La casa del bondage.
En la casa del bondage están los dos jóvenes desnudos, de rodillas el uno frente al otro... La ninfa es tan joven su cuerpo delicado ha sido enseñado solo después de arrancarle la ropa...
En la casa del bondage están los dos jóvenes desnudos, de rodillas el uno frente al otro. Han sido burdamente atados con cuerdas de nailon, los brazos cruzados a la espalda unidos al torso. Las cuerdas bien prietas remarcan sus musculaturas, sudan temblorosos bajo la luz de los focos y sus cuerpos despiden brillos detenidos. Tienen las piernas bien abiertas, atadas el tobillo con la ingle, forzadas, el uno frente al otro. El uno frente al otro, los testículos unidos tensos por una fina cuerda, no ven, les he vendado sus ojos y les obligan a besarse en los labios, sacando la lengua. Son dos jóvenes curiosos. Bajan del pueblo a la ciudad los fines de semana y han descubierto en la casa del bondage el lugar donde poder hacer sin sensación de arrepentimiento todo lo que no se atreverían de otra manera. Se gustan y han tomado éxtasis y viagras, sus pollas juveniles son dos corazones duros y ardientes, brillantes de ansiosos. La ninfa es tan joven… su cuerpo delicado ha sido enseñado solo después de arrancarle la ropa. Le he modelado sus desproporcionados pechos con cuerdas prietas y sus brazos penden de una argolla en el medio de la estancia. Se hace la inocente, agacha la mirada, cruza las piernas… quiere látigo pues desde que ha entrado mira las trallas colgadas en la pared.Su piel ya está roja, preparada, su sexo húmedo y abierto. Ha aguantado la lluvia casi sin gemir. Debe arrodillarse en medio de los dos jóvenes. Las operadoras cogen con sus manos enguantadas ambos miembros, se los clavan simultáneamente en el ano y en el sexo. Ellos no pueden moverse, se desesperan. Palpitan dentro de ella, pero no pueden liberarse. Sollozan y la lamen horas, hasta que el local cierra sus puertas.