La casa de los 7 tejos. 5

Se mezcla filial con spanking, Dominación, incluso BDSM...Todo bajo la opresiva sociedad franquista

NOVIEMBRE 1964

Era un día gris de noviembre. Carmen había visitado a una enferma como representante de las damas de San Vicente de Paul, cosa que le desagradaba profundamente pero que lo hacía para mayor gloria de Nuestro Señor. Una vez en casa se entretuvo en repasar los menús y las compras con Marisol, la cocinera. Estaban en el despacho adjunto a la biblioteca. Llamaron a la puerta... era Ludivina.

  • Señora, está aquí Dª Ana la maestra. Quiere hablar con Vd. si no está  ocupada.

Hablarle de la maestrita esta ponía de los nervios a Carmen. ¡ qué diferencia con Dña. Adela, que venía a informarla todas las semanas al menos una vez ! A veces le rondaba por la cabeza hacer que la destituyesen. Aprovecharía la ocasión para darle un ultimátum a esa mosquita muerta, vaya silo iba a hacer. Marisol vio ese destello de ira en los ojos oscuros del ama que no presagiaban nada bueno, y se alegró cuando le mandaron retirarse. Ana pasó al despacho. Dª Carmen la esperaba tras  la mesa.

  • siéntese por favor...

  • Dª Carmen, ya sé que vengo poco por aquí y quizás Vd. esperaba otra cosa de mí...

Carmen la cortó con gesto muy duro.

  • desde luego Ana, lamento decirle que estoy muy decepcionada, mucho. Pero siga por favor.

Ana se revolvió nerviosa en su asiento. Aunque esperaba algún reproche no imaginaba esa dureza nada más empezar. Eso ya la descolocó.

  • lo siento (balbuceó) yo venía a decirle algo que ha ocurrido con Maribel y que creo que debe Vd. saber.

  • soy toda oídos...

  • (Tomando aire) ayer jueves como todas las tardes hubo clase de gimnasia. Sara tuvo un percance con su sobrina... (dudando) creo que se pasó en sus atribuciones con ella... (pausa)

Carmen puso sus ojos fríos sobre Ana que mantenía baja la vista.

  • estoy esperando...

  • Sara... castigó a su sobrina, creo que con exceso.

  • ¿había motivos para castigarla?

Ana seguía muy nerviosa – sí, desde luego... eso sí...

  • ¿entonces... cual es el problema?

  • en los modos Dª Carmen... Sara se encerró con Maribel y después de desnudarla de cintura para bajo le dio 12 duros palmetazos en su trasero.

  • ¿solo eso?

  • sí... creo que esa atribución le corresponde exclusivamente a Vd. y solo a Vd. pienso dar parte a la delegación del Ministerio.

Carmen se levantó de la silla y se puso a pasear en silencio alrededor de Ana poniéndose su mano en la barbilla como si reflexionara. Pasaron unos segundos que a la joven se le hicieron interminables.

  • así que... Vd. viene por primera vez en este curso... solo para decirme que una profesora ha castigado... justamente... a Maribel. ¿es así?

  • Señora yo...

  • Conteste por favor...

  • (visiblemente desencajada) sí... es así.

  • y Vd. pretende que yo tome cartas en el asunto para reprobar a una profesora que no ha hecho más que cumplir con su obligación... ¿es así?

  • bueno, no exactamente...

  • ¿ah no? pues dígame Vd. qué pretende joven...

  • yo solo quería informarla de...

El corte de Carmen fue tan duro que Ana se encogió en el asiento. Su respiración era entrecortada y creía que le iba a dar un ataque.

  • cállese... no diga más tonterías... muy Sra. mía... Vd. es incapaz de reconocer que no vale para enseñar sabe? con maestros como Vd. todo lo que ha costado sangre y sufrimiento va camino de irse a pique. A ver si se entera... los niños necesitan disciplina... DISCIPLINA. ¿lo entiende? DIS-CI-PLI-NA. de lo contrario otra vez tenemos encima el libertinaje, y Vd. con su actitud está  favoreciendo la vuelta al pasado.

Ana permaneció en silencio mientras Dª Carmen volvió a tomar asiento. La Sra. cambió el tono de voz.

_ ¿de donde es un joven?

  • de Barcelona.

  • bonita ciudad... estuve allí con mi hermano, el padre de Maribel. Vive sola en la fonda verdad?

  • sí... sí  Sra.

  • ¿tiene Vd. familia?

  • sí... mi madre. Mi padre murió. Y tengo un hermano mayor pero está  en Francia.

  • ¿su madre vive sola en Barcelona?

  • no... vive con un hombre.

  • ya... ¿y Vd. vivía con ellos?

  • sí ...

Carmen estaba desmenuzando a su presa.

  • y Vd., habiendo ganado las oposiciones a maestra nacional... ¿como vino a parar a San Pedro y no se le ocurrió pedir plaza en Barcelona o cerca de su madre?

  • (visiblemente nerviosa y dudando) verá Señora... yo... no me llevo bien con mi madre.

  • ¿y con su padrastro?

  • no... no es mi padrastro. No están casados. Tampoco me llevaba bien con él.

Carmen, una mujer sagaz e inteligente, había tocado el punto débil de Ana. Iba a aprovecharse al máximo y sacar todo el partido de esa débil muchacha.

  • ¿huyó de él verdad?

  • (vencida) sí... él... se aprovechaba de mí.

  • y su madre... ¿no hacía nada?

  • no... incluso le ayudaba a... bueno... me pegaba... si no colaboraba. De niña me azotó siempre, pero estas palizas fueron aun peores, no se porque lo hacía, pero me preparaba para aquel malnacido

Las lágrimas afloraron de los dulces ojos de Ana, que hundió su cabeza entre sus manos. Dª Carmen se levantó y se sentó junto a ella. Le acarició sus cabellos consolándola.

  • Ana... Vd. ha sufrido mucho, y está muy sola. Necesita alguien a su lado... necesita a una amiga, y yo puedo ser su amiga. Quiero ayudarla. La comprendo más de lo que Vd. se imagina y Vd. debe comprenderme a mí. Venga... tranquilícese. ¿quiere tomar un poleo?

  • sí gracias... se lo agradezco.

Carmen llamó al servicio y pidió dos tes. Después siguió con su hábil interrogatorio.

  • dígame Ana... ¿es por esos castigos que Vd. recibió por los que mantiene la creencia de que no son necesarios para una correcta educación?

  • no sé Dª Carmen... siempre me ha parecido que es mejor usar otros métodos.

Carmen siguió mesando la cabeza de Ana, mucho más tranquila y dejándose querer por esa mujer a la que tanto temía y de la que no esperaba esa actitud

  • querida, qué grave error... Vd. se deja influenciar por una situación muy diferente. Lo que hicieron con Vd. su madre y... ese sujeto, no es educación. Es pecado.. sí, pecado. Vd. era una víctima. Sus alumnos... mi sobrina... no lo son. En absoluto. Ellos... ella... necesitan una guía, una disciplina... sin ella están perdidos. Debe comprenderlo Ana.

  • sí... tiene Vd. razón... (sacando un pañuelo para secar sus lagrimas) perdóneme... me he dejado llevar por los malos recuerdos.

  • (condescendiente) no te preocupes querida, ¿puedo tutearte?

  • (sonriendo) sí, por supuesto, hágalo. Se lo ruego.

  • (levantándose) muy bien, ¿amigas entonces?

Ana se levantó también, y ambas mujeres se besaron.

  • tengo que irme Dª Carmen, es muy tarde- y ante el gesto de la señora - oh, perdón, Carmen.

  • (complacida) así está  mejor querida. Si le parece podemos vernos... ¿los sábados por la tarde te va bien?

  • sí, perfecto, los sábados.

  • Ah, querida... otra cosa. no te lo tomes a mal pero... no esta bien visto que la maestra no asista a la misa dominical, sabes? ¿te parece que vayamos juntas este domingo a las doce? Así podremos pasear un rato como dos buenas amigas... ¿te parece?

  • de acuerdo Carmen... nos veremos en la iglesia... a las doce.

Carmen acompañó a Ana hasta la puerta principal donde volvió a darle un beso. Una vez cerró la puerta volvió a su despacho privado, visiblemente contenta con su buena acción, y llamó al servicio; acudió Renata con prestancia.

  • Renata, prepárame el baño... ah, y dile a la Sta. Maribel que venga a verme cuando llegue.

Mientras Renata entraba en su baño privado, Carmen se puso a ordenar papeles hasta que la muchacha acabó la tarea.

  • recuérdale a Maribel que suba inmediatamente.

Carmen se desnudó lentamente como hacía siempre. Se puso la bata y las zapatillas y se sentó. Un par de minutos después llamaron a la puerta.

  • entra.

La niña atravesó el umbral con cara inquieta. Nada bueno podía traer esa llamada tan inesperada y además, antes de que terminara los deberes. Vestía todavía con la indumentaria que llevaba en la escuela: falda azul marino, camisa blanca y rebeca azul, calcetines altos también azules y zapatos a juego.

  • hola tía.

  • cierra la puerta y siéntate mientras tomo un baño.

Carmen se levantó y entró el su cuarto de aseo. El agua estaba a la temperatura justa. Se quitó la bata y se introdujo en la gran bañera de fundición. Cerró los ojos y recostó su cabeza sintiendo ese placer en su cuerpo que solo ella en sus recuerdos sabía apreciar en toda su dimensión.

Maribel se comía las uñas; una fea costumbre que a pesar de las reprimendas sufridas no podía erradicar. Hacía ya mucho tiempo que su tía no la castigaba con dureza, como aquélla vez al final de las clases. Un par de azotes por ser tan atolondrada y poco más. ahora presentía  que iba a ser diferente y eso le causaba mucho desasosiego. Nada le perturbaba tanto como lo desconocido, mejor dicho, que la espera de algo previsible pero impreciso. Pasaban los minutos y su tía tardaba, y ella  aguantaba a duras penas esa incertidumbre. Tuvo un impulso y se levantó, y... miró por el ojo de la cerradura, y lo que vio no lo olvidaría en mucho tiempo: Su tía estaba de espaldas a ella totalmente desnuda, secándose  con una toalla. Fascinada vio como se daba la vuelta mostrándole sus vergüenzas al detalle y... le dio un vuelco el corazón al ver las señales en el torso y vientre de su tía, reliquias de castigos de otros tiempos. Le vino justo volver a su silla. Carmen, que todavía llevaba el pelo mojado envuelto en una toalla, enfundada en albornoz blanco y con sus chinelas de felpa granate y suela de goma amarilla, se sentó frente a ella. cruzó las piernas, dejando a la vista casi medio muslo, cosa que atrajo la mirada de Maribel, visiblemente nerviosa.

  • ¿qué te pasó en la escuela ayer tarde?

  • (dubitativa) ¿ayer...? ah sí... ¿en clase de gimnasia?

  • ya  sabes que sí.

  • ¿ha venido Dña. Sara a contárselo?

  • eso carece de importancia Maribel y no tengo porqué contestarte, cuéntame qué pasó.

La chica se revolvía en el asiento incapaz de mantenerse inmóvil. Carmen tuvo que prevenirla.

  • Maribel, haz el favor de estarte quieta.

  • sí tía, pues... Mar y yo estábamos haciendo una tabla de gimnasia y Dª Sara... se cayó de bruces por culpa de otra niña que se cruzó ¿ entiende?

  • entiendo...

  • bueno... Mar y yo nos reímos de eso... y la Sta. Sara, pues le supo muy mal. Y nos castigó a las dos.

  • ¿y porqué no me lo contaste ayer?

La chiquilla no paraba de moverse, pero Carmen no dijo nada.

  • pues... es que me dio un poco de vergüenza.

  • tienes ya un castigo por no estarte quieta. Dime el qué te daba vergüenza.

Es que la Sta. Sara... me mandó que me...   desnudara.

  • ¿y qué te da vergüenza, el que te desnudara o el decírmelo?

  • es qué... la Sta. Sara... mira mucho a las mayores. Y a veces las toca.

  • pero tú no eres mayor. ¿te tocó a ti?

  • no, solo me castigó, pero a Mar sí la tocó.

  • ¿como lo sabes... te lo dijo ella?

Maribel era incapaz de mantener la compostura, y tardaba en contestar las preguntas de su tía. Carmen no tardó en volver a presionarla.

  • Maribel, te has ganado el segundo castigo. Haz el favor de contestar o habrá un tercero.

  • sí, me lo dijo después. Pero es que Mar está  más desarrollada y tiene mucho pecho y la cosita la tiene ya de mayor.

  • ¿de mayor? A ver, explícate... ¿qué quiere decir de mayor?

Maribel se sentía acorralada. Mar era su mejor amiga desde que Mónica se fue, y se enseñaban a menudo sus cuerpos desnudos, observando sus progresos como mujeres, algo presuntamente inocente pero que a Maribel le causaba bastante turbación y le hacía sentir extraña, muy agradablemente extraña, hay que decirlo, pero que también le causaba cierto desasosiego y vergüenza de que se supiera, y Mar no era tan discreta y de fiar como Mónica, de ahí su miedo a que su tía lo averiguara.

  • pues... tiene muchos pelitos. La.. la he visto en la ducha tía... te lo juro.

No sabía porqué, pero esta conversación estaba alterando a Carmen. Observaba a su sobrina. Desde luego no se podía considerar una chica poco desarrollada, y ciertos detalles hacían ver que pronto aflorarían los signos de la plenitud, no como  aquélla vez que la tuvo semidesnuda sobre sus muslos en que no había signo alguno de inicio de pubertad. A pesar de eso, desde entonces  Carmen veía a Maribel de otra forma, y se había reprimido para no volver a castigarla sin ropa, pero unos deseos casi incontrolables la impulsaban a hacerlo de nuevo. Afortunadamente para la asustada Maribel, eso la distraía en su interrogatorio, pero...

  • ¿qué más pasó?

  • nada tía, se lo juro, nada. me pegó en el cul... perdón, en el trasero, con la regla, y nada más.

  • ¿tanta vergüenza tienes de mí como para no habérmelo contado?

  • no tía. Es que... me da vergüenza desnudarme.

  • ¿y por eso tienes vergüenza de mí?, ¿de decirme que te han desnudado?

Carmen siempre había tenido a Maribel como una niña. Desde la muerte de su madre se había volcado sobre ella. La había cuidado, alimentado, bañado, educado.. conforme las normas en que ella lo había sido, y siempre con el mayor de los afectos. Ahora se encontraba turbada sobremanera. Mientras hablaba con su sobrina, se la imaginaba desnudándose ante Sara. Ahora ambas, tía y sobrina, estaban entre la espada y la pared.

  • no tía, no es eso...

Estaban en un circulo vicioso. Carmen, visiblemente alterada, cedió.

  • a ver si es verdad. Desnúdate Maribel. Del todo.

La chavala se quedó inmóvil. Hacía mucho tiempo que no se mostraba sin ropa ante otras personas aparte de Mónica, Mar y aquélla vez con Ludivina. Una extraña sensación la invadió, mucho más fuerte que la que experimentaba en sus momentos con Mar. Se quitó la rebequita azul, sacó la camisa blanca metida en su falda de cuadros escoceses, desabrochó los ojales de nácar, uno a uno, lentamente, de arriba abajo. Poco a poco se descubría su camiseta de algodón que abrigaba su torso de adolescente. Llevaba sostén, claro,  unas tetitas  incipientes ya eran visibles tras la prenda. No lo hacía con mala intención pero a pesar de su cuerpo de lolita, estaba poniendo a mil las palpitaciones de Carmen, que lo estaba viendo, lo estaba sintiendo... Maribel estaba dejando de ser lo que había sido ... ahora era algo más. Tras quitarse la camisa le tocó el turno a la recia falda de lana . Se quitó el clip lateral con una cierta gracia que tuvo a los ojos de Carmen algo de provocadora y dejó que se deslizara piernas abajo. No llevaba enaguas. Ya solo la cubría la camisetita que la llegaba un poco más abajo que las braguitas. Dejó para el final lo más íntimo y con ambas manos la escurrió por encima de su cabeza, quedando desnuda de cintura para arriba. Sus axilas todavía estaban lisas y a sus pechos les quedaba algún tiempo para madurar pero sus pezoncitos estaban ya levemente hinchados, y no era precisamente por el frío. Carmen la escrutaba como si de un ave de presa se tratara. Maribel, toda inocencia, o toda picardía, se quedó quieta unos instantes, inmóvil, mirando al suelo. A Carmen le parecieron horas pero apenas habían pasado unos segundos. Cuando por fin se quitó las braguitas estando tan cerca  frente a ella, casi le da un vuelco el corazón al ser ya muy visible que su pubis se estaba cubriendo de vello. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la compostura. Maribel, ya sin nada ocultando su cuerpo y permaneciendo de pie, con un grácil movimiento levantó una pierna compensando el equilibrio abriendo sus brazos, para quitarse el calcetín, uno y otro. Esos movimientos facilitaron que Carmen advirtiera una característica que adornaba a su sobrina: unos abultados labios vaginales. Por fin Maribel quedó totalmente desnuda e inmóvil frente a su tía, esperando lo que, sin duda, ocurriría a continuación. Vio que su tía hacía algo nuevo para ella: abrir todavía más las faldas del albornoz, dejando  sus muslos bien visibles. No pudo apartar su vista de ellos y esa mirada delatora no escapó a los observadores ojos  de la excitada Carmen.

  • Maribel...

No hizo falta nada más; la niña se dejó caer sobre las piernas de su tía, piel contra piel, apartando algo más los bajos del albornoz y sintiendo el calor de sus muslos sobre su vientre, y, en contra de lo que era habitual cuando iba a ser castigada en que  su cuerpo estaba tenso, esperando alerta lo que iba a caer, esta vez quedó totalmente flácido, sumiso, sin fuerzas, como un pajarillo inerme ante el cazador. Carmen, ya abandonadas todas sus resistencias, viendo aquél buen trasero redondeado, señalado todavía por la regla de Sara, sintió ya claramente como sus entrañas  lloraban de líquido caliente y espeso. Bajó su mano derecha y tomó por el talón la chinela granate, su preferida. Todavía permaneció unos segundos comiéndose con los ojos el cuerpecito de su sobrina adorada, su sobrina deseada; tomó aliento, cerró los ojos y descargó sobre sus nalgas un zapatillazo con todas

las fuerzas que le daba su disparada adrenalina. El golpe fue tan cruel que Maribel no pudo reprimir un grito y una sacudida, pero al instante volvió a flojearse y abandonarse de nuevo a su suerte... y Carmen descargó otro, si cabe más brutal que la anterior. Maribel esta vez aguantó el tipo con estoicidad, en silencio y sin apenas moverse . El tercero se estrelló en su muslo con tanta o más ferocidad..., y ya sin control alguno, Carmen fue torturando con saña a ese objeto de placer en que se había convertido el frágil cuerpo de la criatura, dándole zapatillazos sin descanso hasta que en un instante de lucidez paró en seco el suplicio, jadeando. Sintió tal vergüenza que solo pudo decir con voz apenas audible:

  • vete.

Maribel se levantó con dificultad. Tomó sus ropas y se las puso sin apoyarse. Cuando estuvo vestida salió de la habitación. Cojeaba pero mantuvo tan alta su dignidad al retirarse como ante el inhumano castigo que Carmen se conmovió hasta lo más profundo de su alma y rompió en llanto. Se arrodilló en su reclinatorio y se puso a rezar.

Cuando la chica cerró la puerta de su cuarto se desplomó . El dolor la obligó a tirarse sobre la cama boca abajo ya que a duras penas podía tenerse en pie. Los muslos le temblaban y el escozor le llegaba hasta las pantorrillas. Pero no lloraba. La opresión en el pecho y el calor en su vientre la hacían respirar con jadeos. Sus pezones estaban hipersensible y notaba hinchada su cosita. Estaba tan rara... normalmente cuando recibía una paliza  odiaba a su tía. No le duraba mucho pero por un tiempo deseaba su muerte, pero hoy no. Cuando ella le mandó desnudarse y la extraña sensación la embargó, deseó el castigo con impaciencia, y cuando su tía entreabrió la bata, y quedó mirando anonadada su carne, hubiera dado cualquier cosa por que su tía también se desnudara y es más... que hubiera sido extremadamente cruel y despiadada con ella  usándola a su antojo. Todos estos pensamientos se entrecruzaban en su cabeza con las visiones de Ludivina, señalada de por vida, y por las huellas de su propia tía. Olvidando toda prudencia, sin levantarse de la cama, se bajó la falda y se quitó las bragas. Cuando su culo magullado quedó libre de roce sintió un cierto alivio, lo que la animó a desnudarse del todo contorsionándose para no dejar el lecho. Cuando estaba como Dios la trajo al mundo se imaginó a sí misma siendo azotada por Tomás bajo la mirada de su tía desnuda, estremeciéndose por latigazos irreales por todo su cuerpo, que al rozarse con el lecho por el movimiento parecía volverse hipersensible. Por otra parte la invadía una deliciosa sensación de estar haciendo  algo malo y pecaminoso que, sin duda, censuraría su tía de forma harto severa, y que le valdría ser de nuevo brutalmente torturada una y otra vez. La llamada a la puerta la sacó de tan placenteros sueños.

  • Sta. Maribel, a cenar.

  • Señora, ¿se puede entrar?

Carmen todavía en bata se levantó y fue hacia la puerta, entreabriéndola. Era Renata.

  • ¿dispone algo para la cena?

  • no Renata, no voy a bajar a cenar... no me encuentro bien; dile a la Sta. Maribel que no me espere, gracias. Ah... dile a Pura que suba.

  • que se mejore, señora- y Renata cerró la puerta tras de sí. A los pocos minutos apareció Pura.

  • ¿te encuentras mal? ¿te subo una tisana?

  • No Pura gracias, no quiero nada. escucha atentamente... cuando terminéis de cenar subes al desván y buscas el escabel de mi padre. Ya sabes donde está. Lo traes aquí con la funda de tela; dile a Tomás que te ayude.

-  (con cara de asombro) Carmencita, te refieres a...

  • sí Pura, ya sabes a lo que me refiero.

  • (enojada) ¿vas a castigar a la niña con eso? ¿no tienes bastante?Pura seguía refiriendosee a Maribel como la niña , aunque ya no lo era

  • calla Pura.

  • ¿quieres hacer con ella lo que tu padre te hacía a ti, eso quieres?

  • ¡TE HE DICHO Que TE CALLES...! y no es para Maribel. Y ahora déjame por favor.

Pura, compungida, abandonó la habitación. Conocía a Carmen desde que la parieron: era testaruda, exigente, estricta... nadie salvo ella sabía lo que era capaz de hacer si consideraba que era lo que debía hacerse. Cenó en silencio y cuando recogieron la cocina avisó en un aparte a Tomás. Subieron al desván, encontraron la banqueta, cubierta con una funda de tela que ocultaba las extrañas muñequeras, y la trasladaron a las cámaras privadas de la señora. Llamaron a la puerta.

  • ¿Pura?

  • sí señora, somos Tomás  yo.

  • un momento.

Carmen estaba arrodillada en su reclinatorio. No se había movido de allí desde que había hablado con Pura. Estaba dolorida después de tantas horas. Se levantó con cierta dificultad. Fue al aseo, se arregló un poco y se ajustó la bata. Ya restablecida una cierta compostura abrió ella misma la puerta.

  • dejadlo ahí de momento.

Pura había tenido la previsión de subir primero al desván y atar la funda de forma que Tomás no pudiera ver exactamente lo que había en las patas. Los secretos había que guardarlos en familia, y Pura se consideraba guardiana de esos secretos. El fornido Tomás dejó el escabel en el medio del amplio dormitorio.

  • gracias Tomás, ahora por favor déjanos solas.

  • el hombre dio las buenas noches y salió. Pura y Carmen, una frente a otra, se miraron.

  • gracias por lo de la funda. Quítala por favor.

  • Carmen... por favor, piensa lo que vas a hacer.

No contestó. Fue al despacho y salió con una llave, se dirigió a su armario y abrió una de las puertas que siempre permanecía cerrada, sus recuerdos más personales.

Pura ya había desatorado la funda y el banquillo ya estaba como siempre lo había conocido y que no había vuelto a ver desde que fue retirado hacía ya treinta años. Observó como Carmen sacaba un estuche que conocía bien.

Carmen abría contadas veces esa parte del armario. La última cuando sacó sus disciplinas para castigar su espalda por sus devaneos con su propia desnudez. Su conciencia ya se había vuelto lo suficientemente laxa para ese pecadillo que no lo había vuelto a usar. También estaban allí las fotos de Juan, su novio... su traje de bodas, que nunca pisó una iglesia, una foto muy especial de su padre... al fondo y de pie encontró lo que buscaba. Lo sacó del armario, lo abrió y extrajo la fusta doblada, que en cuanto la liberó tomó su dimensión original. A pesar de los años se mantenía  bien tiesa sin deformarse. Depositó la funda de cuero  de nuevo en el armario y cerró la puerta. Pura la miraba con grave preocupación, sin atreverse a pronunciar palabra. Sabía que había un punto en su Carmencita en que no admitía réplica y había llegado ya a ese lugar.

  • ayúdame.

Carmen colocó la fusta sobre la cama, soltó el nudo del cinto de la bata de lana beige con ribete de hilo rojo en espiral, abriéndose y liberando su cuerpo. No llevaba nada entre la prenda y la piel. Se la quitó y se la dio a Pura, que la dobló y depositó en el lecho. Carmen se puso en una de los extremos del escabel dándole la espalda, y con la ayuda de Pura se dejó caer sobre él buscando la postura que tantas veces en su vida había adoptado. Pura le hizo un comentario que a Carmen la acabó de  enojar.

  • Carmencita, que ya no tienes edad para esas cosas..

Se incorporó a muy duras penas encarándose a la criada.

  • Pura... una solo palabra más y te mando al Asilo... ¿entiendes? ¿ENTIENDES?

La vieja, sorprendida por la violencia de la expresión,  agachó la cabeza. El Asilo... lo que más temía en su vida, ser apartada de aquélla casa, de aquélla familia. Conocía bien a Carmen, era muy capaz de hacerlo.

  • sí, señora.

Carmen volvió a acomodarse de nuevo atendida por Pura, que agarró primero las muñecas y después los tobillos. El cuerpo estaba combado, con los pechos cayendo hacia la cabeza, por la posición y por la edad. El vientre, ya algo ajado, se abombaba ligeramente, lo mismo que el pubis, muy poblado, ya que Carmen jamás se había lo depilado. La figura yacente se movió un poco tratando de adaptarse a la incomoda banqueta. Por fin quedó inmóvil. Durante bastantes  minutos ambas permanecieron en silencio. Carmen tenía los ojos cerrados. Recordaba las veces que había pasado por esto, la última cuando tenía 19 años, la misma víspera de la muerte de su padre.  Su padre, que se masturbaba ya abiertamente cada vez que Pura la azotaba, y esa última ocasión, la más sañuda y despiadada de todas, y que ella aceptó con resignación. Una criada delatora la había sorprendido besándose con Juan. Casi 40 veces la fusta acarició su cuerpo. Eran 10 pero su padre no estaba nunca conforme con la fuerza del azote. Pura estaba llorando desesperada . Era como si supiera que le quedaban pocas ocasiones para corregir a su hija. Pura no quería pensar en otra cosa que en la cruel amenaza recibida. Carmen con voz apenas audible dijo:

  • diez latigazos Pura, y ya sabes donde. Si flaqueas, a partir de mañana no volverás a pisar esta casa.

Pura volvió al tuteo: - lo que tú quieras Carmen –

Pura agarró el látigo y se puso trasversal al cuerpo arqueado, y a una distancia tal que la punta del flagelo apenas lo cruzaba.  Con ella tocó la base de busto, tomando la medida adecuada, y con toda la fuerza – y la rabia- que sentía en aquél malhadado momento descargó el primer latigazo. Carmen, cogida por sorpresa por la extrema violencia del golpe no pudo reprimir un grito. Pura, espoleada por la furor de la ingratitud, siguió azotando los pechos de Carmen que no tenía fuerzas para ahogar sus alaridos. Al séptimo latigazo cedió:

  • para... para, por favor.

Pero Pura estaba lanzada, y siguió descerrajando todavía más fuerte hasta terminar la cuenta, mientras decía con voz fuerte para que Carmen la oyera:

  • dijiste diez, y diez serán.

Agotada, Pura dejó caer en el suelo el diabólico artefacto y se aprestó a sacar a Carmen de la banca, desatorando primero sus piernas y después sus brazos. Estaba prácticamente inerte y sin fuerzas. Pura vio con angustia su obra: los senos estaban violáceos y deformes, con algunas marcas ensangrentadas . Cogió a Carmen y la incorporó, pasó su brazo por detrás de su cabeza y a duras penas consiguió levantarla, y dando traspiés depositarla sobre la cama. Carmen gemía y respiraba trabajosamente. Pura la acariciaba y musitaba – Ay Carmencita... qué pasa por tu cabeza...

La dejó tendida y buscó una manta. La cubrió con cuidado de no rozar las magulladuras , y salió de la habitación. trascurridos unos minutos volvió con un tarro de cristal, lo abrió tras sentarse junto a Carmen que estaba con los ojos cerraos, destapó la manta y aplicó suavemente con sus dedos la pomada del interior, extendiéndola por todas las huellas del castigo. Un olor penetrante invadió la estancia.

  • ¿todavía la guardabas? Dijo Carmen en voz baja.

  • No, esta es nueva... para Maribel. De no ser por ella... estate quieta.

Carmen respiraba hondo. Notaba el alivio de ese mejunje que secretamente elaboraba Pura desde hacía muchos años con una fórmula aprendida de una amiga gallega que las malas lenguas decían que era bruja. La aprendió en tiempos de Dn. Antonio para mitigar las palizas que recibía Carmencita. Gracias a ella todavía conservaba un busto grande firme y muy hermoso. Pura no tenía ningún sentimiento de atracción hacia su mismo sexo pero siempre sentía una irrefrenables ganas de besar los pechos de Carmen desde que era una adolescente.

  • ¿te encuentras mejor?

  • sí Pura... gracias.

  • pues si no me necesitas me voy, que es muy tarde.

  • Pura...

  • ¿sí?

  • Dile a Tomás que prepare el coche y equipaje para tres días. Salimos después de desayunar; nos vamos a Logroño. Ah... cuida de Maribel.

Sin decir palabra Pura cerró la puerta tras ella y se fue a dormir.

Continuará