó la cabeza con resignación, con una mueca de desprecio en los labios y odio en la mirada que lanzó a Julio. Charo la abrazó. Belén regresó del cuarto de baño. Sintió que el aire estaba hecho de manos que querían tocarla. Miró a Julio, que le devolvió la mirada con una sonrisa abyecta en los labios. Se acercó a ella y comenzó a acariciarle hombros, espalda, nalgas, senos… La erección era palmaria. “Ven, túmbate”, invitó. Tampoco tardó mucho en metérsela y en comenzar a follarla. Justo un poco antes de terminar, le susurró unas palabras al oído. Belén exclamó un “¡No!”, seguido de un “¡Hijo de puta!”, que todos pudieron oír. Luego Julio, dirigiéndose a Teresa, le dijo “¡Vamos!”. Teresa se tumbó en el suelo, sobre la alfombra que había al lado de la cama donde yacían su marido y su sobrina. Nadie sabía lo que Julio había hablado con Charo, con Teresa y con Belén, pero pronto iban a salir de dudas. Julio terminó su faena con una serie de gruñidos guturales. Se salió de Belén y ésta, lentamente, con resignación, pero sin poder hacer otra cosa, se incorporó y se colocó a horcajadas sobre el rostro de su tía, pero sin llegar, de momento, a acercarse a la boca. De su sexo comenzó a manar una chorrito de semen, el semen de Julio, que resbalaba hacia la boca que Teresa había abierto bajo las indicaciones de Julio. La perversa idea estaba dando resultado: Teresa, la que había resultado elegida, se iba a tragar el semen de cada uno de los que se fueran follando a Belén, y luego, además, lamería el coño de su sobrina, para dejarlo bien limpio , en palabras del propio sátrapa. En efecto, a los pocos segundos, cuando ya la boca de Teresa estaba llena con el contenido de la corrida de su propio marido, Belén bajó un poco las nalgas y su sexo quedó acoplado perfectamente a la boca de Teresa, que tuvo que chuparlo y lamerlo. Era un felching en toda regla. Mientras, la propia Belén tenía que cumplir otra misión . Julio se había puesto, con cuidado de no pisar la cabeza de Teresa, frente a ella y le ofrecía su sexo, ya en estado algo fláccido, húmedo y repugnante. A Belén no le quedó más remedio que ponérselo entre los labios y la lengua, y lamer los restos de la eyaculación, chupando y relamiendo ese pene que, además de estar pegajoso, olía. A partir de ahora, esta secuencia ocurrirá cada vez que cada una de las tres mujeres sea pasada por la piedra por cada uno de los cinco hombres. Lo llamarán oficiar la liturgia del polvo . Se repetirá más veces.

A todo esto, el sexo de Belén comenzaba a estar algo irritado por tanta penetración. La vulva mostraba un cierto enrojecimiento.

El siguiente de la lista era Esteban, su hermano, cuya polla no tenía parangón con las dos anteriores. La de Esteban era una señora polla, hinchada, nervuda, apuntando al techo. Belén al ver el enorme pollón, sugirió que no podría metérsela. Esteban, levantando el dedo índice y con voz admonitoria, sentenció: “Nunca digas de esta agua no beberé ni esta polla no me cabe”. Tampoco perdió el tiempo en preliminares. Cuando Belén terminó de chupársela a Julio, Esteban la tumbó en la cama y se la cepilló sin más. No valían los preámbulos. El tamaño del miembro provocó más irritación en los genitales de Belén, que sentía que algo la laceraba por dentro y se quejaba del daño que le hacía su hermano al metérsela. Y es que Esteban no tuvo ningún tacto al penetrar a su hermana. Se puso sobre ella, apuntó la cabeza del misil a la entrada de su cueva y empujó. Sin más. La pobre Belén boqueaba para coger aire, se dolía y se quejaba, pero nadie le prestaba la menor atención. Charo se desesperaba ante la situación de su hija. Cuando, después del coito, Belén le estaba chupando la polla, Esteban seguía empalmado como si no hubiera terminado de eyacular hace un momento.

Los siguientes, Nacho y Goyo, cumplieron ansiosos con su trámite. Fueron dos polvos eficaces y burocráticos, aunque a Nacho le hubiera gustado estar más tiempo con la muchacha. La enorme polla de Goyo completó la vaginitis que ya era manifiesta en los genitales de la chica. A raíz de estos hechos, sufrió de dispareunia permanente.

Belén estaba agotada. Le temblaban las piernas. Sus ojos estaban nublados. Su cuerpo quedó sobre en la cama como el de una pordiosera. No tenía fuerzas ni para llorar. Tirada en la cama, no parecía ya una pordiosera, sino una agonizante. Cada estertor de su pecho correspondía a un sonido tan blando y tan angustioso que Teresa tuvo que volver la cabeza. No así Charo, que acudió a abrazarla con suaves movimientos que sólo una madre sabe ofrecer. “Cariño”, repetía, abrazándola y acariciándola el cabello. “¿Por qué, mamá, por qué?”, preguntaba entre sollozos. No había respuesta.

Como un funcionario eficaz (valga el oxímoron), Julio calculó, teniendo en cuenta que el tiempo medio de cada polvo había sido entre quince y veinte minutos, que al final estuvieron follando a Belén casi hora y media.

Describir el estado en el que quedó la joven requeriría un tratado exhaustivo de anatomía… y otro de psiquiatría.

Completada la bestial infamia, la vida de la casa pareció recuperar el normal devenir. Ya veremos en qué consistía ese devenir, y será muy difícil trazar las peripecias de los días restantes.