La casa de los 7 tejos. 6
Cruz la llevó hasta el lecho y la depositó sobre él dejando sus piernas fuera, bien abiertas, y se sumergió entre ellas para comerse su coño, haciéndole estallar en mil pedazos.
DICIEMBRE 1964
El coche aparcó justo enfrente del vetusto y noble edificio. Ayudada por Tomás, salió una elegantísima Carmen vestida con un terno gris marengo, falda por debajo de las rodillas con una discreta abertura, medias de cristal, zapatos de tacón alto, camisa blanca de seda a pesar del frío, un bello collar de perlas con broche y pendientes a juego. Se dirigió a la pequeña puerta y tiró de la cuerda de la campana. Se abrió una portilla y asomó la cara de una monja malhumorada.
por favor, quiero hablar con Sor Guadalupe.
(extrañada) ¿con la Sra. Abadesa?
sí, por favor. Dígale que soy Carmen Bazán.
La monja puso una cara aun más hosca –espere un momento- y cerró de golpe. Carmen aguantó estoicamente de pié con un frío de mil demonios más de 10 minutos. Finalmente la misma monja abrió la puerta invitándola a entrar:
-pase.
Carmen siguió a la monja a través de corredores hasta el amplio claustro donde se encontró a Lupita, hoy sor Guadalupe, que andaba hacia ella. se dieron un abrazo.
Carmencita qué alegría.
hola Lupe... perdón sor Guadalupe.
La monja la tomó del brazo.
venga, déjate de formalismos. Paseemos. Cuéntame, ¿qué es de tu vida? ¿y Maribel? ¿y Pura?
bien, todo bien. Maribel ya mayor. Es muy buena estudiante y se porta razonablemente bien...
noto un cierto... no sé, duda? ¿pasa algo con ella?
no (molesta) es que todavía necesita disciplina Lupe, mucha disciplina.
como tú necesitabas, lo recuerdo muy bien...
y me fue bien, creo.
Pasearon en silencio por el frío corredor del hermoso claustro un buen rato, cogidas del brazo. Dentro del jardín varias novicias jóvenes parloteaban y jugaban amigablemente, a veces demasiado amigablemente. La observadora Carmen no perdía detalle.
- Carmencita, has venido a verme por algo verdad?, algo que te inquieta.
Carmen dudó un momento antes de contestar. Había venido a eso y tenía que plantearlo:
-sí Lupe, tienes razón, algo me inquieta.
y crees que yo puedo ayudarte.
si no lo creyera no estaría aquí. Verás, te he dicho que mi sobrina necesita ser instruida muy a menudo y como podrás deducir tengo que ser yo quien le administre la disciplina que necesita. El caso es que ... a veces....
Carmen no podía seguir. Se le había hecho un nudo en su garganta. Por un momento lamentó haber venido. Lupe la sacó del apuro.
¿qué edad tiene Maribel ahora... ?
no es cuestión de edad , pero es ya toda una mujercita.
-¿ una mujercita o una mujer? Carmen
- no... no es eso exactamente, pero...
Lupe sonriendo de forma cómplice le apretó del brazo que tenía cogido con ambas manos –pero ya no es una niña-
no... desde luego, ya no.
y tú últimamente sientes sentimientos... extraños, hacia ella, no es así?
Sí... los tengo. ¿como lo has adivinado?
(sonriendo) porque yo lo sé muy bien. Velo por un grupo muy numeroso de jóvenes novicias, algunas muy jóvenes, que como nosotras las de más edad han renunciado a conocer varón. Hasta cierto punto es lógico sentir atracción por nuestras compañeras. Es... es como una pequeña compensación a nuestro sacrificio, a nuestra castidad. Míralas... estarán aquí toda su vida, como yo, como esas monjas de parecida edad a la tuya o a la mía. No es perdonable sentir ciertas... inclinaciones? pequeñas travesuras? nada comparables a lo que se han privado de por vida?
sí, pero yo no estoy en un convento.
Tanto peor para ti Carmen; nosotras estamos alejadas del mundo, protegidas de la tentación podríamos decir, pero tú? Tú estás al pie del cañón. Eres como nosotras pero en peor posición, porque tú hiciste voto de castidad. ¿sigue siendo Dn. Andrés tu confesor? ¿lo has hablado con él?
-(visiblemente reconfortada) no, ya no; apenas hablo con él.
lo sabes verdad?
sí, lo sé. Para mi fue un gran disgusto.
Lupe meneó la cabeza con gesto de desaprobación. – es difícil la confesión con un pecador. Mejor que no lo hayas hecho. Si quieres tranquilizar tu conciencia puedes hacerlo aquí con el padre Ángel, él te comprenderá mucho más de lo que imaginas. Viene después de la oración vespertina. Comerás con nosotras; la comida es sencilla pero muy rica, y los postres de Las Clarisas tienen fama en toda la Patria.
- gracias Lupe, no sabes la paz que has dado a mi espíritu , pero hay... hay otra cosa.
Lupe quedó esperando, Carmen tragó saliva y continuó:
últimamente castigo a Maribel sin... sin...
¿ropa?- dijo Lupe – Carmen, aquí se castiga a las novicias desnudas. Es la norma; y los castigos son públicos. ¿qué hay de malo en que lo hagas tú? Venga, no seas tan escrupulosa, piensa en lo que ha faltado en tu vida por decisión propia, y si tu sobrina necesita ser corregida que no te tiemble el pulso como no le temblaba a tu padre. Venga, vamos hacía el jardín. Te presentaré a la hermana Cruz, una hermana muy... especial.
Ambas mujeres dejaron el amplio pasillo y se adentraron en el jardín, y fueron hacia una jovencísima novicia, muy poco mayor que Maribel, que cuidaba un hermoso rosal.
- Carmencita, esta es la hermana Cruz.
La casi niña se levantó alborozada y besó en ambas mejillas a Carmen que le devolvió los besos. No dijo ni palabra pero se la veía muy contenta. La abadesa le explicó.
- La hermana Cruz es muda pero extremadamente inteligente. Además... es muy cariñosa- lo dijo dándole la mano de una forma nada convencional. Continuó diciendo: - tiene mucho amor que compartir ¿verdad hermana?
Cruz asintió con su cabeza. Se acercó a Lupe y le musitó algo al oído.
- le gustas.
Carmen se sonrojó. Le extrañaba la naturalidad con que hablaban Lupe y su amiga. No sabía qué pensar. Suponía, no sin aparente motivo, que no era lo que estaba suponiendo pensando. Demasiado atrevido, pensó, pero pronto la hermana Cruz y Sor Guadalupe la sacaron de su error y se desveló el asunto.
- Carmen, falta una hora para la comida. Tenemos un rezo antes pero nos lo podemos saltar. ¿te apetece que vayamos a mis estancias privadas?
Mientras la abadesa hablaba a Carmen, la jovencísima Cruz daba palmas de alegría. Lupe se volvió hacia ella tomándole la mano
- no te pongas nerviosa fierecilla, que tenemos tiempo...
Las dos mujeres y la casi niña subieron por las escaleras hacia la planta de arriba y entraron en el corredor de las celdas, al final del cual estaba la zona privada de la abadesa. Penetraron en la amplia sala y Lupe cerró con llave tras de sí. La novicia estaba risueña frente a Carmen, que la miraba algo extrañada. Lupe observaba.
está esperando Carmencita.
¿El qué Lupe?
que le digas algo.
perdona, no entiendo. ¿qué tengo que decirle?
En ese momento Cruz se acercó a Lupe y le dijo algo al oído. La abadesa sonrió.
dice que eres muy tímida y que lo hará todo ella. Ah, me ha preguntado si ella te gusta.
(algo azorada) bueno... es linda, pero...
En ese momento Cruz se quitó los velos y casquete que cubrían su cabeza. Tenía el pelo recogido y al dejarlo suelto apareció una hermosa cabellera rizada castaño oscura. Después, sin la más mínima señal de pudor se despojó de los hábitos. No llevaba nada debajo y su tierna y primitiva desnudez se descubrió en todo su esplendor. Carmen quedó paralizada, no tanto por la belleza salvaje de la adolescente como por la naturalidad con que se comportaba a los ojos de su amiga la abadesa. Cuando la muchacha se puso frente a ella sonriente, le tomó una mano y se la puso en su pecho Carmen reaccionó. Una sacudida la recorrió de pies a cabeza, que a la avispada Cruz no le pasó desapercibida, y animó a Carmen a frotar sus senos sola. El roce de sus dedos con los turgentes pezones no tardó en revivir la humedad de sus entrañas por segunda vez en apenas unos días. Cruz al ver que Carmen no era inmune a sus caricias se dio la vuelta sin soltar su mano y apoyó su espalda contra ella restregándose con su cuerpo contra su busto, y tomó su mano libre depositándola en su sexo y moviéndola por su pubis, se restregaba contra Carmen con auténtica pasión, a una le gustaba sentir los maduros pechos en su espalda y a la otra tener a una jonvecita ronroneando desnuda contra su cuerpo. La respiración de Carmen se aceleró y ya con su total conformidad hundió su dedo medio entre sus labios, y notó la dulce humedad tan extraña para ella. en ese momento Lupe, desde atrás, le cogió la chaqueta por las solapas. Carmen no se resistió y dejó caer los brazos para que se la quitara. De ahí hasta quedarse desnuda pasaron muy pocos segundos. Cruz la llevó hasta el lecho y la depositó sobre él dejando sus piernas fuera, bien abiertas, y se sumergió entre ellas para comerse su coño, haciéndole estallar en mil pedazos.
Pero la cosa no terminó ahí. Lupe se sentó a su lado mientras la risueña novicia, sin duda satisfecha y feliz se arrodillaba frente a ellas.
- date la vuelta hermana, y muéstrale a mi querida amiga tu penitencia.
Fue entonces cuando Carmen vio las señales del látigo en la espalda de Cruz. Lupe se levantó y fue a la mesita, y del cajón sacó un gato de 9 colas.
- ahora hermana vamos a expiar tu pecado.
Las lágrimas asomaron en el dulce rostro de la chica, aceptando lo que iba a recibir. Lupe no se andó con remilgos cuando descargó los diez azotes sobre su espalda. Cuando terminó el castigo varias huellas sangraban por los efectos de las bolitas metálicas. Cruz sollozaba impávida. Lupe la ayudó a levantarse, la tumbó boca abajo en su cama y le lavó con agua tibia las señales. Carmen quiso colaborar acariciándole los cabellos y tomando su mano.
Continiará...