La casa de los suspiros (1)
Relato sobre la lujuriosa relación entre una madura exhibicionista y un adolescente ansioso por aprender del sexo, primera entrega.
La casa de los suspiros, I
Nunca faltaba a misa los domingos por la mañana. De alguna forma se hizo casi una costumbre buscarla en la iglesia en la misa de 8. Y ahora así estoy, junto a la puerta de la atestada iglesia, la gente que me rodea me impide entrar, sólo escucho la liturgia dominical y el suave y armonioso viejo órgano, eso y los rezos de la feligresía. Como puedo avanzo un poco más y la busco con la mirada, ansioso, con cierta urgencia, mirando por sobre los hombros de la gente, quizá vaya a confesarse, pienso, y volteo la mirada hacia el confesionario donde una fila variopinta de mujeres paciente espera su turno para sacar sus culpas y esperar el perdón de sus pecados, eso pienso cuando la descubro, si, es ella de espaldas: la acostumbrada blusa roja, la misma falda negra que le abulta el trasero, la misma vieja bolsa de cuero negro, el mismo pelo teñido de rubio, el bello rostro que con maquillaje trata de ocultar el trasiego de los años. Mientras la veo hincarse junto al confesionario trato de imaginar su confesión, ¿será capaz de decirle al cura todos sus pecados?, ¿sus añejas y secretas aficiones?, ¿la lujuria que se posesiona de ella?, ¿su mirada cachonda cuando pasa junto a mi?, eso y más pienso mientras la veo levantarse y con sincera beatitud acercarse al altar para recibir la comunión: la mano del viejo sacerdote acercando la ostia, ella con la boca abierta y los ojos cerrados, las manos juntas cerca de sus labios que musitan quizás una oración, Ana con el rostro inclinado como rezando, quizás con arrepentimiento.
La escena hace renacer en mí una de nuestras pasadas experiencias: parado en el vano de la vieja casa abandonada percibo la vela encendida sobre algunos escombros y a ella que trata de cubrirse entre los claroscuros de los añejos muros; la peste es casi insoportable, huele a mugre, a orines y a excrementos y a basura, sin embrago se que ahí está, siento su presencia, como siempre que me cita con la huidiza mirada; mientras mis ojos se acostumbran a la escasa luz, escuchó su voz en tono muy bajo: "tardaste mucho, creí no que ibas a venir", y avanzo dos o tres pasos tropezando con algo, la luz de la vela baila sobre las mugrosas paredes y en eso siento su aliento junto a mi, sus manos temblorosas rodean mi cintura y su boca húmeda recorre mi cuello, subiendo en besos breves por mi cara, luego sus manos se entremeten en mi cabello y ella atrapa mi boca y nos besamos con furia, la lujuria le sale por la boca, por las manos que acarician apresuradas mi cara, mi cabello, mi pecho. El temblor de su cuerpo me contagia.
Y cuando la agarro de las nalgas su aliento se torna agitado y más caliente; intento subirle la falda y cuando lo logro me topo con sus pantimedias, intento bajarlas y de nuevo su voz como un quejido: "no, espera, ven" y sin soltarnos avanzamos a la negrura del cuarto apenas iluminado por la vela, así llegamos al enorme muro renegrido y avejentado, sus brazos me empujan y quedo de espaldas a las añosas costras de yeso pintadas de graffiti y su boca se pega a la mía y me abandona al instante y toda ella baja poco a poco y se hinca ante mi, sus manos a jalones abren el pantalón y liberan mi verga erecta y la tenue luz de la vela me permite verla: su cara pegada a mi verga, el glande queda arriba de su frente y los huevos casi sobre sus labios, Ana cierra los ojos y su actitud lujuriosa cambia a un gesto ¿místico?, ¿amoroso?, y así se queda por momentos: la verga acariciándole la cara y ella sumisa, su respiración caliente sobre mis testículos, los vellos pegados a sus mejillas.
Luego su mano rodea la dura pinga y juega con ella, con suavidad, sin abrir los ojos, su lengua por momentos lame mis huevos velludos y mientras mi excitación crece su boca abierta recorre el tronco, su lengua embarra de saliva el pito, con lentitud, en un gesto lleno de erotismo y ansia, hasta que boca y lengua llegan a la punta viscosa de mi pinga que parece palpitar y con extrema lentitud los labios abiertos rodean la cabezota y Ana succiona amorosa, ansiosa en extremo, para luego empezar a tragar, lentamente, disfrutando de la mamada.
Siento que el tiempo se detiene, que el entorno pestilente desaparece, que mi cuerpo me abandona y ella me traga entero o casi, pues su nariz se sumerge en los vellos del pubis, y su boca va y viene lujuriosa, llena de ansiosa sexualidad, casi desenfrenada mama, succiona una y otra vez, los labios apretados rodeando el duro palo, la verga viscosa desaparece dentro de su boca, ella siempre hincada, obediente, sumisa, pero activa, muy activa, mi pito luce la brillantez de su saliva, sus babas mojan mi sexo por completo y escurren por su boca, hasta que separa la boca del pito para mirar suplicante hacia arriba y decir en murmullo: "dame los mocos, ya los quiero, dámelos, lléname de leche".
Accedo a su petición, mis manos se meten entre su cabellera teñida de rubio y atraigo su cabeza, más bien su cara, más bien su boca, hasta que le meto toda la verga, ella suspira y yo arremeto con furia, acelerando la venida, una y otra vez, metiéndole todo el pito y ella obediente, sumisa, sacrificada por el tronco que parece atravesarla entera, hasta que el semen se va, furioso le lleno la boca, ella traga, parece vomitar pero sigue mamando y yo echándole los mocos, una y otra vez; al final ella hincada parece pedirme perdón, el pito embarrándole la cara de semen y ella como murmurando, como rezando, como expiando sus culpas. Eso recuerdo mientras la veo, esa mañana, Ana hincada en un reclinatorio rezando, al parecer con fe, eso recuerdo
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Minutos después la liturgia termina, el anciano padre otorga a los presentes la bendición y los feligreses se apuran a salir, empujándose, algunos de forma poco amable, yo trato de mantener mi posición tratando de no perder de vista a la mujer, pero es imposible, a empellones me sacan de la iglesia y quedo junto a la puerta, alzando la cabeza para buscar a la madura, cuando la descubro está casi junto a mi y por poco choca conmigo, pero no me ha visto, va con la cabeza gacha, pasa como puede entre la multitud, aferrada con ambas manos a su vieja bolsa de cuero, me llega el suave aroma de su perfume barato y en mi brazo por instantes siento que una de sus tetas me roza, siento una ligera palpitación en la verga, pero ya ha salido, trato de seguirla y cuando la descubro está platicando con algunas mujeres: dos de ellas son sus hermanas y la señora canosa y con bastón es su madre, algo platican entre si que les causa risa; luego se van caminando rumbo a su casa, me adelanto a pasos rápidos, quiero que me vea, quiero que sepa que la ando buscando, quiero que sepa que quiero otra vez hacerle cosas
Me detengo en la esquina donde está la tienda Oxxo, la veo venir con su caminar nervioso, las tetas abundantes hacen brincar la blusa roja y las mujeres pasan junto a mi, Ana me mira brevemente, de reojo, sólo un instante, su rostro enrojece y esquiva la mirada, luego apura el paso junto a sus hermanas, seguro van a casa de la madre, regularmente ese día se reúnen los hermanos para comer con la señora canosa, luego por la tarde, se van cada uno a su casa, cerca de las seis, de memoria me se el itinerario, aunque algunas veces falla.
Cuando las mujeres han entrado a la casa cruzo la avenida y me siento en el pasto del camellón, frente a aquella construcción de estilo rustico y tabiques pintados de rojo, quizá con suerte se asome ella y me confirme si nos veremos más tarde o mañana o pasado, quizás.
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Mientras microbuses, camiones y autos pasan raudos por la avenida trato de recordar cómo esa mujer desato mis deseos escondidos. Fue el verano pasado, época de secas y estiaje; como cada año en esa época escasea el agua y de las tomas domiciliarias sale apenas un débil chorro de agua y eso por las noches, provocando los consabidos contratiempos para los colonos.
Una de esas noches regresaba de la escuela, serían las ocho o nueve de la noche, y caminaba aburrido por el andador de adoquines rumbo a mi casa cuando algo llamó mi atención, quizás un ligero golpeteo sobre un cristal o ventana, giré el rostro y no ví nada extraño; dos pasos después el mismo ruido, tal vez más insistente, detuve los pasos y giré el cuerpo, y sí, tras el cristal de una ventana una sombra llamó mi atención. Me acerqué curioso, noté que era la ventana de la cocina de la señora Ana y que era esa mujer que me hacía señales con la mano, al principio incomprensibles, hasta que entendí que la señora preguntaba a señas si ya salía agua de la toma domiciliaria, pues con el dedo índice señalaba a la llave del agua; fui a averiguar y no, al abrirla sólo cayeron algunas gotas dentro de un balde que ahí estaba, regresé junto a la ventana y le expliqué a gestos y señas que no, que seguiríamos sin bañarnos ni lavar la ropa.
Entonces todo pareció detenerse: Ana detrás del cristal me miraba fijamente, yo me quedé tenso, esperando, luego sus manos tomaron los bordes de la bata y con lentitud la abrieron para descubrir los senos hermosos; ambos nos quedamos tiesos, expectantes, yo mirando sus ojos quietos para luego ver sus chiches llenas, pesadas, de pezones cafés, gruesos, hinchados, erectos; y fue como una repentina corriente eléctrica que llenó de excitación mi cuerpo, nuestras miradas se comunicaron en ese instante la misma lujuria, el mismo deseo, luego el brevísimo intervalo de tiempo terminó: ella se cubrió con la bata los pechos antes exhibidos con descaro y uno de sus ojos me hizo un guiño de complicidad remarcado por el dedo índice sobre la boca cerrada, en señal de silencio, luego desapareció en la penumbra de esa habitación.
Todavía me quedé algunos minutos frente a esa ventana, excitado y ansioso, queriendo ver más de lo ocurrido tras el cristal: la señora Ana exhibiendo sus rotundos pechos, pero nada pasó.
Al siguiente día traté de buscarla, pero no la encontré ni en su casa por la mañana, ni por la tarde cuando regresaba del trabajo, empero la excitación surgida de aquella noche mantuvo mi ansiedad, quería volver mirarle las tetas a la señora Ana.
Días después me crucé con ella al llegar por la noche, nos miramos de reojo y creí ver en sus ojos la ligera esperanza, el silencioso llamado, no lo supe identificar en ese momento, pero algo había en su mirada. Entré a mi casa a dejar mis libros y salí a la calle, me detuve casi en la esquina de su casa, el andador lucía solitario y casi en penumbras; minutos después la luz de su recámara se encendió y por segundos la señora se asomó fuera, me descubrió, cerró las cortinas y desapareció, aquello desató mi excitación, me sentí nervioso, mi cuerpo temblaba, quería verla, espiarla.
Cuando llegué a su ventana las piernas me temblaban, lo que hacía era algo indebido, además alguien podría pasar por el corredor y descubrirme espiando a la señora, pero mi excitación era mayor, sentía dentro del pantalón la verga bien erecta.
Cuando mi cara quedó pegada junto al cristal, tratando de mirar por entre las cortinas, descubrí una pequeña rendija entre ellas, la luz de una lámpara de buró alumbraba el cuarto pero no veía a doña Ana, hasta que me llevé un susto: la cortina se abrió de repente y ahí estaba ella, tras el cristal mirándome fijamente, una ligera sonrisa dibujaba su rostro, abrió un poco más la cortina y al alejarse me guiñó el ojo y un dedo sobre su boca me indicó silencio. Momentos después mi excitación parecía explotar al verla, ella en la cama cubierta por las sábanas, boca abajo, la cara sumida en la almohada, quieta, silenciosa, pero algo hacía bajo la ropa de cama, la grupa parecía mecerse delicadamente, arriba y abajo, arriba y abajo, las caderas meciéndose suavemente, de repente apartó las sábanas y mostró su glorioso y desnudo nalgatorio, sus piernas bien formadas y su espalda plana y desnuda; pero fueron sus nalgas las que fijaron mi atención, los promontorios carnosos, llenos, sin celulitis, perfectos; su calzón parcialmente bajado formaba un rollo de tela poco más debajo de sus glúteos; y así se quedó por instantes eternos, luego giró su cabeza para mirar hacia la ventana y sonreír, y estiró la mano para apagar la lámpara, todo quedó en penumbras, ya no pude ver más. Varios minutos permanecí junto a aquella ventana sintiendo que mi erección rompía el pantalón.
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Eso recuerdo mientras espero fuera de aquella casa, el sol inclemente hace estragos en mi, voy al Oxxo por una coca bien fría y ya fuera la tomo a tragos pausados, en eso escucho a mis espaldas: "oye niño, no seas ansioso, ¿por qué me buscas aquí?, en casa de mi mamá, ¿qué no ves que alguien puede sospechar", es Ana, el líquido se me atraganta y ella ríe por haberme sorprendido y se mete a la tienda a comprar algo, cuando sale con una bolsa llena de cosas me atrevo a preguntar: "¿cuándo?...", no me deja terminar: "ya te dije que no comas ansias, nos vemos a la noche, ya sabes dónde, en la casa vieja, sobre todo no vengas por aquí, me pones nerviosa, adiós", y se va caminando por la banqueta, sus caderas se mecen y vibran con cada paso. Mis ojos se prenden de esa carne deliciosa.
Y vuelvo a tomar mi bebida, ahora satisfecho, tengo otra cita con aquella madura en aquella construcción en ruinas que guarda tantos secretos. ¿Cómo descubrí esa casa?, bueno siempre ha estado ahí, al final del parque y junto al río pestilente que lleva el desagüe de la colonia. Por los vecinos supe que la llaman la "Casa Colorada", por ser una construcción de ladrillos rojos, y desde que tengo memoria está abandonada y al paso de los años ha servido para que los colonos tiren la basura, para que drogadictos y alcohólicos la utilicen de refugio y para que parejas ardorosas la usen a modo hotel por un rato.
Sobre la avenida está la iglesia a la que van la señora Ana y su familia, y justo detrás inicia el parque, que la mujer tiene que cruzar cuando regresa de su trabajo y llegar a su departamento y justo al final la vieja casona abandonada y a punto de caerse.
Una tarde, casi noche, mi inquietud me hizo esperarla en el parque, tardó un poco, por ello el parque ya estaba oscuro y solitario, habitado quizás por algunas parejas de novios, que utilizan el lugar para sus juegos eróticos y cuando la lujuria arrecia se meten a la casona para coger. Cuando ella bajó del colectivo nuestras miradas se cruzaron, Ana se sonrojó al instante y apuró el paso para llegar a su casa, la seguí unos pasos atrás, ella quizás sabía que yo iba detrás.
En cierto momento se detuvo y cambió de ruta, ya no iba rumbo a su casa, eso me extrañó, iba rumbo a la Casa Colorada , pero no entró, algo la alertó, esperó a que llegara junto a ella, quedamos frente a frente, los dos mirándonos en silencio, segundos después me dio la espalda y caminó unos pasos hasta meterse entre unos frondosos arbustos, esperó a que llegara junto a ella y en voz baja me dijo: "no está bien que seas tan insistente, debes esperar a que te busque, ¿entiendes?, bueno no creo que entiendas, estás muy chiquito y andas desatado, ¿caliente?, si, ¡muy caliente!, desde aquella vez en la ventana de mi cocina, ¿recuerdas?, ¿te gustaron mis tetas?, ¿sí?, pero debes contenerte, saber esperar, ¿sí?".
Luego acercó su cara a la mía, sus manos suaves y temblorosas tomaron mi rostro y su cálida boca me besó, primero brevemente y con los labios cerrados; el segundo beso fue diferente, sentí su aliento y la humedad de su boca al posarse sobre mis labios, aquel beso fue diferente, fue un beso de verdad, el primero que me había dado esa mujer, más bien, el primer beso, sí, el primero, único e inolvidable: los dos abrazados, las bocas pegadas, la de ella con suavidad y deseo buscando mi lengua; la mía torpe y ansiosa.
El abrazo que se hace eterno y nuestras bocas siguen unidas y viscosas jugando con las lenguas, en eso la madura se separa un poco y "¿quieres jugar a los novios?, ¿quieres ser mi novio?, ¿sí?, pues anda, ¡qué esperas!, acaríciame, ¡tócame las chiches, agárrame de las nalgas!, ¡anda, qué esperas!". Y siento que me faltan manos, los dos abrazados besándonos de forma interminable y mis burdas manos que le recorren el cuerpo, sopesan y aprietan las deliciosas nalgas sobre el vestido, luego le agarro las tetas pesadas, quizás con prisa y torpeza, sí, lo reconozco, pero a la señora parece gustarle que refriegue su cuerpo así, con prisa, con ansia, con inexperiencia, pues su boca deja escapar gemidos y repega el cuerpo, lo refriega sobre mi erección, sobre la verga erecta que trata de escapar del pantalón.
--"¿Qué quieres hacerme?, anda dilo, soy tuya, esta noche, pero no toda, ni toda yo, ni toda la noche, así como estamos, en el parque oscuro, con el miedo de que alguien nos vea, ¿qué quieres?, anda pide, niñito, ¿qué quieres hacerme?", dice amorosa, presurosa, sin dejar de besarme su mano derecha abre mi pantalón y al momento me acaricia la verga erecta, su mano sube y baja con suavidad sobando mi pito, y añade: "pero no te vengas todavía, me mancharás la falda de mocos, anda papi dime que quieres".
--"Quiero , si , quiero todo, hacerte todo ", dije como estúpido, sin dejar de besar sus labios.
--"Si, lo sabía, tú no sabes nada de nada, anda ven, te voy a dar una probadita de sexo", y su mano me lleva al tenebroso edificio y añade, "sólo espero que los que estaban ahí ya se hayan ido", y su mano aprieta la mía como para no dejarme escapar. En la penumbra ví sus hermosas nalgas brincar cuando avanzaba delante de mi. Y me sentí avergonzado, a la vez caliente, muy excitado, y me dejé conducir hacia aquella negritud pestilente
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