La casa del té

Los mechones de pelo de Hiyori caían serpenteantes haciendo dibujos sobre el tatami. Él disfrutaba de cada lamida, de cada presión, de cada caricia en sus huevos.

Notas Para los que no sepan vocabulario japonés o algunas costumbres, unas pocas aclaraciones por si acaso.

-Están en el S. XIV, Japón.

-Sukiya: Casa del té. Una casa del té de verdad tiene dos estancias, una pequeña, donde hacen la ceremonia en sí y otra donde guardan los ultensilios. En verdad la casa del té de este relato no tiene nada que ver con las casas del té propiamente dichas.

-Tocha: Es un juego que se jugaba entre el populacho en las fiestas, que se trata de dar a probar varios tés diferentes sin decir de dónde son, y la gente tiene que adivinar de dónde provienen. Si adivinas, te dan regalos. Más tarde pasó de ser de un juego popular a un evento más intelectual, para las clases altas, sin regalos.

-Ikebana: Arreglo floral.

-Irasshaimase: Bienvenido.

-Ohayo gozaimasu: Buenos días.

-Momo: melocotón.

-No: preposición “de”.

-Oshiri: Culo.

-Momo no oshiri: Culo/culito de melocotón.

-Yukata: Es el kimono de verano, con las mangas cortas, generalmente de algodón, aunque puede ser de otros tejidos.

-Obi: La “faja” o cinturón que se ponen con los kimonos y yukatas.

-Hakama: El pantalón que usan los hombres, esos tan anchos con pliegues.

-Tatami: Suelo típico japonés.

-Sama: El sufijo Sama se añade a los nombres para darle superioridad a la otra persona.


El sol había asomado sus primeros rayos hacía poco. Los gallos empezaban a hacer su trabajo y se empezaba a notar cierto movimiento en la ciudad. Estaba a punto de llegar el verano, la actividad en general parecía acentuarse más y más con la llegada del calor.

Un hombre joven y fuerte caminaba por las calles de la región de Uji, cerca de Kyoto. El aire corría fresco, puro. Le gustaba desperezarse por las mañanas caminando por las callejuelas, recorriendo cada rincón, cada esquina. La gente empezaba a salir de sus casas, los niños, somnolientos, caminaban dando patadas a las piedras del suelo. El aire se empezaba a llenar de olores, comidas, animales, perfumes... y allá donde miraba veía colores, ropas de seda, estampados, mercantes ambulantes...

Giró la esquina y ahí estaba, la gran Sukiya. No era ningún secreto que aquella casa del té fuera poco común, ya que no se solían hacer ceremonias del té propiamente dichas, no tenía las salas adecuadas para hacerlo. Aún así la gente le llamaba la casa del té, ya que siempre ofrecían té a sus clientes. La puerta principal se deslizó y una señora despedía a un borracho que salía alegremente berreando alguna canción, o eso suponía Kaito. El hombre, algo avanzado de edad, se tambaleaba de un lado para otro mientras trataba de guardarse el saquito con el dinero, pero no acertaba a abrir la manga de su Kimono.

-Maldddddita sea, abre la boca o te lo meto de golpe- hic!- Kaito observaba divertido qué demonios debería estar imaginando el hombre y cómo era incapaz de hacer algo bien. -A la mierddda, hic! No te necesito, esshtúpido!- Y tiró con enfado la bolsita al suelo.

Kaito ni corto ni perezoso caminó hasta la bolsita y se la guardó bien guardada. -Bien, bien, bien.- Y sonriendo, entró a la casa.

En la entrada había un mueblecito bajo, con algún que otro Ikebana decorando la estancia. Habían cojines en el suelo para hacer esperar a los clientes mientras dejaban algún hueco libre. Aunque, tan pronto, lo normal era que no hubiesen apenas clientes. Kaito hizo sonar un gong pequeñito para avisar que había entrado. Casi al acto, la misma mujer que había despedido al borracho apareció dando pasitos muy pequeños, con un abanico en la mano.

-Irasshaimase, Kaitosama. Hiyori se está bañando aún, quiere que le preparemos a otra chica?- Preguntó la mujer.

-No no, gracias. Esperaré lo que haga falta, quiero estar con ella.

-Bien, entonces, si quiere, puedo llevarle ya a la habitación por si quiere ir acomodándose.

-Me parece bien.- dijo Kaito esbozando una sonrisa.

Ya en la habitación, se sentó junto a una mesita pequeña. La mujer había puesto incienso. Había dejado la puerta corredera que daba al jardín un poco entreabierta, como le gustaba a él. Alguna vez habían pescado a unos críos mirar con gran curiosidad lo que ocurría en aquellas habitaciones. Desde ahí se veía un estanque con carpas, y la suave brisa podía entrar y salir a sus anchas. La especialidad de la casa era el tocha. Lo único que variaba del tocha original, era que en vez de té, saboreaban mujeres. Incluso últimamente habían traído a mujeres de otros países, exóticas, y eso hacía el juego más divertido aún.

Pensó en Hiyori. Era su preferida. Qué delicia traería hoy cubriendo su cuerpo? Era una muchacha jovencita, de unos 20 años. Tenía los típicos rasgos orientales, su piel era blanca, suave. Llevaba su oscura melena hasta la cintura, normalmente recogido con alguna cinta de seda o algún pasador bonito. Era menuda, a Kaito le llegaba por los hombros. Eso le gustaba, podía abrazarla entera si quería y manejarla con facilidad. Tenía una mirada inocente, una sonrisa bonita. Tenía el pecho pequeñito, podía cubrir una teta con una mano, pero eran firmes, bonitos, y una peca cerca del pezón izquierdo le daba un toque sensual que a él le gustaba mucho. Tenía un culito redondito, respigón. Muchas veces, bromeando, le llamaba “Momo no oshiri”.

El sonido de la puerta deslizándose le hizo despertar de sus pensamientos. Allí estaba ella, de rodillas, entrando en la habitación y cerrando la puerta. En aquella casa no tenían criadas que les abrieran y cerraran las puertas, así que lo debían hacer ellas mismas. Se puso de pie y se levantó, se giró y con una sonrisa saludó al hombre.

-Ohayo gozaimasu, Kaitosama. Siento haberle hecho esperar, mi señor.-

Vestía un yukata de seda azul, con decorados blancos y algún detalle rojo, como el obi. Aún tenía el pelo húmedo, aunque ya no goteaba. Lo llevaba recogido en un larga trenza.

Kaito la observó de arriba a bajo, disfrutando de cada centímetro de ella. -Cada día estás más bonita, Hiyori.- El hombre se levantó.-Ven, acércate.

La muchacha se acercó con calma, con los pies acariciando el tatami, mirándole a los ojos, sonriendo. El hombre la abrazó y le besó en la boca.

-Mi señor, me alegro mucho de que haya venido hoy. Ya le empezaba a echar de menos, esta semana no había venido aún.- A Hiyori realmente le gustaba que él fuera a visitarla. Le trataba bien, le daba un placer que otros hombres no conseguían y siempre iba limpio. Además le encontraba muy atractivo, y su cuerpo trabajado, de unos 30 y algo años le encantaba. Para ella él era su cliente favorito,y todo eso, él, lo sabía de sobras.

-Perdona, he tenido mucho trabajo. Pero hoy vamos a recuperar el tiempo, eh?- Decía él mientras sus manos pasaban por sus hombros, sus brazos, su cintura, hasta que acabó acariciando ese culito que tanto le gustaba, atrayéndola hacia él.

Se fundieron en un beso, largo, silencioso. Jugueteaban con sus lenguas, se acariciaban, se daban mordisquitos en los labios. Ella, juguetona, empezó a besar el cuello del hombre. Tenía que ponerse un poco de puntillas, pero no importaba. Le pasaba la lengua desde atrás de la oreja hasta casi la clavícula, tanto como su kimono le dejaba. A Kaito le encantaba que fuera así, casi como una gatita. Sumisa, obediente, cariñosa, pero con ese punto de pícara que le daba el toque especial.

Mientras ella se entretenía con su cuello, él le fue deshaciendo la trenza. Le gustaba que el cabello húmedo se pegara a la piel de la chica, y le volvía loco cuando llevaba esa melena suelta, con los mechones cayendo entre sus tetas, acariciando sus pezones. Ella se separó levemente de él para mirarle a la cara y ver si había empezado bien. En efecto, él la miraba fijamente y con una sonrisa en sus labios, pero no era una sonrisa como la de antes... era la sonrisa de cuando empezaba el juego. Kaito le empezó a aflojar el obi, tenía mucha destreza haciendo eso. La larga tira de seda iba cayendo poco a poco. De pequeño, había escuchado decir a unos hombres que el sonido de la seda deslizándose hasta el suelo era muy sensual, pero no lo acabó de entender hasta que se acostó con la primera mujer de su vida. Dejó el obi en el suelo, y el yukata se deslizó hasta abrirse un poco, dejando entrever el cuello, el ombligo y las piernas de la chica. Ella empezó a desvestirle a él. Con sus manitas ágiles, fue quitándole el kimono de algodón, la camisa era blanca, y el hakama azul oscuro. Una vez tenía el pecho descubierto, le echó los brazos al cuello y se pegó a él, haciendo que ambos pechos se tocaran. Él la abrazó y sintió su calor, su piel suave. Le bajó un poco la tela del lado izquierdo y le acarició el hombro desnudo, la separó un poco de él y le empezó a sobar la teta izquierda. Ella cerró los ojos dejándose llevar por sus caricias, y cuando los abrió se topó directamente con la cicatriz que tenía Kaito en su pecho. Le atravesaba en diagonal desde el hombro izquierdo, pasando por el medio del pecho hasta la cintura. A ella le gustaba mucho, le daba un aspecto aguerrido. Empezó a lamerle la cicatriz de abajo a arriba, le daba besos, más lametones... El hombre notó como el pezón ya estaba duro entre sus dedos. Apretó con más fuerza al notar la lengua de la chica pasar por su cicatriz. Le encantaba, y le encantaba aún más ver cómo lo hacía. Se sentó en los cojines e hizo hacer lo mismo a ella, a su lado. Se volvieron a fundir en un beso, esta vez más encendido, mientras él sobaba esas deliciosas tetas, tocando de vez en cuando su pelo, húmedo, fresco, al contrario que ella, cada vez más caliente. La recostó en los cojines y empezó a besarla y a lamerle por todo el cuello, los hombros, bajando hasta llegar a las dos montañitas. Mientras masajeaba un pezón, chupaba, lamía y mordía el otro. Hiyori le acariciaba el pelo, murmurando.

-Mi señor... Kaito... Me gusta, me gusta como lo hacéis...- Al poco empezaban a salir leves gemidos de su boca. La pierna del hombre le presionaba entre las piernas y ella no pudo evitar empezar a hacer movimientos pélvicos, suaves. Él le sobaba las tetas, se echaba hacia abajo para lamerle el vientre, la cintura, y comprobó que tenía el hakama un poquito húmedo, manchado por los primeros flujos que asomaban de ella. Volvió a subir y a besarla. Mientras lo hacían, ella con delicadeza hizo que él se quedara abajo, y empezó a deshacerle los nudos del hakama con la boca, mírándole pícaramente. Finalmente le quitó el pantalón y lo dejó encima de su obi. A Hiyori le encantaba esa visión. Kaitosama, recostado en los cojines, con la espalda ligeramente echada hacia atrás,apoyándose con sus brazos un poco flexionados, la camisa del kimono abierta, dejando su trabajado pecho libre, con esa gran cicatriz. Sus piernas entreabiertas y su polla libre, ya erecta del todo.

Se mordió un labio ante semejante regalo, y se recostó de lado, apoyándo su codo izquierdo entre las piernas del hombre y con la mano derecha empezó a acariciar sus huevos. A él le encantaba. Hubiera sido más cómodo echarse del todo y tumbarse, pero prefería mil veces ver como Hiyori le trabajaba de aquella manera que tanto le gustaba, con el yukata medio caído, dejando su tronco descubierto hasta su ombligo, sintiendo como la seda le acariciaba sus piernas. La chica se movió un poco y la tela dejó ver una pierna suya, blanca, y esos pies menuditos, delicados. El incienso inundaba la habitación, agradable. Las carpas se movían en el estanque dando saltitos de vez en cuando, moviendo las aguas, haciendo un sonido relajante. De pronto sintió una humedad divina en su capullo. Volvió a fijarse en ella. Le estaba empezando una deliciosa felación. Su lengua recorría todo su sexo, desde los testículos, subía por el tronco y llegaba al capullo. Luego, hacía dibujos con su lengua por toda su polla, mojándola toda, dejándola brillante y dura. Entonces, mientras le cogía los huevos, se metió la polla entre los labios y se la tragó casi entera. Un gemido se escapó de los labios del hombre, era delicioso. Su boca era tan calentita, húmeda... y su lengua recorría traviesa todo el tronco. Él le puso la mano en la cabeza, acariciándole el pelo. Los mechones de pelo de Hiyori caían serpenteantes haciendo dibujos sobre el tatami. Su cabeza subía y bajaba, cada vez más deprisa. Él disfrutaba de cada lamida, de cada presión, de cada caricia en sus huevos. La chica se sacó la polla de su boca, y mientras lamía el capullo, le pajeaba el tronco con su mano derecha. Iba alternando la mano, la lengua, los labios. Él sentía que le faltaba poco para correrse, sentía tanto gusto que ya no podía disimular los gemidos. A ella le encantaba escuchar como su señor gemía de placer, le excitaba mucho. Apretó los muslos. Su coño ya estaba mojado del todo, empezaba a sentir un cosquilleo muy bueno.

-Hiyori... oh... lo haces tan bien... me encanta tu boquita. Ya falta poco, ya falta poco.-Él empezó a marcarle el ritmo con la mano que tenía posada en su cabeza. Cada vez se la mamaba con más rapidez, con los labios más apretados, y empezó a apretarle con más decisión los testículos. Kaito se estremeció, tensó sus músculos y sintió una gran corrida, fuerte, abundante, muy placentera. Hiyori se apuró para intentar no derramar nada sobre las ropas y el tatami, tragó como pudo todo el semen de su señor, y cuando se separó y se incorporó de rodillas, un hilillo de semen se escurría por la comisura de sus labios, y se relamió como una gatita que acaba de atrapar un pez. Miró a Kaito, estaba jaedante, con los ojos cerrados,relajado. Ella sonrió, satisfecha, y gateando se acercó a él.

-Qué tal le ha parecido, Kaitosama? He estado a la altura de siempre?

El hombre abrió los ojos y como respuesta le besó apasionadamente, tumbándola en el suelo y poniéndose él encima suyo.

-Cómo echaba de menos tus mamadas, Hiyori. Eres mala, no puedo estar ni una semana sin ellas.-

Ella sonrió, picarona.-Entonces ya sabe, venga a verme cuando quiera, que yo tampoco puedo pasar mucho sin estar con usted...

Kaito ya un poco recuperado, empezó lamerle y morderle los pezones. Fue bajando hasta llegar a su pubis. La chica entendió que era lo siguiente y abrió sus piernas. La respiración empezó a agitársele, estaba loca por que su señor le comiera el coño... era de sus partes favoritas.

En la habitación de al lado empezaron a escucharse gemidos de dos mujeres distintas y las risitas de un hombre. Kaito besaba dulcemente el coño de la jovencita. Sus manos acariciaban aquella piel blanca, cogían sus muslos, con firmeza y la obligó a abrir un poco más las piernas. Hiyori sentía una lengua de calor que bajaba y subía por su piel, viscosa entre sus fluidos y la saliva del hombre. La perlita no tardó en asomar y él se dedicaba a darle placer a la chica. No es que a las otras mujeres les tratara mal, pero no le importaba demasiado si ellas se lo pasaban bien o no. En cambio con ella era diferente. Le gustaba oír sus gemidos de placer, ver como se retorcía debajo de él, sus palabras dulces...

-Ah... Kaitosama... Mmmmhhh me encanta... tenéis una lengua maravillosa, Kaito...Kaitosama...-

Él daba leves mordiscos a los labios exteriores y luego pasaba su lengua por los inferiores. Poco a poco iba presionando más, y de vez en cuando se centraba en su clítoris. Lo apresaba entre sus labios, le pasaba la lengua, cada vez más deprisa, lo presionaba... La chica ya se movía de excitación. Movía su cabeza de lado a lado, con los ojos entreabiertos, ráfagas de imágenes borrosas pasaban ante sus ojos. Con sus manos empezó a acariciarse las tetas, a masajearlas, mientras Kaito le comía maravillosamente el coño. Empezó a estirarse los pezones, farfullando cosas ininteligibles. Cuánto más se excitaba ella, más ganas le ponía Kaito al asunto. Quería oírla gemir, gemir, gemir, gemir, hasta que su cuerpo explotara y saboreara un buen orgasmo. En la habitación de al lado ahora se oía gemir al hombre y a una de las chicas, mientras la otra soltaba risitas una y otra vez. Kaito dejó libre su imaginación y pensó que podrían estar haciendo ahí al lado, tan solo separados por una pared de papel. ¿Estarían los otros también pensando que harían Hiyori y él?

Soltó una de las piernas de la chica y le penetró dos dedos, sin avisar. La chica soltó un gemido de gusto y sorpresa y se incorporó levemente para mirar que le estaba haciendo el hombre. Le seguía comiendo el coño, mientras le penetraba con decisión, marcando un ritmo. Hiyori se dejó caer sobre el tatami. El yukata estaba arrugado, su pelo ya estaba revuelto, las serpientes que antes caían sobre el tatami,tranquilas, mientras le hacía la felación a Kaito, ahora eran serpientes vivas, se movían, cada vez que ella giraba la cabeza de un lado para otro. Se empezó a sonrosar del calor y la excitación, notaba como la tensión entre sus piernas iba subiendo y su cadera se movía inconscientemente buscando más placer. Él encontró con los dedos esa zona que tanto gusto le daba a las mujeres, y empezó a presionar haciendo gancho hacia arriba. Aquello la mataba. La mataba. Empezó a gemir con más fuerza, cogía un cojín, lo estrujaba, lo mordía, lo soltaba, lo volvía a coger, se meneaba como un pez recién sacado del agua.

-Aahhh! Mi señor, más, más!- Mordió un cojín- Mmhhhhhh!!- La lengua que le acariciaba salvajemente era de fuego, una serpiente de fuego que se movía con gran agilidad entre sus piernas y le daba un placer superior a ella. A él ya le costaba aguantarle las piernas, y más con un sólo brazo. Sabía que ya se acercaba, Hiyori era una chica tranquila, calmada, pero cuando se descontrolaba de aquella manera era que estaba a punto de explotar.

-Ya... ya me vie-viene... mi... señor... sama... Kaitosama, sí!, sí!-

Kaito aceleró el metesaca de sus dedos, presionó con más fuerza su lengua, que se comía a lengüetazos aquél clítoris a punto de reventar, cuando la chica se corrió.

Los gemidos de la habitación de al lado se mezclaron con los de la chica, pero claramente ganaron los de Hiyori. Kaito sentía como su coño apresaba sus dedos, como se revolvía en el suelo, dejando todo echo un desastre. Él fue aminorando el acto poco a poco, hasta que ella se calmó. La contempló, durante un minuto. Tenía el cabello revuelto, los ojos cerrados, sus mejillas se habían vestido de un rojo intenso, como su obi. Su pecho subía y bajaba rápidamente por la respiración agitada, el yukata apenas le cubría nada ya, y dejó caer sus piernas, muertas. A Kaito le encantaba verla así. Se acurrucó junto a ella a un lado, le besó un la mejilla y esperó. Pasados unos minutos, se levantaron y se sentaron cerca de la mesita del té.

-Kaitosama, quiere un poco de té para recuperar fuerzas?- Su voz ya se había calmado.

-Claro que sí, bonita. Le has puesto menta?-

-Sí señor, tal y como le gusta- Y esbozó una gran sonrisa.

Sirvió té para los dos. Se relajaron, se lo tomaron despacio, saboreándolo. Hiyori observó la habitación. Antes era un lugar tranquilo, con olor a incienso, los cojines bien colocados, esperando a que alguien se sentara en ellos. Ahora el aire corría agitado, como habían estado ellos hace tan sólo unos minutos, la habitación olía a sexo, y los cojines habían sido mordidos y apretujados hasta más no poder.

Ella dejó su taza en la mesa, se puso detrás de Kaito y empezó a masajearle la espalda. Él sorbía el té en silencio. Ahora le tocaba el turno a la calma. Aunque, no por mucho tiempo.

Ella no hablaba, sabía que a él le gustaba el silencio después de cada tormenta. Kaito sentía las manos de ella presionándole la espalda, acariciándola, relajándola. De vez en cuando notaba algún beso travieso. Le masajeó los brazos, el cuello... Hasta que él se acabó el té. Su nueva erección se empezaba a notar, floreciente. Se dió la vuelta y le quitó el yukata a la chica, dejándola totalmente desnuda. No querría manchárselo.

Se fundieron en un beso. Estaban de rodillas. Él apartó las cosas de la mesa, que sólo levantaba un par o tres de palmos del suelo.

-Hiyori, ponte como una buena gatita.- Le ordenó él con una sonrisa un poco lasciva.

-Mmmhhh sí mi señor, seré una gatita buena y obediente.- Y diciendo eso, se apoyó con los brazos en la mesa y puso el culito en pompa, a cuatro patas, y esperó.

Kaito acarició la espalda de la chica, hasta llegar a ese “momo no oshiri” que tanto le gustaba. Se colocó detrás de ella, de rodillas, y empezó a rozar su polla contra su culo. Sus cachetes eran blanditos, suaves. Luego colocó su polla en el sexo de ella, y empezó a restregarlo por fuera, mojando bien su tronco.

Cuando la tuvo bien dura, la empezó a penetrar despacito, muy despacito. Le gustaba sentir esa cueva milímetro a milímetro. Ella sintió como el sexo de Kaito ardía, caliente, muy caliente, y eso le gustaba. La penetraba despacito, pero con un ritmo marcado. Le encantaba sentir como su coño le cubría toda la polla, tan calentito, suave, como la seda.

Empezó a penetrarla más deprisa, a un ritmo bueno. A ella se le escapaba ya algún gemido, pues aún tenía el coño sensible del cunnilingus. A ella le gustaba que la penetrara desde atrás, sentirse sometida. Él se apoyó en la mesa y empezó a lamerle la espalda a Hiyori.

-Hmmmm, sí, esto me encanta, que malo eres Kaitosama... muérdeme un poco, porfavor, porfavor-

El hombre ni corto ni perezoso empezó a morderle el cuello a la chica, luego los hombros... mientras no dejaba de penetrarla. Ya se escuchaban leves gemidos de los dos, y se empezaban a encender de la excitación. Él aceleró el vaivén, ella adoraba sentir como una bestia le follaba, como le mordía, le cogía del pelo, le penetraba cada vez más fuerte. Sus tetitas se tambaleaban, como pidiendo a gritos que se les hicieran caso. Él aún con una mano en la mesa, usó la otra apretarle los pezones.

-Ahhhh sí, que rico mi señor, mi señor, me gusta, me gust- Y justo entonces él le mordió fuertemente el cuello. Hiyori gimió sin poder acabar la frase, y empezó a pedir que la penetrara más fuerte. Kaito se había transformado en una bestia cabalgante, agarrando con sus garras a la chica, penetrándola frenéticamente. Las carpas parecían no darse cuenta de lo que estaba sucediendo en aquella habitación, y nadaban tranquila y pausadamente, haciendo apenas un poquitín de ruido...

La pareja se meneaba cada vez más fuerte, él, dando empujones, y ella, recibiendo las embestidas. Él le agarró un mechón de pelo, ya casi seco, y le tiró ha cabeza hacia atrás, follándola, sin parar. Los gemidos de ambos llenaban la habitación de una música casi celestial, ardían, se dejaban matar por el placer...

Hasta que una oleada de placer ahogó la habitación, una oleada blanca, espesa, que inundaba el coño de la jovencita. Ambos se estaban corriendo, y desde la entrada se oían los gritos.

Al cabo de unos minutos, cuando sus respiraciones volvieron a la normalidad, se limpiaron con paños. Se vistieron tranquilamente, relajados, sonrientes. Kaito se estiró en el suelo y Hiyori se acurrucó junto a él, pasándole distraidamente su dedito por la cicatriz del pecho, aún sin cubrir del todo.

-Mi señor, espero que lo haya pasado bien- dijo la chica mirándole con ojitos tiernos.

-Él la abrazó un poco más- Pero vamos a ver, te creía más lista, tú qué crees?-

Ambos rieron, tumbados en el suelo. El olor a sexo y lascivia poco a poco fue abandonando la habitación, huyendo travieso por la puerta entreabierta. Kaito observó como las sombras que proyectaban los árboles del jardín ya eran fuertes. “Ya debe ser mediodía”- pensó él. “Qué rápido pasa el tiempo cuando lo pasas bien”.